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TRABAJO FINAL

MERCANTIL

NOMBRE DEL ALUMNO


LUIS ANTONIO TORRES ALCALA

NOMBRE DEL ASESOR


ISRAEL GRANADOS ZARAGOZA
INDICE

1.-El Derecho Cambiario como disciplina jurídica autónoma


2.- Principios rectores del Derecho Cambiario
3.- Naturaleza jurídica de los títulos de crédito
4.- Concepto doctrinal y legal de los títulos de crédito
5.- Naturaleza del fundamento de la obligación consignada en

 Los títulos de crédito


 Teorías contractuales
 Teorías intermedias

6.- Teorías unilaterales


7.- Posición adoptada por la legislación y doctrina
mexicana.
 Elementos característicos de los títulos de crédito
 Incorporación

8.- Legitimación
 Literalidad

9.- La Autonomía
 10.-Transmisión por recibo
 Por relación
 Por la substantividad del documento

13.-Títulos principales
 Títulos accesorios
 Por su eficacia procesal

14.-Títulos de eficacia procesal plena

 Títulos de eficacia limitada


 Por los efectos de la causa sobre la vida del título

15.- Títulos causales o concretos

 Títulos abstractos

16.- Por la función económica del título


17.-Títulos de especulación

 Títulos de inversión

18.- Acción cambiaria

 Tipos de acciones cambiarias


 Las acciones cambiarias pueden proceder

19.- La acción cambiaria se ejercita


20.- Excepciones oponibles contra las acciones derivadas de los títulos de crédito.
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Luis Antonio Torres Alcalá

El derecho cambiario como disciplina jurídica autónoma.

Una situación bastante reconocida es el hecho de que el Derecho Mercantil se originó


o surgió debido a la insuficiencia del Derecho Civil para poder satisfacer las necesidades del
floreciente comercio a finales de la Edad Media, por lo que surge y se consolida como un
derecho especial junto al derecho civil.

Se reconoce también que a través del tiempo el Derecho Mercantil o de comercio se


desarrolló y extendió en gran medida por la aparición de las sociedades mercantiles, así como
de los títulos de crédito derivados de la letra de cambio; lo cual llevó a que se estableciera un
régimen especial, principalmente como consecuencia de los fenómenos de la evolución jurídica
que marcaron un sentido propio de y para ellos, encontrados principalmente en las
disposiciones la Ordenanza Cambiaria alemana de 1848, así como el Código de Comercio
francés de 1907.

De esta manera, existe gran aceptación en el sentido de que primero las doctrinas
alemana y francesa, y posteriormente la italiana, establecieron un Derecho Cambiario con
perfiles propios que lo instituyeron con autonomía, como lo son también el derecho societario,
el derecho de la propiedad industrial y el de la competencia. Varios tratadistas, entre ellos
Lorenzo Massa, han establecido y sostenido la autonomía del derecho cambiario como
disciplina jurídica, sustentándose particularmente en la calidad rigurosa y formal de sus reglas,
atenta su primordial función protectora del tráfico en su carácter de actividad económica
nacional e internacional.

En México, diversos juristas han admitido que el derecho cambiario es una parte del
derecho mercantil, aunque en todo caso se ha subrayado por la doctrina mexicana el carácter
independiente y autónomo del derecho cambiario. La autonomía del derecho cambiario es tal,
atendiendo a que proporciona soluciones específicas que no se desprendes de las normas más
generales del derecho mercantil ni del derecho común, sino que llegan a contradecirlas, al
grado de llegar a soluciones que inclusive pudiesen señalarse como injustas, desde la
panorámica de criterios de valoración de vigencia general en el campo del derecho.

No obstante, lo anterior, en el ordenamiento positivo mexicano, es posible posicionar y


ubicar la ventaja de que, en concordancia con modernas doctrinas jurídicas sobre la materia,
desde la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito de 1932, se reduce a una categoría
unitaria a los Títulos de crédito.
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Principios rectores del derecho cambiario

 Principio de la responsabilidad cambiaria


por la realización de un acto la posición del documento a qué se refiere el principio no lo es
meramente material, sino que conforme al texto del documento quien lo invoque debe
aparecer como beneficiario original o derivado.

 Principio de la buena fe
El poseedor de un título de crédito expedido o endosado a su favor acredita no sólo el carácter
de beneficiario si no también la legalidad de su derecho para exigir el pago del cumplimiento de
la prestación, con la tenencia del documento.

 Principio de la responsabilidad cambiaria por la realización de un acto.


Una persona debe considerarse obligada o responsable del pago de un título de crédito, no en
razón de que su firma la haya estampado voluntariamente si no en razón que la haya puesto
con su carácter

 Principio de formalidad de los derechos y obligaciones cambiarias.


Todo título de crédito la medida, grado o extensión de los derechos y de las obligaciones
cambiarias se determinan conforme a la literalidad del propio documento siempre y cuando no
contravenga lo dispuesto por la ley.

 Principio de la autonomía de los derechos y las obligaciones cambiarias.


Debe entenderse el sentido del derecho del beneficiario original del documento es distinto e
independiente del derecho de los tenedores posteriores del propio título igual sucede con la
obligación del emisor

 Principio de la inoponibilidad de excepciones


Un demandado no puede oponer como excepciones personales en contra de su demandante
aquellas que no deriven de la relación directa e inmediata entre ellos lo anterior salvo el caso
de mala fe del propio actor.

 Principio de la validez de los bancarios y mercantiles


La costumbre, bajo la modalidad de los usos bancarios y mercantiles que dentro del campo del
derecho civil no pueden alegarse contra la observancia de la ley.
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Naturaleza jurídica de los títulos de crédito

Dada la naturaleza de los actos jurídicos que se realizan en la sociedad, es muy importante
saber que los títulos de crédito son los documentos necesarios para ejercitar el derecho literal
que en ellos se consigna. O bien el documento necesario para ejercitar y transferir el derecho
en él mencionado, el cual, por efecto de la circulación y en tanto que ésta tiene lugar por los
medios propios de los títulos de crédito, se considera literal y autónomo frente a quienes lo
adquieren de buena fe. En este tenor se presentó, lo siguiente.

La naturaleza de los títulos de crédito puede analizarse en dos aspectos: como


documento y como prueba preestablecida, lo que se desprende del tratamiento que le da la
Ley.

título de crédito como documento tiene características especiales que lo distinguen de


cualquier otro, en principio el artículo 1o. de la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito
establece que son cosas mercantiles, de crédito y otros lo que significa que en tales
documentos se incorporan derechos de naturaleza mercantil, no civil, con lo que se marca la
división entre ambas ramas del Derecho.

Los títulos de crédito como prueba preestablecida “son documentos necesarios para
ejercitar el derecho literal que en ellos se consigna” de acuerdo con el artículo 5o. de la citada
Ley, lo cual significa que estos documentos se caracterizan por consignar una deuda cierta,
exigible y líquida y que, por sí solos, constituyen una prueba preestablecida respecto de la
existencia de un crédito, que se encuentra incorporado en el mismo documento.

La denominación títulos impropios no está contenida en la Ley General de Títulos y


Operaciones de Crédito, sino que surge de la doctrina que analiza aquellos documentos que
sin ser títulos de crédito reúnen ciertas características que los hace parecer a éstos, tal es el
caso de un billete de lotería, un comprobante de juego en pronósticos deportivos, un boleto
para entrar a un espectáculo, un vale de despensa, un vale de descuento, etc., que si bien es
necesaria su presentación y entrega para recibir el beneficio o prestación correspondiente, no
reúnen las características de incorporación, legitimación, literalidad y autonomía, en los
términos que la Ley establece para considerarlos títulos de crédito.

Por otro lado, si bien en la clasificación que hicimos de los títulos de crédito nos
referimos a la de los títulos innominados, que son todos aquellos que no tienen reglamentación
específica en la Ley, para ser considerados títulos de crédito, no sólo requieren de sus
características generales de incorporación, legitimación, literalidad y autonomía, sino que
además deben tener los requisitos esenciales que los distinguen entre los títulos de crédito.
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Concepto doctrinal y legal de los títulos de crédito

Los títulos de crédito son una serie de documentos diferentes entre sí que tienen una
nota común: incorporar una promesa unilateral de realizar determinadas prestaciones a favor
de quien resulte legítimo tenedor del documento. Su principal función es facilitar el tráfico
jurídico, así como la circulación de los bienes. En la actualidad constituyen un elemento
imprescindible del tráfico mercantil.

Una definición doctrinal mayoritariamente compartida del título valor o de crédito es la


que lo describe como «aquel documento necesario para ejercitar el derecho literal y autónomo
mencionado en él.

En efecto, las obligaciones contenidas en un título de crédito pueden ser ejercitadas


legítimamente sólo mediante la posesión del título (absolutamente imprescindible), que en
ocasiones ha de ir unida a otros requisitos como cláusulas de endoso, o notificación.

Además, el derecho que puede ejercitarse depende exclusivamente del tenor del
documento, siendo decisivo el elemento objetivo de la escritura.

Los títulos además pueden tener diversos contenidos pudiendo ser: títulos de pago,
títulos de tradición o entrega, y títulos de participación social.

Los títulos se clasifican fundamentalmente en nominativos, a la orden y al portador.

Título nominativo. Es el que designa directamente como titular del derecho a una
persona determinada, que es la única que puede exigir el cumplimiento de la obligación.

Título al portador. Es aquel que no designa a persona alguna como titular del derecho
documental.

Título a la orden. Es aquel en que la obligación documental ha de cumplirse a la orden


del primer tomador del documento, o en caso de transmisión del título, a la orden de la persona
que aparezca designada en el mismo como último adquirente o tenedor legítimo. Prototipo de
este título es la letra de cambio.
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Naturaleza del fundamento de la obligación consignada en


los títulos de crédito

Uno de los temas más debatidos en materia de títulos de crédito es el referente a su


esencia, es decir, a la naturaleza del fundamento del crédito u obligación que encierran.

La aplicación práctica de este ejercicio, explica Arcangeli, está en que “delinear una
teoría de los títulos de crédito significa también preparar el medio que nos sirva para evaluar y
clasificar las excepciones posibles al poseedor.

Aunque la idea de Arcangeli encierra una idea más amplia: al descubrir la sustancia del
título del crédito es posible dirigir la actividad jurisdiccional del modo más conveniente a
nuestros fines. No se trata de un ejercicio estéril, académico y presuntuoso, sino un trabajo
meramente científico que busca canalizar las fuerzas del Estado conforme a la naturaleza del
acto que se juzga. Siendo cierto, conviene que demos inicio a nuestro trabajo.

Comencemos diciendo que todo título de crédito es una fuente de obligaciones, y que
en el derecho mexicano tenemos varias fuentes de obligaciones: contrato, acto unilateral de la
voluntad, enriquecimiento ilegítimo, gestión de negocios, hechos ilícitos y responsabilidad
subjetiva/objetiva. La doctrina clasifica esas fuentes de las obligaciones en dos grupos: actos
jurídicos y hechos jurídicos. Un título de crédito, como fuente de obligaciones, no es un hecho
jurídico, así que sólo puede ser un contrato o un acto unilateral de la voluntad. Partiendo de
este razonamiento se han desarrollado varias teorías que analizaremos a continuación.

Teorías contractuales

En estas teorías, la obligación cambiaria encuentra en el contrato la causa para existir,


o bien, la existencia de aquella obligación está íntimamente vinculada a él. Son seis teorías las
que señalan Fuente y Calvo como las más relevantes:

1. Teoría del derecho derivado. Para los partidarios de esta teoría, “el título de crédito es
la expresión de un contrato entre el suscriptor y su primer tenedor”. La substancia de la
obligación está en el conjunto de las relaciones jurídicas que han precedido a la
emisión del título, y éste sólo tiene una función probatoria. En otras palabras, el título
de crédito es el acto probatorio de un acto constitutivo consensual. Si esta idea fuera
cierta, sería imposible explicar una característica de los títulos de crédito: la
abstracción.
2. Teorías del contrato literal. Conforme a la opinión de Arcangeli, estas teorías
pertenecen al periodo entre los siglos XVII y XIX: “atribuyen al escrito una gran
importancia, pues sostienen que la obligación resulta del escrito del mismo”. Distingue
entre el negocio cambiario fijado en el título y el contrato generador del documento.
3. Teoría de Einert. Concibe al título de crédito como el papel moneda del comerciante.
Son tres los pilares de esta tesis: 1) El título de crédito, más allá de ser un documento
probatorio, es el portador de una promesa; 2) además, el título de crédito está
desvinculado del contrato fundamental porque es una promesa abstracta de pago; 3) el
vínculo cambiario se funda en una promesa unilateral dirigida al público.
4. Teoría de Liebe. El título de crédito “envuelve un acto formal, y que de la existencia de
la letra se derivan consecuencias jurídicas” sin que deban su causa al consentimiento
de las partes.
5. Teoría de Thol. La obligación no nace antes de la suscripción del documento, sino en la
negociación.
6. Teoría de Goldschmidt. El autor del título de crédito contrata con el primero y sucesivos
tenedores del documento.

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A estas teorías podemos objetar que, si un título de crédito tiene por causa un contrato,
las excepciones por vicios de voluntad por ejemplo que se opongan contra éste también
afectan al título de crédito, lo que no sólo contradice la característica de abstracción, sino que
los últimos no pueden ser afectados por vicios del consentimiento. Además, un contrato
naturalmente es bilateral, pues su existencia requiere de la unión de dos voluntades que se
encuentran, o consentimiento; el título de crédito, en cambio, es naturalmente unilateral, pues
su existencia requiere una sola voluntad, la del autor, pero no del consentimiento. En un
contrato, el deudor conoce al acreedor; en un título de crédito, el deudor desconoce quién será
el último tenedor. El tenedor de un título de crédito se hizo con un derecho, pero no lo contrata.
Los contratos son regulados por disposiciones relativas a ellos, mientras que los títulos de
crédito son figuras típicas de una ley especial: Ley General de Títulos y Operaciones de
Crédito.

Teorías unilaterales
Es obvio que el deudor sólo puede obligarse unilateralmente porque la obligación
cambiaria ha sido redactada exclusivamente por él. Sobre este principio descansan las teorías
unilaterales:

1. Teoría de la creación. Esta teoría fue desarrollada por Kuntze, Bekker, Sachsse y
Cosack, y sostienen que la mera suscripción del título de crédito, aunque permanezca
en manos del creador, tiene un valor patrimonial, es decir que la suscripción es
suficiente para establecer la existencia de un derecho de crédito independiente del
negocio, contrato o acto que pudo originarse 1. Explican Fuente y Calvo que la
obligación cambiaria está sujeta a una condición suspensiva, “y la condición se realiza
al llegar el título a manos de la persona que se ostente como legitimada a tenor del
mismo documento”.
2. Teoría de la personificación. Los representantes de esta teoría son Bekker, Volkman y
Lowy: “el titular del derecho es el título mismo que se personifica, haciendo coincidir el
nacimiento de la obligación con el momento de la creación”, considerando que la
obligación existe aun cuando está en posesión del suscriptor.
3. Teoría de Grünhut. La eficacia del título de crédito no sólo depende de que éste llegue
a manos del tercero, sino que éste tercero debe adquirir el título de buena fe.
4. Teoría de la emisión. Esta teoría es de Jolly, Stobbe, Rocco y Montessori. No basta
con firmar un documento para que nazca el derecho de crédito, la voluntad unilateral
no puede realizar ese milagro por sí misma. La eficacia del título de crédito se alcanza
cuando éste llega a manos del acreedor.
5. Teoría de Gierke. Afirma que la emisión sólo es una oferta del derecho documental, lo
que implica a la aceptación de la oferta como ingrediente de la eficacia del título

Al igual que en el caso de las teorías contractualistas, hay una serie de objeciones que
a estas teorías, en lo general, podemos presentar. La primera parte de la esencia del título de
crédito, que es formal, mientras que la del acto unilateral de la voluntad es consensual.
Además, las legislaciones que regulan uno y otro tema son distintas: el acto unilateral de la
voluntad está sometido al Código Civil, mientras que el los títulos de crédito están regulados en
la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito. Dentro de las excepciones oponibles al
acto unilateral de la voluntad destaca la de vicios de consentimiento, en el título de crédito tal
excepción es esteril. La revocación de un título de crédito sólo puede suceder tachando la firma
antes de su liberación; mientras que en un acto unilateral, la revocación puede ocurrir en
cualquier momento.

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Teorías intermedias
Esta teoría descansa en el juicio ecléctico realizado por Vivante y Jacobi, quienes
resuelven que mientras el título no circule, pueden aplicarse las teorías contractualistas; pero si
es el caso contrario, debe atenderse a las teorías unilaterales. En esta opinión puede objetarse
que no se trata de una idea teórica, sino de un juicio ecléctico.

Posición adoptada por la legislación y doctrina


mexicana.

Rebus Sic Stantibus, así denominada la cláusula que busca equidad y justicia dentro
de los contratos. El desajuste del sistema jurídico mexicano provocado por la inclusión de los
Derechos Humanos, provocará violaciones a los Derechos Fundamentales, este es el
problema, si el legislador no subsana las antinomias producto de la reforma. La no aplicación
de la Rebus Sic Stantibus es un ejemplo de ello. El objetivo de este trabajo es mostrar la
generación de antinomias que se produjo con la reforma. Los métodos utilizados en la
construcción del trabajo son el analítico y el teórico descriptivo, principalmente. La discusión se
centra en si los Derechos Humanos permitirán dar justicia a las personas, o si éstas colapsan al
sistema jurídico mexicano.

Elementos característicos de los títulos de crédito


Incorporación

Los títulos de crédito son cosas mercantiles que, de acuerdo con su concepto, tienen
ciertos atributos o características que los distinguen de cualquier otro documento, y podemos
mencionarlos del siguiente modo:

 Incorporación
La expresión de Mossa, “poseo porque poseo”, ilustra claramente esta característica,
que se refiere al hecho de que la persona que posee el documento, posee el derecho. Lo
anterior ciertamente se refiere a una ficción jurídica que considera que el título de crédito en sí
mismo lleva incorporado un derecho, el cual no se pone en duda al existir el documento, de tal
suerte que para poder exigir el cumplimiento de ese derecho, ineludiblemente se requiere que
el titular exhiba el documento; por ejemplo, en el caso de un certificado de depósito que
consigna dos toneladas de trigo, al guardar dicho documento en un portafolios, por la ficción de
la incorporación, se están guardando las dos toneladas de trigo en ese portafolios, por tanto,
para que el almacén de depósito haga entrega de la mercancía, se requiere la exhibición de
dicho título, pues de lo contrario no sería entregada. Otro ejemplo, en el caso de que el deudor
se niegue a pagar una letra de cambio, el titular del documento debe acompañarlo de la
demanda judicial para satisfacer el requisito de incorporación, pues al estar en su poder, se
deduce que sigue teniendo el derecho, lo que prueba la falta de pago. En conclusión, la
incorporación está reconocida en los artículos 5 y 17 de la Ley General de Títulos y
Operaciones de Crédito y se traduce en la obligación de exhibir y devolver el título de crédito al
obtener su pago.

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 Legitimación
Eduardo Pallares señala que: “La legitimación en sentido general, es la
situación en que se encuentra una persona con respecto a determinado acto o
situación jurídica, para el efecto de poder ejecutar legalmente aquél o de intervenir en
ésta. Si puede hacerlo, está legitimado; en caso contrario no lo está.
El titular del documento está legitimado para poder exigir el pago del título,
mientras que el deudor lo está para que se le exija su pago. En el primer caso la
legitimación es activa, en el segundo se denomina pasiva.
En los títulos de crédito la legitimación se desprende de la incorporación, pues
quien posee legalmente el documento y por tanto, el derecho incorporado, se
encuentra legitimado activamente para exigir al obligado en el título el cumplimiento de
la obligación consignada en él, es decir, que el legítimo poseedor del documento se
encuentra legalmente habilitado para exigir de la persona que figura como deudor en
él, el cumplimiento de dicha obligación. Al deudor se le tiene como legitimado
pasivamente para dar cumplimiento tal obligación, es decir, es la persona a quien se le
presentará el título para que mediante el pago se libere de la obligación cambiaria.

 Literalidad
Esta característica se encuentra enlazada con la incorporación en el título;
consiste en que el derecho incorporado se mide en función del texto del documento, lo
que significa que los alcances y limitaciones del derecho deben ejecutarse al tenor del
contenido literal del título; por ejemplo, si el deudor en un pagaré sólo cubre una
cantidad parcial, dicho pago deberá hacerse constar en el mismo documento, para que
de esta forma se deje constancia de ello y en consecuencia el pagaré incorpore un
derecho disminuido por el pago parcial y el tenedor sólo pueda reclamar el derecho que
resulte de restar de la cantidad principal aquella que consta como pago parcial.
La literalidad no es absoluta, pues la Ley General de Títulos y Operaciones de
Crédito establece los casos en los que no pueden hacerse determinados pactos, tal
como ocurre en el artículo 78, que establece: “En la letra de cambio se tendrá por no
escrita cualquier estipulación de intereses o cláusula penal”, por lo que si las partes, no
obstante la prohibición, deciden pactar intereses o alguna cláusula penal a pesar de
que llegue a constar en el texto del título, por excepción no se aplica la característica
de la literalidad y se tendrá por no puesta dicha prestación. Por otro lado, de acuerdo
con este principio de literalidad, deben incluirse forzosamente en los títulos de crédito
los requisitos que la Ley exige, para ser considerados como tales, por ejemplo, deben
insertarse necesariamente las menciones y requisitos señalados por la Ley y que no se
presuman expresamente por ésta, de lo contrario, no se trataría de un título de crédito
y en consecuencia no podría afirmarse que se hayan incorporado derechos literales en
él, pues según el artículo 5o. de la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito
sólo puede ocurrir en los títulos de crédito.
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 Autonomía
Para comprender mejor esta característica, se divide en dos: directa e
indirecta.
1. Autonomía directa. Tiene relación con el atributo de la incorporación, del que
se desprende que, al tener un derecho incorporado en el documento, el titular para
hacerlo valer requiere sólo exhibirlo sin que sea necesario invocar la causa generadora
de su suscripción, es decir, que el documento por sí solo tiene eficacia plena entre el
titular y el deudor. En este caso la autonomía directa está en la relación título de
crédito-acto generador. Sin embargo, respecto de este supuesto, si el acreedor
reclama judicialmente su pago, el deudor podrá disolver esta autonomía al invocar las
excepciones personales que tenga en contra de aquél, y de esta forma se tendrá que
analizar la relación causal al desaparecer esa autonomía directa. Por ejemplo, en una
compra-venta a plazos el deudor suscribe pagarés para garantizar el pago del precio
de la operación y al no hacer el pago de éstos, el vendedor debe acompañar la
demanda judicial con los pagarés no cubiertos por el deudor, no siendo necesario
exhibir el contrato de compraventa (en atención a la autonomía directa), no obstante.

El deudor podrá oponer las excepciones y defensas que pudiera tener en


contra del acreedor derivadas del contrato de compra-venta con lo que esa autonomía
directa deja de tener efectos, pues el juez estará obligado a analizar el contrato
invocado.

2. Autonomía indirecta. Se encuentra supeditada a que el título entre en


circulación, es decir, que sea transmitido por su titular, lo que significa que cada
adquisición del título y por ende del derecho incorporado, será independiente de las
relaciones anteriores entre el deudor y los poseedores anteriores al último tenedor, sin
ocupar la posición que tenía su causante, de esta forma el derecho que adquiere es
autónomo al de la persona que se lo transmitió, por lo que en esta hipótesis la
autonomía surge de la situación jurídica de los adquirentes de la posesión legítima del
título y su derecho existe en función de ella y del texto del documento, no por las
relaciones personales que ligaban al que le transmitió el título con el deudor y por ello
al operar plenamente esta autonomía indirecta, el deudor está impedido legalmente
para poder oponer contra el adquirente de buena fe del título las excepciones
personales derivadas de la operación fundamental que generó el título. Este tipo de
autonomía, al igual que la anterior, también puede dejar de tener efectos en los casos
en los que la transmisión del documento haya sido con dolo y que aquel al que se lo
transmitan lo reciba de mala fe. En este caso el deudor debe acudir en la vía ordinaria
a solicitar se declare la nulidad de la transmisión realizada con dolo. Más adelante, al
hacer el análisis del endoso, se abordará la forma en la que debe transmitirse el título
de crédito para que opere la autonomía indirecta.
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Transmisión por recibo

Los títulos de crédito, además de transmitirse por medio del endoso, pueden
transferirse por recibo de su valor extendido en el mismo documento, o en hoja adherida en él,
en favor de algún responsable, cuyo nombre debe hacerse constar en el recibo.

Esta situación nos ubica en un caso de título de crédito en el que existen varios
obligados, como el aval o los endosatarios y el último tenedor del título se lo presenta a uno de
ellos para que lo pague; en efecto, cubre el importe de título, por tanto, quien recibió el pago
debe transmitirle el título haciendo constar en un recibo el nombre de la persona que verificó el
pago, pero, para que surta efectos, deberá ser parte de la literalidad del título, de ahí que la ley
de la materia en su artículo 40 exija que el recibo se extienda en el documento o en hoja
adherida en éste.

La transmisión por recibo de un título de crédito se da cuando uno de los obligados en


el título lo paga a quien legalmente lo posee y éste le hace constar el pago en recibo en el
documento o en hoja adherida en éste.

La transmisión por recibo de un título de crédito produce los efectos de un endoso sin
responsabilidad, es decir, que la persona que extiende el recibo en la forma consignada
no forma parte de los obligados en el documento.

La transmisión por recibo se considera ordinaria, por lo que el deudor podrá oponer
contra el reclamante las excepciones personales que tenga contra el actor, ya que no opera la
llamada autonomía indirecta.

Cuando se hace referencia a los títulos de crédito, se está hablando de los documentos
necesarios para ejercitar el derecho literal que en ellos se consigna y, aunque es limitativo
establecerse en este sentido, es dable atendiendo a la mención de las principales
características de los títulos de crédito y particularmente porque la Ley General de Títulos y
Operaciones de Crédito admite en diversos artículos que existen otros elementos esenciales
que integran el concepto del título de crédito, mencionando expresamente o bien, sancionando
sus efectos jurídicos. Los títulos de crédito pueden clasificarse desde diversos puntos de vista,
aunque siguiendo los criterios generalizados de la mayoría de las corrientes doctrinarias del
Derecho Mercantil Mexicano, es dable sostener que la clasificación aquí revisada, incluye la
mayoría de las especies de títulos de crédito.
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Por la Ley que los rige.


Tratándose de este caso concreto, se habla de la posible existencia de títulos previstos
y regulados por alguna ley, incluso con un nombre específico al lado de otros carentes de una
regulación determinada y hasta de una denominación distintiva. A pesar de la afirmación de
algunos doctrinarios, se puede sostener que nuestra ley no reconoce la posibilidad de que
existan más títulos de crédito que los previstos en ella, y aunque algunos autores afirman que
en la práctica mexicana se ha operado con algunos, no suministran ejemplo alguno y, por el
contrario invocan la necesidad de que se reforme el artículo 14 para que, como ocurría con el
445 del proyecto del Código de Comercio, se haya la posibilidad de que los particulares creen
títulos de crédito que respondan a las diversas necesidades del comercio.

Títulos nominados.
La afirmación en el sentido de que todos los títulos de crédito son nominados, en razón
de que se les atribuye una denominación característica y se regula su emisión, transmisión y
demás circunstancias que les son propias, no ofrece dificultad alguna por cuanto a su
comprensión y entendimiento. Se trata de la letra de cambio, el pagaré, el cheque, las
obligaciones, los certificados de participación, el certificado de depósito y el bono de prenda.
Parece que no hay duda, además, de que también lo es el conocimiento de embarque, pues en
los términos de la Ley de Navegación es un título representativo de mercancías y un recibo de
éstas a bordo de la embarcación, según el artículo 98 del citado ordenamiento.

Títulos innominados.
A pesar de la opinión en contrario de algunos autores, en nuestro medio no existen
títulos de crédito innominados, esto es, que asuman tal carácter por la mera práctica, y sin
estar previstos en ley alguna, pues ello resulta de la rotunda afirmación en el sentido de que:
Los documentos y los actos a que éste Título se refiere, sólo producirán los efectos previstos
por el mismo cuando contengan las menciones y llenen los requisitos señalados por la Ley y
que ésta, no presuma expresamente (artículo 14). Como fácilmente puede apreciarse, no es
legalmente posible legar títulos de crédito diversos de los previstos por dicha Ley (LGTOC), por
cuanto solo ellos, y siempre que contengan las menciones y satisfagan los requisitos en la
misma previstos, producirán efectos de títulos de crédito.

Por la personalidad del emisor.


Públicos.
Se trata evidentemente de títulos emitidos directamente por el Gobierno, tanto federal
como estatal o incluso municipal, en la medida en que lo autorice alguna ley o reglamento
legislativo. Un buen ejemplo de esto son los llamados Certificados de la Tesorería de la
Federación (CETES), los bonos de desarrollo (BONDES) y algunos otros. También son títulos
públicos los emitidos por organismos estatales como Petróleos Mexicanos, suscriptor de los
hoy inexistentes Petro bonos y los bonos que en otros tiempos emitió la Comisión Federal de
Electricidad. Sin duda alguna, participan también de este carácter los certificados de
participación emitidos con motivo de los fideicomisos públicos previstos por los artículos 3°,
fracción III y 47 de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, puesto que se trata de
entidades de la administración pública paraestatal, sin que importe que tales fideicomisos sean
operados por instituciones de crédito privadas.

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Privados.
Aquí la conceptualización de privados, obedece a un criterio de exclusión, por lo que es
dable afirmar que son títulos de crédito privados los que no figuren en ninguna de las anteriores
categorías de los públicos, o sea, los procedentes de personas físicas o morales que no tengan
carácter gubernamental alguno. No obstante, cierta duda podría ofrecer el carácter público o
privado de los certificados de participación emitidos por una institución de crédito privada con
motivo de un fideicomiso público. No debe caber duda, sin embargo, de que estos certificados
son títulos públicos, pues, aunque su procedencia formal o corporativa es de índole privada, el
verdadero origen de ellos reside en los recursos públicos que constituyen el patrimonio
fiduciario, cuya suerte se decide también, normalmente, por representantes del órgano
gubernamental que actúe como fideicomitente o en forma de comité técnico del fideicomiso.

Por el Derecho incorporado en el título.


Como anteriormente se ha señalado, la letra de cambio, generadora de todos los
demás títulos de crédito, desde un principio incorporó, exclusivamente, derechos de índole
pecuniaria. También se mencionó que en el curso de los siglos aparecieron otros documentos
que también llegaron a incorporar derechos, pero que atribuyen a su tenedor prerrogativas de
índole extrapatrimonial, tales como la de intervenir en asambleas y emitir votos, por mencionar
algunos. Por último, surgieron los títulos representativos de mercancías o mercaderías.

Títulos personales o corporativos.


Dentro de los títulos personales o corporativos se puede contar como los más
importantes y sin duda alguna, las obligaciones y los certificados de participación, que, si bien
es cierto que incorporan derechos de naturaleza patrimonial, también suponen para sus
tenedores la facultad de intervenir en reuniones que versen sobre los intereses de todos los
tenedores, así como la de emitir el voto necesario para conformar la voluntad colectiva, pero
asimismo consignan derechos de índole puramente patrimonial, y por ello es frecuente atribuir
a estos documentos la calidad de títulos de inversión.

Títulos obligacionales.
Uno de los mejores ejemplos de los títulos obligacionales es, precisamente el de las
obligaciones, calificadas a menudo también como bonos, cuando su origen es público, pero en
todo caso suponen para el emisor o suscriptor el fundamental compromiso de reembolsar su
importe al tomador, frecuentemente en unión de los productos o intereses que configuran el
verdadero incentivo para los adquirentes. Un papel similar es el que desempeñan los
igualmente mencionados certificados de participación, pues, lo mismo que en ellos, el emisor
está obligado a reconocer y propiciar la existencia de la asamblea de tenedores, como órgano
colegiado con importantes atribuciones, como la de nombrar un representante común, que
actúa en funciones de mandatario de los tenedores (artículos 216 y 228 de la Ley).
Títulos reales o representativos de mercancías.
En el caso de estos títulos es fácil también mencionar, como prototipos de los mismos
los referidos certificados de depósito (artículo 229) en almacenes generales y el conocimiento
de embarque pues, en ambos casos, el emisor hace constar el recibo de mercaderías y se
obliga a devolverlas al tenedor legítimo de las mismas, en la inteligencia de que ambos
documentos permiten la cómoda circulación virtual, mediante el simple endoso del documento
respectivo. Aunque algunas veces se ha mencionado la posibilidad de que la carta de porte y la
guía aérea, que igualmente amparan mercaderías, y que son emitidas por transportistas
terrestres y aéreos respectivamente,

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deberían considerarse también como títulos de crédito, no es fácil formular tal


afirmación, pues ninguna de las leyes que rigen los contratos de transporte de que se trata, así
como la expedición y contenido de dichos documentos, proclaman su carácter representativo,
como sí lo hace la invocada Ley de Navegación respecto del conocimiento de embarque.

Por su forma de creación.


En este punto resulta pertinente hacer la observación de que la clasificación aquí
establecida obedece, más que a la forma, al número admisible de títulos conforme a la ley que
los rige.

Títulos singulares.
Aparecen aquí los que en realidad constituyen la mayoría, sin importar que se expidan
en serie o un crecido número, pues ello no es necesario con arreglo a la ley, sino simplemente
la posibilidad, como ocurre en la mayoría de los casos de fragmentar un crédito. Tal es el caso
de la letra de cambio, el pagaré, el cheque, el certificado de depósito en almacenes generales y
algunos otros que, ciertamente, pueden expedirse en un crecido número con motivo de una
sola operación, pero ello será por razones de comodidad y, de paso, una prueba más de la
agilidad con la que pueden emplearse estas herramientas cambiarias. De ese modo, un buen
ejemplo es la cotidiana suscripción de pagarés que, como forma de documentar un solo
préstamo bancario, suscriben los deudores.

Títulos seriales o en masa.


En otros casos, la ley exige o supone la necesaria emisión masiva de títulos, que
plantean la existencia de un crédito colectivo, como las obligaciones que, por disposición de la
ley, representan según el artículo 208, la participación individual de sus tenedores en un crédito
colectivo constituido a cargo de la sociedad emisora, que necesariamente es una sociedad
anónima. Por cuanto, a las acciones emitidas también por las sociedades anónimas, el
supuesto sería el mismo para quienes las consideran como títulos de crédito según el artículo
111, de la Ley General de Sociedades Mercantiles. A su vez, los certificados de participación
ofrecen un panorama semejante, pues en la teoría legal, y la práctica es congruente con ella,
representan, colectivamente, el derecho a una parte alícuota de los frutos o rendimientos de
bienes afectos a un fideicomiso, o bien del derecho de propiedad de tales bienes o, por último,
según el artículo 228-a del producto neto que resulte de la venta de los mismos. El sector
financiero oficial también se inscribe en la misma línea de emisión masiva de títulos de deuda.
Los certificados de la Tesorería de la Federación, los bonos de desarrollo y otros más son
también buenos ejemplos de créditos masivamente fraccionados.

Por su sustantividad del documento


En este punto es pertinente aclarar que aquí el criterio de clasificación atiende no tanto
a la sustantividad, sino al rango de los títulos, que en este aspecto se ubican en el contexto de
los derechos en general, así como de los contratos. Es del dominio público la existencia de
algunos derechos principales que trae consigo derechos accesorios, tales como el del
propietario de un inmueble respecto del cual existe constituida, en el predio vecino, una
servidumbre de cualquier naturaleza que, en calidad de derecho real, existe en beneficio del
propietario del predio dominante. Otro tanto puede apreciarse de algunos contratos que
requieren la existencia de otros con calidad de accesorios de los primeros, por cuanto existen
sólo mientras los primeros tengan vigencia. A título de ejemplo puede mencionarse aquí un
contrato de arrendamiento respecto del cual se celebra un contrato de fianza a favor del
arrendador. La obligación del fiador tiene, como indispensable presupuesto de existencia, la del
arrendatario frente a su arrendador, por lo cual el contrato de fianza

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se desenvuelve en un plano de accesibilidad, lo mismo sucede en el mundo de los


títulos de crédito en el que algunos de ellos nacen y existen a la sombra de otros.

Títulos principales.
Una vez más, es necesario hacer referencia a la gran mayoría de los títulos de crédito,
que existen sin que hagan falta títulos accesorios, tales como la letra de cambio, el pagaré, el
cheque y otros. El crédito por ellos representado puede hacerse valer mediante su sola
presentación, por razón de que en los mismos se surten los presupuestos necesarios y
suficientes para legitimar a sus tenedores, en la inteligencia de que la medida del derecho está
dada también por el texto de tales documentos.

Títulos accesorios
Ocurre lo contrario que en los principales, pues, si fuera permitido emplear un símil,
son parásitos de los títulos principales. De esta manera, las multi citadas obligaciones, que, en
cuanto títulos principales, deben llevar adheridos cupones, en calidad de títulos accesorios, y
que sirven para hacer efectivo el derecho a la periódica percepción de intereses (artículos 209
y 227). Respecto a las acciones de las sociedades anónimas, para quienes propugnan su
carácter como títulos de crédito, los cupones que deben llevar adheridos, sirven
primordialmente, para hacer efectivo el derecho a los dividendos según establece el artículo
127 de la Ley General de Sociedades Mercantiles. También los certificados de participación
suelen llevar adheridos cupones, que legitiman a sus tenedores para el cobro de los intereses o
rendimientos que produzcan los bienes afectos al fideicomiso del cual deriva la emisión de los
certificados (artículo 228 v de la ley). Por último, nuestra ley permite que el certificado de
depósito de mercancía se expida con un bono de prenda, mismo que servirá según lo
dispuesto en el artículo 229, para la constitución de un crédito prendario sobre las mercancías
o bienes indicados en el propio certificado de depósito correspondiente.

Por su eficacia procesal.


Aquí también la terminología debe ser objeto de una aclaración, pues si bien es cierto
que existen títulos que bastan por sí solos, para ejercitar el derecho que en ellos se consigna,
otros requieren circunstancias extracartulares para cuantificar el derecho de su tenedor, y en
ocasiones para determinar la existencia misma del derecho. De ese modo, algunos títulos son
pues, completos y otros incompletos, con lo cual se indica su total o insuficiente eficacia
procesal.

Títulos de eficacia procesal plena.


Se trata de los documentos que son plenamente válidos sin necesidad de
circunstancias ajenas a ellos, como los tantas veces citados letra de cambio, pagaré y cheque.
Por cuanto a éste último, podría argumentarse que su plena eficacia resulta en la práctica
condicionada a varias circunstancias tales como la autenticidad de la firma del librador, la
existencia de la cuenta bancaria, la suficiencia de fondos y algunas otras, pero la verdad es que
todas ellas no privan a tal documento de su plena validez, en razón de que las apuntadas
posibilidades plantean, por regla general, una conducta ilícita desplegada por el librador, o
acaso por el banco librado, pero ello puede ocurrir en cualquiera de los demás títulos de crédito
considerados como completos.

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Títulos de eficacia limitada.


En comparación con los títulos anteriores, estos documentos no son suficientes para
ejercitar el derecho en ellos consignado, para lo cual precisan de la observancia de requisitos
ajenos a los mismos, cosa que, por lo demás, resulta de su texto o de alguna disposición legal.
De ese modo, en las obligaciones convertibles en acciones, es posible que tal derecho de
conversión esté condicionado al acuerdo de la asamblea de accionistas de la sociedad
emisora, y en tal caso la eficacia resulta limitada, sin perjuicio de otros derechos que, en
cambio, pueden asumir plena validez no condicionada, como el de percibir rendimientos o el de
hacer efectivo el capital. Una vez más, habrá que invocar aquí la no unánime corriente
doctrinaria que adjudica a las acciones el carácter de títulos de crédito, para apuntar que el
derecho al dividendo, que las mismas otorgan a sus titulares, resulta obligadamente
supeditado, en primer término, a la eventual existencia de utilidades y, en segundo lugar, al
acuerdo de la asamblea, que podría tomarse incluso, en el sentido de que no se repartan las
utilidades obtenidas.

Por los efectos de la causa sobre la vida del título.

Por lo que se refiere a esta clasificación, esta dependerá de la relación que le dio
origen al título, la cual, dicho sea de paso, no invalida el título, pero si lo sujeta a un nexo
causal. En cambio, puede suceder que existan causas que rompen el nexo causal y producen
la independencia del título.

Títulos causales o concretos.

Son aquellos títulos que guardan una relación con la causa que los origina. Tan
dependientes son de la causa original que en su texto se les obliga a contener una serie de
menciones derivadas de los actos que los causan. Ejemplo es que las acciones deben contener
datos relacionados con la sociedad a que pertenecen sin mencionar que los derechos como el
cobro de dividendos dependen de circunstancias ajenas al propio título y que ya quedaron
mencionadas.

La misma circunstancia la tiene los certificados de depósito, lo cual ocasiona un mayor


o menor influjo en los derechos de los tenedores.
Lo mismo sucede con el conocimiento de embarque, que depende del contrato de
transporte marítimo de mercancías. A todos estos títulos también se les llama incompletos por
la doctrina cada día estos títulos crecen, pues tenemos como ejemplos los certificados
bursátiles o los títulos opcionales.

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Títulos abstractos.

Encontramos que para Vicente y Gella, la denominación no es completamente


acertada pues los documentos en sí no tienen ni uno ni otro carácter, son las obligaciones en
ellos comprendidas las que adquieren aquellas condiciones según la persona que trata de
hacerlas efectivas. Estos documentos conocidos como completos, no tienen nexo causal con
ningún otro acto, por lo que de ninguna manera se puede afectar al tenedor con aspectos
causales.

Ejemplo sería el caso de una persona que firma un pagaré con motivo de la
compraventa de un inmueble a favor del vendedor. Salvo que el título tenga cláusula de no
negociabilidad, el tenedor podrá endosar el pagaré y la autonomía del título existirá ante
cualquier otro adquirente, independientemente de la operación de compraventa que le dio
origen.

Otros títulos abstractos son la letra de cambio, el cheque y el pagaré, salvo el caso de
los pagarés firmados con motivo de un crédito de habilitación y avío.

También lo son las obligaciones y los certificados de participación. Contra estos


documentos sólo pueden oponerse las excepciones establecidas en el artículo 8 de la ley de
títulos de crédito.

La Suprema Corte ha determinado que la desvinculación de un título de crédito de la


causa que lo originó no es un problema de autonomía sino de abstracción. Mientras que
aquella importa la existencia de un derecho originario, es decir, desvinculado de la posición
jurídica de sus anteriores portadores, la segunda desvincula al documento de la relación
causal. Por virtud de la autonomía el poseedor de buena fe es inmune a las excepciones
personales oponibles a los anteriores poseedores. En razón de la abstracción, en cambio no
pueden ser opuestas al tercer portador las excepciones derivadas de la relación causal.

Según la función económica del título.


Los títulos de crédito pueden ser de especulación o renta variable, y de inversión o de
renta fija. En los primeros, el rendimiento es fluctuante, pues depende de los resultados
financieros del emisor. Al respecto, apunta Astudillo: “En estos títulos el riesgo es mayor que en
los de inversión, pero la posibilidad de ganancia es mayor”. Por ello, en estos títulos existen
tres valores: el valor facial, que aparece en el título; el valor contable, que se deriva de la
contabilidad de emisor; y el valor bursátil, que se funda en el contable, pero se determina por
efecto del mercado. Los títulos de inversión o renta fija, por otro lado, aseguran un rendimiento
fijo y constante. El riesgo es mínimo y el producto es seguro y estable, Además, de acuerdo al
interés comercial de la creación de los títulos de crédito, estos pueden ser de documentación
de deuda simple, o de incremento de capital. Los primeros son los que tienen por objeto
prorrogar el pago de una deuda, como el pagaré; mientras que los segundos se crearon con el
interés de incrementar su capital social o su capital en giro porque desea recurrir al ahorro
privado para aumentar su potencial, como las acciones o los bonos y cédulas hipotecarias

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Títulos de especulación.
Atendiendo a las raíces conceptuales, puede decirse que especular significa efectuar
operaciones comerciales o financieras, con la esperanza de obtener beneficios basados en las
variaciones de los precios o de los cambios. La verdad es que prácticamente cualquier título de
crédito de los seriales o masivos puede ser objeto de una operación especulativa, y no
solamente bursátil, toda vez que diversas circunstancias son susceptibles de influir en que su
valor comercial o de mercado resienta un incremento o una reducción, como podría ser la
excesiva oferta o demanda o la situación financiera del emisor o la mayor o menor cercanía a la
fecha de vencimiento, situaciones de crecida o reducida demanda de los productos o servicios
del emisor, entre otros. Tal es el caso de las acciones, en el supuesto de que se les considere
títulos de crédito, pues quienes las adquieren como operación bursátil abrigan, usualmente, la
esperanza de un incremento en su valor, lo que les permitirá venderlas posteriormente con
ganancias, y otro tanto puede señalarse de todos los demás papeles con los que
cotidianamente se opera en las bolsas de valores de todo el mundo, y ello justifica el que se les
conozca como títulos de especulación.

Títulos de inversión.
La función es, en este caso, la de documentos que también están llamados a redituar
beneficios pecuniarios a sus tenedores, pero no por la diferencia entre el valor de venta y el de
compra en el curso del tiempo, sino exclusivamente, por los rendimientos en ellos establecidos,
de tal suerte que el inversionista sabe de manera anticipada, con un alto grado de precisión, el
monto de los beneficios que obtendrá del documento, e inclusive el importe y la fecha en el que
recuperará su valor facial. No existe aquí aleatoriedad alguna como en los títulos de
especulación, y esto a pesar de que en ambos casos se trate de documentos de la misma
naturaleza. Así, las acciones mencionadas en líneas anteriores como posibles títulos de
especulación, en muchos casos son de mera inversión, como el de quién las adquiere para
conservar, definitiva o indefinitivamente, el carácter de socio. Otro tanto puede decirse de los
demás documentos referidos, lo cual explica el que se haya dicho que la calidad especulativa la
atribuye la intención del adquirente y no la naturaleza del documento. Explicado lo anterior,
parece válido afirmar que prácticamente cualquier título de crédito puede representar para su
tenedor una inversión, o bien, tener carácter especulativo. Otras clasificaciones podrían
añadirse:
a) Por los lugares de suscripción y de pago, existen títulos nacionales e
internacionales, según que ambos lugares se encuentren en el mismo país o no.

b) En razón de su completividad, existen títulos completos y otros incompletos. Es fácil


colegir la diferencia, mientras que los primeros son autosuficientes, los segundos requieren de
elementos para surtir plenos efectos.

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Acción cambiaria

Concepto
La acción cambiaria es la facultad que tiene un acreedor para hacer efectivo el
cobro de una deuda que se encuentra representada en títulos representativos en
dinero, o en mercaderías.

Existen dos tipos de acciones cambiarias:

Acción cambiaria directa:


Es aquella que se hace en contra de personas que no son los obligados
principales en un crédito, por ejemplo, los avalistas, de esta forma, aunque no son los
obligados primarios ni secundarios, si acuden con su firma a ser garantes de los otros.

Acción cambiaria de regreso:


Es aquella que se lleva a cabo en contra de endosantes, avales, y otras
personas que tuvieron el título valor antes y pueden hacerse responsables de este por
tener las firmas de estos.

Las acciones cambiarias pueden proceder:

Por falta de aceptación o si la deuda es aceptada parcialmente: Se presenta


cuando uno de los girados no acepta completamente, es decir acepta solo una parte
de la deuda, o cuando uno de los giradores o todos estos no aceptan la deuda,
también se presenta cuando se declina la aceptación.

Por falta de pago: si alguno de los girados efectúa un pago parcial o se niega a
pagar la deuda habiendo aceptado.
Por cesación de pagos: Cuando cualquiera de los girados deje de realizar los
pagos y sea declarado insolvente.

La acción cambiaria se ejercita:


I. En caso de falta de aceptación o de aceptación parcial;
II. En caso de falta de pago o de pago parcial;
III. Cuando el girado o el aceptante fueren declarados en estado de quiebra o de
concurso.

En los casos de las fracciones I y III, la acción puede deducirse aun antes del
vencimiento por el importe total de la letra, o tratándose de aceptación parcial, por la
parte no aceptada.

La acción cambiaria es directa o de regreso; directa, cuando se deduce contra


el aceptante o sus avalistas; de regreso, cuando se ejercita contra cualquier otro
obligado.

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En los casos de las fracciones I y III, la acción puede deducirse aun antes del
vencimiento por el importe total de la letra, o tratándose de aceptación parcial, por la
parte no aceptada.

La acción cambiaria es directa o de regreso; directa, cuando se deduce contra


el aceptante o sus avalistas; de regreso, cuando se ejercita contra cualquier otro
obligado.
Mediante la acción cambiaria, el último tenedor de la letra puede reclamar el pago:

I. Del importe de la letra;

II. De intereses moratorios al tipo legal, desde el día del vencimiento;

III. De los gastos de protesto y de los demás gastos legítimos;

IV. Del premio de cambio entre la plaza en que debería haberse pagado la letra y la
plaza en que se la haga efectiva, más los gastos de situación. Si la letra no estuviera
vencida, de su importe se deducirá el descuento, calculado al tipo de interés legal.

El obligado en vía de regreso que paga la letra tiene derecho a exigir, por
medio
de la acción cambiaria:

I. El reembolso de lo que hubiere pagado, menos las costas a que haya sido
condenado;

II. Intereses moratorios al tipo legal sobre esa suma desde la fecha de su pago;

III. Los gastos de cobranza y los demás gastos legítimos; y


IV. El premio del cambio entre la plaza de su domicilio y la del reembolso, más los
gastos de situación. El aceptante, el girador, los endosantes y los avalistas responden
solidariamente
por las prestaciones a que se refieren los dos artículos anteriores. El último tenedor de
la letra puede ejercitar la acción cambiaria contra todos los obligados a la vez, o contra
alguno o algunos de ellos, sin perder en ese caso la acción contra los otros, y sin
obligación de seguir el orden que guardan sus firmas en la letra. El mismo derecho
tendrá todo obligado que haya pagado la letra, en contra de los signatarios anteriores,
y del aceptante y sus avalistas.

El último tenedor de una letra debidamente protestada, así como el obligado en


vía de regreso que la haya pagado, pueden cobrar lo que por ella les deban los demás
signatarios:

I. Cargándose o pidiéndoles que les abonen en cuenta, con el importe de la


misma, el de los intereses y gastos legítimos; o bien,

II. Girando a su cargo y a la vista, en favor de sí mismos o de un tercero, por el valor


de la letra aumentado con los intereses y gastos legítimos.

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Excepciones oponibles contra las acciones derivadas de los títulos de


crédito.

Contra las acciones derivadas de un título de crédito, sólo pueden oponerse las
siguientes excepciones y defensas:

I. Las de incompetencia y de falta de personalidad en el actor;

II. Las que se funden en el hecho de no haber sido el demandado quien firmó el
documento;

III. Las de falta de representación, de poder bastante o de facultades legales en quien


subscribió el título a nombre del demandado, salvo lo dispuesto en al artículo;

IV. La de haber sido incapaz el demandado al suscribir el título;

V. Las fundadas en la omisión de los requisitos y menciones que el título o el acto en


él consignado deben llenar o contener y la ley no presuma expresamente, o que no se
hayan satisfecho dentro del término que señala el artículo 15 de la Ley de Títulos y
Operaciones de Crédito;

VI. La de alteración del texto del documento o de los demás actos que en él consten,
sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 13 de la Ley de Títulos y Operaciones de
Crédito;

VII. Las que se funden en que el título no es negociable;


VIII. Las que se basen en la quita o pago parcial que consten en el texto mismo del
documento, o en el depósito del importe de la letra en el caso del artículo 132 de la
Ley de Títulos y Operaciones de Crédito;

IX. Las que se funden en la cancelación del título, o en la suspensión de su pago


ordenada judicialmente, en el caso de la fracción II del artículo 45 de la Ley de Títulos
y Operaciones de Crédito;

X. Las de prescripción y caducidad y las que se basen en la falta de las demás


condiciones necesarias para el ejercicio de la acción;

XI. Las personales que tenga el demandado contra el actor.

BIBLIOGRAFIA.

 Títulos y Operaciones de Crédito, 14ª.edición,


 Editorial Herrero, México, 1988.
 Derecho Mercantil Mexicano, 21ª.edición,
 Introducción al Derecho Mercantil, Editorial
 Noriega-Limusa, México, 1990.
 Tratado de Sociedades Mercantiles, 20ª.edición,

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