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Sábado 7 de Octubre
Sábado 7 de Octubre
Sábado 7 de Octubre
Hoy, Señor, vengo contento a la oración porque así me lo pides Tú. Quieres que participe de
la alegría de aquellos 72 discípulos que se llenaron de gozo en su misión. Yo también quisiera
encontrar mi gozo en mi trabajo apostólico, haciendo siempre lo que a Ti te gusta, lo que a
Ti más te agrada.
En aquel tiempo, regresaron los 72 llenos de alegría, diciendo: «Señor, hasta los
demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como
un rayo. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo
poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño; pero no os alegréis de que los espíritus se os
sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos». En aquel momento,
se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre,
y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien
el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los
ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que
vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
Meditación-reflexión
“La alegría más grande”. Hay una sana alegría, la que procede de la propia misión, la de
hacer el bien, la de constatar que el mal no triunfa y que los enemigos de Dios no tienen la
última palabra. Eso les pasó a los discípulos de Jesús. Pero Jesús alude a otra alegría más
honda, más profunda: la de saber que nuestros nombres están escritos en el cielo. La alegría
que procede de constatar nuestros triunfos pastorales puede estar mezclada de egoísmo, de
auto-complacencia, del orgullo personal. Jesús nos invita a elevar nuestra mirada al cielo
donde están escritos no nuestros trabajos, nuestros méritos, sino nuestros nombres. El que
tiene escritos nuestros nombres en el cielo es nuestro Padre Dios. Ese Padre que se revela a
los pequeños y sencillos, a los que se dejan querer, a los que se sienten felices porque Dios
es su Padre y saben que Él disfruta con sus hijos pequeños. La obsesión de Jesús era
complacer a su Padre, hacer lo que a Él le gustaba, tenerlo siempre contento. No puede haber
alegría mayor que el obrar con la única finalidad de ver disfrutar al Padre Dios.
“Siempre como misioneros del Evangelio, con la urgencia del Reino que está cerca. Todos
deben ser misioneros, todos pueden escuchar la llamada de Jesús y seguir adelante y anunciar
el Reino”.
Dice el Evangelio que estos setenta y dos regresaron de su misión llenos de alegría, porque
habían experimentado el poder del Nombre de Cristo contra el mal. Jesús lo confirma: a estos
discípulos Él les da la fuerza para vencer al maligno. Pero agrega: “No estéis alegres porque
se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo”.
No debemos gloriarnos como si fuésemos nosotros los protagonistas: el protagonista es uno
solo, ¡es el Señor! Protagonista es la gracia del Señor. Él es el único protagonista. Nuestra
alegría es sólo esta: ser sus discípulos, sus amigos. Que la Virgen nos ayude a ser buenos
obreros del Evangelio (S.S. Francisco, 7 de julio de 2013).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Silencio)
5.-Propósito. En este día voy a estrangular mi egoísmo pensando en obrar sólo por agradar
a Dios.
Señor, al acabar esta oración me siento enriquecido porque he descubierto una manera nueva
de alegrarme: no me voy a alegrar porque me salgan bien las cosas, ni por mis propios
méritos, sino porque yo, pobre criatura, puedo ser motivo de tu alabanza, de tu complacencia.
Me apasiona el sólo pensar que Tú puedes disfrutar conmigo ¡Con lo poco que soy!