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¿Es conveniente mantener la solución normativa que

consagran los arts. 1774 a 1780 del Código Civil y Comercial?

Autor: Pizarro, Ramón Daniel

Cita: RC D 233/2022

Encabezado:

Afirma el actor que las dilaciones temporales en los procesos penales en


los que no hay preso, ni constitución de actor civil, suelen ser
alarmantes, a punto que la mayoría de ellos termina en el insalvable
destino de la prescripción de la acción penal. Ello insume, por lo general,
un período prolongado de espera para que el fallo civil pueda dictarse y
se traduce en demasiados años de largo litigio, todo lo cual conspira
contra la esencia misma de la reparación, que está frecuentemente
ligada al factor tiempo. En este marco, se plantea ¿es conveniente
mantener la solución normativa que consagran los arts. 1774 a 1780 del
Código Civil y Comercial?

¿Es conveniente mantener la solución normativa que consagran los arts. 1774 a
1780 del Código Civil y Comercial?
El sistema del Código Civil derogado plasmado en los arts. 1101 a 1103 y
concs. del Cód. Civil derogado y el ahora estructurado en términos
bastante similares por los arts. 1774 a 1780 Cod. Civ. Com. está
claramente edificado en torno a ciertas premisas básicas, que hoy están
en crisis:

a) Una responsabilidad civil basada, al igual que la de naturaleza penal,


sobre el hecho propio imputable subjetivamente a título de dolo o culpa
del autor. Dicho de otro modo: en una responsabilidad civil "que en buena
medida, estaba calcada en la responsabilidad penal; que era la del
código en su redacción originaria, antes de la reforma de 1968..."[1].

b) La necesidad de evitar el escándalo jurídico que dimanaría de dos


decisiones contradictorias, una en lo civil y otra en lo penal, sobre la
existencia o inexistencia del hecho principal y sobre la existencia de la
culpa.

El régimen normativo vigente conduce -sobre todo luego de la sanción


del art. 29, CP- a lo siguiente:

1) Si el damnificado ejerce la acción civil en sede penal, debe sortear los


muchos obstáculos que cierto sector de la doctrina pone en su camino,
particularmente cuando se niega -injustificadamente- la aplicación de la
teoría del riesgo por el juez en lo penal, o la posibilidad de que el juez
penal resuelva la cuestión civil cuando dicta sentencia absolutoria. A
ellas se le adicionan otros, más aparentes que reales, que no son
ignorados por quienes litigan: a la mayoría de los jueces penales no les
agradan las cuestiones civiles; no se sienten cómodos en ese ámbito;
sus esquemas mentales y su formación jurídica está más abierta a los
parámetros que rigen la responsabilidad penal (típica, subjetiva,
sancionatoria) que a la de carácter civil (sustentada en la atipicidad del
ilícito y en factores de imputación que pueden ser subjetivos u objetivos,
y orientada a reparar el daño causado).

No decimos con ello que el juez en lo penal no pueda, o no deba resolver


las cuestiones civiles, ni mucho menos que carezca de capacidad para
ello. La realidad pone en evidencia todo lo contrario Simplemente
afirmamos que el juez penal por lo general no se siente a gusto, por
decirlo de una manera, cuando de pretensiones resarcitorias se trata. Y
esto, muchas veces, redunda en una inadecuada modulación de los
parámetros que rigen la reparación del daño injustamente causado.

A esta dificultad se le agrega otra: que en etapa próxima a la audiencia


de vista de causa, el procesado solicite una suspensión del juicio a
prueba. De serle concedida, la causa penal concluye allí y debe iniciarse
un nuevo juicio civil. Lo que insumirá, seguramente, más años de
tramitación. Y si no le fuere otorgada, la suspensión del juicio a prueba,
la resolución judicial podrá ser recurrida hasta la Corte Suprema de
Justicia, con lo cual tendrá también que esperar un largo tiempo para
que esta cuestión concluya. En todos los casos el efecto es el mismo: no
tendrá sentencia que reconozca su derecho a la reparación por un
periodo muy prolongado.

2) Si el damnificado ejerce la acción civil en sede civil, debe esperar


pacientemente hasta que concluya la causa penal para tener recién
entonces, sentencia en el proceso de daños, la cual estará alcanzada,
según sea condenatoria o absolutoria, por lo dispuesto en los arts. 1776 y
1777 que hemos analizado anteriormente.

Las dilaciones temporales en los procesos penales en los que no hay


preso, ni constitución de actor civil, suelen ser alarmantes, a punto que
la mayoría de ellos termina en el insalvable destino de la prescripción de
la acción penal. Ello insume, por lo general, un periodo prolongado de
espera para que el fallo civil pueda dictarse y se traduce en demasiados
años de largo litigio, todo lo cual conspira contra la esencia misma de la
reparación, que está frecuentemente ligada al factor tiempo[2]. Una
reparación que llega tarde tiene de tal solamente su nombre y trasluce
una grave y repudiable denegación de justicia, y una no menos
censurable claudicación ideológica de todo el sistema. Lo que se dice es
desvirtuado y desquiciado gravemente por lo que se hace.
Tan ello es así que primero por vía pretoriana y ahora por expreso
mandato legal (art. 1775, inc. b) se establece que no rige el principio de
presentencialidad penal cuando "la dilación del procedimiento provoca,
en los hechos, una frustración efectiva del derecho a ser indemnizado".

Con ello, solucionamos un problema, pero creamos otro: ¿Cuándo se


considerará que dicha dilación provoca ese efecto? O lo que es igual,
¿cuándo es irrazonable la demora en resolver la causa penal? Razonable
e irrazonable son vocablos que denotan un fuerte grado de subjetividad y
de ambigüedad. Lo que para unos puede ser razonable, para otros,
quizás, no. Lo razonable en el subdesarrollo, en un país que ha legitimado
la emergencia como instrumento de gobierno y acuna impávidamente a
un aparato judicial convertido en una máquina de impedir, quizás no lo
sea bajo un prisma propio de países más avanzados que dan prioridad a
su sistema de justicia más allá del plano de las meras declamaciones. Lo
razonable desde la perspectiva de lo deseable idealmente quizás no lo
sea enfocado desde la óptica de una cruda realidad, que termina
resignadamente admitiendo que un proceso civil pueda durar cinco, ocho
o diez años, según sus avatares procesales.

La dilación del proceso penal que provoca una frustración efectiva del
derecho a ser indemnizado, ¿debe ser ponderada atendiendo al carácter
irrazonable de la duración del proceso penal? ¿O podrá sustentarse
igualmente esa conclusión aún en casos de procesos penales que no
insuman una duración irrazonable, o sea que se desarrollen dentro de
estándares temporales normales, cuando ello pueda en los hechos
importar una frustración efectiva del derecho de ser indemnizado, por
ejemplo, en razón de la naturaleza de los daños o de la situación de edad
o de salud del damnificado?[3].

Adviértase que para el litigante esta solución jurídica, sin duda bien
intencionada, traduce un dilema de hierro: ¿Me arriesgo a pedir al juez
civil que dicte sentencia sin esperar el fallo penal, con todas los
inseguridades que de ello derivan (Vg., que el tribunal estime que todavía
el tiempo transcurrido para dictar sentencia en lo criminal no es
irrazonable, o peor aún que otro de alzada anule el fallo por valorar la
cuestión de manera distinta al de primera instancia que acogió el
pedido)? ¿O espero mansamente que pasen los meses y los años para
recién entonces poder alcanzar la sentencia civil? ¿Qué dilación del
proceso penal provoca en los hechos una frustración efectiva del
derecho a ser indemnizado? ¿Existe algún parámetro objetivo para
determinarla con algún viso de seriedad? ¿O todo queda librado a la
subjetividad del juzgador?

Frente a un esquema normativo de prejudicialidad que en el régimen


anterior lucía muy rígido, los caminos buscados, primero por la doctrina y
jurisprudencia, y ahora por el nuevo código civil y comercial (arts. 1775,
1780 y concs.) se orientan, evidentemente, a flexibilizar las excepciones
(de lo que, en verdad, es una normativa de excepción pues rompe el
principio de autonomía de la acción penal y la civil), y a elongar su
campo de aplicación, mitigando el rigor de la solución legal.

No deja de llamar la atención que hoy ya nadie se ruborice del posible


escándalo jurídico por sentencias contradictorias en estos últimos
supuestos. Es que el posible escándalo jurídico que puede dimanar de
sentencias contradictorias se eclipsa frente a otros "escándalos
jurídicos", el más grave de los cuales es el que surge de la demora en
emitir el pronunciamiento judicial, con grave degradación cualitativa del
derecho de acceso a la jurisdicción y del derecho a la reparación integral
que tiene anclaje constitucional.

Por nuestra parte, hemos llegado a la convicción -de lege


ferenda naturalmente- de que urge un replanteo de la cuestión,
ponderable a la luz de las profundas mutaciones que ha experimentado la
responsabilidad civil en los días que corren[4]. Y de las necesidades de
obtener una rápida solución jurisdiccional a la que aspiran los
justiciables, que lucen incompatibles en la inmensa mayoría de los
casos, con las respuestas que emergen de los arts. 1775 a 1780, Cód.
Civ. Com., aun cuando se quiera flexibilizar sus extremos de aplicación.
El tiempo y la realidad -nos parece- se han llevado por delante los
parámetros que tuvo en cuenta Vélez Sarsfield primero, y los autores del
código civil y comercial, después, y marcan la necesidad de repensar la
política legislativa en esta materia.

Los proyectos de reforma al Derecho Privado, que han sido muchos y muy
buenos, al igual que ahora el código civil y comercial, sólo han
vislumbraron "parches" al sistema de Vélez, buscando ampliar las
excepciones de algo que, insistimos en ello, era ya una excepción al
principio de independencia de las acciones penal y civil; pero siempre
manteniendo lo que hoy se presenta como un preconcepto que debe ser
superado: el sofisma del escándalo jurídico que dimana de sentencias
contradictorias dictadas en sede civil y penal sobre un mismo hecho, que
ha sido presentado casi como una cuestión de derecho natural, cuando,
en verdad, sólo traduce un problema de política legislativa y de selección
de los intereses que deben ser mejor protegidos.

En esa convicción, sostenemos que es necesario un profundo cambio del


sistema, que imaginamos en estos términos:

a) Derogación de los 1775, 1776, 1777, 1778 y 1780, Cod. Civ. Com.

b) Supresión de la presentencialidad penal.


c) Consagración del principio de independencia absoluta de los efectos
civiles y penales de un mismo hecho.

d) Admitir que el juez civil y el juez penal puedan apreciar esos efectos
con independencia el uno del otro[5].

Se nos podrá decir, es cierto, que lo que proponemos es escandaloso o,


más precisamente, que de aceptarse tal solución podría abrirse
fácilmente las puertas al temido escándalo jurídico que tanto preocupaba
a Vélez Sarsfield, como, ahora también, a los redactores del código civil
y comercial.

La objeción, nos parece, tendría un valor más aparente que real y


perdería fuerza a poco que se la analice sin apego a preconceptos.

Por lo pronto, tendríamos que preguntarnos qué escándalo jurídico es


más grave en la hora actual: si el que deviene de eventuales posibles
sentencias contradictorias en determinados aspectos (existencia o
inexistencia del hecho principal o existencia de la culpa del condenado
en sede penal) o el que deriva inexorablemente de las tremendas
demoras en la tramitación de las causas civiles cuando media
presentencialidad penal. Demoras graves que no dejan de ser tales por el
mero hecho de que no provoquen una frustración efectiva del derecho a
ser indemnizado. Esto último en la inmensa mayoría de los casos
terminará siendo un cliché voluntarista e insincero, que sólo tendrá
aplicación en los casos más groseros (Cromañón, la tragedia de Once,
Río Tercero), pero no en la inmensa mayoría de los casos, en donde los
delitos culposos y los de naturaleza dolosa que no tienen preso, terminan
en el insalvable destino de la prescripción.

¿Qué es más escandaloso para el hombre de nuestro tiempo que tener


que esperar varios años, a veces demasiados, para acceder a una justa
indemnización?

Ese tipo de escándalo es mayor que el que puede ocasionalmente


devenir de sentencias contradictorias, en ámbitos cada vez más
restringidos, y afecta al Estado con visos de mayor generalidad en un
área tan sensible como es la confianza que merece su Poder Judicial.

Las garantías constitucionales que emergen de los arts. 18, 31, 75, inc.
22 y de todo el rico plexo normativo que han incorporado los Pactos
Internacionales sobre Derechos Humanos a nuestro derecho positivo,
con rango constitucional, imponen no sólo una relectura de todo el
esquema normativo de los arts. 1775 y siguientes del Código Civil y
Comercial, sino que dan pie, también, para imaginar un profundo
replanteo de la cuestión en el futuro.

Creemos que, a esta altura, sería bueno escuchar a Alfredo Orgaz, quien
hace décadas, en forma visionaria, sostenía lo siguiente: "En pura lógica
jurídica yo no creo que haya nada que se oponga a la posibilidad de
independizar los efectos civiles y penales de un mismo hecho y a que el
juez penal y el juez civil puedan apreciar esos efectos con independencia
el uno del otro". Con relación al "escándalo jurídico" al que se hacía
referencia en la nota al art. 1102 y 1103 del Código Civil derogado, el
ilustre cordobés señalaba que en modo alguno lo impresionaba: "no me
impresiona porque en el derecho no se razona con la lógica de las
ciencias naturales. En estas últimas un axioma riguroso dice: una cosa
no puede ser y no ser al mismo tiempo; pero este axioma no tiene la
misma la misma validez en el campo del derecho, donde algo puede ser y
no ser al mismo tiempo y en relaciones diferentes"[6].

Un sistema que consagre la independencia de efectos de la sentencia


penal respecto de la civil seguramente alentaría a que las demandas
resarcitorias se ventilaran casi inexorablemente sólo en sede civil, lo
cual colmaría las expectativas de quienes enarbolan las banderas de la
independencia sustancial y procesal de ambas acciones. Alentaría la
más dinámica solución de conflictos judiciales, en marcos temporales
acotados. Buena parte de las ventajas que hoy ofrece al litigante la
constitución de actor civil en el proceso penal se diluirían. Disminuiría el
número de pretensiones resarcitorias deducidas en sede penal, con
indisimulable regocijo de los magistrados de dicho fuero. Se canalizarían
más ordenadamente, si se quiere, las acciones penales y civiles.

El sistema que propiciamos tiene sólidos antecedentes en el derecho


comparado, pudiendo citarse muy especialmente al código suizo de las
obligaciones que en su artículo 53 dispone que el juez en lo civil no está
atado por las disposiciones del derecho criminal en materia de
imputabilidad, ni por la absolución pronunciada por el juez penal, para
decidir si hubo culpa cometida o si el autor del acto ilícito era capaz de
discernir. Tampoco el juez penal no está atado por lo resuelto en sede
civil en lo concerniente a la apreciación de la culpa y a la fijación del
daño.

[1] Mosset Iturraspe, La independencia de la acción civil frente a la penal, Revista de


Derecho de Daños, 2002-3, p. 47.

[2] Ver las atinadas reflexiones de Piedecasas, Influencia de la sentencia penal en


relación con la sentencia civil, Revista de Derecho de daños, 2002-3, p. 60 y ss.

[3] Nosotros nos inclinamos por esto último.

[4] Pizarro, Ramón Daniel - Vallespinos, Carlos Gustavo, Tratada de responsabilidad


civil, Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2018, t. III, § 662, p. 664.

[5] Conformes en cuanto a la crítica del sistema vigente y a la necesidad de una


reforma en el sentido de la propiciada en texto: Zavala de González - González Zavala,
La responsabilidad civil en el nuevo Código, Alveroni, Córdoba, 2019, t. IV, p. 485 y ss,
n. 11, en esp. p. 491/493, texto y notas 20 y 22.

[6] Orgaz, Absolución penal en el juicio civil, en Estudios de derecho civil, TEA, Bs.
As., 1948, p. 284 y ss. Conf.: Zavala de González - González Zavala, La
responsabilidad civil en el nuevo Código, t. IV, p. 493, texto y nota 23.

https://www.rubinzalonline.com.ar/index.php/index/index/doctrinaOnline/2137391/

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