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La Conspiración de La Química
La Conspiración de La Química
Las quejas de los vecinos eran constantes. Los camiones que entraban y salían del
depósito de la esquina transportaban ácido sulfúrico. Ni ellos ni el depósito
estaban habilitados para manejar esa sustancia. Lo almacenaban en tachos de
200 litros, sin ningún tipo de seguridad. Nunca se preocuparon por eso, era
mucho más barato coimear a los inspectores que reacondicionar el galpón. Sólo
una vez los clausuraron, pero al día siguiente estaban de nuevo trabajando.
La ecuación es simple, pero peligrosa. Un día común, como cualquier otro, uno
de los jóvenes provocó un accidente y al desagüe fue a parar alguna que otra cosita
que nunca debería haber llegado hasta ahí.
Eso era una demostración de cariño enorme para lo que él estaba acostumbrado
a hacer.
-Tiene buena pinta eso -le dijo casi al oído.
-Ya casi está.
-Bueno, voy a dejar estas herramientas al galpón y ya vengo.
-No tardes, que se me va a pasar el arroz.
Salió de la cocina hacia el galpón. Cuando llegó a la mitad del patio, donde estaba
la rejilla de desagüe, percibió un olor extraño, que se le antojó parecido al de las
almendras. No llegó a dar dos pasos más y cayó pesadamente al suelo. No podía
respirar. Angélica lo vió por la ventana y corrió a ver que pasaba.
Se asustó tanto que sólo atinó a entrar de nuevo para llamar por teléfono a su hijo
Enrique. Del otro lado de la línea él trató de calmarla. Le dijo que ya iba para allá
con una ambulancia. Cuando cortó con su madre, llamó a su esposa, que estaba
cerca de allí en casa de una amiga. Le pidió que por favor se fuera a la casa de sus
padres, a ver que pasaba.
Se dieron cuenta de que habían llegado tarde, los tres estaban muertos. A los
pocos minutos los recién llegados comenzaron a sentirse mal. Les resultaba difícil
respirar, se ahogaban. Ninguno de los tres sobrevivió. El mismo asesino
implacable e invisible había matado a 6 personas en menos de una hora.
Un día común, como cualquier otro, el ácido sulfúrico y las sales de cianuro se
encontraron por pura coincidencia del destino (y por negligencia de varios)
debajo del patio de esa antigua casa, matando a cada uno de los que se acercaba
a la rejilla por intoxicación con gas cianídrico.
Nota: parece una fantasía un poco tirada de los pelos, pero sucedió realmente en
1993, en la localidad de Avellaneda, Buenos Aires.