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Elección racional y racionalidad limitada

J. Francisco Álvarez. UNED. Madrid


(La versión definitiva de este trabajo ha aparecido públicada en García-Bermejo, J. Carlos
(ed), 2009, Sobre la Economía y sus métodos, volumen 30 de la Enciclopedia Iberoamericana
de Filosofía, págs. 117-197, Madrid, Editorial Trotta y CSIC)

La explicación y la predicción de la conducta humana es uno de los objetivos principales de las

ciencias sociales. Con frecuencia ese objetivo se intenta conseguir tratando de encontrar las razones

que motivan las conductas individuales o ciertos patrones de acción colectiva. Se trata de una

aspiración compartida de manera muy general por los supuestos implícitos en las formas habituales

de explicación que utilizamos en la vida ordinaria. Cierta generalización de la psicología cotidiana del

sentido común, que entiende la acción como causada por la operación conjunta de creencias y

deseos, se utiliza implícitamente en todas las ciencias sociales.

En términos muy generales la teoría de la elección racional puede entenderse como la

formalización microeconómica explícita de esa teoría psicológica popular sobre las causas de la

acción humana. Incluso hay quienes consideran que este rasgo es lo que distingue a la economía de

otras ciencias sociales (Rosenberg 1998, p. 195) (Scarano 2001, p. 52). La elección racional es la

forma de explicación de la conducta humana utilizada principalmente por los economistas y, en

particular, por la corriente principal de la ciencia económica. Así que por elección racional nos

referiremos principalmente a aquel enfoque peculiar para intentar explicar la conducta que

fundamentalmente han aplicado los economistas.

Entre los más claros ensayos sobre la naturaleza del tratamiento económico de la elección

racional, también entre los más provocadores al proponer que la elección racional es un

componente básico del núcleo metodológico de la ciencia económica, se encuentran los trabajos de

Gary Becker. En su opinión el enfoque económico incluye, de manera explícita y en forma más

amplia que cualquier otra perspectiva, la conducta maximizadora, sea lo que sea lo que se pretenda

maximizar, y esta es precisamente la parte nuclear de la elección racional que junto al equilibrio de

mercado y a preferencias estables constituyen la triada metodológica básica de la corriente

principal. Se trata de un enfoque que no olvida que la información disponible para los agentes no es

completa ni tampoco niega que las transacciones tienen costes, pero insiste en que:

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“Toda la conducta humana puede observarse como un conjunto de participantes que

maximizan su utilidad a partir de un conjunto estable de preferencias y acumulando una cantidad

óptima de información y otros insumos en una variedad de mercados” (Becker 1976, p. 14).

Buena parte de los éxitos (y de las limitaciones) de la extensión de los métodos de la ciencia

económica a campos otrora privativos de diversas ciencias sociales, lo que se ha llamado a veces

“imperialismo económico”, puede adscribirse con toda legitimidad a la potencia heurística del modelo

de elección racional, con toda su sencillez inicial, su mínimo contenido empírico y su potente

presentación formal. Resultaría sumamente interesante estudiar las condiciones históricas de

posibilidad de esa perspectiva, muy relacionada con el desarrollo del utilitarismo, de la economía

política, y de ciertas tendencias ilustradas con su énfasis en el individuo y la tradición democrática.

Los temas centrales de la elección racional están plenamente incorporados en los componentes

políticos, éticos y epistémicos de las principales tradiciones de la filosofía occidental (Smelser 1992).

Hace casi setenta años que Paul Samuelson presentaba su destacadísima contribución a la

teoría de la preferencia revelada (Samuelson 1938a, 1938b), en ella y en clara sintonía con las

corrientes conductistas del momento proponía asumir que los individuos nos revelan su patrón de

preferencias a través de su conducta en el mercado, si es que existe un patrón consistente.

Samuelson avanzaba una condición de consistencia, que se conoce como Axioma Débil de las

Preferencias Reveladas, según la cual si una persona revela una preferencia de x sobre y, no debería

expresar o manifestar preferencia de y sobre x. Amartya Sen en un artículo revisión del de

Samuelson recordaba cómo, a partir de este aparantemente inocuo axioma, Samuelson obtenía

analíticamente y con gran parsimonia los resultados estándar de la teoría de la conducta del

consumidor, además de abrir el camino a estudios empíricos sobre las preferencias basadas en la

conductas observadas en el mercado (Sen 1973). Si bien Samuelson intentaba suprimir la referencia

al concepto de utilidad, en el que se apoyaba la teoría tradicional de la demanda, y parecía

conseguirlo mediante la noción de preferencia revelada, ocurre sin embargo que la discusión entre

conducta y preferencias no es tema zanjado sino que es hoy fuente e inspiración de desarrollos

notables en economía experimental.

En los últimos cincuenta años se han producido toda una serie de desarrollos que han

hecho decir a algunos que la teoría de la elección racional es uno de las grandes contribuciones del

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pensamiento en el siglo XX. Por ejemplo, James Coleman en 1989 al escribir para el primer número

de la revista Rationality and Society, publicación dedicada principalmente a la extensión de los

métodos de la elección racional al ámbito de las políticas públicas, la sociedad y la política,

recordaba que el paradigma de la acción racional, sobre el que descansa la teoría económica, ofrece

la expectativa de facilitar una mayor unidad teórica entre las disciplinas sociales (Coleman 1989). La

elección racional aparece como un modelo básico en el ámbito de la elección pública dentro de la

ciencia política, en el análisis económico del Derecho y en muchos de los estudios y experimentos en

ciencias cognitivas. Incluso Herbert A. Simon, quien es uno de los referentes principales a la hora de

hablar de limitaciones de la racionalidad y de racionalidad acotada (bounded rationality), ha dicho

expresamente que los potentes modelos formales de racionalidad que se han construido en el siglo

XX merecen considerarse auténticas joyas entre los logros intelectuales de nuestra época (Simon

1989, p. 11).

La misma capacidad expansiva y el éxito relativo del modelo ha producido también un fuerte

debate sobre la naturaleza, el valor, el significado, el campo de aplicación y las limitaciones de los

modelos de elección racional aplicados en las ciencias sociales. Las dos últimas décadas han sido

testigo de mucha discusión sobre el paradigma de la elección racional, incluso desde posiciones

relativamente afines se ha revisado el simplismo y el "afan imperialista" de esa metodología. Si bien

puede uno criticar los afanes generalizadores, sin embargo, conviene no olvidar que la teoría de la

elección racional y particularmente la rama correspondiente a la interacción intencional producida

entre agentes intencionales, es decir lo que se conoce con el nombre de teoría de juegos de

estrategia, ha permitido desarrollar ciertos análisis que están más cerca de lo que entendemos por

un formalismo lógico que por una teoría substantiva, motivo por el cual muchas de las críticas sobre

el uso de los modelos de elección racional y, en particular, de la teoría de juegos suelen errar el

objetivo porque se construyen como crítica ideológica de algo que es principalmente una

herramienta formal.

El modelo de acción que con frecuencia se denomina modelo de elección racional identifica

al individuo con un conjunto de objetivos y califica de racional aquella acción que mejor satisface

esos objetivos. Sin duda no es el único sentido en el que podemos hablar de acción racional

individual, de hecho hay otros enfoques que se preocupan más de la compleja relación entre la

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acción y los objetivos (Hargreaves Heap 1989). Al elegir una acción podemos pensar que se hace

atendiendo al logro de los fines perseguidos, pero también el agente puede preocuparse por decidir

sobre dichos fines, al menos interesarse por el análisis de esos objetivos además de preocuparse

por elegir los medios más eficientes para lograr algún conjunto dado de fines. La imagen de

individuo que aparece en estas otras versiones es más abierta que la ofrecida por la racionalidad

instrumental (medios-fines); las personas aparecen menos seguras de sus objetivos y menos

confiadas del entorno sobre el que operan, aparecerán como individuos menos autónomos pero mas

activos y más escrudiñadores que los individuos que aparentemente quedan completamente

descritos por un conjunto de objetivos bien definidos. Por supuesto que estás otras versiones han

resultado bastante más difíciles de tratar, desde el punto de vista matemático y formal, que la teoría

de la elección racional, y casi todas ellas tienen que ver de manera más o menos genérica con lo que

se ha llamado racionalidad limitada.

Entre quienes desde el ámbito filosófico han estudiado con mayor atención el ámbito y los

límites de la elección racional ocupa un lugar destacado Jon Elster quien, además de sus propios

trabajos, ha compilado una serie de libros que son referencia básica para un balance de la teoría de

la elección racional y de los que casi todos han sido traducidos al español (Elster 1979, 1983; Elster

1986, 2000, 2002).

El reconocimiento de las capacidades limitadas de los humanos para procesar

información fue uno de los motivos principales que llevó a Herbert Simon hace ya más de

cincuenta años a proponer una noción de racionalidad que pudiera aplicarse con alguna

pretensión de realismo a la conducta de los seres humanos. Simon era un claro defensor de la

teoría de la utilidad, pero a la vez insistía en que eramos esencialmente procesadores de

información. Al reconocer nuestra capacidad limitada para el procesamiento de información

resulta que la misma racionalidad instrumental, la que se preocupa por la relación entre medios y

fines, no puede ser sino limitada, acotada, bounded rationality.

Como en diversas ocasiones ha señalado H. Simon, buena parte de las concepciones de

la racionalidad por optimización tienen un marcado carácter unidimensional y son el fiel reflejo

de una forma de pensar que no disponía de herramientas adecuadas para estudiar los

fenómenos agregados, incluso el tipo de instrumentos matemáticos de los que se disponía no

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facilitaban abordar ese tipo de cuestiones. Ahora bien, con los mecanismos de simulación y

modelización computacional es posible analizar de otras maneras algunos fenómenos de

composición y emergencia de patrones de conducta. El giro principal es acabar con el supuesto

de que la decisión consiste en la optimización de algún criterio, y más bien apostar por la

satisfacción en cierto grado de un conjunto de criterios.

Disponemos de gran cantidad de datos experimentales, entre los cuales sin duda hay

que nombrar los trabajos casi pioneros de D. Kakneman y A. Tversky, quienes han desarrollado

un extenso y dilatado programa de investigación empírico en el que han mostrado que la

conducta humana se desvía de manera sistemática de la conducta ideal que se atribuía

precisamente a los maximizadores de la utilidad esperada, al hombre racional económico.

Como ha dicho Tversky, ¿por qué los economistas han ofrecido tanta resistencia y no se

han separado del modelo de elección racional, a pesar de tantos datos que lo contradicen? Una

de las posibles razones puede tener que ver con una concepción de la ciencia como

idealización, pero también en otros casos nos encontramos con la explícita adopción de una

teoría normativa. Aunque la geometría y las leyes mecánicas del juego del billar sean una cosa

y otra bien distinta sea el jugador de billar que, de todas maneras, elige un tipo de tiro que casi

somos capaces de predecir utilizando aquel conjunto de leyes, es importante darse cuenta de

que no tenemos que suponer en el jugador unas capacidades computacionales equivalentes a

las necesarias para aplicar las leyes de las ciencias básicas que describen la trayectoria.

Herbert Simon, ya en la primera edición de The Sciences of the Artificial, planteaba que

la teoría de juegos de von Neumann lejos de resolver el problema de una elección racional

entre agentes intencionales lo que hacia era mostrar la dificultad de prescribir una acción

racional óptima en una situación de múltiples personas con intereses opuestos (Simon 1999, 3ª

ed., 37).

Aunque para comportarse de manera no predictible parece necesario que los jugadores

sean capaces de incorporar un componente aleatorio en su conducta, esto puede lograrse

asignando probabilidades a los movimientos disponibles y eligiendo aleatoriamente de la

distribución resultante, o sopesando los movimientos disponibles e introduciendo algun tipo de

ruido aleatorio en el proceso de selección. En cualquier caso hay un supuesto de que las

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personas utilizan algún tipo de proceso interno aleatorio cuando juegan a ese juego. Ahora

bien los datos experimentales parecen indicar que los individuos son bastante malos a la hora

de comportarse aleatoriamente y por ello hay quienes han tratado de mostrar que la función de

generación de la aleatoriedad puede ser atribuida mejor a la interacción dinámica entre los

jugadores que a mecanismos separados o aislados internos a los jugadores, y esto tiene

consecuencias importantes a la hora de como vemos los juegos más sencillos (West and

Lebiere 2001).

Los actores realizan una acción o eligen entre diversos cursos de acción haciendo

comparaciones, estableciendo diferencias y coincidencias entre las diversas acciones y las

normas y valores que mantienen, y, «en general determinan si se satisface o no, y en que

grado, un determinado valor, norma u objetivo» (Burns and Gomolinska 2000; Burns,

Gomolinska, and Meeker 2001).

A partir de trabajos como los de Simon, se desarrollaron dos tendencias en el análisis

de la utilidad máxima. Una de ellas es la corriente experimental o empírica, que trata de

mostrar la inadecuación del modelo y la necesidad de reformularlo. La otra dirección, que

podríamos llamar racionalidad psicológica, intenta estudiar los procesos complejos de decisión

que adopta el individuo de acuerdo con su arquitectura cognitiva y emocional.

La primera de las orientaciones, la experimental, se ha desarrollado, a su vez, por dos

vías bien diferentes. Una primera que trata de perfeccionar los modelos incrementando su

complejidad interna incorporando las constricciones con las que tiene que enfrentarse, y otra

segunda línea, la teoría del individuo racional acotado, que supone una ruptura más radical.

Tanto la opción psicologista cuanto la primera de las líneas experimentales (racionalidad con

constricciones) terminan proponiendo individuos incluso más complejos, aunque incorporan

algunas características del entorno en el que se produce la acción. Uno de los caminos

seguido por estas vías ha conducido al desarrollo de la teoría de los juegos evolutivos.

Cuando Herbert Simon proponía la noción de racionalidad acotada planteaba una

conexión menos rígida entre la mente y el mundo. Para Simon esa conexión se podría

representar como un par de tijeras cuyas hojas serían, de una parte, el entorno del problema y,

de otra, las capacidades computacionales del agente decisor. En esa articulación podemos

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encontrar que, con capacidades computacionales limitadas, con tiempo y conocimiento limitado,

sin embargo, se pueden aplicar reglas rápidas y simples que aprovechando las propiedades del

entorno ayudan a resolver el problema. Desde luego se puede ver en esta orientación una clara

conexión con otras líneas de trabajo más recientes como la seguida por los proponentes de la

cognición distribuida, quienes consideran contextualmente la actividad cognitiva en el sentido de

que el contexto no es un conjunto fijo de condiciones circundantes sino un proceso dinámico más

amplio en el cual la actividad cognitiva es solamente una parte (Hutchins 1995).

El punto de partida de este tipo de reflexiones es la consideración elemental de que los

humanos habitualmente debemos tomar decisiones rápidamente a partir de una información escasa

o limitada. Las restricciones de tiempo, conocimiento y capacidades computacionales deben tenerse

en cuenta cuando modelamos la toma de decisiones en tiempo real. Para responder inmediatamente

el mecanismo debe ser rápido. Para la rapidez es importante utilizar poca información (frugal, escasa

y trabajar con ella). Si la opción rápida y frugal no funciona deberíamos reemplazar nuestros

procedimientos por otros más ajustados en el sentido evolutivo.

Gigerenzer y Todd (Gigerenzer, Todd, and ABC Research Group. 1999) plantean

precisamente que nuestra mente aparece como equipada con una caja de herramientas

adaptativas de heurísticas rápidas, frugales y ajustadas. Otros estudiosos (Kahneman, Slovic,

and Tversky 1982) han utilizado el término heurística para referirse a reglas generales de

procedimiento utilizadas por los humanos en los casos en que no consiguen alcanzar la solución

normativa. Gigerenzer insiste en que la precisión de la heurística muestra, sin embargo, que no

se encuentra demasiado alejada de los puntos de referencia normativos. La racionalidad

ecológica, defendida por Gigerenzer y Selten, heredera sin duda de la racionalidad acotada de

Simon, hace referencia a la manera en que se explota la estructura del entorno en cuyo seno

se realiza la acción.

“El objetivo del estudio de la racionalidad ecológica es la comprensión de los mecanismos de

decisión particulares que las personas y otros animales utilizan para hacer buenas decisiones

dadas las particulares estructuras de información del entorno. Dejando que el mundo haga parte

del trabajo, descansando en la presencia de patrones de información particularmente útiles, los

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mecanismos de decisión pueden ser más simples, por ello la atención puesta en las heurísticas

simples, rápidas y frugales” (Todd and Gigerenzer 2003).

Generalmente nuestras intuiciones básicas nos dicen que tener más información es una

ventaja para quien tiene que tomar una decisión (Rubinstein 1998), pero esto ocurre solamente

si nuestro sistema de creencias tiene alguna estructura especial. De hecho, como han

investigado Goldstein y Gigerenzer, añadir más conocimiento para la heurística del

reconocimiento, aumentando la proporcion de los objetos reconocidos en un entorno, puede

reducir la precisión de la decisión: “normalmente no consideramos que saber más reduzca la

eficacia de una decisión pero, cuando se utiliza una heurística sencilla que descansa sobre poco

conocimiento, ocurre exactamente que ese es el resultado experimental” (Gigerenzer and

Goldstein 1999). Como también afirma Todd: “Las estrategias simples que utilizan pocas pistas

pueden funcionar bien en entornos de decisión real, y las heurísticas rápidas y frugales que

explotan ese rasgo pueden satisfacer las auténticas cotas temporales, más que cognitivas, de

nuestra racionalidad ecológica” (Todd 2001). En uno de sus estudios típicos muestran cómo un

menor conocimiento de datos geográficos y demográficos precisos puede facilitarnos un buen

resultado sobre qué ciudad tiene mayor número de habitantes, precisamente aquella de la que

hemos oído hablar. Si las dos ciudades nos resultan suficientemente conocidas dudaremos

sobre cuál de ellas tiene mayor número de habitantes.

En torno a la distinción entre satisfacer criterios en un determinado grado o conseguir

el óptimo de un determinado proceso se sitúa el problema principal en el debate sobre la

adecuación o no de la elección racional y sus supuestos. Pero cada vez resulta teórica y

empíricamente más claro que: “Aunque algunos categorizan la práctica de una elección ‘no-

óptima’ como una especie de irracionalidad, los esfuerzos para desarrollar máquinas inteligentes

descansan, en cierto grado, en el supuesto de que la inteligencia va más allá de una ingenua

optimización -Slote, 1989-. La racionalidad no es equivalente a la optimización” (Goodrich,

Stirling, and Boer 2000, 83). En el intento de avanzar prácticamente en la simulación de los

procesos de decisión y los correspondientes mecanismos de evaluación encontramos que

“satisfacer se convierte en un buen medio para manejarse cuando una opción es

‘suficientemente buena’, en el sentido de que su utilidad excede un determinado nivel de

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aspiración. La determinación del nivel de aspiración se establece a partir de las expectativas

derivadas de la experiencia de posibles consecuencias, y se puede proponer un algoritmo de

búsqueda que sea compatible con recursos computacionales limitados y que termina cuando se

identifica una opción que sobrepasa el nivel de aspiración” (ibid. p.84). Precisamente la “tijera

de Simon” nos lleva a considerar las heurísticas como “atajos cognitivos”, que se derivan

empíricamente en los problemas de decisión, que tienen en cuenta tanto la precisión y

conformidad con un determinado estándar como una adecuada consideración de los costes

Hay muchas intentos que tratan de completar, poner añadidos o ampliar la noción

de racionalidad instrumental. Un tipo de crítica de la noción de racionalidad instrumental se

dirige a su pretensión de constituir o de cubrir el completo campo de la racionalidad. Desde

luego algo es instrumentalmente racional con respecto a objetivos, deseos, fines y

utilidades dadas cuando es causalmente efectivo para conseguirlos o satisfacerlos. Pero esa

noción no nos ofrece ninguna manera de evaluar la racionalidad de esos objetivos, de esos

fines, excepto por considerarles instrumentalmente eficaces para otros fines. R. Nozick

(1993) ha tratado de dar algunos pasos hacia una racionalidad substantiva de los deseos y

los objetivos. No tanto ofreciendo una teoría particular, es decir las condiciones particulares

que tendrían que darse para ello, sino más bien mostrando que hay un espacio para cierto

tipo de condiciones y ciertas lineas de movimiento para ir un poco más allá de Hume.

Obviamente la cuestión que aparece en todas las expansiones que se han propuesto es

que la noción de racionalidad instrumental es muy potente y muy natural. La mayoría de

las pretendidas propuestas de ampliar la idea de racionalidad, mantienen la racionalidad

instrumental como parte de ellas. Al decir de Nozick, con adecuada imagen, la racionalidad

instrumental está en la intersección de todas las teorías de la racionalidad (y quizá no es

sino eso). En cierto sentido, la racionalidad instrumental es como la racionalidad por

defecto, aquella que todos dan por garantizada. En este aspecto ocurre que esta teoría

parece no necesitar justificación porque viene a ser el punto de partida. Cualquier otra

teoría precisa justificar que el asunto del que trata es efectivamente racionalidad (Nozick

1993, 134).

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A partir de una determinada estructura de la teoría del ser humano racional, se nos

plantea el problema del estatus científico de la misma teoría de la racionalidad. De

inmediato reaparece la discusión filosófica entre el realismo o antirealismo de nuestras

teorías y conceptos, el carácter descriptivo o normativo de nuestra formulación teórica, y,

por tanto, el lugar y tipo de explicación utilizado. En el primero de esos asuntos la cuestión

es si tomamos o no la teoría del ser humano racional como un conjunto de enunciados

verdaderos o falsos que nos hablan de cómo son las cosas en el mundo, aunque puedan

no ser observables (Pettit 1978, 46; Hookway and Pettit 1978).

Desde esa complicada y discutida situación en el seno de las teorías científicas

sobre la sociedad, Raymond Boudon ha propuesto dos tipos de razones que pueden

explicar la enorme producción de ensayos sobre el tema de la racionalidad por parte de

sociólogos, filósofos y economistas. Una de tales razones tiene que ver con que tratar de

definir la racionalidad, y construir una teoría de la racionalidad, es el tópico más decisivo de

las ciencias sociales y humanas, puesto que es bastante obvio que todas las ciencias

sociales y psicológicas tienen como objetivo principal explicar la conducta, lo que con

mucha frecuencia significa encontrar las razones que están detrás de ella. Por otra parte,

los escritos sobre racionalidad también proliferan porque las dos principales corrientes que

hoy abordan el tema de la racionalidad resultan claramente insatisfactorias. Ninguna

parece poder generalizarse porque aparecen tipos de conducta fácilmente identificables

que no parecen explicables mediante ninguno de esos dos modelos,el homo sociologicus y

el homo oeconomicus (Boudon 1993).

La explicación de la conducta atendiendo básicamente a la presencia internalizada

de normas y valores constituye el núcleo tradicional del modelo sociólogico; para ofrecer

una explicación causal trata de localizar las causas y no las razones de la conducta. El

modelo sociológico busca causas y resulta más bien arracional. Se puede aceptar sin

mucho problema que resulta ser un ingrediente necesario en la explicación de ciertas

conductas, pero también parece fácil sostener que este modelo es siempre insuficiente

como explicación de la conducta.

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El segundo modelo, que solemos identificar principalmente con el utilizado en la

ciencia económica, considera la conducta como intencional y pretende que las acciones y

decisiones deben explicarse siempre por el deseo de maximizar (bajo ciertas

constricciones) la diferencia entre beneficios y costes. Sin embargo se pueden pensar otros

tipos de acción racional, por ejemplo, la llamada procedimental (el individuo actúa según el

papel social que juega o por vinculación a normas o reglas) y la expresiva (existencial o

autónoma). La racionalidad procedimental distancia la acción de los objetivos, al permitir

que las acciones sean guíadas por reglas de procedimiento. Por ejemplo para evitar los

costos de la recogida de información es muy frecuente el uso de reglas de procedimiento,

en lugar de proseguir buscando más información que supuestamente nos podría conducir

al curso óptimo de la acción. Así interpretada (H. Simon) hay quienes la han pensado como

cierta variante o sustituto de la racionalidad instrumental, porque trata de satisfacer algún

objetivo pero teniendo en cuenta los costes de la recogida de información, en lugar de

pretender seguir buscando el camino óptimo.

Sin embargo, cuando se trata de reglas compartidas entramos en una vía bastante

alejada de la racionalidad instrumental, como ocurre con ciertas normas que, por ellas

mismas, pueden producir razones para la acción. Así se pueden entender algunas de las

explicaciones que encontramos en antropología, sociología o en ciencia política.

Otra variante de la acción racional es la que podríamos llamar racionalidad

expresiva (Hargreaves Heap 1989). En este caso se complica también la relación entre

acción y objetivos pero ahora porque consideramos a las personas autoreflexivas. Los

individuos son capaces de deliberar y de elegir los fines que desean perseguir; este

concepto aparece como un ingrediente importante de las discusiones en antropología, en

teoría política y sin duda en ciertos ambitos de las ciencias sociales evaluativas como es el

caso de la economía del bienestar.

Hace ya unos cuantos años años que Sen, en su artículo "Los imbéciles racionales"

decía:

"..el hombre puramente económico es casi un retrasado mental desde el punto

de vista social. La teoría económica se ha ocupado mucho de este imbécil racional

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aposentado en la comodidad de su ordenamiento único de preferencias para

todos los propósitos" (Sen 1977)

Ciertos partidarios optimistas de la racionalidad instrumental, cuando no resultan

simplemente ingenuos, sostienen que nuestra situación social queda bien caracterizada

mediante la noción de racionalidad incompleta. Suponen que los problemas se derivan de

la insuficiente generalización de la racionalidad estratégica medios-fines, de que no

procedemos a la elección de una vía de acción que optimice la obtención de nuestros fines

o aspiraciones a partir de los medios disponibles. Aunque en algunos casos pueda resultar

interesante ampliar el ámbito de aplicación de la racionalidad estratégica, ocurre que esta

racionalidad medios-fines no logra dar razón plena de muchas de nuestras acciones

intencionales a las que, sin embargo, parece adecuado caracterizar como racionales.

No es difícil mostrar la debilidad argumental que aparece al entender por acción

racional exclusivamente la elección de un curso óptimo de acción, considerando como

datos un conjunto de creencias, un marco de evidencia y, supuestos fijos y estables, unos

deseos o aspiraciones que tratamos de satisfacer. Para mostrar cuando menos su

inadecuación empírica basta analizar la conformación adaptativa de las preferencias,

proceso que ha sido llamado mecanismo de las "Uvas verdes" ("Miró, saltó y anduvo en

probaduras;/Pero vio el imposible ya de fijo./ Entonces fue cuando la Zorra dijo:/ No las quiero

comer, No están maduras" F. M. Samaniego) y que se corresponde en el plano de las

preferencias con lo que en el terreno de las creencias puede llamarse pensamiento

desiderativo, la pretensión de que la realidad se conforme según nuestros deseos. En

suma, no son pocas las situaciones conectadas con los procedimientos de reducción de la

disonancia cognitiva, estudiados por la psicología contemporánea, que señalan reservas

importantes a la noción simple de racionalidad instrumental.

Las propuestas metodológicas más innovadoras que ha planteado Amartya Kumar Sen,

premio Nobel de Economía de 1998, van unidas a una revisión sistemática y crítica de ese modelo

de individuo que en algunos momentos calificó de tonto racional ("rational fool"). Algunas de las

críticas principales a ese modelo, ya suficientemente conocidas, pueden resumirse como problemas

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de existencia y unicidad. Es decir, están relacionadas con la posible inexistencia de un curso óptimo

de acción que se pudiera elegir, o con la pareja dificultad de que en caso de existir el óptimo pudiera

ocurrir que no fuese único. Otro grupo de problemas, también muy discutidos y suficientemente

conocidos, tienen que ver con aspectos empíricos y experimentales que han mostrado la

inadecuación del modelo. En este aspecto es corriente referirse a los trabajos de Kahnneman y

Tversky.

Se han ido formulando algunas propuestas alternativas que critican o corrigen la noción

misma de racionalidad, entre ellas destacan la avanzada inicialmente por Herbert A. Simon o la

planteada por Shaun Hargreaves Heap; por no hablar de otras, como la habermasiana racionalidad

comunicativa o la teoría sintética de la racionalidad que desde el campo de la sociología ha

defendido Raymond Boudon (1993).

De toda esa discusión sobre la racionalidad, parece importante retener la idea avanzada por

H. Simon sobre racionalidad procedimental o racionalidad por satisfacción. La cuestión básica es que

se rechaza la propuesta optimizadora, que conduce a una suerte de racionalidad olímpica (en el

sentido de que si es característica de alguien lo sería de los dioses del Olimpo). La racionalidad

acotada (bounded rationality de Simon) no ha tenido en general mucho éxito entre los economistas

teóricos, entre otras cosas porque parecía difícil articular en torno a ella modelos que permitieran

elaborar propuestas y desarrollar la teoría económica.

Sin embargo, algunos teóricos de la economía han avanzado en la elaboración de modelos

que tienen como base la racionalidad acotada. Tal es el caso de la propuesta hecha por Ariel

Rubinstein en Modelling Bounded Rationality. MIT. 1998, cuyo trabajo, como él mismo dice, no

debe entenderse como la elaboración de modelos precisos de racionalidad acotada ni modelos

económicos de racionalidad acotada, sino más bien como un intento de plantear instrumentos que

sirvan para modelar la racionalidad acotada. Normalmente los modelos económicos no explican los

procedimientos mediante los cuales se adoptan las decisiones que adoptan las unidades económicas,

por el contrario, el trabajo de Rubinstein pretende construir modelos que incorporen explícitamente

los aspectos procedimentales de la toma de decisión. Otra razón más por la que puede interesar el

trabajo de Rubinstein es porque "intenta incluir modelos en los cuales quienes toman decisiones lo

hacen deliberadamente aplicando procedimientos que guían su razonamiento sobre ´qué´ hacer y

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probablemente también sobre ´cómo´decidir. En contraste con los modelos evolutivos que tratan a

los agentes como autómatas, que simplemente responden a cambios en el entorno, sin deliberar

sobre sus decisiones" (Rubinstein 1998, 2).

Rubinstein señala, por ejemplo, que aunque podríamos tener en cuenta dos tipos diferentes

de consideraciones temporales, importantes y significativas para adoptar una decisión, en

situaciones en las que el decisor cuenta con la información antes de realizar la acción, sin embargo

ambass suelen estimarse como equivalentes en las teoría estándar:

1: Toma de decisión ex-ante. Se adopta una decisión antes de que se revele la información,

pero la acción que se elige resulta que depende del contenido de la información que se

recibirá.

2. Toma de decisión ex-post. El decisor espera hasta que recibe la información y luego toma la

decisión.

En los problemas de decisión estándar, con decisores completamente racionales, esta

distinción no tiene ninguna importancia.

Al mismo tiempo parece ser una intuición básica que tener más información es una ventaja

para el decisor pero hay circunstancias excepcionales, que se discuten con frecuencia en teoría de

juegos aplicada, en las que las cosas no son así. Hay procesos en los que puede ocurrir incluso que

no tener acceso a alguna información sea algo muy bueno para un jugador. Pues bien, la

equivalencia de las decisiones ex-ante y ex- post y la ventaja de tener más información no son

propiedades que se mantengan si las estructuras de información no son particiones.

En la versión estándar el agente que decide racionalmente es aquel que elige una

alternativa después de un proceso de deliberación que atiende a tres cuestiones: qué es lo

factible, qué es lo deseable y cuál es las mejor alternativa de acuerdo con los deseos y dadas

las constricciones establecidas por lo factible. La clave en el modelo tradicional está en que el

proceso de determinar lo plausible y la definición de las preferencias son momentos

completamente independientes.

La defensa tradicional de la economía estandar consiste en decir que aunque no se sea

realista, estamos interesados en la conducta y aunque podría ser que el individuo no se

comporte como describe el modelo sin embargo su conducta se pueda describir como si

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siguiera ese procedimiento. A esta línea del como si le podemos oponer en parte lo que se

entiende por procedimiento de satisfacción y que podría resultar pertinente para analizar los

intentos de elaborar una axiología de la ciencia y, en general, el lugar de los valores en el

ámbito de la ciencia. Se trata de que en lugar de resolver un problema de maximización se

plantee algo del tipo siguiente : encuentre un a perteneciente a A tal que V(f(a)) sea mayor o

igual a v*, siendo v* el grado mínimo requerido.

Pero esto produce problemas como los conocidos y estudiados (Kahneman) efectos de

estructuración, la tendencia a simplificar los problemas y a la búsqueda de razones favorables.

Lo primero es que la forma en que se describe el conjunto puede afectar a la elección, además

parece comprobarse una tendencia a simplificar (por ejemplo elegir entre la primera y última

opción planteada) e incluso ocurre que a veces las razones son internas al propio conjunto de

elección.

Por supuesto que los trabajos de Kanneman y Tversky son fundamentales para este

asunto. Como han intentado mostrar en ellos, las alternativas tienen que ir unidas a su forma

de expresión verbal. Se comprueba que la valoración tiene que ver con muchos aspectos; por

ejemplo, hay casos en los que se podría interpretar la elección en términos de aversión al

riesgo.

Como ha planteado Rubinstein, «un buen número número de experimentos realizados,

que demuestra que los motivos para la elección son inconsistentes con el paradigma del

hombre racional, exhiben bastante claridad en los motivos y confirman nuestros propios

"experimentos mentales", de manera que no se pueden eliminar como simples curiosidades».

que la conducta no se corresponda con el modelo habitual de racionalidad no significa que sea

caótica. Rubinstein muestra el interés que tiene el estudiar procedimientos de la toma de

decisión que puedan servir para plantear nuevos modelos económicos y, por ello, plantea la

racionalidad procedimental de Simon como una estrategia de razonamiento. Considerar la

decisión como resultado de respuestas impulsivas sin intervención del pensamiento sería una

actitud irracional que está muy alejada de la propuesta de Rubinstein, las dificultades por las

que no se logra una decisión óptima no tienen que ver simplemente con que los individuos

cometan errores aunque solamente sea porque si hubiera muchos que cometiesen los errores,

15
eso mismo añadiría importancia al mecanismo por el que se generasen (por ejemplo, tendrían

importancia económica).

Una de las salidas (también propuesta por Simon) tiene que ver con los costes y puede

ser interesante seguirla, pero es solamente una reducción del problema general a uno de

optimización con restricciones que incorporase niveles de aspiración. Pero también se puede

plantear (y es lo que hace Rubinstein) que el nivel de aspiración (satisfacción) sea un

parámetro del problema que afronta el decisor, un parámetro que no es seleccionado por el

agente sino que viene dado por las características exógenas; de esta manera la racionalidad se

presenta como una propiedad de la conducta dentro de un modelo. Tener un nivel de

aspiración que sea justificable como conducta racional en un modelo no significa que ese nivel

sea considerado racional dentro de otro modelo.

Los criterios externos bien pudieran ser precisamente algunos valores que actúan como

aspectos procedimentales en la toma de decisión. Además, cuando alguno de estos resulta

compatible con el modelo de elección racional podríamos estudiar el conjunto de restricciones

compatibles sobre el espacio de preferencias.

Uno de esos primeros criterios propuestos por Rubinstein es el de similaridad, el decidir

apoyándose en otros casos: Así podríamos describir a un decisor racional como aquel que

sustenta sus decisiones en las consecuencias derivadas de acciones pasadas tomadas en casos

pertinentes y similares. Precedentes pertinentes, he ahí el problema. Se formaliza un caso en

forma de un triplete: ante un problema p, se tomó una acción a, con las consecuencias u. Se

formaliza una memoria como un conjunto finito de casos. El decisor elige un elemento del

conjunto a, ante el problema p* , dada la memoria M. Se han formulado algunas variantes que

incluso incorporan la dependencia de la relación de similaridad de las probabilidades de la

ocurrencia de los casos (Aizpurua et al. 1993). La propuesta de “utilidad experimentada” que,

en contraposición a la “utilidad esperada”, ha propuesto D. Kahneman resulta en muchos

aspectos coincidente con estos desarrollos aunque proceda de tradiciones teóricas diferentes.

Otro problema central sobre el que ha reflexionado Rubinstein es el de la información y

“cómo elegir qué saber”. La información tiene muchas restricciones, sabemos que la adquisición

de información no es libre, que la información adquirida hay que almacenarla en la memoria

16
antes de utilizarla y esta no es ilimitada, y además cuando el decisor está formado por un

conjunto de agentes aparecen los procesos de comunicación que también ponen sus

límitaciones.

Este tipo de cuestiones tienen una destacada importancia en diversos campos de la

filosofía de la ciencia, especialmente en el ámbito de la axiología de la ciencia que estudia el

papel de los valores en la ciencia a la hora de analizar los procesos de construcción teórica,

transformación y aplicación de la ciencia (Echeverría 2001).

En los estudios sobre la racionalidad procedentes de la teoría económica es cada vez

más frecuente encontrar pronunciamientos que a los oídos de filósofos racionalistas pueden

resultar francamente sorprendentes. No es que se diga que el modelo ideal resulta impreciso, o

que se trata de una idealización. Ahora lo que se viene a plantear es que son otros modelos los

que dan mejor razón de la práctica económica. Otras formas de acción no regida

exclusivamente por la optimización de la eficiencia en términos de la relación medios-fines

resultan más eficaces y moralmente más defendibles: "Como ideal de conducta, la racionalidad

económica no se justifica ni desde una perspectiva estrictamente económica, ni desde una

perspectiva moral. No hay nada inherentemente "erroneo" con participantes económicamente

irracionales en el entorno de los negocios. De hecho tales participantes amplían la eficiencia y

la eticidad de los negocios"(Dobson 2002).

Diversos estudios empíricos ofrecen apoyo a la idea de que los supuestos conductuales

que adoptaba el modelo estándar tienen influencia más allá de la modelización del sistema

financiero. Los supuestos de la teoría tienen influencia sobre la práctica financiera: "es" de

hecho implica "debe". Por ejemplo, Dobson comenta los estudios realizados por Norman Bowie

sobre las actitudes de los estudiantes de ciencias económicas que, educados en un paradigma

de estrecha racionalidad, creen que tienen que ser poco éticos si pretenden permanecer en

sus trabajos, creen que todo el mundo pondrá por delante su interés propio. Los datos

muestran que la cuestión no es anecdótica, los licenciados en economía parece que tienen

mayor tendencia a comportarse de manera egoísta (véase particularmente Bowie 1997).

Bowles y Gintis en el trabajo “Walrasian Economics in Retrospect” (Bowles and Gintis

2000) señalan cómo en el juego del ultimátum (supuesta una cantidad C de un determinado

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bien, el jugador A hace una propuesta de reparto al jugador B quien solamente puede aceptarla

o rechazarla) aunque los supuestos de elección racional conducirían a predecir repartos muy

alejados de una distribución igualitaria, sin embargo los resultados empíricos ofrecen un apoyo

fuerte a cierto tipo de conductas de reciprocidad fuerte (strong reciprocity), una tendencia a

recompensar a quienes se han comportado cooperativamente y a castigar a quienes han violado

las normas de una conducta aceptable, aunque la recompensa y el castigo no puedan justificarse

en términos de preferencias orientadas hacia un resultado centrado en los propios intereses. Algo

parecido ocurre con los estudios sobre el papel de la retórica en el campo de los estudios de la

ciencia, no es que se diga en clave postmoderna que la ciencia sea un simple juego retórico, es

que con algunos procedimientos retóricos conseguimos mejores teorías científicas.

Una interesante propuesta, que se apoya precisamente en los análisis derivados de

experimentos de negociación (Carpenter 2000), consiste en difuminar las estrictas líneas de

separación entre los aspectos racionales y los evolutivos, combinando los mejores resultados de

ambas teorías en una teoría evolutiva de agentes racionalmente acotados. Como se señala en ese

trabajo “tomando algún préstamo de la racionalidad acotada que trata de debilitar los

supuestos de la elección racional, podemos mejorar nuestro modelo estándar de evolución

conductual. Como siempre las líneas que están muy bien definidas resultan más interesantes

cuando se desdibujan” (Carpenter 2000, 295). En esta dirección mis propios trabajos han

tratado de avanzar hacia una teoría complementarista de la racionalidad que vaya más allá de

la simple dicotomía entre racionalidad instrumental y racionalidad expresiva. En cada acto de

elección actuamos con todo nuestro utillaje conceptual, emocional y valorativo (Álvarez 1992,

2002).

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