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Cada Vez Que Coméis de Este Pan y Bebéis de Esa Copa
Cada Vez Que Coméis de Este Pan y Bebéis de Esa Copa
El vuelva».
(I Cor 11,26).
«Nuestra vida debe tender a la celebración diaria de la Cena del Señor como a su culmen: de ella dimana, en
efecto, como de su fuente, la fuerza de nuestra actividad y de la comunión fraterna. Por la Eucaristía se hacen
presentes de nuevo la muerte y la resurrección de Cristo, nos hacemos en Cristo oblación viva, se significa y
realiza la comunión del pueblo de Dios». (C 45,1).
Los dos grandes Misterios de la Trinidad y de la Encarnación, fundamentos de la vida espiritual del
Misionero, encuentran su expresión eximia en el «culto debido y la recepción digna de la Sagrada Eucaristía,
como sacramento y como sacrificio. Pues ella encierra en sí el resumen de los otros misterios de la fe y,
además, santifica y glorifica a las almas de los que la reciben bien y la celebran dignamente, con lo cual se da
la gloria suprema al Dios Uno y Trino y al Verbo Encarnado». (RC X, 3).
Como cristianos que aspiran a la unión con Cristo, los Misioneros acuden a la celebración o recepción de la
Eucaristía, de donde brota a raudales el don de la gracia:
«Participando del Sacrificio Eucarístico, fuente y culmen de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima
divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos
forman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición. Pero una
vez saciados con el Cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del
Pueblo de Dios, aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo
sacramento». (LG 11).
Los Misioneros ven, además, en la Eucaristía el centro de su devoción hacia el que tiende la evangelización
como fuente y culmen. No sólo reciben de ella la fuerza para evangelizar, sino también la gracia para
mantenerse unidos en la comunidad evangelizadora:
«Los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están
unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y
que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a
ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con él. Por lo cual la Eucaristía
aparece como fuente y culmen de toda evangelización, al introducirse, poco a poco, los catecúmenos en la
participación de la Eucaristía, y los fieles, marcados ya por el sagrado bautismo y la confrimación, se
injieren cumplidamente en el Cuerpo de Cristo por la recepción de la Eucaristía». (PO 5).
Otro argumento
7. La víspera de su pasión, “Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
‘Tomad, comed, esto es mi Cuerpo’. Después, tomando una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: ‘Bebed
todos de ella; porque esta es mi sangre, sangre de la alianza, que va a ser derramada por la multitud en
remisión de los pecados’” (Mt 26, 25-28); “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24-25). Desde
el inicio la Iglesia hace memoria de la muerte y resurrección de Jesús con sus mismas palabras y sus mismos
gestos en la Última Cena, pidiendo al Espíritu Santo que transforme el pan y el vino en el Cuerpo y en la
Sangre del Señor. Con la Tradición constante de la Iglesia creemos firmemente y enseñamos que las palabras
de Jesús que el sacerdote pronuncia en la Misa, por el poder del Espíritu, realizan lo que significan. Realizan
la presencia real de Cristo resucitado (CIC 1366). La Iglesia vive de este don supremo que la reúne, la
purifica y la transforma en un solo Cuerpo de Cristo animado por un solo Espíritu (cf. Ef 5, 29).
La Eucaristía es el don del Amor del Padre que ha enviado a su Hijo único para que el mundo se salve por
medio de Él (cf. Jn 3, 17); amor de Cristo que nos ha amado hasta el extremo (cf. Jn 13, 1); amor de Dios
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (cf. Rm 5, 5), que clama en nosotros “¡Abbá, Padre!”
(Ga 4, 6; Rm 8, 15). Así pues, al celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, anunciamos con gozo la salvación
del mundo proclamando la muerte victoriosa del Señor hasta que venga; y al comulgar de su Cuerpo,
recibimos las “arras” de nuestra resurrección.
Otro comentario
Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Esto
es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Lc 22,19
Jesús no pidió solo ser recordado sino que mandó repetir sus gestos y sus
palabras. Desde el principio, la Iglesia ha sido fiel a este mandamiento: en cada
celebración litúrgica se repite el memorial de la muerte y resurrección de Cristo
en donde estos eventos se vuelven presentes y actuales
Cena del Señor: la referencia es a la última Cena, y a la cena del banquete del
Cordero, en la Jerusalén celestial
Fracción del pan: es un rito típico de la cena judía, repetido por Jesús durante
la última Cena. Por este gesto, los discípulos han reconocido a Jesús resucitado.
Era de esa forma que los primeros cristianos llamaban a sus liturgias.
Otro coemntario
https://www.exaudi.org/es/presencia-real-jesus-eucaristia/
otro comentario
1 . LA EU C A R I S T Í A E N E L C O R A ZÓ N D E LA IG L E S I A
1964, fue para mí una sorpresa tan gozosa y me abrió a un horizonte tan
dilatado, que me pareció más tarde la constitución Lumen gentium como su
coronación y plenitud. Ambas constituciones se complementan mutuamente.
la alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los
242
1 . « El misterio de la Iglesia alcanza su mayor densidad en la Eucaristía» (J. BE
T Z, La Eucaris -
como a su fin»2
es como «fuente que mana y corre... en este vivo pan por darnos vida, aunque
para ser sincera y plena, debe conducir tanto a las diversas obras de caridad y
que vivamos no ya para nosotros, sino para Dios, y entre nosotros mismos nos
RICARDO BLÁZQUEZ
243
cristiana, la fuente de la que ella nace y el culmen a que ella tiende es la celeb r a
c i ó n de la sagrada Eu c a r i s t í a »5
otro comentario:
2. El sacramento de la eucaristía
a. Concepción de los sacramentos
Antes que nada, lo primero que tenemos que preguntarnos es ¿qué son los sacramentos?, para saber a qué
nos referimos. Según Ramón Arnau , el término sacramento viene del latín sacramentum, que a su vez
emerge del término griego mysterion. En el mundo de las religiones paganas, el término mysterion tenía una
doble significación. Plantea Arnau que, por un lado, hacía referencia a las religiones iniciáticas de índole
mistérica; por otra parte, se refería a las religiones conceptuales de corte filosófico, tales como el
movimiento órfico-pitagórico. En el nuevo testamento, el término mysterion es usado por San Pablo para
hacer referencia a Cristo como “el misterio salvífico de Dios”. Entendido así, el mysterion alude al carácter
soteriológico de la revelación del misterio de Dios, y al desvelamiento o manifestación de la voluntad del
Padre a los hombres, realizado por Jesucristo. El misterio, que constituye la persona de Cristo se expresa a
través de su crucifixión y de su resurrección.
Los padres orientales asumieron la concepción paulina del mysterion, para referirse “a los medios por los
cuales llega hasta el hombre la voluntad salvífica del Padre obrada por el Hijo ”. Sin embargo, los Padres
occidentales emplearon ese término para referirse a la verdad de Dios o a las verdades de fe, mientras que
para hacer referencia a la operatividad santificante de Dios sobre los hombres, a través de signos sensibles,
usaron el término latino sacramentum. Aunque muchas veces el término sacramentum se usa como
sinónimo de mysterion, a partir de mediados del siglo XII, este término se relacionó de un modo más
estrecho con los siete ritos que hoy llamamos sacramentos. Santo Tomás siguiendo a san Agustín afirma
que “el sacramento es un signo sagrado ”. En ese mismo orden, el Catecismo de la Iglesia Católica sostiene
que “los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye
la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo ”.
Los sacramentos en tanto, que signos, son acciones simbólicas en el sentido de que “son imágenes a través
de las cuales se manifiesta como realidad operativa el designio salvífico de Dios ”. En concordancia con
esto, Espeja sostiene que “los sacramentos son símbolos que actualizan la presencia de Jesucristo en la
humanidad” . El ser humano, en tanto que creatura, no puede mantener una relación personal inmediata con
Dios. Según Schillebeeckx, la comunión o encuentro del hombre con Dios, sólo es posible desde un
acercamiento benévolo de Dios a nosotros, a través de signos sensibles. Estos signos sensibles son los
sacramentos, que “son el modo específicamente humano del encuentro con Dios” . Como ya expresa el
Catecismo, los sacramentos son siete: bautismo, confirmación, Eucaristía, unción de los enfermos,
reconciliación, matrimonio y orden sacerdotal. ¿Cuál es la estructura de los sacramentos?
Los sacramentos están compuestos de materia y forma. La materia es el signo sensible, externo,
perceptible por los sentidos. La forma son las palabras que dice el ministro a la hora de conferir el
sacramento. La materia del sacramento de la eucaristía son el pan y el vino, mientras que la forma son las
palabras que pronuncia el ministro ordenado en el momento de la consagración. Los sacramentos son
eficaces, es decir, realizan lo que significan. Pero no son eficaces por sí mismos, sino que “son eficaces
porque son símbolos donde se manifiesta, se hace presente la vida de Jesucristo y de su comunidad” .
Dicho de otro modo, son eficaces en virtud de la obra de Cristo (ex opere operato a Chisti) , siempre y
cuando las personas no pongan ningún obstáculo. “Los sacramentos no sólo presuponen la fe, sino que por
la palabra y la acción también la alimentan, la robustecen y la muestran ”. Dios nos comunica su gracia de
un modo especial a través de los sacramentos, sin embargo, estos no son los únicos medios para ello. b.
Sobre la institución del sacramento de la eucaristía Santo Tomás de Aquino plantea que Dios es el único
que puede causar la gracia sacramental, por tanto, él es el único que tiene la capacidad de instituir los
sacramentos . El magisterio de la iglesia en el concilio de Trento afirmó que “todos y cada uno de los siete
sacramentos han sido instituidos por el Jesucristo” , lo cual fue reafirmado por el Papa Pio XII, en la
Constitución Apostólica Sacramentum ordinis. Respecto a este tema, el Catecismo de la iglesia en el
numero 1210 afirma que “los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete a saber,
Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio”.
Por tanto, podemos concluir que la eucaristía, en tanto que sacramento, fue instituida por el mismo
Jesucristo. Ahora tenemos que preguntarnos ¿en qué momento Jesucristo instituyó la eucaristía?
Primero, porque “la eucaristía, en cuanto memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, es la
actualización permanente de aquella entrega por amor y para la reconciliación de todos los hombres con
Dios que la iglesia celebra, que tiene su punto culminante en el misterio pascual, en la nueva alianza en su
sangre” . La eucaristía constituye la nueva pascua y la nueva alianza en la comunidad cristiana, donde se
actualiza la liberación salvadora realizada de una vez y por siempre por el sacrificio de Cristo en la cruz.
Segundo, porque aunque todos los sacramentos, como hemos dicho, son signos visibles de la gracia y
presencia de Dios, es en la eucaristía donde se manifiesta el «amor más grande», ya que es “el don que
Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre” . En cada uno de los
sacramentos Cristo nos regala una gracia, pero la eucaristía “es el sacramento en el que no sólo se da la
gracia sino el autor de la gracia” . Por tanto, constituye el sacramento por antonomasia, o como ya hemos
dicho, el sacramento de los sacramentos.
Tercero, porque como plantea Aldazábal, después de la muerte de Cristo, en su nueva manera de
existencia gloriosa, el modo de encuentro y comunión con su comunidad va a ser el pan y el vino, que son
su cuerpo y su sangre, con todo lo que eso implica de bendición, nueva alianza y participación de su destino
escatológico . “En la celebración eucarística Cristo hace participar a sus fieles de la nueva y escatológica
alianza, renovando la relación de amor con Dios Padre ” Y cuarto, porque todos los demás sacramentos,
obras de apostolados y ministerios eclesiásticos están unidos y ordenados a la eucaristía . Este es el
sacramento central de nuestra fe, dado que es el misterio del amor de Dios y de la presencia constante de
Cristo. Es el misterio de un Dios que nos alimenta y nos promete siempre estar con nosotros. De ahí que la
eucaristía es la “cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde
mana toda su fuerza” . Como afirma la Presbyterorum Ordinis en el número 5, la eucaristía contiene todo el
bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. Ahora deseamos presentar algunos
aspectos de la eucaristía, que de alguna manera ya se han mencionados implícitamente, sin embargo,
creemos que hay que destacarlos porque nos ayudan a comprender mejor la centralidad del sacramento de
la eucaristía en la vida cristiana. La eucaristía, memorial de la pascua. Según Borobio, el memorial hace
referencia a la contemporaneidad de un acontecimiento pasado respecto a la comunidad celebrante en el
presente, que participando de su dinamismo salvador, se ve proyectada hacia el futuro escatológico. De
este modo la eucaristía “constituye el punto de conexión en el que el pasado salvífico (contenido de la
memoria), el presente actual (comunidad celebrante) y el futuro escatológico (convite mesiánico) se
encuentran y coinciden en un mismo acontecimiento (la pascua) que siendo histórico es también
metahistórico” , ya que es un misterio. La eucaristía, banquete fraterno. La eucaristía es un banquete o
comida fraterna, que tiene un aspecto celebrativo y gozoso. En ella se produce la comunión con lo divino, es
decir, la unión personal con Cristo, la unión de los cristianos entre sí y con toda la iglesia. Desde este punto
de vista, no es raro que entre los primeros nombres que tenía la eucaristía se hayan: la mesa compartida, la
fracción del pan y cena del Señor . La eucaristía, sacramento del sacrificio. Borobio también sostiene que
existe un vínculo directo entre inmolación y eucaristía, la cual es representación de la autodonación de
Cristo. En la eucaristía Cristo entrega su vida para la salvación del mundo, por la expiación de nuestros
pecados, se produce una nueva alianza entre Dios y su pueblo, se perdonan los pecados de los hombres y
se produce una reconciliación. Cada vez que se celebra la eucaristía se actualiza el único sacrificio de
Cristo. La eucaristía, presencia transformante. Espeja expresa que en la eucaristía está la presencia real de
Cristo, fruto de la transubstanciación. Según santo Tomás , después de la consagración del pan y el vino,
permanecen los accidentes, sabor, color, etc, pero no la sustancia de esos elementos; la cual se transforma
en el cuerpo y la sangre de Cristo, una nueva realidad que es fuente de gracia para los fieles. La eucaristía,
acción de gracias. Según el Catecismo de la iglesia, la eucaristía es un sacrificio de acción de gracias y
alabanza por todo lo bueno, bello y justo que ha hecho Dios en la creación, en la humanidad y en la vida de
cada uno. También tenemos que señalar algunos de los frutos de la eucaristía según el Catecismo de la
iglesia: la unión íntima con Cristo; conserva, acrecienta y renueva la vida de la gracia; nos separa y preserva
del pecado, entre otros. Lo que hemos visto hasta ahora, aunque no es todo lo que se puede argumentar,
pienso que es suficiente para responder a la pregunta ¿por qué la eucaristía constituye la fuente, y la
cumbre, cima o culmen de la vida cristiana. De todos modos, creo que la siguiente cita resume el sustrato
de lo que hemos dicho hasta ahora: “El sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y se
recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece
continuamente. El Sacrificio eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se
perpetúa a lo largo de los siglos el Sacrificio de la cruz, es el culmen y la fuente de todo el culto y de toda la
vida cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación
del cuerpo de Cristo. Así pues los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se
unen estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan ”. a. Implicaciones de la eucaristía para la
praxis cristiana Como hemos planteado en la introducción, hoy no es raro ver a personas que “participan”
del memorial de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, sin que se produzca ningún cambio en sus
vidas. Al parecer, asisten al culto, pero no existe un real seguimiento de Jesús. Con frecuencia separamos
el sacramento del altar, del sacramento del hermano, y no caemos en la cuenta que, celebrar el memorial
de Cristo implica nuestro compromiso y anhelo por el reino de Dios, que se debe traducir en la preocupación
por los más débiles, los más pobres y marginados de nuestra sociedad. Por tanto, no se puede compartir el
pan entregado por la vida del mundo y seguir insensibles ante tanta miseria y tanta muerte, aferrándonos a
nuestro individualismo . Por consiguiente, “la eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres” Los
sacramentos no son actos mágicos, o como advierte Jesús Espeja, “una cosa que se nos pega o un
revoque por fuera, sino un acontecimiento entre personas, una experiencia singular” del Dios que es amor, y
que se nos da y nos transforma para vivir con él y como él. En este sentido, en la eucaristía se descubre la
plena manifestación del inmenso amor de Dios que llega hasta nosotros, permanece con nosotros y nos
compromete e impulsa a amarle a él y a los demás. De ahí que celebrar y vivir en verdad la eucaristía ha de
llevarnos a amar a todos como Cristo nos amó, hasta el extremo . Dado que en la eucaristía Cristo viene a
nosotros, nos une a él, a sus sentimientos y actitudes, y quien está unido a él, quien celebra la eucaristía
con él, quien come su Cuerpo y bebe su Sangre, acoge también su corazón, su amor, su entrega, sus
mismos sentimientos de amor y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas y, en definitiva,
debe andar como él anduvo . Jesús en el momento de su despedida nos dio un ejemplo, que quiso que
quedara como un legado: se desprendió de su manto, y le lavo los pies a sus discípulos, para enseñarnos a
servir y a amar a los demás. Espeja señala que en la eucaristía, los cristianos celebramos este culto nuevo
que postula a seguir a Jesucristo en el empeño por transformar la sociedad. Por tanto, cada vez que la
celebramos debemos actualizar en nuestras propias vidas el cuerpo que se entrega y la sangre que se
derrama por muchos. En Jesús el amor y la entrega son inseparables del compromiso por construir una
sociedad más justa, por consiguiente, tampoco debe ser inseparable en lo que seguimos a Jesús, pues
quien no practica la justicia no conoce a Dios (1 Jn 2, 29). Cuando comulgamos en la eucaristía, asumimos
el compromiso de recrear el espíritu y la conducta de Jesús en nuestras comunidades. En este sentido, la
celebración del memorial de la pasión muerte y resurrección de Cristo, conlleva que entremos en intimidad
con el Padre, que nos dediquemos a la llegada del reino, y que entreguemos la propia persona en actitud de
servicio humilde . No podemos participar activa y conscientemente del misterio pascual, sin que suceda algo
en nuestras vidas, y sin que eso se traduzca en un compromiso por transformar el entorno donde vivimos,
pues, como dice san Pablo “esto no es celebrar la cena del Señor” (1, Cor 11,20). De acuerdo a lo que
señala Martínez García , participar de la eucaristía no es asistir porque es un precepto de la iglesia, ni
porque es una celebración social arbitraria de acontecimientos personales, familiares y cívicos. Si la
eucaristía no nos mueve al cambio y a la acción, es porque ella no está siendo la fuente y el culmen de
nuestras vidas. En un mundo que exige gestos concretos, que nos reclama que el mensaje cristiano esté
acreditado con el testimonio de vida; la eucaristía, en tanto que memorial debe ayudarnos a superar la
compresión mágica de la acción salvadora y el peligro de repetición historicista del único sacrificio de Cristo.
Por el contrario, debe inducirnos a vivir la eucaristía como presencia dinámica e aplicativa del misterio, que
actúa en el “ya” de la comunidad concreta, pero que “todavía” debe manifestarse en su plenitud” . Por
último, cabe destacar, que la eucaristía debe impulsarnos a la misión. En este sentido, hay que afirmar que
“la eucaristía es el lugar privilegiado de renovación y de compromiso de la misión” . De este modo constituye
el momento de tomar conciencia sobre el derecho y el deber de participar en las tareas de edificación del
reino de Dios en el mundo. Como dice Borobio, es imposible que eucaristía alimente la fe y no lleve a
comunicarla, y que suponga un testimonio y no nos lleve a ser testigos. Si no está siendo así en nuestras
vidas, entonces tenemos que discernir si estamos conscientes de lo que celebramos en la eucaristía y de
sus implicaciones. 4. Relación de la eucaristía con los demás sacramentos de iniciación cristiana Esta última
parte de esta reflexión la hemos dedicado a responder brevemente el tercer objetivo que nos hemos
propuesto: conocer cuál es la relación de la eucaristía con los demás sacramentos de iniciación cristiana.
Aunque la eucaristía constituye la fuente y el culmen de la vida cristiana, no prescinde ni está separada de
los demás sacramentos, sobre todo de los de iniciación cristiana, sino que supone estos. Según plantea
Jesús Espeja, la iniciación cristiana es el proceso que sigue la persona para conocer, incorporarse y
participar de la vida de la comunidad creyente que llamamos iglesia. Este proceso debe comenzar con la
inquietud del candidato que se interesa por el modo de ser de los cristianos y culmina con tres ritos
simbólicos que son los sacramentos de iniciación: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. El proceso
que se hacía en los primeros siglos de la iglesia para preparar e introducir a las personas adultas en la
iglesia se llamaba “catecumenado”, el cual concluía con la celebración de los tres sacramentos
mencionados . El libro de los Hechos (8, 4-16), nos narra cómo algunas personas después de ser
bautizadas por Felipe, luego fueron confirmadas por Pedro y Juan, comunicándoles el Espíritu Santo;
quienes (aunque no lo dice, he de suponer), que luego participaron de la mesa compartida. El bautismo es
el primer sacramento, con el cual las personas aceptan la palabra, se ponen en camino hacia la comunidad
de Jesucristo, la cual abre sus puertas y le ofrece su dinamismo vital. El bautismo equivale al nacimiento de
la persona a la vida espiritual. Por eso, “los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan
destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, tienen el deber
de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia” . A través de la
confirmación ratificamos nuestro deseo y compromiso de seguir a Cristo. Según plantea el Catecismo de la
iglesia, por este sacramento los bautizados se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con
una fortaleza especial del Espíritu Santo, y de esta forma se obligan con mayor compromiso a difundir y
defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo. Por su parte, la eucaristía,
como hemos dicho, es el centro de los que se han incorporado y han confirmado su fe, que “participando del
sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos
juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en
la acción litúrgica ” Es importante tener en cuenta que los tres sacramentos de iniciación cristiana son
inseparables, es decir, están íntimamente relacionados o vinculados. Los tres insertan a las personas de
forma plena en la comunidad cristiana. Según el Catecismo de la Iglesia, “la Sagrada Eucaristía culmina la
iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y
configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con
toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor ”. En este mismo orden, García Paredes , sostiene que
la eucaristía constituye el sacramento conclusivo de la iniciación cristiana, y a la vez es, como hemos
mostrado, la fuente y cima de la vida cristiana. 5. Conclusión La eucaristía, en tanto que sacramento, es un
signo visible de la gracia y presencia de Dios. Este sacramento instituido por el mismo Cristo en la última
cena, presume el bautismo y la confirmación, y culmina el proceso de iniciación cristina. A la vez constituye
la fuente y cima de la vida cristiana, porque es el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor; en
ella se nos manifiesta el amor más grande, que es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el
amor infinito de Dios por cada hombre; en ella, además de la gracia, se nos da el mismo autor de la gracia;
es el nuevo modo de encuentro y comunión con su comunidad, a través del pan y el vino; y porque todos los
demás sacramentos, obras de apostolados y ministerios eclesiásticos están unidos y ordenados a la ella. En
definitiva, la eucaristía, es memorial pascual, banquete fraterno, sacrificio, acción de gracias y presencia
transformante. No se puede participar consiente y activamente de ese gran misterio pascual (que contiene
todo el bien espiritual de la iglesia), sin que se produzca una transformación personal que incida en la
sociedad donde vivimos. Si la eucaristía no produce un cambio en nuestras vidas, es porque no estamos
conscientes de lo que celebramos, ni de lo que ello implica, o porque la hemos reducido a un rito. Celebrar
la eucaristía es actualizar el misterio pascual, que supone realizar la misión que se nos ha encomendado;
recrear el espíritu de Jesús en nuestras vidas; nuestra preocupación por los valores del reino, y dar la propia
vida. Dado que los sacramentos no son actos mágicos, es necesario nuestro esfuerzo personal y que nos
abramos a la vida de la gracia, asumiendo la responsabilidad que implica el seguimiento de Jesús. Solo así,
la predicación del mensaje cristiano puede atraer y seducir a aquellos que todavía no han hecho la opción
radical de seguir a Jesús.