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Segunda Cruzada

La caída del condado de Edesa, que aparece a la derecha de


este mapa (c.1140), fue la causa de la Segunda Cruzada.

La Segunda Cruzada fue una cruzada lanzada desde Europa y


convocada en 1145 en respuesta a la caída del condado de
Edesa un año antes. Edesa fue el primero de los estados
cruzados fundados durante la Primera Cruzada (1096–1099),
pero fue también el primero en caer. La Segunda Cruzada,
convocada por el Papa Eugenio III, contó con el liderazgo de
varios reyes europeos por primera vez, entre los que
destacaron Luis VII de Francia y el emperador Conrado III, y
con la ayuda de numerosos nobles. Los ejércitos de ambos
reyes marcharon por separado a través de Europa y en cierto
modo fueron retardados por el emperador bizantino Manuel I
Comneno. Después de cruzar el territorio bizantino, ya en
Anatolia, ambos ejércitos fueron derrotados, por separado,
por los turcos selyúcidas. Luis, Conrado y los restos de sus
ejércitos llegaron a Jerusalén y en 1148 participaron en un
desacertado ataque sobre Damasco. La cruzada en oriente fue
un fracaso para los cruzados y una gran victoria para los
musulmanes. En último término, dicho fracaso conduciría al
asedio y caída de Jerusalén en 1187 y a la convocatoria de la
Tercera Cruzada a finales del siglo XII.

El único éxito se produjo fuera del Mediterráneo, cuando los


cruzados ingleses, en su ruta marítima hacia Tierra Santa, se
detuvieron en las costas portuguesas y ayudaron a la toma de
Lisboa en 1147. Mientras tanto, en Europa oriental, se inició la
primera de las cruzadas del norte para convertir al
cristianismo a las tribus paganas del Báltico, en un proceso
que duraría varios siglos.
Orígenes

Asia menor y los reinos cruzados hacia 1140

Tras la Primera Cruzada y la cruzada menor de 1101, se


establecieron tres reinos cruzados en oriente: el reino de
Jerusalén, el principado de Antioquía y el condado de Edesa.
Un cuarto estado, el condado de Trípoli se creó en 1109. Edesa
se encontraba en el extremo norte, y era además el más débil
y menos poblado; como tal, era objeto de frecuentes ataques
de los estados musulmanes vecinos, gobernados por los
Ortóquidas, Danisméndidas, y turcos selyúcidas. El conde
Balduino II y el futuro conde Joscelino de Courtenay fueron
apresados tras su derrota en la batalla de Harran en 1104.
Balduino y Joscelino volvieron a ser capturados en 1122, y
aunque Edesa se recuperó en parte tras la batalla de Azaz en
1125, Joscelino murió luchando en 1131. Su sucesor Joscelino
II se vio forzado a una alianza con el Imperio bizantino, pero
en 1143 murieron tanto el emperador Juan II Comneno como
el rey de Jerusalén Fulco de Anjou. Joscelino también tuvo sus
disputas con el conde de Trípoli y el príncipe de Antioquía, de
modo que a Edesa no le quedaban aliados poderosos.

Mientras tanto, el selyúcida Zengi, atabeg de Mosul, había


conquistado Alepo en 1128. Alepo era la llave de Siria, y se la
habían disputado Mosul y Damasco. Tanto Zengi como el rey
Balduino II se volvieron entonces hacia Damasco. Balduino
sufrió una derrota fuera de la ciudad en 1129; pero Damasco,
gobernada por la dinastía de los Búridas, se aliaría más tarde
con el rey Fulco cuando Zengi la asediase en 1139 y 1140; el
cronista musulmán Usamah ibn Munqidh negoció dicha
alianza.

A finales de 1144, Joscelino II se alió con los Ortóquidas y


salió de Edesa con casi todo su ejército para apoyar al príncipe
ortóquida Kara Aslan contra Alepo. Zengi, que buscaba
beneficiarse de la muerte de Fulco en 1143, se dirigió
rápidamente hacia el norte para asediar Edesa, que cayó en
sus manos un mes después, el 24 de diciembre de 1144.
Manases de Hierges, Felipe de Milly y otros nobles salieron de
Jerusalén para prestar su ayuda, pero era ya demasiado tarde.
Joscelino II siguió gobernando lo que le quedó del condado
desde Turbessel, pero poco a poco, el resto del territorio sería
tomado o vendido a los bizantinos. Gracias a esto, Zengi fue
ensalzado en todo el mundo islámico como "defensor de la fe"
y al-Malik al-Mansur, "el rey victorioso". Pero no prosiguió sus
ataques sobre el territorio restante de Edesa o sobre le
principado de Antioquía, como era de temer. Los
acontecimientos internos de Mosul le obligaron a volver, y de
nuevo dirigió su mirada a Damasco. Sin embargo, un esclavo
lo asesinó en 1146 y le sucedió en Alepo su hijo Nur al-Din.
Joscelino intentó recuperar Edesa tras el asesinato de Zengi,
pero Nur al-Din le derrotó en noviembre de 1146.

Reacción en occidente
Las noticias de la caída de Edesa llegaron a Europa primero a
través de los peregrinos que retornaban en 1145 y luego por
las embajadas enviadas desde Antioquía, Jerusalén y Armenia.
El obispo Hugo de Jabala le transmitió las nuevas al Papa
Eugenio III que no tardó en emitir la bula Quantum
praedecessores el 1 de diciembre del mismo año, por la que
convocaba una segunda cruzada. Hugo también le habló de un
rey oriental cristiano, que se esperaba que llegase en ayuda
de los cruzados: se trata de la primera mención documentada
del Preste Juan. Eugenio, que vivía en Viterbo pues no
controlaba Roma, decidió a pesar de todo que la cruzada debía
de ser más organizada y centralizada que la Primera. Los
predicadores debían contar con la aprobación papal, los
ejércitos, estar dirigidos por los reyes más poderosos de
Europa y la ruta debía decidirse de antemano. En un principio,
se hizo caso omiso de estos puntos, ya que Luis VII de Francia
había estado valorando también la posibilidad de una nueva
cruzada de forma independiente a la del Papa, y además, así
se lo anunció a su corte aquella Navidad. Quizá a Luis no le
había llegado la bula cuando hizo el anuncio, pero en cualquier
caso, ni el abad Suger ni otros nobles se mostraron partidarios
de los planes del rey. Luis consultó entonces a Bernardo de
Claraval, que le remitió al Papa. En este momento, sin duda,
Luis conocía ya la bula papal, y Eugenio apoyó con entusiasmo
la cruzada de Luis. El 1 de marzo de 1146 se volvió a publicar
la bula, y Eugenio autorizó a Bernardo la predicación de la
misma por toda Francia.

Bernardo de Claraval predica la cruzada


Pero al principio apenas hubo entusiasmo popular por la
cruzada, como en 1095 y 1096. Sin embargo, Bernardo, uno de
los hombres más famosos y respetados de la Cristiandad,
decidió hacer hincapié sobre el hecho de que tomar la cruz era
un medio para lograr la absolución de los pecados y alcanzar
la gracia. El 31 de marzo, en presencia del rey Luis, predicó
ante una gran multitud en el campo junto a Vézelay. Bernardo,
el "doctor melífluo", ejerció el poder de su oratoria y sus
oyentes se alzaron al grito de "¡cruces, dadnos cruces!" y
agotaron las telas haciendo cruces, e incluso se dice que el
propio Bernardo entregó sus vestiduras externas con este fin.
A diferencia de la Primera Cruzada, la nueva aventura atrajo
también a miembros de la realeza, como Leonor de Aquitania,
entonces reina de Francia; Thierry de Alsacia, conde de
Flandes; Enrique, el futuro conde de Champaña; el hermano de
Luis, Roberto I de Dreux; Alfonso I de Toulouse; Guillermo II
de Nevers; Guillermo de Warenne, tercer conde de Surrey;
Hugo VII de Lusignan; así como a otros muchos nobles y
obispos. Pero fue la gente común la que dio muestras de
mayor entusiasmo. El Papa nombró santo a Bernardo por sus
méritos enardeciendo a la gente y enviándolos a combatir a
los musulmanes para recuperar Tierra Santa. San Bernardo
escribió al Papa pocos días después: "Abrí la boca, hablé, e
inmediatamente los cruzados se multiplicaron hasta el infinito.
Las aldeas y villas están vacías; apenas hay un hombre por
cada siete mujeres. Por todas partes se ven viudas, cuyos
maridos aún viven".

Se decidió que los cruzados partirían un año después, y que


mientras tanto se llevarían a cabo los preparativos y se
trazaría la ruta hasta Tierra Santa. Luis y Eugenio contaron
con el apoyo de aquellos príncipes cuyas tierras tendrían que
cruzar: Geza de Hungría, Roger II de Sicilia y el emperador
bizantino Manuel I Comneno, aunque este último pidió que los
cruzados le jurasen fidelidad, lo mismo que había pedido su
abuelo Alejo I Comneno.

Mientras tanto, Bernardo siguió predicando en Borgoña,


Lorena y Flandes. Al igual que en la Primera Cruzada, la
predicación condujo a ciertos ataques contra los judíos; un
monje cisterciense alemán bastante fanático llamado Rudolf al
parecer incitó a la matanza de judíos en Renania, Colonia,
Maguncia, Worms y Espira, pues les acusaba de no querer
contribuir con dinero al rescate de Tierra Santa. San Bernardo
y los arzobispos de Colonia y Maguncia se opusieron
firmemente a dichas persecuciones, e incluso Bernardo viajó
desde Flandes a Alemania para intentar acabar con el
problema, y en gran medida logró que gran parte de la
audiencia de Rudolf le siguiese a él. Luego, se encontró con
Rudolf en Maguncia y pudo silenciarle y mandarlo de vuelta a
su monasterio.

Mientras estaba en Alemania, Bernardo predicó a Conrado III


en noviembre de 1146, pero como Conrado no parecía
interesado en participar personalmente, Bernardo pasó a
Alemania meridional y Suiza para seguir sus prédicas. Sin
embargo, en su viaje de vuelta, en diciembre, se detuvo en
Espira, donde en presencia de Conrado pronunció un
emocionado sermón en el que representó la figura del propio
Cristo, preguntándole qué más podía hacer por el emperador:
“Hombre”, le dijo, “¿qué más debo hacer por ti que aún no
haya hecho?” Conrado ya no se pudo resistir y se unió a la
cruzada con muchos de sus nobles vasallos, entre ellos,
Federico, duque de Suabia. También, al igual que meses antes
en Vézelay, mucha gente común tomó la cruz en Alemania.

El Papa también autorizó la cruzada en España, aunque hacía


mucho tiempo que había guerras contra los moros. Concedió a
Alfonso VII de Castilla la misma indulgencia que había
otorgado a los cruzados franceses; e igual que hizo el Papa
Urbano II en 1095, urgió a los españoles a luchar en su propio
territorio en lugar de unirse a las cruzadas de oriente.
Autorizó a Marsella, Pisa y Génova, así como a otras ciudades,
a luchar en España también, pero en general mandó a los
italianos a las cruzadas de oriente, como le pidió con Amadeo
III de Saboya. Eugenio no quería que Conrado participase,
pues temía que así reforzase el poder imperial en sus
reivindicaciones sobre el Papado, pero en cualquier caso no le
prohibió marchar.

Preparativos
El 16 de febrero de 1147, los cruzados franceses se reunieron
en Étampes para discutir su itinerario. Los alemanes habían
decidido ya viajar por tierra, a través de Hungría, puesto que,
como Roger II era enemigo de Conrado, la ruta marítima
resultaba políticamente poco viable. Muchos de los nobles
franceses desconfiaban de la ruta terrestre, que les llevaría a
través del Imperio Bizantino, cuya reputación todavía se
resentía por los relatos de los primeros cruzados. No obstante,
decidieron seguir a Conrado, y se pusiero en camino el 15 de
junio. Roger II se sintió ofendido y rehusó continuar
participando. El abad Suger y el conde Guillermo de Nevers
fueron elegidos como regentes mientras el rey permaneciera
en la cruzada.

En Alemania Adam de Ebrach continuó predicando, y Otto de


Freising tomó también la cruz. El 13 de marzo, en Fráncfort, el
hijo de Conrado, Federico, fue elegido rey, bajo la regencia de
Enrique, arzobispo de Mainz. Los alemanes planeaban partir
en mayo y reunirse con los franceses en Constantinopla. Por
entonces, otros príncipes alemanes extendieron la idea de
cruzada a las tribus eslavas del nordeste del Sacro Imperio
Romano Germánico , y fueron autorizados por Bernardo para
emprender una cruzada contra ellas. El 13 de abril, Eugenio
confirmó esta cruzada, comparándola a las realizadas en
España y Palestina. Así, en 1147 nacieron las cruzadas
bálticas.
La cruzada en España y Portugal

Alfonso I de Portugal

A mediados de mayo salieron de Inglaterra los primeros


contingentes, compuestos de cruzados flamencos, frisios,
normandos, ingleses, escoceses y algunos alemanes. Ningún
rey ni príncipe dirigía a estas tropas; Inglaterra estaba por
entonces dominada por la anarquía. Llegaron a Oporto en
junio. Allí, el obispo les convenció para que continuasen hasta
Lisboa, a donde había llegado ya el rey Alfonso I, informado
de la llegada de una flota cruzada a su reino. Dado que la
cruzada en España y Portugal había sido sancionada por el
Papa, los cruzados aceptaron combatir a los musulmanes en la
Península. El sitio de Lisboa comenzó el 1 de julio y se
prolongó hasta el 24 de octubre, cuando la ciudad cayó en
poder de los cruzados, quienes la saquearon a fondo antes de
cedérsela al rey de Portugal. Algunos de los cruzados se
asentaron en la recién conquistada ciudad, y Gilbert de
Hastings fue elegido obispo, pero la mayoría de la flota
continuó su viaje hacia el este en febrero de 1148. Casi al
mismo tiempo, los ejércitos españoles comandados por
Alfonso VII de Castilla y Ramón Berenguer IV de Barcelona,
entre otros, conquistaron Almería. En 1148 y 1149
conquistaron también Tortosa, Fraga y Lérida.

Partida de los cruzados alemanes


Los cruzados alemanes, franconios, bávaros y suabos,
partieron por tierra, también en mayo de 1147. Ottokar III de
Estiria se unió a Conrado en Viena, y el enemigo de Conrado,
Geza II de Hungría les permitió finalmente atravesar su reino
sin causarles daño. Cuando el ejército llegó a territorio
bizantino, el emperador Manuel I temió que fuesen a atacarle,
y destacó tropas para asegurar que no se produjeran
disturbios. Hubo una breve escaramuza con algunos de los
más indisciplinados alemanes cerca de Filipópolis, y en
Adrianópolis, donde el general bizantino Prosouch se enfrentó
al sobrino de Conrado, el futuro emperador Federico I. Para
empeorar las cosas, varios soldados alemanes murieron en
una inundación a comienzos de septiembre. El 10 de
septiembre, sin embargo, los alemanes llegaron a
Constantinopla, donde el emperador les acogió con bastante
frialdad, y les convenció para que cruzasen a Asia Menor tan
pronto como fuera posible. Manuel quería que Conrado dejase
en Constantinopla parte de su ejército, para que le ayudase a
defenderse de los ataques de Roger II, quien había
aprovechado la oportunidad para saquear las ciudades de
Grecia. Conrado, a pesar de ser enemigo de Roger, no aceptó
la propuesta del emperador.

El emperador Federico I, duque de Suabia durante la Segunda


Cruzada

En Asia Menor, Conrado decidió no esperar a los franceses, y


marchó contra Iconio, capital del selyúcida sultanato de Rüm.
Dividió su ejército en dos divisiones, de las cuales la primera
fue destruida por los selyúcidas el 25 de octubre de 1147 en la
segunda batalla de Dorileo (Dorylaeum). Los turcos utilizaron
su táctica habitual de fingir una retirada y volver a atacar a la
pequeña fuerza de caballería alemana que se había separado
del ejército principal para perseguirles. Conrado comenzó una
lenta retirada de regreso a Constantinopla, y su ejército fue
diariamente hostigado por los turcos, que atacaron a los
rezagados y vencieron a la retaguardia. El propio Conrado fue
herido en una escaramuza con ellos, siendo atendido de sus
lesiones por el propio emperador bizantino Manuel. La otra
división del ejército, comandada por Otto de Freising, se
dirigió hacia la costa mediterránea, y fue igualmente
masacrada a comienzos de 1148.

Partida de los cruzados franceses

Fresco del emperador Manuel I Comneno (El apellido es el


nombre de la casa real).

Los cruzados franceses partieron de Metz en junio, liderados


por Luis, Thierry de Alsacia, Renaut I de Bar, Amadeo III de
Saboya, Guillermo VII de Auvernia, Guillermo III de
Montferrato, y otros, junto con ejércitos de Lorena, Bretaña,
Borgoña y Aquitania. Una parte del ejército, procedente de
Provenza, bajo el mando de Alfonso de Toulouse, decidió
esperar hasta agosto y seguir por mar. En Worms, Luis se unió
a los cruzados de Normandía e Inglaterra. Siguieron la ruta de
Conrado en paz, aunque Luis tuvo un problema con Geza de
Hungría, cuando éste descubrió que Luis había permitido que
se le uniese una persona que había intentado usurpar el trono
húngaro.
Las relaciones ya dentro del territorio bizantino no fueron muy
buenas, y los loreneses, que iban en vanguardia del resto de
los franceses, también tuvieron problemas con los alemanes,
más lentos. Desde las negociaciones originales entre Luis y
Manuel, éste último había detenido las hostilidades con el
Sultanato de Rüm, se había aliado con su sultán Mas'ud, sin
embargo, las relaciones de Manuel con el ejército francés
fueron algo mejores que con los alemanes, y Luis fue recibido
espléndidamente en Constantinopla. Algunos franceses se
escandalizaron de la alianza de Manuel con los selyúcidas, y
exigieron un ataque contra Constantinopla, pero fueron
refrenados por los legados papales.

Cuando las tropas de Saboya, Auvernia y Monferrato se


unieron a las de Luis en Constantinopla (después de llegar por
la ruta italiana y cruzar desde Brindisi a Durazzo), el ejército
al completo fue trasladado a través del Bósforo hasta Asia
Menor. Se vieron reconfortados por los rumores que decían
que los alemanes habían tomado Iconio, pero Manuel rechazó
conceder a Luis tropas bizantinas e hizo jurar a los franceses
que devolverían al Imperio cualquier territorio que
reconquistasen. Tanto alemanes como franceses entraron en
Asia sin ayuda alguna por parte de los bizantinos, a diferencia
de los ejércitos de la Primera Cruzada.

Los franceses se encontraron con los restos del ejército de


Conrado en Nicea, y el propio Conrado se unió a las fuerzas de
Luis. Siguieron la ruta de Otto de Freising por la costa
mediterránea, y llegaron a Éfeso en diciembre, donde se
enteraron de que los turcos se preparaban para atacarles.
Manuel les envió embajadores, quejándose de los saqueos de
las tropas de Luis por el camino, y quedaba claro que no había
garantía alguna de que los bizantinos les ayudarían en caso de
ataque turco. Mientras tanto Conrado enfermó y tuvo que
volver a Constantinopla, donde el propio Manuel le atendió
personalmente; pero Luis, sin prestar atención a las amenazas
de un ataque turco, partió de Éfeso.

Los turcos estaban realmente esperando para atacarles, pero


en una pequeña batalla a las afueras de Éfeso, vencieron los
franceses. Llegaron a Laodicea a principios de enero de 1148,
pocos días después de que el ejército de Otto de Freising
hubiese sido destruido en la zona. Al reanudar la marcha, la
vanguardia bajo el mando de Amadeo de Saboya se separó del
resto, mientras que las tropas de Luis fueron desviadas por los
turcos. El propio Luis, según Odón de Deuil, trepó a un árbol y
los turcos no se dieron cuenta de su presencia o no le
reconocieron. Los turcos no se molestaron en seguir atacando,
y los franceses continuaron hasta Adalia, aunque bajo la
constante presión turca, que quemaba la tierra para evitar que
los franceses pudiesen alimentarse de la misma. Luis quiso
continuar por tierra, y se decidió que reunir una flota en
Adalia que les llevase a Antioquía. Tras un retraso de un mes
debido a las tormentas, la mayoría de los barcos prometidos ni
siquiera llegó. Luis y los que iban con él embarcaron, dejando
al resto del ejército que continuase la larga marcha hasta
Antioquía por tierra. Casi todo el ejército pereció, ya fuese a
manos de los turcos o por distintas enfermedades.

La marcha hasta Jerusalén


Luis llegó a Antioquía el 19 de marzo, después de sufrir una
tormenta; Amadeo de Saboya había muerto en el camino en
Chipre. Luis fue recibido por el tío de Leonor Raimundo de
Poitiers. Éste esperaba que Luis le ayudaría a defenderse de
los turcos y que le acompañaría en un ataque contra Alepo,
pero Luis tenía otros planes, pues prefería dirigirse primero a
Jerusalén para cumplir su peregrinaje, más que centrarse en
el aspecto militar de la cruzada. Leonor disfrutó de su
estancia, pero su tío quería que ella se quedase con él, e
incluso que se divorciase de Luis si éste no aceptaba ayudarle.
Luis dejó rápidamente Antioquía camino de Trípoli. Mientras,
Otto de Freising y el resto de sus tropas llegaron a Jerusalén a
primeros de abril, y Conrado lo hizo poco después. El patriarca
Fulco de Jerusalén viajó para invitar a Luis a que se reuniese
con ellos. La flota que se había detenido en Lisboa llegó
también en estas fechas, al igual que los provenzales de
Alfonso de Toulouse, aunque éste último había muerto en el
camino hacia Jerusalén, según los indicios, envenenado por
Raimundo II de Trípoli, su sobrino que temía las pretensiones
políticas de su tío sobre el condado.

El consejo de Acre
La mezquita omeya en el centro de Damasco

En Jerusalén el objetivo de la cruzada se dirigió rápidamente


hacia Damasco, el blanco deseado del rey Balduino III de
Jerusalén y de los caballeros templarios. A Conrado ya se le
había convencido de la necesidad de participar en esta
expedición. Cuando llegó Luis, la Haute Cour se reunió en Acre
el 24 de junio. Fue la reunión más espectacular de la Cour en
toda su historia: Conrado, Otón, Enrique II de Austria, el
futuro emperador Federico I Barbarroja (entonces duque de
Suabia), y Guillermo III de Montferrato representaban al
Sacro Imperio; Luis, el hijo de Alfonso, Bertrand, Thierry de
Alsacia y otros señores eclesiásticos y seculares
representaban a Francia; y por parte de Jerusalén estaban el
rey Balduino, la reina Melisenda, el patriarca Fulco, Robert de
Craon (gran maestre del Temple), Raimundo del Puy de
Provence (gran maestre de los caballeros hospitalarios),
Manasses de Hierges (condestable de Jerusalén), Hunifrido II
de Torón, Felipe de Milly y Barisán de Ibelín.
Sorprendentemente, no asistió nadie de Antioquía, Trípoli, o
del antiguo condado de Edesa. Algunos franceses consideraron
que así habían llevado a cabo su peregrinaje, y querían volver
a casa; algunos barones del reino señalaron que no sería
acertado atacar Damasco, su aliado contra los zéngidas. Pero
Conrado, Luis y Balduino insistieron, y en julio se reunió un
ejército en Tiberíades.

Sitio de Damasco
Los cruzados decidieron atacar Damasco desde el oeste,
donde las huertas les facilitaban un constante
aprovisionamento de víveres. Llegaron el 23 de julio, con el
ejército de Jerusalén en vanguardia, seguido por Luis, y a
continuación Conrado, en la retaguardia. Los musulmanes
estaban preparados para el ataque y hostigaron
constantemente al ejército, avanzando por las huertas. Los
cruzados consiguieron abrirse camino y expulsar a los
defensores al otro lado del río Barada y a Damasco; llegados al
pie de las murallas, emprendieron inmediatamente el asedio
de la ciudad. Damasco había pedido ayuda a Saif ad-Din Ghazi
I de Aleppo y Nur ad-Din de Mosul, y el visir Mu'in ad-Din Unur
dirigió un inexitoso ataque contra los cruzados. Había
conflictos en ambos bandos: Unur sospechaba que si Saif ad-
Din y Nur ad-Din ofrecían su ayuda era porque querían
apoderarse de la ciudad; por su parte, los cruzados no podían
ponerse de acuerdo sobre a quién le correspondería la ciudad
en caso de que la conquistaran. El 27 de julio, los cruzados
decidieron trasladarse al lado este de la ciudad, que estaba
menos forfificado pero era menos rico en comida y agua. Por
entonces Nur ad-Din ya había llegado, y les fue imposible
regresar a su posición anterior. Primero Conrado, y luego el
resto de los cruzados, decidieron levantar el sitio y regresar a
Jerusalén.

Consecuencias
Todos los bandos se sintieron traicionados por los otros. Se
trazó un nuevo plan para conquistar Ascalón, y Conrado llevó
allí sus tropas, pero no llegaron más refuerzos, debido a la
desconfianza nacida entre los cruzados durante el fallido
asedio de Damasco. Se abandonó la idea de la expedición a
Ascalón, y Conrado regresó a Constantinopla para renovar su
alianza con Manuel, mientras que Luis permaneció en
Jerusalén hasta 1149. En Europa, Bernardo de Claraval se
sentía humillado, y cuando fracasó su intento de promover
una nueva cruzada, intentó distanciarse del fiasco que había
supuesto la Segunda Cruzada. Murió en 1153.

El asedio de Damasco tuvo consecuencias desastrosas a largo


plazo: Damasco no volvió a confiar en el reino cruzado, y la
ciudad fue entregada a Nur ad-Din en 1154. Balduino II
finalmente sitió Ascalón en 1153, lo que atrajo a Egipto al
ámbito del conflicto. Jerusalén fue capaz de hacer algunas
conquistas más en territorio egipcio, ocupando brevemente El
Cairo en la década de 1160. Sin embargo, las relaciones con el
Imperio Bizantino eran, como poco, delicadas, y la ayuda de
Occidente se hizo escasa después del desastre de la Segunda
Cruzada. En 1171, Saladino, sobrino de uno de los generales
de Nur ad-Din, fue proclamado sultán de Egipto, y logró unir
bajo su mando Egipto y Siria, rodeando por completo al reino
cruzado. En 1187 Jerusalén cayó en su poder, y Saladino se
dirigió al norte, donde se apoderó de todo el territorio de los
estados cruzados, a excepción de sus capitales, lo cual
motivaría el nacimiento de la Tercera Cruzada.

Referencias
Fuentes primarias

• Anónimo. De expugniatione Lyxbonensi. The Conquest of


Lisbon. Editado y traducido al inglés por Charles Wendell
David. Columbia University Press, 1936.
• Odo de Deuil. De profectione Ludovici VII in orientem.
Editado y traducido al inglés por Virginia Gingerick Berry.
Columbia University Press, 1948.
• Otto de Freising. Gesta Friderici I Imperatoris. The
Deeds of Frederick Barbarossa. Editado y traducido al
inglés por Charles Christopher Mierow. Columbia
University Press, 1953.
• The Damascus Chronicle of the Crusaders, extracted and
translated from the Chronicle of Ibn al-Qalanisi. Editado
y traducido al inglés por H. A. R. Gibb. London, 1932.
• Guillermo de Tiro. A History of Deeds Done Beyond the
Sea. Edited and translated by E. A. Babcock and A. C.
Krey. Columbia University Press, 1943.
• O City of Byzantium, Annals of Nicetas Choniates,
traducido al inglés por Harry J. Magoulias. Wayne State
University Press, 1984.
• Juan Cinnamus, Deeds of John and Manuel Comnenus,
traducido al inglés por Charles M. Brand. Columbia
University Press, 1976.

Fuentes secundarias

• Michael Gervers, ed. The Second Crusade and the


Cistercians. St. Martin's Press, 1992.
• Jonathan Phillips and Martin Hoch, eds. The Second
Crusade: Scope and Consequences. Manchester
University Press, 2001.
• Steven Runciman, A History of the Crusades, vol. II: The
Kingdom of Jerusalem and the Frankish East, 1100-1187.
Cambridge University Press, 1952.
• Kenneth Setton, ed. A History of the Crusades, vol. I.
University of Pennsylvania Press, 1958 (disponible en
Internet).

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