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Danza de sueños y angustias

Se despierta a las 7:00 a.m., cuerpo sin dueño, sin conciencia y sin embargo se le sigue

considerando humano a la extensión de carne y hueso sin grieta alguna que delate su

naturaleza. Camina, se arregla, saluda; “buenos días, Majo, ¿Cómo amaneciste?” Sonríe,

“bien gracias a Dios”. Se come lo servido, hasta toma hojas y lapiceros para escribir 4

palabras ininterrumpidas; “creo que me voy” Único ademan que me pertenece por completo.

Quizás junto con ese de acostarse en la cama, y perder la cuenta a la décima respiración.

Es así como me encuentro casi dormida, con mucho frío y cubierta por una manta gruesa. A

mi lado estaba Alberto casi en las mismas, abordando a la perfección dentro de su monologo

reflexivo la pregunta razonable de ¿Qué pasa si no funciona? ¿Qué pasa si nos morimos?

“Pues nos morimos y ya, no pasa nada, Alberto, solo dejas de existir”. No le estaba

prestando atención realmente, mientras tiritaba solo atiné a hacerme una sola pregunta

alusiva al tema de mi amigo; ¿dolerá? Es lo único de la muerte que logra intimidarme. No

supe cuánto tiempo pasó después, si Alberto dejó de hablar, ni cuantas personas había en el

granero. Tampoco reparé en si reconocía a alguien más que estuviera junto con nosotros en

ese último desesperado intento de sobrevivir. En el fondo cada una de las personas en ese

granero sabía que no funcionaría, al menos yo estaba segura de eso. Pero apelamos a la fe.

Estados Unidos desplegó la bomba a las 8:05 p.m., cayó sobre suelo colombiano a las 8:15

p.m. y arrasó con el granero solo 12 segundos después. Cerré los ojos con fuerza. 3,2,1… Ni

ruido, ni ansiedad, ni dolor. Abro los ojos y veo como mi cuerpo comienza a desintegrarse

convirtiéndose en polvo y no siento más que un ligero hormigueo que inicia por las

extremidades y termina en la cabeza. Alberto, dormido, también se desvanece en el aire. Los

colores empiezan a verse lavados, el granero ya no es más que todas nuestras pieles

tocándose, un montón de polvo junto. De repente todo se ve cubierto por una luz blanca

gigante y resplandeciente, sobre la que aparecen, diminutas, unas letras en formato de


mensaje de texto; “murió sin dejar de intentar entender su mundo -Luis Alberto Restrepo” ok,

pensé. Sobre esa apareció otra, y sobre la otra, otra “murió en el pasado”, “murió sin

memoria”, “murió como vivió, deseando más vida”. Así, una tras otra hasta que un mensaje

detexto más grande cubrió a todos los demás. “No mueras igual que otros han muerto -María

José Cárdenas” Y fue mi nombre lo último que leí antes de desvanecerme por completo.

Escena siguiente, aparezco a las puertas de una librería, desconcertada, viendo un episodio

urbano cotidiano. Yo parada sobre el andén, bajo el sol de las 4 de la tarde, las bocinas del

tráfico y el gentío de allá para acá, un niño toma mi mano y me dice “vamos a casa, Majo”.

Todo calma, nada duele.

El celular tiene hora de 12:45 p.m. Algo curioso de esta rara especie impostora, es que cuando

se despierta, ella misma, que solo existe en automático, siente un control desconocido sobre sí

que la desuela por completo. Es una muñeca, por primera vez consciente de su vida y de su

historia, que no encuentra en esta última nada más que un sueño. Y sin más memoria, siendo

su única prueba de existencia una ilusión, destruida, vuelve a apagar el interruptor. Si el

cuerpo al que equivocadamente todos llaman María José dejara el interruptor encendido, solo

podrían pasar dos cosas; deja de estar hueco y me tiene de nuevo a mí a su dominio, o hace

con mi consentimiento algo irreparable. En este plano, el que ahora le pertenece y en el que

todo es sustancialmente más difícil de ejecutar, se sabe que, pese a lo inciertas de las dos

únicas posibilidades, ella intenta, a su manera, traerme de vuelta. Es así como aparte de todo

lo demás, también aprendió a asentir. Mamá le dice “Salte del cuarto, María José, que se subió

la luz” asiente, la tía Rochi le dice “No te comas las uñitas, Majo, mira cómo te las tienes”

asiente, “Salgamos hoy, hace rato no nos vemos” le escribe la amiga con la que ha evitado

hablar desde hace dos semanas y Alberto le suelta un “Cálmate un poco” cuando nota que su

meñique se empieza mover involuntariamente, a todo asiente, para ayudarse y ayudarme.

Pero no contesta ni tampoco hace caso, porque María José no escucha, porque haperdido

esas habilidades sensitivas que solo le corresponden a algo vivo, que me corresponden a mí y
que no estoy ahí para ejecutar. “¿Qué sientes?” “No sé” “Quizás te ayudetratar de escribirlo en

un papel”, es así como días después, lo recordó y atípicamente tomó la hoja y el lapicero para

hacerle caso a la doctora, y es así como a la 1:24 p.m. continuó escribiendo el siguiente

renglón, bajo 4 palabritas garabateadas. Es más que nada el argumento de una decisión,

porque ahora la intrusa también aprendió a tomar decisiones. “no creo que duela más. Si me

duele hablar, entonces, no dolerá la nada”. Más tarde, el almuerzo y a las 7 empunto la cena.

“Hasta mañana, mi amor, sueña con los angelitos” “igual, mamá” el celular tiene hora de 9: 58

p.m.

Estaba acostada sobre un campo de hierba fresca al lado de un pozo, una mujer desconocida

sostiene mi mano mientras tararea una canción que se me hace conocida. Me siento radiante,

jamás había tenido el placer de observar la primavera en todo su esplendor. Como en la

televisión, me refiero. Es por estar cerca del ecuador, supongo. He visto arboles florecidos,

pero no tantos como ahora. Estoy segura de que esta es mi estación favorita, aunque respecto

a la televisión, tampoco he visto mucho de las demás. Quizás el verano, ese lo vivo siempre.

Estaba a punto de exteriorizar esos pensamientos a mi acompañante, pero un trueno me

interrumpió, posterior a eso una gota de agua fría cayó sobre mi mejilla. “Pinta a que va a ser

un bonito día, ¿no?” recuerdo que pensé que era la cosa con menos sentido que había

escuchado en mi vida “¿estás loca?” “es que me gustan los arcoíris” El pasto se volvió gris y

todos los arboles empezaron a decorarse de flores marchitas. Desde una casa al fondo, se

veía diminuta por la distancia a mi tía Rochi pidiéndome que entrara a la casa, todo el

ambiente antes reconfortante ahora me llenó de miedo, así que claro que entraría a la casa.

“¿crees que se pueda embotellar un rayo?” pregunta aquella mujer de la nada, “si se pudiera

ya me habría llevado uno” respondí jalándola del brazo. “Pero si puedes, solo tienes que

ponerlo sobre tu cabeza” dice pensativa y procede a tirar de mi hacia el lado contrario. ¿eso

duele? Pensaba mientras trataba de poner resistencia. “Vamos a casa” musité, “No. primero el

rayo, Majo”. Y lo puso sobre mi cabeza.


A veces María José, la imitadora, hace esto de escribir mis sueños, como le dijo la doctora,

para ver si recuerda un poco de mis manías y mis formas. Pero pasa que cuando recuerda

mucho se aturde y deja de escribir, porque cuando ella se aturde me daña de formas terribles.

Y se sabe que, aunque lo hace, jamás ha sido su intención lastimarme. Hay días de días en

los que no se despierta a las 7:00 a.m. con esas ganas incomodas de vomitar, si no que por el

contrario mamá la saca a rastras de la cama para que se vista y vaya al colegio, porque “ya se

te acabaron las vacaciones, Majito” Y a ella no le queda de otra que asentir. Primero escribe

sobre mí y luego trata de actuar como si fuera yo. Lunes. Limites, física e inglés; martes.

Inglés, química y el trinomio cuadrado perfecto; miércoles. Lengua Castellana, economía y

explicarle a Lucía, que no fue ni el lunes ni el martes, porque la ignoró todas las vacaciones y

no quiso salir con ella; jueves. Gritarle a Alberto que no sirve para nada porque le rompió un

lapicero sin querer, biología, filosofía y Alberto está tan enojado que tampoco quiso hablarle el

viernes, día en el que salió a las 10: 00 a.m. por una reunión de profesores. Algo muy

característico de esta clase de individuo es que, vacíos, siendo su principal rasgo la falta de

una conciencia propia, carecen de remordimiento, así que a María José no le importa que

Lucía este distante, ni que Alberto esté enojado con ella. A veces sí, cuando me recuerda. Es

en ese momento cuando se viste de luto y se oculta en un rincón de su habitación. Vulnerable,

siente como si se desintegrara a forma de un cosquilleo que empieza en las extremidades y

termina en la cabeza, mientras llora por mi regreso. Es entonces, cuando deja el interruptor

encendido por un momento para escribir en la misma hoja, la próxima línea de su testimonio,

con su meñique moviéndose involuntario al tomar el lapicero “creo que me voy a mudar a

sueño lejos, que está en primavera el recuerdo”. Ya son las 8:09pm, le dice su celular. “¿Estás

bien?” Recuerda aquella dolorosa pregunta de dos palabras que le hacen todos los que la

conocen. Mamá, la doctora, la tía Rochi, Lucia, Alberto y hasta papá que vive sin mucho

contexto en lo que respecta a ella. Majo jamás responde, solo asiente. “Yo estoy normal, pero

el tiempo no me da espera” termina plasmando sobre el papel, escurriendo la última lagrima


de su mejilla.

Esta vez me encontraba en un valle. Montañas a la izquierda, a la derecha y en cualquier

lugar donde mirara. Estaba a las afueras de una pequeña choza de palma con nada más que

una túnica blanca delgada para cubrirme. Mi pelo estaba completamente suelto y estaba

descalza. Escuché música. Pitos y tambores que llevaron mi mirada hacia una ceremonia con

bailes y cantos. Personas con vestimentas igual a la mía y ornamentos que de lejos se veía

eran hechos oro, solo algunos de los integrantes traían lo que parecía pintura sobre sus

pieles. La aparente fiesta tenía lugar alrededor una fogata, sospechosamente alineada con la

luna. Juntas generaban la cantidad de luz perfecta para presenciar aquella ocasión que por

alguna razón se me hizo hermosa. No sé si tanto como la primavera, era hermoso de una

manera diferente. “Danshar son nosen” pronunció uno de los miembros del grupo, quien me

vio sola y se acercó bailando hacía a mí. “no te entiendo nada, amigo” “oh, ya veo, no eres de

aquí” me contestó confundido. De la nada, las montañas empezaron a moverse de forma

extraña, como si amenazaran con comerse a la aldea y el cielo nocturno se dobló y se

desplegó como si estuviese intentando envolverme. Eran las 9:54 p.m. cuando aparecí

sentada

en la cima de una de las montañas con el cielo al alcance de mis manos. No sé como supe la

hora, supongo que me la dijeron las estrellas. “¿den vior t'nori?” Dijo el integrante del grupo

que me abordó hace un momento desde detrás de mí, asustándome en el acto. Me resigné a

mirarlo confundida. “disculpa, ¿de donde vienes?” me dijo ahora en español, posterior a

reírse. “Vivo aquí” El solo asintió dudoso y se quedó en silencio junto a mí, contemplando el

cielo y la luna a solo unos centímetros de nosotros. “¿Que están celebrando?” pregunté

después de un tiempo. “Estamos celebrando que apareció otra mancha en la luna” “¿Hablas

de los mares lunares?, seguro la impactó otro meteorito” le respondí convencida mientras

examinaba la esfera achatada delante de mí. “no sé de qué estás hablando. Apareció una

nueva manchita por el etiran auranalalio” me quedé pasmada. “¿el que?” de nuevo rió por mi
confusión y procedió a explicarse “etiran auranalalio significa transformación, paso de una

antigua vida a una nueva” me mira a los ojos diciendo aquello en un tono solemne. “ósea que

alguien murió. Es un funeral” Ahora él se confundió “Pues sí, pero la transformación no tiene

que significar necesariamente muerte, el nacimiento y la vida también representan un cambio

de estado. El renacimiento en vida, sobre todo” “no te entiendo nada, amigo” El suspiró

pesadamente y me abrazó sin previo aviso. El cielo se volvió a doblar y las montañas se

volvieron a perturbar. Luego, en un abrir y cerrar de ojos estaba otra vez en el valle, esta vez

bailando alrededor de la fogata mientras miraba a la luna. Que se apartó de mí, manteniendo

una distancia segura.

“Mis disculpas a los que quedan, sé que sentir ya no es sentir si nadie observa. Pero si

siento…” Escribió Majo el domingo en la mañana, dejando un renglón después del punto y

aparte. Un día como hoy, en el que ella sale de su cuarto temprano para que baje el recibo de

la luz y se echa un esmalte en las uñas para evitar mordérselas. Extraño como hoy, que se

disculpó sinceramente con Lucía por ignorarla y le dijo a Alberto que por favor la perdonara por

gritarle, que sigan siendo mejores amigos. Un día que parece mandado a hacer, porque hoy

también le dijo inesperadamente a su papá que lo quería y le respondió a la doctora que sentía

“calma”. Días como hoy, desde mi imperturbable lugar de observadora me replanteo todo y

enserio me pregunto, si dentro de los parámetros de un cuerpo vacío, está el llenarse solo

nuevamente con el tiempo dejándome a mi fuera de la ecuación para siempre. Porque enserio

parece estar viva, porque en verdad ya no parece de porcelana. Y pienso que de ser así

entonces aquella que ahora va a la sala después de meses a verse la novela con mamá ya no

es María José, ni su cuerpo. Es alguien desconocido, un ser vivo, un dueño, una conciencia,

perfectamente capaz de remplazarme en todas mis manías y mis formas. Y sin necesidad

alguna de recordarme. Ella, esta persona, ayuda a mamá a cocinar y habla con ella hasta tarde

en la noche. “La vejes no viene sola, Majo, estoy demasiado cansada” La analiza por unos
minutos y continua “te ves muy linda así feliz, mi amor” le da un beso en la frente y se va a

dormir. Esta variación de María José se levanta del mueble, retorna a su cuarto y al son de una

balada que suena a través de sus audífonos termina de escribir “Creo que me voy. Dejo a

otros sueños descansar, y en algún lugar de pronto me ven. Más si no es el lugar correcto no

creo que vuelva a aparecer” pone el punto final y firma, María José Cárdenas.

Guarda los audífonos en su cajita, pone la tapa al lapicero y ubica cuidadosamente la hoja en

su escritorio. Estoy muy sorprendida de las tantas cosas que ha aprendido a hacer. Se acerca

lentamente a la ventada y mira tras ella. Mamá barias veces le ofreció su habitación, más

grande, en el primer piso, pero es que desde ese punto específico hay una vista espectacular

de la luna y los atardeceres. Mira la luna, sola y quieta a una distancia segura de ella, pero

ella está dispuesta a pisarla. Y estoy segura de que para este punto ya debe tener algo de

conciencia porque tiene certezas de que ha tomado la decisión correcta. La mira, hasta que

tiene una sensación de su cuerpo desintegrándose, como si se volviera polvo. Y en la luna,

una nueva manchita que será celebrada en algún sueño, aparece.

Escrito por: Carolina Mercado Páez

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