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Teorias de La Conspiracion
Teorias de La Conspiracion
INTRODUCCIÓN
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Doctor en Filosofía por la Internationale Akademie für Philosophie im Fürstentum Liechtenstein;
miembro ordinario de la Academia Pontificia por la Vida; colaborador del Dicasterio de Desarrollo
Humano Integral; miembro del Equipo Teológico del CELAM; autor o coautor de 35 libros sobre Filosofía
social, Bioética y Antropología filosófica (tres de los cuales han sido prologados por el Papa Francisco).
Fundador y miembro del Consejo de Gobierno del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV). E-
mail: rodrigo.guerra@cisav.org
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consecuencias culturales que se tornan aún en contra de sus propios creadores. Ocultar la
verdad o no decirla, no es algo nuevo. La cuestión hoy es la trivialización de los referentes
reales. Dicho de otro modo, es como si lo real tuviese poco peso, poca densidad, ante la
ola incontenible de palabras que navegan al margen de sus parámetros elementales. Más
aún, en los casos más extremos de retórica, por ejemplo, neopopulista, es fácil constatar
que las palabras pretenden crear lo real aunque la evidencia muestre lo contrario.
El Papa Francisco es uno de los pocos líderes globales que se ha atrevido a afirmar con
toda claridad que el poder en la historia no tiene la última palabra. Que la historia de
nuestros pueblos no hay que leerla principalmente en clave de luchas sin fin entre grupos
sino como don providencial que Dios regala para configurar la identidad cultural de un
pueblo que busca su realización y liberación. Para lograr esta lectura “transpolítica”,
“cultural”, con una auténtica mirada de fe, el Papa nos regala diversas herramientas, entre
otras, algunos principios metodológicos para abrir los ojos a una lógica diversa a la que
busca imponer la postverdad: la realidad debe tener primacía sobre las ideas, la comunión
debe prevalecer sobre el conflicto, el todo es mayor que las partes, y los procesos que se
realizan a través del tiempo son más importantes que ocupar espacios de poder. Con este
tipo de convicciones, en el fondo, Francisco busca animarnos a vivir dentro de una lógica
que se deriva del estilo de vida de Jesús más allá de ideologías.
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En contraste, y como desafiando la lectura teológica del Concilio, han resurgido viejas
teorías de la conspiración al interior de diversos grupos católicos que se han multiplicado
aún más en el contexto de la pandemia. La gran mayoría son teorías articuladas de manera
irracionalista para tratar de explicar los males del mundo y aún al mismísimo COVID-19.
Estas teorías no son complementarias sino realmente alternativas a la lectura teológica
que provee el Concilio Vaticano II y el Magisterio pontificio y episcopal. A pesar de las
diferencias entre una y otra, subsisten en todas ellas tres hipótesis particularmente
desorientadoras: a) es a través del descubrimiento del mal y de sus agentes cómo se
descifra la clave de la historia; b) existe un “enemigo” irreductible que explica todo.
Normalmente, algún grupo secreto que busca el dominio del mundo, por ejemplo, el
“Nuevo Orden Mundial”, los “Iluminati”, los “Bilderbergers”, etc; c) existe un proyecto
que anima a todos estos agentes del mal: “el marxismo cultural”.
Pero, existen graves problemas en el mundo contemporáneo que parecieran suceder con
cierta coordinación y eficacia ¿no lo cree usted?
clave hermenéutica para interpretar este o cualquier otro fenómeno que desafía el
cristianismo es la positividad ínsita en lo real. Sin esta perspectiva, los diagnósticos
tienden a no identificar algo bueno en los “enemigos” y a motivar “combates totales”
ajenos a la lógica del don. Cuando de manera implícita o explícita se privilegia como
primer recurso metodológico la identificación de los “enemigos”, de los “infiltrados”, de
los “errores”, la mirada se obnubila y eventualmente se desnaturaliza. Existen personas
con una “forma mentis” bastante estable que no logran entender que han trastocado la
metafísica de la luz que tanto bien hizo en la edad media, y han optado por un camino
inverso. Ya me imagino que hubiera dicho sobre esto Santo Tomás de Aquino que tanto
apreciaba al pagano Aristóteles, al Pseudo-Dionisio o al árabe Averroes. Si el Angélico
Doctor no hubiera apreciado primero que nada la parte de verdad que hay en estos autores,
jamás habría sido justo con ellos al señalar sus eventuales deficiencias.
¿Acaso este escenario nos muestra que Nietzsche es el gran ganador de la batalla
cultural aún por encima de Marx?
A diferencia del tradicionalismo integrista de mediados del siglo XX que era altamente
racionalista, las nuevas atmósferas de integrismo católico están conquistadas por el
pensamiento débil. Algunas viejas tesis vuelven a emerger – como un cierto afecto por la
liturgia tridentina, un conspiracionismo o un cuestionamiento a la autoridad pontificia –
pero traspasadas de una versión debilitada de la racionalidad que exhibe no sólo un
problema filosófico sino una cristología en la que la presencia del Lógos (Palabra, Verbo
de Dios) que se hace carne es deficiente. Sin prisa pero sin pausa, la Palabra, el Verbo, es
sustituido por las racionalizaciones gnósticas de quien piensa que la Iglesia ha
defeccionado. El caso de Mons. Carlo Maria Viganò, de Mons. Atanasio Schneider o de
sus versiones deslactosadas en América Latina parecen comprobar esta hipótesis
empíricamente.
Otra manera de decir esto mismo es que Hegel gana la batalla a través de la metamorfosis
del gnosticismo. La secularización e inmanentización de lo más propiamente cristiano
resulta grata y políticamente correcta en la sociedad contemporánea y hasta en algunos
espacios eclesiales. El moralismo, es decir, la disolución del acontecimiento cristiano en
valores, en ética, y hasta en “ley natural” puede dar apariencia de “ortodoxia” pero
encuentra un punto límite al confrontarse con la enseñanza verdadera de Juan Pablo II,
de Benedicto XVI o de Francisco.
Estos pontífices, aún cuando gozan de diversa formación y sensibilidad, con gran valor
han afirmado que no se comienza a ser cristiano por el encuentro con una idea o con un
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paquete de valores por correctos que sean, sino a través del encuentro con un “Ereignis”,
con un acontecimiento, con una Persona viva que irrumpe imprevisiblemente en la vida
y la transforma. Por eso, el Kerygma es tan importante. Varias de las resistencias a la
reforma eclesial promovida por el Papa Francisco y por el Concilio se encuentran
precisamente en personas y grupos que no definen su pedagogía kerygmáticamente sino
en clave ética.
La verdad densa, recia, consistente, paradójicamente parece frágil, parece débil. El poder
se insinúa seductoramente como algo más sólido, como signo de triunfo verdadero, como
confirmación histórica de quién tiene la verdad (Hegel nuevamente aparece aquí). Sin
embargo, las cosas en realidad no son así. La consistencia ontológica de un pequeño acto
de bondad posee una belleza y un significado que por su propia naturaleza rebasan al
tiempo y a la historia. Lo “débil” de la verdad en realidad es su fortaleza. Esta cuestión
que podría ser explorada metafísicamente bajo ciertos límites, encuentra su verdadero
alcance cuando miramos el modo como en América Latina hemos sido alcanzados por la
experiencia cristiana.
En 1531 un indio marginal se encuentra con María de Guadalupe en el cerro del Tepeyac.
Quien se sabe nada, quien reconoce su impotencia, quien vive en la periferia, es el
invitado al cumplimiento de una gran misión: anunciar al propio obispo que la lógica de
Dios ha de corregir y reorientar a la lógica imperial. El Nican Mopohua precisamente nos
narra que el verdadero Dios por Quién se vive se apiada de nuestra debilidad y nos
conduce misteriosa pero realmente hacia un destino singular: hacia el surgimiento de una
nueva nación, que acogiendo lo mejor de la cultura hispana e indígena es una síntesis
original. En esto está nuestra Esperanza. El pueblo santo de Dios en América Latina, con
todas sus heridas y limitaciones, es un modo cómo Cristo permanece en la historia
desafiando a Prometeo. El verdadero Todo está en el fragmento. La persona de Jesucristo,
tal y como está en el hoy de la historia, es el origen perpetuo de una nueva ontología y de
un nuevo camino educativo para todos. María de Guadalupe, es en este sentido, verdadera
“Patrona de nuestra libertad” y presencia maternal que al invitarnos a ser como su Hijo,
nos marca un camino intelectual, espiritual y social para el bien de nuestros pueblos.