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Desarrollo

En los medios de comunicación nacionales o internacionales todas las semanas


aparece una noticia que recoge casos de violencia contra las mujeres, que
incluyen mutilación genital, violación y asalto, tráfico de personas y violencia
relacionada con cuestiones de honor, violencia sexual en países en conflicto,
violencia doméstica y violencia relacionada con problemas migratorios, búsqueda
de asilo y crisis de refugiados. También se ha puesto el acento en cómo las
respuestas políticas en estas áreas diversas tienen una dimensión de género y en
cómo influyen en la identidad de las mujeres y en sus relaciones con las demás,
así como en los actos cotidianos de violencia no denunciada tanto en el Sur como
en el Norte globales.

Por otra parte, se ha producido en la última década una aceptación creciente de


que los hombres, aunque son los principales perpetradores de violencia contra las
mujeres, en determinados contextos y grupos de edad también sufren violencia,
en especial por parte de otros hombres. En este sentido, cabe citar como ejemplo
la Sudáfrica actual, donde la primera causa de mortalidad en los varones jóvenes
negros y pobres es la violencia, incluido el asesinato a manos de otros hombres, a
menudo vinculado a actividades criminales y de bandas o mafias.

Este enfoque más exhaustivo del combate contra la violencia se pone de


manifiesto, por ejemplo, en la creación del Día Internacional de la Eliminación de
la Violencia contra la Mujer, en 2016. Lo más interesante de esta iniciativa es que
la violencia contra las mujeres se reconoció y debatió en el contexto de su impacto
sobre las mujeres, los hombres, las niñas y los niños. También se admitió que
había tanto hombres como mujeres que se esforzaban por ayudar a víctimas y
agresores, además de luchar contra la violencia global en todas sus vertientes.

La conceptualización de las mujeres como "complementarias" de los hombres ha


obstaculizado su reconocimiento como personas con intereses, derechos y
potencialidades iguales a los de los hombres y ha dificultado su acceso a espacios
y desempeños que se consideran masculinos. En un momento fue la educación y
el trabajo asalariado, después la política y el ejercicio de la ciudadanía y ahora el
límite se encuentra en las posiciones jerárquicas, tanto eclesiásticas como
políticas y militares. A pesar de que en ciertos círculos y en algunos ámbitos
geográficos ya se acepta la igualdad básica entre mujeres y hombres como seres
humanos, muchos grupos continúan creyendo que las diferencias anatómicas son
expresión de diferencias más profundas y que los papeles de mujeres y hombres
deben permanecer complementarios y excluyentes. Justamente el feminismo ha
logrado poner en la agenda política la existencia de un trato desigual en base al
sexo y ha mostrado que el problema de la no correspondencia de la vida real de
las mujeres con su representación social se sostiene precisamente por la fuerza
simbólica del género.

Propuesta

Algunos de los factores que inciden en la violencia contra las mujeres son el
machismo y la desigualdad, los cuales a veces se originan desde la familia, por
ello es importante impulsar nuevas dinámicas en los hogares.

La igualdad y no discriminación se construye desde la familia, donde las


responsabilidades y beneficios son compartidos y equitativos, en beneficio de
todas y todos sus integrantes.

Desde antes de nacer, nuestra familia y la sociedad en general comienzan a


formularse una serie de expectativas, como la ropa o color con el que nos vestirán,
la decoración del cuarto, los juguetes que tendremos disponibles, así como los
comportamientos o "reglas" que debemos seguir dependiendo de si somos niñas o
niños.

Estos comportamientos y actitudes aprendidos durante nuestra infancia en el


espacio familiar refuerzan los roles de género que definen lo que es ser mujer
y hombre. Estos roles y estereotipos de género generan conductas machistas de
los varones hacia las mujeres, ya que se les educa con la idea de que las mujeres
son el sexo “débil”, generando relaciones de superioridad, poder y control sobre
ellas que, aunque a veces no son evidentes, repercuten en la forma en que
mujeres y hombres se relacionan e interactúan entre sí.
Adiós a la división de labores basada en el sexo

Bajo esta idea de que la mujer debía ser la principal o única responsable de la
crianza de las hijas e hijos, muchas mujeres decidieron quedarse en casa y
abandonar su desarrollo profesional, contribuyendo a perpetuar la desigualdad
existente entre hombres y mujeres.

Por fortuna, esta diferenciación de las tareas basada en los sexos está
cambiando y hoy en día más mujeres y hombres buscan romper los roles y
estereotipos que limitan su desarrollo como personas, ya sea en el ámbito
profesional, como en el ámbito personal y familiar.

Hoy un padre comprometido y cariñoso que toma parte activa en las labores de la
casa ya no es visto como un “mandilón”, sino como un papá responsable y
dedicado. Los hombres ya no ven amenazada su masculinidad por compartir
responsabilidades y relacionarse con una pareja que sea independiente,
autosuficiente o asuma un papel de liderazgo en la relación. Por su parte, las
mujeres que continúan trabajando después de tener hijas/os no son vistas como
“malas madres”, sino como mamás trabajadoras que aportan al sostén de la
familia, además de que cada vez más mujeres son jefas de familia.

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