Lectorado Avances Agosto 2023

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PALABRA DE DIOS

EL LECTOR
“Sin mengua de la verdad y de la santidad de Dios, la Sagrada Escritura nos
muestra la admirable condescendencia de Dios, «para que aprendamos su amor
inefable y cómo adapta su lenguaje a nuestra naturaleza con su providencia
solícita». La palabra de Dios se hace semejante al lenguaje humano, como la
Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo
semejante a los hombres”. (DV 13. Cf. DV 15).

Todos sabemos por experiencia que, “en la celebración litúrgica, la palabra de


Dios… no repercute siempre con la misma eficacia en los corazones de los que
la escuchan”.
Esa eficacia diversa que la palabra tiene en la vida de cada uno, no depende de
la devoción del sujeto ni tampoco de sus obras, no depende de la buena
voluntad ni, mucho menos, de la propia ideología religiosa, sino que depende
de la experiencia que se tiene de la propia pobreza.
“El proclamador de la Palabra no solo tiene un oficio en la Iglesia; no es digamos un simple
predicador o lector y nada más, como quizás muchos lo ven o lo entienden. El Proclamar la
Palabra de Dios es una Dignidad, es una Misión Divina, y esa dignidad no la puede ejercer
cualquier persona que simplemente lea bien, si antes no ha penetrado en el contenido de esa
Palabra, si no vive el mensaje de esa Palabra”.

La comunicación es un arte a través del cual podemos llevar mensajes a los demás. Pero para
que ese mensaje que queremos transmitir llegue, a los que nos oyen en una forma clara y
precisa, es necesario que usemos los términos correctos. A veces, no le damos gran importancia
a las palabras que vamos a usar, porque en el común hablar nos entendemos. Sin embargo, así
no debe ser, porque los vocablos tienen significados diferentes.

¿Qué significa la palabra Ministerio? en latín, Ministerio significa Servicio. De ahí el énfasis
de que un ministro que ejerce un ministerio es un servidor de la comunidad. Cristo resume su
vida no en ser servido, sino en servir, y esto nos pone de frente a la importancia que tiene el hecho
de servir en cualquier ministerio. El ministerio, el servicio a los demás, nos asemeja a Cristo.
Cuando hablamos de proclamar la Palabra de Dios, estamos hablando del servicio de comunicar
lo que Dios quiere decir a su pueblo, de lo que el Señor, creador y Padre de todos, quiere poner
en la mente y el corazón de los que lo escuchan, siempre con la finalidad de que esa Palabra
produzca frutos de vida eterna.

EL MINISTERIO DEL LECTOR

P. Antonio Ramírez M. XXXI Encuentro Nacional de Comisiones Diocesanas de


Pastoral Litúrgica,
Guadalajara, Jal. 6 al 9 de agosto de 2007

Objetivo: profundizar en el ministerio del lector, para que lo valoremos e instituyéndolo o


reconociéndolo, tengamos en nuestras parroquias celebraciones de mayor calidad, y
contribuyamos así a la edificación y crecimiento de las mismas.
INTRODUCCIÓN

El ministerio del lector es uno de los ministerios litúrgicos importantes (SC 29) 1, porque
hace presente a Cristo en su Palabra (SC 7), y además, con la proclamación de la Palabra ayuda
a la comunidad a captar en las mejores condiciones posibles lo que Dios le dice.

Constato que en muchas de nuestras comunidades parroquiales se “desperdicia” mucho la Palabra


de Dios, debido a que ésta no es bien proclamada por falta de lectores preparados; no se valora
del todo la Palabra de Dios en la celebración eucarística, al no ser venerada como se venera el
Cuerpo de Cristo (cfr. DV 21)2, descuidándose así que los fieles cristianos no se alimenten de
estas dos mesas; en general no se ha llegado todavía a apreciar del todo la Liturgia de la Palabra,
se sigue creyendo que lo más importante de la eucaristía es el momento de la consagración y de
la comunión, no se comprende que, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística constituyen
un mismo acto de culto (cfr. SC 56), y que la proclamación del Evangelio constituye la parte más
importante de la Liturgia de la Palabra; a veces se celebran sacramentos o sacramentales sin tomar
en cuenta la Liturgia de la Palabra, olvidándose que ésta es parte esencial de los mismos.

En conclusión: hace falta darle su importancia en la práctica a la Palabra de Dios, digo en la


práctica porque teóricamente ya se ha mucho sebr ello, para lo cual será necesario instituir
lectores, o al menos reconocer proclamadores de ésta; hace falta también revalorizar la Liturgia
de la Palabra, que así como se pone atención para que no se pierdan las partículas del Cuerpo de
Cristo, así también la Palabra de Dios, no se pierda por una mala proclamación; que al comentarla
en la homilía, se destaque que ésta es un elemento de conexión y de entronque entre la Palabra
que es proclamada y el rito que cumple lo que ha sido anunciado.

En la presente exposición retomo mucho lo dicho en un artículo que he publicado3, en el cual se


hace una propuesta para una proclamación de la Palabra de Dios con calidad, fruto no solamente
de la investigación, sino también de mi experiencia en la animación, formación y
acompañamiento de lectores o proclamadores de la Palabra de Dios, como también del diálogo y
la búsqueda que se han suscitado en la Comisión de Pastoral Litúrgica de la Provincia eclesiástica
de Guadalajara en torno al tema de una celebración litúrgica de calidad.

1
CONCILIO VATICANO II, Constitutio de Sacra Liturgia, Sacrosanctum Concilium. AAS 56 (1964), 97-113.
2
CONCILIO VATICANO II, Constitutio de Divina Revelationis, Dei Verbum. AAS 58 (1966), 817-830.
3
CFR. ANTONIO RAMÍREZ MÁRQUEZ, “El lector ocasional. Propuesta para una proclamación de la Palabra de Dios con calidad”, en La
pastoral litúrgica digna o de calidad y el servicio del lector ocasional, Comisión de Pastoral Litúrgica de la Provincia de Occidente,
Subsidio n. 1, Ediciones Católicas de Guadalajara, S. A. de C. V., Tlaquepaque, 2007, 35-101.
Para hablar del ministerio del lector será necesario acudir a la historia y constatar cómo a
través de la historia de la Iglesia se ha desempeñado tal ministerio
(Capítulo I. Fundamento histórico). Así mismo, nos ayudará el conocer lo que dice el
magisterio actual en torno a este ministerio
(Capítulo II. El Lector y su ministerio desde el concilio vaticano II hasta el Magisterio
actual). No se puede olvidar lo que la teología bíblica y sistemática ha reflexionado sobre
este ministerio
(Capítulo III. Fundamento teológico litúrgico). Finalmente, inspirados en lo que nos
propone la Introducción al Leccionario de la Misa4 en el número 55, se sugiere un esquema
para la formación del lector
(Capítulo IV. Proyección pastoral: La preparación del lector).

Espero que lo que ahora comparto pueda servir para potenciar este ministerio, el ministerio del
lector, que debe estar al servicio de la Palabra de Dios y de la celebración litúrgica.
Pbro. Antonio Ramírez Márquez.

CAPÍTULO I. FUNDAMENTO HISTÓRICO DEL LECTORADO


El regreso a la historia será siempre necesario para entender cómo han surgido y cómo se han
desarrollado los ministerios en la Iglesia. Es por eso que en la primera parte se tratará del
ministerio del lector a través de las distintas épocas de la vida de la Iglesia.

1. La tradición judeocristiana

La liturgia cristiana ha heredado mucho de la liturgia judía, y en cuanto respecta a la


celebración de la Palabra, será importante conocer cómo se celebraba ésta en el culto sinagogal,
así mismo constatar lo que nos ha dejado Jesús y la primitiva comunidad cristiana.

4
Cfr. SACRA CONGREGATIO PRO SACRAMENTIS ET CULTO DIVINO, Ordo Lectionum Missae (21-1-81). Se abreviará: OLM.
1.1. El culto sinagogal y la Palabra

La Palabra proclamada en la asamblea es para el pueblo judío un signo de la presencia del Señor
y un modo de diálogo con Él presente en su pueblo (cfr. Ex 19 y 24; Jos 24; Neh 8 y 9)5.
Cuando el pueblo organiza su retorno a la tierra prometida, bajo la guía de Esdras y Nehemías, la
proclamación de la Ley delante de toda la asamblea constituye el hecho fundamental que inicia
la reconstrucción de la comunidad. La Palabra proclamada y acogida por el pueblo es capaz de
edificar la comunidad.

Si leemos detenidamente Nehemías 8, 1-18 y su paralelo en Esdras 3, 1-13 podemos encontrar


una maravillosa descripción de lo que fue esta primera asamblea después del destierro6.
Después del destierro (siglo VI a. C.) comienza en Israel la experiencia de la sinagoga, en ella no
se celebraban los sacrificios, se reunía la asamblea para la escucha de la Palabra de Dios y para
la oración, ya que después de la destrucción del templo esto ayudaría a los israelitas a la
espiritualización del culto (cfr. Os 14, 3).

El servicio sinagogal se celebraba normalmente el sábado hacia las nueve de la mañana, el


lunes y el jueves, en el mismo momento en que en el templo se ofrecía el sacrificio matutino. Al
mediodía (ora nona) se celebraba el sacrificio de la tarde (sacrificium vespertinum). Será el
sacrificio del sábado por la mañana lo que iluminará la Liturgia de la Palabra de la liturgia
cristiana.
La celebración del sábado por la mañana comprendía seis momentos:
1º El Shemá comprendía dos fórmulas de bendición seguida de la recitación de Dt 6, 4-9; 11, 13-
21 y Nm 15, 31-47 con una bendición final.

2º Las lecturas que eran dos: lectura de la Torah, la Ley, dividida en 164 secciones. Luego seguía
la lectura del profeta, además Josué, Jueces, Samuel, libro de los Reyes. Esto es confirmado por
Lc 4, 16 y Hch 13, 14-15.

5
Cfr. ADRIAN NOCENT, “Storia della celebrazione dell’eucaristia”, ed. S. Marsili, A. Nocent, M. Augé, A. J. Chupungco, (Anàmnesis
3/2, La Liturgia, eucaristia: teologia e storia della celebrazione), MARIETTI, Genova 21989, 191-197.
6
Cfr. CARLOS G. ÁLVAREZ C., Lectores de la Palabra para el pueblo de Dios, (Colección formación pastoral 13), Ediciones Fray Juan
de Zumárraga, A. R., México, 17-18). Estos elementos son muy importantes también para nuestra liturgia cristiana: asamblea,
proclamación de la Palabra de Dios, respuesta del pueblo, por lo tanto diálogo con el Señor, adhesión concreta a esta Palabra, ritual que
significa esta adhesión (cfr. NOCENT, “Storia della celebrazione dell’eucaristia”, 194).
3º Seguía el midrash, o explicación de cuanto se había proclamado con una aplicación espiritual
para la asamblea. Esto es lo que hace Jesús en Lc 4, 16.

4º Canto de los salmos 112-116, 135 o Hallel de forma aleluyática, es decir, que después de cada
estrofa se canta el Aleluya. Seguía después el Shemoneb Esreh, que más tarde se colocó después
del Shemá, y que se puede comparar con la oración de intercesión cristiana.

Eran 18 intenciones de acción de gracias y de intercesión por diversas personas. Esta oración
llamada Tephilá, era recitada por cada israelita tres veces al día. Quien presidía la recitaba, y el
pueblo, en pie, orientado hacia Jerusalén, respondía: “Sea bendito, Yahvé”.

5º Seguía la bendición, dada por el sacerdote (cfr. Num 6, 24-26), a lo que todos respondían:
Amén.
6º Para terminar continuaba la colecta para los pobres.
Es muy notorio el paralelismo de esta celebración con la que narra San Justino en su Apología
67.
Será importante el papel que desempeña el lector en la sinagoga, un escriba cuyo servicio es
fundamental: hacer de la Palabra escrita una Palabra viva que pueda ser escuchada y acogida por
el pueblo como Palabra viva de Dios.
La experiencia de la asamblea sinagogal, centrada en la lectura y la explicación de la Torah, fue
tan importante que marcó prácticamente la misma experiencia religiosa de Israel. Desde entonces
hasta hoy, la vida comunitaria judía se expresa de una manera oficial en la reunión semanal en la
sinagoga7.

1.2. Jesús y la primitiva comunidad cristiana

Al iniciar Jesús su ministerio, Lucas nos lo sitúa en una asamblea sinagogal, en el seno de su
pueblo y con una observación que no es casual: “según su costumbre entró en la sinagoga el
día sábado” (Lc 4, 16). Esto que afirma Lucas, fue una constante y un criterio de vida para Jesús.
El era judío, su formación y sus raíces eran judías; su estilo de orar, de vivir, de actuar, estaba
marcado por la cultura judía.

7
Cfr. ÁLVAREZ C., Lectores de la Palabra para el pueblo de Dios, 18.
Y en esta cultura, lo más natural era participar los sábados en la oración, la lectura y la liturgia
sinagogal. Así lo podemos encontrar en Mt 4, 23; 9, 35; 12, 9; 13, 54; Mc 1, 21; 1, 39; 3, 1; 6, 2;
Lc 4, 44; 6, 6; 13,10; Jn 6, 59.
Jesús, pues, se inserta en la línea de una liturgia sinagogal. Pero, a modo de ejemplo, tomemos la
primera intervención de Jesús en la sinagoga de Nazaret, su patria. Lucas nos descubre lo que fue
esta asamblea8.
Jesús no sólo proclama la Palabra, sino que la explica a la comunidad y parte de la misma realidad
en que ellos viven. Es conocido de todos y a todos conoce, por eso su Palabra tiene fuerza y
resuena en el corazón mismo de la comunidad donde vive.
Pero hay algo más en la enseñanza de Jesús: es la autoridad con que enseña (Mt 7, 28-29). La
autoridad (“exousía”) es el señorío propio de quien es dueño de sí y de las cosas. La autoridad
de Jesús es la seguridad de su Palabra, pero es también la fuerza de su propia vida porque hace
realidad la Palabra del Padre. Su alimento cotidiano es “hacer la voluntad del Padre” (Jn 4, 34)
en la Palabra y en la acción, en la enseñanza que ofrece y en la salvación que realiza entre los
hombres.
Por eso, a finales del siglo I, el cuarto evangelio inicia su Buena Nueva sobre Jesús presentándolo
como Palabra viva y eficaz de Dios (Jn 1, 1-14).
Así como Moisés y el pueblo contemplaron la gloria del Señor en el monte Horeb, cuando les
hablaba y les entregaba las Diez Palabras de vida (cfr. Ex 19), así también, los cristianos hoy,
contemplamos la gloria de Dios hecha Palabra y hecha Vida en la persona y en la enseñanza de
Jesús9.
Como ya dijimos al comienzo, la primitiva comunidad cristiana heredó mucho de la liturgia
sinagogal. Todo no podía ser rechazo y destrucción sino también asimilación. Los primeros
discípulos de Jesús fueron judíos y, desde un comienzo, la participación en la comunidad fue
comprendida como un esfuerzo por vivir la fidelidad a la Alianza en el Señor del pueblo santo de
Dios.
Sólo más tarde, con la admisión creciente de paganos a la fe en Jesús y la oposición declarada de
los grupos fuertes del judaísmo, la comunidad dejó de ser un grupo religioso judío (“secta”, en
términos de Hch 24, 5) para convertirse en “cristianismo” (año 64, según algunos).

8
Toda la comunidad judía está reunida y Jesús se levanta para hacer la lectura (Lc 4, 16). Le entregan el volumen del profeta Isaías y al
desenrollarlo se encuentra con el trozo donde se habla del Ungido de Dios para liberar a su pueblo (Is 61, 1-2). Jesús lo proclama: presta
el servicio de la lectura al pueblo. Al terminar la lectura pública, Jesús enrolla el volumen, lo devuelve al ministro y se sienta en actitud
de enseñar. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comienza, entonces, a decirles: “esta escritura que acabáis de oír, se ha
cumplido hoy”. Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las Palabras de gracia que salían de su boca (Lc 4, 21-22).
9
Cfr. CARLOS G. ÁLVAREZ C., Lectores de la Palabra para el pueblo de Dios, 19-21.
De ahí que la participación de las primeras comunidades en el culto del Templo y en la liturgia
sinagogal fuera normal y hasta medio adecuado para proclamar a Jesús.
Esto lo podemos ver: en los primeros capítulos de los Hechos; Pedro y Juan participan
ordinariamente en la oración diaria que se realiza en el templo, pero aprovechan para anunciar a
Jesús con signos y Palabras (Hch 3, 1s; cfr. 5,12; 5, 20-21; 5, 42); Pablo tiene conciencia de que
su palabra es Palabra de Dios, porque los apóstoles han sido constituidos ministros del Señor por
la Palabra (cfr. Rom 1, 9; 2 Co 2, 17; 13, 3);
Pablo y sus compañeros participan los sábados en la asamblea judía de cada pueblo o ciudad que
ellos visitan (cfr. Hch 9, 20; 13, 5; 14,1; 17, 12; 17, 10; 17, 17; 18, 4; 18, 26; 19,8).
En este contexto podemos entender mejor por qué uno de los aspectos heredados por los
cristianos de la vida judía fue el amor y respeto por la Palabra y su lectura en la asamblea
semanal (cfr. Hch 2, 42; 6, 4; 17,11; 20, 7-12; 1 Co 11, 20 s)10.

2. El lector en los primeros IV siglos


Según el parecer más común, el lectorado tiene sus orígenes en el inicio mismo del culto cristiano.
Siguiendo el modelo de las celebraciones sinagogales, la Liturgia de la Palabra –y con ella la
presencia de lectores– tuvo siempre, de una manera u otra, su lugar en el contexto de las asambleas
cultuales cristianas.
El primer testimonio sobre el ministerio del lector lo tenemos hasta la mitad del siglo II11.
En el siglo II San Justino nos habla de la celebración de la eucaristía, es un primer testimonio
del ministerio del lector: “El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que
moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los recuerdos
de los apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de
palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos” (Apología 1,
67)12.
Es interesante constatar que todas las lecturas las proclama un lector incluyendo el evangelio, ya
que se contaba entre los recuerdos de los apóstoles.

10
Cfr. CARLOS G. ÁLVAREZ C., Lectores de la Palabra para el pueblo de Dios, 21-22; ADRIAN NOCENT, “Storia della celebrazione
dell’eucaristia”, 196.
11
Para esta parte cfr. JOSEP URDIEX, “El Lector en la historia de la Iglesia”, Cuadernos Phase 81, (1999), 3-16; MARIO RIGHETTI, “El
lectorado”, en Historia de la Liturgia II, BAC, 144, Madrid 1956, 927-931; J LÉCUYER, “Ministerios, ministros ordenados”, Institutum
Patristicum Augustinianum, Roma, ed. Angelo di Berardino, en Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana (Verdad e imagen
98) II, Sígueme, Salamanca 1992, 1444-1449; CÉSAR VIDAL MANZANARES, Diccionario de patrística, EVD, Navarra, 21997, 56; 60-
63; 70; 188-191.
12
Para ver el texto completo: cfr. DANIEL RUIZ BUENO, Padres apostólicos y apologistas griegos (siglo II), BAC 629, Madrid, 2002,
1069-1070.
En el siglo siguiente Tertuliano (+ cerca del 220) atestigua la estabilidad de la tradición y
existencia de lectores cuando acusa a los herejes de distorsionar las costumbres establecidas y
reprocharles, entre otras cosas, que entre ellos: “...hoy es diácono el que mañana es lector...” (La
prescripción de los herejes, c. 41).
En los escritos de San Cipriano (+ 258) se comprueba la estima y valoración de que gozaba el
lector en ese momento.
“Sabed que he ordenado lector a Saturo y subdiácono al confesor Optato..., puesto que a Saturo
más de una vez le habíamos encargado la lectura del día de Pascua y, últimamente, cuando
examinábamos meticulosamente a los lectores con los presbíteros instructores, ordenamos a
Optato entre los lectores que instruyen a los catecúmenos” (Carta 29).
En otra carta expresa la motivación que tiene para instituir lectores y traza el perfil que debe tener
el lector: “Aurelio..., de pocos años todavía, dos veces ha confesado a Cristo, dos veces glorioso
por la victoria de su confesión...Tal joven merecía los grados superiores del clericato y promoción
más alta..., pero, se ha creído que empiece por el oficio de lector, ya que nada mejor cuadra a la
voz que ha hecho tan gloriosa confesión de Dios que resonar en la lectura pública de la divina
escritura...es propio leer el evangelio de Cristo por el que se hacen los mártires de Cristo” (Carta
38).
Con motivo de la elevación al lectorado de Celerino, San Cipriano insiste sobre estos mismos
aspectos: “¿Qué otra cosa quedaba por hacer sino elevar (a Celerino) sobre el estrado, es decir,
sobre el ambón de la Iglesia, para que, puesto encima de tan elevado puesto, a la vista de todo el
pueblo, conforme a la gloria de sus méritos, de lectura pública a los preceptos y al Evangelio del
Señor, que tan valerosa y fielmente ha seguido?” (Carta 39).
También nos es atestiguada la presencia de numerosos lectores en la Iglesia de Roma. Tenemos
noticia de ello por la carta (del año 251) del papa Cornelio a Fabio, obispo de Antioquía. Al
hablar de la composición del clero romano indica que junto al único obispo de Roma, había:
“Cuarenta y seis presbíteros; siete diáconos y otros tantos subdiáconos; cuarenta y dos acólitos;
cincuenta y dos exorcistas, lectores y ostiarios” (cfr. Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica,
VI, 43, 11).
Se dieron también disposiciones canónicas que atestiguan la estabilidad del ministerio del
lector, así como del rito propio de su institución.
El primero de estos textos es la Tradición Apostólica, de Hipólito, que fue redactada entre el
218 y el 22013, que por cierto es la primera mención del lectorado en Roma, en ella se dice: “El
lector es instituido cuando el obispo le entrega el libro, puesto que no se le imponen las manos”
(n. 11).

13
Cfr. PSEUDO HIPOLITO, Tradizione Apostolica,ed. Antonio Quacquarelli, (Collana di testi patristici 133), Città nuova editrice, Roma,
1996, 7.
Las Constituciones de la Iglesia egipcia14 dicen: “Que el lector sea instituido por el obispo
entregándole el libro del apóstol. Que ore sobre él, pero que no le imponga las manos” (v. 35).
Los Cánones de Hipólito (siglo V) afirman también: “El que es instituido como lector debe estar
adornado con las virtudes del diácono; pero que el obispo no imponga las manos al lector, sino
que le entregue el evangelio” (VIII, 48).
Las Constituciones Apostólicas (año 380) señalan: “Acerca de los lectores, yo, Mateo, llamado
también Leví, antes publicano, determino lo siguiente. Para instituir al lector, imponle la mano y
ora así de esta manera...”(VIII, 22).
San Ambrosio (337 o 339-297), escribía: “Cada uno, por tanto, aprenderá su oficio, y se dedicará
a ello, para lo cual se elegirá al más apto... distinguiéndose al más adecuado para la lectura, al
más agradable para el salmo...” (cfr. De officis, I, 44, 215-216: PL 16, c. 87). A los lectores, que
frecuentemente eran jóvenes, se les confiaba la tarea de leer los textos de la Escritura y los salmos,
además de entonar y cantar los mismos salmos. El lectorado, dada la edad de los que lo ejercían,
constituía el primer grado de la vida eclesiástica, y por tanto los hacía clérigos, con las
obligaciones correspondientes. Solo más tarde accederían normalmente a la ordenación
presbiteral15.
En las Actas de los Mártires se nos habla del lectorado como de un ministerio estable, de la
responsabilidad que tenían en relación a la custodia de los libros de la Sagrada Escritura,
pero sobre todo nos hablan del testimonio público de fe que dieron los lectores. Estos son
algunos ejemplos,
Martirio de San Fructuoso, Tarragona, 21 enero 259. “Llegados que fueron al anfiteatro,
acercosele al obispo un lector suyo, por nombre Augustal, y, entre lágrimas, le suplicó que le
permitiera descalzarse”.
Martirio de San Feliz, obispo de Tibinca, año 303. “Entonces se publicó el decreto en la ciudad
de Tibinca el día de las nonas de junio y, en consecuencia, Magniliano, administrador de la
ciudad, mandó que se presentaran ante él los presbíteros del pueblo cristiano, pues aquel mismo
día el obispo Féliz había marchado a Cartago. En particular, mandó traer a Apro, presbítero, y a
Cirilo y Vidal, lectores”.

Una característica de los lectores de los primeros siglos es la de ser generalmente jóvenes, o que
empezaran de jóvenes su servicio en la Iglesia, a menudo se explica por la modulación de la voz,
así como por su inocencia de vida. Veamos algunos ejemplos.

14
Es la traducción al copto de la Tradición Apostólica de Hipólito, (cfr. CÉSAR VIDAL M., Diccionario de patrística, 71).
15
GIORDANO MONZIO COMPAGNONI, “Lettore”, ed. Marco Navoni, in Dizionario di liturgia ambrosiana, NED, Italy 1996, 263.
Sidón Apolinar (+ 482) dice de Juan, Obispo de Chalon: “Fue, primeramente, lector y, por
tanto, ministro del altar, desde la infancia; después, con el paso del trabajo y del tiempo,
archidiácono”.
En la carta del papa Siricio a Himerio, Obispo de Tarragona (11 de febrero 385) se
determina: “El que se ha entregado al servicio de la Iglesia desde la infancia debe ser bautizado
antes de la edad de la pubertad y ser incorporado al ministerio de los lectores (Y lo será hasta la
edad de treinta años. Entonces podrá acceder a otros grados)”.
Los epitafios de algunos papas también nos atestiguan esta costumbre, al mismo tiempo que
nos muestran que empezaron como lectores el itinerario del ministerio eclesiástico.
Del papa Dámaso (366-384) se indica: “Lector, diácono, sacerdote...”
De las primeras órdenes menores destaca la del lector, que retiene las funciones residuales de
los antiguos doctores o maestros carismáticos y hasta finales del siglo IV es el ministerio más
importante después de la tríada ministerial. Así en la Didascalia de los apóstoles se prescribe que
el lector reciba los mismos honorarios que los presbíteros (cfr. II, 28, 5), y las Constituciones de
los Apóstoles, añaden que deben recibir una parte de las ofrendas a “título de profetas” (cfr. II,
28, 5)16.
2. El ministerio del lector del siglo V al siglo XV

3.1. Escuela de lectores


Posiblemente, desde la mitad del siglo IV, existió en Roma una “escuela de lectores”. Lo que sí
es cierto es que las escuelas para los jóvenes lectores (para instituirlos en las Escrituras, las
ciencias sagradas y la modulación del canto) se debieron difundir por Italia. Lo atestigua el
concilio de Vairon (520), que exhortaba a imitar su ejemplo en las Galias: “Según la costumbre
que sabemos que se encuentra muy difundida por toda Italia” (canon 1).
De la existencia de estas escuelas nos dan también noticia una inscripción sepulcral que habla de
un tal Esteban, muerto el 552 a los sesenta y cinco años. De él se dice que era el “Maestro
(primicerius) de la escuela de lectores”.
Esta escuela debió tener varios siglos de existencia puesto que el obispo Laidrade, en el siglo IX,
dice: “Tengo una escuela de cantores, algunos de los cuales son tan eruditos que pueden enseñar
a otros. Además de ésta, tengo una escuela de lectores, no sólo para los que ejercen su oficio en
las lecturas sino también para quienes buscan progresar, con la meditación, en el conocimiento
de los libros divinos (…).

16
Cfr. JUAN ANTONIO ESTRADA DÍAZ, La identidad de los laicos. Ensayo de eclesiología, Paulinas, México 1994, 275-276.
El documento Statuta Ecclesiae Antiqua (siglo V), de la Iglesia de Roma, habla de las órdenes
menores, entre las cuales se menciona al lector (cfr. canon 96)17.
Después de siglo VI, en Roma, el Patriarcado lateranense fue la escuela en la que muchos
pontífices de los siglos VIII y IX iniciaron su formación eclesiástica. En aquel momento, para
ser ordenado lector era ya precisa la “edad legal”, que Justiniano, en el 564 (Nobella 123, 3),
había fijado alrededor de los dieciocho años, además de haber recibido la tonsura y haber
demostrado saber leer. Los niños entraban en la “escuela de los cantores” si no podían entrar en
la “escuela de los lectores”.

3.2. Paulatina decadencia del lectorado.


Una cierta disminución de funciones, en cuanto al lectorado, la tenemos en la pérdida que sufrió
de la lectura del Evangelio –que inicialmente también le había sido confiada –, que pasa a ser
propia, generalmente, del diácono y no del lector.
En Oriente tenemos noticia de esta situación en las Constituciones Apostólicas (380) al decir
que, después de la lectura apostólica, será un diácono o un presbítero “quien leerá los Evangelios”
(II. 57,7).
En Occidente tenemos el testimonio de San Jerónimo. “El Evangelio de Cristo será recitado por
medio del diácono” (Carta a Sabiniano, PL 22, 1200). El Evangelio pasa, así, al ministro más
cualificado después del sacerdote. La norma precisa la de San Gregorio Magno (+ 606), que
confió al diácono (concilio de Roma, año 595) la lectura del Evangelio y la de las restantes
lecturas al subdiácono.
Durante los siglos IV y V en que paulatinamente, el lector va quedándose sin la lectura del
Evangelio, su ministerio tiene aún pleno vigor en cuanto a las restantes lecturas. Con todo, poco
a poco, su ministerio va perdiendo “personalidad”.
Aparte de estos casos, en los que el lectorado fue desapareciendo a la par que desaparecían las
comunidades a las que servía, también en el mundo romano el lector va perdiendo protagonismo
y las lecturas, sobre todo en las grandes solemnidades, van siendo confiadas a ministros
superiores.
En la descripción de la misa papal del Ordo romanus primus (del siglo VIII), que nos describe
cómo se celebraba esta misa en el siglo anterior –es decir, con posterioridad a san Gregorio
Magno–, el lector, prácticamente, ya no aparece. Sólo le vemos ocasionalmente: para las
lecturas de la noche pascual (Ordo XXIV, 42) o para el miércoles y el viernes de las cuatro
témporas (Ordo XXX B, 39 y XXXVI, 7).

17
Las otras órdenes son: el subdiácono, el acólito, el exorcista y el ostiariado (cfr. R. GERARDI, “Ministerio”, ed. Luciano Pacomio y
Vito Mancuso, en Diccionario Teológico Enciclopédico, EVD, Navarra 2 1996, 637).
4. De Pío V al concilio vaticano II
De hecho, el lector, desde el Decreto de 595 hasta el siglo XX sólo conserva su lugar –y aun,
posiblemente, con poca incidencia en la práctica– en las misas solemnes con más de dos
lecturas. En el Misal Romano de san Pío V se encuentra, en el Ritus celebrandi Missam esta
rúbrica: “En aquellos casos en los que el celebrante cante la Misa sin diácono y subdiácono, canta
la Epístola, en el lugar de costumbre, un lector revestido con sobrepelliz, que al final no besa la
mano del celebrante” (VI, 8).

De manera más específica, encontramos de nuevo al lector, y habiéndole sido devuelta su


función más propia, en el Rito simple de la Semana Santa restaurada (Vaticano, 1957). Aquí
se dice que, en las celebraciones de la Semana Santa sin diácono ni subdiácono cuando un lector
idóneo lee la epístola, el celebrante escuchará (se trata de los casos siguientes: Epístola del
Domingo de Ramos, Epístola del Jueves Santo, Lecturas de la Vigilia Pascual). Para el Viernes
Santo se prevé que sea el lector quien, en primer lugar, lea la primera lectura y que el celebrante
no ejercerá esta función a no ser en defecto del lector.

En estos mismos años ya se había previsto la intervención “normal” del lector en la Instrucción
De musica sacra liturgia et sacra liturgia (Sagrada Congregación de Ritos, 3 septiembre 1953).
Su intervención podía tener lugar, para utilidad de los fieles, en las misas leídas, dominicales y
festivas, leyendo en lengua vernácula las lecturas previamente leídas en latín (n. 14); lo mismo
se dice de las misas cantadas, haciendo notar que los textos se habían hecho, por los ministros
correspondientes, con las lecturas en latín (16c).

Con todo, para una recuperación más plena del ministerio del lector tendrá que llegar el
Vaticano II y las disposiciones canónicas y litúrgicas que le siguieron y concretaron su
naturaleza y sus funciones.
CAPÍTULO II. EL LECTOR Y SU MINISTERIO DESDE EL CONCILIO VATICANO
II HASTA EL MAGISTERIO ACTUAL

En este capítulo se continúa con el fundamento histórico del lectorado en el periodo más
reciente, desde el concilio vaticano II hasta los documentos actuales del magisterio.

1. El lector en la Sacrosanctum Concilium


Con relación al lector la SC dice lo siguiente: “También los acólitos, lectores, comentadores y
los que pertenecen a la «schola cantorum» desempeñan un auténtico ministerio litúrgico.
Por tanto, deben ejercer su oficio con la piedad sincera y el orden que tanto convienen a un
ministerio tan grande y que el Pueblo de Dios exige, con razón, de ellos.
Por eso, es necesario que éstos, cada uno a su manera, estén profundamente penetrados del
espíritu de la liturgia y sean instruidos para cumplir su función debida y ordenadamente” (n. 29).
Y en el número anterior afirma: “que en las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al
desempeñar su oficio, debe hacer todo y sólo aquello que le corresponde según la naturaleza de
la acción y las normas litúrgicas” (n. 28).
Se debe reconocer que la revalorización de los ministerios laicales es ciertamente fruto de la
eclesiología conciliar18.

2. El lector y su ministerio en el Motu proprio “Ministeria Quaedam”19


Este Motu proprio del papa Pablo VI ha venido a renovar la disciplina concerniente a “la tonsura,
las órdenes menores y el subdiaconado en la Iglesia latina”20, tratando de conservarlos y de
adaptarlos a la realidad, a las necesidades y a la mentalidad actual, estableciendo las siguientes
normas:
II. Las que hasta ahora se conocían con el nombre de “órdenes menores”, se llamarán en adelante
“ministerios”.
III. Los ministerios pueden ser confiados a seglares, de modo que no se consideren como algo
reservado a los candidatos al sacramento del Orden.

18
Cfr. GERARDI, “Ministerio”, 637.
19
PABLO VI, Ministeria Quaedam, AAS 64 (1972) 529-534. Aquí se utilizará el texto que propone ANDRÉS PARDO, Enchiridion,
Documentación Litúrgica Postconciliar, Regina, Barcelona 2000.
20
Cfr. ANDRÉS PARDO, Enchiridion, Documentación Litúrgica Postconciliar, 976.
IV. Los ministerios que deben ser mantenidos en toda la Iglesia latina...son dos, a saber: el
de lector y el de acólito. Las funciones desempeñadas hasta ahora por el subdiácono quedan
confiadas al lector y al acólito; deja de existir, por tanto, en la Iglesia latina el orden mayor del
subdiaconado...
V. El lector queda instituido para la función, que le es propia de leer la Palabra de Dios en la
asamblea litúrgica. Por lo cual proclamará las lecturas de la Sagrada Escritura, pero no el
Evangelio, en la Misa y en las demás celebraciones sagradas; faltando el salmista, recitará el
Salmo interleccional; proclamará las intenciones de la Oración Universal de los fieles, cuando no
haya a disposición diácono o cantor.
Dirigirá el canto y la participación del pueblo fiel; instruirá a los fieles para recibir debidamente
los Sacramentos. También podrá, cuando sea necesario, encargarse de la preparación de otros
fieles a quienes se encomiende temporalmente la lectura de la Sagrada Escritura en los actos
litúrgicos. Para realizar mejor y más perfectamente estas funciones, medite con asiduidad la
Sagrada Escritura.
El lector, consciente de la responsabilidad adquirida, procure con todo empeño y ponga los
medios aptos para conseguir cada día más plenamente el suave y vivo amor (cfr. SC 24; DV 25),
así como el conocimiento, de la Sagrada Escritura, para llegar a ser más perfecto discípulo del
Señor.
VII. La institución del lector y del acólito, según la venerable tradición de la Iglesia, se reserva a
los varones.

VIII. Para que alguien pueda ser admitido a estos ministerios requiere:

a. Petición libremente escrita y firmada por el aspirante, que ha de ser presentada al


Ordinario..., a quien corresponde la aceptación.

b. Edad conveniente y dotes peculiares, que deben ser determinados por la Conferencia
Episcopal.

c. Firme voluntad de servir fielmente a Dios y al pueblo cristiano.


IX. Los ministerios son conferidos por el Ordinario..., mediante el rito litúrgico De institutione
Lectoris y De institutione Acolythi, aprobado por la Sede Apostólica.

XII. La colación de los ministerios no da derecho a que sea dada una sustentación o remuneración
por parte de la Iglesia.
Para los candidatos al sacerdocio se tiene otra indicación (cfr. MQ XI). También es bueno recalcar
lo que dice en la introducción el documento: “que su misma colación no se llame «ordenación»,
sino «institución»”.
Sin querer desconocer los límites de este documento, es ciertamente, un paso importante de
clarificación, de reconocimiento de los ministerios laicales, de descentralización clerical de
ministerios, de recuperación para los fieles de funciones que les pertenecen21.

3. La función del lector en la Ordenación General de la Liturgia de las Horas22


Este documento habla sobre la función del lector en la celebración de la Liturgia de las Horas:
“Quienes desempeñan el oficio de lector leerán de pie, en un lugar adecuado, las lecturas, tanto
las largas como las breves” (n. 259).
4. El lector y su función en la Ordenación de las Lecturas de la Misa
De todos los números que propone este documento se señalan sólo aquellos que hacen referencia
explícita al lector y su ministerio.
49. La tradición litúrgica asigna la función de leer las lecturas bíblicas en la celebración de la
Misa a los ministros: lectores y diáconos...
51. El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer
él, aunque haya otro ministro de grado superior (OGMR 66). Al ministerio de lector conferido
con el rito litúrgico hay que darle la debida importancia. Los lectores instituidos, si los hay, deben
ejercer su función propia, por lo menos los domingos y días festivos, sobre todo en la celebración
principal. También se les podrá confiar el encargo de ayudar en la organización de la Liturgia de
la Palabra y de cuidar, si es necesario, la preparación de los otros fieles que, por encargo temporal,
han de leer las lecturas en la celebración de la Misa (Ministeria Quaedam V).

21
Cfr. DIONISIO BOROBIO, Ministerio sacerdotal, ministerios laicales, DDB, Bilbao 1982, 410.
22
ORDENACIÓN GENERAL DE LA LITURGIA DE LAS HORAS, Oficio Divino, Instaurado por mandato del Concilio Vaticano II y aprobado
por el Papa Pablo VI. Edición típica aprobada por los episcopados de Colombia, Chile, México, Puerto Rico, República Argentina y
República Dominicana, y confirmada por la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, Obra nacional de Buena
Prensa, A. C., México 1994.
52. La asamblea litúrgica necesita de lectores, aunque no estén instituidos para esta función. Hay
que procurar, por tanto, que haya algunos laicos, los más idóneos, que estén preparados para
ejercer este ministerio (Inestimabile donum 2 y 18; Directorio para las Misas con niños 22, 24,
27). Si se dispone de varios lectores y hay que leer varias lecturas, conviene distribuirlas entre
ellos.
53. En las misas sin diácono, la función de proponer las intenciones de la oración universal hay
que confiarla a un cantor, principalmente cuando estas intenciones son cantadas, a un lector o a
otro (OGMR 47, 66, 151).
54. El sacerdote distinto del celebrante, el diácono y el lector instituido en su propio ministerio,
cuando suben al ambón para leer la Palabra de Dios en la celebración de la Misa con participación
del pueblo, deben llevar la vestidura sagrada propia de su función. Los que ejercen el ministerio
de lector de modo transitorio, e incluso habitualmente, pueden subir al ambón con la vestidura
ordinaria, aunque respetando las costumbres de cada lugar.

55. Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de la Sagrada Escritura por la
audición de las lecturas divinas, es necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, aunque
no hayan sido instituidos en él, sean de veras aptos y diligentemente preparados (OGMR 66).
Esta preparación debe ser antes que nada espiritual, pero también es necesaria la preparación
llamada técnica. La preparación espiritual presupone, por lo menos, una doble instrucción:
bíblica y litúrgica. La instrucción bíblica debe apuntar a que los lectores estén capacitados para
percibir el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe el núcleo
central del mensaje revelado.
La instrucción litúrgica debe facilitar a los lectores una cierta percepción del sentido y de la
estructura de la Liturgia de la Palabra y las razones de la conexión entre la Liturgia de la Palabra
y la Liturgia Eucarística. La preparación técnica debe hacer que los lectores sean cada día más
aptos para el arte de leer ante el pueblo, ya sea de viva voz, ya sea con la ayuda de los instrumentos
modernos de amplificación de la voz.

5. El lector en el Código de Derecho Canónico, canon 23023

23
LA SANTA SEDE, Código de Derecho Canónico, Edición bilingüe comentada, por los profesores de la Facultad de Derecho Canónico
de la Universidad Pontificia de Salamanca. Colaboradores: Juan Luis Acebal, Federico Aznar, Lamberto de Echeverría, Teodoro I.
Jiménez Urresti, Julio Manzanares, Juan Sánchez y Sánchez. Presentación del Card. Antonio Innocenti, Prefecto de la Congregación del
Clero, BAC, Madrid 10 1991.
1) Los varones laicos que tengan la edad y condiciones determinadas por decreto de la
Conferencia Episcopal, pueden ser llamados para el ministerio estable de lector y acólito,
mediante el rito litúrgico prescrito; sin embargo, la colación de estos ministerios no les da derecho
a ser sustentados o remunerados por la Iglesia.
2) Por encargo temporal, los laicos pueden desempeñar la función de lector en las
ceremonias litúrgicas; asimismo, todos los laicos pueden desempeñar las funciones de
comentador, cantor y otras, a tenor de la norma del derecho.
3) Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los
laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar
el ministerio de la Palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la
sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho.

La Conferencia del Episcopado Mexicano ha dado unas normas complementarias24 con


respecto al canon anteriormente citado, las cuales son las siguientes:
1.1. Para conferir establemente los ministerios de lector y acólito se requiere:
a) Testimonio de vida ante la comunidad.
b) Ciencia suficiente, preparación litúrgica y espiritual adecuada al lugar, y dotes
pedagógicas según el prudente juicio del Ordinario.
c) Un tiempo suficiente de ejercicio en el ministerio que va a recibir.
d) Que no se ejerza el ministerio, sin la debida autorización, fuera del lugar señalado.
e) Que la colación del ministerio se haga mediante rito, previa presentación hecha por el
rector o sacerdote encargado de la comunidad.
f) Que el nombre de los ministros quede registrado en la curia, se les dará una constancia
por escrito.
2. La edad mínima para recibir los ministerios estables de lector y acólito será de 18 años
cumplidos, siempre y que el candidato tenga la madurez humana suficiente y la debida
preparación doctrinal y espiritual.
3. El modo de ejercer este ministerio será determinado en cada diócesis por el Obispo
diocesano.

24
CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO, Normas complementarias de la CEM a la luz del Nuevo Código de Derecho Canónico,
México, 4 de julio, de 1994, 4.
4.- El Obispo elaborará un directorio en su diócesis, cuyo objeto será determinar el modo como
se cumplirán las disposiciones dadas por la Conferencia Episcopal, especialmente en lo que se
refiere a la preparación espiritual, bíblica y litúrgica del laico, así como a la forma en que el
sacerdote encargado de la comunidad emitirá su juicio acerca del candidato y el modo de la
presentación y manifestación de beneplácito por parte de la comunidad”.

6. La función del lector en la Institución General del Misal Romano25


Este documento nos dice al respecto cuál es el ministerio del lector dentro de la celebración
eucarística:
99. El lector ha sido instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, excepto el
Evangelio. Puede también proponer las intenciones de la oración universal y, cuando falta el
salmista, decir el salmo entre las lecturas.
En la celebración eucarística el lector tiene su propia función (cfr. nn. 194-198), que debe
ejercer por él mismo.
194. Cuando se dirigen al altar y no hay diácono, el lector puede llevar el Evangeliario: en esta
ocasión camina delante del sacerdote; en los demás casos, va con los otros ministros.
195. Cuando llegan al altar, junto con los demás, hace inclinación profunda. Si lleva el
Evangeliario, se acerca al altar, y coloca encima de él el Evangeliario. Luego pasa a ocupar su
sitio en el presbiterio con los demás ministros.
196. Lee desde el ambón las lecturas que preceden al Evangelio. Cuando no hay cantor o salmista,
puede decir el salmo responsorial que sigue a la primera lectura.
197. Después de que el sacerdote, si no hay diácono, ha hecho la invitación a orar, el lector puede
anunciar desde el ambón las intenciones para la oración universal.
198. Cuando no hay canto de entrada o durante la comunión, y los fieles no recitan las antífonas
indicadas en el misal, el lector pronuncia dichas antífonas a su debido tiempo (cfr. nn. 48, 87).
Dentro de la misma celebración eucarística hay otras indicaciones en el Misal Romano para
la “lectura de la Pasión del Señor” tanto para el Domingo de Ramos como para el Viernes Santo26.

25
Cfr. INSTITUCIÓN GENERAL DEL MISAL ROMANO, Tercera Edición Típica (2000), traducción preparada por la Comisión Episcopal
de Pastoral Litúrgica de México para uso privado y estudio del documento, Buena Prensa, A. C., Ciudad de México, 42003. A
continuación se citará: IGMR o OGMR.
26
Para la lectura de la Pasión del Señor. Domingo de Ramos: “no se llevan ni velas ni incienso, ni se hace al principio el saludo, ni se
signa el libro. La lectura la hace un diácono o, en su defecto, el sacerdote. Puede también ser hecha por lectores, reservado al sacerdote,
si es posible, la parte correspondiente a Cristo. Solamente los diáconos piden la bendición al celebrante antes del canto de la Pasión,
como se hace antes del Evangelio” (n. 22). El Viernes Santo. Finalmente se lee la Pasión del Señor según San Juan, del mismo modo
que el domingo precedente” (n. 8) (cfr. PABLO VI, Misal Romano, reformado según las normas de los decretos del concilio ecuménico
7. El lector en el Ceremonial de los Obispos27
30. El lector tiene sus funciones propias en la celebración litúrgica, las que deben ejercer, aún en
caso de que estén presentes ministros de orden superior (OGMR, 66).
31. De entre los ministerios inferiores, del primero que históricamente hay constancia es del
lector. Se encuentra en todas las Iglesias, y su ministerio siempre se ha conservado. El lector es
instituido para el ministerio que le es propio, a saber, leer la Palabra de Dios en la asamblea
litúrgica. Por ello, en la Misa y en otras acciones sagradas lee las lecturas, excepto el Evangelio.
Si no hay salmista, recita el salmo interleccional. En caso de no haber diácono, propone las
intenciones de la oración universal.
En cuanto sea necesario, el lector prepare a los fieles que pueden leer la Sagrada Escritura en las
acciones litúrgicas. Sin embargo, en las celebraciones presididas por el Obispo, conviene que lean
lectores instituidos según el rito previsto, y si son varios, se distribuirán entre ellos las lecturas
(cfr. MQ, OLM 51-55; IGLH 259).
32. Consciente de la dignidad de la Palabra de Dios y de la importancia de su oficio, tenga
constante preocupación por la dicción y pronunciación, para que la Palabra de Dios sea
claramente comprendida por los participantes.
Ya que el lector anuncia a los otros la Palabra divina, recíbala también él dócilmente, medítela
con asiduidad y con su modo de vivir, sea testigo de ella.
8.- El lector en la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis28
En el capítulo segundo de este documento, Eucaristía, misterio que se ha de celebrar, el
Papa Benedicto XVI al hablar de la estructura de la celebración eucarística señala lo
siguiente:
“Junto con el Sínodo, pido que la liturgia de la Palabra se prepare y se viva siempre de manera
adecuada. Por tanto, recomiendo vivamente que en la liturgia se ponga gran atención a la
proclamación de la Palabra de Dios por parte de lectores bien instruidos. Nunca olvidemos que
«cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su Pueblo, y Cristo,
presente en su palabra, anuncia el Evangelio» (cfr. OGMR 29).

Vaticano II y promulgado por el Papa Pablo VI, edición típica aprobada por la Conferencia Episcopal Mexicana, texto unificado en
lengua española del Ordinario de la Misa, CEM, Buena Prensa, México 71993, Semana Santa, 21996).
27
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Ceremonial de los Obispos, renovado según los decretos del Sacrosanto Concilio Vaticano
II y promulgado por la autoridad del Papa Juan Pablo II, Versión castellana para América Latina, CELAM, Departamento de Liturgia,
Santa Fe de Bogotá, D. C., 1997.
28
BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Postsinodal, “Sacramentum Caritatis” (27-2-2007), Paulinas (169), México 2007. Sacramentum
Caritatis=SaCa.
Si las circunstancias lo aconsejan, se puede pensar en unas breves moniciones que ayuden a los
fieles a una mejor disposición. Para comprenderla bien, la Palabra de Dios ha de ser escuchada y
acogida con espíritu eclesial y siendo conscientes de su unidad con el Sacramento eucarístico.
En efecto, la Palabra que anunciamos y escuchamos es el Verbo hecho carne (cfr. Jn 1,14), y hace
referencia intrínseca a la persona de Cristo y a su permanencia de manera sacramental. Cristo no
habla en el pasado, sino en nuestro presente, ya que Él mismo está presente en la acción litúrgica.
En esta perspectiva sacramental de la revelación cristiana (cfr. FetR 15-16), el conocimiento y el
estudio de la Palabra de Dios nos permite apreciar, celebrar y vivir mejor la Eucaristía. A este
respecto, se aprecia también en toda su verdad la afirmación, según la cual «desconocer la
Escritura es desconocer a Cristo» (cfr. S. Jerónimo, Comm. in Is., Prol.: PL 24, 17).
Para lograr todo esto es necesario ayudar a los fieles a apreciar los tesoros de la Sagrada Escritura
en el leccionario, mediante iniciativas pastorales, celebraciones de la Palabra y la lectura meditada
(lectio divina)” (n. 45).

Conclusión
Con esto damos por terminado el fundamento histórico del lectorado. Este recorrido a través de
la historia deja muy en claro la existencia y la importancia de este ministerio litúrgico. Quizás en
el futuro haya nuevas exigencias, experiencias y modalidades en la tarea que deberá desempeñar
el lector.

Y en cuanto al magisterio más reciente, se puede decir que todas estas funciones que señalan los
documentos anteriormente citados en general se refieren al lector instituido, pero en ausencia de
él se pueden designar a otros laicos idóneos y cuidadosamente preparados para desempeñar este
oficio, para que los fieles, por la escucha de las lecturas divinas, conciban en sus corazones un
afecto suave y vivo a la Sagrada Escritura (cfr. IGMR 101).
CAPÍTULO III. FUNDAMENTO TEOLÓGICO-LITÚRGICO DEL LECTOR
Después de haber hecho un recorrido histórico en torno al lector y su ministerio desde la tradición
judía hasta nuestros días, en este momento se abordará el fundamento teológico-litúrgico del
mismo.
Para tratar del fundamento teológico-litúrgico del lectorado es importante hablar del valor de la
misma Palabra de Dios: su eficacia y su omnipotencia. En un segundo momento, se abordará el
tema de la importancia de la Palabra de Dios en la celebración litúrgica. En tercer momento, desde
la cristología se dirá que el lector hace presente a Cristo, como servidor de la Palabra y de la
comunidad. En un cuarto momento, tratando de fundamentar una teología del laicado, se hablará
de la eclesiología de comunión y participación. En un quinto momento, se abordará el tema de
los ministerios litúrgicos. Finalmente se tocará el tema del lector y su ministerio.
1. El valor de la Palabra: su eficacia y su omnipotencia29
El lector tiene como misión proclamar la Palabra de Dios, una Palabra con una fuerza dinámica,
una Palabra revelada, capaz de provocar en lo oyentes una respuesta. Y es que Dios al revelarse
ha elegido la Palabra para hablarnos al corazón, manifestarnos el amor que nos tiene. A través de
su Palabra el Señor manifiesta el deseo de que el hombre acoja el plan de salvación y lo
compromete en la construcción de un mundo mejor.
Nos vamos a detener un momento para reflexionar en esa Palabra divina revelada a la humanidad
a lo largo de toda la historia de la salvación hasta llegar a la plenitud en Cristo, la Palabra de Dios
Encarnada.
1.1. La Palabra de Dios en el Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento es clara la importancia que tiene la Palabra de Dios para el pueblo de
Israel. La relación entre Dios y el pueblo se da principalmente a través de la Palabra y exige del
hombre su capacidad de escucha. Dios habla y el hombre escucha; esto establece una relación
interpersonal, de reconocimiento y de amor entre ambos, pero sin sacrificar la trascendencia de
Dios y es que la Palabra es mucho más que un medio trasmisor de un contenido, sino que hace
más profundas las relaciones interpersonales creando vínculos de relación muy hondos. Esta
Palabra de Dios se comunica al pueblo a través de sueños (cfr. Gn 20, 3.6; 37, 1-11; 1 Re 3, 5-
15), a través de los sacerdotes que con el “úrîm y tummîm” (especie de juego de azar, semejante
a los palillos chinos) podían conocer la voluntad divina (cfr. 1 Sam 14, 36-46; 23, 9), por medio
de los profetas que son los portadores de la Palabra de Dios (cfr. Jr 20, 7-9; Os 6, 5; Am 3, 7;
entre otros) y a través de los sabios que comprenden la sabiduría como la Palabra de Dios (cfr.
Prov 3, 19; Sab 7, 25-27; Si 1, 9)30.

29
Esta primera parte del Fundamento Teológico-Litúrgico del lector lo ha preparado el P. LUIS FELIPE DE LA TORRE BARBA, Lic. en
Teología Bíblica, por la Universidad Gregoriana de Roma.
30
Cfr. BRUNO CORSANI, “Palabra”, ed. P. Rossano, G. Ravasi, A. Girlanda, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Paulinas,
Madrid 1990, 1372-1376.
Así, pues, en el AT se le da a la Palabra de Dios diversas cualidades dependiendo del
resultado que se alcanza cuando se escucha o se hace sentir la Palabra divina:

a.- La Palabra de Dios es creadora de comunión


“Mediante la Palabra es como Dios establece su alianza con el pueblo” (cfr. Ex 19, 3-8; 24,
3-8). Ambos textos se corresponden y constituyen una introducción y una conclusión a la alianza
que establece Dios con los hombres y al decálogo. Dios ha elegido a Israel como su pueblo
predilecto; sólo le pide escuchar su Palabra: “Ahora pues, si en verdad escuchan mi voz y guardan
mi alianza, serán mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra” (Ex 19,
5). Dios comunica su Palabra y a través de ella establece una alianza de comunión con su pueblo.
El pueblo se compromete a realizar todas las Palabras del Señor que le han sido
comunicadas: “Haremos todo lo que dice el Señor” (Ex 24, 3b). Pero no sólo lo harán, sino que
también lo escucharán y es en el actuar donde el pueblo se dispone a escuchar la Palabra de Dios:
“Haremos cuanto ha dicho el Señor” (Ex 19, 8b).

b.- La Palabra de Dios es comunicadora


La Palabra es el medio de comunicación de un mensaje. Este mensaje está expresado por
medio de las fórmulas “Así dice el Señor” y “Oráculo del Señor” (cfr. 2 Sam 12, 11; 24, 12). En
la tradición de Israel este mensaje casi siempre es de condenación y se presenta por medio de
oráculos de juicio; nunca está a favor del poder sino que critica sus actitudes y las acciones del
pueblo: Elías hace un reproche a Ajab por lo que le ha hecho a Nabot (cfr. 1 Re 21,16-24)31.

c.- La Palabra de Dios es exhortativa


Esta característica de la Palabra de Dios la encontramos no sólo en los profetas, que ya de
por sí son de carácter exhortativo de parte de Dios al pueblo, sino también en los sapienciales y
de manera especial en la Torá32. El interés especial de esta Palabra es exhortar al pueblo de Israel
a mantener la fidelidad a la Alianza establecida por el Señor. Dios por propia iniciativa se
compromete y por su Palabra exhorta, anima al pueblo a comprometerse a sí mismo.

31
Cfr. CORSANI, “Palabra”, 1377.
32
Cfr. CORSANI,, “Palabra”, 1377.
d.- La Palabra de Dios es acción eficaz

Por su Palabra Dios hace la historia. El profeta Ezequiel expresa claramente este aspecto
de la Palabra: “Yo, el Señor, diré lo que tenga que decir, y lo que diga se hará, no se retrasará
más; sino que en sus días, casa rebelde, lo diré y lo haré” (Ez 12, 25). El Deuteroisaías resalta la
participación de Dios en la historia en su compromiso de liberación y restauración a través de su
Palabra: “Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá sino que
riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come,
así será mi Palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y
logrado el propósito para el cual la envié” (Is 55, 10-11) 33.

La voluntad de Dios se cumple a través de la Palabra. Es en el momento de la creación


cuando se manifiesta claramente que no es tan sólo un instrumento en las manos de Dios, sino
que se identifica con su persona, con su iniciativa. En Gn 1, 1-2, 4 encontramos diez veces la
fórmula de la orden: (“Dijo Dios”). La orden es dada inefablemente y así se cumple; la Palabra
se une a la acción: (“y así fue”). Dios es el gran protagonista, interviene eficazmente con su
Palabra y acción. El relato subraya que la Palabra creadora de Dios es poderosa, voluntad
operante, fuerza creadora, expresión actuante y poder eficaz34.

El salmo 33 destaca la eficacia de la Palabra de Dios en la creación. Su Palabra es eficaz y


a través de ella Dios ha creado el mundo (Sal 33, 6-9). Dios obra por la Palabra y ésta se cumple
sin más: “porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió” (v. 9); crea sin algún esfuerzo, da
vida con su sola Palabra35.

Dios creó al hombre cuando le habló, lo creó mediante la Palabra en la que estaba la vida:
“Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza
dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra,
y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a
imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn 1, 26-27).

33
Cfr. JOSÉ LUIS SICRE, Profetismo en Israel, Estella 20005, 441-449.
34
Cfr. F. GARCÍA LÓPEZ, El Pentateuco, Estella 2004, 80.
35
Cfr. LUIS ALONSO SCHÖKEL-C. CARNITI, Salmos, I, Estella 2002, 502-507.
Así, pues, ya desde el AT se tiene la conciencia que la Palabra de Dios es portadora de vida. Por
la Palabra Dios ha creado y ha dado vida a todos los seres vivientes, es una Palabra vivificadora
(cfr. Gn 1, 26-27).
1.2. La Palabra en los sinópticos
En los sinópticos la Palabra de Dios, lógicamente, se identifica con la Palabra de Jesús su Hijo:
“Y una voz que salía de los cielos decía: Este es mi Hijo amado en quien me complazco” (cfr. Mt
3, 17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22).
Esta Palabra de Jesús se identifica con su actuar. Jesús habla también a través de lo que hace:
“Vayan y cuenten lo que han visto y oído” (Mt 11, 4). Su Palabra provoca interés (cfr. Lc 5, 1),
suscita asombro (cfr. Mc 1, 22). Es una Palabra que tiene autoridad (cfr. Mt 7, 29). Al igual que
en el AT es una Palabra de acción eficaz: con su Palabra expulsaba a los demonios y curaba a los
enfermos (cfr. Mt 8, 16); el centurión expresa el poder de la Palabra de esta manera: “Di una
Palabra y mi criado quedará curado” (Lc 7, 7). El centurión tiene puesta su confianza en la Palabra
vivificadora de Jesús36. No confía en la forma tradicional de curación que se da tocando al
enfermo sino en la eficacia de la Palabra divina pronunciada por Jesús.
Es, pues, una Palabra portadora de vida. Es una Palabra que se realiza, no es una Palabra vacía,
sino llena de contenido y es eficaz.
1.3. La Palabra en Juan
En el evangelio de Juan el término Palabra tiene varias acepciones. El término “logos” puede
usarse en sentido llano y simple expresando las Palabras pronunciadas por Jesús. En singular
puede indicar un dicho o una afirmación o un discurso de Jesús: “Creyeron la escritura y en las
Palabras que Él había dicho” (Jn 2, 22). Puede utilizarse en sentido colectivo para referirse al
mensaje de Jesús entendido como revelación: “El que oye mi mensaje tiene vida eterna” (Jn 5,
24) 37.
En algunos casos se refiere a la Palabra de Dios como verdad: “Santifícalos en la verdad, tu
Palabra es verdad” (Jn 17, 17); Jesús es su depositario: “Sin embargo no le conocen, yo sí que le
conozco, sería un mentiroso como ustedes. Pero yo le conozco y guardo su Palabra (Jn 8, 55) y
es, también, su trasmisor: “Yo les he dado tu Palabra…” (17, 14) 38. En otros casos se le confiere
a la Palabra de Jesús la misma autoridad que la Palabra de Dios en el AT y en continuidad con
esa potencia eficaz: “Así se cumplirá lo que había dicho” (Jn 18, 9). Así pues de la misma manera
que en los sinópticos y en el AT esta Palabra de Jesús es eficaz y dinámica.

36
Cfr. F. BOVON, El Evangelio según San Lucas, I, Salamanca 1995, 496.
37
Cfr. D. H. DOOD, Interpretación del cuarto Evangelio, Madrid 1978, 268-269.
38
Cfr. CORSANI, “Palabra”, 1385-1387.
El evangelista San Juan le concede mucha importancia a la Palabra salida de los labios de Jesús:

a.- Por la Palabra de Jesús se llega a la fe (Jn 4, 39-42)


Los samaritanos creyeron al escuchar la Palabra de Jesús. Es una fe auténtica porque está basada
en las Palabras de Jesús. La fe tiene su fundamento en el contacto con Jesús a través de su Palabra.
Por ella los samaritanos llegan al conocimiento de Jesús y lo proclaman como el salvador del
mundo: “Muchos más creyeron en él al oír su Palabra. Y decían a la mujer: «ya no creemos por
lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el
salvador del mundo»” (Jn 4, 41-42). No hay necesidad de milagros para unirse a Cristo y creer
en su misión39, basta su Palabra para provocar en los oyentes la fe, la adhesión a Jesús y a su
Reino.
b.- Actitudes ante la Palabra
- Aceptación: Jesús ha anunciado su Palabra a los discípulos y éstos la han escuchado y
aceptado: “Porque las Palabras que tú me has dado se las he dado a ellos y ellos las han aceptado
y han reconocido verdaderamente que vengo de ti” (Jn 17, 8). La comunidad acepta la Palabra y
llega así al conocimiento de la procedencia del Hijo que viene del Padre, es depositaria de la
revelación de Dios.
- Permanencia: Los verdaderos discípulos de Jesús deben permanecer en su Palabra: “Si
se mantienen en mi Palabra serán verdaderamente mis discípulos” (Jn 8, 31). Permanecer en su
Palabra no significa sólo escuchar la Palabra sino que es necesario dejarse traspasar por ella,
dejarla germinar en toda su potencialidad40. Es una invitación a poner en práctica la Palabra de
Jesús. La permanencia en la Palabra lleva a un conocimiento muy profundo de la persona de
Jesús.
- Esperanza: Sólo el obediente gozará de la presencia del Padre y del Hijo. Es la fidelidad
a la Palabra de Jesús la que da esperanza en la presencia divina en los que han guardado la Palabra:
“Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada
en él” (Jn 14, 23)41. La presencia divina en los que guardan la Palabra es el cumplimiento de todas
las promesas futuras, es una experiencia totalizante.

39
Cfr. JUAN MATEOS-J. BARRETO, Juan. Texto y comentario, Madrid 1979, 80.
40
Cfr. S. CASTRO SÁNCHEZ, Evangelio de Juan. Composición exegético-existencial, Madrid 22001, 199.
41
Cfr. J. J. BARTOLOMÉ, Cuarto Evangelio, Cartas de Juan, Madrid 2002, 303-304.
c.- El prólogo
El prólogo del evangelio de Juan expresa con una grandiosidad de lenguaje, a la vez sencillo y
majestuoso, la presencia de la Palabra entre nosotros42.
Allí encontramos explícitamente el término “logos” aplicado a Jesús. Este término sintetiza el
concepto “dabar” del AT en sus dos significados: el de Palabra, potencia creadora (cfr. Gn 1) y
el de sabiduría creadora, que equivale al plan de Dios en su creación (cfr. Prov 8, 22-24. 27; Eclo
1, 1. 4-6. 9; Sab 8, 4; 9, 1. 9; Sal 104, 24).
El “logos” es preexistente: “En el principio era la Palabra” (Jn 1, 1) y mantiene una comunidad
de vida con Dios “Estaba junto a Dios” (Jn 1, 1), pertenece a la esfera de su ser, es creadora y
mediadora. Es expresión de Dios y es la vida misma en cuanto comunicada, por eso se le puede
llamar la Palabra de la vida: “Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1, 4). Gracias
a ella, fuente de vida, los hombres son conducidos a la plenitud de la vida43.
Esta Palabra se ha humanizado, ha puesto su tienda entre nosotros; asume la condición del hombre
frágil: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). De hecho toda la tradición
cristiana reconoce a Jesús como la Palabra hecha carne. Es el Verbo de Dios que viene para
habitar entre nosotros. Existe desde siempre y para siempre.
Esta Palabra por su cualidad de creadora hizo posible que el mundo exista. Vino a este mundo en
la persona de Jesús (cfr. Jn 1, 10-11). Él es la fuente de todo lo creado.
Al ser acogida ha dado a los suyos un nuevo ser: la filiación divina: “A todos los que la recibieron
les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de
sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 12-13);
Dios engendra como hijos a quienes acogen la Palabra y sólo la fidelidad a la Palabra crea hijos
de Dios. Por tanto, es una Palabra engendradora de vida.
La vida nace, como en una explosión, por la Palabra. Lo que no era, por la Palabra, es vida.
Cuando la Palabra generadora de vida se hace carne se realiza lo dicho por Jesús: “Yo he venido
para que tengan vida y para que la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Para Juan, Jesús viene a
dar vida, pero vida en abundancia, una vida tan plena y abundante que la muerte pierde todo poder
sobre el ser humano: “Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque
muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11, 25-26) 44.

42
Cfr. J. MATEOS-J. BARRETO, El Evangelio de Juan, Análisis lingüístico y comentario exegético, Madrid 1979, 21.
43
Cfr. BARTOLOMÉ, Cuarto Evangelio, Cartas de Juan, 156.
44
Cfr. X. LEON-DUFOUR, Lectura del Evangelio de Juan, II, Salamanca 2000, 329-332.
1.4. “Levántate, carga tu camilla y anda”, Palabras de vida (Jn 5, 1-9)
En este texto se resalta la Palabra de Jesús que es portadora de vida. Jesús va a Jerusalén a una
fiesta indeterminada, pero no participa en la fiesta de los judíos sino que va y entra en el lugar de
la desesperanza, del sufrimiento y la opresión45.
Al entrar a la piscina Jesús quiere participar de la desventura de esa multitud de enfermos, una
multitud abandonada por la sociedad que honra a Dios sólo con los labios pero que está vacía del
amor al prójimo y de la solidaridad entre los hombres. Es una multitud que tiene necesidad de
algo, de alguna Palabra o de alguien que le devuelva la vida, su sentido, sus bondades y sobre
todo una vida en relación con Dios y su proyecto de salvación.

El profeta Isaías anuncia que es en los pobres y desamparados donde se ha de manifestar la Gloria
de Dios, su presencia salvadora (Is 1, 10-20). El pueblo ha de aprender a vivir la justicia y la
solidaridad. La salvación divina y la fidelidad a la alianza se manifiestan en la preocupación por
los más desamparados, los pobres y los enfermos46. Dios pide misericordia y escucha de su
Palabra.

Su Palabra es portadora de perdón y de vida, de una vida nueva. Jesús no entra al lugar de culto,
al templo, sino que entra con el desvalido y con su Palabra devuelve el sentido a su vida.

Así, pues, ahí se hace presente Jesús con su Palabra que da vida, capaz de transformar la tristeza
en alegría, la debilidad en fuerza y elige al que más tiempo tiene enfermo para manifestar la gloria
de Dios y el poder de la Palabra. Treinta y ocho años de enfermedad con la única esperanza de
una piscina incapaz de expresar cualquier sentimiento de compasión a los que se encontraban a
su alrededor; treinta y ocho años en los que la persona, poco a poco ha ido perdiendo el sentido y
deseo de vivir.
Jesús lo mira y de inmediato se compadece de él: “Viéndolo Jesús tendido y sabiendo que tenía
ya mucho tiempo, le dijo: ¿quieres curarte?” (v. 6). Jesús sintió compasión por este hombre y le
dirige su Palabra llena de amor y de misericordia. No hay ninguna razón especial para que fuera
éste el favorecido, tal vez el mucho tiempo que tenía en su enfermedad.
Así se manifiesta el grande amor de Dios a los hombres, en los pobres y desamparados: “Porque
el Señor su Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible que no
hace acepción de personas ni acepta soborno. Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y muestra
su amor al extranjero dándole pan y vestido. Muestren, pues, amor al extranjero, porque ustedes
fueron extranjeros en la tierra de Egipto” (Dt 10, 17-19).

45
Cfr. MATEOS-BARRETO, El Evangelio de Juan, Análisis lingüístico y comentario exegético, 267.
46
Cfr. G. ODASSO, Teologia biblica dell´azione ecclesiale, 60102, Curso impartido en la Universidad Lateranense, 2004-2005.
Por eso, Jesús viene con el desvalido, al lugar del desamparado, toma la iniciativa y conociendo
su situación le dirige la Palabra: “¿Quieres curarte?” Esta Palabra de Jesús está llena de
compasión y del deseo de dar al enfermo aquello que necesita para volver a vivir. “¿Quieres
curarte?”, es decir, ¿quieres volver a tener vida?, ¿quieres salir del círculo de los que han perdido
toda esperanza de alcanzar la libertad?, ¿quieres dejar esta piscina para tener vida? Será una vida
que tenga sentido, una vida en la libertad e iluminada por la Palabra potente y salvadora de Jesús47.

Aquella realmente era una buena pregunta. Era importante, porque no todo el mundo desea estar
sano. Cuando ocurren cambios en algún aspecto de nuestras vidas, por lo general estremece
nuestro mundo y a su vez afecta todos los demás aspectos. ¿Estaba el enfermo dispuesto a vivir
con esos cambios? ¿Estaba dispuesto a aceptar la responsabilidad de su nueva vida? ¿Podría él
sobrevivir a la pérdida de su condición de víctima?

La respuesta del hombre es la respuesta de alguien que ha perdido sentido a su vida; se encuentra
solo y enfermo. No alcanza a descubrir en Jesús su potencia sanadora, sino que sigue sumergido
en su desesperanza: “No tengo a nadie que me meta en la piscina” (v. 7). Sigue pensando que su
vida depende de la piscina que promete una salvación que no se realiza nunca.

La desesperación lo devoraba y había perdido toda esperanza, se encontraba desamparado,


indiferente para los demás, sin que nadie lo ayudase, se había resignado a la enfermedad.
Pero, en seguida, sin más, se escucha la Palabra vivificante de Jesús: “Levántate, carga tu camilla
y camina” (v. 8). Esta es la Palabra potente y eficaz, capaz de devolverle el sentido de la vida al
enfermo. Con esta orden portadora de vida Jesús manifiesta el poder de su Palabra.

“Levántate”, le dice, ya no continúes ahí postrado, la vida hay que vivirla de pie, con orgullo.
Sólo quien no quiere vivir o le ha perdido el sentido a la vida vive postrado sin el ánimo de seguir
luchando. Jesús le ordena levantarse, le hace ver que la vida es algo más grande que una camilla
y que un lugar de desesperanza. “Carga tu camilla”, le dijo. Que ya no sea la camilla quien te
cargue. Toma control de tu vida; que tu vida de un giro total; eres dueño de ella, ya no dependes
de nada ni de nadie. Eso sí, has de enfrentarla con responsabilidad porque al cargar tu camilla te
has de enfrentar a la ley, a un estilo de vida que no libera.

47
Cfr. MATEOS-BARRETO, El Evangelio de Juan, Análisis lingüístico y comentario exegético, 269-270.
“Camina”, siguiendo a J. Mateos, Jesús le da la orden de iniciar una vida nueva; le da una nueva
esperanza: el camino de la libertad. Cuando escucha la Palabra de Jesús el enfermo siente renacer
en él la esperanza de volver a tener vida.

En seguida la orden se cumple inmediatamente, se realiza lo que ha sido mandado, ahora el


enfermo vuelve a tener vida: “Y al momento el hombre quedó curado, y cargó su camilla y
caminaba” (v. 9). No fue una recuperación gradual, sino total. Cristo lo sana totalmente con su
Palabra y el enfermo al ser curado vuelve a ser dueño de su vida. Con su Palabra le ha dado una
nueva vida, una vida con sentido. El hombre ha quedado transformado y se ha manifestado en él
la eficacia de la Palabra de Jesús como Palabra portadora de vida.

La curación es sólo un signo de la nueva vida que Jesús trae, un símbolo del nuevo estilo de
vida que se nos ofrece y que en este caso consiste en la libertad para ponerse en camino en el
seguimiento de Jesús. De esta manera, Jesús no solamente anuncia con su Palabra el Reino de
Dios, sino que lo hace presente. Un Reino donde se viva la libertad y el amor. El ahora curado
deberá iniciar una nueva vida de fe: “Ya has quedado curado, no peques más, para que no te
suceda algo peor” (v. 14).
Es esta la nueva vida que porta la Palabra de Jesús (el “Logos”), una vida en la gracia, en la
libertad y el amor. Jesús se revela como el dador de vida. Comunica la vida a través de su
Palabra que es potente y eficaz, nuevamente en continuidad con la Palabra de Dios en el AT
(el “Dabar”). Su Palabra es el nuevo manantial donde brota la vida y la esperanza para el hombre
que se encontraba bajo las ataduras del pecado y de la muerte.

2. La importancia de la Palabra de Dios en la celebración litúrgica


Parte fundamental del aspecto teológico es tratar el tema de la Palabra de Dios y su importancia
en la celebración litúrgica (especialmente en la liturgia sacramental y eucarística), ya que la
lectura de la Sagrada Escritura en el marco de la celebración es un acto litúrgico, el centro de la
liturgia de la Palabra48. Para ello será necesario acudir al magisterio de la Iglesia y ver las
consecuencias de sus afirmaciones.

48
Cfr. SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA DE ESPAÑA, El ministerio del Lector. Directorio litúrgico-pastoral (1985), n. 5.
a.- La Palabra de Dios en la Sacrosanctum Concilium
La constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia nos dice lo siguiente:

1º Cristo está siempre presente en su Iglesia especialmente en los actos litúrgicos, y lo está en su
Palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura (cfr. SC
7).

2º Su importancia es máxima, porque de ella se toman las lecturas que se explican en la homilía,
y los salmos que se cantan; las preces, oraciones y cantos litúrgicos están impregnados de su
aliento y su inspiración; de ella reciben su significación las acciones y los signos. De ahí que,
para procurar la reforma, el desarrollo y la adaptación de la sagrada liturgia, es necesario
promover aquel afecto suave y vivo a la Sagrada Escritura (cfr. SC 24).

3º Para que aparezca claramente en la liturgia la unión íntima del rito y la Palabra: en las
celebraciones sagradas debe establecerse una lectura de la Sagrada Escritura más abundante, más
variada y más apropiada (SC 35).

4º Para que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con mayor abundancia para los fieles, ábranse
con mayor amplitud los tesoros bíblicos, de modo que, en un espacio determinado de años, sean
leídas al pueblo las partes más importantes de la Sagrada Escritura (SC 51).

5º Las dos partes de que consta la misa, a saber, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística,
están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un único acto de culto (SC 56).

b.- La Palabra de Dios en la Dei Verbum


La constitución sobre la Divina Revelación recuerda que: “La Iglesia siempre ha venerado la
Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada
liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la
Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo” (DV 21).
c.- La Palabra de Dios en la instrucción Eucharisticum Misterium49

Hablando sobre los diversos modos de la presencia de Cristo en las celebraciones litúrgicas la
instrucción Eucharisticum Misterium, afirma que su presencia en la Palabra como todas las
demás (la asamblea, la persona del ministro), es una presencia real, solo que en la especie
eucarística se trata de una presencia real no por exclusión sino por excelencia, porque es una
presencia substancial y permanente (cfr. n. 9).

d.- La Palabra de Dios en la Introducción del Leccionario de la Misa


En el capítulo primero de este documento se ofrecen principios generales para la celebración
litúrgica de la Palabra de Dios, los cuales son los siguientes:

1º En las distintas celebraciones litúrgicas se expresan los múltiples tesoros de la única Palabra
de Dios, ya sea en el transcurso del año litúrgico, ya en la celebración de los sacramentos y
sacramentales de la Iglesia, o en la respuesta de cada fiel a la acción interna del Espíritu Santo,
ya que entonces la misma celebración litúrgica, que se sostiene y se apoya en la Palabra de Dios,
se convierte en un acontecimiento nuevo y enriquece esta Palabra con una nueva interpretación y
una nueva eficacia (cfr. OLM 3).

2º En la celebración litúrgica, la Palabra de Dios no se pronuncia de una sola manera, ni repercute


siempre con la misma eficacia en los corazones de los que la escuchan, pero siempre Cristo está
presente en su Palabra y, realizando el misterio de salvación, santifica a los hombres y tributa al
Padre el culto perfecto.

3º La economía de la salvación alcanza su más pleno significado en la acción litúrgica, de modo


que la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta
Palabra.

49
Cfr. SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS Y EL CONSILIUM, Eucharisticum Mysterium, AAS (1967) 539-573, se ha utilizado la
traducción española que presenta Andrés Pardo en ENCHIRIDION, Documentación litúrgica postconciliar, Regina, Barcelona 2000.
4º La Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz, por el
poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre (cfr. OLM 4).

5º Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda la celebración litúrgica,


por tanto cuanto más profunda es la comprensión de la celebración litúrgica, más alta es la estima
de la Palabra de Dios, y lo que se afirma de una se puede afirmar de la otra, ya que una y otra
recuerdan el misterio de Cristo y lo perpetúan cada una a su manera (cfr. OLM 5).

6º Cuando Dios comunica su Palabra, espera siempre una respuesta, respuesta que es audición y
adoración “en Espíritu y verdad”. El Espíritu Santo, en efecto, es quien da eficacia a esta
respuesta, para que se traduzca en la vida lo que se escucha en la acción litúrgica.

7º Las actitudes corporales, los gestos y las palabras con que se expresa la acción litúrgica y se
manifiesta la participación de los fieles reciben su significado no sólo de la experiencia humana,
de donde son tomados, sino de la Palabra de Dios y de la economía de la salvación, a la que hacen
referencia (cfr. OLM 6).

8º Lo que Dios realizó en la historia de la salvación se hace de nuevo presente de un modo


misterioso, pero real, a través de los signos de la celebración litúrgica.

9º Siempre que la Iglesia, congregada por el Espíritu Santo en la celebración litúrgica, anuncia y
proclama la Palabra de Dios, se reconoce así misma como el nuevo pueblo de la Alianza.

10º La Palabra de Dios que es proclamada en la celebración de los sagrados misterios, no sólo
atañe a la actual situación presente, sino que mira también al pasado y vislumbra el futuro, y nos
hace ver cuán deseables son aquellas cosas que esperamos (cfr. OLM 7).

11º La Palabra de Dios es explicada en la acción litúrgica únicamente por aquellos a quienes, por
la sagrada ordenación, corresponde la función de magisterio, o aquellos a quienes se encomienda
este ministerio (cfr. OLM 8).
12º Para que la Palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos,
se requiere la acción del Espíritu Santo, con cuya inspiración y ayuda la Palabra de Dios se
convierte en fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la vida (OLM 9).
13º La Iglesia honra con una misma veneración, aunque no con el mismo culto, la Palabra de
Dios y el misterio eucarístico.
14º Alimentada espiritualmente con esta doble mesa, la Iglesia progresa en su conocimiento
gracias a la una, y en su santificación gracias a la otra.
15º La Palabra de Dios leída y anunciada por la Iglesia en la liturgia conduce al sacrificio de la
Alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la Eucaristía, como a su fin propio (cfr. OLM 10).

e.- La Palabra de Dios según la Pontificia Comisión Bíblica


La Pontificia Comisión Bíblica subraya que la Sagrada Escritura es un elemento importante en la
liturgia, especialmente en la liturgia sacramental, de la cual la celebración eucarística es su
cumbre, porque en ella se realiza la actualización más perfecta de los textos bíblicos50.

f.- La Palabra de Dios en la Institución General del Misal Romano


La IGMR por su parte señala:
1º Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras es Dios mismo quien habla a su pueblo, y
Cristo, presente en su Palabra, quien anuncia la Buena Nueva. Por eso las lecturas de la Palabra
de Dios que proporcionan a la liturgia un elemento de grandísima importancia, deben ser
escuchadas por todos con veneración... su eficacia aumenta con una explicación viva, es decir,
con la homilía (cfr. IGMR 29).
2º Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la
parte principal de la Liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u
oración de los fieles, la desarrollan y concluyen. En las lecturas, que luego desarrolla la homilía,
Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de redención y salvación, y le ofrece el alimento
espiritual; y el mismo Cristo por su Palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta Palabra
divina la hace suya el pueblo con sus cantos y mostrando su adhesión a ella con la profesión de
fe; y una vez nutrido de ella, en la oración universal, hace súplicas por las necesidades de la
Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo (IGMR 55).

50
Cfr. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia. Discurso de su santidad el Papa Juan Pablo II y
Documento de la Pontificia Comisión Bíblica, 1993, Ediciones Dabar, México, D. F., 1996, 112-113.
3º La Liturgia de la Palabra debe ser celebrada de tal manera que favorezca la meditación, por
eso se debe evitar absolutamente toda forma de apresuramiento que impida el recogimiento. En
ella son convenientes también unos breves espacios de silencio, en los cuales, con la ayuda del
Espíritu Santo, se perciba con el corazón la Palabra de Dios y se prepare la respuesta por la oración
(cfr. IGMR 56).

4º En las lecturas se dispone la mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les abren los tesoros
bíblicos. Se debe por tanto, respetar la disposición de las lecturas bíblicas, la cual pone de relieve
la unidad de ambos testamentos y de la historia de la salvación. No se está permitido cambiar las
lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios, por otros textos no bíblicos
(IGMR 57).

5º La lectura del Evangelio constituye el culmen de la liturgia de la Palabra de Dios (cfr. IGMR
60).
Además de los números anteriormente citados, en los números 58, 59, 61-63, se ofrecen
indicaciones de cómo se debe proceder en la proclamación de la Palabra de Dios.

3. El lector hace presente a Cristo como servidor de la Palabra y de la comunidad


Como todo servicio eclesial, el ministerio del lector tiene su origen en Cristo, autor de la
Iglesia; el cual entendió la misión confiada por el Padre como una diaconía (cfr. LG 18),
haciéndose servidor de todos (cfr. Lc 22, 27; Mt 20, 28; LG 29). En un gesto, que es preciso
interpretar a la luz de este espíritu de servicio, Jesús estando en la sinagoga de Nazaret “se puso
en pie para hacer la lectura”, leyendo y comentando después el pasaje del profeta Isaías que lo
presentaba como el Ungido del Señor para anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, según
refiere el evangelista San Lucas (Lc 4, 16 ss.)51.
Así, pues, el lector hace presente a Cristo en la asamblea litúrgica52, ya que “cuando se lee en
la Iglesia la Escritura es Cristo quien habla” (SC 7). Por tanto, el lector tiene como misión hacer
presente a Cristo; es él el portavoz de Cristo, el “profeta” de Cristo. Al leer está desempeñando
la misión profética que le viene como un derecho por el Bautismo y que le reafirma la Iglesia por
el ministerio.

51
SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA DE ESPAÑA, El ministerio del Lector, n. 2.
52
Cfr. ÁLVAREZ C., Lectores de la Palabra para el pueblo de Dios, 68-71.
Por lo mismo, ser lector es una vocación, una misión, un derecho, un servicio. Vocación:
Cristo llama al lector, como cristiano, para que sea su profeta ante los hermanos; misión: como
tal, recibe por encargo de la Iglesia proclamar, anunciar y hacer presente la Palabra misma de
Dios con la extraordinaria noticia de la salvación que Dios ofrece a los hombres; derecho: recibido
en el Bautismo, con el cual ha pasado a formar parte del Pueblo sacerdotal que es llamado a
proclamar las maravillas de Dios (cfr. 1 Pe 2, 9-11); servicio: hacer presente a Cristo ante la
asamblea de los hermanos que alaban a Dios y escuchan su Palabra.

El lector como servidor de la Palabra, tiene como carisma (y todo carisma es para la
edificación de la Iglesia) el proclamar esa Palabra para que todos la reciban y sean salvos. El
lector desempeña, así, un gran papel en el banquete de la familia de Dios, y de la misma manera
que el presidente consagra y reparte el Pan de la Eucaristía, así también el lector reparte el Pan
de la Palabra y edifica la Iglesia santa de Dios.

El lector no sólo “reparte” el Pan de la Palabra sino que también “da vida” a la misma
Palabra: hace de la Palabra escrita una Palabra viva que pueda ser escuchada y acogida por la
comunidad como la Palabra misma de Dios. Por esto, el lector es un hombre de la Palabra, como
los profetas.
Como ellos ha de poner a disposición de Dios, sobre todo su lenguaje: como si tuviera que dar la
carne y sangre, la vida y expresión de su lengua, para que en ellos se encarne la Palabra de Dios.
Como servidor de la comunidad, el lector al proclamar la Palabra está al servicio de la
comunidad reunida en asamblea, alimentándola y edificándola.

La Sagrada Escritura es como una partitura musical que está dormida mientras no se le ejecute.
Cuando un creyente la lee, en especial si se hace en una asamblea de oración, el Espíritu suscita
en el corazón de los fieles, con su gracia, la actitud conveniente para que las Palabras antiguas
produzcan una vida nueva.
Este servicio que el lector presta a la comunidad es mayor cuando los fieles, por su poca cultura,
no pueden o no tienen tiempo de leer la Escritura y van a la celebración, conscientes de que allí
encontrarán todo lo que necesitan para alimentar su vida cristiana.
4. El lector desde una eclesiología de comunión y participación

A este respecto la exhortación apostólica Christifideles laici nos dice que: “La eclesiología de
comunión es la idea central y fundamental de los documentos del concilio... Se trata de la
comunión con Dios por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo. Esta comunión tiene lugar en
la Palabra de Dios y en los sacramentos...
Ya en sus primeras líneas, la constitución Lumen Gentium comprendía maravillosamente esta
doctrina diciendo: «la Iglesia es en Cristo como un sacramento, es decir, signo e instrumento
de la íntima unión del hombre con Dios y de la unidad de todo el género humano» (cfr. LG
1). La realidad de la Iglesia-Comunión es parte integrante, más aún, representa el contenido
central del “misterio” o sea del designio divino de salvación de la humanidad” (n. 19).

Es una comunión –nos dice– orgánica, la cual se caracteriza por la diversidad y


complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas
y de las responsabilidades de cada uno en la Iglesia, que son don del Espíritu Santo para
edificación de loa misma (cfr. n. 20).

Afirma también que los ministerios presentes y operantes en la Iglesia, si bien con modalidades
diversas, son toda una participación en el ministerio de Jesucristo Buen Pastor que da la vida por
sus ovejas (cfr. Jn 10, 11) (cfr. n. 21).

En cuanto a los ministerios ordenados que derivan del sacramento del orden expresan y llevan a
cabo una participación en el sacerdocio de Jesucristo que es distinta, no sólo por grado sino por
esencia, de la participación otorgada con el Bautismo y con la Confirmación a todos los fieles
(cfr. 22).

Sin embargo, continúa, la misión salvífica de la Iglesia en el mundo es llevada a cabo no sólo
por los ministros en virtud del sacramento del Orden, sino también por todos los fieles
laicos, que participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo, cada uno según
su propia medida. Así, los diversos ministerios, oficios y funciones que los fieles laicos pueden
desempeñar legítimamente en la liturgia, en la transmisión de la fe y en las estructuras pastorales
de la Iglesia, deberán ser ejercitados en conformidad con su específica vocación laical, distinta
de aquélla de los sagrados ministros.
Así, por ejemplo, se les confía el Lectorado y el Acolitado, siguiendo las orientaciones del Motu
propio Ministeria Quaedam, y los principios teológicos de la diferencia esencial entre el
sacerdocio ministerial y el sacerdocio común y, por consiguiente, la diferencia entre los
ministerios derivados del Orden y los ministerios que derivan de los sacramentos del Bautismo y
de la Confirmación (cfr. n. 23).

5. Los ministerios litúrgicos

Entre las tipologías teológicas de la asamblea del periodo conciliar existe una, la asamblea como
epifanía de la Iglesia, que ayuda a apreciar mejor la razón de ser de la ministerialidad litúrgica
cristiana, la cual se apoya sobre una cristología y sobre una eclesiología. Una cristología en la
cual Cristo es visto como mediador, pontífice y sacerdote, y en una eclesiología de comunión y
de participación.

Los ministerios, pues, lejos, de ser un elemento periférico y accidental de la Iglesia, o una
añadidura cultual o un adorno ritual, son un elemento constitutivo de su esencia y estructura, de
tal manera que si los ministerios dependen, al menos en parte de la concepción de la Iglesia, la
imagen de la Iglesia depende también de su realización ministerial, por ello la Iglesia, antes que
tener ministerios, es ministerialmente en y por sus ministerios53, además, se puede decir que
éstos son parte de la misma naturaleza sacramental de la liturgia, como ésta lo es de la misma
historia de la salvación.

La finalidad de los ministerios litúrgicos es facilitar la glorificación de Dios y la santificación


de su pueblo, para lo cual es indispensable que se colabore en armonía, realizando cada quien
aquello que le compete (SC 28), con piedad sincera y con el orden que conviene (SC 29), para
hacer más inteligible y más fecundo el lenguaje de la celebración litúrgica.

Los ministerios litúrgicos son la concreción en determinadas personas de unas tareas que
corresponden a la entera comunidad eclesial, y de la cual son signo quienes las ejercen. Si
el propio Señor hizo de su presencia entre los suyos un verdadero ministerio al decir: “Yo estoy
en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22, 27), y la asamblea celebrante o cultual es el primer
ámbito de la prometida y renovada permanencia de Cristo en su Iglesia (cfr. Mt 18, 29; 28, 20),
toda función ministerial, y no sólo la jerárquica, viene a ser de hecho un signo del Señor que
actúa por medio de su Iglesia54.

53
Cfr. D. BOROBIO, Los ministerios en la comunidad, Centre Pastoral Litúrgica (Biblioteca litúrgica 10), Barcelona
1999, 53-54.
54
Cfr. J. LÓPEZ MARTÍN, “En el Espíritu y la verdad”, Introducción teológica a la Liturgia, (Ágape 5), Secretariado Trinitario,
Salamanca 1987, 247.
Ministros de la celebración litúrgica, en el sentido amplio de la palabra, son todos aquellos que
se reúnen en la fe para celebrar el misterio de salvación de Cristo y participan activamente al
culto. Por lo cual, todos los miembros de la asamblea celebrante, con su misma presencia,
ejercitan una función ministerial en el acto litúrgico, en razón de su sacerdocio bautismal.

Sin embargo, como la asamblea es un grupo estructurado, de entre los miembros de la misma
existen algunos, que no por designación de la asamblea, ni por delegación de ella, ni por sus
méritos propios sino por la imposición de las manos del obispo han recibido el ministerio de la
presidencia en la asamblea.

Dentro de la asamblea cultual, verdadero sujeto de toda la acción litúrgica, se encuentran: los
ministros ordenados, los ministros instituidos y los ministros designados, que pueden desempeñar
un servicio de forma estable u ocasional.

Entre los ministros ordenados se encuentran: el obispo, el presbítero o el diácono. Su función


es presidir la celebración y moderar el desarrollo de la misma en nombre de Cristo y de la Iglesia.
La presidencia pertenece a la naturaleza misma de la liturgia y de la Iglesia, la cual implica que
sea significada la presidencia misma de Cristo. Esta función se entiende a partir de la naturaleza
propia de la actividad, más que a partir de la persona, e implica acoger y coordinar, ser presente,
iniciar y concluir, orar, preparar la celebración y prepararse y poner los signos sacramentales55.

Como ministerios instituidos se encuentran el lector y el acólito, según el motu propio


Ministeria Quaedam de Pablo VI (cfr. n. V y VI), de lo cual ya hemos hablado más arriba.

Como ministerios litúrgicos llamados designados, son los que pueden desempeñar un servicio,
de forma estable u ocasional, según los casos, no sólo por varones, sino también por mujeres. De
forma estable pueden ser, por ejemplo, el sacristán, el animador de la asamblea, el coro. Como
ministros de forma ocasional, Pablo VI en la instrucción Immensae caritatis56, autorizó la
institución de ministros extraordinarios de la comunión en condiciones específicas (cfr. n. I-VI).

Algo común a todos, y aquí subrayemos al lector y su función, es que están al servicio de la
asamblea, para lo cual será muy importante que posean una formación bíblica, litúrgica y
técnica adecuadas a su función57.

55
Cfr. J. GELINEAU, “Ministeri diversi”, tr. P. Ambrosio-M. Gobin, in Exsultet. Enciclopedia prattica della liturgia, Centro Nazionale
de Pastorale Liturgica, Parigi, ed. L.-M. Renier, Queriniana, Brescia 2002, 336-338; LÓPEZ MARTÍN, “En el Espíritu y la verdad”,
Introducción teológica a la Liturgia, 248; D. BOROBIO, «Participación y ministerios litúrgicos», Phase 144 (1984) 512-516).
56
Cfr. PABLO VI, Immensae caritatis, AAS 65 (1973) 264-271.
57
Cfr. T. A. KROSNICKI, “Ministerialità liturgica”, in Scientia Litúrgica, Manuale di Liturgia 2, Liturgia fondamentale, ed. Anscar J.
Chupungco, osb, PIEMME, Casale Monferrato 21999, 171-172.
6. El ministerio del lector

Para hablar del ministerio del lector58 es importante tener presente que Dios no cesa de hablar a
su Esposa y por ella al mundo. La Iglesia es una comunidad profética, que participa del poder del
Verbo encarnado. Cada creyente es responsable de anunciar la Palabra. Para ello el Espíritu
suscita responsabilidades diferentes.

A los pastores, en virtud del sacramento del Orden, para que lo hagan con su autoridad y lo
autentifiquen. A los fieles laicos, por la fuerza del sacerdocio universal de la Iniciación cristiana,
con diversos dones y carismas.
La celebración litúrgica supone, por tanto, un anuncio previo de la Palabra, que suscitó la fe, la
conversión y la inserción en la comunidad.

Pero también es un lugar privilegiado en el que resuena la Palabra hoy en la Iglesia. Cristo
resucitado se hace realmente presente en su Palabra.

Y ese anuncio se hace sacramento, para la vida de las personas. Así que origina otros momentos
de anuncio y escucha de la Palabra en la vida.

A través de la Palabra que se anuncia, en la Iglesia se realiza una verdadera epifanía del Señor en
medio de los que esta Palabra convoca para crecer en la fe y profesar la fe de la Iglesia,
culminando en la celebración del Misterio Pascual de Cristo.

La Proclamación de la Palabra en la liturgia es un acontecimiento actualizaste de la historia de la


salvación, por tanto, un evento salvífico. No cuenta una historia del pasado, ni da una lección
escolar, sino anuncia el Misterio, que se realiza aquí y ahora para cuantos escuchan con atención
y acogen con fe esa Palabra.

La Liturgia de la Palabra no es un elemento didáctico o una mera preparación, sino un elemento


constitutivo del acto culto, que participa de su final: la glorificación de Dios y la santificación del
hombre.
El anuncio y proclamación de la Palabra no se da solo ni automáticamente; requiere de personas
concretas que asuman esta responsabilidad, dentro de la comunión eclesial. Este es el papel del
Lector instituido (u ocasional).

En cuanto a la función que debe desempeñar el lector instituido ya lo ha dicho la MQ V y la


IGMR nn. 99 194-198, cuyas funciones son indicaciones no sólo para él sino también para el
lector ocasional, y siguiendo la tradición, se debe recordar que el oficio de proclamar las lecturas
no es presidencial, sino ministerial (cfr. IGMR 59).

58
Cfr. FRANCISCO ESCOBAR MIRELES, “Ministerio y laicado”, Proyecto de publicación, 12. 22-23.
El lectorado pone en evidencia la estrecha relación entre Palabra y Liturgia. La celebración no
sólo presupone la escucha de la Palabra y la fe, sino es el lugar privilegiado en el cual esta Palabra
resuena hoy en su Iglesia y se hace realidad sacramental: el Señor se manifiesta en medio de
nosotros, nos asocia a su Misterio Pascual y transforma la vida.

Conclusión
Después de haber tratado el fundamento teológico del lector, podemos concluir diciendo que, éste
tiene que tener presente que cuando en la celebración litúrgica proclama la Palabra de Dios, debe
darse cuenta que presta un servicio muy importante, porque no proclama una Palabra que le es
propia, ni que pertenece a otra persona, sino que es, “Palabra de Dios”, como lo dice la aclamación
al final de la primera o segunda lectura, lo cual quiere decir que debe de tener conciencia de la
trascendencia del servicio que presta a la Iglesia, ya que anuncia una Palabra que tiene poder y
eficacia en sí misma, que hace presente al mismo Cristo, por lo cual ha de cumplir su tarea
dándose cuenta que está colaborando con Dios para que llegue a través de su Palabra a
todos los corazones que la escuchan y, mover las voluntades a vivir el amor transmitido por
esa Palabra.
CAPÍTULO IV. PROYECCIÓN PASTORAL: LA PREPARACIÓN DEL LECTOR

Percatándose de la sublimidad de tal ministerio, el lector no sólo ha de tener buena voluntad para
ejercer esta función, la misma Palabra de Dios y la Iglesia le piden que sea una persona de fe y
preparada, para que pueda anunciar con profesionalismo, y a la vez con humildad, la grandeza de
la Palabra que proclama y, permitirle manifestar a Dios su fuerza salvadora en el hoy de la
salvación.
Fundamentándonos en el número 55 de la OLM59, proponemos un esquema para la preparación
del lector (el cual se desarrolla de forma más completa en el artículo que se ha citado: “El lector
ocasional. Propuesta para una proclamación de la Palabra de Dios con calidad”)60, que comprende
los siguientes aspectos:
1. El desarrollo histórico del ministerio del lector desde la tradición judía hasta el magisterio
actual
El tener una visión global de cómo se ha desempeñado este ministerio en la tradición judía y en
la vida de la Iglesia ayudará a entender la importancia de éste servicio y sus exigencias en nuestro
tiempo actual.

2. La formación bíblica del lector


La formación bíblica capacitará al lector para que pueda percibir el sentido de las lecturas en su
propio contexto y para que pueda entender a la luz de la fe el núcleo central del mensaje revelado.

3. La formación teológica del lector


La formación teológica ofrecerá al futuro lector: una fundamentación bíblico teológica de la
palabra de Dios; destacará la importancia de la celebración de la Palabra de Dios en la liturgia;
una reflexión en torno al fundamento cristológico, eclesiológico y litúrgico de su ministerio.

59
A este respecto la Ordenación de las Lecturas de la misa señala cómo debe ser esta preparación: Espiritual: ya que a través de él es
Dios mismo quien habla a su pueblo. La cual debe ser bíblica y litúrgica; Bíblica: capacitándose para que puedan percibir el sentido de
las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe el núcleo central del mensaje revelado; Litúrgica: para que pueda
percibir el sentido y la estructura de la Liturgia de la Palabra, y la conexión de ésta con la Liturgia Eucarística; Técnica: para que sea
apto en el arte de leer ante el pueblo (cfr. OLM 55).
60
CFR. RAMÍREZ MÁRQUEZ, “El lector ocasional. Propuesta para una proclamación de la Palabra de Dios con calidad”, 75-89. Un curso
de 15 temas para la formación lector lo ofrece: EQUIPO DIOCESANO DE PASTORAL DE SAN JUAN DE LOS LAGOS, “Curso para lectores”,
Boletín de Pastoral 225 (2001), 36-68.
4. La formación litúrgica del lector
Por su parte la formación litúrgica le proporcionará el conocimiento necesario para que pueda
percibir el sentido y la estructura de la liturgia de la Palabra, y la conexión de ésta con la liturgia
en general y sobre todo de la eucarística. Le ayudará tener siempre presente los tres momentos
fundamentales de la pastoral litúrgica: el antes, el en, y el después de la celebración para que
pueda desempeñar correctamente su ministerio.

5. La formación espiritual del lector

En cuanto a la preparación espiritual, ésta le debe ofrecer una espiritualidad bíblica, de tal manera
que vaya adquiriendo un “afecto suave y vivo a la Sagrada Escritura” (cfr. SC 24), afecto que irá
creciendo en la medida que la conozca, la medite, la ame y la ponga en práctica. De gran ayuda
le será al lector que en su oración personal practique la Lectio Divina o lectura meditada y orante
de la Palabra de Dios61, ya que es una forma tradicional en la Iglesia de cultivar la amistad con
Cristo; una oración que nos predispone a recibir el don de la contemplación, como desarrollo
normal de la gracia bautismal62, lo cual le permitirá también familiarizarse cada vez más con ella
y llegar así a ser un gran oyente, amante, testigo y promotor de la misma.

6. La preparación técnica del lector


La preparación técnica lo tiene que capacitar para que sea apto en el arte leer ante el pueblo la
Palabra de Dios, teniendo presente que se trata de proclamarla, es decir, de anunciar con vigor la
extraordinaria noticia de la salvación, y no de dramatizarla ni mucho menos de declamarla, por
ello será necesario que sepa leer bien y usar correctamente el micrófono. Así mismo lo debe
capacitar en el conocimiento y manejo adecuado del leccionario bíblico.

Consideramos que este esquema señala y garantiza los contenidos necesarios para su formación
de una manera completa, clara y adaptada a los futuros lectores, que en la medida que se den a
conocer se constarán resultados positivos.

61
Cfr. JUAN PABLO II, Pastores Dabo Vobis, Exhortación Apostólica Postsinodal, Al episcopado, al clero y a los fieles sobre la
formación de los sacerdotes en la situación actual, (25-3-92), Librería Parroquial de Clavería, S. A. de C. V., México 1992, n. 48.
62
Cfr. FÉLIX MARÍA AROCENA, La celebración de la Palabra. Teología y pastoral, Centre de Pastoral Litúrgica (Biblioteca Litúrgica
24), Barcelona 2005, 13.
CONCLUSIÓN
Al final de esta exposición podemos llegar a las siguientes conclusiones.

1ª El acudir a la historia ha sido un recurso muy iluminador. El ministerio del lector, que tiene
sus orígenes en la tradición judía, ha sido un ministerio importante la tradición de la Iglesia, aún
en el periodo en que se incluye en las órdenes menores.
2ª La tradición es muy clara en el nombre que le da a quien interviene en la celebración litúrgica
tomando parte en la Palabra de Dios, lo llama “Lector”.
3ª Gracias al Concilio Vaticano II y a su eclesiología de comunión y participación, se han puesto
las bases para que luego Pablo VI, tanto en la Ministeria Quaedam como en la Evangelii
Nuntiandi, y la Christifideles Laici de Juan Pablo II, se reflexionara en la teología y en la
pastoral del laicado, aunque ésta se haya concentrado, tan solo en la liturgia, en los ministerios
instituidos del lectorado y del acolitado, y posteriormente en el ministerio extraordinario de la
comunión.
4ª En el momento presente, el magisterio actual, según hemos visto, reafirma y confirma su
vigencia y necesidad, ya sea como ministerio instituido (ministerio del lectorado) o como
ministerio reconocido (proclamador de la Palabra de Dios), que a la luz de Ministeria Quaedam,
éste tiene como modelo al instituido, tanto en su perfil de personalidad y funciones.
5ª Siguiendo Ministeria Quaedam, el ideal es que se instituyan lectores, pero quizá no sea tan
fácil cubrir su perfil, por otro lado, en muchas de nuestras comunidades parroquiales, muchas o
algunas de sus funciones las realizan ya otros ministros, por ello sería necesario: o preparar e
instituir lectores reivindicándoles sus funciones o contentarnos al menos con el reconocimiento
de proclamadores de la Palabra de Dios.
6ª La Introducción al Leccionario de la misa en su número 55 ha señalado bases precisas para
fundamentar la preparación del lector. A la luz de lo que presenta este documento se ha
propuesto un esquema para la formación de lectores o proclamadores de la Palabra, el cual
incluye una formación: histórica, bíblica, teológica, litúrgica, espiritual y técnica.

Esperamos que el haber tratado el ministerio del lector nos ayude a valorar este ministerio,
instituyéndolo o reconociéndolo para que tengamos en nuestras parroquias celebraciones de
mayor calidad y por lo tanto más dignas, de tal manera que contribuyamos a la edificación y
crecimiento de las mismas.

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