Está en la página 1de 2

sea una acumulación de angustias, me es preciosa”.

Y
agrega, para explicar su conducta: “Yo era amable y
[...] El resultado, como su creador confiesa, bondadoso; la miseria me convirtió en demonio. Hazme feliz,
no es lo esperado: el conjunto de trozos y otra vez seré virtuoso”.
humanos, una vez alentado de vida, no
retiene la perfección de cada una de las Le propone al doctor Frankenstein un trato: que este le
partes. “Su piel amarilla apenas cubría el fabrique una compañera a su medida y los dos
armazón de músculos y arterias subyacentes; desaparecerán para siempre en las selvas de América del Sur.
su pelo era lacio, de un negro brillante; su [...] el doctor rehúsa la propuesta y, tras una larga y dolorosa
dentadura poseía la blancura de las perlas; pero estas persecución a través del norte de Europa, el monstruo acaba
exuberantes cualidades solo exacerbaban el horrible perdiéndose más allá del Polo Norte, en las heladas planicies
contraste con los acuosos ojos, cuyo desteñido color era casi del Canadá septentrional. Sin que Shelley lo mencione, este
idéntico al de los blancos huecos en los que habían sido último destino conviene perfectamente al monstruo ya que
injertados, y con la tez marchita y los rectos labios negros”. el Canadá es, en la geografía imaginaria del mundo, una
página en blanco en la cual pueden inscribirse los sueños y
El monstruo creado por el doctor Víctor Frankenstein es pesadillas de la humanidad. [...] Hecho de tantos hombres, el
(nadie lo niega, ni siquiera su propio padre) de una monstruo del doctor Frankenstein es, en parte al menos,
intolerable fealdad. Verlo aterra, y ante el terror que nuestro espejo, reflejo de aquello que no queremos o no nos
provoca, el monstruo ataca o se defiende. Solo puede atrevemos a recordar. Quizá por eso da miedo.
convivir con los seres humanos a condición de no ser visto.
Puede aprender cómo viven los hombres porque el anciano Manguel, A. (3 de febrero de 2007). El monstruo de Frankenstein. El País.
http://elpais.com/diario/2007/02/03/ cultura/1170457210_850215.html
que lo acoge es ciego; puede aprender lecciones de historia
universal en Las ruinas de Palmira de Volney porque el joven
suizo que lee en voz alta el grandilocuente volumen no sabe
que el monstruo está allí, oculto junto a su ventana. Cuando
los otros lo descubren, lo persiguen para matarlo, sin
preocuparse por saber si es bueno o malvado. El monstruo
es la víctima modelo: inocente y calumniado, azuzado hasta
obligarlo a la violencia. Como toda víctima, quiere saber por
qué es odiado. Sin embargo, a pesar de su sufrimiento, no
quiere morir. “La vida”, le dice a su creador, “aunque solo
ahora que lo había conseguido, la hermosura del sueño se
desvanecía y la repugnancia y el horror me embargaban.
Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de Incapaz de soportar la visión del ser que había creado, salí
mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, precipitadamente de la estancia. Ya en mi dormitorio, paseé
coloqué a mi alrededor los instrumentos que me iban a por la habitación sin lograr conciliar el sueño. Finalmente, el
permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que cansancio se impuso a mi agitación y, vestido, me eché
yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia sobre la cama en un intento de encontrar algunos momentos
golpeaba las ventanas sombríamente y la vela casi se había de olvido. Mas fue en vano; no pude dormir, pero tuve
consumido cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo horribles pesadillas. Veía a Elizabeth, rebosante de salud,
Mary Shelley la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró paseando por las calles de Ingolstadt. Con sorpresa y alegría
(1797-1851) profundamente y un movimiento convulsivo sacudió su la abrazaba, pero en cuanto mis labios rozaron los suyos,
cuerpo. empalidecieron con el tinte de la muerte [...]. Me desperté
horrorizado; un sudor frío me bañaba la frente, me
¿Cómo expresar mi sensación ante esta catástrofe o
castañeteaban los dientes y movimientos convulsivos me
describir el engendro que con tanto esfuerzo e infinito
sacudían los miembros. A la pálida y amarillenta luz de la
trabajo había creado? Sus miembros estaban bien
luna que se filtraba por entre las contraventanas, vi al
proporcionados y había seleccionado sus rasgos por
engendro, al monstruo miserable que había creado. Tenía
hermosos. ¡Hermosos, santo cielo! Su piel amarillenta
levantada la cortina de la cama, y sus ojos, si así podían
apenas ocultaba el entramado de músculos y arterias; tenía
llamarse, me miraban fijamente. Entreabrió la mandíbula y
el pelo negro, largo y lustroso, los dientes blanquísimos; pero
murmuró unos sonidos ininteligibles, a la vez que una mueca
todo ello no hacía más que resaltar el horrible contraste con
arrugaba sus mejillas. Puede que hablara, pero no lo oí.
sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las
Tendía hacia mí una mano, como si intentara detenerme,
pálidas órbitas en las que se hundían, el rostro arrugado y
pero esquivándola me precipité escaleras abajo.
los finos y negruzcos labios.
Shelley, M. (2008). Frankenstein. Buenos Aires: Alfaguara
Las alteraciones de la vida no son ni mucho menos tantas
como las de los sentimientos humanos. Durante casi dos
años había trabajado infatigablemente con el único
propósito de infundir vida en un cuerpo inerte. Para ello me
Salina, C., Francia, K., Melo, H., Rodriguez, J., Hidalgo, O., Belmonte, J., de
había privado de descanso y de salud. Lo había deseado con
la Noceda, N., Virhuez, L., Riqueros, J., Bustamante, A., Soria, D.
un fervor que sobrepasaba con mucho la moderación; pero
(2016). Día a Día en el aula de Comunicación 3. Lima: Santillana

También podría gustarte