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LA FRÁGIL VERDAD

POST-VERDAD, TEORÍAS DE LA CONSPIRACIÓN, DESINFORMACIÓN


Y CRISTIANISMO EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Una entrevista a Rodrigo Guerra López*

INTRODUCCIÓN

Durante la pandemia varios catedráticos del Centro de Investigación Social Avanzada


(CISAV) han dialogado sobre el significado filosófico, cultural y político de la pandemia
de COVID-19 para el mundo y para la Iglesia. A continuación, presentamos las respuestas
que Rodrigo Guerra ha ofrecido a algunas de las preguntas más relacionadas con la
postverdad, las teorías de la conspiración y la desinformación en tiempos de pandemia.

¿Cómo desafía el contexto de pandemia a la filosofía contemporánea?

La filosofía contemporánea tiene múltiples tendencias y exponentes. No existe una


respuesta “filosófica” unificada al desafío que representa la pandemia. Sin embargo, tal
vez sí hay que reconocer que esta peculiar coyuntura ha permitido verificar una vez más
que una tarea de la filosofía es “pensar el propio tiempo” como intuía Hegel. Cada vez
que la filosofía se ha alejado de la interpretación de su momento y circunstancia ha
aparecido un déficit tanto para la filosofía como para la historia. Todos los estudios que
aparecieron a partir del final de la segunda guerra mundial para diagnosticar el “cambio
de época”, la crisis de la “modernidad” y el surgimiento de diversas reacciones
“postmodernas” ayudaron a mostrar la necesidad de recuperar la historia para la filosofía.
Sin embargo, esta recuperación quedó lastrada por el complejo anti-metafísico de algunas
propuestas que disminuyeron el horizonte de comprensión y en ocasiones sumergieron a
la reflexión en un triste pesimismo de base irracionalista. Cuando el ser se vuelve débil y
la inteligencia, por su parte, no lo logra alcanzar, el producto reflexivo resultante tiende

*
Doctor en Filosofía por la Internationale Akademie für Philosophie im Fürstentum Liechtenstein;
miembro ordinario de la Academia Pontificia por la Vida; colaborador del Dicasterio de Desarrollo
Humano Integral; miembro del Equipo Teológico del CELAM; autor o coautor de 35 libros sobre Filosofía
social, Bioética y Antropología filosófica (tres de los cuales han sido prologados por el Papa Francisco).
Fundador y miembro del Consejo de Gobierno del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV). E-
mail: rodrigo.guerra@cisav.org
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a volverse banal aún cuando este revestido de la parafernalia propia de la erudición


filosófica.

¿Qué rasgos de la crisis moderna se han acentuado en el contexto de la pandemia?

La modernidad no ha sido jamás un monolito. Posee diversas tendencias en su interior,


tal y como agudamente detectó Augusto Del Noce. Cuando hablamos de crisis de la
modernidad fundamentalmente nos referimos a la crisis del pensamiento ilustrado y a la
crisis del pensamiento positivista-cientificista. La tendencia a la auto-legitimación de
ambas posturas colocó las bases para modelos sociales igualmente auto-cerciorados que
al mostrar de un modo o de otro sus contradicciones, pusieron el medio de cultivo para
las reacciones postmodernas. Estas últimas tampoco son un monolito, sin embargo, en
algunas de sus posturas más extendidas la razón se presenta como debilitada. Es como si
un gran sopor o un gran aburrimiento de la razón invadiera todo y buscara echar abajo
toda pretensión de discurso racional riguroso, toda explicación causal estricta, todo afán
de universalidad. En el contexto que nos brinda la pandemia tengo la impresión que se
han exacerbado en algunos ambientes varios rasgos de esta atmósfera: pensamiento débil,
inclinación a explicaciones mágicas, teorías de la conspiración, postverdad, búsqueda de
códigos secretos que expliquen el futuro, pragmatismo irracionalista, fideísmo, etcétera.

¿Por qué ubica a la postverdad en este elenco? ¿Cuál es su naturaleza?

Existe todo un debate en torno al concepto de “post-verdad”. Esta palabra se popularizó


a partir del año 2010 y tiene aparejados otros compañeros de viaje, como
“postdemocracia”, “fake news” y similares. En mi opinión, la palabra “post-verdad”
quiere indicar el reino postmoderno de la apariencia fracturada de la realidad. Es esa
cultura, ese lenguaje, esa actitud que hace indistinguible la verdad de la no-verdad; es
trivializar los hechos e inflar las percepciones a partir de recursos “verosímiles” pero no
“verdaderos”. Es la acentuación unilateral de la emotividad como sustituto del rigor
racional. Y lo más peligroso, la post-verdad, es el terreno ideal para la catálisis de la
pseudo-ciencia y del extremismo, basados en las pasiones a costa de los argumentos.
Algunos pensadores postmodernos han tratado de evitar que se les asocie con la
“postverdad”. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, parece ser más claro que el
“pensamiento débil” y declarar prematuramente “la muerte de la metafísica” tienen
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consecuencias culturales que se tornan aún en contra de sus propios creadores. Ocultar la
verdad o no decirla, no es algo nuevo. La cuestión hoy es la trivialización de los referentes
reales. Dicho de otro modo, es como si lo real tuviese poco peso, poca densidad, ante la
ola incontenible de palabras que navegan al margen de sus parámetros elementales. Más
aún, en los casos más extremos de retórica, por ejemplo, neopopulista, es fácil constatar
que las palabras pretenden crear lo real aunque la evidencia muestre lo contrario.

En la pandemia esta práctica parece ser bastante común en algunos gobiernos…

La pandemia tiene una dimensión heurística. Visibiliza cosas que ya estaban en el


escenario pero que no lográbamos detectar con la relevancia suficiente. La retórica neo-
populista es uno de estos fenómenos. En varios países del continente americano y de
Europa el subregistro de personas contagiadas o fallecidas a causa del COVID-19 muestra
de manera contundente a qué grado se pretende construir la realidad con palabras aún a
costa de las evidencias que poco a poco emergen aquí y allá. La desinformación
organizada estratégicamente desde el poder se vuelve una herramienta de control social.
La retórica devora a la lógica y a la ontología. Mientras esto sucede, nuestro pueblo real,
empírico, sufre.

Al interior de la Iglesia ¿cómo afectan estos fenómenos de desinformación y postverdad?

El Papa Francisco es uno de los pocos líderes globales que se ha atrevido a afirmar con
toda claridad que el poder en la historia no tiene la última palabra. Que la historia de
nuestros pueblos no hay que leerla principalmente en clave de luchas sin fin entre grupos
sino como don providencial que Dios regala para configurar la identidad cultural de un
pueblo que busca su realización y liberación. Para lograr esta lectura “transpolítica”,
“cultural”, con una auténtica mirada de fe, el Papa nos regala diversas herramientas, entre
otras, algunos principios metodológicos para abrir los ojos a una lógica diversa a la que
busca imponer la postverdad: la realidad debe tener primacía sobre las ideas, la comunión
debe prevalecer sobre el conflicto, el todo es mayor que las partes, y los procesos que se
realizan a través del tiempo son más importantes que ocupar espacios de poder. Con este
tipo de convicciones, en el fondo, Francisco busca animarnos a vivir dentro de una lógica
que se deriva del estilo de vida de Jesús más allá de ideologías.
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En contraste, y como desafiando la lectura teológica del Concilio, han resurgido viejas
teorías de la conspiración al interior de diversos grupos católicos que se han multiplicado
aún más en el contexto de la pandemia. La gran mayoría son teorías articuladas de manera
irracionalista para tratar de explicar los males del mundo y aún al mismísimo COVID-19.
Estas teorías no son complementarias sino realmente alternativas a la lectura teológica
que provee el Concilio Vaticano II y el Magisterio pontificio y episcopal. A pesar de las
diferencias entre una y otra, subsisten en todas ellas tres hipótesis particularmente
desorientadoras: a) es a través del descubrimiento del mal y de sus agentes cómo se
descifra la clave de la historia; b) existe un “enemigo” irreductible que explica todo.
Normalmente, algún grupo secreto que busca el dominio del mundo, por ejemplo, el
“Nuevo Orden Mundial”, los “Iluminati”, los “Bilderbergers”, etc; c) existe un proyecto
que anima a todos estos agentes del mal: “el marxismo cultural”.

Este tipo de diagnósticos altamente lastrados por diversos reduccionismos y


simplificaciones terminan siendo el pivote para convocar a la acción, o más bien, a la
“reacción” contra los diversos enemigos del mundo. Cualquier persona que haya
estudiado un poco ya sea filosofía o teología descubre fácilmente en esto una narrativa
pseudocientífica más cercana al pensamiento mágico que al análisis histórico, político o
teológico estrictos. Lamentablemente, mucha gente buena y sencilla, cae presa de estas
manipulaciones luego de ver algún video en YouTube aparentemente serio pero
profundamente intoxicado con desinformación, conexiones causales inexistentes y
manipulación de hechos reales o ficticios. Todas estas narrativas alimentan también la
postverdad. En otras palabras, todo este submundo de pseudo-expertos que profetizan
diversos apocalipsis tienden a sustituir la complejidad socio-cultural de lo real a través de
un relato simplificado y falaz.

Pero, existen graves problemas en el mundo contemporáneo que parecieran suceder con
cierta coordinación y eficacia ¿no lo cree usted?

En efecto, existen muchos problemas en la sociedad contemporánea. Sin embargo, la


cuestión es perder de vista que el criterio hermenéutico para descubrir el significado del
mal es el bien, no viceversa. El mal no ilumina. Desde un punto de vista teológico:
descubre más el significado de la Historia, la vida de Cristo y de los santos que la historia
de la masonería. Esto no significa que la masonería no exista. Lo que significa es que la
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clave hermenéutica para interpretar este o cualquier otro fenómeno que desafía el
cristianismo es la positividad ínsita en lo real. Sin esta perspectiva, los diagnósticos
tienden a no identificar algo bueno en los “enemigos” y a motivar “combates totales”
ajenos a la lógica del don. Cuando de manera implícita o explícita se privilegia como
primer recurso metodológico la identificación de los “enemigos”, de los “infiltrados”, de
los “errores”, la mirada se obnubila y eventualmente se desnaturaliza. Existen personas
con una “forma mentis” bastante estable que no logran entender que han trastocado la
metafísica de la luz que tanto bien hizo en la edad media, y han optado por un camino
inverso. Ya me imagino que hubiera dicho sobre esto Santo Tomás de Aquino que tanto
apreciaba al pagano Aristóteles, al Pseudo-Dionisio o al árabe Averroes. Si el Angélico
Doctor no hubiera apreciado primero que nada la parte de verdad que hay en estos autores,
jamás habría sido justo con ellos al señalar sus eventuales deficiencias.

¿Nos podría poner algunos ejemplos?

En las redes sociales la mentalidad de las “teorías de la conspiración” que privilegian


como criterio hermenéutico el error sobre la verdad, es frecuente y ha crecido en los
últimos meses. Hace poco un sacerdote mexicano que estudia en Roma publicaba que la
filosofía de Gianni Vattimo se inscribe en el “marxismo cultural”; un politólogo argentino
admirador del integrista Antonio Caponnetto difunde videos en los que alerta sobre los
peligros de la “nueva izquierda” sin advertir que sus propias posturas de “derecha” han
asimilado las principales deficiencias que él detecta en sus enemigos. Una médico legista
pro-vida, discípula del antisemita Julio Meinvielle difunde que el virus que causa el
COVID-19 ha sido creado en un laboratorio, esta patentado y es promovido por un
gobierno mundial secreto presidido por la Reina Isabel II. Un antiguo nuncio de la Santa
Sede en Washington promueve abiertamente los aspectos esenciales de la teoría de la
conspiración del grupo norteamericano QAnon y declara que el Concilio Vaticano II es
inválido. El increíble despiste político, filosófico y teológico de estos y otros casos nos
muestra que el pensamiento débil tiene también sus manifestaciones “católicas”.
Afirmando verdades, medias verdades y flagrantes errores amalgamados con retórica y
no con rigor científico estricto existen personas y grupos que divulgan con desparpajo las
más conspicuas teorías. Este tipo de ejemplos, en su consistencia intelectual profunda, en
sus mecanismos argumentativos, se encuentran más emparentados con la pseudociencia
que con el análisis social, eclesial, teológico o filosófico verdaderos.
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¿Acaso este escenario nos muestra que Nietzsche es el gran ganador de la batalla
cultural aún por encima de Marx?

Quienes diagnostican el escenario contemporáneo utilizando principalmente categorías


dicotómicas como izquierda-derecha, marxismo-capitalismo, conservador-liberal
aceptan de manera al menos tácita, y algunas veces explícita, que la realidad se define por
luchas de poder. El poder, sus juegos y sus grupos se vuelve lo decisivo en los análisis.
Cuando miramos el Concilio Vaticano II o aprendemos de autores como Augusto Del
Noce, Methol Ferré, Joseph Ratzinger, Karol Wojtyla o Jorge Mario Bergoglio la mirada
es otra. Sus lecturas sobre la modernidad y el cambio de época son de orden
antropológico, cultural y religioso. Este enfoque es más profundo y permite entender que
las fuerzas que realmente transforman al hombre y a la historia son aquellas que logran
transformar su corazón. Sin una comprensión metafísica y teológica que supere el
dualismo extrinsecista entre naturaleza y gracia, es muy difícil comprender el origen y las
evoluciones del proyecto moderno. En esta breve explicación no es posible abundar gran
cosa en ello. Lo único que tal vez conviene anotar es que evidentemente Nietzsche vence
a Marx en muchos planos. Pero quien sonríe por encima de ambos es Hegel.

¿Qué quiere decir con esto?

Desde mi punto de vista, el proyecto moderno-ilustrado y el proyecto moderno-positivista


entraron en crisis sin duda alguna inflando la razón hasta el absurdo. Esta inflación no es
de orden racional sino irracional como se puede vislumbrar en algunas interpretaciones
del pensamiento cartesiano que colocan al volo antes del cogito - Fabro y Cardona así lo
interpretaron -, o a la acción como origen del “yo” - baste recordar el inicio del
pensamiento de Fichte-. Por ello, no es de extrañar que Nietzsche aparezca y cuestione
su entorno desarrollando el irracionalismo que siempre ha estado a la raíz del
racionalismo. Las reacciones postmodernas, entonces, no son rupturas con el
“paradigma” anterior sino desarrollos “tardomodernos” guiados por un mismo afán
prometeico que se expresa en diversos lenguajes y circunstancias. Prometeico es Marx
construyendo una utopía social sin clases como Nietzsche afirmando un Prometeo
dionisiaco.
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Massimo Borghesi ha tenido el mérito indiscutible de comprender con gran erudición y


finura que el autor en el que la humanización de Dios y la deificación del hombre, se
vuelven parte de un mismo proceso es Hegel. La cristología hegeliana disuelve el aspecto
sobrenatural y redentor de Jesucristo y lo inmanentiza al interior de las fuerzas del mundo.
El marxismo real solo fue el preludio de la sociedad opulenta y nihilista, fue la antesala
de la tecnocracia y de las nuevas formas de teología política que con integrismos de
diverso cuño (de derecha o de izquierda, poco importa) están marcando los rasgos
fundamentales de la escena contemporánea.

¿El nuevo tradicionalismo en la Iglesia católica entonces es postmoderno y


simultáneamente está subordinado a Hegel?

A diferencia del tradicionalismo integrista de mediados del siglo XX que era altamente
racionalista, las nuevas atmósferas de integrismo católico están conquistadas por el
pensamiento débil. Algunas viejas tesis vuelven a emerger – como un cierto afecto por la
liturgia tridentina, un conspiracionismo o un cuestionamiento a la autoridad pontificia –
pero traspasadas de una versión debilitada de la racionalidad que exhibe no sólo un
problema filosófico sino una cristología en la que la presencia del Lógos (Palabra, Verbo
de Dios) que se hace carne es deficiente. Sin prisa pero sin pausa, la Palabra, el Verbo, es
sustituido por las racionalizaciones gnósticas de quien piensa que la Iglesia ha
defeccionado. El caso de Mons. Carlo Maria Viganò, de Mons. Atanasio Schneider o de
sus versiones deslactosadas en América Latina parecen comprobar esta hipótesis
empíricamente.

Otra manera de decir esto mismo es que Hegel gana la batalla a través de la metamorfosis
del gnosticismo. La secularización e inmanentización de lo más propiamente cristiano
resulta grata y políticamente correcta en la sociedad contemporánea y hasta en algunos
espacios eclesiales. El moralismo, es decir, la disolución del acontecimiento cristiano en
valores, en ética, y hasta en “ley natural” puede dar apariencia de “ortodoxia” pero
encuentra un punto límite al confrontarse con la enseñanza verdadera de Juan Pablo II,
de Benedicto XVI o de Francisco.

Estos pontífices, aún cuando gozan de diversa formación y sensibilidad, con gran valor
han afirmado que no se comienza a ser cristiano por el encuentro con una idea o con un
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paquete de valores por correctos que sean, sino a través del encuentro con un “Ereignis”,
con un acontecimiento, con una Persona viva que irrumpe imprevisiblemente en la vida
y la transforma. Por eso, el Kerygma es tan importante. Varias de las resistencias a la
reforma eclesial promovida por el Papa Francisco y por el Concilio se encuentran
precisamente en personas y grupos que no definen su pedagogía kerygmáticamente sino
en clave ética.

¿Quiénes estamos interesados en la teología y en la filosofía, en el mundo contemporáneo


y en la pandemia dónde podemos encontrar luz y orientación?

La verdad densa, recia, consistente, paradójicamente parece frágil, parece débil. El poder
se insinúa seductoramente como algo más sólido, como signo de triunfo verdadero, como
confirmación histórica de quién tiene la verdad (Hegel nuevamente aparece aquí). Sin
embargo, las cosas en realidad no son así. La consistencia ontológica de un pequeño acto
de bondad posee una belleza y un significado que por su propia naturaleza rebasan al
tiempo y a la historia. Lo “débil” de la verdad en realidad es su fortaleza. Esta cuestión
que podría ser explorada metafísicamente bajo ciertos límites, encuentra su verdadero
alcance cuando miramos el modo como en América Latina hemos sido alcanzados por la
experiencia cristiana.

En 1531 un indio marginal se encuentra con María de Guadalupe en el cerro del Tepeyac.
Quien se sabe nada, quien reconoce su impotencia, quien vive en la periferia, es el
invitado al cumplimiento de una gran misión: anunciar al propio obispo que la lógica de
Dios ha de corregir y reorientar a la lógica imperial. El Nican Mopohua precisamente nos
narra que el verdadero Dios por Quién se vive se apiada de nuestra debilidad y nos
conduce misteriosa pero realmente hacia un destino singular: hacia el surgimiento de una
nueva nación, que acogiendo lo mejor de la cultura hispana e indígena es una síntesis
original. En esto está nuestra Esperanza. El pueblo santo de Dios en América Latina, con
todas sus heridas y limitaciones, es un modo cómo Cristo permanece en la historia
desafiando a Prometeo. El verdadero Todo está en el fragmento. La persona de Jesucristo,
tal y como está en el hoy de la historia, es el origen perpetuo de una nueva ontología y de
un nuevo camino educativo para todos. María de Guadalupe, es en este sentido, verdadera
“Patrona de nuestra libertad” y presencia maternal que al invitarnos a ser como su Hijo,
nos marca un camino intelectual, espiritual y social para el bien de nuestros pueblos.

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