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Beatriz Rajland·

Fetichismo, Estado y Derecho

Pre-introducción

En junio de 2017, se cumplieron 150 años de la publicación del primer tomo de El Capital
de Carlos Marx, que constituyó y constituye una revolución en el campo de la economía
política y en general en el de la teoría social. Es, sin duda, la obra que formula el análisis
científico de la sociedad capitalista, y en consecuencia la crítica al capitalismo, así como la
base explicativa del origen del excedente económico en el capitalismo y fundamenta la
necesidad de la revolución proletaria (cfrme. Gambina, 2017)
A lo largo de la obra, Marx va develando la relación entre obreros y capitalistas, que se
presenta como una relación entre individuos propietarios iguales, unos propietarios de la
fuerza de trabajo, los otros, propietarios del capital1 hasta llegar a la forma salario que
encubre la apropiación, justamente, del trabajo de la clase obrera por el capital: la plus
valía, punto clave de un régimen de acumulación: el capitalista, que reproduce
constantemente burgueses cada vez más poderosos y proletarios cada vez más numerosos.
Pero, la labor de Marx no es, ni lo era a la época de la publicación del Tomo I de El Capital,
sólo teoría, es conjunción de teoría y práctica.
Cincuenta años después: la revolución proletaria en marcha, se materializa en la
Revolución de Octubre, se alza en Rusia la revolución socialista con la consigna de ¡Todo
el poder a los soviets!, y con ella, los obreros, campesinos y soldados, bajo la dirección de
los bolcheviques, tomaron el Palacio de Invierno.
Ineludible recordar la obra de Lenin, sobre El Estado y la Revolución del cual Alvaro
García Linera dijera en una Conferencia2 que representa el desarrollo por Lenin, de una
nueva ciencia política y lo compara con el valor que en su tiempo representó Maquiavelo,
pero con una característica específica, que la hace revolucionaria, una ciencia política no
descriptiva, sino respondiendo a la tesis XI de Marx (1975), acerca de que al mundo no sólo
hay que interpretarlo sino transformarlo, una ciencia política afanada en ganar el poder.
La Revolución Rusa fue el ejemplo de la teoría y la acción mancomunadas en la
Revolución
Al emprender la toma del cielo por asalto, los bolcheviques se propusieron la revolución
que tuviera como horizonte inmediato el socialismo, que liberara a los explotados y
explotadas, que fuera el resultado de la acción colectiva y asociada de todos y todas y por

• Doctora en Derecho Político por la Universidad de Buenos Aires, Profesora Titular de Teoría del Estado en
la Facultad de Derecho (UBA), vice-presidenta de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas
(FISyP)

1 vaya igualdad!

2 No registrada
ello inmensamente democrática, pero no democracia de ficción como la llamada
democracia burguesa, sino auténticamente democrática en el sentido lato del concepto.
Solidaria con los explotados de todo el mundo, con los pueblos en la lucha contra el
capitalismo.
Sin duda, la aparición de El Capital y la gesta de la Revolución Rusa son los dos
acontecimientos más relevantes en la transformación de la realidad teórica, política, social y
cultural de la sociedad contemporánea, del siglo XX en particular. En el horizonte del
imaginario social de nuestro tiempo, se vislumbró el socialismo como posibilidad de
realidad frente al capitalismo. Ese imaginario aun con derrotas, sigue estando más actual
que nunca, más necesario que nunca.

Introducción

En este trabajo, la propuesta es abordar un tema específico que tiene que ver justamente
con lo formulado en El Capital. Se trata del fetichismo, relacionando el fetichismo de la
mercancía tratado por Marx en El Capital, con el fetichismo respecto al Estado y al
Derecho.
Sostiene Marx en El Capital, que:
…”El carácter místico de la Mercancía (en adelante M-aclaración de la autora) no brota de
su valor de uso. Pero tampoco brota del contenido de sus determinaciones de
valor.” (Marx, 1966:37)
El carácter místico de la M procede de la misma forma de la M ya que en la M:
“la igualdad de los trabajos humanos asume la forma material de una
objetivación igual de valor de los productos del trabajo, el grado en que se gaste
la fuerza humana de trabajo, medido por el tiempo de su duración, reviste la
forma de magnitud de valor de los productos del trabajo y, finalmente, las
relaciones entre unos y otros productores, relaciones en que se traduce la función
social de sus trabajos, cobran la forma de una relación social entre los propios
productos de su trabajo […] El carácter misterioso de la forma M estriba, por
tanto, pura y simplemente en que proyecta ante los hombres el carácter social del
trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de
su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la relación
social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese
una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus
productores”. (Marx, 1966:37).
Esto es lo que convierte a los productos del trabajo en M.
Es como si las M estuvieran dotadas de vida propia. A eso llama Marx fetichismo, el que es
inseparable del modo capitalista de producción, y que responde al carácter social genuino y
peculiar del trabajo productor de M.
Las formas que convierten a los productos del trabajo en M y que, como es natural,
presuponen la ciculación de éstas, poseen ya la firmeza de formas naturales de la vida
social, son consideradas inmutables.
La forma M es la forma más general y rudimentaria de la producción burguesa.
Resumiendo y en palabras de Marx: “…Lo que aquí reviste, a los ojos de los hombres, la
forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación
social concreta establecida entre los mismos hombres”. (Marx, 1966:38)

Fetichismo

Nos proponemos bucear en esta cuestión, en relación a las categorías de fetichismo, estado
y derecho.
Fetichismo y Estado

Justamente, podríamos decir que lo que constituye el efecto central de la concepción


marxista en relación al Estado, es que conduce a la “desmistificación” del Estado.
Más de una vez hemos desarrollado y hace falta insistir para contextualizar lo que sigue,
que el Estado surgió del seno de la sociedad, pero se fue colocando por ´encima´ de ella, o
mejor dicho, ´cómo si´ estuviera por ´encima´ de ella, en un espacio aparte con pretensión
de “árbitro neutral”. Eso es lo que le permite enmascararse tras la formulación de la
voluntad general, el bien común, o el interés general. Decimos enmascararse, porque en
una sociedad dividida en clases, los intereses o ´el bien´, o la voluntad, nunca son
generales, siempre son de una parcialidad, de una clase. Es justamente una ficción que
mistifica, que naturaliza una mirada falsa, porque oculta el carácter de clase de todo Estado
(Rajland, 2012: 255 y sgtes.)

Ralph Miliband, citando al Marx de la Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel (1843),
considera que el “centro de la crítica de Marx a la concepción del Estado de Hegel es que
éste, mientras que advierte acertadamente la separación de Estado y sociedad civil, afirma
su reconciliación en el Estado mismo” (Miliband, 1969:52).
Y también, que: “En último término, el Estado de Hegel, lejos de estar por encima de los
intereses privados y de representar el interés general, se halla subordinado, de hecho, a la
propiedad privada. ¿Cuál es –pregunta Marx- el poder del Estado sobre la propiedad
privada? El Estado solamente se hace la ilusión de ser determinante, mientras que, en
realidad, es determinado” (Milliband,ibídem)
Justamente, uno de los aportes más relevantes del marxismo respecto al Estado es que éste
es reconducido por la tradición marxista a una morada historizada y ‘socializada’.
ElIo implica una postura teórica que ve, que coloca, por detrás del fetichismo reificador, el
carácter de relación social específica, de un tipo especial, que da aliento al Estado, en
cuanto lo vincula con la reproducción del conjunto del sistema social.
El propio aparato del Estado está atravesado por los procesos sociales, y posee una
autonomía-si bien relativa- que le permite retroactuar sobre la sociedad y no sólo reflejar
las relaciones que se traban en el seno de aquélla, así como desarrollar procesos cuya lógica
se desenvuelve al interior del propio aparato estatal.
Esto es posible porque si bien el Estado capitalista es producto del capital como relación
social en sentido histórico, al mismo tiempo, es espacio de lucha disputado por las clases
subalternas. La mayor o menor lucha desarrollada deviene en conquistas más o menos
importantes, aunque nunca de carácter rupturista con el sistema dominante si se desarrollan
a su interior.
La defensa de la autonomía del estado o más acertadamente autonomía relativa al decir de
Gramsci (1984), en la tradición derivada de Marx (2003), significa ir al rescate del vínculo
existente entre el Estado y las relaciones de producción capitalistas, con las características
de estado ampliado que le es propia ya en el siglo XX.
De lo dicho surge, que el Estado no tiene un rol, sino que más bien lo cumple, claro está
que no en forma automática (meramente ´instrumental´). Nos referimos a que al ser el
Estado, una expresión o resultante de la dominación de clase su pretendido rol , no es
producto de su autonomismo, -el alcance de su autonomía, reiteramos, es relativo-, sino que
en su esencia representa los intereses de esa clase dominante. O sea, la concepción que lo
concibe con un rol representa una ficción más, la de que el Estado es totalmente autónomo,
de esa manera lo naturaliza y esa naturalización es expresión de su fetichización.
El Estado es, por tanto, un lugar de la lucha de clases, es un lugar de disputa, de disputa
total que se expresa cabalmente en el concepto complejo de ´tomar el poder´ pero también
es objeto de disputas parciales las que a veces obtienen éxitos relativos y otras terminan con
derrotas.
El resultado de esas luchas se traducirá en los distintos grados de avance o construcción de
contrapoder por parte de las clases subalternas o por lo menos, de fisuras en los intersticios
del poder. (Rajland, 2015: 87)

Otra cara de la mistificación. Fetichismo y Derecho

Nos referimos a la concepción fetichista del derecho

Recordemos que en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía política, Marx


se refiere a la relación del derecho con “las condiciones materiales de la vida”.

Dice:

“…tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado, no pueden


comprenderse por si mismas ni por la llamada evolución del espíritu humano,
sino que, por el contrario, tienen sus raíces en las condiciones materiales de
vida…” (Marx, 1970:8)

Marx debate con aquellos que ven al derecho como una ilusión jurídica, al
derecho como mera voluntad.

Y en la Crítica del Programa de Gotha, se pregunta:

“¿No afirman los burgueses que el reparto actual es “equitativo”? Y ¿no es


éste, en efecto, el único reparto “equitativo” que cabe, sobre la base del
modo actual de producción? ¿Acaso las relaciones económicas son
reguladas por los conceptos jurídicos? ¿No surgen, por el contrario, las
relaciones jurídicas de las relaciones económicas?” (Marx, 1973:422)

“El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural
de la sociedad por ella condicionado […] se tergiversa la concepción realista –que tanto
esfuerzo ha costado inculcar al Partido, pero que hoy está ya enraizada– con patrañas
ideológicas, jurídicas y de otro género, tan en boga entre los demócratas y los socialistas
franceses.” (Marx, 1973:425)
Lenin remitiéndose a Marx, consigna en El Estado y la revolución, que “…nos hallamos
efectivamente, ante un derecho igual, pero es todavía un derecho burgués que como todo
derecho presupone la desigualdad” (refiriéndose a las primeras etapas de tránsito al
socialismo). (Lenin, 2017:175)
Al igual que lo que dijimos del Estado, el derecho es territorio en disputa, es terreno de la
lucha de clases. Y a diario tenemos ejemplos de ello. Justamente, esta consideración hace
parte de la visión no dogmática del derecho. Las determinaciones de las relaciones de
producción son sólo en última instancia, pero hay un espacio para cierto ejercicio de
autonomía respecto a ellas y en todo caso una interactuación.(Rajland, 2016: 91)
El tema es el conjunto de la formación económico-social, el capitalismo, no las relaciones
económicas exclusivamente. Es la cultura y la práctica del capitalismo para su
sobrevivencia y desarrollo. .(Rajland, 2016: 92)
El positivismo jurídico, sabemos, es la expresión máxima del derecho burgués, explica la
relación social por el derecho y no a la inversa. A título de ejemplo, recordemos que es
como si el contrato de trabajo resultara sólo del derecho laboral y no fuera esencialmente
constituído por la relación económica entre capitalista y trabajador. O el salario como la
retribución del trabajo y no –escasamente- de la fuerza de trabajo.
Claro, que ello es la concatenación lógica de la construcción liberal con el objeto de dar
legitimidad a la dominación del capital.
En efecto, el tránsito del feudalismo al capitalismo, entrañó también la necesidad de
legitimar la dominación en situación de secularización social y política. La presencia, el
desarrollo de las leyes, de un plexo jurídico significó un avance digamos que revolucionario
de época, frente a la arbitrariedad absolutista. Claro está, que se edificó sobre la base de una
ficción, la de la afirmación no de la igualdad, sino de la igualdad jurídica, la igualdad ante
la ley. Ello constituía y constituye obligatoriamente la base indispensable para el desarrollo
del capital, la de una sociedad contractual, que necesita del contrato (o sea de la ficción de
igualdad entre las partes) para el intercambio y para la extracción de plus valor.
En el mismo sentido legitimante del sistema capitalista se ubican las afirmaciones de
carácter universalistas respecto de los contenidos normativos y las invocaciones a la
democracia –limitada a la llamada representativa- ( dentro de los valores propios de la
burguesía). He aquí la ficción. He ahí la fetichización!
De la mano del derecho el ropaje lingüístico, que nos habla del sujeto libre e igual del
intercambio, vela la realidad del sujeto de la dominación que no es ni libre ni igual. O sea,
claramente, el derecho como argumentación encubridora de la explotación del capital sobre
el trabajo, y de su complemento patriarcal.
La famosa garantía de igualdad proclamada, “…y sus afirmaciones igualitarias recubren,
ocultan, la profunda desigualdad de los individuos y de las clases, su antagonismo; desarma
mediante las ilusiones que origina, el recurso a la fuerza, que es la única que lo determina y
lo decide” (Weyl M. y R., 1978:11)
Ese velo genera ideología de aceptación social, genera consenso en distintos grados, pero el
necesario y suficiente para el ejercicio de la hegemonía por parte de las clases dominantes.
Y cuando esa ideología comienza a resquebrajarse, cuando el velo comienza a descorrerse y
aparece claramente el sentido y significado de esa hegemonía, queda el recurso propio de la
aplicación del derecho por el poder del Estado: la coacción. El pleno funcionamiento del
monopolio de la fuerza por parte del Estado, su ejecutor.
Ahora bien, para que el resquebrajamiento sea una realidad, es necesario destruir la
creencia de las masas en las bondades del derecho burgués que se ha inculcado como
ideología. En la creencia del carácter democrático de sus fuentes de construcción como se
presenta. En pocas palabras, hay que invertir el sentido de las creencias que alimentan el
famoso sentido común.
Es necesario transformar la confianza en las falsas creencias en descrédito de las mismas, a
través de la toma de conciencia de su contenido y significado real. En este sentido, entiendo
que el marxismo es el fundamento teórico base para desarrollar ese descrédito, esa
desconfianza, ese develamiento.

Y en la medida que esa desconfianza se transforma en certeza es que la clase subalterna


interviene resistiendo, modificando, imponiendo, pero aun limitada - si no se plantea la
ruptura revolucionaria-, a que ello ocurra dentro del orden capitalista, o sea a simples
reformas no estructurales. El derecho laboral siempre es el ejemplo más claro. Defendemos
los derechos de los trabajadores, los trabajadores luchan por ellos, pero, para que no se
conviertan en un fetiche, en ´canto de sirena´, es imprescindible tener conciencia de que
esos son derechos conquistados dentro de la dominación burguesa, obtenidos dentro de la
legislación burguesa. Muy importantes, pero claramente no constituyen emancipación de la
explotación.
Una pregunta fundamental a formular y esclarecer en ese camino de la inversión del
significado del derecho, es interrogarse acerca de quién formula el derecho, quien establece
que ese es el derecho. ¿Cual es su fundamento?. ¿El haber sido elegido/a cómo
representante? ¿La representación política liberal, manipulada por la clase dominante?
Preguntarse, además, qué valores e intereses representan.
Habitualmente se suele decir que el derecho es del más fuerte. Pero ¿qué quiere decir: el
más fuerte? ¿El que es más hábil, en especial en aquello de qué hecha la ley, hecha la
trampa, porque la mistificación lo admite? o ¿el que puede aplicar más violencia directa
porque detenta el poder del Estado? Esa es otra de las muestras del fetichismo en el
derecho!
Las relaciones jurídicas, según venimos desarrollando, son inherentes a una sociedad de
clases, pero sí interesa en el camino a la liberación, la disputa de sentido, la obtención de
derechos.
La conclusión sobre este tópico, sería: luchar para conquistar nuevos derechos y utilizar los
derechos conquistados para fortalecer, ayudar a la realización de nuevas luchas hacia la
definitiva emancipación económica, social, política y cultural!
Sin embargo, insistiré una vez más en la necesidad de tener claro, que sólo en los procesos
de cambio estructural, se pueden profundizar la conquista de derechos objetivos y
subjetivos, cambiarlos de signo clasista.

Dos temas específicos, que hacen a la ejemplificación del fetichismo y el derecho:


La relación Poder Constituyente-Poder Constituido

1.- Acerca de la relación entre Poder Constituyente y Poder Constituído.


Hay que tener en cuenta que tradicionalmente el esquema dominante liberal, ha sido el de
fragmentar el Poder Constituyente3 del Poder Constituido4 o instituido
¿Por qué afirmamos que el esquema tradicional, o sea el liberal, fragmenta ambos términos
de la relación? Porque el mecanismo de la concepción liberal, que proclama la soberanía
del pueblo, rápidamente la anula o la empequeñece toda vez que ´estatuído´ el Poder
Constituído, de hecho el Poder Constituyente desaparece como tal, ya que es absorbido
naturalmente en la maquinaria de la representación política activada periódicamente de
acuerdo a la agenda no ya del soberano (el pueblo ejerciendo el Poder Constituyente), sino
del poder ´instituido´ (el gobierno).
O sea que el Poder Constituyente que instituye el poder “constituido” en su origen, luego
cede su poder a los “representantes”5. Así, lo que comenzó siendo revolucionario porque de
la soberanía en manos del Rey se pasó al concepto de la soberanía en manos del pueblo, se
fue convirtiendo en conservador de la mano de las elites burguesas que manteniendo la
Constitución como norma jurídica fundamental, dejaron de lado el concepto material de
Constitución (Martinez Dalmau, 2010). Resumiendo, a esto que hemos descripto se suele
reducir el Poder Constituyente en la denominada democracia liberal burguesa.
Abordar procesos reales de cambio en su consolidación, supone cambios de paradigmas o
la necesidad de desarrollar nuevos paradigmas en la relación Poder Constituyente-Poder

3 Entendido como el poder emanado de la “soberanía del pueblo”, que sienta las bases de un estado y una
sociedad, tanto a nivel de valores como de institucionalización

4 Entendido como la institucionalización determinada por el Poder Constituyente, a nivel de gobierno y su


funcionamiento, así como la efectivización de la gestión, que se supone debe ser ajustada a los valores fijados
también por el Poder Constituyente

5 Claro que todo esto parte de una primera ficción que es la que encierra la categoría de “ciudadano”, que
supone haría a los hombres y mujeres libres e iguales, cuando en el mejor de los casos los hace iguales pero
sólo ante la ley. No es de despreciar esta “adquisición” de la modernidad frente al poder omnímodo del
absolutismo, pero lo que señalamos es que al implicar una ficción, oculta su significado de protección o
justificación de las bases de funcionamiento del capitalismo como sistema y no de los hombres y mujeres que
lo transitan. Es por eso, que esa forma de representación política, se va volviendo cada vez más retórica, y por
tanto deriva en su propia crisis y más allá, en una crisis política. De ahí que se haga necesario pensar en
nuevas formas de representación, fundamentalmente participativas, que superen esa ficción.
Constituido superadores de las limitaciones que esa relación ha mostrado históricamente o
mejor dicho de las limitaciones que las manipulaciones sobre esa relación han provocado
Desde una concepción revolucionaria sobre el Poder Constituyente, habría que considerar
que la soberanía que reside en el pueblo ejerce dicho poder, pero que ese poder no tiene fin,
no desaparece como en la concepción liberal. O sea, el pueblo no es reemplazado por los
representantes (institución que persiste pero de la que se pretende otros contenidos y
control por parte de los representados), sino que participa constantemente en la política, en
las decisiones, se organiza para ello y por tanto el ejercicio de la soberanía no es períódico
sino permanente, cotidiano.
El proceso constituyente, entonces, no termina con la elaboración de la Constitución, con la
creación del Poder Constituido, no tiene límites temporales ni de aplicación, porque se
entiende que sólo el Poder Constituyente originario puede impulsar los cambios de fondo,
estructurales, que no pueden depender del Poder Constituido. Claro que adopta otras
formas, pero la base siempre es el ejercicio del poder popular, de la representación
democrática, como alternativa a la llamada democracia representativa, limitada
prácticamente a lo electoral que al constreñir la igualdad a la igualdad jurídica o igualdad
ante la ley oculta las verdaderas desigualdades sociales. Se trata de construir esa otra forma
de la representación democrática, íntima y necesariamente ligada a la participación del
soberano: el pueblo, única manera de salir de la eterna crisis de la representación política
liberal.

Globalización y derecho

2.- Las revoluciones burguesas limitaron el derecho al ámbito territorial de un Estado,


incluyendo la conquista de otros territorios sometidos a la colonización, hoy en épocas de
globalización capitalista, el derecho trasciende esas fronteras, se impone al interior de los
Estados el derecho del poder internacional, de las empresas multinacionales, la jurisdicción
de los países centrales, el sometimiento a sus intereses, una nueva forma de colonización
como parte de la estrategia de expansión imperialista. Me referiré a algunas cuestiones
sobre la promoción e impulso –particularmente referidos a la región de América Latina y el
Caribe- de los Tratados de Libre Comercio multi (TLC) o bilaterales (TBI), según cuadre.
Como ya expresé: muestra de la trasnacionalización del derecho. Del derecho, diríamos que
globalizado, dentro de la globalización capitalista.

Ellos se vinculan especialmente a las inversiones y a la circulación de mercancías. Se


conciben, como acuerdos que otorgan el marco legal de una seguridad jurídica y
económica para los intereses económicos de las empresas multinacionales y de los
propios estados que las cobijan tanto de los Estados Unidos como de Europa y que operan
en la región, aunque intenten presentarlos como tratos entre iguales y en beneficio mutuo.
O sea, es la elaboración de una juridicidad acorde con la juridicidad unilateral que fuera
establecida ya, por la denominada6 doctrina Bush de la guerra infinita.

6 Decimos denominada porque en realidad no le pertenece sino que es la doctrina de los sectores hegemónicos
de los EE.UU.
Es también una guerra de mercados o una competencia intra-capitalista, hoy ejemplificada
en el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (AATP) o en el Tratado Unión
Europea-Mercosur.
Está claro entonces, que los beneficiarios del libre comercio, o sea con reducción o
eliminación de aranceles, son: las economías capitalistas más concentradas, la de los países
centrales.
¿Y quienes son los perjudicados? los países subdesarrollados, periféricos.
Porque no puede haber niveles de competencia o complementariedad entre ambos actores,
en cuanto a productividad, niveles de industrialización y tecnología.
Ya en épocas de promoción del frustrado ALCA decía el Secretario de Estado de los
EE.UU, Colin Powell, que: ¨nuestro objetivo es garantizar para las empresas
norteamericanas el control de un territorio que se extiende desde el Artico hasta la Antártida
y el libre acceso sin ninguna clase de obstáculo de nuestros productos, servicios,
tecnologías y capitales¨ (Borón, 2002). Estas palabras nos eximen de explicaciones más
exhaustivas.

Los TLC y TBI y la soberanía

Dos de las cuestiones más importantes, relativas a la afectación profunda de soberanía son:
a) el hecho de que establecen ´extraña´ jurisdicción o jurisdicción supranacional para
el tratamiento de las cuestiones litigiosas, sea el CIADI, o los tribunales de Nueva
York o Londres, y
b) que los inversionistas privados, las corporaciones, pueden llevar a juicio a los
Estados, (siempre ante los tribunales de jurisdicción distinta de la propia de los
países periféricos), entre otras cosas, por presunto monopolio de actividades
ejecutadas por el Estado y consideradas competitivas con esas empresas.
Actividades entre las cuales, en algunos casos, se consideran las relativas a salud
(hospitales públicos) y educación (escuelas y universidades públicas) reivindicadas
por los pueblos como de responsabilidad del Estado, en cuanto a que debe asegurar
su suministro para todos, incluso aunque se permitiere, -como es la realidad-, la
existencia de empresas de salud y educación privada.

A partir del triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses y de sus


declaraciones sobre la promoción o no de los Tratados de Libre Comercio (incluyendo el
tratado con la UE y el del Pacífico) y de apoyo al proteccionismo ante la profunda crisis
que sacude al imperio norteamericano, flota el interrogante, acerca de si ello significaría el
abandono de dicha política.
Es cierto que habrá que ver en la práctica que queda de ese discurso, pero desde ya que hay
que considerar que siendo Trump una variante del propio sistema capitalista, incluido un
mayor acento en la xenofobia, el racismo y la homofobia, cualquier cambio no podrá salir
de los márgenes estructurales del sistema ni es esperable que le será facilitado nada que
conspire contra las políticas neoliberales del capital trasnacional. Pareciera que la
estrategia fundamental pasaría a ser la de los Tratados bilaterales (TBI). En cierta forma,
les resultan más concretos, sustanciales, controlables, efectivos y rentables que los
multilaterales. El manejo es más directo, relativizan los “peligros” de las protestas
populares de un país que repercuta en otro de los socios del multilateralismo. Han hecho la
experiencia.
Siempre han convivido en los países centrales el proteccionismo hacia adentro con el libre
comercio, el librecambismo como política de sujeción hacia la periferia.
En oposición a la concepción de que en esta etapa de globalización capitalista no es posible
diferenciarse enfrentando las estrategias del imperio, puesto que habría desaparecido el
Estado-nación, consideramos, - y de lo desarrollado hasta aquí puede inferirse- que el
Estado-nación está en crisis pero no muerto, en todo caso refuncionalizado. Su función
disciplinadora e institucional, rige a pleno y sobre todo respecto a los Estados-nación de los
países centrales.
No hay una pérdida de identidad frente a un abstracto capital global - aunque se trate de
mostrar de esa manera- ficcionalizando por fetichización del concepto de globalización sin
calificativo o sea sin identificación sistémica.

En conclusión

Como ya lo he expresado: El aparato de poder político no realiza sus funciones y objetivos,


mediante la aplicación directa, pura y simple, de su capacidad de violencia: utiliza
directivas para la acción de los miembros de la sociedad, y en lo tocante a lo reglamentado
por estas directivas reserva en principio el uso de la fuerza para los casos de
incumplimiento. Estas directivas o normas son el derecho. (Rajland, 2016)
Tomamos el derecho como objeto en el capitalismo, para que las resistencias y las luchas
obtengan modificaciones coyunturales que mejoran la vida cotidiana pero que como ya
afirmamos no significan la emancipación. Es en el tránsito emancipatorio que asumimos la
posibilidad de construir un derecho contra-hegemónico. Ello exige participación popular
integral, responsable, que abarque decisiones, proyectos, conducción.
Y exige, desnaturalizar lo que la manipulación ideológica y política ha hecho aparecer en el
sentido común como natural: el capitalismo, la explotación, la pobreza, la desigualdad. La
construcción social de sujetos y subjetividades anti-capitalistas reclama la destrucción de
los fetiches impuestos por el capital.

Bibliografía

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