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Educación Sexual Integral

Trabajo Práctico 1
Mariana Morgante y Bianca Pinuer

ESTEREOTIPOS SOCIALES Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN:

UN CÍRCULO VICIOSO
Romper la costumbre consiste en, primero, romper la máxima, el estereotipo:
bajo la regla, descubramos el abuso;
bajo la máxima, descubramos el encadenamiento;
bajo la naturaleza, descubramos la historia.
Roland Barthes, El susurro del lenguaje, pág. 265.

“La difusión de estereotipos de cualquier grupo humano por características reales o imaginarias,
sean positivas o negativas, constituye discriminación en los medios de comunicación.”

Nuestra elección, siguiendo las consignas del trabajo, fue la del último artículo periodístico, que
denunció y reveló casos de discriminación en la televisión Argentina.

Estos patrones o modelos de conducta de los cuales se agarró la televisión para entretener al
público (y se encargó de reforzar) provienen en su mayoría de tradiciones instaladas en la
sociedad con mucho poder como la escuela moderna, que ha sido el espacio privilegiado para
transmitir y moldear ciertos ideales científicos, religiosos y políticos.

Ésta institución legitimó y argumentó muchas ideas (que por cierto, ya estaban en el imaginario
colectivo) a partir de las tendencias que cobraban fuerza en ese momento como el positivismo,
el higienismo, el biologicismo, entre otras que marcaron los parámetros de la perfección.

Comenzando por analizar la discriminación en cuestiones de género, nos encontramos con


programas que exhiben a la mujer como un objeto sexual, reduciéndolas de su condición de ser
humano, fortaleciendo un simbolismo, un conjunto de ideas en la cultura basado principalmente
en las diferencias anatómicas (género), lo que deja en evidencia un sexismo que condiciona el
“deber ser” para mujeres y varones, o reprime los comportamientos inválidos. Éste simbolismo
al que nos referimos proviene ideas culturales muy arraigadas y tienen que ver con la presunta
“debilidad” física y emocional innata de la mujer, por lo tanto debe ser protegida (otorgándole
un papel inferior, claro).

Si bien los discursos de inequidad hacia la mujer existen hace tiempos remotos, como la división
sexual del trabajo (quizá por su capacidad reproductiva), debemos señalar que fue enormemente
recalcado por la escuela moderna cuyo objetivo era controlar y el regular los cuerpos infantiles,
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por ende también establecer prototipos de varones masculinos y mujeres femeninas, que implicó
una diferencia de roles (ej. nenes en el taller, nenas en la cocina) y los jerarquizó.

Los estereotipos presentan creencias inconscientes, compartidas por la sociedad, que ocultan los
juicios de valor que emiten, y continuando con el análisis, el artículo nos mostró otras formas de
marginar y/o apuntar negativamente como hacia la identidad sexual, a través de declaraciones
despectivas hacia personas con orientaciones diferentes.

Lo más lamentable es que los programas más señalados por las organizaciones contra la
discriminación son los de mayor rating, lo que más se consume y peor aun lo que más educa
fuera de la escuela. ¿Qué prejuicios hay instaurados en las representaciones sociales? ¿Qué hay
en el enraizado conceptual de las personas que se atribuyen el derecho a juzgar a otras por su
orientación sexual o pertenencia genérica? No son más que creencias que fueron preservadas
desde la biología, la medicina, la filosofía, la religión dogmática y el derecho, conformando una
mirada conservadora y patriarcal de la sexualidad humana, resumida por Diana Maffía en tres
supuestos que son la familia como unidad natural, la procreación como el fin de las relaciones
sexuales, y la distinción de sólo dos sexos: femenino y masculino. Estas reducciones omiten
otras posibilidades. Pero, ¿Por qué ocurre? Básicamente por una definición errónea, o por una
mala interpretación de lo que es la sexualidad, consensuada en las últimas décadas por
psicólogos, sociólogos y antropólogos como una construcción que no se limita a lo biológico,
sino que también incluye a lo mental, y que no necesariamente se deben vinculados.

Pero es importante agregar que esto también tiene su impulso en prácticas educativas que
sancionaron cualquier “anomalía” con el modelo de niño o niña (por ejemplo la prohibición de
los besos entre niñas, que podrían despertar algún síntoma desviado). Una vez más el discurso
pedagógico moderno se ha encargado de definir estándares de género y un tipo de sexualidad
correcta (delimitando a la matriz heterosexual como la única alternativa).

Otras prácticas de inferiorización han sido las referentes a características físicas, tan frecuentes
en la cultura del espectáculo en la que la mayoría están zambullidos (resaltadas con desprecio,
obviamente).

Paradójicamente también tiene su impulso en el disciplinamiento escolar, que tomó para sí el


discurso biomédico donde las cualidades del hombre eran dadas a partir de su aspecto
morfológico, a través de una multiplicidad de mediciones que buscaron pruebas irrefutables de
la pertenencia a una "raza", de la "degeneración", del afeminamiento, de la holgazanería o de la
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criminalidad lo que indudablemente causó racismo, xenofobia, y muchas otras formas de


discriminación.

Estas, y otras tantas desigualdades de trato y de oportunidades en las que habitamos (a veces
inconscientemente) inmersos, provienen como dijimos anteriormente a estereotipos que se
muestran, en general, rígidos y resistentes al cambio, su fuerza y estabilidad proviene de ser
creencias compartidas y esto les impide ser fácilmente modificables. Pero la intervención
educativa promovedora de la igualdad, tanto en el ámbito formal como no formal, puede lograr
importantes revoluciones. Conocer y analizar la presencia de éstos en la escuela es una buena
iniciativa para dar lugar a numerosas actividades que pueden ayudar a la reflexión, comprensión
e inicio de un cambio de actitudes, como la eliminación de representaciones, imágenes y
prescripciones que reafirman esos modelos y forjan excusas para discriminar. Por supuesto que
el cambio debería ser acompañado por diseños de políticas que promuevan la igualdad, e
indiscutiblemente concientizarnos de que la televisión frívola no hace más que banalizar a las
mujeres, y suscitar la violencia.

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