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Microeconomía IV: Enfoques alternativos al análisis marginalista de los mercados.

Introducción.
La teoría neoclásica tradicional se sustenta en un modelo abstracto que
permite articular los equilibrios parciales con el equilibrio general, conformando un
marco teórico completo; sin embargo, presenta limitaciones para el estudio del
funcionamiento real de los mercados y de las empresas que los conforma.
Esta teoría tiene como principal interés explicar la determinación de los
precios y la asignación de los recursos. La firma es vista como una “caja negra” que
combina factores de producción disponibles en el mercado para producir productos
comercializables y el mercado tiende a establecer condiciones de competencia e
información perfecta. La firma se establece con un tamaño “óptimo” de equilibrio,
donde las posibilidades tecnológicas se representan por la función de producción,
que especifica el resultado de combinaciones posibles de factores y las tecnologías
están disponibles ya sea a través de los bienes de capital o del conocimiento
incorporado de los trabajadores. Además, asume la racionalidad perfecta de los
agentes, de acuerdo con el objetivo de maximización de los beneficios de la firma.
Las decisiones de las empresas están subordinadas a la determinación de la
existencia de un vector de precios que compatibilice las decisiones individuales. Los
supuestos acerca de las preferencias de los agentes, de las características de las
técnicas productivas y de que los agentes son tomadores de precios, garantizan la
existencia de ese vector. Así, el análisis interno de la firma no constituye una cuestión
relevante, ya que en competencia perfecta y en ausencia de progreso técnico, tiene
pocas elecciones que tomar; su única función es transformar insumos y productos y
para eso basta seleccionar la técnica más apropiada y adquirir los insumos necesarios
en el mercado, incluyendo el trabajo y la tecnología. La firma neoclásica se presenta
como un agente económico clave; sin embargo, es un agente pasivo que no
desempeña un papel relevante ya que las variables que manipula están
determinadas de manera exógena, por la estructura del mercado.
La teoría neoclásica tradicional del siglo XX fue dominada por la visión
walrasiana, que trata a la firma como agente individual, sin reconocerla como
entidad colectiva, dotada de objetivos y reglas diferenciadas. Atribuye a la firma un
principio de comportamiento único: la maximización de las utilidades, sin considerar
el principio de utilidad de cada uno de los agentes económicos que la conforman.
La firma neoclásica no es tratada como institución, sino como actor con un estatus
similar al consumidor individual; pasivo y sin autonomía, cuyas funciones se resumen
en transformar factores en productos y optimizar diferentes variables de
comportamiento.
La teoría neoclásica de competencia perfecta tiene como principal objetivo la
determinación del sistema de precios, por lo que el análisis de la competencia y la
organización de las firmas se supedita a ese objetivo y pierde relevancia. La teoría

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tuvo su origen en el debate entre mercantilistas y defensores del libre mercado que
se apoyaban en la “mano invisible” de Smith, quien desde el siglo XVIII consideraba
la característica auto reguladora del sistema de precios. Después de un siglo, la
necesidad de combatir a aquéllos que como Marx planteaban la necesidad de la
planeación central para evitar el caos económico, llevó a los liberales a examinar las
condiciones necesarias para que el sistema de precios funcione de acuerdo con los
argumentos de Smith; esas condiciones fueron formalizadas en el modelo de
competencia perfecta (Bastos, 2005).
Así se llegó a un modelo abstracto y descentralizado de economía que tenía
como base una visión del tipo de firma dominante en la revolución industrial. Hasta
mediados del siglo XX, pocos economistas realizaron estudios empíricos de la firma.
Muchas de las hipótesis neoclásicas sobre el comportamiento de las firmas fueron
criticadas por autores que enfrentaban realidades empresariales y tecnológicas
distintas, en las que la teoría era poco realista.
Las grandes empresas industriales dominaron el escenario económico por
décadas antes que surgieran los primeros cuestionamientos teóricos sobre los
supuestos neoclásicos de libre competencia y deseconomías de escala que, en
esencia, negaban la propia existencia de las grandes corporaciones. La incapacidad
de la teoría marginalista para explicar la estructura de las industrias fue reconocida
cuando las estadísticas económicas evolucionaron y permitieron hacer análisis
empíricos de la concentración industrial y de los incrementos de la productividad.
En la década de los años cincuenta del siglo pasado, se desarrolla una nueva
rama de la Teoría Económica, la Economía Industrial (EI), motivada principalmente
por la búsqueda de nuevos medios y métodos para estudiar la dinámica real de los
diversos sectores industriales, emprendida por diferentes autores insatisfechos con
la tradición de la microeconomía neoclásica.
La EI abarca una gran diversidad de líneas de pensamiento que se pueden
agrupar en dos corrientes principales: la tradicional (pensamiento dominante) y la
alternativa (schumpeteriana/institucionalista); ambas parten de un conjunto de
cuestionamientos comunes sustentados en la evidencia empírica: ¿cuál es la
naturaleza y cuál el funcionamiento real de las empresas, de los mecanismos de
coordinación de sus actividades y, por tanto, de sus mercados? A partir de sus
respuestas a estas preguntas, las corrientes teóricas divergen radicalmente en
cuanto a sus métodos de análisis y al papel de las empresas, así como en su
concepción de competencia.
La primera corriente se estructuró progresivamente a partir del trabajo de Joe S.
Bain, culminando con la representación teórico analítica propuesta por F. M. Scherer
(1970), conocida como el modelo Estructura-Conducta-Desempeño (ECD), tiene
como principal objetivo el análisis de la asignación de los recursos escasos sobre la
hipótesis de equilibrio y maximización de beneficios. Recientemente algunos
desarrollos matemáticos de los modelos de empresa y de la interacción entre ellas

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(teoría de juegos) llevaron a renombrar esta corriente como Nueva Economía
Industrial (NEI) en la que se destaca la relevancia de las conductas empresariales en
la determinación de las estructuras de mercado; la empresa deja de ser un agente
pasivo para adoptar estrategias discrecionales. Los principales fundamentos de la
acción del gobierno para preservar la competencia (regulación) y sus efectos sobre
la estructura de la industria y sobre la estrategia de las empresas surgen de esta
corriente.
La segunda corriente se desprende directamente de Joseph Schumpeter y tiene
como objetivo central el estudio de la dinámica de la creación de la riqueza de las
empresas. Esta corriente tiene menos preocupación por las normas y considera a las
instituciones y a la historia como elementos fundacionales de la teoría. En este
sentido, la organización interna de la empresa no resulta de un procedimiento de
minimización de costos, sino de la creación de capacidades de innovación. La
empresa es un objeto de estudio relevante, razón por la que es fundamental
considerar sus estrategias en el análisis de la dinámica de los sectores industriales.
En esta corriente se incluyen las contribuciones de autores como Oliver
Williamson, quien amplió y consolidó la tradición inaugurada por Coese al enfatizar
la naturaleza institucional de la empresa en la explicación de las diferentes formas de
organización de las corporaciones, las configuraciones industriales de la
competencia y las implicaciones sobre el funcionamiento de los mercados. Aun
cuando la contribución de Oliver Williamson tiene unidades de análisis distintas a las
de la corriente Schumpeteriana (transacción versus producción), ambas
contribuciones tienen intersecciones importantes en lo que respecta al concepto de
firma y sus fronteras.
El hecho de que la NEI (rama más reciente de la corriente tradicional) también
destaque las estrategias empresariales, la aproxima a la corriente alternativa, sin que
converjan.
i) Empresas, mercado y la Economía Industrial.
El objetivo de la EI es el estudio del funcionamiento real de los mercados, por lo
que analiza las relaciones entre empresas, mercados, instituciones y procesos.
La rapidez e intensidad con que las tecnologías y las formas de organización de
la producción se han transformado desde mediados del siglo XX le han asignado a
la EI y a sus temas de estudio (precios, costos, innovación, crecimiento de las
empresas, competitividad) un lugar central en el análisis económico
contemporáneo.
La competencia es el fenómeno más característico de las economías capitalistas.
Es indiscutible, sin embargo, que la construcción del concepto de competencia
encierra una gran complejidad. Desde las nociones de empresa, industria y mercado,
hasta la identificación de las variables básicas descriptivas de las estructuras de los
mercados y de las conductas de las empresas, la noción de competencia se presenta

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como un objeto analítico que se ubica más allá de la capacidad explicativa de las
formulaciones teóricas disponibles.
Para los economistas neoclásicos (corriente dominante), la competencia surge
como un estado en el que prevalecen ciertas premisas sistémicas que garantizan el
equilibrio a través de la transformación de todos los agentes en tomadores de
precios, es decir, ausencia de rivalidad entre empresas. También dentro de esta
corriente, los desarrollos más recientes de la NEI consideran a la competencia como
un juego en que las empresas disputan cuotas de un mercado y de los beneficios
que generan mediante la adopción activa de políticas de precios, esfuerzos de
ventas, diferenciación de productos, etc. Para los neo-schumpeterianos (corriente
alternativa), la competencia se analiza como un proceso en que cada agente busca
diferenciarse de los demás para retener ganancias monopólicas, donde la
innovación de procesos, de productos u organizacional, es el principal factor
generador de esos beneficios.
El mercado se piensa como un espacio abstracto en el que se definen precios y
cantidades de las mercancías intercambiadas por consumidores (demanda) y
empresas (oferta). En cada mercado existe un determinado patrón de competencia
definido a partir de la interacción entre las características dominantes y las conductas
practicadas por las empresas que actúan en él. El patrón de competencia vigente en
cada mercado presenta una intensa controversia todavía en la EI, que engloba desde
las visiones en las que la estructura de mercado se considera un dato que condiciona
el comportamiento de las empresas en el modelo ECD, hasta la visión opuesta según
la que la estructura es endógenamente determinada como resultado de las
estrategias de competencia adoptadas por las empresas en un mercado dado.
ii) Visión tradicional y sus revisiones.
La teoría económica neoclásica enfrenta las decisiones económicas como
elecciones racionales de un simple problema de maximización. Es posible sofisticar
un poco esta visión tomando en cuenta que una empresa más que un actor, es un
resultado de comportamientos de múltiples actores.
En esta tradición, basada en la atomización, las decisiones de las empresas están
subordinadas a la existencia de un vector de precios que compatibilice las decisiones
individuales. Los supuestos acerca de las preferencias de los agentes, de las
características de las técnicas productivas y de que los agentes son tomadores de
precios, garantizan la existencia de ese vector. En este nivel de abstracción es
justificable adoptar la hipótesis de competencia perfecta, donde los agentes no
rivalizan entre sí, por lo que el estudio de las políticas de precios y otras estrategias
pierden importancia, ya que los agentes acatan las decisiones del mercado.
Desde su formulación original, el modelo de competencia perfecta ha sido objeto
de fuertes críticas, en particular, en lo que toca a la falta de realismo de sus supuestos
básicos. Como consecuencia del debate en cuanto a la existencia de las preferencias

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de los consumidores, las funciones de producción con rendimientos constantes a
escala, la existencia de estructuras oligopólicas estables, etc., surgieron diversas
revisiones de la propuesta neoclásica original.
A partir de 1950 las propuestas que utilizan el método del modelo ECD pasaron
a ocupar el puesto de paradigma teórico por excelencia de las teorías
microeconómicas preocupadas por las cuestiones prácticas ligadas a las empresas,
las industrias y los mercados. Sobre este paradigma se consolida la EI como una
materia especializada de la ciencia económica.
En la obra de Joe S. Bain se ubica el origen de la metodología estructura-
conducta-desempeño como herramienta básica de análisis. En la tradición de Bain
(hipótesis estructuralista básica), las conductas no importaban, al punto de
considerar que la estructura (representada por variables como grado de
concentración o de barreras a la entrada), determinaban directa e inequívocamente
el desempeño del mercado. El desempeño es avalado en términos de la desviación
de la tasa de beneficio efectiva en relación con la tasa ideal en eficiencia de
localización (óptimo de Pareto) que significa el desvío del precio efectivo en relación
al costo marginal de producción.
A partir de estas formulaciones pioneras, ligadas a la determinación del precio
límite en presencia de barreras a la entrada, las propuestas teóricas se profundizaron
y diversificaron. La profundización reside en la ampliación de las variables incluidas
en el esquema analítico original, principalmente respecto a los elementos de
conducta, como publicidad e investigación y desarrollo y no se reduce a la política
de precios de las empresas. La búsqueda de esa profundización en la realización
intensiva de investigaciones empíricas, en particular en la década de 1960,
contribuyó a difundir el poder explicativo del modelo ECD y su relevancia en el
espacio normativo, pero algunos resultados empíricos y cuestionamientos teóricos
llevaron a un proceso de revisión del paradigma y a buscar la diversificación de las
teorías de organización industrial, lo que terminó por exponer graves lagunas de la
concepción original.
Una de las lagunas del modelo ECD original era la falta de importancia atribuida
a las conductas de las empresas en el proceso de competencia. La respuesta fue la
aceptación de la existencia de causalidades menos rígidas que se expresan en una
relación interactiva entre las variables de estructura, conducta y desempeño. Con
eso se avaló empíricamente todas las posibles retroalimentaciones entre las tres
categorías, debilitando el modelo ante la multiplicidad de relaciones causales y la
necesidad de encontrar soluciones simultáneas para esas relaciones. Se buscaron
dos alternativas: estudios de caso y soluciones matemáticas (teoría de juegos).
Ambas alternativas fueron poco exitosas; los estudios de caso fueron muy
particulares y poco generalizables y el uso intensivo de las matemáticas, por un lado,
permitió que soluciones de oligopolio tuviesen mayor formalización y, para algunos,
mayor rigor científico; por otro, se volvió a privilegiar la conducta de las empresas

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como principal variable explicativa del funcionamiento de los mercados, sin
considerar el papel de sus características técnico-económicas (condiciones básicas
de oferta y demanda y el grado de concentración).
Otra laguna del paradigma ECD era su incapacidad de lidiar con la existencia de
diferencias de beneficios entre empresas de una misma industria. El problema es que
un determinado grado de concentración de una industria puede contener varias
distribuciones de tamaños de empresas. Se acepta la correlación positiva entre grado
de concentración y beneficios extraordinarios en una industria, pero no todas las
empresas de una industria concentrada participan de la misma forma de esos
beneficios. Como muchas de las grandes empresas son diversificadas, parecería más
pertinente que la unidad analítica adecuada para el análisis de la EI sean las grandes
empresas y no los mercados (industrias), haciendo cuestionable el propio objeto de
análisis del modelo ECD.
El principal cuestionamiento con que se enfrentó este paradigma fue la llamada
endogeneidad: si cada empresa escoge su nivel de producción (y precios) en función
de sus curvas de costos, funciones de demanda y de sus expectativas respecto al
comportamiento de las empresas rivales; el precio de mercado y la producción de
todas las empresas, en una industria en equilibrio se determinan conjuntamente. Eso
implica que, tanto el grado de concentración como los beneficios, sean variables
determinadas endógenamente y no pueden guardar relaciones de causalidad
predefinidas. Ambas dependen de variables exógenas, como las curvas de costos,
las funciones de demanda y las expectativas de acción y reacción de los
competidores de cada empresa.
La noción de competencia se ve obligada a dar cuenta de variables mucho más
complejas que incluye la propia conducta de las empresas, basada en expectativas
de acción y reacción, difíciles de prever.
La hipótesis de endogeneidad constituyó un punto de partida para el desarrollo,
en la década de 1970, de una corriente alternativa de análisis de organización
industrial basada en la teoría de juegos, en la que los supuestos del tipo ECD se
dejaron de lado. En la teoría de juegos o NEI, se formula un comportamiento de
equilibrio de las empresas en donde éstas ajustan cantidades, precios y otras
variables, de forma cooperativa o no, rescatando el modelo de Cournot, Bertrand,
Nash y otros, relacionados con los principios de las teorías del oligopolio (en general,
duopolio).
Comparado metodológicamente con el paradigma ECD, las condiciones básicas
y las conductas son las variables exógenas en la teoría de juegos, mientras que la
estructura y el desempeño son las variables endógenas. Las conductas se basan en
expectativas y se puede incluir la incertidumbre.
A pesar de lo anterior, el paradigma ECD sigue siendo un objeto de investigación
válido y una guía importante para la acción política. Sus ideas, conceptos y resultados

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sugieren que la estructura del mercado está sistemáticamente relacionada con el
desempeño del mercado, sugiriendo que la concentración industrial y las barreras a
la entrada deben ser objeto de preocupación de las autoridades regulatorias.
Los años 1980 trajeron nuevos cuestionamientos que no pudieron ser tratadas
por el modelo ECD debido a su fragmentación. Con Scherer el paradigma ECD había
perdido causalidad (conductualista más que estructuralista), la vertiente empírica-
econométrica estaba agotada, la NEI, apoyada en el instrumental de la teoría de
juegos, enfatizaba la rivalidad en la competencia y varios de sus autores empezaron
a dudar de la importancia de la estructura de mercado para la comprensión de su
funcionamiento.
iii) Enfoque alternativo.
El análisis neoclásico parte de una estructura teórica para determinar una teoría
de precios y del bienestar, que presupone que los agentes económicos son
racionales y maximizan sus funciones de preferencias; se centran en el equilibrio o
en sus movimientos para alcanzarlo y excluyen los problemas crónicos de
información y la incertidumbre. El comportamiento de los agentes económicos se
considera dado y por tanto no se problematiza.
Los desarrollos de las teorías no fundamentadas en el equilibrio, por parte de
autores de la corriente alternativa (neo-schumpeterianos, evolucionistas e
institucionalistas), han estimulado la construcción de un nuevo paradigma
microeconómico de naturaleza no determinista, que tiene como base una visión
evolucionista del proceso de competencia.
Estos autores tienen como preocupación central la lógica del proceso de
innovación y sus impactos sobre la actividad económica. Este es un programa de
investigación muy amplio y los planteamientos sobre el proceso de competencia
todavía son dispersos, situación que indica que hay mucho camino por recorrer.
Coinciden en sustituir la noción de equilibrio por el de trayectoria de evolución al
enfatizar el papel del cambio tecnológico en la conformación de la estructura de
mercado y en el proceso del cambio estructural o en la atribución del papel activo
de las empresas en la definición de la dirección de esos cambios. Las formalizaciones
de esas relaciones, en términos de las variables clave y de las regularidades y
causalidades relevantes, son todavía limitadas.
Sus ideas principales están relacionadas con instituciones, hábitos, reglas y su
evolución; no buscan construir un único modelo general. Por el contrario, estas ideas
facilitan una aproximación específica e histórica para el análisis. La teoría
evolucionista necesita tanto de la teoría específica como de la teoría general, dando
mayor énfasis a las especificidades.
Esta corriente parte de ideas generales con relación a las personas, las
instituciones y la naturaleza evolucionista de los procesos económicos para
determinar ideas y teorías específicas, relacionadas con instituciones económicas

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singulares o tipos de economía. De hecho, existen varios niveles y tipos de análisis
que se relacionan por medio de conceptos, de hábitos y de instituciones, ayudando
a relacionar lo específico y lo general.
Los autores explicitan esas premisas de tres formas: a) la existencia de asimetrías
técnico-económicas entre los agentes; b) la existencia de variedad tecnológica; y c)
la existencia de diversidad de comportamiento entre los agentes. Los conceptos
básicos de la teoría que dan soporte a esas premisas son también tres: a) la
tecnología es apropiable, acumulativa, tácita e irreversible; b) existe incertidumbre
en cuanto a los resultados de los esfuerzos y decisiones tecnológicas; y c) existen
paradigmas y trayectorias tecnológicas sectoriales que ordenan el progreso técnico,
haciendo de la búsqueda y selección de innovaciones un proceso no aleatorio ni
totalmente exógeno. El resultado de esta construcción teórica es la obtención de
modelos evolucionistas que se contraponen a las formulaciones determinísticas
habituales del pensamiento neoclásico.
La cuestión central enfrentada por los modelos evolucionistas es tratar a la
innovación y a partir de ella a la competencia, como un proceso dependiente del
tiempo tanto lógico como cronológico. Concretamente, esto significa que la
dinámica a estudiar es la dinámica del proceso de cambio. En este marco teórico, la
preocupación de describir la (falsa) dinámica de ajuste de naturaleza estática
comparativa no tiene sentido y es irrelevante. El objetivo es tratar variables que
dependen de su trayectoria (“path-dependent”) y por eso la historia tiene que ser
incorporada al sistema teórico tanto respecto a la historia pasada de la competencia
de naturaleza acumulativa de las variables analizadas, como en relación con el futuro
que, dadas las condiciones de incertidumbre sobre las que se da este proceso de
decisión, no puede ser reducido a secuencias lógicas de tiempo.

Lecturas complementarias.
Bastos Tigre, Paulo. “Paradigmas Tecnológicos e Teorías Econômicas de Firma, en
Revista Brasileira de Inovação: v. 4n 1(2005): jane./jun. UNICAMP.
Kupfer, D. y Hasenclever, L. (2013). Economía Industrial. Introducción.

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