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Religión Filosofía Grecia Antigua
Religión Filosofía Grecia Antigua
Los solistas
Los maestros de la virtud, tal como fueron llamados los sofistas, pensaron
que la sofística perseguía en esencia la formación del hombre, por cierto no
la del pueblo, sino la de una élite política. Pretendieron educar para "lo mejor".
Entre los sofistas, el que adquiere particular relieve para la filosofía de la
religión, es Protágoras, ya que nos presenta el primer esbozo de una crítica.
En este sentido, hemos de destacar su libro: "Sobre los dioses", que comienza
por una frase harto significativa: "Respecto de los dioses, no puedo saber si
existen o no; muchos son los obstáculos en el camino, la oscuridad del problema
y la brevedad de la vida". Tales palabras tuvieron graves consecuencias. Protá-
goras fue sometido a juicio, y cuando intentó huir de sus verdugos, pereció
ahogado en el mar.
Por más que la influencia de los sofistas favoreciera el proceso de desinte-
gración, ya que lograron destruir la santidad de la tradición en el espíritu de
sus discípulos y no supieron colocar nada adecuado en su reemplazo, para Bur-
kert, esto no es tan importante como lo que en realidad hicieron: aplicar la alter-
nativa eleática del "ser o no-ser" a la teología. Evidentemente no se decidieron
ni por lo uno ni por lo otro, pues la realidad de los dioses no era algo evidente
para ellos, sino más bien algo "impreciso" —"ádelon"—, y por eso mismo no
podía ser objeto de ,conocimiento.
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Otro escrito protagérico, éste de carácter epistemológico, defiende el rela-
tivismo de la "verdad": "Tal como una cosa aparece para mí, es para mí; tal
corno ella aparece para ti, así es para ti" (frag. 1). La misma postura relativista.
queda impresa en su pensamiento más famoso: "El hombre es la medida de to-
das las cosas; de lo que son, y de lo que no son, en tanto que no lo son". Sin
duda, lo que así se da al conocimiento humano, nunca puede ser Dios, ya que
éste no podemos separarlo de lo más fuerte, de lo absoluto. Y, por cierto, si a
él lo concebimos al modo de todos los demás objetos, nuestro conocimiento de
él adolecerá de imprecisión, y debido a esta misma imprecisión se tornará
impenetrable.
Los presocráticos
También los filósofos primeros, los físicos, anteriores a Sócrates, aportan
pensamientos de peso sobre el fenómeno religioso. En el campo de la filosofía,
lo religioso es visto por ellos, sea como un residuo de la crítica de la religión
oficial, sea, positivamente, como una aproximación a lo que el hombre es capaz
de entender de lo divino.
2 Cfr. W. JAEGER, La teología de los primeros filósofos griegos, FCE, México, 1953,
cap. III.
3 Ibídem.
4 Ibídem.
5 Ibídem.
286 CARMEST BALZE.R
haber mirado al cielo, y por eso habrá llamado dios al todo; en realidad, no
hizo más que sintetizar lo que ya habían enseñado Anaximandro y Anaxímenes:
el principio divino, que abarca y guía todo, del que todo proviene, también los
dioses y lo divino, de hecho es lo uno, lo supremo. La continuidad con respecto
a los filósofos anteriores en cuanto al concepto de dios, reside en la idea de la
"captación intelectual", del "noús"; y en el interrogante acerca de lo divino
como guía del todo, al que se responde con la idea de que lo "apenas pensado
ya es realizado", cosa que exaltada al plano divino, lleva a la identidad divina
del pensar y del hacer.
El dios de Jenófanes sufrirá posteriormente nuevas reelaboraciones por otros
filósofos presocráticos, aunque éstos seguirán concibiéndolo como "un ser que
oye y ve por el espíritu".
Una vez iniciado el giro antropológico en la filosofía griega, y cuando apa-
rece en escena la señera figura de Sócrates, debemos hacer algunas rectificacio-
nes respecto a su religión. Empezaremos por desbaratar la creencia muy divul-
gada, tanto en el siglo V a.C., en Atenas, como en el nuestro, de la incompa-
tibilidad entre la "religión filosófica" —expresión original de Burkert— de Sócra-
tes y la religión oficial. Sabemos, en este sentido, que los jueces atenienses
acusaron al filósofo, creador de la mayéutica, de haber renegado de los dioses
de la ciudad, sustituyéndolos por seres demoníacos. He aquí un error, a lo sumo
tales seres demoníacos podrían relacionarse con el "daimon" socrático, esa voz
que le advertía antes de iniciar una acción, cuando debía desistir de ella. Por
otra parte, tanto Jenofonte como Platón atestiguan de la piedad del filósofo,
declarándolo un "hombre piadoso". Estos testimonios quedan confirmados por
los hechos: Sócrates sacrificaba a los dioses, tal cosa adquiere particular signi-
ficancia en el célebre pasaje del Fedón, donde leemos: "Critón no olvides que
debemos un gallo a Esculapio"; saludaba al sol naciente con una plegaria, dejó
consultar al oráculo de Delfos sobre su persona, y, una vez que el oráculo se
pronunció, no vacila en aceptar las palabras apolíneas que lo proclamaban el
"más sabio de los hombres".
Novedoso es su singular individualismo religioso que se expresa, como ya
lo hemos visto, en la vivencia casi patológica de una extraña "voz" interior, no
identificable directamente con lo divino, y tal vez más próxima a lo que luego
'será la conciencia cristiana.
Asimismo es admirable su actitud modesta y humilde que, en el juicio con-
denatorio, le lleva a aceptar mansamente la injuriosa acusación de "ateo", aun-
que interiormente se sentía embargado de un hondo sentimiento religioso.
La religión cósmica y la metafísica.
Hemos comprobado que las expresiones y pensamientos religiosos que bro-
tan en el mismo campo de la filosofía griega, prueban que el desmoronamiento
de la concepción poética —Hornero, Hesíodo, Píndaro, etc.— y mítica de la reli-
gión no produjo su extinción, sino que perduró, alentando inclusive nuevas
reflexiones sobre lo divino.
Ciertas máximas y principios acerca de la naturaleza divina ya los encon-
tramos en la época presocrática. Por lo pronto, se había afirmado su incompá-
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tibilidad con toda forma humana, su incorruptibilidad así como también su no-
engendramiento, pero asimismo su autosuficiencia y plenitud, cualidades básicas.
sobre las que se asentaba su poderío y beatitud, su espiritualidad omnisciente
y omnilegisladora.
No obstante, todos los atributos ya nombrados prolongaban, en el fondo,
las antiguas apelaciones de los dioses, que los designaban como "siempre vi-
vientes", " más fuertes" y "beatíficos"; a esto, lo único que se añadía, era el
elemento espiritual, por el que se sustituye el ingenuo antropomorfismo de las
concepciones mitológicas. Una crítica de los dioses que impone una idea más
pura de Dios, aparece ejemplarmente en el Heracles de Eurípides. En dicha.
tragedia, ya no se acepta que Hera se vengue de Heracles, haciéndole asesinar
en su locura a su mujer e hijos, pues: "¿Quién rezaría a una tal divinidad? Mi
opinión es que los dioses ni buscan relaciones amorosas prohibidas, ni se enca-
denan recíprocamente; en esto nunca creí ni tampoco creeré, e igualmente me
negaré a aceptar que uno de ellos sea el dios soberano. Pues, si dios es real-
mente dios, no necesita de nada. Todo lo demás son míseras palabras de los
cantores.
Entre los presocráticos, Einpédocles es quien propone el concepto de reli-
gión cósmica. Este filósofo posee algo de profético; más aún, se presenta efecti-
vamente como el profeta de la piedad "pura" y "buena". En su visión cosmo-
lógica relaciona inevitablemente las leyes humanas y la ley universal con el
orden cósmico y divino. Incluso las leyes de la "eusébeia" —la piedad— están
arraigadas en el cielo.
La perspectiva cosmológica de Anaxágoras aporta la idea de espíritu, de
"noús", que lo mueve y rige todo, pero no hay referencia a dios o a lo divino.
Por ende, puede comprobarse que los conceptos de principio, de espíritu y
de cosmos son conjugables y aplicables tanto a lo cosmológico como a lo anímico.
El gran progreso con respecto al pensamiento mítico y arcaico, reside en la
tesis de que el orden del mundo es probatorio de una razón conductora supre-
ma, es decir, de una providencia o "pronoia".
En su conjunto, los filósofos presocráticos encarnan, pues, una reacción
"iluminista" ante la religión mitológica. A través de su pensamiento se irá for
jando una verdadera teología, centrada en el poder divino, la perfección y la
espiritualidad.
Filosofía platónica y teología
Sin duda que será sólo con Platón que la antigua religión mitológica adqui-
rirá una nueva forma.
Desde Homero, la religión griega siempre había aceptado el mundo real,
expuesto en su naturaleza corpórea a la corrupción y a la destrucción; en cambio,
con Platón, esta misma realidad, frágil y perecedera, queda desrealizada a favor
de otro mundo superior, incorpóreo, inmutable y valioso por antonomasia. Por
otra parte, el yo es asimilado al alma inmortal, pero ésta, aún siendo extraña
al cuerpo, sigue prisionera de él.
:188 CARMEN ÉALZER
del bien. I.,a idea del bien, objeto de una ciencia suprema, gracias a la cual
todas las demás ideas adquieren inteligibilidad y es posible el conocimiento,
debe ser distinguida de las otras ideas e incluso del conocimiento mismo. No
obstante su semejanza con el sol, la metáfora platónica del bien, por ser ella
causa de la inteligibilidad de las ideas, esta idea suprema no es idéntica a las
otras ideas. Tampoco es Dios, y, sin embargo, es de gran importancia teo-
lóg'ca. pues no podemos negar su carácter de idea, de ente objetivo, im-
personal e inteligible, estrechamente vinculado a "lo divino". Efectivamente, la
idea del bien es divina, la más divina de todas las ideas. Por lo pronto
posee todos los atributos que podrían hacerla semejante a Dios : es superior
al conocimiento, a la verdad, y por eso también es incognoscible para nosotros;
está "más allá del ser", por lo que tampoco es definible. Empero la idea
del bien sigue siendo un ente impersonal, incomprensible, inefable, objeto de
contemplación casi mística, por eso mismo es que Platón tal vez nunca la
haya llamado Dios.
El nombre de Dios, en la misma República, sólo es aplicado al artífice
de los sentidos y del alma. Sciacca lo pone de relieve: 6 Dios únicamente es el
demiurgo, que en el plano inmediatamente superior está limitado por las
ideas que lo dominan, y en máximo grado, lo es por la idea del bien, que
representa la cúspide del mundo ideal. Existe entonces un doble sentido de
lo religioso en Platón. Podríamos trazar una neta línea divisoria entre las ideas,
como fundamento de la vida estética, moral y religiosa, y el dios-artífice, autor
del cosmos: el demiurgo. Desde la vertiente del divino artífice se abre sin
duda la posibilidad de una cosmología teológica, que marca de modo sin-
gular la filosofía griega.
Por cierto que sólo se puede ascender a las alturas teológicas gracias
a una progresiva purificación, y mediante el pensamiento dialéctico. Este as-
censo queda fijado admirablemente en el diálogo del Banquete. Aquí el
motor que da el empuje hacia arriba, hacia el mundo inteligible —lo divino—
es evidentemente el "eros", quien, en discrepancia con lo que admiten la
mayoría de los comensales, no es un dios, sino un ser intermediario entre
Dios y los hombres. La descripción del ascenso hacia las ideas, hacia "lo
divino", lograda con pinceladas maestras, ofrece la imagen de un camino o
escala, transitado por el alma, cuya pasión amorosa ( eros) la arrebata fuera
de sí, dejándola presa de la manía o locura. Aquí la meta erótica no es el
bien sino "lo bello", es decir, la idea de lo bello en sí y por sí. Pero, de
acuerdo con todo lo que nos dice Sciacca, tampoco esta idea puede ser una
inteligencia —no posee ser personal— y por eso no puede ser identificada
con un ser divino "personal", sino que queda reducida a un inteligible im-
personal, objeto de la inteligencia. Volvemos a insistir: tampoco la idea de
lo bello es Dios; a lo sumo es "lo divino".
En suma, si en el Banquete lo divino está vinculado a lo bello, en la
República lo es a la idea de bien, y en el Sofista a la de ser.
6 Cfr. Platone, trad. al esp.: Platón, Ed. Troquel, Bs. As., 1959, p. 337.
' RELIGIÓN Y FILOSOFfA EN GRECIA ANTIGUA 291
7 Cfr., Griechische Religion der archaischen und klassischen Epoche, ut supra, p. 486.
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Reflexión final
CARMEN BALZER