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DESCARTES

1.- Un nuevo tipo de saber centrado en el hombre y en la racionalidad humana:

Rene Descartes nació en La Haye (Turena) el 31 de marzo de 1596. De familia noble,


muy joven comenzó sus estudios en el célebre colegio de los jesuitas de La Fléche en
Anjou, donde se formó en filosofía y ciencias de acuerdo con los estudios de la época.
Aquella enseñanza dejó muy insatisfecho y confuso al joven Descartes. Continuó sus
estudios en la Universidad de Poitiers, donde obtuvo el bachillerato y la licenciatura en
Derecho. Después, decidió dedicarse a la carrera militar, alistándose en el ejército de
Guillermo Nassau en 1618. En Breda inició amistad con Isaac Beeckman, quien le
estimuló a estudiar Física. Entre el 10 y el 11 de noviembre de 1619 tuvo sus famosas
revelaciones sobre los fundamentos de una “ciencia admirable”. Más tarde se
estableció en Holanda, tierra de tolerancia y libertades, donde se dedicó a elaborar un
tratado de metafísica, que abandonó para dedicarse a su gran obra física (Tratado de
Física), renunciando posteriormente a su publicación al enterarse de la condena de
Galileo. Desde 1633 a 1637 se dedicó a elaborar su famoso Discurso del Método. A
continuación escribió tres ensayos científicos: La Dióptrica, Los Meteoros y La
Geometría. Descartes consideró que era importante demostrar el carácter objetivo de
la razón plasmando las reglas que permitían alcanzar dicha objetividad. En este
período convivió con Helene Jans, con quien tuvo una hija, Francine, que murió a los
cinco años, lo cual causó una enorme tristeza y amargura en el filósofo. Reemprendió a
continuación su Tratado de Metafísica, en forma de meditaciones metafísicas, la cuales
se publicaron en 1641. A continuación, se dedicó a la elaboración de los Principios de
filosofía, exposición de su filosofía y física en forma sistemática. Descontento por la
polémica que sus obras suscitaron en la Universidad de Leiden y que llevaron a la
prohibición de sus obras, Descartes aceptó en 1649 una invitación de la reina Cristina
de Suecia para trasladarse a Estocolmo. Allí escribió El nacimiento de la paz para
conmemorar el final de la Guerra de los Treinta Años. La mañana del 2 de febrero de
1650, tras visitar a la reina, al salir de palacio cayó en enfermo de pulmonía, muriendo

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después de una semana de sufrimientos. Sus restos fueron trasladados a Francia en
1667, siendo sepultados en la iglesia de Saint-Germain des Prés, en París.

2.- La experiencia del hundimiento de la cultura de la época:

2.1.- Críticas a la filosofía y a la lógica tradicionales:

Tras terminar sus estudios, Descartes mencionó en estado de incertidumbre profunda


en que los mismos le sumergieron. Respecto de la filosofía, destacó que tal disciplina
no puede ufanarse de “nada que no se discuta y que por ello no sea dudoso”. De la
lógica, afirma que no posee ninguna fuerza de carácter fundacional ni capacidad
heurística, sino que se limita a servir de ayuda para exponer la verdad, pero no para
conquistarla. La filosofía aprendida en La Flèche le parece llena de lagunas. En una
época en la que se desarrollaban nuevas perspectivas científicas, Descartes advierte la
falta de un método que establezca un orden y que constituya un instrumento
heurístico y fundacional verdaderamente eficaz.

2.2.- Críticas al saber matemático:

Descartes crítica tanto la aritmética como la geometría al haber sido elaboradas son
procedimientos no subordinados a una dirección metodológica clara. Así, señala que
hacen referencia a materias muy abstractas y de ninguna utilidad. De ahí surge su
propósito de crear una “matemática universal” que pueda servir de modelo a todos los
saberes. Para ello, cree que es necesario demostrar que las diferencias entre
aritmética y geometría no son relevantes. De este modo, convertirá los problemas
geométricos en algebraicos a través de la geometría analítica, aplicando el álgebra a la
geometría y estudiando determinadas figuras por medio de ecuaciones. De hecho, este
era el objetivo que él se había fijado y que plasmó en el Discurso del Método: inspirar
el método del nuevo saber en la claridad y el rigor de los procedimientos geométricos.

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2.3.- El problema general del fundamento del saber:

Descartes se muestra convencido de que las nuevas conquistas científicas darán como
resultado el derrumbamiento de la filosofía y de la metafísica tradicionales, dando
como resultado un nuevo método como fundamento de un saber nuevo. La filosofía
tradicional, demasiado ajena los nuevos descubrimientos, no puede evitar el conflicto.
Por ello, es necesario diseñar una nueva filosofía que justifique la confianza en la
razón. La única instancia que puede dominar el escepticismo disgregador es una razón
metafísica fundamentada y un método universal. Se trata, pues, del fundamento
mismo del saber. Éste depende de la amplitud y de la solidez del edificio que hay que
construir, contraponiéndolo al edificio aristotélico, causa de la ruina que amenaza todo
el saber. Así, es urgente poner en claro el fundamento que permita un nuevo tipo de
conocimiento de la totalidad de lo real, fundado en principios que contribuyan a la
edificación de una nueva casa.

3.- Las reglas del método:

3.1.- Conceptos y número de las reglas del método:

Descartes quiere ofrecer reglas fáciles y ciertas que impidan tomar lo falso por
verdadero y que conduzcan al conocimiento verdadero. Mientras que en las Reglas
para la dirección del espíritu enumera veintiuna reglas, en el Discurso del Método,
reducirá éstas a cuatro. Descartes justifica tal simplicidad afirmando que del mismo
modo que una nación se regulará mejor cuanto menos reglas hayan de observar sus
habitantes siempre que se observen con rigor, del mismo modo bastarán para la
ciencia cuatro reglas, si se respetan con firmeza y de manera constante.

3.2.- La primera regla del método:

Se trata de la regla de la evidencia, la cual enuncia Descartes en los siguientes


términos: “nunca acoger nada como verdadero, si antes no se conoce que lo es con

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evidencia: por tanto, evitar con cuidado la precipitación y la prevención; y no abarcar
en mis juicios nada más que lo que se presentase ante mi inteligencia de una manera
tan clara y distinta que excluyera cualquier posibilidad de duda”. Se trata del principio
fundacional de la nueva filosofía, donde todo debe converger hacia la claridad y la
distinción. El acto intelectual mediante el cual se logra esta evidencia es el acto
intuitivo o la intuición. Se trata de una cto que autofundamenta y se autojustifica, al
servirle únicamente como garantía la transparencia recíproca entre razón y contenido
del acto intuitivo. Es la idea presente ante la mente y de la mente abierta a la idea sin
mediación alguna.

3.3.- La segunda regla del método:

La segunda regla consiste en “dividir todo problema que se someta a estudio en tantas
partes menores como sea posible y necesario para resolverlo mejor”. Si la evidencia es
necesaria para la certeza y la intuición en necesaria para la evidencia, la simplicidad
que se logra de la descomposición de lo complejo en partes elementales será necesaria
para la intuición. Este es el camino que permite huir de generalizaciones presuntuosas.

3.4.- La tercera regla del método:

“La tercera regla es la de conducir en orden mis pensamientos, comenzando por los
objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como a
través de escalones, hasta el conocimiento de los más complejos.” Es preciso
recomponer los elementos en que la realidad compleja ha sido dividida por medio de
una síntesis que debe partir de elementos absolutos y proceder hacia los elementos
relativos dando lugar a una cadena de argumentos que iluminen los nexos del
conjunto. Si la evidencia en necesaria para tener una intuición, para la deducción es
necesario un proceso desde lo simple hasta lo complejo.

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3.5.- La cuarta regla del método:

“La última regla es la efectuar en todas partes enumeraciones tan complejas y


revisiones tan generales que se esté seguro de no haber omitido nada.” La
enumeración controla si el análisis es completo, mientras que la revisión se asegura de
la corrección de la síntesis.

3.6.- Las cuatro reglas como modelo del saber:

Estas reglas simples constituyen el modelo del saber, porque la claridad y la distinción
evitan los posibles equívocos o las generalizaciones apresuradas. Asumir un modelo de
esta clase significa el rechazo de todas aquellas nociones aproximativas, imperfectas o
fantásticas que se escapen de la operación simplificadora. Lo simple de Descartes no
es lo universal de la filosofía tradicional, al igual que la intuición no es la abstracción.
Simplicidad e intuición sustituyen con Descartes a la universidad y a la abstracción de
los escolásticos.

4.- La duda metódica y la certeza fundamental: cogito ergo sum:

4.1.- La duda como paso obligado, aunque provisional, para llegar a la verdad:

Una vez establecidas las reglas, es necesario justificarlas mostrando su universalidad y


su fecundidad. Está claro que la matemática siempre se ha ceñido a estas reglas, pero
hay que justificar qué nos autoriza a su aplicación fuera de este ámbito. Para ello,
Descartes aplica las reglas al saber tradicional para comprobar si éste contiene alguna
verdad tan clara y distinta que permita eliminar cualquier motivo de duda. Si la
aplicación de estas reglas nos permite llegar a alguna verdad clara y distinta, tal verdad
se convertirá en el fundamento del saber. No obstante, habrá que observar una
condición: no es lícito aceptar como verdadera una afirmación sobre la que sea posible
la duda. Para llegar a esto, bastará con examinar aquellos principios sobre los cuales se
fundamenta el saber tradicional:

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a) Gran parte del saber tradicional se fundamenta sobre la experiencia sensible.
¿Cómo es posible considerar como cierto e indudable un saber que se origina
en los sentidos, al revelarse estos a menudo como engañadores?
b) Si gran parte del saber tradicional se fundamenta en los sentidos, una parte
relevante de dicho saber se fundamenta en la razón y en su poder discursivo, el
cual tampoco está exento de oscuridad e incertidumbre.
c) Finalmente, el saber matemático parece indudable, porque es válido tanto en
el estado de vigilia como en el estado de sueño. No obstante, ¿quién me
impediría pensar que existe un “genio maligno” que me lleva a considerar
como evidentes cosas que no lo son?
La conclusión de ello es que no existe en el saber ningún sector válido: nada resiste a la
fuerza corrosiva de la duda. Tal duda cartesiana es una duda metódica, en tanto que
constituye un paso obligado, pero también es provisional.

4.2.- La proposición “pienso, luego soy” como verdad absoluta:

Después de haberlo puesto todo en duda, surge la primera verdad indudable, clara y

distinta: “era por fuerza necesario que yo, que así pensaba, fuese algo. Y al observar

que esta verdad “pienso, luego soy” era tan firme y tan sólida, juzgué que podía

aceptarla como el primer principio de la filosofía que yo buscaba.” Esta verdad es tan

sólida que aún suponiendo que exista un genio maligno que me engaña, es preciso

que yo exista para ser engañado.

Para Descartes, el pensamiento comprende todo lo que en nosotros está hecho de

forma que nos permite ser inmediatamente conscientes de ello; así, todas las

operaciones de la voluntad, del intelecto, de la imaginación y de los sentidos son

pensamientos.

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4.3. La proposición “pienso, luego soy” no es un razonamiento deductivo, sino

una intuición.

La transparencia del yo ante sí mismo elimina cualquier duda e indica por qué la

claridad es la regla básica del conocimiento y por qué la intuición constituye su acto

fundamental. Así, la proposición “pienso, luego soy” no es un razonamiento, sino una

intuición. Se trata de un acto intuitivo gracias al cual percibo mi existencia en tanto

que pensante. Así, nuestra existencia es una res cogitans, una realidad pensante; el

pensamiento en acto. De este modo, conquista una certeza inquebrantable. La

aplicación de las reglas del método ha llevado así al descubrimiento de una verdad

que confirma la validez del método.

4.4. El núcleo de la filosofía no es ya la ciencia del ser, sino la doctrina del

conocimiento.

La claridad y la distinción, como reglas del método, se encuentran fundamentadas en

la certeza adquirida de que nuestro “yo” o conciencia como realidad pensante se

presenta con los rasgos de la claridad y la distinción. A partir de ahora la actividad

cognoscitiva tendrá que buscar la claridad y la distinción, que son los rasgos típicos

de aquella primera verdad. Sólo se podrá admitir otra verdad en el caso de que

muestre los rasgos de la claridad y la distinción. Por ello, la filosofía deja de ser la

ciencia del ser para convertirse en la ciencia del conocimiento. Este es el giro que

Descartes imprime a la filosofía, proponiéndose hallar en cualquier proposición la

claridad y la distinción. Ambas son la única garantía de la certeza.

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4.5. El centro del nuevo saber es el sujeto humano.

Por tanto, el banco de pruebas del nuevo saber filosófico y científico es el sujeto

humano, la conciencia racional.

4.6. La recta razón humana.

La primera certeza fundamental, el cogito, se convierte en la verdad que, una vez

adquirida, sirve de fundamento a las reglas del método. Todas las demás verdades

sólo podrán admitirse en la medida en que se ajusten o se aproximen a tal evidencia.

Todo saber habrá de inspirarse en el método. Este método fundamenta a la

matemática, al igual que a cualquier otra ciencia.

Aquello a lo que este método conduce es la “razón humana”, que consiste en la

“facultad de juzgar correctamente y distinguir lo verdadero de lo falso”. Tal facultad se

denomina buen sentido o razón, y es igual en todos los hombres. La unidad de las

ciencias remita a la unidad de la razón y la unidad de la razón remite a la unidad del

método.

Si la razón es una res cogitans, entonces el saber tendrá que fundarse sobre ella;

habrá que imitar su claridad y su distinción, que son los únicos postulados

irrenunciables del nuevo saber.

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5. La existencia y la función de Dios.

5.1.- El problema de la relación entre nuestras ideas, que son formas mentales, y

la realidad objetiva:

Hemos visto que la primera certeza fundamental que se consigue a través de la

aplicación de las reglas del método es la conciencia de sí mismo como ser pensante.

Visto esto, hemos de preguntarnos si las reglas del método son de verdad aptas para

conocer el mundo; si realmente nos abren al mundo; si están mis facultades mentales

están adaptadas para conocer la realidad.

El “yo” como ser pensante se revela como lugar de una multiplicidad de ideas. Es

decir, mi existencia es la existencia de un “yo” que tiene posee ideas. Estas ideas,

como presencias reales ante la conciencia, ¿poseen un carácter objetivo?

¿Representan realmente objetos, la realidad? Las ideas, como formas mentales,

resultan indudables, pero en la medida en representan una realidad distinta de mí,

¿son verídicas?

5.2.- “Ideas innatas”, “ideas adventicias” e “ideas facticias”:

Descartes dividirá las ideas en tres clases:

1) Ideas innatas, las que encuentro en mí, nacidas junto con mi conciencia.

2) Ideas adventicias, que me llegan desde fuera y se refieren a cosas por

completo distintas de mí.

3) Ideas facticias o construidas por mí mismo.

Respecto de las ideas facticias, es claro que, al construirlas yo mismo, no poseen

evidencia perfecta. El problema hace referencia a la objetividad de las ideas innatas y

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adventicias. Tales ideas, ¿son realmente objetivas? ¿Qué me garantiza su

objetividad? Podría responderse: la claridad y la distinción; pero, ¿y si mis facultades

sensibles me engañan? Aunque estoy completamente seguro de mi existencia como

cosa pensante, ¿quién me garantiza que mi actividad pensante sigue siendo válida

cuando sus resultados pasan desde la percepción en acto al reino de la memoria?

Para hacer frente a estas dificultades, Descartes plantea el problema de la existencia

y de la función de Dios.

5.3.- La idea innata de Dios y su objetividad:

Entre las muchas ideas que posee la conciencia, Descartes destaca la idea innata de

Dios en cuanto “sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente”. Descartes se

pregunta si esta idea es puramente subjetiva o si no habría que considerarla subjetiva

y al mismo tiempo objetiva. Con respecto a esta idea, Descartes afirma: “es algo

manifiesto a la luz natural que debe haber por lo menos tanta realidad en la causa

eficiente y toral, como la hay en su efecto”. Tal idea, que está en mí, pero no procede

de mí, sólo puede tener como causa adecuada a un ser infinito, es decir, a Dios.

Si la idea de un ser infinito que está en mí, también procediese de mí, ¿no me habría

producido yo mismo perfecto y no, por el contrario, imperfecto? Obviamente, al tener

la idea de un ser perfecto, me habría concedido todas las perfecciones que encuentro

en la idea de Dios.

Además, Descartes formula un tercer argumento, conocido con el nombre del

argumento ontológico: la existencia es parte integrante de la esencia, por lo cual no

es posible tener la idea (esencia) de Dios sin admitir al mismo tiempo su existencia.

“Del solo hecho de que no puedo concebir a Dios sin existencia se sigue que la

existencia es algo inseparable de él y, por tanto, existe verdaderamente”.

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5.4.- Dios como garantía de la función veritativa de nuestras facultades

cognoscitivas:

La idea de Dios es “como la marca del artesano que se coloca en su obra”. Al analizar

la conciencia, Descartes tropieza con una idea que está en nosotros pero no procede

de nosotros y que nos penetra profundamente, como el sello del artífice a la obra de

sus manos.

No obstante, si es cierto que Dios es sumamente veraz, deberíamos tener una

inmensa confianza en nuestras facultades de conocimiento, al haber sido éstas

creadas por Dios. Si nos engañamos en nuestro conocimiento y en nuestras

percepciones, Dios mismo sería el causante de este engaño, al ser el creador de

dichas facultades. En la teoría de Descartes, Dios aparece como el que, garantizando

la capacidad cognoscitiva de nuestras facultades, nos espolea a la empresa del

conocimiento científico. Dios mismo es la garantía de que nuestras facultades se

hallan en condiciones de realizar tal empresa. Sólo para el ateo la duda no ha sido

vencida de manera definitiva, pues siempre puede pensar que se engaña al no

reconocer que sus facultades han sido creadas por Dios, suma bondad y verdad.

5.5.- Las verdades eternas:

Además del poder cognoscitivo de nuestras facultades, Dios también garantiza

plenamente todas aquellas verdades claras y distintas que el hombre está en

condiciones de alcanzar. Se trata de aquellas verdades eternas que constituyen el

esqueleto de nuestro saber. Dichas ideas son calificadas por Descartes como

eternas, al fundamentarlas en la inmutabilidad de Dios.

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5.6.- El error no depende de Dios, sino del hombre:

Si bien es cierto que Dios es veraz y no engaña, también es cierto que el hombre

yerra. Dicho error no es imputable a Dios, sino al hombre, pues no siempre se

muestra fiel a la claridad y a la distinción.

Las facultades del hombre funcionan bien, pero éste no siempre hace buen uso de

ellas. El error tiene lugar en el juicio, pues en el juicio intervienen tanto el intelecto

como la voluntad. El intelecto, que elabora las ideas claras y distintas, no se equivoca.

El error surge de la inadecuada presión de la voluntad sobre el intelecto. Es el mal uso

del libre albedrío humano la causa de la privación que constituye el error.

6.- El mundo es una máquina:

6.1.- Importancia de la idea de extensión:

Descartes llega hasta la existencia del mundo corpóreo profundizando en las ideas

adventicias. En nosotros se da una facultad diferente del intelecto y que no se puede

reducir a él: la facultad de imaginar y de sentir. La facultad de imaginar es

esencialmente representativa de entidades materiales o corpóreas, por lo cual “me

inclino a pensar que se encuentra íntimamente ligada al cuerpo o que depende de él”.

Si este poder de adhesión al mundo material nos engañase, habría que concluir que

Dios, que nos ha creado, no es veraz. Por tanto, si las facultades imaginativas y

sensibles atestiguan la existencia del mundo corpóreo, no hay razón alguna para

poderlo en discusión.

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No obstante, ello no debe inducirnos a “admitir temerariamente todas las cosas que

los sentidos parecen enseñarme”. Es preciso llevar a cabo una selección, aplicando el

método de las ideas claras y distintas, y admitiendo como reales únicamente aquellas

propiedades que logro concebir de un modo claro y distinto. Como únicamente logro

concebir como clara y distinta la extensión, he de concluir que, del mundo extenso,

es ella la única propiedad que debo considerar como constitutiva y esencial.

6.2.- Sólo la extensión es una propiedad esencial:

La única propiedad esencial que se puede predicar del mundo material es la

extensión, porque sólo éste puede concebirse de un modo claro y con total distinción

de las demás propiedades. Todas las demás propiedades, como el color, el sabor, el

sonido, etc., son consideradas por Descartes como “secundarias” al no ser posible

tener de ellas una idea clara y distinta. La inclinación a considerarlas algo objetivo es

fruto de las experiencias infantiles. El sostén de los sentidos puede ser una fuente de

estímulos, pero no es el lugar de la ciencia. Ésta pertenece al mundo de las ideas,

claras y distintas.

Al reducir a la materia a extensión, Descartes divide la realidad en dos vertientes: la

res cogitans, en lo que concierne al mundo espiritual, y la res extensa, en lo que

concierne al mundo material.

6.3.- La materia (extensión) y el movimiento como principios constitutivos del

mundo:

En la teoría de Descartes, los elementos esenciales que sirven para explicar el mundo

físico son la materia y el movimiento. La materia en cuanto pura extensión lleva a

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rechazar el vacío. El vacío de los atomistas en inconcebible. El único principio que

puede explicar la multiplicidad de los fenómenos y su carácter dinámico es el

movimiento. Dios insufló en el mundo el movimiento cuando lo creó y permanece

constante porque no aumenta ni disminuye.

6.4.- Los principios fundamentales que rigen el universo:

Las leyes fundamentales que rigen el mundo son el principio de conservación, según

el cual la cantidad de movimiento permanece constante, y el principio de inercia. En la

materia sólo puede darse un cambio de dirección a través del impulso producido por

otros cuerpos. Un cuerpo no se detiene ni su movimiento se vuelve más lento si no es

cediéndolo a otro cuerpo. El movimiento por sí mismo tiende a proseguir en la misma

dirección una vez que se ha iniciado.

A estos dos principios se agrega una nuevo, según el cual cada cosa tiende a

moverse en línea recta. El movimiento rectilíneo es el movimiento originario.

6.5.- Reducción de todos los organismos y del mundo entero a máquinas:

Tanto el cuerpo humano como los organismos animales son máquinas y funcionan de

acuerdo con principios mecánicos. Se trata de máquinas “autómatas” o “máquinas

semovientes” más o menos complicadas. Lo que llamamos vida se reduce a una

especie de entidad material, a elementos muy sutiles y muy puros, que llevados

desde el corazón hasta el cerebro por medio de la sangre se difunden por todo el

cuerpo y presiden las funciones principales del organismo.

Descartes niega a los organismos todo principio vital autónomo, tanto vegetativo

como sensitivo.

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7.- Alma (res cogitans) y cuerpo (res extensa).

7.1.- El contacto entre res cogitans y res extensa se produce en el hombre:

Lo que diferencia al hombre del resto de los seres vivos es que en él se encuentran a

la vez dos sustancias radicalmente distintas entre sí, la res cogitans y la res extensa.

La heterogeneidad de la res cogitans con respecto a la res extensa significa antes que

nada que el alma no hay que concebirla en relación con la vida. El alma es

pensamiento pero no vida, y su separación del cuerpo no provoca la muerte. El alma

es una realidad inextensa, mientras que el cuerpo es extenso. No obstante, la

experiencia nos da testimonio de una constante interferencia entre ambas vertientes,

como se puede deducir del hecho de que nuestros actos voluntarios mueven el

cuerpo, y las sensaciones se reflejan en el alma, modificándola.

Descartes explica la relación del alma con el cuerpo en el Tratado del hombre. Explica

el calor de la sangre a través de una especie de fuego sin luz que, penetrando en las

cavidades del corazón, contribuye a conservarlo hinchado y elástico. Desde el

corazón, la sangre va a los pulmones, que son refrescados por el aire que introduce la

respiración. Los vapores de la sangre de la cavidad derecha del corazón llegan hasta

los pulmones a través de la vena arteriosa y retornan lentamente a la cavidad

izquierda, provocando el movimiento del corazón. Al afluir al cerebro, la sangre nutre

la sustancia cerebral, produciendo “una especie de viento muy tenue, o más bien una

llama muy viva”, a la que denomina “espíritus animales”. Las arterias se ramifican en

muchos tejidos que luego se reúnen en torno a una pequeña glándula, llamada pineal,

situada en el centro del cerebro, donde tiene su sede el alma.

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El tema del dualismo cartesiano y del posible contacto entre res cogitans y res

extensa será posteriormente analizado con más profundidad en Les passions de

l’ame, desde un punto de vista ético. El objetivo moral de este estudio consiste en

demostrar que el alma puede vencer las emociones. Para ello, son importantes dos

sentimientos, la tristeza y la alegría: aquélla nos muestra las cosas de las que hay que

huir, mientras que la segunda nos indica las cosas que se deben cultivar.

A pesar de todo, el hombre no debe guiarse por las emociones y por los sentimientos.

La razón es la única que puede aceptar o rechazar determinadas emociones.

La sabiduría consiste precisamente en tomar el pensamiento claro y distinto como

norma del pensar y del vivir.

7.- Las reglas de la moral provisional.

7.1.- La primera regla:

Para favorecer el dominio de la razón sobre las pasiones, en el Discurso de Método

Descartes propuso algunas normas que propuso como moral provisional: “la primera

regla era obedecer las leyes y las costumbres de mi país, observando de modo

constante la religión (…) y ajustándome en todas las demás cosas a las opiniones

más moderadas y más alejadas de todo exceso”.

7.2.- La segunda regla:

“La segunda máxima era perseverar en mis acciones con la mayor firmeza y

resolución que pudiese, y seguir las opiniones más dudosas, una vez que me hubiese

determinado a ello, con la misma constancia que emplearía en el caso de que se

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tratase de opiniones segurísimas”. Esta regla invita a eliminar las dilaciones y a

superar la incertidumbre y la indecisión. Descartes era enemigo de la falta de

resolución. Para superarla propone el remedio “de acostumbrarse a formular juicios

ciertos y determinados sobre las cosas que se presentan.” La voluntad se rectifica

con el perfeccionamiento del intelecto.

7.3.- La tercera regla:

“Esforzarse siempre por vencerme más a mí mismo que a la suerte, y por cambiar mis

deseos más bien que el orden del mundo”

7.4.- La cuarta regla:

“Emplear toda mi vida en el cultivo de mi razón y avanzar lo más posible en el

conocimiento de lo verdadero, siguiendo el método que me había prescrito”:

7.5.- La razón y lo verdadero como fundamento de la moral:

Este conjunto de elementos pone en evidencia cuál es la dirección de la ética

cartesiana: una lenta y laboriosa sumisión de la voluntad a la razón. Al identificar la

virtud con la razón, Descartes se propone “llevar a cabo todo lo que la razón le

aconseje”. Se propone, por tanto, facilitar le hegemonía de la razón sobre la voluntad

y las pasiones.

En Descartes predomina el amor a lo verdadero. Sólo bajo el peso de la verdad, el

hombre se vuelve libre, en el sentido de que únicamente se obedece a sí mismo y no

a fuerzas exteriores.

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Ajustarse a la verdad no es en el fondo otra cosa que ajustarse a uno mismo, con la

máxima unidad interior y con un pleno respeto a la realidad objetiva. La virtud se

identifica con la voluntad del bien, y ésta, a su vez, con la voluntad de pensar lo

verdadero que, en cuanto tal, es asimismo bien.

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