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“Libres estáis sujetos”

(Purgatorio, Canto XVI)

El concepto del límite en la divina comedia. Una reflexión para la actualidad.

Introducción

“Vive sin límites”: slogan que nuestra sociedad ha venido escuchando como un torrente en crecida
desde que el levantamiento francés comenzará con el grito por la libertad máxima, una libertad
absoluta. Prima hermana de este grito, ahogado en la sangre de miles de inocentes, vuelve a la
escena con el grito del mayo del 68 “prohibido prohibir”. El límite se entiende como todo aquello
que coarta la libertad, el sin límite se entiende como el ideal de la libertad. Prohibir es limitante,
no prohibir es liberador. El trastornado sentido de la libertad que existe en nuestra sociedad
posmoderna tiene que ver con lo que ha seguido después en forma de leyes “liberadoras”, sobre
todo con respecto aquellas decisiones que atañen a la vida misma: el aborto, la eutanasia, ley de
género, etc.

¿Qué nos limita? ¿es el límite un verdadero mal que hay que sacudirse a toda costa? ¿qué o quién
nos limita? ¿para qué es la libertad? ¿libertad y límite se contraponen? ¿paradoja o contradicción?
La divina comedia de Dante, como verdadera síntesis de los saberes más humanos y divinos, nos
ayudará a comprender esta realidad. En su lenguaje poético, tejido de teología y filosofía
escolástica, nos presenta el límite del hombre como una verdadera bendición pero también como
una línea que si se cruza, lleva al más terrible caos.

En el presente escrito, sin ánimo de exhaustividad, abordaremos los pasajes más significativos
donde Dante nos explica el límite con palabras similares: freno, velo, juego, etc. El concepto de
límite que encontramos en Dante posee tres sentidos que nos ayudarán a estructurar nuestra
reflexión:

- Como mandato divino.


- Como fuerza de la razón contra las pasiones.
- Como medida del poder político para ordenar la sociedad.

Esta visión unitaria de la realidad que Dante y sus contemporáneos compartían, es la unidad que
hoy vemos triturada y esparcida en retazos que dificultan una comprensión de la realidad objetiva
y verdadera. Es intención de este escrito exponer cómo desde una comprensión verdadera y
adecuada de lo que supone estar limitados, se puede arrojar luz sobre lo que supone ser
verdaderamente libres.
Empecemos por el paraíso terrenal del que Dante habla en el Purgatorio. Para entender un hecho
de gran importancia, es necesario ir al origen, analizar las razones y causas que han tenido como
resultado los efectos presentes. El estado actual del hombre, el estado lapsario del “hombre
caído”, es dramático, a veces desolador, incomprensible. La Sagrada Escritura nos revela el origen
de este misterioso acontecimiento. Adán y Eva, desobedecen a Dios. Creados libres, reciben no
obstante, una sola indicación, un solo límite, un límite que afecta a la totalidad de la relación con
el Creador, el mundo y los hombres. La indicación del primer límite no condiciona la felicidad
del hombre sino que le otorga seguridad, lo protege de la infelicidad. Dios no recela nada, lo da
todo. Para Dante, se trataba de un “dulce juego” (Purgatorio, Canto XXVIII). ¿Qué es el juego?
Nos habla el entonces cardenal Joseph Ratzinger:

“el juego es, por así decirlo, otro mundo distinto, un oasis de libertad en el que, por un instante,
podemos dejar fluir libremente la existencia. Necesitamos esos momentos en los que nos
evadimos del dominio de la vida cotidiana, para poder sobrellevar su carga”1.

La percepción del juego a partir de nuestro estado actual, sí es, de alguna forma, evasión, momento
de respiro para poder continuar la carga de la existencia. Pero en el principio no era así. El hombre
estaba destinado a vivir en un continuo “oasis de libertad” sin más carga que la de vivir en la
dulce Presencia de Dios, en el dulce juego. El límite era la indicación necesaria para poder
continuar jugando. La delimitación de esa convivencia no era opresión sino, los términos reales
del orden del ser, la configuración original de todo lo creado. Lejos de un infantilismo risible, se
trata del juego de Dios; hablamos de una máxima felicidad pero también de una seriedad divina
tremenda.

En dos tercetos, Dante hace una captura inmediata de lo que la Escritura nos narra de la creación
y la caída del hombre:

“El sumo bien que sólo en Él se goza,

hizo bueno y al bien al hombre en este

lugar que le otorgó de paz eterna.

Pero aquí poco estuvo por su falta;

por su falta en gemidos y en afanes

cambió la honesta risa, el dulce juego”.

(Purgatorio, Canto XXVIII).

1
J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia (Madrid 2001) 33.
El engaño al hombre vino por concentrar la mirada en el límite y trastornar todo su sentido. El
enfoque que direcciona el Maligno en la tentación primera, es el enfoque de quien hizo que pronto
la “honesta risa” se convirtiera en llanto doloroso. El discurso engañoso de la serpiente no se
dirige primeramente a ofrecer una libertad sin límites sino que habla del límite como algo que
hace recelar al hombre de Dios. “¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del
jardín?” (Gn 3, 2). Límite trastornado, libertad trastocada. El dardo venenoso del tentador lo
distorsiona todo en un segundo: Dios, la libertad humana, el límite, la convivencia, el juego.

El hombre se jugó la vida en esta decisión y “por su falta” comenzaron los gemidos y los afanes.
Esto es lo que hay más allá del límite. ¿En qué consistió esa falta? ¿Qué palabras utiliza Dante
para hacernos comprender la extralimitación de Eva y de Adán?

En el canto XXIX del purgatorio vuelve sobre esta realidad del hombre en el paraíso terrenal y su
fracaso rotundo. Dante, en un arranque de enfado hacia la primera mujer, le reprocha su “audacia”.
Un atrevimiento que proféticamente se cumplirá más tarde y resonará en el “sapere aude” de la
Ilustración. El tentador, la tentación y el tentado siguen siendo los mismos. El atrevimiento de
Eva y en ella el del hombre a través de los siglos, es un querer saber más para controlar más,
adueñarse del juego para establecer sus propias normas. Al romper el límite, se quebró el hombre
mismo. El límite era para ser, no para dejar de ser, y al apetecer ser más, dejó de ser lo que era
para convertirse en un transgresor. El atrevimiento de este querer ser más, es decir, dejar de ser
lo que Dios nos dio ser, lo describe Dante como un hecho en el que Eva “no consintió vivir con
velo alguno”. ¡Vivir sin límites! Otra traducción dice: “rasgo imprudente el velo misterioso”. La
obediencia a Dios esconde un misterio muy profundo, un misterio tan tenue y al parecer tan débil
como un velo. Si se rasga, la vida peligra. El límite entendido como velo nos indica una realidad
tan delicada, tan esencial para conservar el ser y que sólo nuestra libertad puede rasgar.

“pues donde obedecían cielo y tierra,

tan sólo una mujer, recién creada,

no consintió vivir bajo velo alguno”.

En otro pasaje de la divina comedia (Paraíso VII) volvemos a encontrar esta negativa a vivir bajo
limitación alguna, pero es ahora en Adán donde la rebeldía tiene lugar. Beatriz explica a Dante el
misterio de la caída y la redención tomando como punto de partida el pecado del primer hombre.

“Por no sufrir el freno que regía

su voluntad, el hombre no nacido [Adán]

perdiéndose, su prole perdería”.


Hay traducciones de este pasaje donde el freno actúa como agente y el hombre es pasivo frente al
mismo y ante el cual se rebela y, otras, donde es el hombre el que activamente debía poner freno
a su querer para no caer en desgracia. El freno que regía la voluntad del hombre es el mismo que
debía utilizar para no ir más allá, es decir, la razón. Podríamos decir que en el sentido pasivo,
entendemos que es el hombre el que debía aceptar su estado de sometimiento a Dios y utilizar ese
freno en sentido activo como defensa ante un querer que se presentaba como ilimitado. Al no
sufrir la limitación de la autoridad divina, se sacude el freno del orden cósmico, que tendrá como
consecuencia, efectos de envergadura cósmica: “perdiéndose, su prole perdería”.

“Por no poner a la virtud que quiere

un freno por su bien…”

En esta traducción vemos como el elemento pasivo y sufriente desaparece para dar paso al
elemento activo y acentuar más la responsabilidad activa del hombre en su elección y consiguiente
perdición. Si nos aventuramos a interpretar ambos sentidos, la riqueza puede ser mayor en el
significado.

La versión pasiva del texto (“por no sufrir el freno que regía su voluntad”…) presenta el aspecto
obediencial y limitativo por parte de Dios, es decir, es Dios, su Voluntad sobre la voluntad del
hombre la que regía. Se trata de un gobierno que lejos de anular al hombre, garantizaba su
equilibrio y complejidad constitutivas. El reino de Dios regía al hombre desde el hombre, es decir,
desde su razón. Encontramos por lo tanto, que el freno que regía, puede hacer referencia a ambos
aspectos, a Dios y al hombre como ser dotado de razón. Dos aspectos limitativos de la libertad
del hombre que se complementan. Nos dice santo Tomás de Aquino que la causa del pecado es
“la voluntad carente de la dirección de la regla de la razón y de la ley divina, tendiendo a un bien
mudable”.

La versión activa del texto donde es el hombre el que debía poner a la voluntad un freno, nos
ayuda a entender que el hombre tiene a su alcance y responsabilidad conducirse dentro de los
límites de su ser, “por su bien”. El error del pecado se encuentra en la estimación del bien que la
razón hace movida por las pasiones. Y la pregunta es: ¿cuál es el bien que no conduce al pecado?
En el momento en que Dante comienza el recorrido por el infierno, Virgilio da una explicación
que aplica para todos los condenados que a lo largo de su camino ha de encontrar; cada uno de
ellos con sus vicios y locuras, pero todos con algo en común que los ha perdido:

“Hemos llegado al sitio que te he dicho

En que verás las gentes doloridas,

Que perdieron el bien del intelecto”

(Infierno, III).
El bien del intelecto es la verdad. En el compendio de teología del aquinate encontramos la
siguiente afirmación: “La salvación del hombre consiste en el conocimiento de la verdad, para
que los errores no oscurezcan su entendimiento; en la inclinación al fin debido”. Si el hombre
debía poner un freno “por su bien”, ese bien era la verdad. A la mentira del tentador, el hombre
debía oponerse con la verdad. A la invitación demoniaca del sin límite, el hombre debía haber
frenado con el límite de la consigna divina y de su razón unida a Él. El límite es por el bien del
hombre. Límite y bien no se oponen,; el límite es el marco del verdadero bienestar del hombre.

Estar limitados por Dios y por nuestra naturaleza racional son los dos aspectos que el acto adámico
se sacudió con fuerza. Nuestra razón no es Dios, pero es la luz de Dios en nosotros. Lo primero
es entonces eliminar esa presencia. Esto es lo que el demonio hace. Intenta eliminar primero a
Dios, el elemento externo más molesto poniendo en duda su veracidad. Y ahora es la razón la que
ataca. No hay límites. “Dios sabe que el día en que comáis de él (el árbol de la ciencia), se os
abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal” (Gn 3, 4). Estas dos
acciones se repetirán a lo largo de la historia con acentuaciones y sacudidas cada vez mayores. El
ateísmo y el secularismo se hallaban ya en germen en la primera tentación.

El límite es un beneficio ya que mantiene la unidad y la cohesión de las partes de un compuesto.


Los ligamentos y todas las partes del cuerpo tienen una porción y un límite que están en conjunto
con el límite de las otras partes del cuerpo. Si alguno de estos miembros sobrepasará su
delimitación crearía un caos, una desproporción, una deformación. El limite que permitía al
hombre la armonía de todo su ser, era estar sometido a Dios. Por la obediencia, todas las fuerzas
interiores estaban sometidas al alma racional. Por la desobediencia esta armonía se desconfiguró.

En la cornisa donde se purga el pecado de la envidia, Dante escucha voces que invitan a la caridad,
al ejercicio del amor para no envidiar lo que no se tiene, lo que no se es. Y al final del canto XIV
habla Virgilio para explicar esas voces:

“Aquél debe ser el freno

que contenga en sus límites al hombre.

pero mordéis el cebo, y el anzuelo

del antiguo adversario, y os atrapa;

y poco vale el freno y el reclamo”.

Aunque la referencia del freno hace alusión al pecado de la envidia, no deja de estar en
consonancia con el hilo de esta reflexión. La envidia rebasa los límites del tener, del ser, para
poseer y ser sin medida. La caridad debe ser el freno que haga al hombre contenerse en sus límites
no para reprimirlo sino, al contrario, para hacerlo más capaz de darse a los demás. Vemos como
el freno en este canto adquiere el significado de una virtud, la mayor de las virtudes.
Han aparecido ya los dos actores principales del relato bíblico de la caída: Eva, como la mujer
que audazmente rasga el velo del mandato divino y Adán como el hombre que al no poner freno
se precipita a la oscuridad en la que habita el no-límite. Todo esto “por su falta”. El tercer
personaje, el incitador de la caída, aparece en este canto haciendo referencia a su acción tentadora
de ayer y de hoy. Por eso lo llama Dante “el antiguo adversario” y por eso habla de un presente
también cuando dice “mordéis”. El tentador sigue activo2.

Si pudiéramos definir al “antiguo adversario” a la luz de cuanto se ha dicho, podríamos decir que
él es el “enemigo del límite” y su leimotiv, atribuido ya desde los inicios de la cristiandad, es el
“non serviam”: no serviré. El enemigo del límite tiene como propósito llevar al hombre a un
estado de enemistad con el límite, con todo límite, llámese Dios, la naturaleza, la misma razón o
la misma configuración sexual. El cebo que el tentador utiliza sigue siendo la propuesta de un
vivir sin límites, el atractivo de una libertad no limitada, supuestamente oprimida por lo que es.

Con el atrevimiento de una interpretación personal, podríamos decir que la frase “Aquel debía ser
el freno” condensa en sí a Dios y al hombre como ser inteligente y libre. “Aquel”, se podría
aplicar a Dios como la instancia reguladora máxima que hace al hombre ser hombre, lo hace estar
“contenido en sus límites”. Cuando el demonio dice a Eva “seréis como Dios” lo que intenta es
destruir la imagen del hombre, su límite que le hace ser lo que es. No es la participación en Dios
a la que invita sino, a la sustitución del mismo, y así matar a dos pájaros de un solo tiro: Matar a
Dios en el hombre y al hombre mismo. Contener al hombre en sus límites es en realidad
mantenerlo en la idea original que Dios ha tenido de él.

El tercer y último aspecto que encontramos en Dante es el del concepto del limite en el poder
civil. Ya que el hombre, desordenado por el pecado “se engaña y corre detrás” del engaño del no-
límite, el poder público también juega un papel limitador importante.

“Y es necesario el freno de las leyes;

y es necesario un rey, que al menos vea

de la ciudad auténtica la torre”.

Sin entrar en la concepción que Dante tiene del emperador, cosa que requiere un estudio aparte y
del cual ya existen varios comentarios, lo que nos importa aquí es la concepción unitaria de un
mundo en el que debe regir el orden de las leyes en consonancia con el orden divino manifestado
en el orden de la naturaleza. El canto XVI del purgatorio describe lo que significa ser libre en
boca de Marco de Lombardía. Una libertad responsable ya que si “el mundo os descamina, la
causa que buscáis está en vosotros”. El alma una vez creada se sumerge en un mundo de ofertas

2
1 Pe 5, 8.
que se presentan como un bien y “primero saborea el bien pequeño; aquí se engaña y corre detrás
de él, si no tuerce su amor freno o guía”. Una sociedad completamente libre de toda autoridad es
utópica. No existe un ser salvaje más auténtico. El hombre del paraíso se perdió, está perdido en
nosotros. Por ello se requiere un poder público que oriente a los hombres hacia el bien. Y para
que exista un poder civil orientado al bien debemos volver a los fundamentos de la naturaleza.
Una naturaleza creada con una finalidad, un propósito, un límite. El freno de las leyes,
fundamentadas en el verdadero bien del hombre, no debe hacer otra cosa más que dejar ser lo que
es. Así es como Dante nos explica este punto en la voz de su amada Beatriz:

“Siempre que la natura se subleva

contra su ley, como cualquier simiente,

fuera de su región, la ruina lleva.

Si el mundo no apartara de su mente

del proceder nativo las razones,

siguiéndolo tendría buena gente”.

La natura fuera de su región, es decir, fuera de su límite, extirpada de su hábitat esencial “la ruina
lleva”. Otra traducción dice “da malos frutos”. El bien por tanto de la naturaleza, la verdad de las
cosas es su misma realidad. Lo decía Balmes: “la verdad es la realidad de las cosas”. El límite
hace al hombre más bueno, genera “buena gente” así como un árbol bien plantado y regado hace
de ese árbol un árbol fructuoso, de calidad. Esto es el fundamento de las leyes y los derechos que
el poder civil idealmente debería fomentar y defender.

Hagamos un recuento de los sentidos del límite que hasta ahora hemos recogido en la divina
comedia. Colocando en un orden jerárquico los tres sentidos del límite quedarían de la siguiente
manera:

Dios=norma última de toda la naturaleza.

Hombre=dotado de razón y libertad.

Poder civil=expresión de la ley natural.

En el centro de la realidad creada se encuentra el hombre como creatura dependiente y libre. Su


razón, como regla de actuación, no es en sí misma la medida de todo sino, en cuanto dependiente
de la razón divina que ha establecido el orden y el límite de todo lo creado. Por la promulgación
de la ley divina, el hombre puede regirse de una manera más segura para alcanzar su fin, ya que,
por su sola razón no podría alcanzar el conocimiento pleno del bien obrar. Por consiguiente,
aunque el hombre por su sola razón podría conocer la ley natural y dictaminar leyes humanas
fundamentadas en la ley natural, esto no hubiera ocurrido sin gran complejidad y errores. Por eso
“síguese que necesitaba ser conducido a su fin no sólo mediante las leyes natural y humana, sino
también mediante una ley dada por Dios”. Las leyes humanas como expresión de la razón práctica
en el hombre, deben ser por lo tanto fundamentadas en todo lo anteriormente dicho.

El primer límite que el hombre debe reconocer es el hecho de saberse creatura dependiente. El
primer freno a la tentación de creerse autosuficientes frente a todo y todos es volver a la evidencia
de que somos creados por Otro. El freno del mandato divino primordial- “del árbol de la ciencia
no podéis comer”- es una indicación clara al hombre de que su estar y actuar libres, no son
autosuficientes. La razón humana como capacidad de entender la realidad como delimitada y
otorgada por Dios es el freno que “contiene al hombre dentro de sus límites” para actuar en
conformidad con el querer divino. Las leyes humanas, en último término, no serían leyes
verdaderas si estuvieran en contra de alguna de las realidades superiores antes descritas. De ahí
que con gran lucidez Dostoievski afirmara que sin Dios “todo esta permitido”.

La sociedad desde entonces (desde la caída) ha sido un ir y venir de limitaciones y


extralimitaciones en búsqueda de un bien falso:

“Por no sufrir el freno que regía

su voluntad, el hombre no nacido [Adán]

perdiéndose, su prole perdería.

Y así el género humano sumergido

vivió por muchos siglos en error,

El error que esta en la estimación de un bien aparente, engañoso, que rebasa los límites.
Continúa Dante:

hasta que el Verbo santo descendido,

la natura divina del Creador

a la humana natura unió en persona,

por acto sólo de su eterno amor”.

Es en Cristo donde el hombre recupera ese orden divino, el caos vuelve a ser cosmos, Dios vuelve
a ser Dios en el hombre y el hombre vuelve a ser criatura, más aún, se convierte en hijo. El
problema del límite queda resuelto en Dios mismo. Es él quien toma las riendas y se somete a la
limitación del hombre haciéndose él mismo hombre. La natura divina asume la natura humana y
da como resultado al hombre perfecto, sin mancha. Este cuarto actor que nos presenta Dante es el
único que podrá vencer al “enemigo del límite”, al padre de la mentira. Volver al límite ha costado
la sangre del Hijo de Dios. En la cruz de Cristo el hombre vuelve a Dios, conocedor del verdadero
bien y el verdadero mal. Sólo en el sometimiento pleno de su voluntad hemos sido salvados. La
tentación diabólica de vivir sin límites sólo puede ser rechazada por la cruz de Cristo. El árbol del
que no debía comer el hombre en el paraíso terrenal, nos lo presenta Dante teñido ahora con la
sangre del Redentor:

“así, color de rosa, asaz violado,

vi que tomaba la marchita planta,

quedando el árbol seco, renovado”.

(Purgatorio XXXII)

“Color de rosa, asaz violado”, es decir, el color de la pasión, la cruz de Cristo. La expresión
máxima del conocimiento que “contiene al hombre en sus límites” y al tentador del hombre, la
encontramos en San Pablo cuando dice: “nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna,
sino a Jesucristo, y este crucificado” (1 Cor 2, 2). Crux stat dum volvitur orbis.

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