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Temario INTRODUCCIÓN Historia de España
Temario INTRODUCCIÓN Historia de España
Las divisiones del tiempo y los fenómenos históricos no dejan de tener cierto artificio que
nos sirven para poder comprender las características de un proceso. Los habitantes de un
proceso histórico no son conscientes plenamente de lo que están viviendo y mucho menos
si forman parte de un periodo u otro. Así ocurrió con el Renacimiento. El italiano Giorgio
Vasari (s. XVI) definió como “Renacimiento” (Rinascita) la época en la que el arte
europeo dejó atrás el “arte bárbaro” (así lo veía) de la Edad Media. Pero nadie de aquella
época se sentía que viviera en el Renacimiento. Entre otras cosas porque la denominación
sería popularizada por el historiador francés Julet Michelet en su obra Renacimiento y
Reforma, publicada en 1855. El alemán Cristobal Cellarius (XVII) marcó la división de
las edades históricas
Algo similar ocurre, por ejemplo, con el término Reconquista, que todos comprendemos
con qué periodo se corresponde pero que es un concepto del XIX. Anteriormente, al
mismo periodo se le denominaba Restauración, por la referencia al cetro de los Godos, a
la Corona de Hispania.
En cambio, con el término Antiguo Régimen no ocurrió igual. Fue “inventado” durante la
Revolución Francesa para contraponer lo nuevo a lo viejo, para atacar el feudalismo. Y
este hecho es importante porque demuestra que desde bien pronto los revolucionarios se
esforzaron por inculcar una nueva mentalidad y esquemas en la sociedad francesa y
europea.
El Antiguo Régimen fue el sistema político, social y económico vigente en el Occidente
Cristiano (incluida América), desde la Edad Media hasta la Revolución Liberal. Se trata
de un régimen CORPORATIVO, en que los distintos grupos sociales se agrupan según
un concepto ORGÁNICO y donde cada uno desempeña una función. Un sistema
POLISINODIAL basado en Consejos y Juntas donde el Rey estaba en la cúspide de todo
y cuyo poder “absoluto” significaba que estaba solutus ab lege o legibus solutus. Es
decir, que no había autoridad por encima u otra soberanía que la suya.
La Monarquía española se había formado siguiendo dos características principales.
Agregación de territorios, lo que no significaba un mismo sistema para todos. La
española, era una Monarquía COMPUESTA, confederal si queremos usar un
término más moderno.
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Someter en gran parte a la nobleza, obra que comenzaron los Reyes católicos.
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quedó allí y las otras financiaron guerras exteriores, lo que condujo a España a la
ruina y las bancarrotas.
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No hay que perder de vista los cambios de una sociedad estamental a una de “clases”.
Según Tocqueville, en la época de la aristocracia las relaciones estaban regidas por la
obediencia voluntaria (dependiendo del contexto y país). En cambio, en una sociedad
democrática fruto de la nueva sociedad de clases las relaciones son contractuales. En su
opinión, en la nueva sociedad tienen un mayor protagonismo el individualismo y la idea
de igualdad que los vínculos que unen a todos sus miembros. El individualismo y la
igualdad generan que cada uno busque su universo con independencia de la comunidad
y, a la par y para distinguirse, poner en acento en lo material. La propiedad privada se
vuelve sacrosanta y se va desligando la noción de lo público, que degenerará también en
algo muy diferente que lo que podría conocerse como bien común.
Son datos pocos fiables pues gran parte de los nobles, especialmente los del Norte, no
conservaban privilegios, y gran parte de las clases medias lo son bajas. Pese a esto se
adivina:
España está formada por una sociedad rural.
La burguesía de negocios es prácticamente inexistente.
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No hay clase media, mal endémico a lo largo del XIX y parte del s. XX.
El alto clero y nobleza rondan el 20%.
A) NOBLEZA:
Rey – Grandes (llamados primos por el Rey)- Nobleza con título – caballeros (nobleza
sin título) – Hidalgos.
La nobleza con título más antigua era la del Norte, pero la más rica era la del Sur por la
extensión de sus propiedades. Los caballeros vivían en las ciudades, donde ocupaban
cargos de Gobierno. La mayoría de los oficios sobre los que descansaba la burocracia de
la Monarquía eran venales, expuestos a la venta. Al comprarse quedaban en propiedad y
era una especie de seguro para su propietario. Esto cambiará con la implantación del
estado liberal, donde poco a poco el acceso a los oficios públicos se regirá por el principio
de mérito (lo veremos con la reforma de Bravo Murillo).
Los hidalgos eran los más abundantes y más pobres (recuérdese uno de los personajes del
Lazarillo de Tormes).
Privilegios:
Llevar espada (los cuchillos eran propios de villanos).
Podían casarse con plebeyos/as (matrimonio morganático) pero descendencia
perdía los privilegios (por la sangre / ius sanguini).
Ocupar altos cargos en el Ejército y administración (por ejemplo, nombraban la
mitad de los cargos de los municipios, mientras el corregidor era elegido por el
Rey). Mucha de la nobleza se concentraba en las ciudades (salvo en Cataluña)
donde habían comprado magistraturas. Este hecho originó grandes
enfrentamientos con la burguesía local y un debilitamiento del poder de las
ciudades bajomedievales. El Rey quería controlar las ciudades y sus nobles
servían para mantener el orden y su representación en cortes. Los reyes preferían
apoyarse en nobleza media y baja para evitar el poder de los Grandes de España.
Distinta ley (decapitación o fusilamiento). No podían sufrir tortura ni prisión por
deudas. Tenían cárceles especiales o padecían arrestos domiciliarios. Sus bienes,
al ser vinculados, no podían confiscar o enajenar, sólo se podía actuar sobre el
usufructo. Y no se les podía embargar armas, vestido, caballo, lecho y casa.
Incluso podían acoger en su casa como si fuera “a sagrado”.
Sentido de honor/honra muy fuerte. Podrían desafiar, estaba entre sus derechos.
Prohibido el ejercicio de oficios “viles y mecánicos” hasta la Pragmática de Carlos
III, 1783. El Rey buscaba, al modo inglés, que la nobleza se pusiera a trabajar,
invirtiese, generasen riqueza y movieran su capital. Llegará a otorgar títulos a
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Obligaciones:
Se les exigía una renta llamada “contra” para mantener caballo, armas, residencia
y hueste.
Aunque no pagaban impuestos, tenían muchas cargas: subsidio, excusado, lanza,
situado de curas.
Sostenían y estaban obligados a ellos muchos fines piadosos.
Debían acudir a la guerra o mandar sustituto.
A pesar de lo anterior, la nobleza del siglo XVIII había cambiado mucho. El Estado iba
haciéndose con el poder, y frente a una nobleza alta (unos 1.300 titulados y 113 grandes
a finales de siglo) surge una nueva, media, o de hidalgos con estudios universitarios,
reformistas. Campomanes, Olavide, Jovellanos… A ellos se sumarán los “colegiales” o
plebeyos formados en colegios mayores, que en España se denominarán “golillas” y en
Francia “nobleza de toga”.
Este asunto de los “golillas” es más importante de lo que parece por su pugna con la vieja
nobleza, aún poderosa. Nobles como el Conde de Aranda consideraba que los nobles con
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dinero gobernarían mejor porque no podían ser corrompidos mediante el dinero), y los
que pensaban que no, que por delante de la sangre estaba el mérito. Esto fue clave en las
revoluciones francesa y americana (véase el caso del Sièyes, autor de ¿Qué es el tercer
estado?).
La disputa por el mérito de sangre o de trabajo en el fondo era una pugna por el ejercicio
del poder, de la soberanía. Si seguimos a Carl Schmitt, soberano es aquel que puede
imponer su voluntad por encima del ordenamiento jurídico porque tiene competencias
para ello. Por ejemplo a la hora de decretar un Estado de alarma o excepción. En esta
época no se discute, es el rey. Pero otra cosa es quién controla los tres elementos capitales
del “Estado”: la fuerza, la hacienda y la opinión pública (medios de comunicación. Los
golillas tienden a hacerse con la hacienda, la burocracia y la opinión pública, pero delante
tienen la fuerza, que es la fuerza armada, que irá “tomando conciencia de sí misma” tras
la Guerra de Independencia y carlista. Al entrar las capitanías generales con los borbones,
el elemento militar comienza e invadir espacio y competencias civiles. La corona
convierte a los militares en “funcionarios” para contener el poder de la nobleza y curia,
si bien no puede impedir el enfrentamiento entre golillas (Floridablanca) y militares
(Aranda-Godoy). Poco a poco, como vemos, se va fraguando un nuevo sistema. Y la
opinión pública estaba muy controlada por la Iglesia, lo que también exasperaba a corona
y nobleza (golillas o no):
A diferencia de Francia e Inglaterra, la nobleza española imitaba al pueblo, era más
castiza, como los borbones del XIX, que no dudaron en mezclarse y compartir las fiestas
de sus pueblos, algo que sorprendía, por ejemplo, a los viajeros ingleses. Es cierto que
durante el XVIII la nobleza se afrancesó en cierta medida, pero en el fondo era muy
castiza. Wilhelm Von Humboldt explica en 1799 que existía “escasa diferencia entre el
pueblo u las clases elevadas de la sociedad en los relativo al lenguaje, los usos y las
costumbres”. Quizás en España no pudieron surgir las élites que sí había en otros países
por el “plebeyismo de la aristocracia”.
Mª Elvira Roca Barea, muy conocida por sus libros Fracasología e Imperiofobia,
considera que el afrancesamiento de los intelectuales y aristócratas implicó una traición
a la tradición española y supuso el principio del fin del Imperio y un cierto pesimismo
que ha acompañado a los españoles en su devenir contemporáneo. La autora defiende que
el pueblo español ha sabido vivir de espaldas a sus intelectuales entre otras cosas porque
no se identifican con ellos.
Si comparamos, Francia era más señorial y la Iglesia más aristocrática (no se encontraban
plebeyos entre los obispos). Además, la burguesía era más potente y poseía una mayor
conciencia de grupo, un factor determinante, por ejemplo, en la revolución de 1830. En
el caso de Italia, entonces dividida, lo que marcaba, ya desde su época de repúblicas, era
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B) CLERO:
Entre los primeros se encontraba el Alto Clero (obispos, arzobispos, abades y priores;
segundones de la nobleza); Clero medio (cabildos catedralicios, que asisten al obispo,
clero de saneada renta u escasa actividad pastoral y capellanías que asistían a los nobles);
Clero diocesano, baja formación que se compensaba con los “visitadores”. Un dato
fundamental: al igual que hubo pugna entre los “golillas” y la alta nobleza, también la
hubo entre el alto y medio clero. Y es muy importante recordar que el Clero medio fue el
que más representado estuvo en Cádiz, en su gran mayoría de corte liberal.
Privilegios:
Fuero propio. Sólo podían ser juzgados por tribunales eclesiásticos.
Dar asilo a perseguidos (acogerse a sagrado)
Administrar o Impartir justicia (Rota, Inquisición y en algunos lugares justicia
ordinaria)
Censura (a pesar del “pase regio” o exequatur regio, no confundir con el
Patronato Regio).
Cobraban impuestos. Diezmos, limosnas, cánones por la administración de
sacramentos. Emolumentos que se sumaban a las rentas de las tierras. El diezmo,
que será abolido en 1836, era el más importante. Del montante un tercio iba para
monasterio o reglas, otro tercio era para el Rey (el excusado, fijado en acuerdo
para evitar una fiscalización de las cuentas), el otro tercio para los beneficiarios:
párrocos, curas, etc. El obispo disponía de ellos en función de obras, fundaciones,
etc.). Junto al excusado, el rey disponía del subsidio (para las guerras de Fe) y
cruzada (para guerras especiales como la de los 30 años). Se les denominaba Las
Tres gracias.
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C) EL ESTADO LLANO:
Era el estado sin privilegios ni órganos de representación social pese a ser la base
económica y social. En el siglo XVIII no encontramos siervos de la gleba, más bien
labradores propietarios y burgueses pujantes por encima de una gran multitud de
jornaleros (mujeres y niños también). En las ciudades las clases bajas trabajaban en el
sector servicios o como empleados domésticos. La mayoría de las criadas lo hacían por
alimentación, servicio y techo (sin condiciones laborales). Para la familia era una boca
menos que alimentar). En el s. XIX un 90% de las mujeres trabajaban, normalmente hasta
que se casaban, si bien luego desempeñaban otras funciones laborales.
El comercio, industria y profesiones liberales forjaron un Estado llano de nuevo cuño que
chocaba con la sociedad estamental. A ellos se sumaban los tradicionales gremios, de
gran fuerza en las ciudades del Antiguo Régimen, y de las que dependían las “cofradías”,
de gran labor asistencial y que llevaban el nombre de su patrón. Eran como mutuas de
trabajadores (asilo, enfermedad, viudedad).
Los comerciantes y mercaderes no superaban los 25.000 a finales de siglo con dos
sectores bien diferenciados: los dedicados al comercio al por mayor (la gran burguesía)
organizados en Consulados de comercio y los dedicados al comercio menudo (la pequeña
burguesía), organizados en los Cuerpos generales de Comercio. Esta burguesía, de gran
prestigio social, imitaba a la aristocracia y aspiraba a ingresar en ella. Hay autores que
consideran que el problema de España fue la “traición de la burguesía”, que acabó por
aliarse con loa aristocracia e Iglesia.
Otro grupo que fue aumentando a medida que avanzaba el siglo fue el de los pobres (vagos
o maleantes) o los que se dedicaban a actividades vergonzantes (pícaros, mozos de cordel,
etc…)
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Las ciudades y villas de aquel entonces estaban sometidas a una infinidad de impuestos
que dependían también de su lugar de vida, pues los intentos reformistas de los borbones
hacia una única “contribución” eran lentos. El impuesto más importante era la
“alcabala”, una especie de IVA que gravaba el comercio. Además, los feligreses debían
abonar el diezmo.
Lo ministros ilustrados consideraban, dentro de su despotismo, que tenían que modificar
el tercer estado para hacer avanzar al país. Para ello se centraron en cuatro medidas:
Desarrollo de la Agricultura
La agricultura española era un desastre, aunque su cabaña era buena. Todavía
en el XIX se trabajaba con arado romano, se dependía solo de abonos
orgánicos (al acabarse con la cabaña el campo sufrirá por falta de abonos,
hacia 1870 solo un 35 de los abonos eran químicos). El cultivo era extensivo,
la mitad de la tierra se dedicaba al barbecho, poca productividad, y no se
invertía ni en animales ni más tarde en maquinaria pues había excedente de
mano de obra y no compensaba invertir.
Los ilustrados intentaron mejorar la situación a través de las Sociedades de
Amigos del País. Proyectos forestales, desarrollo de zonas nuevas (alemanes
introducidos por Olavide en Andalucía), canales, nuevos cultivos. Muchos de
los proyectos se estrellaban ante los bienes vinculados (60% de la tierra). Por
consiguiente, se dictaron medidas de desamortización (Campomanes contra la
mesta; Godoy…) que afectaron a tierras concejiles y baldías, que en vez de
repartirse entre gente sin propiedades, acabaron en manos de caciques y
poderosos. Este hecho supuso que la tierra fuera un instrumento aún mayor de
acumulación de riquezas.
En España existían tres estructuras diferentes: una se extendía desde los
Pirineos a Portugal por la franja cantábrica, que se caracterizaba por un cultivo
intensivo, rendimientos altos, sin prácticas comunales y mano de obra
familiar; en la Meseta y Andalucía dominaba el cultivo extensivo, con
jornaleros, productividad alta y rendimientos altos (latifundios); la tercera se
correspondía al litoral mediterráneo, con mano de obra familiar (como en el
cantábrico), secano (como Andalucía), pero con rendimientos buenos gracias
al regadío, nivel de altura en comparación con la meseta y mejores canales de
exportación (para el aguardiente o vino, por ejemplo). Más adelante veremos
los efectos de la “liberalización” de los precios del grano.
“Desarrollo industrial”: Dependía de los gremios, muy celosos de sus
actividades y privilegios relativos a la exclusividad, proteccionismo y materias
primas. El gremio fijaba los precios, puntos de ventas y días de ventas.
Aseguraba la calidad, pero frenaba la competencia para los fisiócratas o
librecambistas. Campomanes lo liberalizó en 1797 con gran oposición, pues
permitió comerciar si estar vinculado a un gremio.
La Industria era una de nuestras grandes lacras. La Corona fomentó las Reales
Fábricas (telares, cristalería, porcelana), pero en su mayoría eran productos
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España fue para Julián Marías, entre otros, una creación del XVIII que culmina el
proceso de unidad nacional iniciado por los RRCC. La española, como la británica,
francesa o germánica, era una “monarquía compuesta” de distintos territorios bajo un
mismo monarca. Hay quien dice que España era más una suma de 8.000 municipios (sin
contar América) que una nación en ciernes.
El XVIII marca un enfrentamiento del auge absolutista con tres importantes frenos: la
Iglesia, los fueros de cada territorio y los derechos o regímenes señoriales.
El deseo de los monarcas era homogenizar, centralizar y racionalizar la administración
del estado para hacerla efectiva y así poder reformar el país. Se iniciaron con los Decretos
de Nueva Planta de Felipe V, que abolieron los fueros de Aragón, Cataluña y Valencia,
sometiéndolos a la misma Ley Castellana, aunque disponían de un sistema administrativo
y fiscal diferente (Navarra y el País Vasco, no ocurriría igual).
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El régimen señorial parecía el más difícil de someter. Muchos de los españoles estaban
sometidos a su jurisdicción de un señor. Los había de tres tipos:
Las órdenes, nobleza e Iglesia, ejercían el control de los señoríos, de sus tierras. El rey
disponía de su propia jurisdicción en los conocidos como “señoríos de realengo”, si bien
algunos se habían vendido para sanear las arcas reales.
Aunque el sistema señorial había perdido su dureza y en España no existía como tal el
feudalismo europeo (en parte gracias a la intervención de Fernando el Católico para
acabar con las penas de los siervos de la gleba o payeses de remensa), muchos pueblos
deseaban librarse de sus señoríos y pasar a ser realengos.
Al fin y al cabo, no era igual un poder real que caciquil. Pensemos que los señores
administraban justicia en tribunales propios, con fama de ser más duros, y sometían al
pueblo a tributos propios. Además, les negaban el acceso a la caza o pesca, algo
fundamental en una sociedad de subsistencia. Y, para colmo, nombraban los cargos
municipales.
Las ciudades eran otro cantar, con más movimiento social y protestas, pero no olvidemos
que España era una sociedad eminentemente rural.
En esta época EL ESTADO van consolidándose. No el Estado que conocemos hoy, sino
su hijo menor. Un aspecto sin el que no es posible entender el periodo histórico. Para ello
hay que comprender las diferencias entre Estado y nación, tema bien complejo y
conflictivo. Como defiende el historiador Juan Pro, nación y Estado son dos realidades
distintas “porque desde finales del siglo XVIII o principios del XIX se estableció un
vínculo muy estrecho entre las instituciones que ejercen el poder y la comunidad
imaginada en cuyo nombre se ejerce el poder. Estado y nación aparecieron así vinculados
por la cuestión de la legitimidad; y gradualmente el Estado nacional fue desbancando a
otras formas de estado, como los imperios multinacionales, las monarquías autocráticas
o las ciudades–estado”.
Por tanto, el Estado aparece en la Historia cuando se supera aquel sentido patrimonial del
poder y se atribuye la soberanía a la comunidad misma en cuyo nombre se ejerce el poder.
Y para ello tendrá que adueñarse y pasar a controlar otras esferas de poder muy vivas en
el Antiguo Régimen, como la Iglesia, la aristocracia y los derechos adquiridos, formales,
de algunos territorios.
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Si algo los caracterizaba era su lentitud a la hora de abordar los problemas. Entre otros
motivos por su conservadurismo y por los intereses de los distintos reinos, lo que le hacía
inviable en el nuevo escenario mundial. Por ello los reyes, ya desde Felipe II, empezaron
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a complementar los consejos con sistemas más ejecutivos, las Juntas y las Secretarías
de Estado y del Despacho. De estas últimas, que eran unipersonales y por ello más
prácticas, devinieron en las Secretarías de Estado y Despacho, antesala de los modernos
ministerios y una aportación de la nueva dinastía francesa en España. En 1790 existían
los de Gracia y Justicia, Estado, Hacienda, Guerra, Marina e Indias. El secretario de
Estado ejercía funciones de primer ministro: Floridablanca, Aranda y Godoy serán los
más importantes. Los ilustrados propugnaban un poder fuerte para poder tener las manos
libres en busca de la felicidad del pueblo.
A partir de 1787 se crea la Junta Suprema de Estado Ordinario y Perpetua, especie
de Consejo de Ministros, donde los siete secretarios se reunían cada semana.
Otro órgano eran las Cortes, lugar donde se reunían todos los poderes representados en
los Estados. Hay que señalar que en el caso del llano se limitaba a un conjunto de las
oligarquías locales que se reunían a petición del Rey para tratar impuestos extraordinarios.
Se reunían muy poco, muestra de que no funcionaban. De estas cortes nacerían Cádiz y
los Estados Generales de la Revolución francesa.
Aunque estos intentos absolutistas ilustrados se van imponiendo, chocan con la realidad
de los antiguos órganos de gobierno y diversas jurisdicciones. Más que una realidad, el
absolutismo era una aspiración. Entre otros motivos porque la tradición española era
pactista (clave en Cádiz). El pueblo era depositario de la soberanía y pactaba con el
monarca que era independiente de las leyes (princeps legibus solutus), fundamentado en
su derecho divino y que sólo solo respondía ante Dios.
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mestizos; 3,3 blancos criollos y unos 500.000 eran negros). Francia comprendía 27
millones. Portugal, tres millones e Inglaterra, 11 millones.
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Desde finales del siglo XV a finales del XVIII la población española se encuentra
estancada entre seis y ocho millones. En el siglo XVIII aumenta en tres millones y siete
en el siglo XIX. En el XX se duplicará.
Durante el A.R. las cifras de natalidad y mortalidad son altas, lo que implica un
crecimiento natural raquítico, incluso negativo en época de catástrofes. Hoy volvemos a
lo mismo por la caída excesiva de la natalidad. Hubo crecimiento cuando se redujo la
mortalidad.
Otro elemento desestabilizador para España fue que mientras en otros países aumentaba
la población y la economía, en España en crecimiento económico fue más débil y obligó
a emigrar a muchos jóvenes. América apareció con un destino atractivo.
En el siglo XIX hay tres etapas de crecimiento:
Débil (1797-1834).
Mayor (1834-1860).
Ritmo de débil aumento (1860-1900).
C) Corrientes migratorias
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Movimiento claro campo-ciudad desde 1830. Aun así, las importantes se dieron en las
décadas del 50-70 siglo XX.
A comienzos del XIX los movimientos campo-ciudad son de comarcas de alrededores
(por ejemplo, Cataluña o Valencia). A finales del XIX y XX llegan de toda la nación. La
única excepción es Madrid que desde siempre atrajo de todos los lugares.
La periferia y Norte son las beneficiadas. Las capitales de provincias también crecen. En
1834, el 10,87% de los españoles vivían en ciudades; en 1877, el 13,53%. Se acabarán
por rompen las murallas y llegarán los ensanches.
La emigración exterior en el XIX, que veremos en un seminario específico, tuvo una triple
dirección: Argelia (temporeros levantinos), Francia y América.
Porcentaje de analfabetos se reduce al 80%. En 1877 es del 75%. Mucho sí, pero
es que a comienzos del siglo XIX se sitúa en el 95%. Baja, pues, 20 puntos.
La burguesía aún pequeña, al igual que la clase media. Un 5% en 1850.
Gran base de clases bajas y rurales.
La desamortización aumenta el porcentaje de labradores autónomos y pequeños
propietarios en la Meseta norte. Acabarán engrosando a las clases medias.
Otro efecto de la desamortización es que muchos arrendatarios de tierras de la
Iglesia pasan a ser jornaleros y acabarán por emigrar.
Sólo 50 poblaciones superan los 10.000 habitantes. Estamos, pues, ante un país
muy rural.
España tenía una “mala salud de hierro”, porque resulta increíble cómo pudo mejorar la
vida de los españoles pese a las terribles crisis políticas que sufrieron. Según algunos
estudios, el PIB de un español medio de 1883 era un 60% más rico, en bienes y servicios
producidos, que el de los años cincuenta del mismo siglo. Un crecimiento que, con
tensiones cada vez más fuertes por la desigual distribución de la riqueza y la renta, seguirá
creciendo hasta nuestra triste guerra civil de 1936 (El crack del 29 tuvo consecuencias
moderadas en España). Quizás por este motivo y pese a los vaivenes políticos el sistema
de la Restauración fue sólido durante un tiempo. Por eso y por el control de la deuda
pública, que no estuvo tan disparada como en la época del Sexenio.
Con independencia de lo que veamos en el seminario sobre la Cultura Burguesa, hay
cuatro fenómenos que muestran hasta qué punto cambió la sociedad a mediados del siglo
XIX.
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Las horas y los días. Los españoles cambiamos los horarios a diferencia de
nuestros vecinos de la Europa meridional. Sobre todo en las grandes ciudades.
Levantarse con el sol, tener el tramo de la calle listo antes de las seis u ocho de la
mañana (dependiendo de la estación), el ángelus con el almuerzo y los teatros a
las 15 ó 16 horas era lo común, así como la cena a las cinco o seis. A las 10 nadie
quedaba en la calle. La iluminación artificial y los nuevos trabajos dejan obsoletos
los almuerzos, se pasan a las tertulias y espectáculos por la noche. Las cenas a
partir de las nueve es una costumbre que se impone en los años 20 del siglo XX.
Las jornadas de trabajo también varían. Los dependientes de comercio trabajaban
de 12 a 13 horas diarias o incluso 15 en el caso de los ultramarinos, los aprendices
solían dormir en las tiendas; los peluqueros 10 horas.
La semana laboral era de lunes a sábado; las fiestas, romanas. Las fiestas grandes
eran el jueves y viernes Santo, Corpus Christi, ferias, advocaciones marianas o
santos en agosto y septiembre. En noviembre Todos los Santos y san Martín. El
24 y 25 de diciembre se celebraba Nochebuena, navidad y fin de año (que no se
celebraba el 31). Se seguía la tradición del Strinuo, diosa de la fuerza romana,
con obsequios y aguinaldo. Los Reyes Magos se instauran a comienzos del siglo
XX. Las fiestas nacionales eran el 2 de mayo y luego dependiendo la fiesta de la
corte, bien por onomástica o algún suceso.
El curso académico comenzaba en octubre y también las fiestas de salón, que
esperaban la primera fiesta de Palacio, inicio de la temporada.
Otro cambio serán los relojes, que se ponen en los ayuntamientos. La idea es que
las horas pasen a sonar en la campaña “civil” del ayuntamiento y no en la Iglesia.
El poder civil se hace cada vez más presente.
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El dinero de cada uno. Era común los días sin jornal, principalmente cuando la
población crece de manera fuerte y no hay revolución industrial que absorbiera la
mano de obra excedente. Un cabeza de familia no podía mantener por sí solo a los
suyos, por lo que las mujeres y niños trabajaban. Por otra parte, hay mucha
diversidad; provincias muy caras como Tarragona y otras más baratas, como
Lérida o Cáceres. No es cierto que las jornadas dependiesen de minifundios o
latifundios sino de factores como la fuga de mano de obra por la emigración, que
aumentaron los salarios en Asturias y Galicia; la competencia de los salarios de la
industria, que obligaron a los propietarios de tierras a pagar más (Cataluña-
Vizcaya); las cosechas…
Los artesanos en el campo vivían bien, como las profesiones liberales y
funcionarios de cierta categoría no sujetos a cesantías o militares en situación de
supernumerario. Salarios bajos impiden el ahorro, fundamental para adquirir
propiedades o iniciar inversiones que deriven en rentas.
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Hay que distinguir bien los espacios de sociabilidad dependiendo en función del
estamento y nivel intelectual de los españoles. Lo que sí hay que tener claro es que, en la
Europa pre-feudal, las formas de identificación colectiva se basaban en tres aspectos
determinantes para el individuo, como explica Tomás Pérez Vejo:
1. RELIGIÓN. Importancia determinante en España por la Reconquista como en la
lucha contra el protestantismo. La religión dividió Europa. La Inquisición era
sentida como suya por el pueblo, de la misma manera que fue determinante en
Europa la religión del príncipe (Cuius regio, eius religio ).
2. SÚBDITO. No solo del monarca, sino a un señorío o pueblo. Entre la nobleza,
además, idea de consanguineidad (“Limpieza de sangre”).
3. COMARCA. Al margen de la orografía española, la comarca era un mercado
cerrado. Poca movilidad hasta el XIX.
Al margen de las Sociedades de Amigos y Academias creadas por los ilustrados, así como
algunos periódicos (conocidos como “los Espectadores”: El Pensador y El Censor, de
Luis García del Cañuelo) y de algunas tertulias más o menos políticas, la gran influencia
sobre los españoles la ejercía la Iglesia, que era el mejor medio de “comunicación de
masas” a través de la predicación y por su mecenazgo del arte y espíritu caritativo.
Esta circunstancia, unida a la falta de una clase burguesa y la gran tasa de analfabetismo,
explicaría en parte la ausencia en España de una cultura “popular y rebelde”, creadora de
sus propios espacios de opinión, a diferencia, por ejemplo, de Inglaterra, en donde la
debilidad eclesiástica a partir de la Reforma permite el surgimiento de una cultura popular
plebeya.
Con todo, como recuerda la académica Carmen Iglesias en su libro No siempre lo peor
es cierto, sería absurdo pensar que en España se diese un fenómeno revolucionario por
simple contagio de la Revolución francesa como si en España no se hubiese producido
cambio alguno a lo largo del Siglo de las Luces. Los continuos ataques contra Aranda,
Jovellanos y los ilustrados, por una parte de la Iglesia y nobleza por considerarlos unos
radicales que estaban minando los cimientos de la españolidad, demuestran que España
estaba estrechamente unida al nuevo tiempo.
Porque a lo largo del XVIII español, según la directora de la Real Academia, se vive un
esfuerzo por conciliar modernidad y tradición: Escolástica y Empirismo o revelación y
razón; racionalismo vs. romanticismo, que va tomando forma a finales de siglo.
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Sería absurdo, además, negar que se estaba configurando la nación española gracias, en
parte, por el reinado de Carlos III, pero también por el patriotismo del pueblo español. Un
patriotismo bien distinto del concepto nación, entendido como amor a la libertad bajo el
escudo de las leyes y defensa del patrimonio heredado por las generaciones anteriores.
Para nuestros antepasados país era el paisanaje, nación el lugar de nacimiento y patria la
herencia. Posteriormente el término “patria” sería absorbido por el de nación tras el
periodo revolucionario y ambos resultaron términos sinónimos.
Dicen que la nación española es artificial y surge impuesta. Si fuese así no hubiese
resistido el embate francés de comienzos del XIX y se hubiera deshecho, como ocurriría
en América. Hay autores que afirman que la resistencia se debió a la religión y fueros
ante el afrancesamiento impuesto y no a la idea de España. Es un debate interesante. Lo
que no puede negarse es que había un sustrato en los distintos pueblos de España que eran
entendidos como unidad, una vivencia compartida entre los diferentes estratos sociales y
un arraigado sentimiento de la dignidad individual de todos sus miembros que formaba
parte secular del modo de ser y las convivencias nacionales.
De igual manera no se puede representar a los españoles como un pueblo que no se
cuestiona sus tradiciones y en los que el nuevo tiempo no va dejando mella. Si repasamos
las obras importantes de la época notamos que además de editarse los tradicionales
santorales y almanaques, también se publican obras propias de los nuevos tiempos.
Cadalso publica sus cartas Marruecas, a imagen de las Cartas Persas de Montesquieu
(donde critica todos los aspectos de la sociedad, instrucción, papel de la mujer, etc…),
Valentín de Foronda reclama en algunos discursos libertad de prensa, Juan Meléndez
Valdés saca a la luz sus famosos Discursos Forenses, Moratín el Sí de las niñas o la
mojigata, donde habla del matrimonio impuesto; y qué decir de los periódicos La
Pensadora gaditana o la Pensatriz salmantina, donde se cuestiona el papel que tenía la
mujer en la sociedad de entonces.
Al contrario de lo que dijo Ortega y Gasset, España no sufrió un proceso de “tibetización”
ni quedó aislada, defiende la directora de la Real Academia. Todavía era parte esencial
del mundo y se contaba con ella para todo. Como ha señalado Richard Herr, “social y
económicamente, España se parecía mucho a la Francia del siglo XVIII”, con las
correspondientes distancias. España era una potencia de primer orden pese la Guerra de
sucesión de principios de siglo y haber sufrido los acosos de Inglaterra. Según Herr,
Carlos IV recibió un imperio con la tercera flota naval militar, segunda flota mercante del
mundo, segunda cabaña lanar de Europa, tercera potencia sedera y algodonera (teniendo
en cuenta lo que significaba el textil), y se avanzaba en minería y metalurgia.
Por el contrario, la situación hacendística era un desastre, con grandes desigualdades
fiscales, regionales y sociales, pese a las primeras medidas desamortizadoras.
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No debemos dejar esta introducción sin hablar del “aura romántica” del siglo XIX que,
según Carmen Iglesias, “afecta a todos los sectores de la vida pública y ciudadana, con
mayor o menor intensidad”. Los veinteañistas son ya románticos, con un discurso de
heroísmo, revolución, sacrificio…, que impregnará los movimientos revolucionarios
posteriores. El predominio de la pasión exaltada, de los sentimientos sobre la razón y
reflexión, siguen encontrándose, como afirma el profesor José Luis Comellas, en los
gobiernos de la Regencia y de Isabel II en todos los sectores: política, guerra, finanzas,
relaciones amorosas. Tenemos como ejemplo el mito de que Sagasta secuestró a su mujer
el día en que se casó con otro hombre (en realidad se había casado 5 años antes). Lo que
sí es cierto es que vivieron juntos y no pudieron casarse hasta que el marido legítimo
expiró.
El Romanticismo no fue una moda pasajera o superficial, según José Antonio Maravall,
sino que penetró en las conciencias y visión general del mundo hasta ser una mentalidad;
es difícil pensar el nacionalismo sin romanticismo, incluso con su mitificación de los
perdedores (la herida que no se ha cerrado).
Hay dos elementos interesantes:
La aparición del pueblo como representante de las esencias patrias, como
puede leerse en El centinela contra los franceses, de Antonio Capmany (1808).
El pueblo era puro de corazón: “Ni los libros, ni los políticos, ni los filósofos, os
enseñaron la senda de la Gloria. Vuestro corazón os habló y os sacó del arado y
de los talleres para el campo de Marte”. Capmany afirmaba que la verdadera
fuerza de la nación residía en el pueblo, que en ocasiones extremas salvaría el país
en vez de sus instituciones. Parece un calco de las arengas de la batalla de Valmy.
Comienza entonces la construcción de un discurso por el que el pueblo había
redimido al país y salvado del hundimiento de las élites corrompidas,
antipatrióticas, que lo habían abandonado y vendido. Toma forma el Volkgeist,
que rompía con la tradición elitista. Será Galdós con sus Episodios Nacionales el
que consolidaría el mito del pueblo entre los españoles.
Los liberales siempre navegaron entre dos mares; apelar al pueblo rechazando su
participación política por inculto (hasta su versión demócrata).
La potenciación del yo. La colocación de cada uno en el centro del universo, por
encima de clases o estamentos que lo ordenan todo. “¿No son los montes, las olas
y los cielos, parte de mí y de mi alma, como soy yo suyo?”, clama Lord Byron
en el Childe Harold en 1817. Por eso las pasiones de los españoles y su vitalismo
atraerán tanto a los europeos del norte, como también la de los italianos, griegos,
etc… Y ese sueño que choca con la realidad provoca la autodestrucción del yo.
Un hecho que puede verse dato que aparece en la Historia de los españoles de
Suárez y Comellas: “En la España de Isabel II, con 15 millones de habitantes,
hubo un promedio de 6.000 suicidios al año; hoy, con treinta millones más de
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