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HISTORIA

 DEL  ARTE  I                      Escuela  Municipal  de  la  Joya  


Grecia  preclásica                        Docente:  Ana  Quiroga  
 
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Civilización micénica (1600-1100 a. C.)

Mientras en la isla de Creta comenzaba a desarrollarse la civilización minoica —que rebasó los
límites de su isla solamente en procura de expansión comercial—, en el territorio continental de
Grecia se establecía la civilización aquea, una aristocracia feudal de belicosos y rudos jefes de
tribus aqueas, como los llamaba Homero en la Ilíada. No tardaron en imponerse con sus armas a los
diversos pueblos del mundo egeo.
Los aqueos provenían originariamente de un pueblo de lengua, cultura y fisonomía indoeuropea que
había entrado en la península helénica hacia los comienzos del segundo milenio a.C. procedente de
la Europa central. A mediados de ese mismo milenio, los aqueos aparecen ya como la casta
aristocrática y dominante que había logrado imponerse a otras diversas etnias del tronco griego y
sobre todo a las poblaciones prehelénicas mediterráneas que habitaban el territorio del Peloponeso
con anterioridad a su llegada.
Hacia el 1500 a.C., un cataclismo provocado por movimientos sísmicos en cadena y un gigantesco
maremoto producido por la erupción volcánica de la cercana isla de Thera arruinó de forma
irreparable la agricultura, la flota y los principales núcleos urbanos de la civilización cretense-
minoica, allanando el camino a los conquistadores aqueos.
Cuando los primeros micénicos invadieron la isla de Creta y ocuparon Cnosos, la vieja necrópolis
llevaba ya bastante tiempo abandonada y desocupada, debido a los sucesivos cambios de población
-y de costumbres- que desde hacía tiempo tenían lugar en la isla. Los conquistadores aqueos se
instalaron en el recinto, en la parte más habitable: el palacio de Cnosos, y lo que es más importante:
se llevaron el modelo al continente.
Así, los griegos aqueos fueron asimilando gradual y progresivamente la avanzada civilización
cretense, y a partir de entonces se desarrolló la cultura micénica propiamente dicha, heredera de la
cretense en muchos aspectos, pero también con una fuerte personalidad característica, que en sus
líneas básicas continuaba siendo la propia de un pueblo belicoso y conquistador.
El asentamiento en diversos núcleos urbanos del Peloponeso y de Grecia central (Tebas, Micenas,
Argos, Tirinto y otros), fuertemente amurallados, facilitó la creación y desarrollo de poderosos
Estados centralizados, a menudo enfrentados entre sí pero en ocasiones aliados también en grandes
coaliciones para llevar a cabo campañas bélicas en el exterior: tal fue el caso, por ejemplo, de la
legendaria guerra de Troya, reflejo de los importantes movimientos históricos de los pueblos
helénicos, ilirios, frigios y anatolios en el Mediterráneo oriental y de la gran expansión y actividad
marítima de los griegos micénicos.
La sociedad política micénica estaba fuertemente jerarquizada, con un rey que cumplía también
funciones religiosas, un jefe del ejército, una casta sacerdotal, escribas, y diversos funcionarios y
supervisores estatales que centralizaban las actividades económicas dirigidas desde el propio
palacio; pues el palacio del rey era, en efecto, el núcleo principal del Estado y de la sociedad
micénica.
Los ciclópeos palacios edificados en lo alto de las montañas, protegidos por enormes murallas,
ratificaban las creencias legendarias. Los burgos más poderosos eran Micenas y Tirinto, en
Argólida.

La cultura micénica tiene un amor por el guerrero, la audacia y el valor de los hombres.
Uno de los hallazgos más impresionantes es el de la armadura de Dendra, el equipamiento completo
de un guerrero. La coraza que lleva está compuesta de placas de bronce cosidas sobre un vestido de
cuero. El peso de la armadura debía impedir la movilidad del guerrero, por lo que se creía que se
trataba de un combatiente sobre carro.
El armamento defensivo encontrado en los yacimientos micénicos está formado por algunos cascos,
a destacar un modelo en forma de cabeza de jabalí, que está ausente de los últimos niveles del
Heládico reciente. Se empleaban dos tipos de escudos: un modelo en forma de 8 (el «escudo en 8»,
llamado también «escudo de perfil pinzado») y otro modelo rectangular, redondeado arriba,
generalmente realizados en cuero.
Las armas ofensivas eran sobre todo en bronce. Se han encontrado lanzas, jabalinas, puñales y
flechas, además de un conjunto de espadas de diferentes tallas, hechas para golpear con el filo como
estoque.

La civilización micénica se distinguió entre las prehelénicas por sus labores industriales, sobre todo,
en orfebrería.
El desarrollo de la gran civilización micénica permite que se use por primera vez la joyería en masa
en Grecia. El oro se convirtió, así, en la materia prima que se usa para las decoraciones primarias,
aunque también se utilizó la plata, el plomo, el bronce y diversas aleaciones. Elaboraron
cuidadosamente anillos, collares y colgantes.

Tumbas micénicas
Las tumbas de la familia real y de sus allegados se ubicaban dentro del sector amurallado de la
ciudad, tal como se puede observar en las ruinas excavadas del Palacio de Micenas. Los sepulcros
de estos recios príncipes guerreros fueron de dimensiones colosales, distinguiéndose dos tipos: los
de pozos o fosa, circulares, y los subterráneos con cúpulas, al estilo de los tholos cretenses.
Los cuerpos estaban casi enteramente revestidos en láminas o planchas de oro, y rodeados de joyas.
Sobre sus rostros, les eran colocadas máscaras repujadas con los rasgos del difunto y las frentes
iban ceñidas por coronas. También fueron encontradas más de 700 plaquitas de oro que se cosían a
los vestidos. Eran fabricadas en serie, mediante golpes de martillo sobre un molde de piedra que
tenía grabado el motivo decorativo, que podía ser geométrico, vegetal, de frutos de mar como
calamares o estrellas marinas, y rectangulares con volutas.
La característica sobresaliente de estas joyas es la tendencia a transformar las airosas y naturalistas
decoraciones cretenses en formas más rígidas y geométricas.
En la llamada “segunda fase micénica”, a partir de 1400 a.C., las construcciones funerarias
adoptaron el estilo minoico, que ya formaba parte del ámbito aqueo. Las tumbas se edificaron
imitando los tholos (tumbas de bóveda) de los reyes cretenses, incluyendo el corredor abierto
(dromos) y la decoración. El más famoso es el llamado Tesoro de Atreo, en Micenas. El primer
gran investigador de la cultura micénica fue el alemán Heinrich Schliemann, quien, siguiendo el
relato de los poemas homéricos, halló las ruinas de Micenas, Tirinto y Troya.

El Círculo de tumbas B (1650-1550 a. C.) está situado al oeste de la acrópolis de Micenas donde
además fueron hallados ajuares funerarios. Se compone de varias tumbas en fosa y otra serie de
tumbas pequeñas de forma rectangular excavadas en la roca. En total son veintiséis tumbas que se
denominan con las letras del alfabeto griego. En este complejo funerario la influencia cretense es
poco marcada.

El Círculo de tumbas A (1600-1400 a.C.) se halla dentro de las murallas de Micenas, junto a la
Puerta de los Leones. Contiene seis tumbas en fosa que contenían 18 cuerpos con espectaculares
ajuares funerarios, con influencia cretense muy marcada. Las tumbas contenían la familia de uno o
varios jefes guerreros y nobles. Los hombres portaban máscaras de oro y pectorales, y las mujeres
iban vestidas decoradas con discos de oro. Los niños estaban completamente envueltos en hojas de
oro.

Tesoro de Atreo
Situada dentro del Círculo de tumbas A, Schliemann, encontró allí una tumba que le llamó la
atención. Aún hoy se debate sobre su pertenencia al rey Agamenón (1250-1220 a.C., cabeza visible
de la guerra de los aqueos contra Troya) o al rey Atreo, su padre (1400 a.C. aproximadamente),
aunque los estudio modernos se inclinan por el segundo.
A través del corredor a cielo abierto y bordeado por altos muros, se ingresa a la cámara principal,
atravesando una monumental puerta de más de 5 metros de altura, rematada por un dintel
monolítico que pesa unas 120 toneladas. Al cruzar la puerta, se accede a un pasillo interior o
stomion, cubierto con dos dinteles de piedra. Más allá de este, se abre paso la cámara sepulcral,
excavada en la roca.
La tumba pertenece al arte creto-micénico. Sigue el modelo difundido por todo el Mediterráneo de
tumba precedida por un corredor. En este caso, tiene dos cámaras, destacando la "falsa bóveda" de
la más grande de ellas obtenida mediante la superposición de hiladas concéntricas de sillares que
van reduciendo el espacio, por lo que sus presiones son verticales y no oblicuas, como en una
verdadera bóveda.
Los objetos más interesantes encontrados en el tesoro de la tumba de Atreo son los vasos y copas de
oro y plata que llevan repujadas labores, las hojas de puñal y las joyas de indumentaria: collares,
aros y diademas de oro repujado de las cuales pende una serie de medallones o plaquitas por medio
de cadenillas también de oro. Con ellas, forman juego varias otras alhajas de oro como anillos,
fíbulas, grandes alfileres, brazaletes en forma de espiral, placas con figuras de animales y dibujos en
espiral, máscara mortuorias para cubrir el rostro de los difuntos, puñales de bronce con hermosas
incrustaciones de oro y plata, cuyos dibujos representan escenas de cacería, batallas y motivos
religiosos.
Pero la pieza que definitivamente llamó la atención de Schliemann y de los historiadores fue la
máscara funeraria de oro denominada por el arqueólogo “Máscara funeraria de Agamenón” por
creer haber encontrado el cuerpo del legendario rey griego. Su interés artístico es excepcional por la
documentación que ofrece sobre la concepción artística micénica de la figura humana, caracterizada
por un naturalismo simplificado, en el cual el rostro del difunto es caracterizado de forma somera:
la barba para la edad avanzada, los ojos cerrados en el sueño de la muerte.

La excavación del tesoro de Troya


Siguiendo las indicaciones literarias de la Ilíada, Schliemann excavó en 1871 en Turquía
septentrional. Allí encontró varias ciudades y, dos años después, dio con un tesoro que creyó
pertenecía al rey Príamo, de Troya. Según la leyenda, los dioses concedieron a Paris, hijo del rey de
Troya, el amor de Helena, esposa de Menelao, rey micénico de Esparta, a la que el joven príncipe
no dudó en raptar. Como consecuencia, los monarcas aqueos, capitaneados por Agamenón, rey de
Micenas y hermano del agraviado, se vengaron en Troya. Pero la realidad fue más prosaica: esta
ciudad griega, cuya ubicación estaba en el noroeste de la actual Turquía, en el Egeo septentrional
que hoy comparten ambos países, impedía el paso libre a los barcos griegos por el estrecho de los
Dardanelos (el Helesponto griego) para acceder al Mármara y al Mar Negro, una de sus rutas
comerciales, y por esa razón la alianza de los reinos micénicos le declaró la guerra.
Durante el tercer y segundo milenio a.C., Troya sufrió muchos reveses, aunque recuperando
siempre su prosperidad, hasta que hacia 1200, una liga de tribus griegas al mando de Agamenón,
Aquiles y Ulises, la sitió durante diez años y la aniquiló para vengar el rapto de Helena.
Las excavaciones han revelado la existencia de nueve colonizaciones en planos superpuestos y la
sexta ciudad corresponde probablemente a la Ilión de la epopeya homérica.
Los más importantes testimonios de la actividad artística de Troya son los hallazgos de la segundad
ciudad. Entre los numerosos objetos rescatados figuran gran cantidad de alhajas cuyo valor
principal no reside en su forma artística, sino por ser de oro, muy generosamente usado y trabajado
con técnica consumada; así los pendientes, diademas y aros formados por múltiples placas y
cadenas que acompañan todos los movimientos como en los adornos de la época del Hierro de
Europa Occidental.
Hoy día sabemos que el tesoro que Schliemann atribuyó a Príamo, pertenece a una cultura aún más
antigua. Se trata de uno de los más espectaculares conjuntos de joyas: un escudo de bronce, una
gran jarra de plata, casi nueve mil anillos, pendientes y collares de oro compuestos por cientos de
cadenas, una botella y dos copas de oro labrado, dos diademas, seis brazaletes de oro, vasos, copas
y hojas de cuchillo de plata y gran cantidad de artefactos en cobre, como puntas de lanza, un
caldero, hachas, dagas, vasos, una llave y algo que se identificó como un cerrojo de arcón.
El tesoro fue trasladado por Schliemann a su Alemania natal, donde permaneció expuesto en Berlín
durante sesenta años, primero en el Museo de Artes y Oficios y después en el Museo de Etnología,
hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue resguardado en unos sótanos bajo el
zoológico de Berlín.
Cuando el ejército ruso entró en Berlín en 1945 el tesoro de Príamo fue encontrado y enviado a
Moscú como parte del pago compensatorio para la reconstrucción de la Unión Soviética.
Aparentemente, las joyas nunca llegaron a Moscú, y no se volvió a saber de ellas, hasta 1994,
cuando el Museo Pushkin de Moscú presentó al mundo varios objetos pertenecientes al tesoro de
Príamo. Desde entonces, el tesoro se encuentra expuesto al público como parte de la exposición
permanente del Museo Pushkin.

El fin de la civilización micénica


Hacia finales del siglo XIII a.C., el poderío de los diversos Estados aqueos comenzaba a
derrumbarse violentamente, sin que se conozcan bien las causas exactas. Algunos historiadores
modernos, reinterpretando la historiografía y la mitografía de los griegos clásicos, continúan
atribuyendo el colapso de la civilización micénica a una invasión externa: concretamente la de los
griegos dorios (antepasados de los espartanos, megarenses, corintios, arcadios y otras gentes
helénicas instaladas en el Peloponeso); otros piensan, sin embargo, que pudo deberse sobre todo a
un proceso de descomposición interna de los propios reinos micénicos y a sucesivos levantamientos
de las poblaciones sometidas. El caso es que la Hélade entra, a partir de entonces, en una edad
oscura de luchas internas y grandes movimientos de población que durará varios siglos, en los que
la cultura, la tecnología y toda la sociedad griega llega al punto de casi desaparecer. Sin embargo, y
asimilados también bastantes elementos culturales de origen oriental, surgirá después en todo su
esplendor la civilización griega tal y como hemos llegado a conocerla. No obstante, los nuevos
griegos del primer milenio, los griegos clásicos, conservarían siempre el glorioso recuerdo de sus
orígenes y de sus antepasados aqueos, si bien muy diluido y difuminado por la espesa niebla de las
leyendas épicas y de las tradiciones mitológicas.

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