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La Castidad Religiosa en El Mundo de Hoy
La Castidad Religiosa en El Mundo de Hoy
La castidad religiosa
en el
mundo de hoy
(Artículo de circulación entre religiosos, sacerdotes y seminaristas)
Presentación
Emmanuel Sicre sj
(emmanuelsicre@jesuitas.org.ar.)
5 de octubre de 2010
Bs. As.
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 3
Sumario
Introducción……………………………………………………………. 2
I. El sentido de la castidad religiosa…………………………..….…... 5
1. La evolución de la sexualidad…………………………...…….……… 5
2. El Reino de Dios y la sexualidad………………………..……..……... 6
3. El Matrimonio y la consagración religiosa………………..……….……. 7
4. La alianza…………………………………….…….…………….. 8
5. La paternidad espiritual………………………………….…….……. 10
II. El crecimiento en la castidad…………………………….…….…… 12
1. La actitud frente a las emociones y pensamientos sexuales…………...……. 13
2. El enamoramiento…………………………………..…….………… 14
3. La relación con las mujeres………………………….……………….. 19
4. El apostolado y la ubicación humana……………….………………… 22
5. La oración………………………..………………………………… 23
III. La castidad en crisis……………………..………………….…….. 24
1. La evaluación de una situación crítica……………….………….…..…… 24
a- El principio de la totalidad y el factor tiempo…………..………… 24
b- La toma de conciencia de la motivación real…………...…………. 26
2. La crisis de fe……………………..……….………..……………….. 30
3. El mito de la voluntad de Dios……..……………………..…………… 31
Conclusión……………………..……………………...…………………. 34
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 4
Introducción
Vivimos en un mundo que se desarrolla y cuyas estructuras cambian con un ritmo
acelerado. La Iglesia no queriendo quedarse al margen de esta evolución, busca adaptar
sus propias estructuras humanas al mundo de hoy. Vive sus valores más espirituales de
una manera encarnada en la vida humana y por eso aún sus tesoros más elevados tienen
una dimensión humana que evoluciona al paso del desarrollo contemporáneo. La vida
religiosa participa de esta dimensión humana y por tanto está sujeta a los cambios de las
estructuras humanas. De hecho ya se generaliza la revisión del modo de vivir la
pobreza, porque se han cambiado las estructuras económicas. Se está evolucionando en
sentido de la obediencia porque la humanidad tiene nuevos conceptos de las relaciones
humanas. ¿No es necesario replantearnos de la misma manera el sentido y la práctica
de la consagración religiosa en la castidad?
Mi intención es hablar de los aspectos humanos de la castidad. Los libros clásicos
sobre la castidad tocan normalmente sus aspectos espirituales, pero no suelen entrar en
su dimensión humana. Se refieren a ideales y metas, pero al hombre de hoy le puede
parecer todo esto muy abstracto o demasiado angelical si no ve la integración con lo
humano. El religioso tiene que saber que el hombre es espíritu y cuerpo. El elevado
ideal de la consagración se vive humanamente y tanto el cuerpo como la vida afectiva
participan de él. Por otra parte, el hombre tiene que asumir los procesos corporales y
afectivos. Tiene cuerpo, tiene sensaciones y afectos, vive en un mundo humano sexuado
y por eso vale preguntarse cómo la consagración religiosa la integra en la vida humana.
Pero en esta tarea quiero evitar la construcción de una
nueva teoría y no pretendo tampoco hacer una exhortación a El religioso tiene
grandes ideales, sino identificar experiencias, reflexionar sobre que saber que el
la realidad y mostrar hasta qué punto ésta tiene que ser mirada hombre es espíritu y
de frente, aceptada con realismo y vivida auténticamente para cuero. El elevado
que el hombre pueda elevarse todo entero a su Creador en un ideal de la
amor pleno y fecundo. consagración se vive
Por lo tanto no es mi intención discutir si la castidad tiene humanamente y
sentido en el mundo de hoy, lo doy por sentado. Ni me tanto el cuerpo como
propongo abordar el tema tan debatido del celibato sacerdotal. la vida afectiva
Me dirijo principalmente a los religiosos. La sexualidad de la participan de él. Por
mujer es diferente a la del varón y eso implica una diferencia otra parte, el
en la manera de vivir la castidad, pero para no alargarme hombre tiene que
demasiado y tampoco ignorar esta diferencia, me he limitado a asumir los procesos
hablar a los religiosos. Sin embargo, ya que estas páginas no se corporales y
destinan a la pura lectura sino a que sean conversadas en afectivos.
grupos después de una lectura atenta, las religiosas podrán
leerlo con fruto y en sus conversaciones, que surjan con ocasión de la lectura, podrán
completarlo con su experiencia.
En la primera parte quiero explicar el sentido de la castidad. En la segunda abordo
las diferentes formas de crecimiento de la castidad y los conflictos que conducen a una
maduración. En la tercera parte presentaré la experiencia de una vida consagrada que
muestra signos de esterilidad y se aproxima a un verdadero fracaso.
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En esta parte veremos las líneas fundamentales de una teología de la castidad. Por
eso primero tenemos que ver la sexualidad en su evolución y en su estado de madurez 1.
Luego mostraremos en lo que coincide y difiere el matrimonio con la consagración
religiosa. En el cuarto y quinto párrafo veremos cómo la capacidad de alianza y la
fecundidad se realizan en la vida religiosa.
1. La evolución de la sexualidad
1
En este y en los dos párrafo siguientes seguiré el excelente trabajo de J. M. Pohier, Psycologie et
Théologie, París, Ed. du Cer. pp. 332-373. (N. del A.)
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2
“La falta de integración de algo tan integral a la persona como la sexualidad actúa con gran
violencia contra la misma persona. Si no hay señales de aceptación, y la invitación suave de explorar las
relaciones y deseos no se atiende, la persona esconde su sexualidad. Cuando la persona acepta su
orientación comienza a ser capaz de integrar su sexualidad y a vivir con más autenticidad su voto de
castidad. Puede ver mejor sus relaciones en la comunidad y en los ambientes de estudio y trabajo”. (Cf.
Kevin Flaherty, SJ. Transparencia en la Vida Religiosa. La transparencia en la formación. Conferencia
de Provinciales Jesuitas de Latinoamérica (CPAL), 2003. p. 84) (Nota del editor).
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4. La alianza
3
Aún hoy es posible escuchar la idealización que se hace de la vida religiosa en desmedro del
matrimonio. Es como que el que no pudo alcanzar el “estado de perfección” de la vida religiosa, se casa y
forma una familia. Ambas vocaciones, ambas consagraciones, son un don, y reclaman aceptación del don,
la dignidad es la misma, no existe jerarquía de dignidades para Dios. (Nota del editor).
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4
Es posible interpretar que Jesús pretende que su Reino se convierta en un acto “instintivo” en
nosotros, que penetre todas nuestras motivaciones naturales. Tanto es así que consuela a los que tienen
“hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. ¿Quién podría evitar la experiencia de hambre y sed?
De allí se constata que la radicalidad del Reino para todo ser humano no puede pasar desapercibida en su
vida y debe ir poco a poco transformando nuestra sensibilidad y motivaciones profundas. (Nota del
editor).
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5. La paternidad espiritual
5
Este puede ser un buen criterio de discernimiento para quien se pregunta por su vocación a la vida
consagrada. Se trata de experimentar ese más al que Dios invita y que aparece en la pregunta vocacional
como una sed insaciable que hace siempre buscar más y más. (Nota del editor).
6
Por lo que la comparación en este punto se torna estéril. Si bien es posible como primera instancia
evaluar en contraposición los beneficios y los perjuicios de cada estilo de vida, lo que define la elección
de vida debe fundarse en la libertad y la respuesta al deseo personal. (Nota del editor).
7
Es importante que ambos asuman su independencia interior con respecto al otro. La experiencia
demuestra que las personas con mayor independencia interior respecto de sus mandatos parentales tienen
un mayor rendimiento en todo sentido. Por eso tanto el padre como la madre deben dejar que los hijos
tomen su vida autónomamente. Y los hijos bogar por este paso. Si el lazo no se corta para después ser
unido nuevamente desde la autoconciencia de ser autónomo se corre el riesgo de un posible infantilismo.
(Nota del editor).
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al hijo iniciándolo en todo; pero sólo en la medida que el hijo ya maduro quiera
recibirlos dialogando con su padre, en quien todavía percibe una fuente de riqueza y
amor.
A la plenitud de la castidad pertenece que el hombre consagrado llegue a ejercer
su paternidad al nivel de los valores más elevados de su vida. La riqueza del hombre
consagrado a Dios es su unión con Dios, la paz, el equilibrio y bondad que trasluce su
actuar. Ni su amor de Dios, ni su riqueza humana pueden quedar estériles. El desarrollo
normal de la consagración lleva al hombre a una fase activa de su don de sí a Dios y
empieza a comunicar su vida a los demás. Es una paternidad espiritual. No tiene que ser
un paternalismo que mantenga a un nivel infantil a personas que ya no necesitan
protección ni dependencia. La paternidad espiritual es una comunicación activa y de
valores vitales que tratan de llevar a todos a una auténtica autonomía. La comunicación
de los valores propiamente humanos y espirituales, se realiza a un nivel de
comunicación personal madura en el pleno respeto mutuo de la libertad.
La idea de “paternidad espiritual” no es un sustituto rebuscado para reemplazar la
paternidad natural. Es mucho más la consecuencia de una ley de la vida que inclina a
todo viviente a comunicar lo que tiene, porque la vida solo se conserva y se desarrolla
comunicándosela. El hombre se realiza dando auténticamente lo mejor que tiene y
brindándose a sí mismo a los demás. Aportando a los demás lo que ellos necesitan se
integra en la comunidad humana y empieza a ser miembro maduro de ella. De hecho
esta necesidad interna de paternidad del hombre consagrado, coincide con una gran
necesidad externa, porque en la mayoría de las familias el padre sólo puede cumplir con
los primeros grados de su paternidad y a medida que el hijo se despierta a una vida más
madura y espiritual, la misión paterna lo desborda.
Si el hombre consagrado renuncia a la paternidad biológica y a educar a sus
propios hijos, se priva de una tendencia humana fundamental. Durante toda su vida
sentirá esta privación, pero no como una frustración estéril sino como un estímulo para
amar más activa y personalmente a todos los que lo necesitan y son capaces de recibirlo.
Esta paternidad, a pesar de lo insustituible de la paternidad del matrimonio, puede
plenificar al hombre consagrado tan enteramente que viva su paternidad espiritual como
una experiencia mucho más fecunda de lo que sería la paternidad biológica y la
educación de sus propios hijos.
Pero la paternidad del hombre consagrado exige que llegue a dar lo mejor que
tiene. Lo mejor que tiene suele ser su fe y su amor a Dios, por lo cual las personas
consagradas a Dios tienden a ejercer su paternidad a un nivel apostólico y propiamente
sacerdotal. En dar a conocer y en hacer amar a Jesucristo, el hombre consagrado se
siente plenamente padre. San Pablo por lo menos lo vivió así: “Pues aunque hayan
tenido diez mil pedagogos en Cristo, no han tenido muchos padres. He sido yo quien,
por el Evangelio, los engendré en Cristo Jesús.” (1 Cor 4,15).
La paternidad espiritual pertenece como elemento esencial a la vida consagrada y
en ciertos momentos puede parecer como su objetivo principal, pero no es su núcleo
más central. El amor personal del Señor es el corazón de la vida consagrada y si la
paternidad espiritual y el amor personal a Dios no son separables, ni se pueden oponer
como dos cosas diferentes, tienen cierta jerarquía en su integración. La paternidad
espiritual, (o con otro nombre el sentido apostólico de la castidad), puede ser percibida
como un ideal que lleva a la consagración religiosa pero no tiene que borrar sino poner
más de relieve el amor filial al Señor. El amor a Dios se relaciona con el amor paternal
y apostólico, como en la vida eterna el amor de Dios incluye la unión plena de todos los
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vida de alguna manera cuestiona a todos los mortales que no se han purificado
enteramente de sus deficiencias. Ya que nadie puede pretender tal perfección, todos van
logrando su madurez –y asumiendo su castidad si son religiosos- por los
cuestionamientos y crisis. Esto no significa que no haya una plenitud y alegría en la
vida religiosa sino que el hombre es un peregrino que va caminando, reasumiendo su
vida por crisis parciales o totales, pero siempre sigue caminando hacia una vida más
unida a Dios y a los hombres.
8
Por ser la aceptación del principio de realidad el primer paso para cualquier tipo de crecimiento, es
muy importante que se tome el tiempo necesario para recibir absolutamente todo lo que sucede en sus
representaciones. Esto es un largo camino porque la tendencia a defenderse con racionalizaciones o
proyecciones de otro tipo está siempre presente. Tomar en cuenta los sueños como vía de crecimiento en
este aspecto resulta de una gran ayuda. Éstos funcionan como una fuente inagotable de las posibilidades
de nuestra fantasía. Un buen trabajo desde la oración y el discernimiento humano con el material onírico
resulta un aporte valioso en el campo de la vida sexual. (para este tema es muy oportuno el libro:
CABARRÚS, Carlos R. sj. Orar tu propio sueño. Taller de psicología y espiritualidad. Universidad
Pontificia de Comillas. Madrid. 1993. ) (Nota del editor).
9
Esta afirmación resulta clave en el proceso humano de integración. En efecto, incluir el cuerpo en la
oración se convierte en un instrumento de gran importancia para permitir una integración real, afectiva y
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En la moral cristiana suelen dar a veces una importancia demasiado grande a los
malos pensamientos. En realidad no son malos mientras son una manifestación de una
tendencia natural y se sabe encausarlos constructivamente. 10 Cada pensamiento de
origen sexual conduce al religioso a una toma de conciencia de su vocación y cada
imagen culmina creando una moción profunda y afectuosa del amor de Dios y
predispone a las relaciones humanas maduras. Pero esta problemática, como
corresponde a la pubertad y a la adolescencia, ya que ni implica una relación personal
real con otra persona, sino sólo la fantasía de ella, no crea propiamente problemas para
un religioso que vive con plenitud su vocación. Como todo hombre maduro y
comprometido con la vida, las supera con toda facilidad y naturalidad.
2. El enamoramiento
sincera de lo que creemos desde nuestra sexualidad y el sexo, y desde nuestra vida espiritual e intelectual.
Si no favorecemos este camino de integración, es de esperarse la división interna entre lo que
experimentamos a nivel físico, lo que creemos a nivel intelectual y lo que buscamos espiritualmente. Se
trata de hacer converger estos niveles para vivir con intensidad nuestra propia persona en su totalidad.
Sólo así es posible dirigir las fuerzas a un fin, cuando buscamos integrarla y equilibrarlas. Además, no
hay que olvidar que ambas fuerzas son fuentes principales de la actividad contemplativa. (Nota del
editor).
10
Podemos decir que los malos pensamientos pertenecen al polo involuntario de nuestra existencia.
Por tanto, la cuestión radica en qué hacemos con tales pensamientos. Ya que si bien son nuestros, no
definen todo lo que somos. Muchas personas viven torturándose por tener malos pensamientos y
probablemente esto se deba a que la búsqueda de una insana pulcritud de conciencia lleva a reprimir con
demasiada fuerza. Si no les damos paso y los mantenemos presionados, crecen y se intensifican. Hay que
liberarlos a partir del diálogo o la escritura, por ejemplo, y dejarlos partir para redimirnos de ellos,
dirigiendo la atención a lo verdaderamente valioso. (Nota del editor).
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11
Es sabido que aún hoy existen predicaciones “infiernistas” que inspiran en los jóvenes temores de
condenación eterna. Una catequesis de este tenor no sólo genera desintegración humana, sino que muchas
veces puede convertirse en una instancia de dominación abusiva que sin dudas terminará mal. (Nota del
editor).
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sintieron una gran liberación y una responsabilidad auténtica. Sin atreverse a elegir una
de las alternativas no hay propiamente elección.
En este proceso el religioso comprende y siente que no está destruyendo su
motivación verdadera sino quitando motivaciones falsas, irreales, racionalizaciones, o
sentimientos injustificaos de deber, presiones sociales, temores inconscientes, temor
frente al compromiso matrimonial, y libera el surgimiento de los verdaderos motivos.
Normalmente, fuera de estas crisis aún en los mejores religiosos, junto con la
motivación auténticamente religiosa, tienen una serie de motivos que los mantienen en
la vida religiosa pero no los hacen felices. Más aún, resultan contraproducentes porque
son motivos que no plenifican sino que lo oprimen. Una crisis puede ser muy benéfica
para hacer tomar conciencia de estas motivaciones y quitarlas en beneficio de la libertad
y la autenticidad.
Para que el religioso pueda tomar conciencia de sus temores y sus sentimientos de
deber, conviene que se haga la imagen de que realmente toma una decisión de irse y se
pregunte qué haría en concreto, cómo construiría un hogar, etc.12 Trata de sentir lo que
este modo de vida significaría. Luego se hace la imagen de que se queda y se pregunta
si siente inclinación a quedarse, si lo haría feliz, y trata de tomar conciencia de todos sus
sentimientos contrarios y favorables a la vida religiosa. Este proceso de concientización,
que para personas menos maduras puede durar mucho tiempo, para los que han vivido
realmente integrados en la vida religiosa y repentinamente pasa por una crisis, se
elabora en algunas semanas y termina con un sentimiento de auténtica libertad.
Este proceso es muy importante porque el religioso empieza a sentir las
motivaciones vitales que existen en él a favor de la vida religiosa. Bajo las pasiones de
su enamoramiento y sintiendo su deber de quedarse en una congregación, sus motivos
vitales de fe, esperanza y caridad, el recuerdo de sus años felices en la vida religiosa,
etc., quedaban tan tapados como si no hubiesen existido. Si se hubiera ido en este
estado, le habrían sugerido más tarde muchos escrúpulos, angustias y a lo mejor un
verdadero arrepentimiento por haber abandonado la vida religiosa. Por esto tiene que
sentirse libre y dejar aflorar sus motivos religiosos y sentir cuánta fuerza tienen para él.
Pero para eso tiene que sentirse libre de abandonar la vida religiosa y libre para
quedarse.
En el tiempo de la deliberación surgen con espontaneidad los motivos religiosos
reales. En este estado no conviene inundarlo con meditaciones, lecturas y exhortaciones
que le “aumenten” la motivación religiosa, porque en este momento no interesa hasta
qué punto es influenciable con exhortaciones o lecturas, sino cuánta motivación
religiosa lleva en sí vitalmente. En otra oportunidad puede asimilarlas, pero en este
momento sólo interesa lo que surge de él y actúa en él quiera o no. Aquí se trata de que
salga de él lo que tiene y no que entre en él lo que no tiene. Por eso preguntarle si se
siente inclinado de alguna manera a la vida religiosa puede ser muy oportuno, pero no
indicarle cuáles son esos motivos que a un religioso pueden inclinarlo a vivir su
vocación.
12
Es importante darle un lugar apropiado a la imaginación ya que suele ser un camino de gran ayuda
para conectarse con los deseos que habitan el alma. Esto requiere tiempo y registro, es decir, imaginar
varias veces tal situación y en distintos momentos, y tomar notas de las sensaciones, sentimientos y luces
que vayan surgiendo para que, al conversarlas con quien esté acompañando el proceso, vaya discerniendo
su vida. (Nota del editor).
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13
Muchas veces se cae en la ilusión de pretendernos libres de modo total, ya sea porque tendemos a
obtener una libertad absoluta en algún momento de la vida, o porque sentimos que estamos obrando con
libertad plena. Es cierto que nuestra libertad se expresa en las decisiones que tomamos y en los actos que
llevamos acabo; pero es necesario reconocer que lo que nos viene dado desde la vida (el carácter, el
físico, la cultura en la que nacimos, la familia, etc.) no es de nuestro dominio. Y justamente este polo
involuntario de nuestra vida está al servicio del obrar en libertad. Aquí hay un elemento de discernimiento
de la vocación muy rico que lleva a preguntarse: ¿qué quiero para mi vida? (deseos) ¿de qué soy capaz?
(aptitudes reales). (Nota del editor).
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dificultades, no niega los riesgos sino que los mira con ánimo y confianza. Paz
dispuesta a sacrificios pero confiada en los resultados. Es la paz del hombre que asumió
su destino y se siente dispuesto a enfrentar con valentía las consecuencias de la
decisión.
Pero esta paz acompaña sólo las buenas decisiones y lamentablemente hay muchas
decisiones mal hechas. Una decisión está bien hecha, -suponiendo la elección entre dos
cosas moralmente buenas- si está en proporción y armonía con las fuerzas vitales. Y es
una elección mal hecha cuando se hizo ignorando la realidad, basándose en
motivaciones y apreciaciones irreales. Esta desproporción aparecerá en forma de
malestar, de falta de voluntad, de inadaptación, de fracaso, de sentirse incapaz de
ponerla en práctica y sintiendo la motivación como abstracta. Eso no significa que el
hombre no tenga libertad al decidirse a algo sino que su libertad es limitada. El hombre
no puede decidirse a algo que sus fuerzas vitales no le permiten. Si un muchacho poco
dotado intelectualmente se decide a trabajar en investigación, o uno físicamente débil se
decide a ser cargador de puerto, antes o después sentirán el malestar de la desubicación.
Así, un hombre inmaduro y cerrado se decide a ser religioso antes de maridar
humanamente, sentirá la vida religiosa como algo demasiado grande para él, como una
vida en que no llega a ubicarse, y en la cual los motivos que los otros le repiten no
llegan a tener fuerza vital. Al cabo de muchos esfuerzos inútiles tendrá que revisar su
decisión. La confirmación de una decisión es la felicidad que siente en realizarla.
9. Acabamos de mostrar cómo el encuentro con una mujer puede madurar la
vocación a la castidad. Hemos visto el desarrollo más simple, porque el retomar la
vocación religiosa no es siempre tan sencillo. Pero aún así hay que tomar en cuenta que
la elección se hace progresivamente. Si alguien está en un estado de elección y
conscientemente se pone en situaciones que lo determinan hacia una dirección, hace una
preelección. En este sentido un religioso que se ve de repente en una crisis afectiva de
su consagración y empieza a intensificar su vida de oración hace una preelección a favor
de su vida religiosa y si empieza a portarse como un novio, hace una preelección hacia
el otro lado. Para que el hombre sea plenamente libre, tiene que serlo igualmente en sus
preelecciones como en las mismas elecciones. Hay que respetar por lo tanto sus
preelecciones, pero hay que ayudarle a que considere estos hechos como verdaderas
preelecciones, en las cuales ya se ejerce su libertad.
10. Quizá hemos demorado demasiado en la descripción detallada del proceso que
busca solucionar un enamoramiento de un religioso. No ha sido por dar una importancia
primordial al problema mismo, sino para resaltar el proceso de liberación. Demasiado
largo tiempo los religiosos han sido tratados normativamente y se les impuso la solución
en razón de un compromiso inicial. A partir de este compromiso inicial ya tenían que
caminar por un camino determinado, se tomaban decisiones en nombre de ellos y se les
dictaba la voluntad de Dios. Eso retardaba enormemente la maduración en la vida
religiosa y en especial en la castidad. Sólo el respeto absoluto de la libertad puede
contribuir a la maduración del religioso. Si abandona la vida religiosa no importa, pero
que la abandone maduramente y por eso más conforme con la voluntad de Dios.
14
Pothier, Op. cit. p. 365
15
Es muy importante fomentar la comunicación humana y espiritual profundas en los ámbitos de
convivencia religiosa. Los planes de formación o los proyectos de vida en común deberían contemplar
este aspecto. Conviene crear espacios que favorezcan y fortalezcan la apertura en el diálogo entre
personas que buscan vivir su opción de vida con coherencia. Nadie está excento de dificultades, por lo
tanto el camino no se puede transitar solo. Además, la experiencia demuestra que las conversaciones
profundas sobre los nudos fundamentales de la vida generan una atmósfera propicia e incomparable para
el crecimiento humano y espiritual. (Nota del editor).
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empezó porque vino a pedir ayuda en vista de un mejor entendimiento con él, no se
transformó de a poco en una huída de su hogar? ¿Qué piensa además de esta amistad el
marido mismo? Si es una religiosa, ¿la amistad ayuda a asumir su propia vocación? Una
amistad nunca se puede evaluar mirando la conveniencia de una sola parte; para que sea
constructiva tiene que serlo para ambos.
2. Mucho importa el estilo o la cualidad de la amistad. ¿Se quieren como hermano
y hermana, como novio o novia, o es una relación muy espiritual, tal como la que puede
existir entre un santo y una santa? Lo más probable es que sea una mezcla de las tres
cosas. Diagnosticarlo no es tarea fácil, porque el religioso, que se ocupa de cosas
espirituales racionaliza con una facilidad sorprendente y a menudo, cuando la atracción
es ya predominantemente sexual no nota más que una aspiración espiritual o una ayuda
apostólica. Se precisa un esfuerzo muy sincero para admitir la realidad. El religioso
tiene que aceptar que es un ser humano y que es natural que sienta una aspiración al
matrimonio cuando empieza a entenderse realmente con una mujer.16
Si creemos que el religioso puede sublimar su sexualidad cuando vive su vocación
sólo frente a Dios, ¿sería tan imposible pensar que su amistad que empieza con cierto
acento afectivo pueda ir purificándose hasta que el punto de gravitación de ella se
traslade a una unión espiritual? Puede acontecer que en vez de espiritualizarse, de
repente se declara ser un enamoramiento. Pero en este caso, ¿se podría acusar a este
religioso por haber puesto en peligro su vocación o habría que alegrarse de que la
amistad le obligó a manifestar que no ha sido llamado a la vida religiosa? Es difícil de
interpretar lo que pasa en el corazón del hombre cuando uno lo ve actuar sólo desde
afuera. Ni uno mismo se conoce a sí mismo con una claridad matemática. Vivir es
asumir las responsabilidades y correr el riego, pero hacer lo que uno ve conveniente.
3. Mirando ahora esta amistad desde la vocación personal del religioso, hay que
comprobar la necesidad de un discernimiento muy parecido al de su opción por la vida
religiosa.
En la opción por la vida religiosa se ha encontrado entre dos alternativas: por una
parte, una realización normal del matrimonio, en la cual la sexualidad tiene una
expresión normal y esta expresión es un lugar de encuentro con Dios; por otra parte, la
vida religiosa que es una expresión paradójica, de aparente esterilidad, para simbolizar
una alianza muy especial con Dios. Optó por la segunda. Ahora está en la misma
alternativa pero no al nivel del estado de vida, sino al nivel de un vínculo de amistad. La
primera opción no implica necesariamente la segunda, es necesaria una decisión nueva.
Si la relación no es de noviazgo, o sea si no hay una inconciencia inocente de la
situación, sino que realmente existe la posibilidad de sublimación en una relación
hermano-hermana, o una relación que puede existir entre santos, el religioso puede
preguntarse si quiere dar a su inclinación una expresión natural que lo hace madurar
afectiva y espiritualmente, o si quiere expresar de una manera paradójica e
incomprensible para mucho, que su único deseo es construir el Reino. Lo importante es
que no eluda la responsabilidad de elegir comparando el beneficio de una amistad con el
fruto de una consagración más especial. Puede ser que en este discernimiento, la
amistad aparezca como una huída de un llamado más especial, como es posible que se
vea la convivencia de conducirla a un amor espiritual parecido a la amistad de San
Francisco de Así con Santa Clara y de San Francisco de Sales con Santa Juana Chantal.
16
Esta aceptación se fortalece con instancias comunicativas que hagan que la persona se sienta
“normal” en sus inclinaciones y sentimientos “aparentemente” contradictorios. (Nota del editor).
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 22
17
Probablemente se dé una ambigüedad difícil de superar por tanto es necesario hacer pesar el polo
positivo de tal ambigüedad. (Nota del editor).
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 23
los hijos de este apóstol llegan a ser cristianos profundamente comprometidos, ¿sería
imposible pensar que su apostolado haya sido tan eficaz y tan pleno como el del célibe?
Quizá sería más exacto decir que si en la motivación no tiene un lugar preferencial
no va tomando por lo menos un predominio el motivo de la consagración personal a
Dios, se va construyendo sobre arena y el peligro de que el viento o la lluvia socave la
casa es considerable.
La vida consagrada en la castidad pide que el apostolado sea vivido como en
segundo lugar, subordinado al motivo principal que es un seguimiento, una amistad, una
consagración personal al Señor, y el apostolado es como la consecuencia inmediata,
condicionada por esta consagración.
Pero la vocación y su descubrimiento puede venir desde el apostolado. Muchos
jóvenes, -y parece más sano-, descubren su vocación a la consagración por el
apostolado, por momentos que vivieron dedicados a los demás. Cayeron en la cuenta de
su llamado cuando realizaron algún bien, cuando pensaron en los demás, cuando
aportaron algo gratuitamente a los otros. Estos pueden orientarse a la vida religiosa y
por el peso mismo de su maduración conducir a un estado donde la consagración
personal a Dios empieza a ser como el alma de todo apostolado.
5. La Oración
18
Cada vez son más los centros de espiritualidad, talleres y cursos que plantean métodos y propuestas
de oración más afectivas y menos racionales, por tanto más abarcadoras. Poco a poco se ha ido
descubriendo que la oración vocal o meramente mental y racional no alcanza a satisfacer las necesidades
espirituales del hombre. Cada vez más se va comprendiendo al hombre como una unidad física, psíquica
y espiritual y que todos estos ámbitos pueden ser vías para conectarse con la oración que el Espíritu Santo
está haciendo siempre en nosotros. (Nota del editor).
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 24
1. Ante todo se podría constatar que los problemas de castidad nunca aparecen
aislados en una personalidad sana, bien desarrollada y bien ubicada en su medio
ambiente. La interrelación entre el conjunto de la vida y los problemas de castidad es
constante. Una persona aproblemada con su sexualidad no tiene rendimiento
proporcionado en su trabajo, muestra signos de inadaptación e incomunicación con su
medio ambiente, no tiene una vida de oración o lleva una vida de oración muy torturada
y forzada, suele tener problemas con la autoridad, muestra descontento, insatisfacción,
tiene problemas con su salud: insomnio, dolores de cabeza, alergias, tensión nerviosa,
etc. ¿serán los problemas de castidad los que provocan todo esto, o son más bien
problemas humanos que buscan salida, un alivio en evasiones, en pensamiento y
experiencias sexuales? Sea lo que fuere, la interrelación es patente y por eso podemos
decir que los problemas en el terreno de la castidad no son problemas aislados y no se
pueden remediar prescindiendo de la ubicación de la persona entera en los demás
sectores de la vida. Todo problema de castidad exige que se lo considere como
formando un conjunto con una situación global.
Esta conclusión que se impone por la pura experiencia está en armonía con la
consideración del sentido de la sexualidad y de la castidad. La tendencia sexual
promueve y culmina en la planificación de la personalidad y de sus relaciones con otras
personas en el don mutuo del amor. Si el desarrollo sexual muestra anomalías de
inmadurez, de bloqueo, o de regresión, es un signo del bloqueo de la personalidad. Si en
cambio la personalidad entera va ubicándose con un ritmo normal, la tendencia sexual
va logrando su realización o sublimación. Formulándolo en un principio general
podemos decir que los problemas de castidad están en relación con los problemas de la
personalidad, como la tendencia sexual está orientada hacia la madurez de la persona
entera.
2. Otro factor determinante para apreciar una situación conflictual – propia o
ajena- es el tiempo. Una crisis momentánea fácilmente tiene raíces superficiales y
transitorias, mientras que una dificultad crónica responderá a factores más profundos y
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 25
menos accesibles. Con todo, una dificultad reciente puede ser la manifestación de un
problema que ha estado latente durante mucho tiempo. Por eso el tiempo como criterio
de discernimiento tiene que ser contemplado con la situación global de la personalidad.
Podríamos concluir que mientras no encontremos la significación de un problema
de castidad en el conjunto de la personalidad y no lo tomemos como un fenómeno
parcial en el proceso de desarrollo de ella, no podemos formar un juicio acertado.
Esto significa que no se puede hacer un catálogo de recetas que determinen la
solución. No se puede decir que tal fenómeno se cura de una manera y tal otro poniendo
este otro remedio, ni aún que esta anomalía excluya la posibilidad de una coacción y
esta otra sea compatible con ella. Hay que ver siempre el conjunto y el proceso de
evolución para poder determinar las posibles soluciones para el futuro. Para ilustrar la
importancia de estos criterios veamos algunos ejemplos.
3. La masturbación es un fenómeno propio del período de la pubertad y
adolescencia. Corresponde al momento en que se despierta la sexualidad pero todavía
no surge el interés por otra persona sino que se contenta con su propio cuerpo o con la
imagen del otro. Propiamente falta interés y el puente real hacia otra persona. Cuando
aparece el interés por el otro, y se crea una relación afectiva o personal, la inclinación
por la masturbación desaparece como algo superado. Por tanto el impulso a la
masturbación significa que la tendencia sexual se mueve todavía en un plano corporal o
imaginativo y que no hay un puente con el mundo externo de las personas.
En consecuencia, el impulso a la masturbación es un fenómeno normal en el
momento en que se despierta el instinto sexual, pero luego si no desaparece es un signo
de atraso en la evolución, o por lo menos una regresión momentánea a un estado más
primitivo.
El irresistible impulso a la masturbación en un consagrado en la castidad es un
signo de que su tendencia sexual no ha logrado, o no está logrando, esta plenitud de don
de sí mismo a otros y al Señor, sino que vive encerrado en sí mismo, tratando de
descargar su impulso sexual de una manera corporal sin que eso lo oriente ni a otra
persona ni a Dios. La costumbre de la masturbación indica un disloque en la evolución
de la personalidad y exige que el problema sea tratado a ese nivel.
4. Analicemos el trato demasiado familiar con las mujeres. En su evolución
sexual el hombre empieza su relación con el otro sexo a un nivel muy afectivo y
emocional. Esta relación muy emocional permite que la persona rompa su círculo de
egoísmo, salga de su mundo imaginario, y entre más fácilmente en una relación real con
otra persona. Esta relación emocional es algo positivo y constructivo: va allanando el
camino a las relaciones personales y preparando el camino al matrimonio, de la vida de
hogar, de los hijos y de la educación de éstos. Esta relación emotiva es por lo tanto
factor en la evolución de la persona que surge como una nueva dimensión, pero luego se
integra como un elemento subordinado a relaciones más reales y más evolucionadas. No
pierde su razón de ser pero se adapta a valores que lo superan.
El hombre que se consagra a Dios y a su reino vive esta experiencia emocional
como un elemento dominante normalmente antes de comprometerse definitivamente en
la consagración religiosa. En un estado ya consagrado, el punto de gravitación del modo
de relacionarse personal, ya se trasladó a relaciones personales activas y responsables de
apostolado y del don afectuoso de su sí a Dios. La afectividad se integra en relaciones
de mayor realismo, de más alcance. Ella no se niega pero se trasforma en afectos
humanos muy nobles. Esto no significa que el hombre consagrado no pueda sentir un
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 26
afecto sensual o sexual por una mujer, sino que cuando lo siente lo va orientando hacia
relaciones de otro tipo y los subordina realmente a relaciones más propias de su
vocación. En este sentido el trato con las mujeres puede ayudarlo, porque los
sentimientos que surgen en él lo cuestionan continuamente y lo obligan a ponerse en
otro plano. De esta manera contribuyen a una toma de conciencia, a una planificación de
su don de sí a los otros, a otro nivel, y al don de sí a Dios en un amor muy afectuoso y
pleno.
Cuando esta sublimación no se realiza y la relación con la mujer queda a un nivel
afectivo-emocional, el religioso no está bien ubicado. Tiene que vivir una frustración de
su vocación, porque los impulsos y sentimientos de origen sexual afectivo no llegan a su
destinación de amar más universalmente a sus hermanos y más plenamente a Dios. Sus
afectos se estancan a nivel de los novios, no pasa al plano real de los casados o
religiosos. Es como el eterno noviazgo; eterna juventud, ciertamente, pero también
eterna inmadurez. El hombre maduro en vez de ansiar indefinidamente afecto, ternura y
cariño, empieza a dar a otros, a contribuir al crecimiento de otros, a construir, a
comprometerse.
Por eso si un religioso trata con las mujeres como un adolescente, hay que
preguntarse por su grado de madurez afectiva. Este trato no es algo periférico en su vida
sino un signo manifestativo de su inmadurez personal y por tanto no es suficiente
abstenerse del trato con mujeres, sino ver qué se puede hacer para lograr una madurez
mayor.
5. Las personas que siente dificultad en comunicarse con el otro sexo pueden más
fácilmente desear entrar en la vida religiosa porque el matrimonio no los atrae. La
motivación en este caso realmente es dudosa, porque no es difícil que sea una huída del
mundo que no les presenta una realización normal de su persona. Además nadie ignora
la confusión interior que tal problema puede crear. Pero, ¿puede haber una vida
religiosa si no se supera previamente tal situación?
Dicen que no hacen bastantes esfuerzos para evitar sus fracasos o acontecimientos,
se acusan de haber sido flojos en la oración, estudiar escrupulosamente cómo tiene que
evitar fracasos en la castidad, sin embargo, todo eso no da ningún resultado.
Entonces piensan que la dificultad se debe a los hábitos creados por sus malas
acciones. La culpa reside en este caso en su voluntad pasada. Por su propia culpa han
debilitado su voluntad y por eso son incapaces de dominar los acontecimientos. En otras
ocasiones creen que tienen una debilidad de voluntad de una manera constitutiva. Se
sienten como si esa debilidad fuera congénita, como uno puede tener un brazo más débil
que el otro. Pero todo eso no les da ninguna esperanza de salida. Se preguntan cómo se
fortifica la voluntad. ¿Con autodisciplina? ¿Haciendo ejercicios de voluntad? Miles y
miles de veces deciden empezar a hacer oración en serio y se imponen ciertas
exigencias de orden, de trabajo, de horario. Al cabo de algunos días vuelve el desánimo,
la desesperación: no hay salida, son incapaces de cumplir sus propósitos19.
Ya es un paso adelante el darse cuenta de que su voluntad se muestra impotente
porque las motivaciones que la impulsan son inoperantes. Entonces hacen muchos
esfuerzos para reavivar su fervor. Se percatan de que hacer algo por el amor de Dios no
les dice nada. Motivar algo con un fin apostólico se vive como algo abstracto, y también
las pláticas los dejan fríos. Leer el Evangelio no los entusiasma. Tratan de pensar en
ideales muy elevados, pero todo parece abstracto, irreal. Nada sirve para mejorar su
situación. Aunque logren aumento de oración, o de lectura espiritual, ni después de
mucho tiempo de prolongada aplicación aparece algún resultado.
Se hacen conscientes que hay un profundo divorcio entre la realidad y su
conciencia. Concientemente quieren ser buenos religiosos, sacrificados, generosos,
quieren vivir la castidad en la consagración a Dios, pero la realidad en sus sentimientos,
y los hechos van por otro camino. Todo esfuerzo de despertar sentimientos exigidos por
su conciencia, y dominar los hechos es insuficiente y destinado al fracaso. No se ve la
salida porque su conciencia y su voluntad obedecen al llamado de Dios mientras que los
sentimientos y los acontecimientos no se adaptan a esta “realidad sobrenatural”.
La única solución es la gran pregunta, tan difícil de plantear y de admitir; si la
voluntad de Dios no obedece a la motivación “sobrenatural” ¿a qué motivación
obedece? ¿Si el puro amor de Dios no mueve, a qué resortes responde la voluntad? ¿No
podría ser que el llamado de Dios que se piensa tener, sea una imaginación y que Dios
quiera hablar por medio de los hechos? ¿Antes de hacer más esfuerzos para dominar la
realidad no sería necesario convertirse primero a la realidad? ¿Antes de hacer
obedecer a la realidad, no habría que obedecer a la realidad?
¿Pero se puede sacrificar una vocación divina -objetan- porque los hechos
presentan dificultades o se muestran imposibles? ¿No hay que creer y luchar aún contra
toda esperanza? ¿No es eso el signo más grande de fe y de fidelidad a Dios?
La divinidad que da una vocación imposible o inhumana es el Yo endiosado o
algún sentimiento de deber, pero no el Dios vivo.
Jesucristo, el Hijo de Dios, asumió los valores humanos y por la encarnación
muestra que quiere amor y no sacrificios en el sentido de destrucción. La verdadera
20 Hasta que interiormente, con todo el corazón, no se crea que lo más humano del hombre es lo
divino de Dios, seguiremos presos en este “valle de lágrimas”. Si Jesús tiene una especial predilección
por los hombres, ¿qué hace que nosotros despreciemos nuestra humanidad? Si el Hijo del Hombre
prefirió liberar al hombre desde su abajamiento total, ¿por qué tememos asumir nuestro propio
abajamiento? (Nota del editor).
21 No significa esto que se haya actuado conciente y voluntariamente en contra de las motivaciones
ocultas, lo que se pone de manifiesto con la experiencia que se hace efectiva es que salen a la luz motivos
que solo así (viviéndola) surgen. (Nota del editor).
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 29
22 Una oración que puede ayudar a fines de descubrirse uno mismo y hablarse con sinceridad busca
responder a preguntas tales como: ¿Quién digo que soy? ¿Y quién siento que soy verdaderamente? ¿Qué
es lo que los demás ven de mí? ¿qué de todo eso que ven es auténticamente mío? ¿De qué cosas me jacto
pero en efecto son más un deseo o una proyección que una realidad? ¿Cuáles son esas verdades que me
duelen interiormente? ¿Qué me dicen de mi verdadero ser? Dichas preguntas resultan efectivas si se
hacen en un clima orante ya que sino pueden convertirse en una búsqueda dañina. (Nota del editor).
23
El filósofo francés Paul Ricoeur explica en su obra Lo voluntario y lo involuntario que el polo no
elegido de nuestra libertad, es decir, lo que nos viene dado con la vida, sin bien no lo dominamos
completamente y nos determina, está destinado a ser fuerza para la libertad solamente humana. En la
medida en que las fuerzas vitales concedidas por el solo hecho de ser, se comprendan e integren como
energía para el actuar en nuestra vida, es que podremos asumir un camino de maduración dando pasos
concretos. (Nota del editor).
24
Por eso es necesario apostar por instancias comunicativas profundas sobre temas realmente
coyunturales. Sin apertura no hay crecimiento. Se trata de un proceso que no puede darse de un día para el
otro. Hay que darle tiempo y paciencia, dejar que poco a poco se genere un ambiente comunicativo y
fraterno de escucha sincera. Sólo así podremos asumir que la vida es un regalo que se nos hace a cada uno
y que en la medida en que lo compartimos se hace fecundo. (Nota del editor).
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 30
A medida que uno asume la realidad, se convierte a ella, en esta misma medida su
conciencia y su libertad va adaptándose a esta realidad y así sus decisiones serán
proporcionadas a la realidad. No habrá choques, desconciertos, desesperación, sino
cierta sensación de bienestar, de que las cosas andan bien. Habrá intercomunicación con
el medio ambiente material, humano y con Dios, porque los planes y decisiones y las
acciones son adaptados, proporcionados, y por consiguiente eficaces. A medida que esta
conversión a la realidad no se hace, los planes y las decisiones serán inadaptadas,
chocarán con la realidad y consiguientemente tendrán menos eficacia, producirán menos
bienestar y más insatisfacción.
Ahora bien, donde durante un tiempo relativamente prolongado existen problemas
de castidad que parecen no tener solución, tiene que haber un choque con la realidad
con el consiguiente desconcierto, insatisfacción y angustia. A medida que este problema
de comunicación no se soluciona con los medios normales de la vida religiosa se podría
preguntar si no es conveniente buscar medios más técnicos de un estudio de
personalidad o de terapia25.
De este modo podríamos concluir diciendo que la ayuda técnica, estudio de
personalidad o terapia psicológica, es indicado cada vez que haya un conflicto
prolongado y relativamente grave con la realidad que muestra un estancamiento. Los
problemas prolongados de castidad son normalmente de este tipo e inciden siempre en
la personalidad, es su expansión, en su maduración y en su felicidad.
2. La crisis de fe
25
Este tipo de ayuda suele ser de gran fruto y permite un seguimiento más focalizado en la propuesta
general de una formación. En tal caso ayuda también lograr examinar de modo prioritario esta área con la
ayuda de alguien capacitado. (Nota del editor).
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 31
los que viven una fe intensa tienen que orientarse naturalmente a la consagración
religiosa. En su manera de hablar y en sus actitudes puede hacer mucho daño con eso y
puede desorientar o presionar a otros que no tengan la misma vocación.
En los momentos de crisis conviene separar los dos campos, porque las dos
situaciones corresponden a dos opciones distintas y su confusión puede causar gran
desorientación y muchas angustias.
La fe del hombre moderno crece a menudo por la crisis. El religioso en contacto
con este mundo pluralista puede encontrarse en un momento donde se deberá
preguntar si su fe tiene razón de ser en este mundo. Un cuestionamiento de este alcance
es al mismo tiempo cuestionar a fondo la vida consagrada. Si una crisis de fe pudiera no
cuestionarla, sería signo de que el motivo de esta vida consagrada no es la fe, sino otras
motivaciones independientes de ellas, y perdería su valor de consagración a Dios. Por
eso si se produce una crisis de fe necesariamente afecta la consagración porque
cuestiona sus raíces.
En el caso contrario no pasa lo mismo. Sin embargo la separación de los motivos
es más importante. En una crisis de castidad, cuando se cuestiona el sentido de la vida
consagrada, no necesariamente tiene que haber una crisis de fe. Sin embargo, el modo
de hablar entre los religiosos y la literatura que leen, a menudo dejan como un
presupuesto tácito que la fe intensa necesariamente lleva a la vida consagrada en la
castidad y porque produce una idea vaga de que al abandono de la vida religiosa es una
infidelidad a Dios, que por su peso o por su castigo divino conduce al abandono total de
la fe. Otros piensan que como tienen muy poca fe es preciso que permanezcan en la
congregación, donde abundan más los medios de reavivar la fe26.
De este modo se produce tal vínculo entre la fe y la vida consagrada que se vive la
obligación de ésta con la necesidad de la fe misma. Se siente tanta obligación de
quedarse o de entrar, cuanta se siente para creer realmente en Dios. Si alguien tiene
bastantes motivos para creer, pero no los suficientes para consagrarse en la castidad,
este vínculo de unión entre fe y castidad puede producir conflictos serios.
En la práctica si se presenta una crisis que abraca los dos planos, hay que
esclarecer la diferencia y abordar primero la crisis de fe con el planteo plenamente
abierto de la castidad, mostrando que después de solucionar la crisis de fe, la crisis de
castidad se replanteará como consecuencia y aparte. Es preciso esclarecer la
independencia entre las dos opciones. Reasumida la fe, reasume el discernimiento en el
plano de la castidad y se la soluciona con plena libertad.
a Dios y sin poner en peligro su vida eterna. Este temor a la condenación eterna causa
angustias incalculables.
La idea que subyace en este temor es la fidelidad de Dios. Dios, dicen, no se
arrepiente de su llamado. Ahora bien, si ha llamado a alguien es para siempre. La
profesión se interpreta como el signo indiscutible de que Dios ha llamado y, por tanto
abandonar este modo de vivir es una infidelidad a Dios. En el fondo, los que inventaron
y propagaron estas ideas eran llevados de un gran deseo de retener a todo el mundo en
la vida religiosa, y quizá transfirieron su propia vocación a otros, sea por un deseo
inocente de perfección, sea por la necesidad sentida de atender las obras ya emprendidas
por los religiosos.
Dios puede hablar por la imposibilidad de una situación. Nunca quiere destruir al
hombre sino hacerlo feliz. Dios pide la muerte que lleva a la vida, pero no quiere el
fracaso total del hombre ni su aniquilamiento o su alienación. El llamado de Dios
siempre lleva hacia una mayor humanización, y una mayor plenitud. El Señor puede
pedir sacrificios pero en este caso la esperanza confiada y alegre, los acompañan.
La confusión, la desorientación y la angustia son generalmente signos que indican
ausencia de vocación divina aún después de la profesión solemne.
Dios habla además por la libertad humana. Inspira deseos y atrae al hombre para
que pueda elegir libremente lo que ha percibido como mejor. El asumir su vida en una
decisión responsable es más importante que esta u otra alternativa que se elige. El Señor
ante todo quiere que nos hagamos plenamente maduros asumiendo la determinación de
nuestra vida. Si esta elección se hace con sinceridad y buena voluntad, entonces en su
resultado se manifiesta la voluntad de Dios. La voluntad de Dios nunca puede conducir
a una alienación. Dios no es un déspota y por eso, mientras el hombre no se sienta libre
de amenazas pseudo-religiosas, se mueve más en un plano de proyecciones psicológicas
que en una dimensión verdaderamente religiosa.
¿Pero cómo interpretar el caso de los que se sintieron realmente llamados y
después de muchas infidelidades se encuentran en un estado de imposibilidad de seguir
su vocación? Los que llegan a una situación crítica de imposibilidad, normalmente han
hecho más esfuerzos de fidelidad que los religiosos que se sienten bien ubicados. La
pregunta por la fidelidad se puede eliminar. De hecho ni podemos formar juicio acerca
de la fidelidad de alguien, ni es necesario. No se puede probar que si la vocación
religiosa se ha perdido por infidelidad sea recuperable. Por eso la pregunta por la
fidelidad se puede descartar. El criterio de discernimiento es la solución para el futuro.
La respuesta se elabora por un discernimiento y por una decisión libre. Esto no quiere
decir que una profesión religiosa hecha no signifique nada, pero no es el único elemento
en un discernimiento. Si fuera el único motivo para seguir en la consagración sería
netamente insuficiente.
La vocación del hombre es un misterio. El hombre sólo se da cuenta de ella en una
búsqueda y en un don continuamente, y sólo se la conserva en la plena apertura a la
Palabra de Dios que lo guía paso por paso. No importa si el camino va por un éxito
vistoso o por fracasos ante los ojos de los hombres.
La Iglesia que quiere integrarse en el mundo no tiene que juzgar a los que se
“reintegran” en él como fracasados, sino como hermanos que tienen su propia
vocación. Los compañeros de ellos tendrían que mirarlos como amigos que han luchado
junto a ellos y han creado lazos de amistad y de fraternidad. Hasta los que han perdido
la fe son seres humanos que buscan y que merecen toda amistad.
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 33
La vida en la castidad supone una verdadera vocación real, pero muchos parecen
tener una vocación al apostolado y como no pueden realizarla de otra manera arrastran
durante toda su vida la castidad aceptada indirectamente, como consecuencia y como
condición. Pero en el fondo de su alma ni la han aceptado ni la viven con alegría y
plenitud. Necesitan retirarse del mundo para no ponerse en peligro, o una disciplina
muy rígida para que no aparezca el problema, o recompensarse de alguna manera en con
fruto prohibido.
Como la madurez humana es imprescindible para vivir con plenitud y alegría una
vida de castidad, no sólo la salida de la vida religiosa tiene que ser facilitada a los que
no sienten profundamente el deseo de quedarse en ella y a los que no llegan a vivirla de
una manera fecunda, sino la entrada a las congregaciones y el compromiso definitivo
exige un discernimiento muy serio27. Permitir la entrada en un instituto o congregación
a los que efectivamente no han logrado una madurez capaz de vivir con alegría y
fidelidad la castidad, es llevar a la alienación al candidato y crear serios problemas en
las comunidades que quieren integrarse en una amistad espiritual. No todo deseo de
castidad es respuesta al llamado divino. Dios habla por los hechos y cuando llama a
alguien su llamado es una creación que capacidad a responder efectivamente. Donde no
exista esta capacidad no hay llamado.
27
Ante la crisis del número de vocaciones muchas instituciones dejan penosamente de lado a la
persona y busca aumentar la cantidad de sus miembros no sólo perdiendo humanidad sino dañando a las
personas. Sólo con un discernimiento serio se podrá ayudar a la persona a que descubra su verdad frente a
Dios. (Nota del editor).
“La castidad religiosa en el mundo de hoy” 34
Conclusión