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Revista Internacional del Trabajo, vol. 138 (2019), núm.

Tres escenarios para el futuro del trabajo


Dominique MÉDA*

Resumen. Tras pasar revista a la evolución del concepto de trabajo a lo largo de


la historia y a las diferentes acepciones que se han dado al término en el curso de
los siglos, la autora analiza la relación que mantienen los europeos con ese valor,
así como el impacto en el trabajo y el empleo del actual discurso en boga sobre la
revolución tecnológica y sus consecuencias «ineluctables». A continuación, consi-
dera el futuro del trabajo a la luz de tres escenarios, a saber, el «desmantelamiento
del derecho del trabajo», la «revolución tecnológica» (que postula el fin del empleo
debido a la automatización) y la «reconversión ecológica», último modelo compa-
tible no solo con el imperativo medioambiental, sino también con las expectativas
asociadas al trabajo y el empleo.

L a mayoría de los discursos consagrados al futuro del trabajo insisten en


el carácter radicalmente nuevo de las evoluciones en curso. La mundiali-
zación de los intercambios comerciales y de las cadenas de producción, por un
lado, y los progresos fulgurantes de la mundialización, por el otro, exigen que
se revisen a fondo las reglas vigentes en los mercados de trabajo europeos para
adaptarlos a la competencia mundial. Habrá que asegurarse de que el factor tra-
bajo no sea un obstáculo para las empresas que más que nunca deben disponer
de flexibilidad, agilidad y reactividad. Paralelamente, las expectativas que depo-
sitan las personas en el trabajo nunca han sido tan ambiciosas, ni tan intenso el
deseo de que el trabajo les permita realizarse. Por otra parte, los riesgos eco-
lógicos nos obligan a reconsiderar completamente nuestro sistema productivo.
En este artículo se pretende dar algunas respuestas a las cuestiones que
se están planteando actualmente sobre el futuro del trabajo. En el primer apar-
tado se analiza la larga evolución del concepto de trabajo, partiendo de la hipó-
tesis de que la noción de trabajo es histórica y que en el curso de los siglos se
han ido añadiendo nuevas acepciones, como lo muestra una extensa literatura.
A continuación, se examina la manera en que esa pluralidad de acepciones en-
gendra una diversidad de actitudes frente al trabajo a fin de tratar de presentar

* Institut de recherche interdisciplinaire en sciences sociales (IRISSO), Université Paris


Dauphine/PSL; dominique.meda@dauphine.psl.eu. Se publicó una versión anterior de este ar-
tículo en la colección Documentos de Investigación de la OIT en 2016 con el título L’avenir du
travail: sens et valeur du travail en Europe, Document de recherche de la OIT no 18.
La responsabilidad de las opiniones expresadas en los artículos solo incumbe a sus autores,
y su publicación en la Revista Internacional del Trabajo no significa que la OIT las suscriba.

Derechos reservados © La autora, 2019


Compilación de la revista y traducción del artículo al español © Organización Internacional del Trabajo, 2019
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un rápido panorama de las expectativas que abrigan los europeos en torno a


él. Seguidamente, en el segundo apartado se aborda el impacto en el trabajo y
el empleo del discurso actualmente en boga, según el cual la revolución tecno-
lógica en curso entrañará transformaciones radicales, interrogándose en parti-
cular por el determinismo tecnológico que sustenta esa visión y analizando las
políticas que conllevaría. En el tercer apartado se presentan tres grandes esce-
narios para el futuro del trabajo: uno de ellos hace hincapié en la revolución
tecnológica, otro contempla la reducción drástica de las protecciones laborales
como una de las vías posibles, y un tercero se centra en la reconversión ecoló-
gica, que podría constituir una oportunidad excepcional para volver a alcanzar
el pleno empleo, recuperar el sentido del trabajo y lograr el trabajo decente al
que la Organización Internacional del Trabajo está tan apegada. Acto seguido
se procede a examinar las condiciones que permitirían el desarrollo de cada uno
de los escenarios. Por último, se exponen las conclusiones

La importancia del trabajo en la vida de los europeos


En este apartado se describe cómo ha ido evolucionando a lo largo del tiempo
la noción de trabajo y se destaca en particular la manera en que han ido emer-
gendiendo progresivamente sus distintas dimensiones hasta constituir nuestro
concepto moderno de trabajo. A continuación, se expone cómo se articulan
hoy esas dimensiones y cómo son valoradas por los europeos; por último, se
trata de medir la brecha que existe entre las expectativas y la percepción que
se tiene actualmente del trabajo en Europa.

Evolución del concepto de trabajo


Nuestra idea moderna del trabajo es el resultado de una larga evolución: el tér-
mino no ha tenido siempre el mismo significado ni se ha valorado de la misma
manera a lo largo de los siglos (Gorz, 1988; Freyssenet, 1999; Méda, 2010;
Méda y Vendramin, 2013). Los estudios antropológicos y etnológicos relativos
a los modos de vida de las sociedades preeconómicas (Sahlins, 1968; Descola,
1983; Godelier, 1980; Cartier, 1984; Chamoux, 1994) indican que es imposible
encontrar un significado idéntico del término trabajo utilizado en las distintas
sociedades analizadas: «La noción general de trabajo no es universal. Muchas
sociedades no parecen sentir esa necesidad», explica Chamoux (1994, pág. 61).
En la antigua Grecia encontramos oficios, actividades, tareas, pero buscaríamos
en vano la noción de trabajo, indica Jean-Pierre Vernant (1965): las actividades
se clasifican en categorías irreductiblemente diversas y plagadas de distincio-
nes que impiden considerar el trabajo como una función única. La valorización
del trabajo, en ciernes en el Nuevo Testamento, se manifiesta solo de manera
progresiva a lo largo de la Edad Media; el término «trabajo» no se entiende
como sinónimo de actividad productiva hasta el siglo xvii (Rey, 2012). Nues-
tra idea moderna del trabajo se ha ido construyendo gradualmente a lo largo
de los siglos xviii y xix, en varias etapas, en cada una de las cuales se ha ido
añadiendo un nuevo estrato de significado (Meyerson, 1955).
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La invención del trabajo abstracto


Es en el siglo xviii cuando el término «trabajo» encuentra su unidad en las so-
ciedades occidentales; solo a partir del momento en que un cierto número de
actividades se consideran suficientemente homogéneas como para poder ser
designadas con un solo término es posible hablar de el trabajo. Sin embargo, tal
unidad se logra a costa del contenido concreto de las actividades que recubre:
es el trabajo abstracto, mercantil y separable de la persona. El jurista Pothier
(1764), al describir la categoría de cosas que pueden arrendarse, menciona «las
casas, los bienes raíces, los muebles, los derechos incorporales, y los servicios de
un hombre libre». Aunque considerada como fuente de la autonomía individual,
en particular por Locke (1690), la actividad laboral en sí no es en absoluto va-
lorada. Para Smith (1776) y sus contemporáneos, el trabajo sigue siendo sinó-
nimo de pena, esfuerzo y sacrificio, como Marx reprochará más tarde al autor
de Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones1.

El trabajo, esencia del ser humano


A principios del siglo xix, muchos textos se hacen eco de una misma trans-
formación: el trabajo ha dejado de considerarse solo como una actividad pe-
nosa, un sacrificio, un gasto, una «desutilidad», para considerarse también como
una «libertad creativa», gracias a la cual el ser humano puede transformar el
mundo, organizarlo y hacerlo habitable dejando en él su impronta. El trabajo
se concibe en adelante como la esencia del ser humano (Méda, 2010). Se con-
vierte al mismo tiempo en sinónimo de obra: en el objeto que fabrico, aporto
algo de mí mismo, me expreso por conducto de él. Marx (1979) defiende la idea
de que, cuando el trabajo deje de ser alienado y produzcamos libremente, po-
dremos prescincir del dinero como intermediario, y los bienes o servicios que
produzcamos nos revelarán tal como somos unos a otros: «Supongamos que
producimos como seres humanos [...]. Nuestras producciones serían otros tan-
tos espejos donde nuestros seres irradiarían el uno hacia el otro» (ibid., Notes
de lecture, pág. 33). Pero el trabajo solo se convertirá en «primera necesidad
vital» cuando produzcamos libremente, es decir, cuando se haya abolido el ré-
gimen salarial y se haya logrado la abundancia.

El trabajo, eje de la sociedad salarial


Sin embargo, a finales del siglo xix, en lugar de suprimir la relación salarial
que se estaba constituyendo, el discurso y la práctica socialdemócratas con-
vierten el salario en el canal de expansión de la riqueza gracias al cual podrá
instaurarse progresivamente un orden social más justo (basado en el trabajo
y las capacidades) y verdaderamente colectivo (los «productores asociados»).
El derecho del trabajo y la protección social se asientan poco a poco en la re-

1 «[C]onsiderar el trabajo simplemente como un sacrificio, y por tanto como fuente de valor,

como precio pagado por las cosas y que da precio a las cosas según que ellas cuesten más o menos
trabajo, es quedarse con una definición solamente negativa. […] El trabajo es una actividad posi-
tiva, creadora» (K. Marx, 1979, págs. 290-292)
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lación salarial, principalmente en Francia y en Alemania, contribuyendo así a


reforzarla y hacerla indispensable. En Alemania, por ejemplo, el derecho del
trabajo y de la protección social consolidó esa relación entre el empleador y
el asalariado en virtud de las leyes sobre seguros sociales promulgadas por
Bismarck entre 1883 y 1889, pero con ello también se favoreció la relación de
subordinación. El trabajo debería permitir pues la autorrealización aun cuando
la mejora de los salarios, el consumismo y la obtención de derechos sociales,
lejos de erradicar el empleo asalariado, lo hacen esencial; el empleo asalariado,
de condición indigna, se convierte así en el estado más deseado (Castel, 1995).
En el siglo xx se produce, en particular en Europa, quizás la última mu-
tación: apartándose cada vez más de su connotación dolorosa (la etimología
sugiere que el término trabajo deriva de «tripalium», especie de cepo de tres
estacas utilizado para inmovilizar al ganado, a menudo considerado como un
instrumento de tortura), el termino «trabajo» empieza a representar una activi-
dad muy deseable, a la vez por los derechos a los que el ejercicio de un trabajo
da acceso pero también porque permite, en casos cada vez más frecuentes, la
expresión y la realización personal, la posibilidad de demostrar a los demás y
a uno mismo de lo que uno es capaz. Es como si las sociedades occidentales
hubiesen franqueado, al entrar en el siglo xxi, una nueva etapa en esa muta-
ción multisecular del trabajo-tripalium al trabajo-autorrealización; según el so-
ciólogo alemán Stefan Voswinkel (2007), el desarrollo del postaylorismo y la
movilización intensa de la subjetividad en el trabajo a partir de la década de
1980 contribuyeron a reemplazar la ética del deber por un ética subjetivizada
de la autorrealización profesional en la que el individuo sería el protagonista y
en donde el reconocimiento se basaría mucho más en la admiración que en la
apreciación. La promesa de la admiración, es decir, de la persona como sujeto,
sería así concomitante a la elección del trabajo como lugar de autorrealización,
aquel en el que el individuo puede mostrar su pleno valor y toda su grande-
za, como uno de los principales escenarios en el que exhibir sus prestaciones.
La idea que tenemos actualmente del trabajo encierra todas esas dife-
rentes dimensiones: el trabajo se considera a la vez (en proporciones distintas
en función de los países y de las personas) como un factor de producción, la
esencia del ser humano y el pilar del sistema de distribución de los ingresos, de
los derechos y de las protecciones. Estas dimensiones son contradictorias entre
sí y dan pie a la multiplicidad de interpretaciones de que es objeto actualmen-
te el trabajo. A continuación, examinaremos la manera en que los europeos
articulan y valoran hoy las diferentes dimensiones constitutivas del trabajo.

Relación de los europeos con el trabajo2


El análisis de las encuestas disponibles sobre la relación que mantienen los
europeos con el trabajo nos permite destacar, por un lado, la importancia que
se otorga ahora al trabajo en comparación con otros ámbitos de actividad u

2 Los resultados que se presentan a continuación están retomados de Davoine y Méda, 2008,

y de Méda y Vendramin, 2013. Por europeos se entiende convencionalmente aquí los habitantes de
los 28 Estados miembros de la Unión Europea.
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otros valores y, por otro, las tendencias comunes y la diversidad manifesta-


das por los europeos al pronunciarse sobre lo que aprecian particularmente
del trabajo.

La importancia del trabajo


El Estudio de Valores Europeos (en adelante, EVS), que analiza periódica-
mente desde 1981 las actitudes de los europeos con respecto a los valores, per-
mite dar cuenta de la importancia que se concede al trabajo3. A los efectos del
sondeo, se solicita a los encuestados que se expresen sobre el lugar que ocupa
el trabajo en sus vidas, indicando si ese aspecto es «muy importante», «bas-
tante importante», «poco importante» o «nada importante». Evidentemente, el
término «importante» puede tener múltiples significados: el trabajo puede ser
importante porque ocupa un lugar central en la vida, porque es una fuente
de ingresos, porque nos absorbe demasiado tiempo, porque es fuente de feli-
cidad o de sufrimiento, porque se carece de él… Además, estas encuestas tie-
nen muchas limitaciones; por ejemplo, sabemos que la propensión a utilizar
estimaciones extremas («muy importante») difiere en función de los países
(Davoine y Méda, 2008). Habida cuenta de tales limitaciones, los resultados
de la encuesta son contundentes (véanse los gráficos 1 y 2): en 2008 y 2017, el
trabajo se considera en toda Europa muy importante o bastante importante.
Menos del 20 por ciento de las personas interrogadas declararon que el tra-
bajo era poco importante o nada importante, excepto en Gran Bretaña y en
Irlanda del Norte.
En 2008, en los dos territorios que acabamos de mencionar, pero tam-
bién en Finlandia, Lituania, República Checa y Países Bajos la afirmación de
que el trabajo es «muy importante» fue una opción menos elegida que en otros
países; en otro grupo, formado por países del Sur (Grecia, España, Italia), por
dos países continentales (Francia y Luxemburgo) y por muchos nuevos Es-
tados miembros (Malta, Chipre, Eslovaquia), la proporción de personas que
declararon que el trabajo era «poco importante» o «nada importante» fue in-
ferior al 10 por ciento, mientras que más del 60 por ciento indicaron que el
trabajo era «muy importante».
Las divergencias entre los países son significativas incluso si se tiene en
cuenta el factor de la composición de la población4. Este factor es por otra
parte difícil de interpretar ya que las personas que se encuentran en distintas
situaciones de empleo responden de manera muy distinta a la cuestión plantea-
da en los diferentes países. Esto puede verse en el gráfico 3, en donde se cons-
3 La encuesta se realiza aproximadamente cada diez años: la última remonta a 2017, pero

todavía no se disponía de todos los datos en el momento de la redacción de este artículo, por lo
que presentamos a la vez los resultados de 2008 y de 2017 con respecto a los países examina-
dos (20 de 28).
4 La composición de la población remite a su estructura por grupo de edad, proporción de

personas activas, o nivel de calificación y profesión. Las amas de casa y las personas con estudios su-
periores, por ejemplo, declaran con menos frecuencia que el trabajo es muy importante. En cambio,
los empleadores, los desempleados, y los trabajadores independientes atribuyen más importancia al
trabajo. No obstante, estas categorías están distribuidas de forma muy desigual en los países europeos.
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Fuente: Encuesta EVS, 2008.


Nada importante Poco importante Bastante importante Muy importante

República Checa
Irlanda del Norte

Gran Bretaña
Países Bajos
Luxemburgo

Dinamarca
Eslovaquia
Promedio

Eslovenia

Alemania
Rumania

Finlandia
Portugal
Bulgaria

Hungría

Croacia

Lituania
España

Polonia

Estonia
Bélgica

Letonia
Francia

Austria

Suecia
Irlanda
Chipre

Grecia
Malta

Italia

0
10
20
30
40
50
60
70
80
90
100
680

Gráfico 1. Importancia del trabajo en la vida de los europeos, 2008 (en porcentaje)
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Gráfico 2. Importancia del trabajo en la vida de los europeos, 2017 (en porcentaje)
100

90

80

70

60

50

40

30

20

10

0
Dinamarca
Países Bajos
Estonia
Lituania
Alemania
Croacia
Gran Bretaña
República Checa
Austria
Finlandia
Hungría
Eslovenia
Polonia
Suecia
Francia
Bulgaria
Rumania
Eslovaquia
España
Italia
Promedio
Muy importante Poco importante
Bastante importante Nada importante
Fuente: Encuesta EVS, 2017.

tata, por ejemplo, que en Francia casi dos tercios de los trabajadores a tiempo
completo y tres cuartos de los trabajadores a tiempo parcial, los desemplea-
dos y los jubilados indicaron que el trabajo era muy importante, mientras que
en Gran Bretaña y en Alemania esa opinión la expresaron principalmente los
trabajadores a tiempo completo y los trabajadores independientes.
Se han esgrimido argumentos de orden cultural, religioso y económico
para explicar tales divergencias, pero ninguno es totalmente satisfactorio; lo
que sí está claro es que el PIB por habitante y la tasa de desempleo influyen
de manera significativa en la importancia que se otorga al trabajo (Clark, 2005;
Davoine y Méda, 2008; Méda y Vendramin, 2013).
En nuestras investigaciones, hemos señalado que si bien ciertos países, en
particular Francia, atribuían una mayor importancia al trabajo que otros, como
Gran Bretaña o Dinamarca, cuya visión del trabajo parece ser más pragmáti-
ca, es sin duda necesario, como sugiere el sociólogo Philippe d’Iribarne (1989),
vincular todo ello con los sistemas educativos nacionales y la dimensión esta-
tutaria del trabajo. En Francia, el oficio y el tipo de trabajo ejercidos definen
el «estatus» de la persona e indican concretamente la trayectoria escolar que
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Gráfico 3. Proporción de personas que estiman que el trabajo es «muy importante»,


según la situación profesional, en Francia, en Alemania y en Gran Bretaña
80
75 74
72 72
70 69
63 64 63 64
60
60 56
55
50 46
45 43 44
42
40
34
30 30
30

20 18

10

0
Trabajo a tiempo parcial
(≤30 horas por semana)

Jubilado

Estudiante
Independiente
Trabajo a tiempo completo
(≥30 horas por semana)

Desempleado

Personas que se
dedican al hogar
Francia Alemania Gran Bretaña
Fuente: Datos de la encuesta EVS, recogidos en 2008-2010 y tratados por el Centre de recherche pour l’étude
et l’observation des conditions de vie (CRÉDOC) (Bigot, Daudey y Hoibian, 2013).

ha seguido y, en última instancia, su posición en la sociedad. La consideración


de otras dimensiones acordadas al trabajo permite afinar este análisis, como
veremos más adelante.
En 2017, se han mantenido las grandes tendencias (véase el gráfico 2):
una mayoría absoluta (58 por ciento) de personas interrogadas en los países
cuyas respuestas hemos podido consultar sigue indicando que el trabajo es
«muy importante», y menos del 10 por ciento afirman que es «poco importan-
te» o «nada importante». Gran Bretaña se sigue diferenciando ya que más del
20 por ciento de los encuestados se encuentran en este último caso. En siete
países (España, Italia, Francia, Suecia, Rumania, Bulgaria y Eslovaquia), más
del 60 por ciento de la población indica que el trabajo es «muy importante» y
menos del 10 por ciento que es «poco importante» o bien «nada importante».

Las distintas dimensiones del trabajo


En lo que atañe a las dimensiones del trabajo, se desprenden tres elementos.
En primer lugar, la ética del deber, con respecto a la cual varios estudios in-
dican que está en retroceso (Inglehart, 1990; Riffault y Tchernia, 2002), sigue
muy presente en Europa: casi un 70 por ciento de los europeos interrogados
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Gráfico 4. Opinión de las personas sobre el postulado «Un empleo es simplemente


un medio de ganarse la vida y nada más» (en porcentaje)
70

60

50

40

30

20

10

0
Alemania (Occidental)
Alemania (Oriental)
Austria
Bélgica (Flandes)
Bélgica (Valonia)
Bélgica (Bruselas)
Croacia
Dinamarca
España
Estonia
Finlandia
Francia
Gran Bretaña
Hungría
Letonia
Lituania
Polonia
Eslovaquia
Eslovenia
Suecia
República Checa
Promedio
Totalmente de acuerdo En desacuerdo
Nota: La categoría «En desacuerdo» engloba las respuestas «Más bien en desacuerdo» y «Totalmente en
desacuerdo».
Fuente: Encuesta ISSP, 2015.

en el marco de la encuesta EVS realizada en 2017 consideran que «trabajar


es un deber». La dimensión instrumental del trabajo (se habla también de di-
mensiones extrínsecas para referirse principalmente a la función de sustento
vital del trabajo y a la seguridad del empleo) es predominante. Con arreglo a
esa encuesta, más del 80 por ciento de los europeos mencionan que el hecho
de ganarse bien la vida es uno de los aspectos importantes del trabajo, aun
cuando las opiniones varían en función de los países.
Por último, la mayor importancia que está cobrando la dimensión expresi-
va del trabajo (todavía denominada posmaterialista o intrínseca) es una realidad
en toda Europa: los ciudadanos europeos conceden cada vez más importancia
al contenido y al interés del trabajo, así como al ambiente en el trabajo. Asi-
mismo, muchos piensan que para poder desarrollar plenamente su potencial es
preciso ejercer un trabajo, si bien las diferencias entre los países son bastante
marcadas. Lejos de reemplazarse entre sí, como podría deducirse de una lectura
demasiado rápida (Inglehart y Baker, 2000; Riffault y Tchernia, 2002; De Witte,
Halman y Gelissen, 2004; Ester, Braun y Vinken, 2006), las distintas dimensiones
persisten y se desarrollan de manera concomitante (Méda y Vendramin, 2013).
Aunque existen efectos vinculados a los países, que obedecen en gran me-
dida a los niveles de educación, así como a las políticas y las instituciones na-
cionales, la diversidad existe también en el seno de los propios países. Gracias
al análisis de las encuestas europeas pero también a las entrevistas mantenidas
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en distintos países europeos y a la consideración de algunos estudios naciona-


les (Davoine y Méda, 2008; Vendramin, 2010; Méda y Vendramin, 2013), hemos
podido constatar que las expectativas que actualmente los más jóvenes, las per-
sonas con un nivel de educación más elevado y las mujeres depositan en el tra-
bajo se caracterizan, más que en el caso de otros grupos, por la búsqueda de un
sentido (interés, contenido, ambiente de trabajo) y el deseo de ejercer una acti-
vidad compatible con otros intereses (familia, amistades, gustos personales, ocio).
Esta pluralidad de expectativas puestas en el trabajo –que denota también
la importancia que se le concede– se pone de manifiesto en los resultados de la
serie de encuestas organizadas en 2015 en el marco del Programa Internacional
de Encuestas Sociales (ISSP), que se consagró al tema del trabajo. Según el ISSP,
un poco más del 12 por ciento de los ciudadanos europeos coinciden totalmen-
te en que el trabajo «es simplemente un medio de ganarse la vida y nada más»,
y cerca del 45 por ciento están en desacuerdo con esa afirmación (gráfico 4).

Repercusiones de la automatización
en el trabajo y el empleo
Aunque los europeos tienen muchas expectativas en relación con el trabajo,
varios estudios prospectivos anuncian una escasez del empleo y cambios en la
naturaleza del trabajo, debido a una nueva era de automatización. Si bien los
resultados de esos estudios deben considerarse con suma cautela, una serie de
cambios que se están produciendo en ciertos sectores contribuyen sin duda a
transformar las condiciones laborales. Según el diagnóstico realizado sobre las
evoluciones en curso y los objetivos perseguidos, se proponen políticas muy
diferentes para acelerar, acompañar o, al contrario, frenar el proceso.

Desaparición del empleo, transformación de la naturaleza


del trabajo: la revolución tecnológica en marcha
Desde principios de la década de 2010, el discurso según el cual la automa-
tización va a hacer desaparecer gran parte de los empleos existentes y revo-
lucionar el trabajo se ha ido imponiendo con rapidez como verdad absoluta
(corroborada en el informe presentado en Davos en 2016, The future of jobs)
(Foro Económico Mundial, 2016). Se puede establecer fácilmente la correla-
ción entre la saturación del espacio académico-mediático y la publicación de
algunas obras o artículos que, aunque poco numerosos, se citan sin cesar. Una
de las primeras obras es la de Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee (dos in-
vestigadores del MIT Center for Digital Business), publicada en 2011 con el
título Race against the machine (Brynjolfsson y McAfee, 2011). En ella, los
dos autores sostienen que ha llegado el momento de dar a la tesis de Rifkin
(autor de The end of work5) (Rifkin, 1995) el reconocimiento que se merece.
5 En este libro, Rifkin explica que la automatización y el progreso tecnológico van a cau-

sar inevitablemente la destrucción de empleos y un aumento del desempleo. Solo una nueva élite
de «analistas simbólicos» podrán conservar su empleo. Se desarrollará un sector cuaternario para
mantener los vínculos sociales.
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En efecto, según estos autores, los ordenadores son ya capaces de rea-


lizar tareas que antes solo el ser humano podía hacer. Estamos en los albo-
res de una «Gran Reestructuración» pues entramos en «la segunda parte de
la partida de ajedrez», es decir, la era en que los progresos obtenidos gracias
a las tecnologías digitales van a ser exponenciales como lo sugiere la ley de
Moore6. Estas tecnologías son, según los autores, extremadamente generado-
ras de valor: permiten mejorar la productividad y, por ende, la riqueza colecti-
va (Brynjolfsson y McAfee, 2011). Pueden entrañar muchas transformaciones
radicales y, sin duda, una polarización de la sociedad (Autor y Dorn, 2013),
incluso una pérdida generalizada de competencias (Beaudry, Green y Sand,
2013), y exigen pues innovaciones organizativas radicales, dirigidas por em-
prendedores, y una inversión masiva en «capital humano».

¿El fin del trabajo?


En el estudio The future of employment: How susceptible are jobs to compute-
risation?, publicado en 2013 por Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, se
describe un panorama más preciso de las repercusiones que tales transforma-
ciones pueden tener en el empleo. En dicho estudio, los dos investigadores de
la Universidad de Oxford examinan 702 oficios y estiman la probabilidad de
que sean reemplazados por máquinas «inteligentes» (Frey y Osborne, 2013).
Hay pocas probabilidades de que ciertos sectores, como la educación o la salud,
sean automatizados. En cambio, las probabilidades son elevadas para los ofi-
cios relacionados con la venta, los empleos administrativos, agrícolas o incluso
del transporte. En lo que respecta a los Estados Unidos, los autores estiman
que el 47 por ciento de la fuerza de trabajo se desempeña en sectores suje-
tos a altas tasas de desempleo y que sus empleos podrían ser reemplazados
por robots o máquinas inteligentes en un plazo de diez a veinte años (ibid.,
pág. 38). Desde entonces, muchos autores han retomado esta temática (Ford,
2016; Benzell et al., 2015; Boston Consulting Group, 2015).
Otros estudios prospectivos, que no se basan tanto en proyecciones ci-
fradas sino más bien en encuestas o testimonios recogidos de consultores, di-
rectivos o dirigentes de grandes grupos, analizan las consecuencias de esas
evoluciones, en particular del desarrollo de las tecnologías digitales, en la natu-
raleza del trabajo (Bollier, 2011; Foro Económico Mundial, 2016)7. Según estas
fuentes, el trabajo, que ya es colaborativo, lo será todavía más. La externaliza-
ción abierta de tareas será una de las modalidades de trabajo más extendidas,
y en este contexto la coproducción ocupará un lugar central. Esta última de-
jará de limitarse a las grandes organizaciones jerarquizadas y se desarrollará
en el seno de plataformas generadoras de valor. Las unidades de espacio y de

6 Según esta ley, la capacidad informática se duplica cada dos años. Sin embargo, Moore se-

ñaló que esta ley se quedaría obsoleta en torno a 2020.


7 El informe presentado al Foro de Davos con el título The future of jobs va en esa misma

línea, pues se basa en entrevistas realizadas a más de 371 ejecutivos y directivos de recursos huma-
nos de grandes empresas de todo el mundo que respondieron a un cuestionario en línea.
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686 Revista Internacional del Trabajo

tiempo que hasta ahora habían caracterizado al trabajo están desapareciendo:


el trabajo dejará de localizarse en un tiempo y un espacio concretos.
La línea divisoria entre trabajo y no trabajo, vida profesional y vida pri-
vada será cada vez más difusa. El trabajo se confundirá con una obligación de
disponibilidad total y la carrera será una sucesión de empleos que cada uno
deberá autogestionar. Será el fin de la jerarquía y del trabajo asalariado: cada
uno será su propio empleador, su propia empresa. La lógica de la gestión ba-
sada en los resultados irá aparejada a una evaluación «de 720°», una evalua-
ción permanente que forjará la reputación. La revolución tecnológica ya en
marcha –cuyos efectos en las tasas de crecimiento y la productividad aún se
desconocen debido tanto al desfase temporal como al hecho de que, según
los defensores de estas ideas, las actuales herramientas de medición disponi-
bles no están adaptadas a la nueva situación– será el principal medio de evi-
tar que nuestras sociedades caigan en un estancamiento secular (Teulings y
Baldwin, 2014).

El sector digital: a la vanguardia de las transformaciones


Para algunos autores, el sector digital está a la vanguardia de estas transforma-
ciones y revela la inadaptación de la legislación del trabajo, incapaz de brindar
a las empresas la flexibilidad que necesitan y, al mismo tiempo, de proteger a
los trabajadores de una carga de trabajo excesiva. A raíz de la publicación del
informe Modernizar el derecho laboral para afrontar los retos del siglo xvii
(Comisión Europea, 2006), hay quienes reclaman la flexibilización de las nor-
mas en vigor que rigen el empleo asalariado (por ejemplo, mediante la am-
pliación a otras categorías de trabajadores del sistema francés con arreglo al
cual se computa el tiempo de trabajo en número de días trabajados por año, a
fin de permitir una mayor flexibilidad en la aplicación de la legislación sobre
el tiempo de trabajo (Mettling, 2015), o bien mediante la revisión de la Di-
rectiva europea sobre el tiempo de trabajo8 de manera que se favorezcan las
derogaciones, la exclusión voluntaria y el aumento del número de trabajado-
res autónomos). Reclaman también el desarrollo de la parasubordinación, esto
es, del trabajo autónomo económicamente dependiente (ya instalado en Italia
y en España), indicando que, de lo contrario, la adaptación se hará mediante
la expansión masiva de las formas atípicas de empleo que están ya en pleno
auge como el trabajo en free lance y el trabajo a destajo.
La promoción de estos cambios –que podrían admitir una reducción de
las protecciones asociadas al empleo asalariado– va acompañada de un dis-
curso a menudo idealizado sobre las virtudes de la economía colaborativa,
alagada por su capacidad para crear un vínculo social y escapar de la mercan-
tilización, así como sobre el supuesto deseo de los jóvenes de no ejercer un
empleo asalariado, que supondría estar subordinado a una pesada jerarquía

8 Directiva 2003/88/CE del Parlamento Europeo y del Consejo de 4 de noviembre de 2003

relativa a determinados aspectos de la ordenación del tiempo de trabajo, Diario Oficial de la Unión
Europea, L299/9.
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Tres escenarios para el futuro del trabajo 687

a diferencia de la creación de su propia empresa, del trabajo independiente


o del trabajo en free lance, con frecuencia presentados como la vía ideal, que
combina flexibilidad y autonomía. Así, lo que se conoce como uberización de
la sociedad (que permite la conexión inmediata entre los que ofrecen y los
que demandan un servicio por medio de plataformas informáticas) se consi-
dera muy a menudo una de las mejores soluciones para acabar con los mono-
polios y las protecciones que existen en torno a ciertas profesiones, así como
para superar las supuestas rigideces de ciertos «mercados de trabajo» euro-
peos. Las repercusiones de estas evoluciones en el empleo y el trabajo exigen
un análisis más detallado.

El impacto de la digitalización, las plataformas


y la uberización en el empleo y el trabajo
No hemos de creer a pies juntillas los pronósticos que acabamos de exponer
sobre las repercusiones de la digitalización en el empleo. En efecto, estos estu-
dios son extremadamente controvertidos: los investigadores Graetz y Michaels
(2015), que han analizado la evolución en 17 países en un periodo de quince
años, muestran por ejemplo que la robotización permitió ganar medio punto
porcentual de crecimiento al año sin perjudicar el empleo. Según un estudio
realizado por Deloitte a partir de datos estadísticos recogidos durante ciento
cuarenta años en Inglaterra y País de Gales, el proceso de robotización había
constituido una «formidable máquina generadora de empleo» (Deloitte, 2015).
Otro estudio (Arntz, Gregory y Zierahn, 2016) reveló que la cifra antes citada
de un 47 por ciento de empleos amenazados que se menciona en el estudio
de Frey y Osborne (2013) estaba considerablemente sobrevalorada y revisó
dicha cifra a la baja situándola en un 9 por ciento. Por otra parte, la metodo-
logía utilizada en el estudio por los dos investigadores de Oxford ha sido du-
ramente criticada (Valenduc y Vendramin, 2016). Por último, muchos autores
recuerdan que nunca ha habido tantos empleos en el mundo y que los traba-
jadores afectados por la economía de las plataformas digitales son por el mo-
mento poco numerosos, aun cuando la situación podría cambiar en función de
las políticas que se apliquen (Pesole et al., 2018).
No podemos sino estar de acuerdo con Gadrey (2015) cuando explica por
qué se equivocan estos pronosticadores: generalizan a sectores enteros aquellos
segmentos en los que las máquinas reemplazan al ser humano; siguen un razo-
namiento en el que presuponen que todos los factores se mantienen iguales,
olvidando que cuando el contenido de la actividad y de la producción cambia
radicalmente, se pone en marcha un proceso de creación de nuevos servicios
que, por lo general, entraña también la creación de empleo; por último, sos-
layan la resistencia de la población. En efecto, nos llama poderosamente la
atención el determinismo tecnológico que caracteriza a todas estas previsiones,
como si todo lo posible fuese realmente a suceder y como si la población fuese
a aceptar sin rechistar la supresión de la mitad de los empleos en un plazo de
diez años o se fuese a dejar cuidar, acompañar, educar o conducir por robots.
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688 Revista Internacional del Trabajo

Estos estudios también pasan por alto que la simple sustitución de los seres
humanos por robots no es la única solución: la colaboración entre el hombre
y el robot, o «cobotización», que permite por ejemplo reducir considerable-
mente las tareas penosas y establece estrechas complementariedades entre el
trabajo realizado por el ser humano y el realizado por el robot, constituye una
opción igualmente plausible.

Trabajadores a la carta
Con todo, no es menos cierto que la expansión de la digitalización y de la
economía digital ya ha comenzado a transformar las modalidades de trabajo.
En los últimos años, importantes estudios han puesto de manifiesto los efec-
tos desestructuradores de estas nuevas organizaciones sobre el trabajo (Head,
2014; Huws, 2014; Casilli, 2019). La desintermediación organizada por las pla-
taformas digitales no solo fomenta la competencia con muchas profesiones re-
glamentadas u organizadas, sino que sobre todo permite movilizar el trabajo
ajeno en formas que a menudo no se inscriben o no parecen inscribirse ni en
el trabajo asalariado ni en el trabajo independiente clásico. En efecto, las plata-
formas digitales conectan la oferta con la demanda de servicios y contribuyen
así a segmentar el trabajo en prestaciones individualizadas, en tareas fragmen-
tadas, acentuando la atomización de los colectivos y la individualización de
las relaciones de trabajo, además de su precarización (Huws, 2014). Algunos
autores describen un proceso de organización del trabajo en microtareas, que
lleva a su paroxismo la tendencia de las empresas a externalizar y fragmentar
el trabajo (Casilli, 2019). Esta división en microtareas va aparejada a una in-
visibilidad de una parte del trabajo en cierta medida no remunerado por con-
siderarse una actividad de ocio. Asimismo, se apunta a la «plataformización»
del trabajo (ibid.).
En efecto, estas organizaciones permiten a las plataformas movilizar el
trabajo ajeno en beneficio propio y encuadrarlo, sin tener que dar órdenes
formalmente, y logran obtener el mismo resultado que con el trabajo asala-
riado pero sin asumir las responsabilidades que tradicionalmente se asocian a
la figura del empleador. Se habla de trabajo «a pedido» o «trabajo a la carta»,
trabajo a destajo desempeñado por trabajadores que no son ni asalariados (las
plataformas se niegan a ser consideradas empleadores y consideran a los tra-
bajadores como «colaboradores») ni verdaderamente autónomos (Levratto y
Serverin, 2015): para poder acceder a la plataforma y mantener su colabora-
ción deben cumplir muchas obligaciones contradictorias con la condición de
trabajador independiente.
Los estudios disponibles revelan que hay un mayor control y supervisión
del trabajo, una evaluación constante, inclusive por el cliente, y muy poco o
ningún margen de maniobra para decidir cómo hacer el trabajo, todo lo cual es
posible a través de «una gestión algorítmica» (Rosenblat y Stark, 2016). Ciertos
autores apuntan al embrutecimiento provocado por el trabajo dirigido por or-
denador (Amazon Mechanical Turk) y a la pérdida de competencias que entra-
ña (Head, 2014; Casilli, 2019). Es el retorno del trabajo mercancía en sus peores
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Tres escenarios para el futuro del trabajo 689

formas: hablamos de capitalismo de plataformas (Lobo, 2014; Srnicek, 2018;


Abdelnour y Méda, 2019), de talleres de explotación laboral (sweatshops), de
digital labour (Cardon y Casilli, 2015; Casilli 2019). El incumplimiento de las
legislaciones laborales nacionales se ve facilitado por el carácter transnacional
de las plataformas y la dificultad de controlarlas cuando todas las relaciones
se establecen a través de medios informáticos.

¿El fin del empleo asalariado?


Mientras que algunos celebran el cuestionamiento de los «privilegios» y de las
rentas –o al menos de los monopolios y protecciones de que gozan las profe-
siones reglamentadas–, los que trabajan «para» o «con» plataformas señalan a
la atención lo que se denomina eufemísticamente «errores de clasificación», es
decir, el hecho de que los trabajadores reciben claramente un trato de asala-
riados (su trabajo es dirigido porque, aunque sea un algoritmo el que lo hace,
reciben instrucciones que tienen que respetar al pie de la letra) pero no se
benefician de un contrato de trabajo. Es como si los creadores de esas plata-
formas, en cuyo provecho se crea y capta el valor, se negaran a asumir las res-
ponsabilidades que incumben no solo a los que dirigen el trabajo asalariado,
sino también a los que pagan por el trabajo realizado por colaboradores inde-
pendientes en el marco de un contrato comercial; es como si, tras la desapa-
rición de las organizaciones jerarquizadas, desapareciese finalmente la figura
del propio empleador. Las personas que aportan su trabajo no son en efecto
ni asalariados ni tampoco se les suele reconocer como trabajadores indepen-
dientes y/o contratistas provistos de las protecciones, garantías o calificaciones
tradicionalmente requeridas.
Aunque estas modalidades de trabajo permiten suprimir las barreras de
entrada (como sucedió en Francia con la supresión de los gremios en 1776 y
en 1791) y, por consiguiente, dotar de una mayor fluidez a ciertos segmentos
del mercado de trabajo, estos nuevos actores contribuyen a desestructurar este
último y a cuestionar los mecanismos de estabilización y de seguridad del tra-
bajo que se venían desarrollando en Europa desde finales del siglo xix, no
sin suscitar la sublevación de las profesiones afectadas como ilustra el proceso
contra Uber o contra Airbnb en muchos países.

¿Qué políticas laborales adoptar ante la digitalización


y la automatización?
La manera en que la expansión de la automatización, la digitalización y las
plataformas afecta al crecimiento, al empleo y al trabajo es pues objeto de in-
terpretaciones radicalmente opuestas. Algunos autores señalan sus beneficios
extraeconómicos: la extensión de la gratuidad y el fortalecimiento del vínculo
social facilitado por la economía colaborativa (Botsman y Rogers, 2010); más
en general, la eliminación de las barreras de entrada, en particular para los
grupos de población a menudo discriminados (mujeres, jóvenes poco califica-
dos, enfermos, etc.) (Pesole et al., 2018), que aporta una mayor fluidez al mer-
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690 Revista Internacional del Trabajo

cado de trabajo, o bien una mayor autonomía en el trabajo propulsada por la


desaparición de las organizaciones jerarquizadas y del trabajo asalariado. En
cambio, otros señalan los riesgos asociados a la expansión de formas de em-
pleo que oficialmente no corresponden ni al trabajo asalariado ni al trabajo
autónomo, en particular en lo que respecta a la ausencia de protección social
para esos trabajadores; la infrarremuneración estructural de esos trabajadores9;
los riesgos asociados a su autoexplotación (jornadas excesivamente prolonga-
das, riesgos para la salud); la competencia desleal de las plataformas con las
organizaciones tradicionales (taxistas, artesanos, hoteleros, etc.); la mercantili-
zación de actividades hasta ahora de carácter benévolo (De Stefano, 2016); la
eliminación de diferencias entre aficionado y profesional (Jourdain y Naulin,
2019); la expansión del digital labour (trabajo no remunerado «extorsionado»
a los usuarios de datos) y el trabajo invisible (Casilli, 2019); la retaylorización
del trabajo a través de la organización del trabajo en microtareas y la frag-
mentación del trabajo en las plataformas digitales; y el peligro de la recons-
titución de monopolios extremadamente poderosos tras las supresión de las
reglamentaciones en vigor.

¿Una nueva categoría de trabajador independiente?


Quienes opinan que la automatización y la digitalización ya han comenzado
a modificar profundamente las condiciones de trabajo y lo seguirán haciendo
de manera exponencial proponen adaptar las reglamentaciones vigentes, en
general para facilitar la evolución en curso.
Desde la publicación por la Comisión Europea de Modernizar el derecho
laboral para afrontar los retos del siglo xxi, varios informes han recomendado
el establecimiento de una nueva categoría de trabajo (trabajo parasubordina-
do o trabajo autónomo económicamente dependiente), que entrañaría el es-
tablecimiento de un tercer régimen laboral, a medio camino entre el trabajo
asalariado y el trabajo independiente, que es la summa divisio tradicional del
trabajo realizado para otro. En varios países, existen categorías intermedias
entre trabajadores asalariados y trabajadores autónomos, en las que estos últi-
mos, considerados en cierta medida dependientes, gozan de determinadas for-
mas de protección. En Francia, la ley también ha inventado regímenes híbridos
que combinan el trabajo asalariado y la actividad independiente. Si bien es
cierto que estos dispositivos permiten conceder determinados derechos a los
trabajadores, presentan el inconveniente de que no califican deliberadamen-
te a tales trabajadores de asalariados, aún cuando suelen realizar actividades
sujetas a un poder de dirección, el trabajador se encuentra la mayor parte del
tiempo en la posición de simple ejecutor en el seno de una actividad organiza-
da y el objetivo de todo el proceso es transferir una parte de los riesgos de la
empresa al trabajador y evitar que aquel que se beneficia del trabajo de otro
9 La reciente encuesta publicada por la OIT (Berg et al., 2019), que se realizó a 3500 tra-

bajadores regulares presentes en cinco plataformas en 75 países, reveló que ganaban en promedio
4,43 dólares por hora (3,31 dólares si se incluyen las horas de trabajo no remunerado, por ejemplo,
para captar clientes) y que tenían horarios de trabajo atípicos: el 43 por ciento declararon que tra-
bajaban de noche y el 68 por ciento de tarde.
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Tres escenarios para el futuro del trabajo 691

y lo moviliza en su provecho asuma los riesgos vinculados a su dirección. Va-


rios autores señalaron que el establecimiento de estas categorías intermedias
había provocado una explosión del número de trabajadores afectados y una
erosión de las protecciones (De Stefano, 2016).

Persistencia del trabajo asalariado


¿Pero es de verdad el «fin del trabajo asalariado»? Parecería que no es tanto
una realidad como el deseo de algunos. Sin duda, el trabajo parasubordinado
se está extendiendo, al igual que otras formas atípicas de empleo mal prote-
gidas. Es cierto que el trabajo autónomo avanza en Europa: en 2017, el 14 por
ciento de la población activa ocupada se desempeñaba principalmente como
independiente, incluido el sector agrícola (datos de Eurostat). En efecto, son
cada vez más los trabajadores afectados por el trabajo en plataformas, pero
la evolución dependerá de las medidas políticas que se adopten con respecto
a ese sector.
Ciertas propuestas tratan en efecto, si no de suprimir, por lo menos de
establecer reglas que permitan poner orden en el desarrollo anárquico de la
economía colaborativa y de las plataformas digitales (declaración de las ren-
tas del trabajo realizado en plataformas, fiscalidad, ordenamiento de la econo-
mía colaborativa, recalificación de los usuarios en trabajadores, remuneración
mínima, tiempo máximo de trabajo (Sachs, 2015; De Stefano, 2016), o bien de
extraer a estas organizaciones del sistema capitalista y mercantil para ponerlas
al servicio de las comunidades, ya se trate de cooperativas (como Coopaname
en París o la Plataforma cooperativista de Trebor Scholz (2016), que preten-
de que los ciudadanos se apropien colectivamente de las plataformas digitales
utilizadas a fin de que puedan beneficiarse íntegramente del valor económico
producido), o de municipalidades (por ejemplo, Regulación de Bolonia para
el cuidado y la regeneración de los comunes urbanos (Compain, 2019)). Así
pues, el futuro del trabajo dependerá en parte de las políticas que se apliquen
para acompañar, acelerar o frenar las evoluciones en curso.

Tres escenarios para el futuro del trabajo


Para poder figurarse el futuro del trabajo deben contemplarse distintos escena-
rios. De la literatura disponible parecen perfilarse tres posibilidades principa-
les, cuya capacidad para satisfacer las expectativas puestas en el trabajo vamos
a examinar a continuación. Un primer escenario consistiría en proseguir con
la política actual de «desmantelamiento del derecho del trabajo», que podría
acompañarse de una importante degradación de las condiciones de trabajo.
Pero el escenario más en boga es sin duda el de la «revolución tecnológica»,
de la que se espera, pese a las temidas pérdidas de empleo, que impulse el
crecimiento y transforme radicalmente las modalidades de empleo. Sin em-
bargo, no hay ninguna certeza de que ello vaya a ocurrir por las múltiples ra-
zones que se exponen. Un tercer escenario, el de la «reconversión ecológica»,
parece el más compatible con la necesidad de combatir la insostenibilidad de
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692 Revista Internacional del Trabajo

nuestro actual modelo de desarrollo y capaz de satisfacer las expectativas en


relación con el trabajo. A continuación se detallan las condiciones propicias
para el desarrollo de cada uno de ellos. Los tres escenarios se describen por
separado a efectos de la presentación, como si fuesen modelos tipo, pero evi-
dentemente no se excluyen entre sí.

Dos escenarios en auge: el desmantelamiento del derecho


del trabajo y la revolución tecnológica
Desde mediados de la década de 1980, la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económicos (OCDE) promueve políticas de desmantelamiento
de las normas que rigen las relaciones de trabajo so pretexto de que constitu-
yen un obstáculo para las empresas inmersas, a raíz de la mundialización, en
una carrera por la competitividad. Ya se trate de las normas que fijan salarios
mínimos o de las que regulan la contratación y la rescisión del contrato de tra-
bajo, la OCDE así como toda una corriente económica estándar han defendido
la idea de que solo la flexibilidad de los salarios y de las protecciones permiti-
ría a las sociedades occidentales adaptarse a las nuevas condiciones impuestas
por la competencia internacional. A principios de los años 2000, la doctrina
de la OCDE cambia: de afirmar que existe una estrecha correlación entre la
tasa de desempleo y la protección del empleo pasa a sostener que apenas hay
correlación entre esta última y la duración del desempleo de determinadas
categorías de trabajadores.

¿Hay que quemar el Código del Trabajo?


Pese al giro de doctrina de la OCDE, muchos economistas han seguido abo-
gando por la necesidad de aligerar la reglamentación del trabajo, en su opi-
nión, la única capaz de relanzar la creación de empleo. En el Reino Unido y
en Alemania, a finales de la década de 1990 y principios del 2000, y más tarde
en Italia y en España, se aplicaron en particular reformas del mercado de tra-
bajo destinadas a facilitar los despidos. En Francia, se estableció en 2005 un
contrato para el fomento del empleo (nouvelles embauches). Las encuestas
pudieron poner de manifiesto que esta medida había llevado al deterioro y
endurecimiento de las relaciones laborales, pues la amenaza del despido in-
cidía negativamente en las relaciones y causaba un desequilibrio a favor del
empleador (Gomel et al., 2007).
Existe el temor de que las reformas encaminadas a desreglamentar las
relaciones de trabajo tengan casi sistemáticamente consecuencias adversas
para las condiciones de trabajo y lleven a una espiral descendente en mate-
ria de derechos y prestaciones laborales, además de obtener resultados me-
diocres en materia de empleos, como muestra un estudio realizado por el
Departamento de Investigaciones de la OIT (2015); según este estudio, que
abarcaba 119 países, la desreglamentación del contrato de trabajo entraña-
ría sistemáticamente una disminución de la tasa de empleo y un aumento
de la tasa de desempleo.
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Tres escenarios para el futuro del trabajo 693

El escenario de la revolución tecnológica


El otro escenario por el que parecen optar una mayoría de economistas, em-
presarios y gobiernos es el de la revolución tecnológica. Cabe mencionar la
obra Secular stagnation: Facts, causes, and cures publicada en 2014 (Teulings
y Baldwin, 2014), que presenta las posiciones de algunos de los economistas
más influyentes del mundo; si bien es cierto que en ella se incluye un texto
de Robert Gordon (2014) en el que el autor reitera sus dudas sobre el posible
repunte del crecimiento a causa de «vientos en contra» (headwinds), como el
agotamiento de la innovación tecnológica, se profesa una convicción compar-
tida y firme en la capacidad de la revolución tecnológica para impulsar la pro-
ductividad y reactivar el crecimiento: «La economía puede estar afrontando
algunos vientos en contra, pero el viento favorable del progreso tecnológico
se asemeja más a un tornado» (Mokyr, 2014, pág. 88). Si todavía no vemos los
beneficios de ese «tornado», según muchos de los autores de esa publicación,
no es solo porque todavía no se hayan producido todas las innovaciones, sino
también y sobre todo porque nuestros instrumentos de medición no están
adaptados para captarlos.
La concreción de ese escenario podría tropezar con tres grandes dificul-
tades. En primer lugar, se basa en un fuerte determinismo tecnológico y pare-
ce soslayar la resistencia de los grupos sociales que se ven confrontados a las
consecuencias adversas de esas evoluciones, ya sea por las pérdidas de empleo
aparejadas, la competencia desleal ejercida o la deshumanización asociada a
la difusión a gran escala de los procesos automatizados.
En segundo lugar, parece basarse también en postulados dudosos. Recor-
demos que Ronald Coase (1937) señalaba que la elección entre una organiza-
ción de la producción basada en el contrato de trabajo o en la adquisición de
prestaciones en el mercado (contrato comercial) dependía del monto de los
costos de transacción. Los defensores de una visión automatizada y desma-
terializada de la producción sostienen, a semejanza de Jeremy Rifkin (2015),
que esos costos son ahora tan bajos que la organización de la producción por
medio de una estructura jerárquica y de un contrato de trabajo ya no se jus-
tifica, lo que permite prever el fin del empleo asalariado, y en última instan-
cia, de la propia empresa. Ahora bien, si eso es cierto con respecto a ciertos
componentes o procesos, ¿se puede afirmar que sea así para todos los bienes,
productos y servicios? ¿No podría ocurrir lo contrario, es decir, un aumento
exponencial de los costos de transacción de determinadas materias, prestacio-
nes u operaciones? Y más importante aún, ¿podemos imaginarnos una pro-
ducción que prescinda del proceso de coordinación, gracias a una gestión a
distancia organizada por un algoritmo? ¿Desaparecería en tal caso la figura
del empleador? En efecto, una parte importante de la producción mundial se
realiza a través de cadenas de valor extremadamente fragmentadas y gestio-
nadas por ordenador (OIT, 2015). Sin embargo, al final existe realmente una
entidad (por lo general una empresa) que ejerce la función de coordinación
–incluso si esta se delega a un algoritmo– y que capta el valor. Por el momen-
to, no parece que sea posible concebir una economía en la que toda la pro-
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694 Revista Internacional del Trabajo

ducción repose en el ensamblaje de prestaciones adquiridas en el mercado por


una plataforma sin coordinación alguna.
Esta visión automatizada y desmaterializada de la producción parece
oponerse totalmente al hecho de que el consumo mundial de materias nunca
ha sido tan elevado (Krausmann et al., 2009; OCDE, 2019). He aquí la terce-
ra falla de este escenario, probablemente la más determinante: se pasa total-
mente por alto el aumento de las cantidades y de los costos de las materias
primas y de la energía consumidas al que probablemente estaremos expuestos
en un futuro inmediato; y, de manera más general, se hace abstracción de la
reconversión ecológica que nuestras sociedades deberían acometer a la mayor
brevedad si nos tomamos en serio los estudios científicos que advierten de la
magnitud de la amenaza ecológica, en particular climática, y si nos proponemos
de verdad limitar el aumento de la temperatura del planeta a 2 °C (incluso a
1,5 °C) a finales de siglo, con arreglo a las decisiones aprobadas por la COP21
y por la COP24 (vigésimo primer y vigésimo cuarto periodos de sesiones de
la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas
sobre el Cambio Climático). En términos aún más generales: este escenario
ignora totalmente las sospechas legítimas que pesan hoy sobre el crecimien-
to y sus efectos. Si bien es cierto que gracias a él se han obtenido inmensos
beneficios y progresos hasta ahora desconocidos, lo que nadie pone en duda,
también ha causado, en particular en la segunda mitad del siglo xx, importan-
tes perjuicios, degradaciones y daños al patrimonio natural, la cohesión social
y el trabajo (Beck, 1992; Daly, 1973 y 1996; Méda, 2000 y 2013; Gadrey, 2010;
Heinberg, 2011; Malm, 2016).
Ahora entendemos que no solo es probable que no se recupere el creci-
miento, sino que sobre todo no sería deseable, en los países occidentales, según
las modalidades y al ritmo experimentados durante el periodo que Angus
Maddison (2001) denominó la «Edad de Oro», en el que las emisiones de gas
de efecto invernadero y las distintas formas de contaminación y degradación
se intensificaron hasta tal punto que se acuñó el término antropoceno para de-
signar esa época dominada por la capacidad humana para modificar las con-
diciones de vida en la tierra (Crutzen y Stoermer, 2000). Si consideramos que
la urgencia absoluta es asegurar la sostenibilidad, en primer lugar física, de
nuestras sociedades, tenemos que establecer, como primer objetivo, un cierto
número de normas ambientales y relativizar simultáneamente el uso exclusivo
que se hace del PIB para medir el progreso y el propio objetivo de crecimiento.

El escenario de la reconversión ecológica: una oportunidad


para restablecer el pleno empleo y cambiar el trabajo
El tercer escenario, la «reconversión ecológica» (Méda, 2013), consiste en to-
marse en serio los informes que se vienen publicando especialmente desde
la creación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Cli-
mático (IPPC); en ellos se destaca la necesidad apremiante de que nuestras
sociedades den un giro radical para poder garantizar «la permanencia de una
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Tres escenarios para el futuro del trabajo 695

vida auténticamente humana en la tierra», según la expresión del filósofo Hans


Jonas en su obra más relevante Le principe responsabilité (Jonas, 1991, pág. 30).
El informe especial del IPPC sobre los efectos de un calentamiento global de
1,5 °C, aprobado el 6 de octubre de 2018 (IPPC, 2019), es perfectamente claro
en ese punto: confirma que sobrepasar dicho umbral podría producir efectos
en cadena, no lineales e imprevisibles, que harían la vida en la tierra excesi-
vamente difícil para amplios sectores de la población. Si la humanidad fuese
razonable, no debería ni siquiera haber opción: se impondría la adopción de
este escenario. Pero es que además con este escenario se pueden cumplir las
inmensas expectativas puestas en el trabajo.
Ello supone que definamos a nivel internacional normas sociales y am-
bientales estrictas, que nos organicemos racionalmente y con rapidez para
adaptar nuestras sociedades a las nuevas limitaciones y que dejemos de orien-
tarnos por un indicador que compute exclusivamente en términos monetarios
el aumento de las cantidades producidas y el valor añadido por los humanos,
y nos orientemos por marcadores físicos, biológicos y sociales que midan si
la producción destinada a satisfacer las necesidades sociales respeta las nor-
mas sociales y ambientales compatibles con la reproducción de las socieda-
des (Cassiers, Maréchal y Méda, 2017). Uno de los grandes méritos de este
escenario es que permite resolver al mismo tiempo la cuestión ecológica y
la cuestión social, de la que el empleo es un componente fundamental. Por
«cuestión social» entendemos principalmente las desigualdades, en particular
en materia de ingresos y acceso al empleo, cuya agravación da lugar a veces
a revueltas como fue el caso en Francia a finales de 2018 con el movimiento
de los «chalecos amarillos». Conjugar la resolución de ambas cuestiones su-
pone que en lugar de proceder a transformaciones «ecológicas» sin tener en
cuenta las consecuencias sobre los segmentos más modestos de la población,
estas permiten, al contrario, mejorar la situación de todos y en particular de
los más desfavorecidos.

Emprender una transición justa


Según los estudios disponibles realizados a nivel internacional, europeo o na-
cional, la reconversión ecológica, que implica el cierre o la reducción de ciertos
sectores de actividad y el desarrollo de otros, debería arrojar un saldo positivo
en términos de empleo en 2020, 2030 y 2050 (ADEME, 2013; OIT, 2013 y 2018;
Quirion, 2013; Horbach, Rennings y Sommerfeld, 2015; Montt et al., 2018); en
efecto, las actividades económicas que habrá que desarrollar (aislamiento de
edificios, energías renovables, transportes colectivos) tienen un coeficiente de
empleo mucho más elevado que aquellas cuyo volumen habría que reducir.
La reconversión ecológica será, sin embargo, un proceso extremadamente de-
licado que deberá contar con poderosos mecanismos de seguridad a fin de evi-
tar que lo que se asemeja a una enorme reestructuración no se traduzca en la
exclusión del mercado de trabajo de una gran parte de los trabajadores em-
pleados en los sectores con mayores emisiones de gas de efecto invernadero.
La idea de «transición justa» defendida por los sindicatos (CSI, 2015) encierra
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696 Revista Internacional del Trabajo

la visión de que la reconversión ecológica debe aplicarse de manera civilizada


anticipando las evoluciones, compartiendo las pérdidas y las ganancias y desa-
rrollando una verdadera solidaridad entre todos los ciudadanos afectados de
suerte que los costos de la transición se repartan entre todos. La razón por la
que en Francia ha habido una reacción social muy fuerte con el movimiento
de los chalecos amarillos es precisamente porque el aumento del impuesto
sobre los carburantes, decidido en nombre del imperativo ecológico, se aplicó
sin acompañamiento social y sin tener en cuenta las repercusiones de tal de-
cisión en los segmentos más desfavorecidos de la población. En ese país, el ex
Ministro de la Transición Ecológica, Nicolas Hulot, declaró que se le habían
negado las sumas necesarias para tal acompañamiento por «restricciones pre-
supuestarias». Para conciliar la cuestión ecológica y la cuestión social hay que
tratar pues de que los costos de la transición ecológica, ya sea en términos de
empleo, impuestos o precios, no recaigan en los más desfavorecidos; muy al
contrario, la resolución de la cuestión ecológica debe permitir reducir las desi-
gualdades que se han incrementado en los últimos años, como reconoce ahora
el propio FMI (Ostry, Loungani y Furceri, 2016).

Romper con el productivismo


La reconversión ecológica puede verse no solo como una ocasión de restable-
cer una cierta forma de pleno empleo, sino también como una oportunidad
de superar la pérdida de sentido del trabajo. Aprovechar esa oportunidad im-
plica múltiples rupturas. En primer lugar, supone romper con la idea de que
la productividad es sistemáticamente el motor del progreso (Fourastié, 1979).
Gadrey (2010) defiende así la idea de que en muchos sectores, debido princi-
palmente a la tercerización de la economía, los aumentos de productividad tal
como se miden (mal) son contraproductivos y destruyen tanto el empleo como
el sentido del trabajo. Sostiene que la verdadera cuestión no es ya el reparto
de las ganancias de productividad sino su pertinencia: el verdadero progreso
ya no consistiría en obtener las mayores ganancias de productividad sino en la
realización de ganancias en calidad y sostenibilidad. Ahora bien, nuestros ac-
tuales sistemas de contabilidad –a nivel nacional o de empresa– no permiten
reflejar estas últimas ni tomar en consideración las pérdidas de patrimonios
fundamentales (natural o humano): es pues imperativo adoptar otros sistemas
de contabilidad (Méda, 2013; Gadrey, 2015; Richard, 2012). Además, privilegiar
las ganancias en calidad y sostenibilidad supone contar con organizaciones del
trabajo que consideren tanto los modos operativos de los trabajadores como
sus propias condiciones de trabajo.
Ciertas organizaciones del trabajo se asocian a un mayor bienestar labo-
ral: se trata de «organizaciones de elevada participación» con respecto a las
cuales Gallie y Zhou, basándose en la encuesta europea sobre las condiciones
de trabajo de Eurofound, señalan que se caracterizan por una mayor implica-
ción de los asalariados en las decisiones y una mayor autonomía en el trabajo
(Eurofound, 2013). La expansión de tal modelo, por ahora sobre todo vigente
en los países nórdicos (y en aquellos sectores con un elevado índice de sindi-
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Tres escenarios para el futuro del trabajo 697

cación), podría llevar a una modificación de nuestros modelos de producción


hacia un paradigma «del cuidado», sin duda también favorecido por la adop-
ción de formas de gobernanza de la empresa más democráticas en sintonía
con los estudios pioneros de Robert Dahl (1985). En Firms as political entities,
Isabelle Ferreras (2017) defiende también la tesis de que el «bicameralismo»
podría permitir responder a las expectativas de los trabajadores sin defraudar
la esencia de la empresa, que no es propiedad de los accionistas.
Como se explicita de manera figurativa en la encíclica papal Laudato si’
de 2015 sobre «el cuidado de la casa común», este paradigma del cuidado su-
pone también un cierto tipo de intervención del trabajador en el mundo que
consiste ya no en «extraer todo lo posible de las cosas por la imposición de la
mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma de lo que tiene
delante», sino en «recibir lo que la realidad natural de suyo permite, como ten-
diendo la mano» (Papa Francisco, 2015). Esta interacción respetuosa entre el
ser humano y la naturaleza solo puede darse si modificamos completamente
nuestra concepción de esa relación heredada de la Modernidad, y sustentada
en la explotación y conquista de una naturaleza considerada como un objeto,
y la reemplazamos por una ética de respeto y responsabilidad (Leopold, 1949;
White, 1967; Jonas, 1991).
El paradigma alternativo que debería adoptarse universalmente en esta
perspectiva –el paradigma del cuidado– es particularmente congruente con el
objetivo del trabajo decente perseguido por la OIT; supone en efecto que en
adelante el proceso de producción debería tener en cuenta obligatoriamente
el cuidado del patrimonio natural, de la cohesión social y del trabajo humano
con arreglo a unas reglas (normas sociales y ambientales), que la OIT y una
organización mundial del medio ambiente (que habría que crear) estarían en-
cargadas de establecer y hacer respetar.

Conclusión
En este artículo se presenta en primer lugar la noción de trabajo desde una
perspectiva histórica, tomando en consideración las aportaciones sucesivas rea-
lizadas a lo largo de los siglos. A continuación, se analizan la pluralidad de
acepciones del concepto de trabajo y la relación que se mantiene con él, y se
presentan las expectativas que albergan los ciudadanos europeos en relación
con el trabajo. El artículo se centra después en el discurso actualmente en
boga que defiende la idea de que la revolución tecnológica en curso condu-
cirá ineluctablemente a transformaciones radicales, poniendo especialmente
el acento en el determinismo tecnológico subyacente a esta visión y cuestio-
nando las políticas que implica.
La última parte del documento se consagra especialmente a describir tres
escenarios en liza para representar una visión del futuro del trabajo a medio
plazo. El más en boga, el de la revolución tecnológica, prevé importantes pér-
didas de empleo y un cambio determinante de la naturaleza del trabajo y su-
giere importantes medidas para que la sociedad asalariada pueda adaptarse.
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698 Revista Internacional del Trabajo

Este escenario es totalmente compatible con otro igual de controvertido, el de


la minimización del Estado providencia y reducción de las protecciones hasta
ahora acordadas al trabajo, que parecen hoy estar en contradicción con el im-
perativo de la competitividad. Ninguno de los dos escenarios puede satisfacer
las inmensas expectativas que se depositan actualmente en el trabajo. Ambos
hacen abstracción del considerable reto ecológico al que se enfrentan todas
las sociedades. Lejos de ceder al determinismo tecnológico, podemos lograr,
en determinadas condiciones, que esa amenaza se transforme en oportunidad
y aprovechar la reconversión ecológica para restablecer el objetivo de pleno
empleo y desintensificar el trabajo. Un programa de estas características debe
volver a dar plena actualidad a la Declaración de Filadelfia o a la Carta de la
Habana10, es decir, la ambición de no separar la eficacia económica de la jus-
ticia social.
El acento puesto en la urgencia ecológica podría, más que con los otros
dos escenarios, acompañarse de una relocalización de actividades y de una
desintensificación del trabajo, pero ese vínculo tampoco es automático. La pre-
ocupación por conservar el patrimonio natural no siempre va asociada a un
interés por cuidar el «patrimonio social» y en particular la calidad del traba-
jo. En cualquier caso, ya se trate de las evoluciones tecnológicas o de la con-
sideración seria de la cuestión ecológica, el impacto sobre el trabajo humano
debe constituir una prioridad y el trabajo decente un objetivo en sí que ha de
garantizarse en cualquiera de las configuraciones.

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