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El Mito, La Magia Y La Religión
El Mito, La Magia Y La Religión
Si nos volvemos a nuestros días y desde una mirada laica, hay que reconocer
que estamos rodeados de mitos por todas partes, que nos atacan sin
descanso, que son utilizados a su antojo por el Poder. En este sentido
sobresale el mito del dinero. No del simple dinero que es un intercambio
simbólico que hemos inventado los humanos para relacionarnos con lo que nos
pueda ser útil, sino como un Dios que todo lo bendice. La gloria se la lleva el
dinero. Y el dinero hoy, en un capitalismo financiero que todo lo domina o
diluye, es un mito tóxico, alienante, opuesto a una vida libre y armónica. Ya se
nos ha colado Dios de nuevo. Pero existen otros mitos que circulan casi sin que
nos demos cuenta. Otro mito muy a la vista a pesar de la capacidad que posee
para esconderse, es el de las iglesias. Porque no existe una sola iglesia en
España. Coexisten católicos con cristianos no romanos, evangelistas sobre
todo, y musulmanes, entre otros. Y todos ellos monoteistas o creyentes en un
solo Dios Único, lo que les aleja de los cuerpos humanos y ensalza un Poder
absoluto. Su alimento, o si se quiere, su pequeña verdad, se apoya en la
necesidad que tenemos los humanos para superar el sufrimiento y el deseo
de una vida posterior que ahogara las desdichas de las miserias de la tierra.
Pero sobre todo ello se montan grandes y pequeños mitos que van desde
grandiosos atributos divinos en los que la gente debería creer hasta ritos,
ceremonias, procesiones y todo un conjunto de artilugios que caen sobre las
personas a modo de maná del cielo. El mito, de una u otra forma, se mantiene,
se impone y aliena. Y su forma, mas allá del cuento o la respetable leyenda,
anida entre nosotros en forma de religión. De ahí, digámoslo de nuevo, el deber
de desmitologizar si partimos de un pensamiento laico.
Pero tal vez en donde más sutilmente se infiltre el mito en nuestra sociedad es
en el campo, hoy en manos de la economía, de la política. Aparecen caudillos
en todos o casi todos los partidos, las jerarquías se respetan como si fueran las
Tablas de la ley. Y lo que es peor, el militante obedece como si tuviera fe. Es
como si hubiera mandado a pasear a la razón. Y de esta manera, mientras con
la boca se dice una cosa, en los hechos se permite que la religión ocupe el
espacio publico, las iglesias tengan exenciones fiscales, la enseñanza no
decae de sus manos y, cosa que da vergüenza ajena, las comuniones y las
bodas continúan al ritmo de una sociedad que, en palabra, se declara laica. El
mito sigue logrando su propósito. O para ser más exactos, el mito ha mutado
en religión. Un laico, si quiere ser fiel a sí mismo, no puede por menos que
desmitificar a toda costa. Contra una seudorrazón que hace como que razona,
una sana racionalidad que, aunque no dogmatice nunca, no olvida sus
principios. En nuestro caso, unos principios laicos.