Está en la página 1de 7

Claudia Albarrán

Claudia Albarrán
Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM)

LOS (OTROS) TEXTOS AUTOBIOGRÁFICOS DE INÉS ARREDONDO

A lo largo de su vida, la cuentista mexicana Inés Arredondo (1928-1989) escribió cinco


textos autobiográficos en un ejercicio sincero por construir un espejo que la reflejara. Uno de
ellos es ampliamente conocido tanto por sus lectores como por sus críticos, quienes han recurrido
a él en distintas ocasiones para iluminar ciertos aspectos de una obra narrativa que, por
momentos, se antoja más autobiográfica que literaria. Me refiero a “La verdad o el
presentimiento de la verdad”1; un documento tan intenso como breve, que Arredondo redactó a la
edad de 38 años y que, en realidad, no nació de su propia iniciativa, sino como respuesta a la
invitación que Emmanuel Carballo le hizo, junto con otros escritores de su generación, para
redactar un texto que, en principio, sería leído en el Palacio de Bellas Artes durante el ciclo
“Nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos”. Los cuatro ejercicios
autobiográficos más que Inés escribió no tuvieron, sin embargo, la misma difusión que éste. Se
publicaron sueltos en una sola ocasión. Así que lo que parece ser un obsesivo empeño de
Arredondo por pensarse a sí misma una y otra vez (y en distintos momentos de su carrera) fue a
parar a un océano de revistas y periódicos dispersos que ya muy pocos consultan y que aún
permanecen a la espera de ser leídos, al menos, con la misma atención y con el mismo cuidado
que le llevó a ella redactarlos. Por limitaciones de tiempo, no será posible comentarlos todos
aquí, así que opté por elegir sólo tres de esos textos autobiográficos de Inés para estructurar esta
charla, guiada por la confianza de que algún otro investigador o alguno de los asistentes a esta
mesa algún día complete la labor de investigación de una obra fascinante de la que todavía queda
mucho que decir2.
Uno de ellos, fechado en 1961, pero publicado en forma póstuma bajo el título “Inés
Arredondo: un mundo más profundo y verdadero” (Arredondo 1997: 4-5), constituye, de hecho,
el primer ejercicio de la cuentista por narrar lo que hasta ese momento había sido su historia. Se
trata de una carta formal que dirigió a Margaret Shedd –entonces responsable del Centro
Mexicano de Escritores (CME)–, junto con la solicitud para ser considerada becaria, además de
incluir los borradores de cinco relatos que iban acompañados de un proyecto de trabajo en el que
se comprometía a escribir el resto de los cuentos que cuatro años más tarde integrarían La señal,
su primer libro3.
Por los archivos que aún se conservan en el CME con los expedientes de todos los
becarios que pasaron por allí, sabemos también que la misiva que le envió a Shedd era uno de los
requisitos que los aspirantes tenían que cumplir de forma obligatoria para cumplimentar su
solicitud como candidatos. Lo que sorprende, sin embargo, es que, en este documento, Arredondo
no se haya contentado con entregar su curriculum vitae, enumerando simplemente las actividades

1
Fue publicado por primera vez en “La Cultura en México”, suplemento cultural de la revista Siempre!, el 26 de enero, 1966,
páginas IV-V. Se integró, pocos meses después, con el título “Autobiografía”, en Narradores ante el público, vol. 1, Editorial
Joaquín Mortiz, México, 1966, Páginas 121-126. Finalmente, se incluyó bajo el título “La verdad o el presentimiento de la
verdad”, en (Arredondo 1988: 3-7).
2
Los otros dos textos autobiográficos de Inés Arredondo son (Arredondo 1986: 21-23) y (Arredondo 1997: 1-2).
3
Como sabemos, Inés concluyó satisfactoriamente este proyecto, en gran medida, gracias a que el CME le otorgó la beca durante
un año (de 1961 a 1962), y la mayoría de las narraciones escritas durante este período se publicaron en 1965 bajo el título La
señal (Arredondo 1965).

Actas XVI Congreso AIH. Claudia ALBARRÁN. Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo
Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo

que consideraba importantes para que los miembros del jurado pudieran evaluar su trayectoria
académica y laboral (como hizo la mayoría de los becarios de esa promoción), sino que se haya
detenido de forma tan puntual en algunos hechos que hasta entonces habían marcado su historia
individual –desde su nacimiento en Culiacán, Sinaloa, en 1928, hasta llegar a 1961, fecha en la
que redacta la carta–, al tiempo que va describiendo situaciones tanto personales como familiares
que consideraba claves en su vida.
Y es que, en el texto dirigido a Shedd, Inés no sólo va refiriéndose (de una manera que
hoy podríamos calificar de inocente o incluso infantil) a las pocas lecturas, a las dos o tres
exposiciones de pintura que visitó o al puñado de conciertos a los que había asistido hasta ese
entonces –pero que confiesa definitivos para su vocación–, sino que intercala también ciertas
observaciones, reflexiones breves sobre algunas circunstancias que, de pronto, rompen la
sistemática enunciación de actividades escolares que componen el escrito y se antojan demasiado
íntimas para ser incluidas en un documento de esa naturaleza, como mencionar, por ejemplo, que
tuvo una crisis religiosa, que no terminó la carrera de Filosofía debido a que se agudizaron sus
problemas personales o que una úlcera duodenal la obligó a abandonar la redacción de su tesis y
regresar a Culiacán, a la casa de sus padres.
Inés menciona, asimismo, que tuvo enormes dificultades para conseguir que “la enviaran
a estudiar” la preparatoria a Guadalajara, y que, luego, también tras “muchos esfuerzos”, logró
que la apoyaran para residir en la ciudad de México mientras estudiaba una licenciatura en la
Universidad (UNAM), pero aquí no precisa quiénes se lo impedían ni quién la apoyó para
conseguirlo; no explica tampoco si los obstáculos que dice haber vencido durante su adolescencia
tenían que ver con su familia, con prejuicios sociales o con cuestiones puramente económicas. Lo
cierto es que, en el texto enviado a Shedd, ella va entretejiendo una serie de datos referentes ya
no sólo a su vida pública, sino a su vida privada, en un intento por dibujar (frente a ese lector
explícito que será tanto su juez como su verdugo) los rasgos de una personalidad tan adolorida
como compleja, que, salpicados por aquí y por allá a lo largo de toda la carta, nos ofrecen una
imagen ambivalente de una mujer que, no obstante haber luchado por alcanzar sus metas, parece
sostenerse en la cuerda floja, oscilando entre la fortaleza y la debilidad, entre el heroísmo y la
frustración, entre la entereza y la dejadez.
Desde luego, en la carta hay un interés especial de Arredondo por mencionar su falta de
recursos económicos, un tema que ella trata varias veces y abiertamente a lo largo de todo el
documento cuando se refiere a la situación económica que atraviesa en el momento de enviar su
solicitud al Centro, diez años después de haberse casado con el poeta Tomás Segovia. A la mitad
de la carta, escribe:

A principios de 1953 me casé y ese mismo año nació mi primera hija. Ahora tengo tres hijos.
Por necesidades económicas trabajé como encargada de una papelería de 1965 a fines de 1957,
fecha en la que me hice cargo de una tienda de artículos para señora, en la cual estuve
trabajando hasta 1960.
(Arredondo 1997: 5)

Y concluye:

A principios de 1960 me encargaron fichas para el Diccionario de Literatura Latinoamericana.


De entonces a la fecha trabajo también en las fichas del diccionario de la Librería Porrúa y en el
Diccionario de historia y biografía mexicanas que prepara la Universidad Nacional […] Pero
como los fichas bio-bibliográficas requieren bastante tiempo y esfuerzo y están muy mal

Actas XVI Congreso AIH. Claudia ALBARRÁN. Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo
Claudia Albarrán

pagadas, en febrero de 1961 empecé a trabajar para publicidad Krupensky, escribiendo


diferentes mamotretos para series de radio y televisión.
(Arredondo 1997: 5)

Por ser un escrito dirigido expresamente a la persona que tenía en sus manos la decisión
de otorgarle el apoyo, resulta por demás obvio que ella insistiera tantas veces en el asunto de la
falta de dinero y que mencionara, en una lista que parece tan ridícula como interminable, cada
uno de los empleos que había venido realizando hasta esa fecha, deteniéndose incluso en aquellos
que no tenían nada que ver ni con la escritura ni con su carrera académica, aclarando, siempre a
modo de justificación y en un tono de humildad y de aparente franqueza, los motivos que la
obligaron a emplearse en trabajos menores, totalmente desligados de su actividad literaria.
Pero las exhaustivas referencias a su actividad intelectual, siempre argumentadas por la
expresa necesidad de encontrar recursos para vivir y escribir dignamente, si bien tienen la
intención de convencer a Shedd de que es la candidata ideal para recibir el apoyo, de pronto
parecen rebasar los márgenes del formato de solicitud exigido por el CME e ingresar en un
territorio interior mucho más personal y subjetivo. Es como si, paralelamente a la intención de
pronunciarse como becaria ideal, el texto comenzara a separarse de los propósitos de la candidata
a becaria para sumergirse en los rincones de una intimidad que, al tiempo que se manifiesta en la
escritura, parece comenzar a desvelarse incluso para ella misma. Es como si, a la hora de
describir su trayectoria de ejemplaridad frente a ese otro que la juzgaría, la propia Inés también
comenzara a reconocerse a sí misma casi sin proponérselo, mientras va desnudándose frente a su
lector para acabar de seducirlo del todo hasta tocar sus fibras más sensibles.
Y es que, si, en su momento, la misiva fue escrita y manipulada con la clara intención de
convencer y conmover a un destinatario explícito, hoy, la carta adquiere un sentido más
significativo porque constituye el primer ejercicio de autoconciencia de Inés, un primer intento
autobiográfico plagado de resquicios tan íntimos como secretos, por el que logran colarse los
rasgos de una personalidad frágil y aparentemente conflictiva, en el cual se entremezcla tanto el
tono confesional como la cónica personal. Se trata de un ejercicio de autoconciencia para tratar
de construir un espejo, el primero, que le fuera fiel a sí misma. Se trata, pues, de una intensa labor
de autorreflexión y de autoanálisis para tratar de completar una imagen de su persona (tan inédita
como dispersa, o quizá incluso caótica), pero a la que volverá una y otra vez, escrito tras escrito,
en busca de una identidad que la defina y la contenga.
Quizá, por ello, de entre el resto de los textos autobiográficos que ella escribió a lo largo
de su vida, éste sea el más inocente, el más exhaustivo, porque en él recupera prácticamente todo
su historial (académico y no) y rememora datos que parecen un tanto banales o insignificantes,
aunque ello no signifique necesariamente que se trate de un documento que nos ofrezca una
imagen completa o sincera, ni tampoco que sea esta imagen un retrato absolutamente fiel a su
modelo.
El segundo texto de Arredondo se publicó en 1985 bajo el sencillo título de
“Autobiografía” (Arredondo 1985: 9), pero sabemos que lo escribió en 1966, quizá al mismo
tiempo en el que redactaba el citado texto titulado “La verdad o el presentimiento de la verdad”.
Por la coincidencia de fechas de estos dos escritos, podría pensarse que se trata de la primera
versión de la conferencia que ella preparó para participar en el ciclo en Bellas Artes, o bien, que
no son sino párrafos sueltos, trozos que decidió cortar de la versión definitiva, antes de publicarla
en 1966. Una lectura más atenta nos permite pensar que quizá no haya sido así, es decir, que son
textos totalmente independientes y autónomos, ya que entre ambos hay escasas similitudes, ya no

Actas XVI Congreso AIH. Claudia ALBARRÁN. Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo
Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo

sólo en cuanto a los temas que aborda, sino, sobre todo, respecto a la nueva imagen que nos
ofrece de su persona y, especialmente, de su entorno.
En esta “Autobiografía” de 1966, Inés ya no se explaya en su currículum: lo resume en
ocho líneas, mencionando apenas, de forma rápida y escueta, un puñado de actividades
específicamente académicas que en la carta dirigida a Shedd ocupaban más de dos tercios del
texto. Sorprende, asimismo, que en esta ocasión confiese que comenzó a escribir muy tarde, ya
casada y con hijos, que le cuesta mucho hacerlo, que le llevó años decidirse a aceptar que quería
ser “escritor” (como ella misma se llama) y que comenzó a “dar la cara como tal” a raíz de su
divorcio con Tomás Segovia (un hecho que ocurrió en México, en 1964, tras residir un año y
medio con él y sus hijos en Montevideo, Uruguay).
La escritura de Inés en este nueva autobiografía, altera, al menos en varios trazos, ese
retrato ejemplar y supuestamente sincero que le había ofrecido a Shedd cinco años atrás, en el
que, como ya dije, ella aseguraba que era una escritora experta mediante la alusión a todos los
empleos que había realizado en el ámbito de las letras, aclarando, además, que sus “trabajos
literarios” los firmaba como Inés Arredondo, cuando hoy sabemos que, en la fecha en la que
cumplimentó la solicitud para la beca, apenas había conseguido publicar cuatro cuentos4 y un
reducido número de reseñas sobre teatro y literatura (estas últimas ni siquiera llevaban su
rúbrica).
A la luz de este nuevo ejercicio autobiográfico –liberado ya de las presiones, los
compromisos y los miedos que conlleva elaborar un documento como el que Inés había redactado
para el Centro– tanto su pluma como su rostro parecen sufrir cambios, metamorfosis, dejando al
descubierto una segunda identidad, amparada en una serie de nuevas verdades que, quizá
astutamente, ella había conseguido ocultar frente Shedd y, probablemente, incluso ante sí misma.
Un aspecto más que vale la pena comentar es que, en esta “Autobiografía” de 1966, Arredondo
desplaza su mirada hacia otros territorios, hacia otros paisajes y otros rincones de su historia. Es
lógico. La reescritura de todo texto (autobiográfico o no) atraviesa siempre por un proceso de
selección, desecho, omisión y enmienda de lo dicho. Y, como explica José María Pozuelo
Yvancos, en la medida en que la autobiografía “no es sólo un instrumento de reproducción, sino
de construcción de identidad del yo” (Pozuelo Yvancos 2006: 33), este largo y constante proceso
de enmiendas, tachaduras y autocorrecciones a las que un autor somete una y otra vez a sus
escritos poseen múltiples y variadas significaciones, como la autojustificación, la búsqueda de la
ejemplaridad o la ficcionalización del yo, entre otras. En ese sentido, “la autobiografía o espacio
autobiográfico implica siempre una sustitución de lo vivido por la analogía narrativa que crea la
memoria, con su falsa coherencia y ‘necesidad’ causal de los hechos, pero que unas veces tal
sustitución será una impostura y otras veces no, dependerá en este caso de su funcionamiento
pragmático” (Pozuelo Yvancos 2006: 34).
Decíamos, entonces, que, en este segundo intento por definirse, Inés se sitúa en un plano
exterior mucho más general que, si bien la incluye, ya no recae exclusivamente sobre sí misma.
Más de la mitad del escrito está dedicado a describir las características geográficas de su tierra
natal y a hablar de Eldorado, el ingenio azucarero en el que había trabajado su abuelo Francisco y

4
Cabe recordar que, cuando Inés Arredondo solicita la beca del Centro Mexicano de Escritores en 1961, sólo ha publicado los
siguientes cuatro cuentos: “El membrillo”, en Universidad de México, julio, 1957, páginas 6-8 (con ilustraciones de Pedro
Coronel); “La señal”, en Revista Mexicana de Literatura, enero-marzo, 1959, páginas 3-5; “La casa de los espejos”, en Revista
Mexicana de Literatura, junio-septiembre, 1960, páginas 17-26, y “Estar vivo”, en Revista Mexicana de Literatura, junio, 1961,
páginas 13-15. “La Sunamita” no se publicó sino hasta finales de ese año, una vez que le había sido otorgado el apoyo del CME.
Al respecto, véase la Revista Mexicana de Literatura, septiembre-diciembre, 1961, páginas 14-24.

Actas XVI Congreso AIH. Claudia ALBARRÁN. Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo
Claudia Albarrán

el sitio que ella mitificó, al elegirlo como sitio fundador de su identidad y como escenario de
muchas de sus narraciones:

El sol, el calor, el polvo, el mar, quedaron en mí, pero en mi literatura no existen los montes
uniformes, grises. A mis cuentos he trasladado casi únicamente el paisaje de las huertas llenas
de pájaros, con frutales traídos de la India, del Japón, del Perú, de Andalucía, que circunscribían
el ingenio azucarero donde trabajaba y vivía mi abuelo y en el que yo pasaba largas
temporadas, un lugar único que no tiene relación ni con los campos labrados, ni con los
breñales. Ese ingenio se llama Eldorado y su paisaje, sus reglas para vivir, fueron creación,
invención de hombres locos que impusieron una realidad aislada, distinta, a una naturaleza
diferente y en apariencia enemiga. Digo en apariencia, porque si la tierra en la que las huertas se
sembraron fuera incapaz de sostenerlas y alimentarlas, Eldorado no hubiera existido, no hubiera
pasado de ser un sueño absurdo. Pero es una realidad; una entre todas las posibilidades que la
tierra donde nací nos permite, nos pide, puesto que la imaginación, la audacia, el cambio, es
parte del juego que eternamente el hombre y la naturaleza han jugado entre sí; una de las
formas que el hombre tiene de entrar en contacto verdadero con ella. Por ello elegí esa realidad
para situar mis cuentos y contar mi historia personal, porque es una realidad artística, y en ella
se cumplen la elaboración y el contacto, el momento perfecto de la fantasía y la inteligencia, del
querer y el hacer: es la tierra del hombre, el suelo perfecto para el mito, es mito ya, y sólo
espera la palabra que lo nombre. Mi esperanza es poder decirla.
(Arredondo 1985: 9)

Las descripciones de estos sitios, asociados a su quehacer literario y a los que volverá
tanto en su autobiografía escrita para Bellas Artes como a lo largo de su obra, también la llevan a
hacer una amplia disertación sobre lo que consideraba uno de los graves problemas de México: la
discriminación social. Se trata de una preocupación sincera y hasta cierto punto recurrente en sus
cinco textos autobiográficos. Ya se había referido a esto superficialmente en la carta enviada a
Shedd, cuando mencionaba el nombre del pintor José Clemente Orozco, a quien llamaba
“demonio mayor”, porque –en sus palabras– representó “las cosas más profundas e inquietantes”
de su adolescencia5. En la “Autobiografía” de 1966, en cambio, la problemática social de México
no es sino un medio de contraste que ella invocará para hablar de su experiencia individual y
artística:

Tuve también la fortuna de vivir en una región del país en la que el color de la piel no significa
nada más allá de una peculiaridad personal. Quizá por eso no creo que en México exista
verdaderamente lo que se llama discriminación racial, aunque sí, por lo que he visto después en
el centro de la República, una terrible discriminación social: el pecado imperdonable de ser
pobre, no ser indio.
(Arredondo 1985: 9)

Aunque ni la referencia a José Clememente Orozco ni este fragmento tomado de la


“Autobiografía” de 1966 nos permitan afirmar que la crisis que Inés padeció durante su
adolescencia se debió a un conflicto de conciencia social, sabemos (porque ella misma lo dice en
otros textos) que –durante aquellos años de formación– el capelo familiar y los valores que
sostenían los cimientos de su educación tradicional comenzaron a desquebrajarse, dejando al
descubierto una realidad llena de contrastes y de vacíos que, si bien la Inés niña no había
percibido antes, comenzarían a inquietarla a partir de los quince años, abonados, desde luego, por
esa serie de lecturas, de exposiciones de pintura y de experiencias reveladoras que harían

5
No olvidemos que Inés vivió varios años en Guadalajara, Jalisco, en donde estudió la secundaria y la preparatoria, que es,
justamente, la ciudad natal del pintor José Clemente Orozco.

Actas XVI Congreso AIH. Claudia ALBARRÁN. Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo
Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo

aparecer frente a sus ojos un mundo “más profundo y verdadero”, opuesto a aquel otro de las
apariencias, las dobles vidas y la falsa moral que también ella había sufrido en carne propia por
las constantes infidelidades de su padre, por el hipócrita fanatismo religioso de su madre y por las
violentas riñas que se vivían a diario en su casa, pero que todos los miembros de su familia
disimulaban padecer cuando iban a misa diariamente o cuando llegaban visitas.
Esta inquietud por los problemas sociales de México y la repetida alusión a su crisis de
conciencia personal que ya había confesado a Shedd volverán a aparecer, por última vez, en su
tercera autobiografía, esto es, en aquel escrito redactado como charla para Bellas Artes. De
nuevo, Arredondo recuperará el tema social de México, aunque de una manera todavía más
tangencial. Y es que, en realidad, lo que le interesa mostrar en este tercer texto autobiográfico es
que su historia ha sido radicalmente distinta a la de otras familias pudientes de México y de
Culiacán porque, según explica, en Eldorado de su abuelo aprendió un estilo de vida opuesto al
de sus familiares debido a que, entre los propietarios de la hacienda azucarera y los trabajadores
con los que convivía durante sus vacaciones, no existían ni rangos ni diferencias de clase.
Aunque hoy esta idea de equidad social entre patrones y empleados nos parezca un tanto
romántica o idílica, lo que Inés al fin consigue explicar con palabras claras y en párrafos certeros
en “La verdad o el presentimiento de la verdad”, tras haber rondado el tema social en los textos
que hemos comentado hasta aquí, es por qué Eldorado había sido un sitio tan significativo para
ella. Según dice en esta tercera autobiografía, el estilo de vida que se respiraba allí no tenía nada
que ver con el dinero, con el poder, con el color de la piel o con la clase social, sino con la
capacidad creativa del individuo. En Eldorado, explica Inés, el valor de las personas no se
sustentaba en su origen, en su condición social o en su capacidad económica, sino,
exclusivamente, en el esfuerzo que cada uno realizara por conseguir que sus proyectos
(descabellados o no) se cumplieran. El siguiente fragmento, tomado de “La verdad o el
presentimiento de la verdad”, es clave para comprender su postura vital, que, por primera vez,
ella asociará a su infancia en Eldorado y a su quehacer literario:

[…] descubrí un día que en ningún lugar de México la gente se viste así, ni vive así, ni quiere la
cosa fundamental que en Eldorado se quería: el lujo de hacer, no el lujo de tener, de hacer una
manera de vivir […] Puede ser que en el fondo de mí estén esos problemas, dolores y paisajes,
y hasta que sean muy importantes en la historia, pero es la forma, el estilo, lo que aprendí en
Eldorado. Y no solamente quiero tener para hacer, sino que quisiera llevar el hacer, hacer
literatura, a un punto en el que aquello de lo que hablo no fuera historia ni existencia, que
tuviera la inexpresable ambigüedad de la existencia.
(Arredondo 1988: 4)6

En el párrafo citado, Inés al fin consigue formular esa idea que había venido rondándola
desde la carta enviada a Shedd, pero que no había conseguido atrapar porque se desviaba del
camino, divagando sobre México, la pobreza y los conflictos sociales, sin saber cómo ni por qué
había llegado hasta allí. No se trataba, entonces, de reivindicar al indio o al campesino (como
había hecho Orozco en los murales que ella había admirado tanto durante la adolescencia)
porque, en su carácter y en su historia personal, nunca tuvo cabida engrosar en las filas del
partido comunista, por ejemplo (como hicieron algunos miembros de su generación), o colaborar
con ciertas organizaciones para ayudar a los desprotegidos. La verdadera lección que ella había
aprendido en Eldorado mientras convivía con los trabajadores del ingenio, con los dueños de la
hacienda y con su propio abuelo (recordemos que era un hombre tan humilde como el resto de los

6
Las cursivas son suyas.

Actas XVI Congreso AIH. Claudia ALBARRÁN. Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo
Claudia Albarrán

compañeros que trabajaban con él en Eldorado) era haber descubierto que el lujo no era tener,
sino hacer una manera de vivir. Y hacer una forma de vida implica, por principio, elegir,
seleccionar, interpretar y ordenar los hechos significativos y esenciales que nos han marcado
desde el origen para, luego, forjar una identidad, un rostro, que dé sentido a nuestros actos. Inés
lo explica así en esta tercera autobiografía:

Con esta manera de contar mi historia creo que también he fijado mi postura literaria. Si creo
que en la vida es posible escoger del total informe de sucesos y actos que vivimos, aquellos
pocos e insustituibles con los cuales se puede interpretar y dar sentido a la vida, creo también
que ordenar unos hechos en el terreno literario es una disciplina que viene de otra más profunda
en la cual también lo fundamental es la búsqueda de sentido. No sentido como anhelo o
dirección, o meta, sino como verdad o presentimiento de una verdad.
(Arredondo 1988: 7)

A partir de este texto –que, por lo demás, es uno de los autorretratos más completos y
sinceros en cuanto que, al fin y tras varios intentos, ella consigue explicarse a sí misma al escoger
sólo y únicamente los aspectos esenciales de su infancia por considerarlos definitivos en su
formación como persona y como artista–, Arredondo consigue, también por primera vez, aclarar
cuál es su postura frente a la literatura, una postura que podría resumirse en una frase que
funciona como leitmotiv de esta autobiografía y, en general, de toda su obra: “si crear era cosa de
locos, los locos tenían razón” (Arredondo 1988: 3).
Podemos decir, pues, a manera de conclusión, que, en el ejercicio constante que ella llevó
a cabo para autodefinirse, siempre estuvo implícito ese doble movimiento que caracteriza a todo
esfuerzo autobiográfico: por un lado, ser un acto de autoconciencia y de autorreflexión de la
propia identidad, y, por otro, ser un intento de comunicación que requiere ordenar y seleccionar
los datos claves de la historia personal para trasmitirle al otro la imagen que uno se ha forjado de
uno mismo. Inés era consciente de estos dos movimientos que conlleva todo acto de escritura. De
allí que, en la autobiografía de 1966, escribiera: “[…] al interpretar, inventar y mitificar nuestra
infancia hacemos un esfuerzo, entre los posibles, para comprender el mundo que habitamos y
buscar un orden dentro del cual acomodar nuestra historia y nuestras vivencias” (Arredondo
1988: 3).

Bibliografía

-ARREDONDO, Inés (1985) “Autobiografía”, en Sábado (suplemento cultural del periódico


Unomasuno).
-ARREDONDO, Inés (1986): “Eldorado, Sinaloa”, en Diagonales.
-ARREDONDO, Inés (1997) “Inés Arredondo: un mundo más profundo y verdadero”, en Tierra
Adentro.
-ARREDONDO, Inés (1997): “La cocina del escritor” (texto póstumo), en Sábado (suplemento
cultural del periódico Unomasuno).
-ARREDONDO, Inés (1965): La señal. México: Ediciones Era.
-ARREDONDO, Inés (1988) “La verdad o el presentimiento de la verdad”, en ARREDONDO,
Inés, Obras completas. México: Siglo XXI Editores/DIFOCUR, pp. 3-7 (Colección Los
Once Ríos).
-POZUELO YVANCOS, José María (2006): De la autobiografía. Barcelona: Critica.

Actas XVI Congreso AIH. Claudia ALBARRÁN. Los (otros) textos autobiográficos de Inés Arredondo

También podría gustarte