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Con Él Octubre 2023 - José Benito Cabaniña - 144 Págs
Con Él Octubre 2023 - José Benito Cabaniña - 144 Págs
OCTUBRE 2023
CON ÉL
Una meditación para orar cada día con el
evangelio de la Misa
PALABRA
© José Benito Cabaniña, 2023
© Ediciones Palabra, S.A., 2023
Paseo de la Castellana, 210 – 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 – (34) 91 350 77 39
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1 de octubre. Domingo
2 de octubre. Lunes. Santos Ángeles Custodios
3 de octubre. Martes
4 de octubre. Miércoles
5 de octubre. Jueves
6 de octubre. Viernes
7 de octubre. Sábado. Virgen del Rosario
8 de octubre. Domingo
9 de octubre. Lunes
10 de octubre. Martes
11 de octubre. Miércoles
12 de octubre. Jueves. Virgen del Pilar
13 de octubre. Viernes
14 de octubre. Sábado
15 de octubre. Domingo
16 de octubre. Lunes
17 de octubre. Martes
18 de octubre. Miércoles. San Lucas
19 de octubre. Jueves
20 de octubre. Viernes
21 de octubre. Sábado
22 de octubre. Domingo
23 de octubre. Lunes
24 de octubre. Martes
25 de octubre. Miércoles
26 de octubre. Jueves
27 de octubre. Viernes
28 de octubre. Sábado. San Simón y San Judas, Apóstoles
29 de octubre. Domingo
30 de octubre. Lunes
31 de octubre. Martes
Santoral de octubre
DOMINGO 1 DE OCTUBRE
VIGESIMOSEXTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO
San Mateo 21, 28-32
«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al
primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le
contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó
al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero
no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».
Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «En verdad os digo que
los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el
reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el
camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y
prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os
arrepentisteis ni le creísteis».
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
San Mateo 18, 1-5.10
En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le
preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?». Él
llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «En verdad os digo que,
si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino
de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño,
ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un
niño como este en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con
despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus
ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre
celestial.
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
San Lucas 9, 51-56
Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al
cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió
mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una
aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo
recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia
Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le
dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo
que acabe con ellos?». Él se volvió y los regañó. Y se
encaminaron hacia otra aldea.
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
San Lucas 9, 57-62
Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré
adondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen
madrigueras y los pájaros del cielo, nidos, pero el Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». A otro le dijo:
«Sígueme». Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a
mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus
muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». Otro le dijo: «Te
seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi
casa». Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y
mira hacia atrás vale para el reino de Dios».
s
PARA MEDITAR
1. Seguir es imitar.
2. Mirar los deseos.
3. Siempre fieles.
1. La vida cristiana consiste en seguir a Jesucristo. Es verdad
que no le vemos con los ojos del cuerpo, pero la fe nos da una
mirada que alcanza a Jesús y nos pone en comunicación con Él
por medio de la Palabra de Dios. Dice un proverbio latino: «El
camino es largo con las órdenes y corto con el ejemplo». Jesús es
un Maestro que va siempre por delante, enseñando con el
ejemplo, como nos cuenta san Marcos: «Estaban subiendo por el
camino hacia Jerusalén y Jesús iba delante de ellos» (Mc 10, 32).
Los amigos de Jesús durante los tres años de vida pública viven
con Él y le imitan. No tienen libros ni tampoco son estudiosos de
la Biblia. Cuando el Señor los envía por el mundo para anunciar
la Buena Nueva de la salvación, que es el mismo Jesucristo, ellos
simplemente enseñan lo que han visto y escuchado de Jesús.
San Lucas cuenta que, de camino a Jerusalén, se presentó uno
que dijo al Señor: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le
explica que, para poder seguirle, necesita renunciar a la certeza
de tener asegurado un techo para descansar, es decir, ha de estar
dispuesto a vivir como el Maestro, sin más miras que llevar a
cabo la misión que le ha confiado su Padre. «Las zorras tienen
madrigueras y los pájaros del cielo, nidos, pero el Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar la cabeza». Seguir a Jesús
requiere imitarle en el señorío sobre los bienes de este mundo,
aprender de Él a conquistar esa libertad de corazón, fruto del
desprendimiento de lo que tenemos y usamos. Y no es tarea fácil,
porque todos sentimos la tentación de pensar que la posesión de
muchas cosas nos va a asegurar el futuro.
El desarrollo del marketing dificulta la lucha por mantener el
corazón libre, pues las tiendas y los centros comerciales están
llenos de objetos, prendas de vestir, y productos de todo tipo que
la publicidad nos presenta como necesarios, cuando en realidad
no lo son. Marcarse un tenor de vida sobrio nos ayuda a seguir de
cerca a Jesucristo. A nuestro alrededor vemos a mucha gente que,
sin darse cuenta, ha puesto como fin de su vida acumular
riqueza. Sin embargo, por muchas y muy valiosas que sean las
posesiones de una persona, nunca alcanzan a llenar las ansias de
felicidad que anidan en el corazón humano que solo Dios puede
llenar.
2. «A otro le dijo: “Sígueme”. Él respondió: “Señor, déjame
primero ir a enterrar a mi padre”. Le contestó: “Deja que los
muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de
Dios”». Solo puede seguir a Jesús el que tiene un corazón libre de
ataduras, dispuesto a un amor-entrega sin condiciones. Para
lograrlo, hay que ejercitarse en usar los bienes materiales como
medios, no como fines. Y esa lucha debe empezar por los deseos,
que son el motor de la vida. Vale la pena, para conocer nuestro
interior, preguntarse de vez en cuando: «¿Cuáles son los deseos
que me mueven a trabajar?». «¿En qué o en quién he puesto toda
mi confianza, mi seguridad, ahora y en el futuro?». Los bienes de
este mundo en sí mismos no son malos. El Creador los ha puesto
a nuestra disposición, para que tengamos una vida agradable.
Pero nuestro corazón tiende a apegarse a esos bienes como si de
su abundancia dependiese nuestra felicidad aquí en la tierra.
Utilizamos bien los bienes de este mundo cuando los
destinamos a sostener a la familia y educar a los hijos; a adquirir
una mejor capacitación profesional y una mayor cultura para
mejorar nuestra aportación a la sociedad; y a proporcionar a
otros los medios necesarios, tanto materiales como espirituales,
para una vida digna de hijo de Dios. «El problema –señala el
Papa Francisco– no es el dinero en sí, porque este forma parte de
la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas. Lo
que debemos reflexionar es sobre el valor que tiene el dinero para
nosotros: no puede convertirse en un absoluto, como si fuera el
fin principal». Y en otra ocasión, explicaba: «La verdadera
plenitud de vida se alcanza siendo pobres por dentro. Quien se
cree rico, exitoso y seguro, lo basa todo en sí mismo y se cierra a
Dios y a sus hermanos, mientras quien es consciente de ser pobre
y de no bastarse a sí mismo permanece abierto a Dios y al
prójimo. Y halla la alegría».
Nadie nace sabiendo vivir el desprendimiento de los bienes
materiales. Todos lo tenemos que aprender. Lo hacemos cuando
meditamos la vida de nuestro Modelo, Jesús, y aprovechamos la
sabiduría de otros y la experiencia propia. El mismo san Pablo
nos cuenta en su Carta a los cristianos de Filipos: «Aunque ando
escaso de recursos, no lo digo por eso; yo he aprendido a
bastarme con lo que tengo. Sé vivir en pobreza y abundancia.
Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la
abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me
conforta». Toda su confianza, toda su seguridad estaban en Dios.
Seguir de cerca a Jesús implica muchas veces sufrir
incomodidades que, recibidas como regalos divinos, nos unen a
Dios.
EVANGELIO
San Mateo 7, 7-11
Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os
abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al
que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan,
¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente?
Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos
dará cosas buenas a los que le piden!
s
PARA MEDITAR
1. Aprender a pedir.
2. Con confianza de hijos.
3. Agradecidos.
1. Una vez terminadas las vacaciones y la recolección de las
cosechas, la comunidad cristiana ofrece a Dios tres días de acción
de gracias y de petición llamados «Témporas», que pueden
reunirse en una sola celebración. En este caso, la Iglesia nos
ofrece para meditar estas palabras de Jesús: «Pedid y se os dará,
buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que
pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre». A
veces escuchamos esta crítica a la oración de petición: «Si Dios lo
sabe todo, también sabrá lo que necesitamos. Entonces, ¿qué
sentido tiene exponerle nuestras necesidades y pedirle que las
remedie?». Ya en los primeros siglos del cristianismo se
escuchaba esta objeción. San Agustín explica que la oración de
petición tiene un carácter eminentemente pedagógico. Elevar a
Dios nuestras peticiones nos ayuda a ser conscientes de nuestra
dependencia de Dios, pues constatamos que necesitamos su
auxilio para todo.
La oración de petición es el modo más frecuente de dirigirnos
a Dios, pues nos damos cuenta de que no está en nuestras manos
conseguir lo que deseamos. Pero, obtengamos o no lo que
pedimos, el orar nos da la oportunidad de establecer un contacto
personal con Dios. Así, poco a poco, entramos en la «escuela de la
oración», donde aprendemos a encauzar nuestras peticiones
dentro del marco que el mismo Jesús nos enseñó: «Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo». De esa manera
descubrimos que en nuestra oración de petición no se trata tanto
de convencer a Dios para que quiera lo que nosotros queremos,
sino de recibir de Él la luz y la fuerza para querer nosotros lo que
Él quiere, pues siempre será lo mejor para cada uno, ya que
nadie nos quiere tanto como nuestro Padre Dios.
Ante todo, debemos pedir lo que más necesita nuestra alma:
amar a Dios sobre todas las cosas de manera que cada día nos
unamos más a Él tratando de imitar a nuestro Señor Jesucristo.
Respecto a los medios materiales, pidámoslos en la medida en
que nos puedan servir para vivir más cerca de Dios. Enseña san
Agustín: «Pidamos los bienes temporales discretamente y
tengamos la seguridad –si los recibimos– de que proceden de
quien sabe que nos convienen. ¿Pediste y no recibiste? Fíate del
Padre; si te conviniera, te lo habría dado. Juzga por ti mismo. Tú
eres delante de Dios, por tu inexperiencia de las cosas divinas,
como tu hijo ante ti con su inexperiencia de las cosas humanas.
Ahí tienes a ese hijo llorando el día entero para que le des un
cuchillo o una espada. Te niegas a dárselo y no haces caso de su
llanto, para no tener que llorarle muerto» (Sermón 80, 2, 7).
EVANGELIO
San Lucas 10, 13-16
«¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en
Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace
tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en
la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón
que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás
al abismo. Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a
vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí,
rechaza al que me ha enviado».
s
PARA MEDITAR
1. Escuchad su voz.
2. Corazón penitente.
3. La Iglesia de Jesús.
1. En estas tres ciudades situadas a orillas del lago de
Genezaret, Corozaín, Betsaida y Cafarnaún, Jesús, el Hijo de Dios
hecho hombre, había anunciado la Buena Nueva. En sus casas,
plazas y calles, Jesús hizo muchos milagros, señales claras de su
divinidad, que confirmaban la verdad de su predicación. Sin
embargo, la mayoría de sus habitantes no habían acogido a
Jesús, como el Mesías Salvador, ni quisieron escuchar la
apremiante llamada del Señor: «Se ha cumplido el tiempo y está
cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,
15).
A los peregrinos que visitan ahora las excavaciones de
Cafarnaún, donde puede verse un cartel con la inscripción:
«Cafarnaún, la ciudad de Jesús», les resulta difícil creer que estén
en uno de los lugares más sagrados del mundo. En su sinagoga,
situada probablemente en el lugar que ocupan hoy en día los
restos de otra sinagoga del siglo tercero, anunció Jesús que nos
daría a comer su Cuerpo y su Sangre. Allí están las ruinas de la
casa de Pedro, donde Jesús puso su residencia mientras recorría
las demás ciudades del contorno del lago. Allí llamó a muchos de
sus apóstoles. Y esas ruinas de oscuras piedras basálticas son
imagen del alma que ha recibido muchas enseñanzas de Dios
pero no las ha puesto en práctica.
La historia del pueblo elegido está marcada por las llamadas
de Dios para que escuchen a los profetas y no endurezcan su
corazón. Una de esas llamadas es el salmo 95: «Ojalá escuchéis
hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el
día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a
prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras. Durante
cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: “Es un
pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por
eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso”» (Sal
95, 8-11). Y esto que le sucedió con frecuencia al pueblo de Israel
se repite en la vida de los cristianos. Metidos en nuestras cosas,
ocupados en lo inmediato de cada día, es fácil caer en esa sordera
interior para las llamadas de Dios, que la Biblia llama «dureza de
corazón». Y la manera de evitar esta esclerosis interior es dedicar
un tiempo diario a la meditación de la Palabra de Dios, de la que
se sirve el Espíritu Santo para comunicarnos sus luces, lo que
Dios espera de nosotros.
2. Jesús describe el contraste entre la cerrazón de esas tres
ciudades a sus enseñanzas y milagros con la aceptación que
encontró en dos ciudades paganas del Líbano, Tiro y Sidón,
enemigas de Israel. San Mateo cuenta que en cierta ocasión Jesús
se marchó al norte de Palestina, a la región de Tiro y Sidón, dos
importantes puertos fenicios en el Mediterráneo. Allí se encontró
con una mujer pagana de esa región que «se puso a gritarle: “Ten
compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio
muy malo”». Su insistencia que vence todos los obstáculos
desarma a Jesús, que la alaba y le concede lo que pide: «”Mujer,
qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. En aquel
momento quedó curada su hija» (Mt 15, 21-29).
«Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros
que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos
de sayal y sentados en la ceniza». La vuelta a Dios por medio de
la conversión no puede quedarse en un sentimiento, sino que
requiere obras de penitencia que purifican el corazón y lo
preparan para escuchar la voz de Dios. ¿Cómo podemos hoy, en
nuestra situación, distinta de la de los contemporáneos de Jesús,
encontrar campos donde vivir ese espíritu de penitencia? Una
ocasión nos la brindan los contratiempos de cada día, cosas
pequeñas que nos contrarían porque no han pasado como
habíamos previsto, y nos obligan a cambiar de planes. La
penitencia consiste en aceptar serenamente esas situaciones, que
no dependen de nosotros, y ver en ellas una oportunidad para
ofrecerlas a Dios.
Podemos encontrar otras muchas ocasiones de penitencia en
el cumplimiento de nuestros deberes profesionales y familiares.
Se trata de vivir ahí el orden afrontando, por ejemplo, en primer
lugar, lo que requiere más esfuerzo, sin dejarlo para el final.
También podemos estar atentos a otros pequeños detalles, como
la puntualidad, que facilita el trabajo de los demás. Otro campo
para ejercitarnos en el espíritu de penitencia es no dar
importancia a nuestros estados de ánimo, y buscar modos de
servir a los demás con gestos que facilitan el buen trato y el
trabajo, como puede ser la sonrisa habitual o disimular el
cansancio o las preocupaciones. Todo este afán nos afina el oído
del corazón.
EVANGELIO
San Lucas 10, 17-24
Los setenta y dos volvieron con alegría, diciendo: «Señor,
hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os
he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo
poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no
estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres
porque vuestros nombres están inscritos en el cielo». En aquella
hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy
gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado
a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo
me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el
Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar». Y, volviéndose a sus discípulos,
les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que
vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes
quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que
vosotros oís, y no lo oyeron».
s
PARA MEDITAR
1. El nombre de Jesús.
2. Gracias, Padre.
3. Razón de la alegría.
1. Jesús es el nombre que el arcángel san Gabriel encargó a
José que pusiese al Verbo de Dios, encarnado en las entrañas de
María, por obra del Espíritu Santo. En hebreo, Jeshua significa
«Dios salva». Este nombre ya se usaba en Israel, pues lo habían
llevado dos personajes importantes: Jesús Ben Siráh, el Sirácida,
autor del libro del Eclesiástico, y Josué, sucesor de Moisés, que
recibió la misión de entrar con el pueblo elegido en la tierra
prometida. Estas dos figuras convergen en Jesús de Nazaret, ya
que Él es la Sabiduría encarnada y lleva a su culminación la obra
de Moisés.
Los demonios se sometían a los discípulos de Jesús, cuando
estos invocaban el nombre del Maestro, porque pronunciar ese
nombre es ya una oración, un acto de fe en el poder divino del
Hijo de Dios hecho hombre. De ahí la tradición de repetir ese
nombre una y otra vez, incluso en conversaciones habituales,
pues, como señala el apóstol Pedro después de curar al paralítico
que pedía limosna a la puerta del Templo, «no hay salvación en
ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro
nombre por el que debamos salvarnos» (Hch 4, 12).
San Pablo describe en la Carta a los cristianos del Filipos la
humildad de Jesús que se hizo esclavo nuestro y obediente hasta
la muerte en la Cruz. «Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le
concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el
abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria
de Dios Padre» (Flp 2, 9-12). «Señor», en hebreo «Adonai», es la
forma en que los judíos nombran a Dios, evitando usar «Él es», la
respuesta divina a Moisés cuando este le preguntó su nombre. La
É
expresión «Yo soy-Él es» no es una definición filosófica de Dios.
La raíz hebrea que traducimos como «Yo soy» indica «fidelidad»,
como si dijera: «Yo estoy ahí» o «Yo soy el que siempre está
contigo».
EVANGELIO
San Mateo 21, 33-43
Escuchad otra parábola: «Había un propietario que plantó
una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó
una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos.
Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores
para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores,
agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro
lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera
vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su
hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores,
al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y
nos quedamos con su herencia”. Y agarrándolo, lo sacaron fuera
de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué
hará con aquellos labradores?». Le contestan: «Hará morir de
mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros
labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les
dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que
desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor
quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo
que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo
que produzca sus frutos».
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
San Lucas 10, 25-37
En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para
ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar
la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees
en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu
mente. Y a tu prójimo, como a ti mismo». Él le dijo: «Has
respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el
maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién
es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba
de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo
desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo
medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel
camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo
un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de
largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él
y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas,
echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia
cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente,
sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de
él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál
de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos
É
de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con
él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
s
PARA MEDITAR
1. Hacerse prójimo.
2. La Iglesia, posada.
3. Imitar a Jesús.
1. De Jerusalén a Jericó hay un desnivel aproximado de mil
metros. El camino baja por el desierto de Judea y, en las últimas
colinas, hay numerosas cuevas, donde, en la época de Jesús,
vivían bandidos. En esa bajada, bastante pronunciada, sitúa
Jesús la parábola del buen samaritano, para contestar a la
pregunta del maestro de la Ley: «¿Y quién es mi prójimo?». En
aquel tiempo, entre los judíos versados en la Ley de Moisés, había
opiniones diversas acerca de cuáles eran las personas a las que
había obligación de ayudar en caso de que padeciesen necesidad:
¿a los de mi familia, a los de mi clan o a los de mi tribu?, ¿a los
de mi mismo oficio?, ¿a los vecinos?
Jesús, al relatar la parábola del buen samaritano, le da la
vuelta a la pregunta. Más que preguntar quién es mi prójimo,
cada uno de nosotros ha de verse como prójimo de cualquiera
que esté necesitado de ayuda, sea o no de mi raza o nación o
religión, por el solo hecho de ser persona. No se trata de hacer
distingos entre unos y otros. Aquí la pregunta y la respuesta de
Jesús tratan sobre el amor, que es el «corazón» de la vida
cristiana. El buen samaritano se hace prójimo del hombre –
probablemente, un judío– asaltado y herido por los ladrones,
porque se hace cargo de su lamentable estado. No pregunta de
qué nación, raza o religión es. Es un ser humano, como él, al que
no puede dejar de ayudar. Y efectivamente, se compadece –hace
suyos los sufrimientos del otro–, se para, baja de la propia
cabalgadura, se inclina sobre el herido, le venda las heridas con
vino, para desinfectar, y con aceite, para suavizarlas, lo monta en
su caballo y lo lleva hasta la posada, donde lo cuida y paga por
adelantado los gastos de su recuperación.
En la parábola queda patente el contraste entre la actitud del
samaritano –los de esta nación eran despreciados como «herejes»
por los judíos, y no había trato entre ellos– y la del sacerdote del
Templo y el levita. Es posible que estos no se pararon porque les
pareció que el que estaba tirado en la cuneta ya había fallecido y
el contacto con un muerto les ponía en situación de impureza
legal con la que no podían ejercer sus funciones. Quizá, por la
vestimenta del asaltado, vieron que era samaritano, o llevaban
mucha prisa y prefirieron pasar de largo. Sea cual fuere el
motivo, el sacerdote y el levita no asistieron al hombre
necesitado, no fueron prójimo para él, no le amaron. Y al alejarse
así del accidentado, vaciaron de contenido su culto a Dios, ya que
el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, como nos
enseñó Jesús: «Cada vez que lo hicisteis (dar de comer, de beber,
etc.) con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo
hicisteis» (Mt 25, 40).
EVANGELIO
San Lucas 10, 38-42
Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer
llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana
llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba
su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los
muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te
importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile
que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta,
Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una
es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será
quitada».
s
PARA MEDITAR
1. Prioridad de la oración.
2. «Lectio divina».
3. Unidad de vida.
1. ¡Qué fácil nos pone san Lucas imaginarnos esta escena en
Betania, una aldea cercana a Jerusalén, donde vivía la familia
compuesta de tres hermanos, Marta, María y Lázaro, amigos
íntimos de Jesús! Marta, la mayor, recibe encantada a Jesús,
acompañado de los apóstoles, y enseguida se dispone a preparar
la comida para el grupo, no pequeño, que acompaña al Maestro.
María, arrebatada por la presencia del Dios hecho hombre en su
casa, se sienta a los pies de Jesús porque no quiere perderse
ninguna de sus palabras, un tesoro para su alma, sedienta de
Dios. Marta, después de pasar varias veces por el lugar donde
Jesús habla, con la esperanza de que su hermana la ayude en su
trajín, harta de la pasividad de María, se planta delante del Señor
y, con cierto enfado, le dice: «Señor, ¿no te importa que mi
hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una
mano».
Jesús, con tranquilidad, le responde: «Marta, Marta –una
repetición que expresa afecto–, andas inquieta y preocupada con
muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la
parte mejor, y no le será quitada». No hay en las palabras del
Señor ningún desprecio por la actividad de Marta, que solo
pretende acoger con el mayor cariño a Jesús y a los suyos, sino
más bien una llamada de atención que no debemos olvidar
nunca: que lo primero es escuchar la Palabra de Dios. Todo lo
demás, por muy bueno que sea, termina. «El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24, 35).
Dar prioridad a la escucha de la Palabra de Dios supone, en
primer lugar, decidirse de verdad a dedicar un tiempo de nuestro
día a meditarla. Así lo hacían los primeros cristianos que
conservaban frescos los recuerdos del paso de Dios por la tierra.
Aunque nuestras ocupaciones no nos permitan dedicar mucho
tiempo a imitar a María de Betania, necesitamos acotar un rato
para hacer silencio dentro de nosotros y reproducir con la
imaginación la escena del Evangelio que queramos meditar,
quizá la que ese día la Iglesia proclama en la Misa. Para
«meternos» en esa escena, que sigue viva porque Jesús está vivo y,
con Él, todo lo que vivió, podemos servirnos de la lectio divina,
un ejercicio asequible a todos, para empezar a cultivar la oración
interior, con la mente y el corazón, sin ruido de palabras.
2. El primer paso consiste en leer un pasaje de la Sagrada
Escritura, fijándonos en los elementos principales. Nos podemos
servir de la ayuda de algún libro que nos explica el significado de
las palabras y el contexto del lugar, las costumbres, las alusiones
al Antiguo Testamento, etc. Esa lectura ha de hacerse despacio,
poniendo mucha atención y a veces será necesario volver a leer el
mismo pasaje varias veces para enterarnos bien. Después,
dejamos el libro, y hacemos una parada interior en la que el alma
intenta comprender lo que nos dice y su relación con nuestra
vida: esto es la meditación, el segundo paso. No se trata de
reflexionar –volverse uno hacia sí mismo–, sino de estar con la
mirada interior fija en Jesús y tratar de entender lo que dice, de
manera que dé luz a nuestro vivir.
A continuación, como respuesta a las luces que nos ha dado el
Señor, intentamos decirle algo, desde el fondo del corazón. A
veces será alguna petición, y en otras ocasiones manifestaremos,
con nuestras propias palabras interiores, el asombro por el amor
que nos muestra o el agradecimiento por su entrega, o el perdón
por nuestra falta de correspondencia. Se trata de entretenerse
con Dios en una conversación íntima y directa. A continuación,
podemos mantener el corazón atento, por si el Señor quiere
inspirarnos algún pensamiento o propósito. Después volvemos a
tomar el siguiente pasaje del libro para leerlo con detenimiento,
como al principio y seguimos el mismo proceso.
Por la aceleración con que vivimos y la abrumadora
información que nos llega a través de los medios y las redes
sociales, lo más difícil de esta práctica de la lectio divina es
conseguir el silencio del alma, es decir, acallar el bullir de nuestro
interior, compuesto de imágenes, sonidos, preocupaciones,
curiosidades, etc., para «recoger el corazón, recoger todo nuestro
ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del
Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en
la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras
máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama
para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que
purificar y transformar» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2711).
EVANGELIO
San Lucas 11, 1-4
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar,
como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis,
decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos
cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y
no nos dejes caer en tentación”».
s
PARA MEDITAR
1. «Abba».
2. El nombre de Dios.
3. Perdonar para ser perdonados.
1. Los discípulos de Jesús, que le acompañaban siempre,
notaban que, con frecuencia, el Maestro se retiraba a orar a solas
y permanecía largo tiempo en coloquio interior amoroso con
Dios. Ansiosos por imitar al Señor, sus amigos le pidieron un día
que les enseñara a orar, y Jesús les enseñó el Padrenuestro, la
oración por excelencia, que millones de cristianos han rezado
desde entonces. Meditar las palabras de esta oración es una
forma de acercarnos a la intimidad de trato de Jesús con su
Padre, es entrar y saborear los sentimientos del alma del Hijo de
Dios hecho hombre.
«Padre». ¡Qué bien nos viene pararnos para disfrutar de esta
palabra, con la que Jesús quiere que nos dirijamos a Dios! Al
pronunciarla, nos viene a la cabeza ese Dios único que nos ha
traído a cada uno a la vida porque nos ama, pues, como dice el
salmista: «Él modeló cada corazón y comprende todas sus
acciones» (Sal 33, 14). El amor de los padres a sus hijos es solo
una sombra lejana del amor de nuestro Padre Dios a cada ser
humano, creado a su imagen, es decir, con la capacidad de
descubrir a su Creador y bendecirlo y adorarlo como la fuente de
su ser.
Pero Jesús, el Hijo de Dios en sentido propio, e imagen de
Dios de un modo único, nos quiso revelar con la palabra «Padre»
quién es nuestro Creador. «Podemos invocar a Dios como “Padre”
–enseña el Catecismo de la Iglesia Católica–, porque él nos ha
sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace
conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni los poderes
angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia el
Padre (cfr. Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace
participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el
Cristo y que hemos nacido de Dios» (nº 2780).
EVANGELIO
San Lucas 11, 27-28
Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de
entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el
vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen».
s
PARA MEDITAR
1. La primera discípula.
2. Columna.
3. Fuertes en la fe.
1. «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te
criaron», le gritó una mujer de entre la multitud a Jesús, mientras
hablaba. Y es que la manera de enseñar de Jesús emocionaba a la
gente por su calidez y sobre todo por el brillo de la verdad, que
sintonizaba enseguida con la voz de la propia conciencia. Sin
darse cuenta, esta mujer de entre el pueblo comenzó a cumplir lo
que la misma Madre de Dios había anunciado cuando, en casa de
su prima Isabel, dejó a su corazón explayarse en alabanzas a Dios
con el «Magnificat»: «Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en
mí».
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y
la cumplen». A Jesús le tuvo que agradar ese elogio a su Madre.
De hecho, lo retoma y explica el verdadero motivo por el que su
Madre y todos los que le siguen son bienaventurados. María, la
Madre de Jesús, merece alabanza por haber llevado en su seno
purísimo al Hijo de Dios y por haberlo alimentado y cuidado con
todo el amor de su corazón inmaculado. Pero el mérito mayor de
la Virgen es haber sido la primera y mejor discípula de su Hijo, el
mismo Dios. Así lo señala san Lucas cuando describe la respuesta
de la Virgen a los acontecimientos de la infancia de su Hijo:
«María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas
en su corazón» (Lc 2, 19).
Leer y meditar la Palabra de Dios, recogida en la Sagrada
Escritura, y cumplirla, es decir, convertirla en vida propia, es lo
que María hizo como nadie durante toda su vida. Y nosotros, que
queremos seguir a Jesús, hemos de fijarnos en su vida para
aprender a ser buenos discípulos de su Hijo. A Jesús le agradan
todas las alabanzas que hacemos a su Bendita Madre. La Virgen
es la mejor senda para llegar a Jesús y, por Él, con Él y en Él, al
Padre y al Espíritu Santo. De su mano, vamos seguros hacia
Jesús. Él nos la dejó desde la Cruz, para que nos sintiésemos
siempre queridos y protegidos por su Madre. Alabándola nos
acercamos a Jesús. Aprendiendo de Ella, nos hacemos también
nosotros dignos de la bienaventuranza de su Hijo.
EVANGELIO
San Lucas 11, 15-26
Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió
que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La
multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por
arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él,
conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido
contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues,
también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se
mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los
demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios
con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los
echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo
echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino
de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien
armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero,
cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de
que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está
contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando el
espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares
áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo,
dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Al volver se la encuentra
barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus
peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre
resulta peor que el principio».
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
San Lucas 11, 27-28
Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de
entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el
vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo:
«Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen».
s
PARA MEDITAR
1. Escuchar a Dios.
2. Recogimiento interior.
3. Una cita diaria con Jesús.
1. La Virgen María, Madre de Dios, merece ser alabada no
tanto por haber llevado en su vientre al mismo Hijo de Dios y
haberle alimentado con sus pechos, como señala esa mujer del
pueblo, sino porque supo escuchar como nadie la Palabra de Dios
y llevarla a la práctica. Por eso la Virgen María es maestra de
oración. Muchos cristianos piensan que hacer oración es, sobre
todo, abrir nuestra alma a Jesús, desahogarnos con Él, contarle
nuestras cosas, exponerle nuestras necesidades y pedirle ayuda. Y
es verdad. Pero, poco a poco, el Espíritu Santo va guiando a las
almas para que aprendan a escuchar a Dios. El Catecismo de la
Iglesia Católica define la oración contemplativa como «escucha
de la palabra de Dios» (nº 2716).
La Carta a los Hebreos comienza así: «En muchas ocasiones y
de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los
profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que
ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado
los siglos» (Hb 1, 1-2). El primer mensaje que Dios envía a los
hombres es la creación. Contemplando la belleza y la armonía de
la naturaleza, hechura divina, podemos elevarnos hacia su
Hacedor. Pero las consecuencias de la rebelión original dificultan
nuestra mirada contemplativa sobre la obra creadora de Dios. El
Antiguo Testamento nos descubre el afán de Dios por darse a
conocer a los hombres. Poco a poco, empezando por Abrahán,
siguiendo por Moisés y los profetas, Dios va desvelando al pueblo
elegido su plan de salvación para todo el género humano.
El punto culminante de ese plan divino de salvación es la
venida del Hijo de Dios al mundo. Jesucristo es, como dice san
Juan, el Verbo, es decir, la Palabra de Dios que se hace hombre,
para revelarnos que Dios es Amor. Escuchar a Jesús es escuchar a
Dios, pues Él es el revelador de Dios. En la Iglesia tenemos el
tesoro de la Sagrada Escritura, pues Dios ha querido iluminar a
los autores de los libros sagrados de la Biblia para que nos
transmitieran los mensajes divinos, primero, a través de los
profetas y la misma historia de Israel y, al final, por medio de su
mismo Hijo, Jesucristo. Ahí, a la Sagrada Escritura y, de modo
especial, a los Evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento
hemos de acudir para escuchar a Dios.
EVANGELIO
San Mateo 22, 1-14
Volvió a hablarles Jesús en parábolas, diciendo: «El reino de
los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo;
mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no
quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que
dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he
matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la
boda”. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras,
otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los
maltrataron y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus
tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a
la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero
los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los
caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Los
criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que
encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de
comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales,
reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo,
¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió
la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y
manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el
rechinar de dientes”. Porque muchos son los llamados, pero
pocos los elegidos».
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
San Lucas 11, 29-32
Estaba la gente apiñándose alrededor de él y se puso a
decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un
signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues
como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo
será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Sur se
levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y
hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la
tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que
es más que Salomón. Los hombres de Nínive se alzarán en el
juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque
ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay
uno que es más que Jonás».
s
PARA MEDITAR
1. La señal de Jonás.
2. La fe y los milagros.
3. Limpiar el alma.
1. El pasaje paralelo de san Mateo nos explica el contexto de
estas palabras de Jesús. «Entonces algunos escribas y fariseos le
dijeron: “Maestro, queremos ver un milagro tuyo”» (Mt 12, 38).
La mayor parte de los escribas y fariseos no creían en Jesús. Lo
que les mueve a pedir un milagro es la curiosidad y quizá el afán
de asistir a un espectáculo. De un modo parecido se comportó
Herodes, cuando el gobernador romano de Judea, Poncio Pilato,
le envió a Jesús maniatado, al enterarse de que procedía de
Galilea, bajo la jurisdicción de Herodes. Escribe san Lucas que
«Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía
bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y
esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas
con abundante verborrea; pero él no le contestó nada» (Lc 23, 8-
10).
En este caso, Jesús no responde con el silencio, como hizo con
Herodes, sino que reprocha a los que le piden un milagro su falta
de fe, que está en el origen de su petición. Además, les remite a
un signo ya pasado, conocido por todos, el signo de Jonás, que
san Mateo explica así: «Tres días y tres noches estuvo Jonás en el
vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del
hombre en el seno de la tierra» (Mt 12, 40). Con estas palabras
Jesús muestra que su resurrección gloriosa, tres días después de
su muerte en la Cruz, los mismos días que Jonás estuvo en el
vientre de la ballena, es la prueba decisiva de su divinidad, y la
confirmación de la veracidad de su misión salvadora y de todas
sus enseñanzas.
El libro de Jonás cuenta la historia de un hombre con este
nombre que es enviado por Dios para anunciar a los habitantes
del Nínive, capital del reino asirio, que al cabo de cuarenta días,
la ciudad va a ser arrasada. Los asirios habían invadido el norte
de Israel y deportado a la mayoría de sus habitantes. Eran por
tanto enemigos de los judíos y por eso Jonás se resiste a cumplir
el encargo del Señor y huye a Tarsis en un barco, pues piensa
que, lejos de Israel, Dios no le alcanzará. Sin embargo, no es así,
pues el Señor envió un viento fuerte que puso a la nave en peligro
de hundirse. Jonás explica a los marineros que él es la causa de
esa tempestad y ellos lo arrojan al mar para salvarse. Dios hace
regresar a su tierra a Jonás en el vientre de un gran pez, Jonás
cumple con su misión, los ninivitas hacen penitencia y así Dios
les salva de la destrucción.
EVANGELIO
Lucas 11, 37-41
Cuando terminó de hablar, un fariseo le rogó que fuese a
comer con él. Él entró y se puso a la mesa. Como el fariseo se
sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el
Señor le dijo: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y
el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad. ¡Necios! El
que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Con todo,
dad limosna de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo».
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
Lucas 10, 1-9
Después de esto, designó el Señor otros setenta y dos, y los
mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares
adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante y los
obreros, pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe
obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como
corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni
sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en
una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de
paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que
tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando
de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo
que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”».
s
PARA MEDITAR
1. La mies es mucha.
2. Un mundo necesitado de Dios.
3. Instrucciones.
1. Además de los doce apóstoles, seguían al Señor, desde el
bautismo de Juan, un numeroso grupo de discípulos. A algunos
de ellos los conocemos gracias a los Hechos de los Apóstoles,
como, por ejemplo, José, al que llamaban Barsabas, o Matías, que
fue elegido apóstol para ocupar el puesto de Judas Iscariote.
Cleofás es el nombre de uno de los dos discípulos a los que se
apareció Jesús resucitado cuando iban de camino a Emaús.
Aunque no pertenecían al grupo de los Doce, estos discípulos
estaban disponibles para lo que el Señor les pidieses.
El evangelio de la Misa de hoy, fiesta de San Lucas, nos cuenta
que Jesús designó a «otros setenta y dos, y los mandó delante de
Él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir
él». Una peculiaridad del Evangelio de san Lucas es precisamente
el mostrarnos con esta escena que la misión de dar a conocer a
Jesús no está reservada a los Doce apóstoles y sus sucesores, sino
que se extiende a todos los seguidores de Jesús, a todos los
bautizados.
Hoy son actuales las palabras de Jesús: «La mies es abundante
y los obreros, pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe
obreros, a su mies». En los tiempos de Jesús, los campesinos no
cosechaban el trigo segando como lo hacemos ahora, sino que
arrancaban solo las espigas a mano. Jesús usó este modo de
trabajar como metáfora de la misión que encomienda a todos los
que le siguen. Las espigas representan a las personas que aún no
conocen a Dios y que, sin embargo, como todos los hombres,
están llamados a gozar eternamente de Dios en el cielo.
EVANGELIO
Lucas 11, 47-54
¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a
quienes mataron vuestros padres! Así sois testigos de lo que
hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron
y vosotros les edificáis mausoleos. Por eso dijo la Sabiduría de
Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los
matarán y perseguirán”; y así a esta generación se le pedirá
cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la
creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de
Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os digo: se
le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la
ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no
habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis
impedido!». Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a
acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas
preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con
alguna palabra de su boca.
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
Lucas 12, 1-7
Mientras tanto, miles y miles de personas se agolpaban hasta
pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero
a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es
la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse,
ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis
en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las
recámaras se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo,
amigos míos: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y
después de esto no pueden hacer más. Os voy a enseñar a quién
tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder
para arrojar a la gehenna. A ese tenéis que temer, os lo digo yo.
¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno
solo de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de vuestra
cabeza están contados. No tengáis miedo: valéis más que muchos
pájaros».
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
Lucas 12, 8-12
Os digo, pues: «Todo aquel que se declare por mí ante los
hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los
ángeles de Dios, pero si uno me niega ante los hombres, será
negado ante los ángeles de Dios. Todo el que diga una palabra
contra el Hijo del hombre podrá ser perdonado, pero al que
blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os
conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las
autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os
defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os
enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir».
s
PARA MEDITAR
1. Confesar la fe.
2. No juzguéis.
3. Siempre defendidos.
1. En tiempos de persecución contra los cristianos, cuando
está en riesgo la propia vida, ¿estamos obligados a confesar
voluntariamente nuestra fe en Jesucristo, sin que nadie nos lo
pida? Los expertos en moral enseñan que no existe tal obligación,
pero no se puede renegar de la fe, es decir, debemos confesarla
cuando nos lo pidan. La experiencia muestra que no es buena
práctica poner en evidencia la propia fe en locales públicos ni dar
argumentos basados en la fe a personas que no comparten
nuestra fe. La mejor manera de anunciar a Jesucristo a las
personas que nos rodean es mostrarlo con nuestra conducta. Eso
provocará que algunos se sientan removidos y nos busquen para
que les ayudemos a encontrar el sentido de la vida.
Simón Pedro, el primero de los apóstoles, renegó del Maestro
cuando una criada del sumo sacerdote le reconoció como uno de
los que estaban con Jesús. Y lo volvió a hacer con otros dos que
afirmaron que era discípulo de Cristo. Renegar de Cristo es un
grave pecado, pero también podemos decir que todo el que
comete un pecado mortal reniega de Jesús, aunque no tenga esa
intención. Cuando negamos a Cristo también renegamos de
nosotros mismos, porque estamos manchando la imagen de Dios
en el corazón.
La expresión que usa Jesús, «ante los ángeles de Dios», nos
traslada al Juicio final, cuando el Hijo de Dios aparezca en el
cielo rodeado de sus ángeles y todos los hombres lo vean venir
«sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad» (Mt 24, 30).
Los pintores han representado esta escena colocando a los
elegidos a la derecha de Cristo, ascendiendo cogidos de las manos
hacia lo alto. A la izquierda, los condenados resbalan hacia el
abismo, volviéndose de espaldas, para representar que el que ha
renegado de Cristo, ha renegado de sí mismo y se ha separado de
los demás.
EVANGELIO
Mateo 22, 15-21
Entonces se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para
comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron algunos
discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: «Maestro,
sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas
en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto
al César o no?». Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
«Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del
impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De
quién son esta imagen y esta inscripción?». Le respondieron: «Del
César». Entonces les replicó: «Pues dad al César lo que es del
César y a Dios lo que es de Dios».
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
Lucas 12, 13-21
Entonces le dijo uno de la gente: «Maestro, dile a mi hermano
que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién
me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno
ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».Y les propuso
una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una
gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué
haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo
siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes,
y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a
mí mismo: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos
años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios
le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién
será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es
rico ante Dios».
s
PARA MEDITAR
EVANGELIO
Lucas 12, 35-38
«Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas.
Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor
vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los
encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la
segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados
ellos».
s
PARA MEDITAR
1. Advertencia.
2. Bienaventuranza.
3. Promesa divina.
1. Este breve pasaje del Evangelio de san Lucas contiene una
advertencia, una bienaventuranza y una promesa. Los hebreos y,
en general, los orientales usaban amplias vestiduras para estar en
casa. Antes de viajar, se colocaban un ceñidor para poder andar
sin tropezar con la túnica. En el Éxodo se cuenta que Dios les
prescribió que celebrasen la solemne cena de la Pascua anual con
«la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la
mano» (Ex 12, 11), para revivir el momento en que sus
antepasados, liberados por Dios de la esclavitud de Egipto, se
pusieron en camino hacia la Tierra Prometida. La metáfora de las
lámparas encendidas indica una actitud atenta, propia del que
está a la espera de alguien importante.
El cristiano ha de vivir con la actitud interior de quien se
prepara para emprender un viaje que acaba en la otra vida. Está,
por tanto, a la espera de Dios que, cuando menos lo espere,
vendrá a buscarle, para vivir eternamente con Él. La advertencia
de Jesús tiene que ver con esa «vigilancia expectante», de la cual
tratará en las siguientes páginas del Evangelio. «Vigilar es propio
del amor. Cuando se ama a una persona, el corazón vigila
siempre, esperándola, y cada minuto que pasa sin ella es en
función de ella y transcurre vigilante (...). Jesús pide amor. Por
eso solicita vigilancia» (Ch. Lubich, Meditaciones, p. 33).
En Italia, cerca de Castelgandolfo, hay una imagen de la
Virgen, colocada en un cruce de carreteras, con la siguiente
inscripción: Cor meum vigilat (Mi corazón está en vela). El
corazón de nuestra Madre, Santa María, siempre está despierto
por amor, pendiente de las necesidades de cada uno de sus hijos.
Así debe estar también nuestro corazón, despierto para descubrir
a Jesús, que pasa cerca de nosotros. San Ambrosio señala que si
el alma está adormecida, Jesús se marcha sin haber llamado a
nuestra puerta, pero si el corazón está en vela, llama y pide que
se le abra. Eso mismo escribe san Juan en el Apocalipsis: «Mira,
estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre
la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,
20).
EVANGELIO
Lucas 12, 39-48
«Comprended que, si supiera el dueño de casa a qué hora
viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que
menos penséis viene el Hijo del hombre». Pedro le dijo: «Señor,
¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor
pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de
alimento a sus horas? Bienaventurado aquel criado a quien su
señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo
que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si aquel criado
dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a
pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y
emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera
y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará
compartir la suerte de los que no son fieles. El criado que,
conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de
acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin
conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que
mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le
confió, más aún se le pedirá.
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PARA MEDITAR
1. Estar de guardia.
2. El buen administrador.
3. Responsabilidad.
1. «Comprended que, si supiera el dueño de casa a qué hora
viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que
menos penséis viene el Hijo del hombre». La guardia costera de
los Estados Unidos tiene como lema: Semper paratus (Siempre
preparado). El que conduce un coche tiene que estar atento al
que va delante, por si frena de repente, y al que viene detrás, por
si quiere adelantarle, para no coincidir en la misma maniobra. La
vigilancia que nos pide Jesús es atención a la propia vida para no
descaminarnos y atención a las llamadas y a los dones de Dios
para responder con rapidez.
Vigilar quiere decir estar “de guardia”, despiertos y atentos a
Jesús que pasa a nuestro lado, en aquella persona o en aquella
otra que necesita ayuda. Vigilar quiere decir estar a la espera de
la visita final de Jesús, cuando nos llame a su presencia, para que
no nos coja de sorpresa. El Señor nos advirtió con palabras
fuertes del peligro que corren las personas que están en sus cosas
y se olvidan de prepararse para esa última llamada de Dios en el
momento de la muerte.
La Sagrada Escritura está llena de ejemplos: que no nos pase
«como sucedió en los días de Noé (...), comían, bebían, se
casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día
en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con
todos. Asimismo, como sucedió en los días de Lot: comían,
bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día
que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó
con todos» (Lc 17, 26-31). Se dejaron absorber por las realidades
y ocupaciones materiales hasta quedar atrapados por ellas. Todos
corremos ese riesgo si no estamos atentos.
EVANGELIO
Lucas 12, 49-53
He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya
esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué
angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a
traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán
divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres;
estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre,
la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra
su nuera y la nuera contra la suegra.
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PARA MEDITAR
EVANGELIO
Lucas 12, 54-59
Decía también a la gente: «Cuando veis subir una nube por el
poniente, decís enseguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede.
Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede.
Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo,
pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no
sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo? Por ello, mientras
vas con tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino
por llegar a un acuerdo con él, no sea que te lleve a la fuerza ante
el juez y el juez te entregue al guardia y el guardia te meta en la
cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que pagues la última
monedilla».
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PARA MEDITAR
1. El Dios de la Alianza.
2. Jesús, la señal de Dios.
3. Los signos de los tiempos.
1. Interpretar el tiempo presente quiere decir descubrir las
señales que Dios nos envíe para que le reconozcamos y le
alabemos. En el Antiguo Testamento, Dios busca en cada
momento de la historia de Israel la manera de darse a conocer a
su pueblo. Con Abrahán, el fundador de la nación que Dios iba a
elegir para hacerse hombre cuando llegase el momento oportuno,
Dios se comunica por medio de mensajes y promesas para
establecer una relación especial –una Alianza– que renovará con
cada uno de los patriarcas, Isaac y Jacob, al que cambia su
nombre por Israel.
Años después, Dios hace oír su voz a Moisés, atraído por la
zarza ardiente en el monte Horeb, para comunicarle la misión de
liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, con numerosos
prodigios y señales que muestran el poder de Dios, siempre fiel a
sus promesas. Los años que el pueblo de Dios vaga por el desierto
son la ocasión de aunar a las doce tribus para convertirlas en una
nación cuyo principal elemento de unión es ser el pueblo elegido.
Una vez instalados en Canaán, Dios les envía profetas para
hacer ver a los israelitas sus continuas infidelidades a la Alianza y
exhortarlos a convertirse una y otra vez al Señor. El único y
verdadero Dios se ha desposado con su pueblo con su Alianza, y
por medio de los profetas manifiesta su decepción ante la
conducta de Israel que le abandona para seguir a los dioses de los
países vecinos y olvida al que los salvó de la esclavitud de Egipto.
EVANGELIO
Lucas 6, 12-19
En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche
orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos,
escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró
apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su
hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás,
Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; Judas el de
Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Después de bajar
con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de
discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de
toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían
a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados
por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente
trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a
todos.
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PARA MEDITAR
EVANGELIO
Mateo 22, 34-40
Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se
reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le
preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el
mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu
mente». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo
es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En
estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
s
PARA MEDITAR
1. El mandamiento principal.
2. Alma, mente y corazón.
3. El termómetro del amor a Dios.
1. En la Ley de Moisés había más de seiscientos preceptos y
prohibiciones. La pregunta que le formula un doctor de la ley a
Jesús «para ponerlo a prueba» debía de ser un tema de frecuente
discusión entre los expertos en la Ley que Dios dejó a los judíos.
En esas discusiones seguramente todos buscaban un principio
unificador de todos los mandamientos y no era fácil encontrarlo.
Jesús responde con prontitud y sin dudar: «Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es
semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos
dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
Para manifestar que el amor a Dios debe alcanzar a la
totalidad del hombre, Jesús enumera las tres facultades más
profundas de la psicología humana: el corazón, la voluntad y la
mente. Realmente el ser humano, al que Dios creó a su imagen y
semejanza, refleja a su Creador y, por tanto, se realiza como
persona, cuando ama a Dios. Eso es lo único que importa porque
para eso ha sido creado, para amar a Dios y al prójimo en la
tierra y para gozar de Dios eternamente en el cielo.
Amar con todo el corazón quiere decir amar sin poner
término ni medida. Amar a Dios y al prójimo no quiere decir que
debamos sentir una emoción especial cada vez que oramos o
adoramos o servimos a los que nos rodean. El amor es mucho
más que un sentimiento, es un acto de la voluntad que consiste
en poner la felicidad del amado por delante de la nuestra. Y esto,
no solo como un deseo, sino con actos concretos de entrega a
Dios y a los demás, estén o no acompañados por sentimientos
agradables.
EVANGELIO
Lucas 13, 10-17
Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer
que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un
espíritu, y estaba encorvada, sin poderse enderezar de ningún
modo. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu
enfermedad». Le impuso las manos, y enseguida se puso derecha.
Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque
Jesús había curado en sábado, se puso a decir a la gente: «Hay
seis días para trabajar; venid, pues, a que os curen en esos días y
no en sábado». Pero el Señor le respondió y dijo: «Hipócritas:
cualquiera de vosotros, ¿no desa-ta en sábado su buey o su burro
del pesebre, y los lleva a abrevar? Y a esta, que es hija de
Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no era
necesario soltarla de tal ligadura en día de sábado?». Al decir
estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la
gente se alegraba por todas las maravillas que hacía.
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PARA MEDITAR
EVANGELIO
Lucas 13, 18-21
Decía, pues: «¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo
compararé? Es semejante a un grano de mostaza que un hombre
toma y siembra en su huerto; creció, se hizo un árbol y los
pájaros del cielo anidaron en sus ramas». Y dijo de nuevo: «¿A
qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura que
una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que
todo fermentó».
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PARA MEDITAR