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Lectores en La Escuela, Lectores para La Vida
Lectores en La Escuela, Lectores para La Vida
Introducción
Reflexionar acerca de cómo se forma un lector –no solo experto sino sensible-,
es una tarea de primer orden que requiere de la inteligente participación de
muchos “mediadores”. Presentar y comentar algunos errores que se cometen
en el afán de formar y desarrollar hábitos de lectura en la escuela, puede
ayudar a esclarecer dudas y a facilitar el camino hacia la formación de ese
lector del que estamos urgidos en la sociedad contemporánea.
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y nuestra importancia se deriva de que ejercemos una
actividad que tiene en sí misma su finalidad, como todo
arte: nuestra actividad es el arte de leer.
Y después añade una idea medular que requiere especial atención (1999: 12-
13):
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leer con la gente que uno quiere y aprecia, en voz alta,
por el puro placer de hacerlo.
Hay dos clases de niños que leen: los que lo hacen para
la escuela, porque leer es su ejercicio, su deber, su
trabajo (agradable o no, eso es igual); y los que leen para
ellos mismos, por gusto, para satisfacer una necesidad
personal de información (qué son las estrellas, cómo
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funcionan los grifos) o para poner en acción su
imaginación. Para “jugar a”: sentirse un huérfano perdido
en el bosque, pirata y aventurero, indio o cowboy,
explorador o jefe de una banda. Para jugar con las
palabras. Para nadar en el mar de las palabras según su
capricho.
Por supuesto, esos estilos de aprendizaje tienen mucho que ver con la forma
en que se lee y se aprovecha la lectura. En el mencionado libro se incluyen: el
estilo visual-verbal (tal vez el más frecuente; la comprensión se facilita cuando
hay imágenesd y escritos); el visual-no verbal (muchos pintores, dibujantes,
fotógrafos y diseñadores podrían ubicarse en este grupo); el táctil-cinético ( de
este tipo nos aclara el autor que a menudo “parece que piensan con los dedos,
porque al tocar, comprenden” (2007: 74); el audio-verbal (este tipo de personas
entienden mejor y más rápidamente lo que se les dice).
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La primera de esas preguntas –¿qué dice el texto?- recorre varios estratos,
desde lo necesariamente literal hasta lo aplicado, pasando, por supuesto, por lo
interpretativo. Esto puede entenderse fácilmente si lo ilustramos con un refrán;
por ejemplo: El que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija.
La tercera pregunta -¿para qué me sirve el texto?- tiene que ver con las
relaciones del texto con la realidad, la experiencia y con otros textos; se
relaciona también con la vigencia del contenido y con su mensaje.
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En esta fascinante labor de penetrar en los sentidos de un texto suele
privilegiarse el empleo de textos literarios, por todo lo que “provocan” en el
lector. A esto nos referiremos más adelante. Pero también es importante
reconocer la utilidad y ventaja de los otros tipos de textos, los llamados por
algunos autores, eferentes.
En ese sentido, Betty Carter nos comunica en su breve pero enjundioso trabajo
Lectura eferente. La importancia de los libros de información (1999: 15):
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gusto de la verdad, y el desdén de la riqueza y la
soberbia a que se sacrifica, y lo sacrifica todo, la gente
inferior e inútil.
Leer es trabajar
De igual forma que hay comidas buenas para la salud y comidas nefastas para
ella –nos alerta la escritora cubana y Presidenta del Comité Cubano del IBBY,
Emilia Gallego Alfonso, en su lúcido ensayo La cuota de felicidad que nos toca
y pertenece- hay “textos de calidad y textos que carecen de ella” (2007: 41).
En esa lenta y persistente labor de enseñar a los niños a distinguir entre las
buenas y las malas lecturas, entre las lecturas que nutren y las que indigestan,
mediante el esfuerzo, el trabajo –y, claro está, el placer- reside lo esencial de la
labor del docente como verdadero promotor de la lectura.
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¡Cuánto se ha escrito en relación con los hábitos de lectura! Pero, sin dudas,
algo falla en los mecanismos que empleamos para su formación y desarrollo.
Aquí cabría aquello que reza: “de buenas intenciones está empedrado el
camino del infierno”.
Podemos entonces ocuparnos de refrescar algunos de los errores que con más
frecuencia cometemos en nuestro bienintencionado afán de formar y
desarrollar hábitos de lectura. Algunos de esos errores tienen que ver
directamente con el desconocimiento de los derechos del niño (y del lector en
general) en cuanto al libro y la lectura. En el sugerente libro de Daniel Penca,
Como una novela (1992), aparece una especie de decálogo, justamente
referido a los derechos del lector. La relectura de cada uno de los
“mandamientos” puede hacernos reflexionar acerca de nuestros métodos
¿impositivos?:
1. El derecho a no leer.
2. El derecho a saltar las páginas.
3. El derecho a no terminar un libro.
4. El derecho a releer.
5. El derecho a leer cualquier cosa.
6. El derecho al bovarismo.
7. El derecho a leer en cualquier parte.
8. El derecho a picotear.
9. El derecho a leer en alta voz.
10. El derecho a callarnos.
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Esta falsa creencia puede contribuir a desestimar la importancia de la
realización de un diagnóstico integral de las características y
potencialidades de nuestro alumnado. Debemos conocer cómo son
nuestros niños y a partir de esto, “armar” el trabajo posterior.
c) Imponer la lectura.
Esto no quiere decir que haya que separar de manera excluyente –y, por
supuesto, mecánica- un acto de otro. Todos sabemos que esos actos
son, hasta cierto punto, complementarios.
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que en el futuro deberá ser una práctica cotidiana: la lectura en silencio.
Pero estamos hablando de los primeros momentos, de aquellos que
marcan casi siempre de forma irreversible, la actitud personal hacia la
lectura y los libros.
f) Impedir que los niños entren en contacto directo con los libros.
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los sonidos? Esto es, por supuesto, particularmente aplicable a los
textos de carácter literario.
A manera de resumen
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He aquí algunas ideas que pueden servir, hasta cierto punto, como una especie
de resumen, de las consideraciones esbozadas hasta ahora. Valore Ud. mismo
la utilidad de cada una de ellas:
Se enseña demostrando.
Esto quiere decir que cada docente es parte activa del grupo que lee y
debe leer junto con él.
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personal del docente, uno de los “mediadores” más importantes en la
compleja misión de formar y desarrollar buenos lectores, lo que equivale
a decir, lectores expertos y sensibles, atraídos cada vez más, para bien
de su crecimiento espiritual, por el extraordinario poder de las palabras.
Bibliografía
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