Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Malvinas Cuentos
Malvinas Cuentos
ISBN 978-987-82847-2-9
ISBN 978-987-82847-2-9
Menciones:
“Cuenta saldada”
Marcelo Galliano 53
“Rondeau 1234”
María Eugenia Knittel 59
Autoras y autores
(en orden alfabético) 73
4
Concurso literario
“Cartas de Malvinas”
Jurado
Ana María Shua (Universidad de la Defensa Nacional)
Lucas Rozenmacher (Universidad de la Defensa Nacional)
Roberto Bisogno (Honorable Cámara de Diputados de la Nación)
María Soledad Mizerniuk (Universidad de la Defensa Nacional)
Jorge “Chiqui” Toledo (Honorable Cámara de Diputados de la Nación)
Luis Samyn (Honorable Cámara de Diputados de la Nación)
5
Una conmemoración literaria
7
Sobre los sentidos y los modos
de construir memorias
10
Sobre los sentidos y los modos de construir memorias
Lucas Rozenmacher
Jurado por la UNDEF
13
La fuerza de las voces
Leer y disfrutar los textos del concurso “Cartas de Malvinas” fue una
tarea interesante y profundamente conmovedora. Interesante por la cali-
dad de los relatos, por su proyección y su nivel literario. Conmovedora,
precisamente, por la misma razón. Mucho más allá de las convenciones del
género epistolar, estos relatos aprovechan el potencial polifónico de las
cartas para explorar a fondo la tragedia de Malvinas en su dimensión más
humana. El centro está en la fuerza visceral de estas voces, incluyendo
soldados, madres, padres, hermanos, amigos y amores. Una fuerza que
radica no solo en lo vívido de los detalles del campo de batalla y del lejano
hogar, sino también en su ritmo, su textura, su plasticidad verbal y su latido.
Amalgamando el cariño y el dolor, historias en minúscula y mayúscula; la
ternura absoluta y la crudeza más atroz, creo que estos relatos se destacan
por la vivacidad y la intensidad con la que captan además de las trincheras,
el frío, el hambre y el abandono, algo más importante todavía: la imagina-
ción intensa y luminosa de sus protagonistas.
15
Textos ganadores de la categoría 1
(personal de la UNDEF)
El jilguero
Hola pa,
Tu hijo,
Pedro.
19
Cartas de Malvinas
Mi querido Pedro,
20
El jilguero
Hola pa,
Quería contarte que aprendí a bailar lento con una chica que se llama Paola.
Me peiné con Lord Cheseline (mamá me dijo bien cómo se dice porque yo ni idea)
y me lustré los mocasines y fui con mi amigo Fran a la fiesta de séptimo grado
que son los más grandes. Igual yo soy más alto que uno de séptimo y Paola es
más alta que yo pero eso no nos importó. Traté de mirar al frente todo el tiempo
y no la pisé nunca.
Mamá casi todos los días dice que ya vas a venir y llora mucho pero de ale-
gría dice. Yo no le creo todo el tiempo y cuando la veo triste corro a Oaki y
duermo del lado tuyo de la cama para que me abrace.
Hoy llovió mucho acá, espero que allá no. El tío de Fran ya no le responde las
cartas a Fran. A veces todo tarda mucho en llegar le explico yo. Bueno pa, salu-
dos a Toba y a Chaco. Dibujé la piedra en donde están. El más grandote es Chaco
porque así me lo imagino y a Toba lo dibujé con mucho abrigo en caso de que lo
necesite. También les puse armas y dibujé un kilo de helado que crep que es
mejor que muchas barras de chocolate porque no se derrite.
Una última cosa, puse la pluma del jilguero en mi ventana. ¿Sabías que a la
noche ilumina?
Otra última cosa, me di cuenta que me gusta mucho bailar y ya no quiero ser
jugador de fútbol. Quiero ser bailarín y en todo caso bailar como el Diego.
Te quiero mucho,
soy Pedro.
21
Cartas de Malvinas
Pedro,
22
El jilguero
Papá,
Recibí la carta de tu amigo el Chaco. Me dijo que estás bien y que te fuiste a
recorrer la zona. Es gracioso Chaco y me alegro que lea historietas como yo.
Espero que también sea mi amigo cuando lo conozca a él y a Toba. ¿Qué es
pechar? Mamá me dijo algo así como hacerle frente a otra cosa. Creo que en-
tendí. Acá estamos todos muy bien, Oaki, Ma y yo queremos que vuelvas así te
muestro que ya casi paso al Ramiro de 7°B. El más alto del curso y al que todas
las chicas les gusta pero yo tengo pecas y eso dice Paula me hace exótico y creo
que exótico es bueno porque ella cuando dice exótico pone sonrisa de costado y
se hace más linda. Además voy a ser bailarín y prefiero quedarme así de alto
porque ser tan jirafudo puede ser contra prudente o algo así según mamá.
Cuando recibas esta carta capaz ya te pase.
23
Cartas de Malvinas
Pa.
24
El jilguero
Pa,
25
Cartas de Malvinas
Hola Pedro,
Soy muy contento de poner palabras para contigo. Tu papa dijo estar con
vos este momento de siempre. Si perdonas mi español no muy bueno. Estar
tranquilo poco herido en pata de un lado y pie flaco roto. Muy cansado de
tierra mucha fría y lluvia de vientos. En días de poco tiempo irá vuelta ahí
con barco para ver contigo pronto.
Tu papa muy comando bueno y forzó con enemigo de muy honor y orgu-
llo. Tu estar contento de padre así. Extraña de ti y dulce de leche.
De soldado a soldado,
abrazo amigo,
Robin Artur Wesley.
26
El jilguero
Papá,
Hoy vi un jilguero, así con plumas negras y amarillas como la pluma que me
mandaste. Volaba ágil y por momentos era todo color en movimiento. ¿Cómo voló
hasta acá? Eso me pregunté, ¿cómo se llega de tan lejos o cómo se vuelve?
Mamá dice que cuando uno viaja no se regresa como uno era antes y que eso no
es algo ni bueno ni malo sino distinto. Yo te espero como vengas sólo espero que
sigas siendo de Boca como yo pero si cambiaste de opinión no importa porque
uno ama el corazón.
Salto acá porque quiero hablar de otra cosa y pedir que ya vuelvas. Oaki está
más peludo y rechoncho. El otoñó lo engordó. Ya lo saco a pasear yo solo porque
para eso ya estoy grande y puedo y voy y vuelvo también solo a la escuela porque
mamá ya me deja y sabe que no se necesita preocuparse por esas cosas. Mamá
volvió a dibujar. Qué lindo que dibuja, inventa colores que jamás vi que existieran
y ella los existe. Por la mañana me cuenta que sueña que venís más flaco y con
una cicatriz parecida a la de Rambo y se ríe y me comparte mate porque ya soy
grande.
Voy a bajar acá porque voy a dejar de hablar de mamá en esta parte para
pasar a contarte otra cosa. ¿Te acordás de la chica con la que te conté que bailé
en la fiesta que había hecho séptimo esa vez? Paola. Bueno no me gusta más esa
chica igual quedó en ser mi amiga un futuro cercano me dijo hasta que se le pase.
Ahora me gusta otra chica que se llama Octavia porque es bajita y tiene unos ojos
que de tan verdes que son imagino un bosque. A los dos no nos gusta ir a fútbol
o a hockey tanto como nos gusta hacer teatro y baile. Vamos a hacer de Romeo
y Julieta en el último acto del colegio y estamos practicando mucho.
Vuelvo a poner otro punto y aparte porque aunque piense de verdad en que
ya falta poco para que vengas a casa todavía no venís y me pasa que a veces
subo el volumen de las cosas para no pensar tanto y apretar bien los ojos para
alcanzar el deseo así cuando abra los ojos entre todos esa fosforescencia estés
vos para abrazarte con Oaki y con mamá y no te vayas más a pelear que pelear,
27
Cartas de Malvinas
como decís siempre vos, no te lleva a ninguna parte sino que te lleva más lejos y
te aleja de tu libertad. Y me gusta imaginar que llegas y los dos seguimos siendo
los más bosteros de los bosteros y el jilguero iluminado vuela alto de alegría
porque tiene el latido de tu amigo Chaco quien revolotea de alegría y sigue siendo
gallina dentro de ese pajarito conteniendo su alegría porque uno de sus amigos
por fin regresó a casa.
Cosas así pienso, pa. Ahora sí, te dejo, hasta la próxima. Está sonando el
timbre y Oaki no para de ladrar y eso sí es muy raro porque sólo ladra cuando
está muy contento porque vos llegás.
Te espero,
Tu hijo Pedro.
28
¡La perla austral ya no está perdida!
Correspondencia luego de la guerra de 1982
29
Cartas de Malvinas
ban la tumba había una pequeña caja que se camuflaba por tener un color
similar al de la turba malvinense.
Levantaron la tapa de la caja y encontraron un paquete con papeles
prolijamente atados con una cinta celeste y blanca, y un cartel grande que
rezaba “cartas para ser leídas cuando en Malvinas la soberanía argentina
sea una realidad efectiva”. Llamaron a los gritos a su maestra y de inme-
diato todo el curso estaba alrededor queriendo saber de qué se trataba.
Teniendo la cajita con el cartel en sus manos, la maestra decidió que lo
mejor era ver aquel tesoro en la escuela, al resguardo del viento de las is-
las. De regreso en el aula, les mostró a sus estudiantes el descubrimiento
que habían hecho, deteniéndose en recordarles claramente qué significaba
aquella palabra “soberanía” y cómo fue cambiando a lo largo de los años en
las Islas Malvinas. Desató el paquetito de papeles y alzó en sus manos tres
cartas dobladas, dos con papel muy amarillento y quebradizo, y otra más
blanquecina. Procedió a leerlas:
Querida Mamá:
Discúlpame que no pude escribirte antes. Pasa que recién hoy nos traje-
ron a la ciudad, mi posición es el Monte “Longdon” y ahí tenemos guardias
muy estrictas porque se cree que pueden producirse desembarcos enemigos.
Además, el constante bombardeo aéreo y naval que recibimos nos deja poco
margen para realizar diligencias. No creas que es todo malo por acá, el
ánimo mío y de mis compañeros está muy bien, estamos preparados para
hacer frente al enemigo, triunfar y volver a nuestros hogares a abrazar como
nunca antes lo hicimos con nuestros seres queridos.
¡Cuántas ganas de decirte en persona lo mucho que te quiero! ¿Por qué no
lo habré hecho antes? De todo se aprende Mamá.
Contame de vos. ¿Cómo viene la huerta? Escuché que hubo una helada
en Buenos Aires. Acordate de salir a caminar, falta poco para que lo hagamos
juntos nuevamente.
30
¡La perla austral ya no está perdida!
Querido hijo:
¿Podés creer? ¡Recién hoy me entregaron tu carta! ¡Recién hoy supe algo
sobre vos desde que te fuiste rumbo a Malvinas! ¿Por qué no me hiciste caso
y te quedaste acá conmigo? ¿Qué tenés que andar haciendo vos en una gue-
rra? Para eso están los militares, vos sólo hiciste la colimba.
Ojalá sea como vos decís y falte poco para que estés de nuevo en casa. Es
una guerra entre poderosos que se creen dueños de las vidas de los demás,
¡que se vayan a matar ellos entonces! Vos, mi único hijo, deberías estar acá
conmigo como siempre. Por favor, no vuelvas a desoír a tu madre en cosas
como estas. ¿Te tratan bien tus jefes? Se dice que son muy estrictos, ni me
quiero imaginar. ¿Estás comiendo bien? Se escuchan cosas raras en las noti-
cias, los diarios dicen una cosa, los comunicados de gobierno otra, y las radios
de Uruguay otra, ¡así no hay corazón que aguante! ¡Mucho menos el de una
madre sufriente!
Mi consuelo de estas semanas es tejer junto a otras madres de soldados,
hicimos varias mantas y ponchos. Mientras tejemos, cada una cuenta peque-
ñas historias sobre sus hijos, ninguna de nosotras puede creer cómo pasó tan
31
Cartas de Malvinas
rápido el tiempo y que encima estén en una guerra ahora. Con algunas ma-
dres tuvo varios choques, andan por ahí haciéndose las patriotas diciendo
que están orgullosas de que sus hijos estén en Malvinas. Las escucho y me
hierve la sangre.
Nos dijeron que ya estuvieron repartiendo en Malvinas lo que tejimos.
Incluso, nos prometieron que pronto nos harían llegar fotos de los soldados
usando las mantas. ¿A vos ya te entregaron alguna? Las estoy haciendo con
mucho amor, pensando que quizás alguna de las que yo teja te llegue.
Para colmo, nos exigen que las cartas que mandemos sean breves para no
entretener a los soldados en el frente ¡cosa de locos! Hasta en eso nos quieren
controlar. Vos sabés que cuando escribo una carta me gusta extenderme,
tendré que guardarme más cosas para contarte en otra carta o cuando vuel-
vas, que espero que sea pronto.
Lo más importante que tengo para decirte es que te quiero y extraño
mucho, rezo a Dios todos los días por vos y que vuelvas sano y salvo lo más
rápido posible. Tené mucho cuidado con todo, protegete y no te expongas en
vano. Al igual que vos, yo también muero de ganas de abrazarte y tenerte en
mis brazos como cuando eras tan chiquito. Aunque ahora tengas veinte años,
siempre vas a ser mi chiquito.
Te quiere mucho, mamá
Querido hijo:
Mañana por fin nos vamos a reencontrar. Voy a viajar a Malvinas como
parte de un grupo de familiares de caídos que hasta este momento estaban
32
¡La perla austral ya no está perdida!
34
¡La perla austral ya no está perdida!
En ese momento no las entendía y para mis adentros (y a veces también ha-
cia afuera) decía que eran palabras vacías sólo para hacerse notar.
Desde 2012 entendí ese orgullo y hoy también lo comparto. Fuiste a la
guerra porque considerabas que era una causa justa, por la cual estabas
dispuesto a darlo todo, y así lo hiciste. Muchas veces, en mis enojos, te acu-
saba de querer más a Malvinas que a tu madre, te acusaba de abando-
narme. Hoy sé que no es así. Que por lo mucho que me querías (¡tenías un
corazón tan grande!) fuiste a proteger la Patria. Desde la visita de tu com-
pañero hubo un cambio interno en mí, cambié el odio y el resentimiento por
esperanza y orgullo. Comencé otra relación con vos, con la Guerra de Malvi-
nas y con los veteranos.
Muchos veteranos me adoptaron como su madre y yo a ellos como mis
hijos. De seguro, estando a la derecha de Dios padre, te pone muy contento
ver esto. Siempre quisiste tener hermanitos.
Mañana viajo a Malvinas por primera vez. Luego de muchos años y de
un trabajo formidable de antropología forense argentina y la Cruz Roja in-
ternacional, tu tumba y la de otros caídos que estaban sin identificar, ahora
tienen nombre y apellido. Tengo un lugar para hablarte.
Tengo la esperanza de que en poco tiempo en Malvinas flameé de nuevo
la bandera celeste y blanca para que así puedas descansar totalmente en
paz, sabiendo que tu esfuerzo y arrojo no fueron en vano. Las dos cartas del
’82 y esta de ahora, las voy a dejar protegidas en una cajita sobre tu tumba,
para que cuando sea una realidad que argentinos poblemos Malvinas, al-
guien las encuentre y conozcan esta historia. Ojalá yo esté viva para ver ese
momento, pero estoy segura que más temprano que tarde, va a suceder.
Me voy a terminar de preparar el bolso.
35
Cartas de Malvinas
***
Lector del año 2022, a cuarenta años de la Guerra de Malvinas, ¿qué les
dirías a los caídos y veteranos?
36
El destello en la oscuridad
Mauro
Voy a escribirte esta carta aunque sé que nunca vas a poder leerlo, aun
así, quiero mantener vivo en mi mente tus recuerdos para contárselo a mis
nietos algún día, si es que estos sentimientos de desesperanza y desasosiego no
acaban conmigo primero.
La primera vez que me enteré que iba a Malvinas fue tres días después
del 02 de abril, pensé que no iban a llamarme. Todo cambió en el instante
en que veo a aquel hombre parado frente a la puerta de mi casa con una
carta entre sus manos. Recuerdo el escalofrío que me recorrió todo el cuerpo
y el temblor de mis manos cuando recibí el papel, eso no se compara al vacío
en mi estómago cuando mi madre llora al verme juntar mis pertenencias,
mucho menos a la profunda tristeza instalada en mi ser cuando sus brazos
me rodean antes de emprender el viaje.
Fuimos guiados a un Regimiento de Infantería, todo era un caos, las ins-
trucciones fueron cortas y realmente intensas pero sabíamos que no eran su-
ficientes. Literalmente, éramos civiles vestidos de verde con un arma siendo
enviados a tierras desérticas y heladas contra soldados ingleses con años de
instrucción. No hay otro recuerdo más vivo en mi mente que el sueño y el
37
Cartas de Malvinas
hambre, gracias a esto último fue que nos conocimos después de todo… La
primera vez que te vi, estabas arrastrándote por todos lados y ¿cuál era la
causa? Tomaste algo que no era tuyo: un picadillo. El hambre y miseria por
las que teníamos que pasar eran indescriptibles, al punto de que por hacer
cosas como estás nos atrincheraban como animales o nos reventaban los oídos
haciendo simulacros de bombardeos con sus armas, ellos lo hicieron con vos.
Después de ese teatro desastroso, te sentaste a mi lado y preguntaste si
tenía algo con lo que pudieses abrir la lata de picadillo. No puedo evitar
sonreír al recordar lo ingenuo y valiente que eras, me hubiese gustado pare-
cerme más a vos.
Ni en mis peores pesadillas creí que vería aquella destrucción y miseria
humana, ¿alguna vez te imaginaste estar en medio de este caos? No puedo
describirlo, recuerdo la primera vez que escuché a los aviones desde lejos. En
ese preciso instante mi corazón pareciera haberse detenido, el zumbido era
cada vez más más fuerte al igual que los latidos de mi corazón, mi cuerpo
empieza a temblar. El tiempo parece ralentizarse y, cuando salgo de mi
shock, ya era demasiado tarde.
Una explosión a unos 500 metros de distancia tiene, por increíble que
parezca, la fuerza suficiente para hacerme volar por los aires y caer en el
barro, en ese momento grito cuando la manivela del fusil se clava en la
parte blanda de mi costado. El zumbido ensordecedor de las explosiones no
me deja escuchar tus gritos, sin embargo, no impide que tires de mi brazo y
empecemos a correr.
Esa tarde supimos por primera vez lo que era un Harrier, el ataque sor-
presa dejó fuera de combate a más de la mitad del regimiento y no sólo eso,
nos habíamos quedado sin un jodido lugar donde refugiarnos.
Desde allí, dormir se había vuelto un hábito imposible. En esa madru-
gada mientras estábamos sentados, recordé al Harrier planeando por los ai-
res y, por un instante, recuerdo el barrilete que había hecho con mi papá
cuando era chico. Suspiré, recostándome mejor sobre el suelo helado y mi
mente evocando el recuerdo de cuando me escapaba de casa por las noches y
38
El destello en la oscuridad
40
Textos ganadores de la categoría 2
(público en general)
El emisario inesperado
contró respuesta al ver los datos del destinatario, el cual recitaba con letra
clara y prolija:
“Gladys Cisneros
Alvear 1230, Bragado, Buenos Aires
CP 6640”
Bragado es una ciudad chica, pero eso no implica que todos conozca-
mos a todos. Como en otras ciudades, hay dos calles Alvear, Marcelo Tor-
cuato de Alvear y Torcuato Antonio de Alvear. Yo vivo en Marcelo Tor-
cuato de Alvear 1230, que es la más conocida y céntrica de las dos calles
(como pasa generalmente entre las dos “Alveares”). Tal vez por desgano, o
por sentido común, o incluso tentando al azar, el cartero decidió dejarla en
mi dirección y no en la otra “Alvear”.
Recuerdo las cosas que decía esa carta, Juan. Contabas cosas muy tri-
viales, seguro para tranquilizar a tu mamá, Gladys. Narrabas cómo eran tus
amigos en las islas, los lugares de donde cada uno provenía, las cosas que
charlabas con ellos y como compartían el tiempo juntos. Esa carta me robó
una sonrisa. Te imaginé, sin conocerte, supuse que eras morocho, tal vez
alto, con una sonrisa, pero de mirada tosca, campechana, como cualquiera
de los chicos que me cruzo por acá en el barrio.
Terminabas la carta mandándole un saludo a tu mama, a Gladys, asegu-
rándole que no tenías frío, ni hambre, y que estabas bien, que pronto ibas
a volver.
Ese día cometí el mayor de los egoísmos, tenía algunas cosas para ha-
cer, estaba por oscurecer, y decidí recién al otro día intentar ir hasta el otro
lado de la ciudad, hasta la otra “Alvear” y encontrar a Gladys para darle la
carta de su hijo Juan.
A la mañana siguiente, me desperté temprano e hice algunas cosas en
casa. Piqué algo antes de salir, tomé tu carta y encaré hacia la puerta. Había
dejado esa primera carta sobre la mesa, doblada con la mayor de las deli-
cadezas, lista para ser entregada a alguien que la estaba esperando, a al-
guien que realmente necesitaba esas palabras. Cuando di algunos pasos
hacia la puerta, frené en seco.
Había cuatro cartas por debajo de la puerta. Me agaché para tomarlas
y leer el remitente: las primeras tres eran tuyas, tu letra prolija y delicada
indicaba: “Juan Cisneros”. ¿Habrás sido un buen alumno? Es común pensar
que a los que tienen buena letra les fue bien en la escuela.
44
El emisario inesperado
La última tenía otro estilo, una caligrafía sobria y recta, la cuarta decía:
“Gonzalo Vallejos (amigo de Juan)”
Con las cartas en la mano, di algunos pasos hacia atrás y me senté en la
silla que tenía más cerca junto a la mesa. Puse las cinco cartas sobre la
mesa, la primera, que ya estaba abierta, y las otras cuatro. “¿Quién es Gon-
zalo?, ¿por qué escribe por vos?, ¿qué dice esa carta?”. A pesar de que la
respuesta evidente comenzaba a incomodarme en lo profundo de la ca-
beza, intenté esquivar esa idea. Nerviosamente las ordené por orden cro-
nológico. Era 10 de junio, el día que llegaron las cuatro juntas. Al ordenar-
las por fechas, me di cuenta de que le mandabas casi una carta por semana
a tu mamá. ¿Qué más se te podía pedir? En medio de todo eso, te tomaste
el tiempo para escribir una vez por semana.
Pero la idea asomó con fuerza cuando, al ordenarlas, la de Gonzalo
quedó última. Era de hace casi una semana: “Islas Malvinas 2-6-82”.
Te pido disculpas, Juan, el dolor me hizo abrirla. No tenía excusas, no
tenía explicación, pero no soportaba la idea de que esa carta tuviera esa
noticia, necesitaba saberlo.
¿Duele menos una noticia cuando uno sabe que va a recibirla? ¿Puede
mitigar el dolor saber que los peores miedos son realidad?
Gonzalo era tu amigo, lo mencionaste en la primera carta. No lo dice
en ningún lado, pero me gusta pensar que él eligió escribirle a tu familia,
que lo sintió como una responsabilidad, un deber, un favor que se harían
los amigos.
¿Se puede extrañar a alguien sin conocerlo? ¿Se puede sentir el dolor de
una pérdida sin jamás haber abrazado? ¿O sin conocer el tono de voz de la
persona? ¿Sin haberla visto sonreír?
En pocas líneas, Gonzalo trataba de contener la tristeza de Gladys (¿es
posible hacer eso?). Él se describía como tu amigo, no se guardó palabras
para resaltar el refugio que significó para él tu amistad en el medio de ese
infierno. Creo que esa vez fue la primera vez que creí en la palabra “va-
liente” al leerla sobre un papel. Él decía que lo fuiste, ¿por qué no habría de
creerle?
Si iba a llevarle esas cartas a tu mamá, necesitaba saber la historia, ne-
cesitaba comprender lo ocurrido. Tal vez era un intento mío, un intento
inútil, en busca de encontrar en las demás cartas las palabras necesarias
para contarle a Gladys.
Dejé la última carta, la de Gonzalo, sobre la mesa. Levanté la segunda,
iba a leerlas por orden cronológico. Al comenzar a abrirla una idea desga-
rradora cruzó por mi mente, ¿qué diría mi vieja si le llegara una carta di-
ciéndole que desde ahora no podría charlar más conmigo? ¿Cómo acepta-
45
Cartas de Malvinas
ría la idea de saber que ya no habría más mates entre nosotros? No habría
más almuerzos los domingos, ni respuestas a la pregunta: “¿Cómo te está
yendo en la facu?”. Cerré los ojos y me detuve, la sola idea de pensar lo
que sentiría Gladys, mi mamá, o cualquier otra mamá, me hizo pedazos.
Respiré profundo, y con la manga me sequé los ojos vidriosos.
Traté de leerlas todas sin pensar, rápido, sin darle espacio o tiempo a mi
mente de poder conjeturar o reflexionar, sin darle lugar a la emoción. Fue
imposible.
Sentía odio, rabia, impotencia, quise romper la mesa, pero con una
sonrisa tragicómica recordé que me la había regalado mi papá. Detuve el
pie antes de patearla. No tenía certeza, pero algo me decía que yo casi
tenía tu misma edad. La manera en la que hablabas, las palabras que usabas,
algo me lo decía.
A mí me tocaba estar leyendo tus cartas, a vos te tocó no estar, ¿era
justo eso? Muy despacio, las fui acomodando y traté de que quedaran todas
lo más prolijas posibles. Se notaba que estaban abiertas, pero quería entre-
garlas lo más intactas que se pudiera. Las apilé en orden, agarré mi cam-
pera y las puse en el bolsillo de adentro.
La otra “Alvear”, Torcuato Antonio de Alvear, quedaba bastante lejos
de mi casa, casi al otro lado de la ciudad (tal vez fue un intento para que la
gente no las confundiera, hubiese sido más fácil cambiarle el nombre).
Normalmente hubiera agarrado la bicicleta, pero comencé a caminar.
Decidí aprovechar el tiempo que tenía para ordenar un poco mis ideas.
¿Cómo iba a hacer lo que no tenía claro que iba a hacer? Las primeras cua-
dras me debatía entre dejar las cartas por debajo de la puerta o tocar el
timbre para entregarlas personalmente. Ese debate no prosperó mucho.
Traté de pensar: ¿qué dirías vos?, ¿qué diría Gonzalo? ¿Qué pensarían de mí
si las hubiese dejado fríamente por debajo de la puerta de Gladys? ¿Se
puede ser tan cobarde al lado de tan valientes?
Cuando la idea de entregarlas en persona fue una realidad para mí, co-
mencé a pensar en cómo podía hacerlo. ¿Qué le hubiese gustado a tu mamá
que le diga? ¿Qué te gustaría que le dijera alguien en ese momento tan difícil?
Recordé que en todas le decías que estabas bien, que no tenías miedo,
que estabas con tus amigos. ¿Serviría de algo decirle eso?
Caminé unas cuadras más y me acordé de que en la tercera carta decías
que una vez le contaste a tus amigos de los platos que hacía tu mamá, y que
describiste tan bien su pastel de papa, que el resto terminó acordando que
el pastel de papa de Gladys era la mejor comida de las mamás del grupo.
Esa me pareció una idea mejor, el solo hecho de que la hayas recor-
dado, y que indirectamente la hayas presentado a tus amigos es algo que
46
El emisario inesperado
49
El cuero siempre cede
51
Cartas de Malvinas
abrigo, aquel que con las manos al gatillo vigilante prometí defender con
bizarría.
Lo lamento tanto, Hermano, ya tu delantal no es blanco, desgarrada ya
la insignia de pureza, manchada la inocencia en sangre propia y extranjera,
gringa y gaucha, propia y ajena. Las lágrimas y el mar salados, dulces la
sangre y el pis. La tierra, la pólvora, el frío, el dolor y el fuego son un mismo
torbellino que rompe el silencio.
El silencio es viento, tiempo arrastrado, quiero hablar, quiero llorar,
quiero gritar, no pienso en nada.
Deambulo por San Telmo y sus paredes de silencio, por Once, por Isi-
dro Casanova y San Justo, llevo mi tiempo-silencio conmigo, es aire que se
escapa involuntariamente por mi boca, murmullo ininteligible, olvidado
pero no olvido.
No lo he conseguido, hermano, y Dios sabe que lo intenté, sin embargo
no puedo. ¿Por qué misterioso motivo? Las islas están en mis ojos, mi es-
palda, mis piernas, se me ha metido la guerra, la traje conmigo adentro,
libro una guerra en mi pecho, mezclando el fuego y el vino, el vino y la lo-
cura que pagó el Estado, me quitaron el silencio y la alegría de marchar a
defender la patria con mis otros compañeros y si marcho, marcho preso
por borracho, si me acerco a la avenida, y tampoco se los digo.
Calabozo mente, mente cueva, cueva trinchera, trinchera tumba, cala-
bozo muerte, muerte isla, isla tumba, resistir, silencio. El cuero cede, tarde
o temprano.
52
Cuenta saldada
MARCELO GALLIANO
Carlos
Mire, señor, pensándolo bien podría decir que era justo, innegable-
mente justo que me pasara a mí, que el destino me arrojara la piedra en
plena cara, haciéndome sangrar la boca de culpas, de reproches, de pasado
a medio podrir.
53
Cartas de Malvinas
Lo supe al llegar, eh, o mejor dicho: al volver. Usted sabe que cada lugar
tiene un coro propio de murmullos. Nadie iba a decírmelo a viva voz, ob-
vio; nadie se iba a parar frente a mí a reclamarme los años de ausencia. Pero
fíjese que bastó que me miraran al entrar, que me tiraran a mansalva sus
ojos envejecidos, que alguno me palmeara sin hablar demasiado, que la luz
amarillenta del lugar cayera en los vasos como una caricia enferma. No,
nadie iba a decírmelo, es cierto. Aunque algo de todo lo que ocurrió lo supe
estando allá, joven, hojeando El País de cara al Museo del Prado, bien lejos
de la Argentina, de los tiros, de la dictadura y de toda esa mar en coche.
Madre de Raúl
¿para qué?, si a la larga lo que Esteban no iba poder decirle se lo iba a tirar
en la cara Raúl, sí, como un puñado de locura se lo iba a tirar, persiguién-
dolo como nos perseguía a todos en el pueblo, como un loquito. Así se lo
iba a tirar. Es que todo se paga en la vida, carajo, todo se paga.
Carlos
“‘¿Y?”, pude haber dicho cuando entré al bar a reencontrarme con to-
dos. “¿Y?”, podría decir aún hoy, si en ese entonces yo era un adolescente
que se había ido con sus viejos a hacer patria a otro puerto, a enterarse de
todo por televisión española, a lloriquear de vez en cuando y a pensar en
qué hubiera sido de mí si…
Qué quiere que le diga; yo me estaba haciendo hombre entre el Cola-
cao, los churros madrileños y la revista Interviú, y un día me llegó la noticia,
o le llegó a mi viejo, ya ni me acuerdo cómo fue, pero llegó: Raúl y Esteban,
mis dos grandes amigos, habían sido alistados para Malvinas, así de simple,
así de trágico.
Yo no reaccioné en seguida, es cierto. Creo que mis viejos en ese en-
tonces no dijeron mucho más que “Qué barbaridad, pobres pibes”, sí, no
mucho más, porque mucho más hubiera significado: “Menos mal que vos
estás acá”.
Al tiempo las noticias se sucedieron. Los mismos argentinos que está-
bamos afuera llegamos a creernos la novelita que vendía la Junta Militar, los
partes de guerra sin cadáveres nuestros, la caricaturización del enemigo,
de esa flota británica que tildaban de lenta, de ilusa por no pensar que en
esos islotes se encontrarían con unos guerreros…, guerreros de 18 años
casi muertos de hambre, casi muertos de miedo, casi muertos a tiros.
La historia más o menos se sabe. La guerra se perdió y como en toda
guerra murieron personas, y otras se volvieron locas o mutiladas o enfer-
mas o llagadas de odio, algo así como un gramo menos que morirse. Raúl
y Esteban eran parte de ese grupo de muertos en vida.
Creo que se llamaba Raúl, nunca supe quién era, la última vez que lo vi
lo tuve que sacar de la habitación con otros dos enfermeros, porque se le
puso a gritar en la cara a Esteban: “Perdoname, perdoname”. No sé qué le
tenía que perdonar, vaya a saber…
Carlos
Y mire que cuando digo que si será tonta la gente incluyo a tipos que yo
creía con un poco más de cabeza, pero bueh… Echarle la culpa al Car-
los…. qué locura, una locura como la de Raúl que se echaba la culpa a sí
mismo por cómo estaba Esteban. Sí, ¿no le contaron como fue la historia
del día que lo hirieron?
Madre de Raúl
56
Cuenta saldada
Creo que fue en Puerto Stanley, pero no en pleno combate, sabrá dis-
culparme que no tenga los detalles exactos. Por lo que se ha dicho, Esteban
y Raúl estaban atrincherados, tiritando de frío, cuando una granada cayó en
el lugar. Esteban se desvaneció al instante y el pobre Raúl se quedó está-
tico, sin gritar, sin reaccionar…Pero ¿qué iba a hacer el pibe? ¿Iba a salir
solo a buscar al que les había tirado el confite? Pero bueno…, usted sabe
cómo es el alma humana, a veces se agarra culpas que no le corresponden.
Carlos
Madre de Raúl
Y yo no tengo consuelo, qué quiere que le diga. Nadie intuyó que Raúl
iba a terminar haciendo lo que hizo. Si estaba medicado —bien medi-
cado—, si los psiquiatras decían que hasta podía mejorar y todo. Por eso le
digo que la llegada de Carlos le hizo peor, por eso se lo digo…
57
Cartas de Malvinas
Sí, culpas le dije, culpas que no se soportan y que el ser humano busca
la manera de aliviar. Y a veces de la peor forma. Se mató. Así como lo es-
cucha. Raúl se suicidó pegándose un tiro, y aunque algunos digan que la
culpa fue de los ingleses o de los milicos o del pobre Carlos, que fue tan
inoportuno en volver, yo digo que fue por la culpa.
Carlos
Murió feliz, sí, no me mire de esa forma, Raúl murió feliz, sin culpas.
Nadie sabe lo que yo sé, ni la propia madre, porque solamente habló con-
migo esa tarde antes de hacerlo. Y mire que yo pensaba que estaba loco y
que todo había sido obra de esa locura, pero no, como le digo, esa tarde,
a eso de las cinco, cinco y cuarto, me corrió como cada día pero con otra
cara, otro semblante. Me dijo que estaba feliz, que había soñado una vez
más, pero que estaba vez el sueño era distinto, esta vez la granada lo des-
mayaba a Esteban pero él corría, sí, se había animado a correr hasta alcan-
zar al agresor y matarlo.
Esa misma noche me enteré lo que había hecho, de su suicidio, pero no
lo entendí del todo hasta el otro día, cuando leí en los diarios que en un
hospital de Buenos Aires había muerto un excombatiente luego de estar
muchos años en coma.
Supe entonces que Esteban había muerto en paz, sabiéndose vengado
por Raúl en ese indescifrable terreno de lo onírico, y que Raúl se había
suicidado con la alegría de haber pagado su deuda. También supe, y no me
veo en la obligación de demostrarlo, que los dos, desde ese extraño lugar
en que se mezclan el sueño y la muerte, se habían encargado de que yo, el
gran amigo de ambos, supiera que la cuenta estaba saldada.
58
Rondeau 1234
II
“La mejor amiga de mi abuela, con la que jugaba al chinchón todos los días
de dios, también tenía una mercería. Una vez me trague un botón, de los que
usaban como pozo falso en las partidas y termine en la guardia del Santojanni.
La verdad, creo que todavía lo tengo dando vueltas adentro”.
Matilde se rio al leer la anécdota, pero unos segundos después, desapa-
recido ya el calor que provocó la risa en sus mejillas, sintió ganas de llorar.
¿La esperanza de defender territorio argentino recaía en las manos de
un chico que se tomaba el tiempo de contarle una tontería como esa? Una
mezcla peligrosa de ingenuidad e ignorancia se palpaba entre las líneas,
haciendo todo más difícil para el corazón de Matilde. Sentía una inmensa
pena por el pobre chico que estaba en un lugar donde no debía estar, víc-
tima de un destino desafortunado.
Inundada de impotencia, en la segunda carta le preguntó qué necesi-
taba, si podía ayudarlo con algo. Él le contesto: “Acá no hay nada. Hace falta
de todo. Los ingleses apilan el armamento que les sobra y nosotros lo único que
tenemos para apilar son muertos”. Y el resto del mensaje ya estaba teñido
60
Rondeau 1234
por la amargura de la guerra, escrito con una caligrafía de trazo hostil que
rasgaba la hoja. Matilde no sabía si la presión impresa en el papel era pro-
ducto del frío o de la furia, pero sí sabía que Santiago ya no contaba anéc-
dotas de su pasado alegre. Estaba hundido en la miseria del presente que le
habían impuesto, con el cuerpo embarrado, congelado y el alma joven de-
masiado cansada. La diferencia había sido abismal, como si la primera y
segunda carta hubiesen sido escritas por dos personas totalmente distintas.
Matilde, por su parte, seguía en la mercería, ya sin facturas en la mano
porque la angustia le había quitado el apetito. Se sintió estúpida empaque-
tando botones y artículos para remendar, pero al mismo tiempo, cuando
dejó los paquetes en el correo, lo hizo con el semblante duro y solemne,
como si estuviera enviando algo mucho más importante de lo que real-
mente era.
La noche anterior, mientras hacia la lista de lo que le mandaría a San-
tiago, pensó que las cosas triviales que vendía con liviandad y casi por iner-
cia a las mujeres que entraban al negocio, podían tener otro significado. El
botón que le vendió a la señora Villalba esa misma tarde, el que segura-
mente usaría para arreglarle el traje a su marido, era el mismo botón que
podía cerrar el bolsillo deshilachado de un informe, en el que se resguarda-
ría comida o algún medicamento que salvaría la vida de algún soldado.
Nueve días después de su última visita al correo, terminada la cena,
Matilde lavaba los platos cuando su papá se acercó. Era principio de junio
y el hombre, tras una vida entera dedicada a tener negocios, notó algunas
irregularidades en los inventarios de la mercería. Hizo ademán de apoyar
el libro contable sobre la mesada, pero se dio cuenta de que lo podía arrui-
nar con el agua y la espuma del detergente, así que se quedó quieto por un
momento frente a ella, mostrándole a su hija la hoja y las incongruencias
marcadas con una lapicera roja. Matilde tenía veintitrés años y, por segunda
vez en menos de tres meses, volvía a sentirse como una estudiante indisci-
plinada de quince.
—Hija…si no puedo confiar en vos, ¿entonces en quién?
Matilde no le había contado a nadie sobre el intercambio de cartas. No
sabía por qué había elegido guardarlo como si fuera un secreto pero enten-
día que, le gustara o no, tenía que darle una explicación a su papá porque,
después de todo, el negocio no era suyo.
Dispuesta a explicarse, cerró la canilla y se sacó las manos con un repa-
sador. Lo dobló de forma minuciosa, como si hubiese sido aprendiz de una
mucama de algún hotel de renombre de la capital, y lo enganchó en la
manija del horno.
—Saqué algunas cosas para los soldados.
61
Cartas de Malvinas
—¿Qué soldados?
—¡Los de Malvinas, papá!
—Ay, Matilde —Genaro Fray negó con la cabeza—. ¿Para qué te metés
en esas cosas? ¿Qué tenés que ver vos con la guerra? Estas tirando nuestra
plata y nuestra mercadería. Comemos de lo que da la mercería, no podés
desperdiciar las cosas así. No creo que les llegue nada a los pobres pibes
esos…
Su papá tenía razón. La guerra no los había afectado de forma directa.
No conocían a nadie cercano que hubiese sido reclutado y cuando algo de
tal magnitud logra milagrosamente esquivarte, lo mejor es no acercarse.
Matilde no pensó que se involucraría tanto con la historia y el bienestar
de alguien a quien no conocía. Las únicas cartas que había escrito antes
habían sido para sus amigas, durante su época escolar. Eran misivas llenas
de tonterías, chismeríos sobre amores imposibles y planes para las vacacio-
nes, en su mayoría en la costa atlántica.
Pero la joven no podía evitar pensar que Santiago tampoco tenía que
ver con la guerra. Antes de embarcar para las Malvinas, era un chico co-
mún y corriente, que ocupaba sus días pensando qué carrera estudiar en la
universidad. Que si pública o privada, que si era mejor estudiar o directa-
mente trabajar. Pensaba cosas mundanas, las mismas que pensaba Matilde,
las mismas que pensaban su papá y su mamá. Hasta que la guerra, tan ajena
a su existencia tranquila, lo llamó y él no pudo cerrarle la puerta en la cara
o darle la espalda tal como hacían los Fray.
Un día era Santi, el hijo de Raúl y Paula Antero, el hermano de Conny,
el que jugaba de cinco en el equipo de futbol del barrio; y al otro era San-
tiago Elías Antero, soldado del ejército argentino. Le pertenecía a la patria,
había perdido parte de su identidad e individualidad, convirtiéndose en un
peón de un juego demasiado elevado para el cual no estaba preparado.
Por eso, aunque Genaro se mostrara disgustado, Matilde ya no podía
mirar hacia otro lado.
62
Rondeau 1234
III
63
Cartas de Malvinas
IV
Te escribo desde la cama del hospital. Me van a dar de alta en una se-
mana si todo va bien y me llevo de suvenir dos balas y un botón. El mismo
que me trague hace 15 años. El de la mercería de Norma, la amiga de mi
abuela. ¿Sabías que la vieja se la vendió a un tal Genaro Fray? Seguro te
suena, como a mí me sonó la dirección desde donde escribías.
Tengo la suerte de poder volver a casa y me parece justo que el botón lo
haga también. Por las dudas te aviso que está bien desinfectado, mi abuela
se lo estuvo mostrando a medio hospital, diciendo que fue lo que me salvó,
que seguro me ‘ tapono’ el agujero del disparo que me dieron en el estómago.
Yo no creo que sea físicamente posible, pero es un buen final para la anécdota
de un nene de cuatro años que se tragó un botón de colección francés ¿no?
¡Casi me olvido! Mi abuela cree que te conoce. Fue al negocio un par de
veces después de que Norma lo vendió y lo que quiere saber es si te animas a
una partida de chinchón. Botones para apostar no te deben faltar.
Mientras Genaro seguía embobado con el botón, Matilde aprovechó
para estirarse sobre el mostrador y sacarle el paquete de la panadería que
todavía tenía atrapado bajo el brazo. Lo abrió y le dio un buen mordisco a
la primera factura que encontraron sus dedos; estaba tan contenta que se
habría comido incluso las de crema pastelera, y Dios sabía que había pocas
cosas que Matilde odiara más que la crema pastelera.
Con los dedos llenos de azúcar, releyó la carta. El trazo se parecía al de
la primera, propio de un chico bonaerense con toda una vida por delante y
no el de un soldado acorralado por la muerte.
Argentina había perdido, pero cada soldado que había regresado a casa
era una victoria, pequeña quizás para quienes miraban desde lejos.
El peso de la derrota es como vivir bajo un constante cielo encapotado,
pero si hay vida para seguir irguiendo la cabeza, nada está realmente per-
dido. Para los ojos de quienes no se dejan vencer ni aun vencidos, el sol
volverá a brillar.
64
Los ñoquis de mamá
Hola hijito, espero que te estés abrigando bien. Es un lugar muy frío,
acordate de ponerte las medias gruesas de lana que te puse en el bolso. En el
bolsillo del costado están los tres pares, las rojas, las azules y las verdes. No te
saques la bufanda y siempre con doble camiseta. Avisame cuando puedas si
te estás alimentando bien, yo igual hablé con el sargento que los despachó y
le dije que por favor les den de comer a ustedes que son chicos todavía. Dijo
que les va a informar a sus superiores. Yo estoy muy preocupada hijo, le reté
al sargento, le advertí que no te haga tomar mucho frío. Me tranquilizó un
poco porque para él no va a durar mucho esto y cree que se termine por resol-
ver en estos días por diplomacia y papeles me dice, sin necesidad de enfren-
tarse con armas.
Así que más que segura que en estos días termine y te vuelvas lo más
rápido posible mi amor. Acá te estamos esperando todos hijito. Julieta anda
llorando mucho, yo la callo, tonta, cómo va a llorar si ya estás por venir. Dice
que te extraña mucho y que sos su hermano favorito. Vieras la cara de Caro-
lina cuando dijo eso, le pegó con la caja registradora y se le rompió el telefo-
65
Cartas de Malvinas
nito en la cabeza. Y se pusieron a llorar las dos. Lo que nos reímos con el
abuelo y la abuela. Ellos también te extrañan mucho Rodo. El abuelo te es-
perando para salir a pasear después de esto, dijo que te va a enseñar a ma-
nejar la camioneta tanto que le pediste.
La abuela no para de limpiar tu pieza, pero tranquilo que no revisa
nada, todo está como lo dejaste, los discos, la guitarra y los cuadernos.
Hijo, por favor cuando te llegue la carta contestanos, queremos saber si
estás bien, si tenés frío, si comiste bien. Te estamos esperando con los ñoquis
que siempre te hago rico, se enojan las chicas porque les digo que voy a coci-
nar los ñoquis recién cuando vuelvas. Abrigate mi amor ¿sí?, te queremos
mucho acá. Chau hijo.
66
Los ñoquis de mamá
Carta de Rodolfo
Hola má, sí, por suerte llegamos bien. Hace frío y viento pero me estoy
abrigando bien no te preocupes. La bufanda no me la saco ni para dormir. Y
las medias y las camisetas también las estoy usando como me dijiste. Esta-
mos comiendo. Ya vi los chocolates que me pusiste en el bolsillo derecho del
pecho y los alfajores que me pusiste en el otros dos. Es mucho má. Igual comí
uno solo, me lo voy a guardar para cuando me dé hambre. Por ahora estamos
bien.
No sé qué más querés que te cuente. Acá los chicos, a pesar del frío hacen
chistes o nos jodemos entre nosotros. El otro día a uno le pusieron un jabón
dentro del borcego, y como lo pisó fuerte no pudo sacarlo sino que quedó
aplastado como una plantilla. No sabés cómo patinaba de a ratos. Me quedé
sin aire de tanto reírme. Bueno má les mando un saludo, no te preocupes me
estoy abrigando bien, los chocolates los como después. Que estén bien. Yo
también los quiero mucho.
67
Cartas de Malvinas
Hola má, recién llega tu carta, estoy bien. Estoy lavando la ropa como me
dijiste. No tenemos mucho tiempo para escribir cartas porque necesitamos
estar alerta por si pasa algo y también descansar para no estar tan dormido.
Decile a Julieta que saque los discos de Serú, le doy permiso, no me enojo. Vos
también escuchalos, má, es re copante. Muy lindo el dibujo de Caro, decile
que me hizo reír que los pingüinos también tuvieran metralletas para de-
fender las Malvinas. ¡¡Qué grande Ferro!! Sí, decile al abuelo que tengo unas
ganas de ir a la cancha, tiene un re equipazo Griguol, está para ganar el
campeonato. Yo también los extraño, má. Bueno me despido porque tengo
que hacer guardia y estar atento. Los quiero mucho.
69
Cartas de Malvinas
Hijo por favor decime que estás bien. Estamos todos preocupados acá. Lo
que hicieron fue terrible. Eso no se hace. Es muy grave. Fui a preguntar des-
esperada al superior de acá para que me informen. Me aseguró que tu pelo-
tón no estaba en el barco, pero no puedo estar tranquila sabiendo que estás
allá. Se puso muy feo todo mi amor. Tenés que volver por el amor de Dios.
Escribime ni bien leas la carta Rodo. Es muy grave lo que pasó, ya mismo le
dije que te traigan, necesito verte urgentemente hijo. Tenés que estar acá mi
amor. Te estamos esperando, seguro no estás comiendo bien. Acá te voy a co-
cinar bien rico los ñoquis que tanto te gustan, todavía no los cocino hasta
que vuelvas mi amor. Por favor volvé. Estoy desesperada. Bueno, no quiero
que te preocupes más de lo que está pasando. Escuché Serú Giran mi amor,
muy linda banda hijo. Acá pusimos el vinilo en el comedor para escuchar.
Te quiero mucho, mi amor. Te queremos mucho. Volvé.
70
Los ñoquis de mamá
71
Cartas de Malvinas
72
Autoras y autores
(EN ORDEN ALFABÉTICO)
MARCELO GALLIANO
Es poeta, cuentista, novelista, guionista, dramaturgo, ensayista, actor, guitarrista
y periodista. Como instrumentista grabó cuatro discos y fue ganador de un Premio
Gardel como mejor Álbum de música clásica en 2002. Como escritor tiene una
decena de libros editados, obtuvo 80 premios literarios. Sus obras, tanto poemas
como cuentos, fueron recopiladas en infinidad de antologías.
73
Cartas de Malvinas
74