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El autor

Cuando se habla de Carlos Fuentes se habla de una gran tradición en la literatura


Mexicana, también, por ser uno de los escritores que más ha dado frutos en pisar ese
país. Fue también un intelectual y diplomático mexicano, uno de los autores más
destacados de su país y de las letras hispanoamericanas. Nació en Panamá el 11 de
noviembre de 1928 y falleció en México, país y tema más recurrente en su obra, el 15
de mayo de 2012.
De tan abundante calidad fue este escritor que recibió quince Doctorados Honoris
Causa, premios y reconocimientos en el extranjero y en México, por supuesto.
Si bien el dicho de que Carlos Fuentes desbordaba inspiración, haciendo alusión a una
metáfora por su apellido, es cierto. Una fuente de inspiración, inspiración por su obra,
su calidad como ser numano, sus estudios y que entre mas viajo mas universalidad
hizo parte de el para tener siempre presentes sus raíces Mexicanas.
La presente reseña está elaborada en base a una versión digital del libro Aura que
consta de 28 páginas cuya presentación de texto se da en primera persona como
testigo. Escrita en 1962 originalmente en español, por el anteriormente mencionado
Carlos Fuentes, esta obra fue impresa por primera vez en México en 1962 por
Ediciones ERA, que consta de 62 páginas en su formato impreso.
Síntesis
Felipe Montero es un joven historiador con dominio de la lengua francesa que un día se
encuentra un clasi cado de trabajo, para algo en lo que él es un experto, en uno de los
cafés a los que suele ir. Al otro día al ver que el clasi cado aún está ahí, decide ir a la
dirección señalada después de ver que también han subido el sueldo de aquel.
Así es como llega a la casa de una extraña y vieja mujer, Consuelo, la viuda de
Llorente, que le pide irse a vivir ahí el tiempo en que el dure haciendo el trabajo, que
consiste en reconstruir las memorias de su difunto esposo para luego publicarlas. En
esta casa se encuentra con una hermosa joven, Aura, que lo cautIva desde que la ve
por primera vez, inicIandose asi una interesante y misteriosa historia llena suspenso
que los lectores iremos descubriendo a lo largo del relato.
En esta historia encuentro dos importantes nociones que vale la pena resaltar. La
primera es notar como el amor de una pareja intenta traspasar el limite del tiempo y
volverlo eterno, pues ese intento no solo está siendo llevado a cabo por la anciana al
usar este insólito método de, por llamarlo así, desdoblamiento, de esta convocación de
otro ser que no es sino el deseo de proyectar lo que se fue (La juventud), sino también
por el personaje masculino, Felipe Montero, que por lo que pudimos leer, es la
reencarnación del General Llorente queriendo volver al lado de su amada. Es ver
también como el autor se las ingenio al nombrar Aura a la muchacha, porque no deja
de traer consigo su insinuación simbólica: Luz que rodea la cabeza, y ya que hablamos
de esto, es importante destacar también la mención del color verde casi como un
símbolo, como si fuese ese color, nombrado bastantes veces en el texto, el color
implícito del Aura, que no sólo cubre al personaje del mismo nombre, cuyos ojos son
verdes y siempre viste de tafeta verde, sino que también ocupa otros espacios. Uno de
ellos es la casa llena de musgo y plantas pues también son de verde olivo los tapices y
las alfombras, la bata de la vieja Consuelo, sus ojos también. El verde es un color
constante que predomina en las descripciones del texto.
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La segunda noción a resaltar es la búsqueda del ser humano por la juventud eterna, a
través de la nigromancia, la brujería y la magia. Aura no es sino una proyección de los
deseos de la anciana y tal es la fuerza vital y la necesidad de perpetuarse en la anciana
que puede generar a Aura. Es esa tenacidad a abandonar lo que se fue lo que lleva a la
anciana a desdoblarse en Aura. Primero resaltemos que ambas guras femeninas
representan por un lado la juventud encarnada por Aura, y su contraparte la vejez,
Consuelo. Dos partes opuestas y complementarias que en el trascurso de la narración
una no pueden estar sin la otra, en la que la anciana no representa un signo de algo
acabado sino de lo durable y que participa de lo eterno, en este caso, su propia
juventud.

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