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Historia de La Decadencia y Caída Del Imperio y Una Paja Suave
Historia de La Decadencia y Caída Del Imperio y Una Paja Suave
romano
La Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (en inglés original, The History of
the Decline and Fall of the Roman Empire, conocida popularmente como el Decline and Fall)
es una obra histórica escrita entre 1776 y 1789 por el historiador británico Edward
Gibbon (1737-1794).
En la obra, Gibbon analiza la historia del Imperio Romano en el período comprendido entre
su apogeo en el siglo II y el colapso del Imperio Romano de Occidente en 476, y desde el
siglo V hasta la disolución definitiva del Imperio de Oriente con la caída de Constantinopla en
1453. Consta de seis volúmenes publicados por primera vez en cuartos entre 1776 y 1789, el
Libro I fue publicado en 1776, los Libros II y III en 1781, y los libros IV, V, y VI en 1788 y 1789.
El Decline and Fall está considerado como una de los mayores logros literarios del siglo XVIII, y
como uno de los libros de historia más influyentes de todos los tiempos.1 Aunque sus tesis
quedan al margen de la historiografía actual, el Decline and Fall es todavía usado para
recabar referencias históricas del período en cuestión, y gran parte del debate concerniente a
la caída del Imperio Romano sigue centrado en el marco teórico surgido a raíz de los
trabajos de Gibbon. El Decline and Fall está considerada como una crítica argumentada y
juiciosa sobre la fragilidad de la condición humana, y es una obra clave para entender tanto
la literatura inglesa del siglo XVIII como los debates intelectuales de la Ilustración.2
La Historia de la decadencia y caída del Imperio romano narra la historia
del Imperio romano en el período comprendido entre la muerte del
emperador Marco Aurelio y la caída de Constantinopla (entre los años 180 y
1453), y concluye con una retrospectiva de la ciudad de Roma en 1590. Aparte de
describir los hechos históricos que acontecieron durante esos más de mil años, el
libro aborda las causas que condujeron a la disolución del Imperio romano tanto
en Occidente como en Oriente, ofreciendo una de las primeras teorías explicativas
de por qué cayó el Imperio romano. Según Gibbon, el Imperio Romano sucumbió
a las invasiones bárbaras en buena medida debido a la continuada pérdida de
virtudes cívicas de sus ciudadanos.
La obra destaca por su detallado y pionero empleo de las fuentes históricas y por
su precisión,3 lo hace que Gibbon sea considerado como el primer historiador
moderno de la Antigua Roma.4 Su enfoque objetivo y el preciso y exigente empleo
de las fuentes históricas hicieron que Gibbon fuera tomado como modelo
metodológico por los historiadores de los siglos XIX y XX.3
La obra está escrita con un característico estilo dieciochesco, preciso, elegante y
formal, muy propio de una época dominada por el crítico, poeta y
lexicógrafo Samuel Johnson; efectivamente, James Boswell señaló, ya en 1789, la
profunda influencia del estilo del Dr. Samuel Johnson en la redacción de
la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano.5 Su refinado estilo
literario convirtieron a Gibbon en un ejemplo a imitar, y la influencia de la obra se
extiende más allá de la historiografía hacia la literature. Por ejemplo Winston
Churchill afirmó: «Empecé el Decline and Fall (y) fui inmediatamente dominado
tanto por la historia como por el estilo. Devoré a Gibbon. Lo seguí triunfalmente de
principio a fin».6 Más tarde, en sus propios escritos tendería a imitar el estilo de su
prosa.7
En su autobiografía, Memorias de mi vida y escritos, Gibbon relata cómo la
redacción de dicha obra prácticamente se convirtió en su vida; Gibbon comparó la
publicación de su Decline and Fall a dar a luz a un niño.8 Su proceso de redacción
fue muy laborioso, al requerir la revisión de un sinnúmero de materiales
frecuentemente muy oscuros o de difícil interpretación. Gibbon trabajaba así: «doy
forma a un párrafo entero de la nada, repetirlo en voz alta, memorizarlo, pero
suspender la acción de la pluma hasta que hubiera dado a la obra sus últimos
toques». El propio Gibbon señaló una cierta diferencia de estilo entre los distintos
volúmenes que componían su obra: el primero era, en su opinión, «un poco tosco
y elaborado", el segundo y el tercero «maduraron en naturalidad y precisión»,
mientras que en los tres últimos, compuestos en su mayor parte en Lausana,
temía que «el uso constante de hablar en una lengua y escribir en otra infundiera
una cierta mezcla de modismos galos».8
Historia editorial[editar]
Gibbon escribió la obra en dos fases entre 1772 y 1789. Durante la primera fase,
entre 1772 y 1776, Gibbon compuso el Libro I y recopiló material para los Libros II
y III, que publicó en 1781. Estos tres libros abordan la historia del Bajo Imperio
Romano desde el reinado de Marco Aurelio en 180 hasta la caída de Roma en el
476 y la muerte de Julio Nepote en 480.
El primer volumen de la obra tuvo un enorme éxito de crítica y público. Alabado
públicamente por David Hume9 y Adam Smith, durante el año de 1777 la obra tuvo
tres ediciones más, y continuó reimprimiéndose anualmente durante muchos años.
Su éxito estuvo ayudado tanto por el magistral estilo de Gibbon, como por su
erudición y precisión, pero sobre todo por el escándalo que causaron algunas de
las tesis de la obra. En los capítulos XV y XVI del Libro I, Gibbon abordó la historia
del cristianismo temprano, en la que rechazó muchos de los mitos y
exageraciones de los apologistas cristianos, y atribuyó al cristianismo parte de la
responsabilidad de la decadencia cívica romana.
En la segunda fase de la obra, redactada entre 1783 y 1789, Gibbon escribió los
Libros IV, V y VI, en los que aborda la historia del Imperio romano de
Oriente hasta la caída de Constantinopla en 1453. Para entonces, con un prestigio
cimentado, la Historia de la decadencia y caída del Imperio romano tenía el éxito
garantizado. Esta parte, alineada con la percepción negativa que
la Ilustración tenían hacia el Imperio Bizantino y la Edad Media, causó menos
polémica, aunque ha sido objeto de numerosas críticas por la historiografía
posterior.10
Desde el momento de su publicación, el Decline and Fall de Gibbon se convirtió en
un clásico historiográfico y literario. A lo largo del siglo XIX conoció numerosas
ediciones, y su estatus de clásico literario estaba tan cimentado que en Nuestro
común amigo (1864-1865) Charles Dickens hace que uno de sus personajes
contrate a otro a fin de educarse con la lectura del Decline and Fall, que emplea
como paradigma de obra erudita y de alta cultura.11
La obra fue completa o parcialmente traducida rápidamente a otros idiomas. Luis
XVI empezó a traducir el primer libro de la obra en 1776, pero desistió al llegar al
polémico capítulo XV.12La traducción al francés de los primeros tres libros, a cargo
del secretario personal de Luis XVI, Nicolas-Marie Leclerc de Sept-Chênes (1751-
1788), apareció finalmente en 1777,13 y fue la base de la primera traducción al
italiano de la obra, publicada en 1779.12 Gibbon no aprobaba esta traducción, poco
fiel al original y abiertamente hostil a muchas de las tesis de Gibbon, quejándose
de que "daña el carácter del autor mientras propaga su nombre."12 La traducción
francesa de los siguientes tres libros fue acometida por Desmuniers y Cantwell,
pero la empresa se vio ralentizada por el estallido de la Revolución Francesa, y el
producto final, lleno de omisiones, fue de escaso valor.14 Finalmente, fue François
Guizot quien en 1812 publicó la primera traducción fiel y completa del Decline and
Fall, con anotaciones y comentarios adicionales.14 Por su parte, el historiador
alemán Friedrich August Wilhelm Wenck publicó la primera traducción alemana
del Decline and Fall en 1779 (Geschichte Des Verfalls Und Untergangs Des
Römischen Reichs),15 con numerosas anotaciones que han servido de base para
posteriores ediciones críticas de la obra. Aunque Gibbon nunca leyó esta
traducción, sí que afirmó de ella "ojalá estuviera en mi mano leer [la traducción
alemana], que es alabada por los mejores jueces."12 Una nueva edición italiana,
publicada en 1830, estuvo basada en una edición abreviada de la primera parte de
la obra preparada por William Smith.14 Varios capítulos de la obra fueron
traducidos y publicados de manera independiente a numerosos idiomas, entre
ellos el famoso capítulo XLIV sobre el derecho romano. La primera y hasta el
momento única traducción íntegra al castellano de la obra fue publicada en 1842
por José Mor de Fuentes; aunque no distorsiona el contenido, Mor de Fuentes
empleó un lenguaje arcaizante poco fiel al de Gibbon. La primera edición crítica en
inglés, preparada por el historiador eclesiástico Henry Hart Milman, apareció en
1838.16 Entre 1898 y 1925 John Bury preparó una versión anotada completa de la
obra,17 que ha servido de base otras ediciones modernas como la editada
por Hugh Trevor-Roper en 1993–1994.18
Temas[editar]
La obra señala un paralelismo implícito entre dos imperios en declive, el Imperio
romano y el propio Imperio Británico, que en la época de publicación del libro se
hallaba inmerso en plena Guerra de Independencia de los Estados Unidos, y que
en su historia reciente había sufrido sonadas derrotas (Guerra del Asiento,
pérdidas territoriales europeas en la Guerra de los Siete Años,...). Estas derrotas,
junto con una percepción muy negativa de la Administración británica de la época
(corruptelas, sinecuras, crisis de liderazgo en el Parlamento Británico, la crisis de
1772,...) habían acabado por convencer a la opinión pública británica de la
decadencia de su propio imperio.19 Gibbon examinó la disolución del Imperio
Romano desde un marco teórico muy próximo al debate público británico de esa
época, centrado en criticar los vicios, la tiranía y la corrupción del gobierno
británico.20 De hecho, los temas de la virtud —que según Gibbon la sociedad
romana perdió tras los Antoninos, a consecuencia en parte del cristianismo—,
la libertad —perdida con la instauración del régimen imperial de la mano de "el
taimado Octaviano"— y la corrupción —surgida por la pérdida de las anteriores
—, que constituyen el núcleo temático central de la Historia de la decadencia y
caída del Imperio romano, son auténticos legados de la antigua Roma que
el Renacimiento y sobre todo la Ilustración vinieron a recuperar y reformular, y
eran muy frecuentes no ya en los círculos intelectuales ilustrados de
la Inglaterra de la época a los que Gibbon pertenecía, sino que estaban en boca
de buena parte del público. Ello, entre otros aspectos, sitúa a la obra en
plena Ilustración, dentro de la cual, por otro lado, vendría a ser una de las obras
más representativas. En efecto, La Historia destacará por abordar y juzgar la
historia romana empleando los ideales ilustrados (agnosticismo, escepticismo,
racionalismo,...), planteando un enfoque histórico-filosófico inédito hasta entonces.
Características de la obra[editar]
Edward Gibbon. Decline and Fall of the Roman Empire, Chapter LIII: Fate Of The Eastern Empire.—Part
IV.
—Edward Gibbon. The Decline and Fall of the Roman Empire, Capítulo XXVI, 112-114 "Progreso de los Hunos -
Primera Parte"
Pese a sus prejuicios, Gibbon intenta ofrecer una visión equilibrada de la historia
de Roma, tratando con cautela las diferentes fuentes históricas, que a menudo
critica por falta de rigor.38 Favorece siempre que puede fuentes primarias como
documentos, edictos o registros históricos, y prefiere recurrir cuando es posible a
autores que fueron testigos o vivieron el período que relatan.38 Tiende a preferir las
obras de historiadores o escritores moderados como Amiano
Marcelino u Orígenes frente a las afirmaciones oblicuas y a menudo exageradas
que se encuentran en las obras de apologistas o panegiristas como Teodoreto de
Ciro, Sozomeno, Sócrates de Constantinopla o Eusebio de Cesarea.39 Es siempre
abiertamente consciente de las limitaciones de sus fuentes,40 sobre todo cuando
se ve obligado a recurrir a obras de cuestionable veracidad como la Historia
Augusta, a los escritos de partes interesadas en los hechos, como las obras del
emperador Juliano, del pagano Zósimo, o del apologista Eusebio de Cesarea, o a
obras escritas muchos siglos después de los hechos, como las de Constantino
Porfirogéneta, la Suda, o las crónicas de Teófanes. Trata de contrastar sus
fuentes en todo momento, señalando contradicciones o hechos improbables. Por
ejemplo, al discutir la invasión goda de Crimea en el siglo IV, afirma:
Tal vez deba disculparme por haber utilizado, sin escrúpulos, la autoridad de Constantino Porfirogéneta
en todo lo relativo a las guerras y negociaciones de los quersonitas. Soy consciente de que se trata de
un griego del siglo X y de que sus relatos de la historia antigua son a menudo confusos y fabulosos.
Pero en esta ocasión su narración es, en su mayor parte, coherente y probable, y no hay mucha
dificultad en concebir que un emperador pudiera tener acceso a archivos secretos, que habían
escapado a la diligencia de los historiadores más mezquinos.
Edward Gibbon, Decline and Fall of the Roman Empire, Chapter XVIII: Character Of Constantine And
His Sons.
Gibbon trató de extender el rigor con el que abordó la caída del Imperio de
Occidente y sus fuentes a la historia del Imperio Bizantino. Por ejemplo, persiste
constantemente en su insistencia en contrastar fuentes y en valorarlas.40 Sin
embargo, en la segunda parte de su obra Gibbon ve sometido a considerables
limitaciones. Por un lado, no manejaba con igual comodidad las fuentes griegas y
bizantinas, y no tuvo acceso directo a muchas de ellas, dependiendo de
traducciones o resúmenes.21 Los estudios bizantinos de su época estaban muy
poco avanzados, y Gibbon no tenía acceso a una genealogía de las distintas
fuentes de las que dependían grandes crónicas bizantinas como las de Teófanes y
Jorge Sincelo, Constantino Porfirogéneta, o Juan Cantacuceno.42 Así, mientras
que al estudiar el Bajo Imperio Gibbon podía recurrir a una extensa literatura
secundaria dedicada a investigar a fondo en el origen de muchas de las
afirmaciones de cronistas posteriores (por ejemplo, las obra de Tillemont), al
abordar la historia de Bizancio se ve a menudo obligado a aceptar la narrativa de
cronistas e historiadores bizantinos, típicamente centrada en intrigas cortesanas o
en disputas teológicas.42 Más aún, con frecuencia Gibbon depende de estudios
secundarios recientes, sobre todo en lo concerniente a la historia de los pueblos
vecinos al propio Imperio Bizantino. Su biografía de Mahoma y muchos de los
datos concernientes a la Arabia pre-islámica, por ejemplo, está tomada casi
íntegramente de la obra del orientalista Edward Pococke (1604-1691).43 Los
prejuicios que Gibbon muestra contra los pueblos árabes están netamente
basados en las opiniones de sus contemporáneos, y no en ningún hecho histórico
concreto.44 Sus estudios de la historia de Persia están por su parte basados o en
crónicas romanas, o en estudios de orientalistas de su época, y en general trata
al Imperio Persa con un respeto que no extiende al Imperio Turco.45 Igualmente,
es muy limitado su manejo de fuentes eslavas, armenias y búlgaras, y ofrece una
imagen muy imprecisa de estos pueblos; al abordar las Cruzadas, depende casi
por entero de las obras de cronistas occidentales como Guillermo de Tiro, y
desprecia las de bizantinos contemporáneos como Ana Comneno, que le parecía
pretenciosa, interesada y arcaizante.46 En general, aunque Gibbon hizo todo lo
que pudo para recopilar fuentes primarias, a menudo se ve limitado por su falta de
acceso y de conocimiento de lenguas orientales y eslavas.47
Pese a estas limitaciones, el historiador John Bury, quien 113 años después
escribiría su History of the Later Roman Empire, hizo uso de las investigaciones de
Gibbon como punto de partida para su obra, señalando la increíble profundidad y
exactitud de Gibbon. Es algo destacable, de hecho, que la obra de Gibbon sea
muy habitualmente el punto de partida de las investigaciones históricas del
período que tratan: al contrario de muchos historiadores contemporáneos suyos
(entre los que destacan David Hume, Montesquieu, incluso Oliver
Goldsmith escribió una Historia de Roma,...), Gibbon no quiso contentarse con
emplear fuentes secundarias en su obra, y trató en todo momento de recurrir a
fuentes primarias, haciendo un uso tan exacto de ellas que muchos historiadores
modernos aún citan su obra como la referencia fundamental en lo concerniente al
Imperio romano de Occidente. «Siempre he tratado», escribió Gibbon, «de beber
de la cabecera del río; mi curiosidad, al igual que mi sentido del deber, siempre
me ha urgido a estudiar los originales; y si alguna vez estos han eludido mi
búsqueda, he señalado con cuidado esas evidencias secundarias de las que
algún pasaje o hecho estaban forzados a depender».48
Tesis de Gibbon[editar]
Causas de la caída de Roma[editar]
Según Gibbon, el Imperio romano sucumbió a las invasiones bárbaras
principalmente debido a la pérdida de las virtudes cívicas tradicionales romanas49
por parte de sus ciudadanos. Los romanos se habrían vuelto débiles, delegando la
tarea de defender el Imperio en mercenarios bárbaros que se hicieron tan
numerosos y arraigados en el Imperio y sus estructuras que fueron capaces de
tomarlo al fin. Según Gibbon, tras la caída de la República los romanos habían
progresivamente perdido el deseo de vivir una vida militar, más dura y "viril", al
modo de sus antepasados. Ello habría llevado al abandono progresivo de sus
libertades a favor de la tiranía de los Césares, y habría conducido a la
degeneración del ejército romano y de la guardia pretoriana. De hecho, Gibbon ve
como primer catalizador de la decadencia del imperio a la propia Guardia
Pretoriana, que, instituida como una clase especial y privilegiada de soldados
acampada en la propia Roma, no cesó de interferir en la administración del poder.
Ofrece continuos ejemplos de la injerencia de esta guardia, que él llamó "las
huestes pretorianas", cuya "furia licenciosa fue el primer síntoma y causa primera
de la decadencia del Imperio romano", poniendo de manifiesto los calamitosos
resultados de dicha injerencia que, al incluir varios asesinatos de emperadores y
demandas continuas de mejores soldadas que el erario no podía sobrellevar,
habrían desestabilizado al Imperio durante el siglo III.
Al abundar en las causas de la decadencia cívica, Gibbon encuentra un culpable
en el cristianismo, que según él predicaba un modo de vida incompatible con el
sostenimiento del Imperio. Argumenta que con el auge del cristianismo surgió la
creencia en una existencia mejor tras la muerte, lo que fomentó una mayor
indiferencia sobre el presente entre los ciudadanos romanos, haciendo que
desapareciera su deseo de sacrificarse por el Imperio. El pacifismo cristiano
habría acabado con el espíritu marcial que había dominado la sociedad romana, y
la intolerancia de los cristianos para consigo mismos y para con los demás habría
sido una fuente continua de inestabilidad. Gibbon, como muchos otros
intelectuales ilustrados, veía la Edad Media como una edad oscura llena de
superstición conducida por el clero, y creía que no había sido hasta la Edad de la
Razón cuando la Humanidad pudo recobrar el progreso comenzado en la Edad
Antigua. Curiosamente, al plantear el supuesto pacifismo cristiano y su desinterés
por la vida terrena, Gibbon y sus coetáneos se estaban haciendo eco de los textos
de la apologética cristiana de los siglos III-V d. C., en la que tales puntos de vista
son muy frecuentemente justificados y ensalzados: es común hallar apólogos
cristianos de la época en los que se compara el belicismo y la violencia de los
romanos paganos con el pacifismo y la virtud de los cristianos mártires.
Tesis y críticas[editar]
Gibbon plantea principalmente una teoría decadentista, en el sentido de que ve
como causas primeras de la caída del Imperio a problemas endógenos (la
decadencia cívica de Roma). Sin embargo, su explicación es también decaísta, en
el sentido de que ve como causa final de la caída de Roma a problemas exógenos
(las invasiones bárbaras).
Según Gibbon, la decadencia de Roma emerge de la propia sociedad romana,
incapaz de mantener las virtudes públicas que habían propiciado el auge romano
durante la República. Gibbon describe una sociedad con un marcado desinterés
por los asuntos públicos, algo que él achaca en primera instancia a la propia
constitución del régimen imperial, que limitó la libertad de acción política y que
disuadía cualquier intento de oponerse a los intereses del emperador.
La historia de su ruina es simple y obvia; y, en lugar de preguntarnos por qué fue destruido el Imperio Romano,
deberíamos más bien sorprendernos de que hubiera subsistido tanto tiempo. Las legiones victoriosas, que en
guerras lejanas adquirieron vicios de extranjeros y mercenarios, oprimieron primero la libertad de la república, y
después violaron la majestad de la púrpura. Los emperadores, más preocupados por su seguridad personal y por
mantener la paz pública, se vieron forzados al vil recurso de corromper la disciplina que los hacía formidables
tanto para su soberano como para el enemigo. El vigor del gobierno militar fue relajado y finalmente disuelto por
las instituciones parciales de Constantino, y el mundo romano se vio abrumado por un diluvio de bárbaros.
—Edward Gibbon. The Decline and Fall of the Roman Empire, Capítulo 38 "Observaciones generales sobre la
caída del Imperio Romano en Occidente"
(Capítulo XV)
(Capítulo XVI)
Críticas[editar]
El cristianismo como causa de la caída y de la inestabilidad[editar]
En palabras del propio Gibbon:
En tanto en cuanto la felicidad en una vida futura es el gran objetivo de esta religión, podemos aceptar
sin sorpresa ni escándalo que la introducción —o al menos el abuso— del Cristianismo tuvo una cierta
influencia en la decadencia y caída del Imperio romano. El clero predicó con éxito doctrinas que
ensalzaban la paciencia y la pusilanimidad; las antiguas virtudes activas [virtudes republicanas de los
romanos] de la sociedad fueron desalentadas; los últimos restos del espíritu militar fueron enterrados en
los claustros: una gran proporción de los caudales públicos y privados se consagraron a las engañosas
demandas de caridad y devoción; y la soldada de los ejércitos era malgastada en una inútil multitud de
ambos sexos [frailes y monjas, esta opinión sobre ellos era habitual en el público inglés del
s. XVIII] capaz sólo de alabar los méritos de la abstinencia y la castidad. La fe, el celo, la curiosidad, y
pasiones más terrenales como la malicia y la ambición, encendieron la llama de la discordia teológica.
La Iglesia —e incluso el estado— fueron distraídas por facciones religiosas cuyos conflictos eran
muchas veces sangrientos, y siempre implacables; la atención de los emperadores fue desviada de los
campos de batalla a los sínodos. El mundo romano comenzó, pues, a ser oprimido por una nueva
especie de tiranía, y las sectas perseguidas se convirtieron en enemigos secretos del estado.
Y sin embargo, un espíritu partidista, no importa cuán absurdo o pernicioso, puede ser tanto un principio
de unión como de desunión. Los obispos, desde ochocientos púlpitos, inculcaban al pueblo los deberes
de la obediencia pasiva buscada por el legítimo y ortodoxo emperador; sus frecuentes asambleas y su
perpetua correspondencia los mantenían en comunión con las más distantes iglesias; y el
temperamento benevolente de los Evangelios fue endurecido, aunque confirmado, por la alianza
espiritual de los católicos. La sagrada indolencia de los monjes era con frecuencia abrazada en unos
tiempos a la vez serviles y afeminados; pero si la superstición no había supuesto el fin de los principios
de la República, estos mismos vicios [la servilidad y el afeminamiento] habrían llevado a los indignos
romanos a desertar de ellos. Los preceptos religiosos son fácilmente obedecidos por aquellos cuyas
inclinaciones naturales les llevan a la indulgencia y la santidad; pero la pura y genuina influencia del
Cristianismo puede hallarse, si bien de forma imperfecta, en los efectos que el proselitismo cristiano tuvo
sobre los bárbaros del norte. Si la decadencia del Imperio romano se había acelerado con la conversión
de Constantino, al menos su religión victoriosa redujo en algo el estrépito de la caída, y rebajó el feroz
temperamento de los conquistadores.
Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, Capítulo XXXVIII: Reinado de
Clovis - Parte VI, 511.
Historiadores como David S. Potter y Fergus Millar han negado que la caída del
imperio se produjera a consecuencia de una especie de letargia producida por la
adopción del cristianismo como religión oficial. Según ellos, ese punto de vista es
«vago» y carece de gran evidencia que lo sustente. Otros, como J.B. Bury, quien
escribió una historia del Bajo Imperio romano (History of the Later Roman Empire,
from the Death of Theodosius I to the Death of Justinian; Londres, 1923),
afirmaron que no existe evidencia alguna, más allá de los escritos de unos cuantos
moralistas de la época, con respecto a la apatía de la que habla Gibbon.
La teoría de Gibbon no es la más popular en los tiempos modernos: en la
actualidad, se tiende más a analizar los factores económicos y militares que
influyeron en la decadencia y caída, si bien es relativamente habitual mencionar al
cristianismo como una causa subyacente, sobre todo por la inmensa corrupción
política que supuso.60 Historiadores como Henri-Irénée Marrou en su Décadence
romaine ou Antiquité Tardive? (¿Decadencia romana o Antigüedad Tardía?)
niegan incluso las tesis decadentistas, al señalar que el así llamado fin del Imperio
romano fue una época de renacimiento en los campos espiritual, político y
artístico, notablemente con la aparición del arte prerrománico y del primer arte
bizantino. Para Pierre Grimal, «La civilización romana no está muerta, sino que da
a luz a algo distinto de sí misma, asegurando su supervivencia».
El Imperio bizantino[editar]
Gibbon es con frecuencia acusado10 de despreciar el Imperio Bizantino en la
segunda parte del Decline and Fall. Según Gibbon, la historia del Imperio
Bizantino fue «un relato tedioso y uniforme de debilidad y miseria. En el trono, en
el campo, en las escuelas, buscamos, quizá con infructuosa diligencia, los
nombres y personajes que merecen ser rescatados del olvido.»61 Estos prejuicios
estaban informados por dos aspectos cruciales que influenciaron la composición
del Decline and Fall: la Ilustración, y el acceso que Gibbon tuvo a fuentes
historiográficas concernientes al Imperio de Oriente.62
El clima intelectual del siglo XVIII distaba mucho de ser favorable al Imperio
Bizantino, que Gibbon a menudo retrata como el Imperio de los griegos más que
una continuación del Imperio Romano. Para las clases educadas de la Europa de
la Ilustración, el estado más admirable de la antigüedad clásica era la República
Romana, en la que escritores como Cicerón, Catón o Virgilio enfatizaban valores
propios de la ilustración como la autonomía personal, la libertad y la defensa de
los ideales propios.63 Siguiendo las opiniones de los propios romanos (en
particular, la de Virgilio en su cuarta bucólica),64 para Gibbon y muchos ilustrados
los griegos eran objeto de admiración pero, a la vez, de desconfianza. Estos
recelos contra los griegos clásicos se convertían en abierto desprecio hacia
Bizancio, que era percibido a la vez como una prolongación del «afeminamiento y
molicie» del Bajo Imperio, y como la máxima expresión del oscurantismo clerical,
el triunfo de la superstición y de la intolerancia cristianas. Estas opiniones no eran
exclusivas de Gibbon. En su tratado de 1734 sobre la caída de
Roma, Montesquieu afirmó por ejemplo que «la historia del Imperio griego no es
más que un tejido de rebeliones, sediciones y traiciones.»65 Voltaire, expresando
opiniones aún más duras, consideraba que «existe una historia aún más ridícula
que la historia de Roma después de la época de Tácito: la historia de Bizancio.
Esta colección sin valor no contiene más que declamaciones y milagros. Es una
vergüenza para la humanidad.»66
En un clima intelectual tan abiertamente hostil a Bizancio, Gibbon despliega su
método histórico de una forma a menudo tendenciosa.62 Le encanta describir las
discusiones teológicas de la Iglesia griega, que a menudo retrata con sarcasmo y
con una abierta hostilidad hacia las órdenes monásticas. Pero su tratamiento de
estas disputas teológicas dista mucho de ser imparcial. Por ejemplo, al relatar
las disputas iconoclastas, solo recoge los argumentos a favor de las imágenes
ofrecidos por Juan Damasceno y Teodoro Estudita, pero no hace ningún ademán
de buscar o recoger los argumentos de los propios iconoclastas, pese a que
podría haber tenido acceso a las obras del patriarca Nicéforo de Constantinopla, ni
de contextualizar el por qué de la disputa, que presenta como un ejercicio de
locura colectiva.67 Igualmente, al discutir el hesicasmo, sólo recoge el punto de
vista hostil de Nicéforo Gregoras, que resulta ser favorable a las opiniones anti-
monacales del propio Gibbon;68 en su fobia anti-monástica,52 Gibbon afirmaba que
«los monjes sólo pueden excitar el desprecio y la lástima de los filósofos.»25 Su
opinión de que el Imperio Bizantino vivía sumido en el despotismo de sus
emperadores y el oscurantismo de la Iglesia estaba sobre todo informado por este
tipo de disputas teológicas y por obras de cuestionable generalidad, como el
tratado de Constantino Porfirogéneta sobre las ceremonias de la corte bizantina.
Gibbon percibía estas interminables ceremonias como ejercicios de servilidad y
sumisión despótica.31 Frente a este tipo de prejuicios, Gibbon nunca intentó
recabar información sobre las costumbres legales del Imperio, la administración, la
aristocracia y el ejército, o el funcionamiento del estado bizantino, que de hecho
actuaban como contrapeso a los deseos de la Iglesia y del Emperador. El
historiador Steven Runciman llegó a comentar que «la autocracia arrogante con
súbditos serviles que Gibbon atribuye a Bizancio nunca existió.»62
Estas limitaciones estaban en buena parte causadas por la carencia de fuentes
históricas primarias concernientes al Imperio Bizantino en la época de Gibbon. El
principal tratado historiográfico sobre el Imperio Bizantino que Gibbon tenía a su
alcance era el Corpus Byzantinae Historiae (1645-1711),69 que recogía materiales
primarios en griego junto a traducciones de los mismos al latín, a menudo muy
inexactas o abreviadas. Con escasos conocimientos de griego,12 Gibbon a
menudo dependía de estas traducciones o de las anotaciones a
este corpus realizadas por Charles du Fresne du Cange y Philippe Labbé.70 En sí
mismo, este Corpus sólo recogía crónicas y tratados disponibles en Europa
occidental desde el Renacimiento, y ofrecía de este modo una visión muy parcial
de la historia de Bizancio, centrada en los asuntos de la ciudad de Constantinopla
y de la corte bizantina que habían sido de interés a cronistas cortesanos
como León el Diácono, Anna Comnena, Nicetas Choniates, Jorge Paquimeres,
etc, ofreciendo tratamientos centrados en los grandes asuntos de estado y de la
corte imperial, pero muy superficiales en lo que respecta a los asuntos del resto
del Imperio, que Gibbon a menudo ignora por completo. Gibbon completó este
enfoque con compilaciones de historia eclesiástica como la Conciliorum Collectio
Regia (1644),71 los anales eclesiásticos de César Baronio, y sobre todo
la Institutionum historiae ecclesiasticae de Johann Lorenz von Mosheim,72 que cita
con frecuencia. Las limitaciones de estas fuentes se debían a menudo a los pocos
estudios historiográficos del período medieval: en el siglo XVIII, muchas obras
claves de la historiografía bizantina eran desconocidas, como las crónicas
de Miguel Psellos (publicadas por primera vez en 1874)73 o
el Strategicon de Cecaumeno (descubierto en 1881).74 Igualmente, Gibbon no
tenía acceso a fuentes primarias eslavas, armenias, árabes, ni turcas, y dependía
enteramente de obras de escaso valor o plagadas de errores, como la Histoire de
la Russie de Pierre Charles Levesque75 para todo lo concerniente a las relaciones
entre Bizancio y los pueblos eslavos; o la Histoire generale des Huns de Joseph
de Guignes76 para todo lo concerniente a las relaciones entre Bizancio y los
pueblos de las estepas.
Las limitaciones de la segunda parte del Decline and Fall han sido objeto de
numerosas críticas1062y re-evaluaciones.52 Muchos historiadores posteriores
como Steven Runciman77 o John Bury17, aunque aceptando las limitaciones
historiográficas a las que Gibbon se enfrentaba, han señalado que es difícil que
Gibbon hubiera superado sus prejuicios aun de haber tenido acceso a mejores
fuentes,62 y que a menudo sus simplificaciones están más basadas en el desprecio
que sentía hacia Bizancio que en la carencia de fuentes.17 El ejemplo más claro
del desinterés de Gibbon por la historia de Bizancio es el capítulo 48 del Decline
and Fall, con frecuencia considerado el capítulo más débil de toda la obra.62 En él,
Gibbon rompe con la narrativa lineal que había seguido hasta ese momento y
resume 500 años de historia bizantina por medio de una sucesión de evaluaciones
muy breves y vagas de los reinados de todos emperadores que reinaron entre los
siglos VIII y XIII; se limita a enumerar los hechos que considera más importantes sin
prestar atención alguna a sus causas u origen, y a valorarlos con base en los
supuestos vicios personales de los emperadores y a sus errores políticos.52 Esto le
lleva a ofrecer un relato pobre, demasiado tendencioso y basado en cuestionables
pruebas que, no obstante, fue tremendamente influyente:50 los estudios bizantinos
no despegaron hasta casi 100 años después de la publicación del Decline and
Fall en buena medida debido a la influencia de Gibbon,77 y aún en la actualidad
están a menudo centrados en investigar las tesis de Gibbon, como el efecto de la
organización militar, las disputas religiosas, o de las políticas cortesanas de
Bizancio.52 Pese a todo, en la actualidad, frente a la postura de Gibbon, la
historiografía ha revalorizado grandemente la historia bizantina.62
Traducciones al castellano[editar]
Notas[editar]
4. ↑ Ver David Potter, A Companion To The Roman Empire. (Malden, Mass.: Blackwell Pub.,
2006), p. 100.
5. ↑ Ver La vida de Samuel Johnson (1791), de James Boswell. En el elogio final a Johnson,
Boswell, pese a su enemistad personal con Gibbon, lo cita como un excelente ejemplo de la
influencia de Johnson en el estilo literario de la época, e incluso ofrece un fragmento de The
History a modo ilustrativo.
6. ↑ Winston Churchill, My Early Life: A Roving Commission (New York: Charles Scribner's Sons,
1958), p. 111.
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27. ↑ Ver por ejemplo la famosa tesis de Henri Pirenne (1862–1935), difundada a principios del
siglo XX. Con respecto a fuentes más recientes que las antiguas, Gibbon posiblemente recurrió
al breve ensayo de Montesquieu, Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et
de leur décadence, y a una obra previa al respecto publicada por Bossuet (1627–1704) en
su Histoire universelle à Monseigneur le dauphin (1763). Ver Pocock, EEG. para Bousset, pp.
65, 145; para Montesquieu, pp. 85-88, 114, 223.
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49. ↑ J.G.A. Pocock, "Between Machiavelli and Hume: Gibbon as Civic Humanist and Philosophical
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304; FDF, 304-306.
50. ↑ Saltar a:a b c Edward Gibbon: The Historian of the Roman Empire. Harvard University Press.
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51. ↑ Plinio el Viejo, en su famosa Historia Natural, describe multitud de fenómenos geológicos y
naturales, entre los cuales relata, de manera un tanto arcaica y fantasiosa, fenómenos de
oscurecimiento asociados al vulcanismo. Su sobrino Plinio el Joven describirá la erupción del
Vesubio que soterró Pompeya, y en la que murió Plinio el Viejo al querer acercarse para poder
examinar de cerca el fenómeno. Séneca, por su parte, era toda una autoridad en meteorología
y geofísica, describiendo todo tipo de tormentas, ciclones, tornados,..., pero sin hacer nunca
mención al oscurecimiento de Judea. Este fenómeno que precedió a la muerte de Jesús de
Nazaret es mencionado en el Evangelio según San Mateo, 27,45-50: Y desde la hora sexta
hasta la hora nona, grandes tinieblas se extendieron sobre toda la tierra. Y alrededor de la hora
nona, Jesús dio un fuerte grito: "¡Eli, Eli, lamma sabathani!", que significa, "Padre, padre, ¿por
qué me has abandonado?,..."
52. ↑ Saltar a:a b c d e f Whittow, Mark (30 de junio de 2018). Do Byzantine Historians Still Read
Gibbon?. Cambridge University Press. pp. 78-92. Consultado el 16 de agosto de 2022.
53. ↑ Comentado jocosamente por James Boswell en Life of Samuel Johnson. La animadversión
que Boswell sentía por Gibbon queda patente en toda la obra. Ver también los diarios
de Elizabeth Montagu al respecto.
54. ↑ Woolf, D., 2011. ‘A most indefatigable love of history’: Carter, Montagu, and female
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76. ↑ author., Guignes, Joseph de, 1721-1800,. Histoire générale des Huns, des Turcs, des
Mogols, et des autres Tartares occidentaux (Éd. 1756).. ISBN 2-329-56013-3. OCLC 1249499837.
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77. ↑ Saltar a:a b Ver Steven Runciman, Byzantine Civilization (1933), o también 1453: La caída de
Constantinopla. Runciman, en ambas obras, viene a reclamar una revalorización de la historia
bizantina, frente a las posturas prejuiciosas de la Ilustración y de Gibbon.
78. ↑ «Saltana, Revista de Traducción».
Enlaces externos[editar]
History of the Decline and Fall of the Roman Empire (1845), obra
completa en Proyecto Gutenberg.
Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano (1842) en Internet Archive: tomo
I, II, III, IV, V, VI, VII y VIII.
Multimedia: The History of the Decline and Fall of the Roman Empire / Q313030
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