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Universidad de la Defensa Nacional

Cartas de Malvinas. Las mujeres y Malvinas / 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos


Aires : Universidad de la Defensa Nacional, 2023.
256 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-82847-2-9

1. Guerra de Malvinas. 2. Literatura Argentina. I. Título.


CDD A862

Coordinación editorial: Martín H. Bertone


Diseño de tapa: María Cordini
Maquetación: Silvana Ferraro
Corrección: UNDEF Libros

ISBN 978-987-82847-2-9

Impreso en Multigraphic Servicios Gráficos


Belgrano 520, C1091AAS, Buenos Aires.
en el mes de marzo de 2023.

Hecho el depósito que indica la ley 11.723


Impreso en Argentina.
Ninguna parte de esta publicación, inclusive el diseño de cubierta, puede ser reproducida,
almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico,
químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Índice

Prólogo de la Universidad de la Defensa Nacional


y la Honorable Cámara de Diputados de la Nación 7

Prólogo de Lucas Rozenmacher 9

Prólogo de Ana María Shua 15

Textos ganadores de la categoría 1


(personal de la UNDEF)

Primer premio: “El jilguero”


María Julieta Desmarás 19

Segundo premio: “¡La perla austral


ya no está perdida! Correspondencia
luego de la guerra de 1982”
Matías Eduardo Rodas 29

Mención: “El destello en la oscuridad”


Rocío Milagros Zárate 37

Textos ganadores de la categoría 2


(público en general)

Primer premio: “El emisario inesperado”


Luis Ariel Peralta Aliano 43
Segundo premio: “El cuero siempre cede”
Federico García Silva 51

Menciones:

“Cuenta saldada”
Marcelo Galliano 53

“Rondeau 1234”
María Eugenia Knittel 59

“Los ñoquis de mamá”


Juan Esequiel Fernández 65

Autoras y autores
(en orden alfabético) 73

4
Concurso literario
“Cartas de Malvinas”

Jurado
Ana María Shua (Universidad de la Defensa Nacional)
Lucas Rozenmacher (Universidad de la Defensa Nacional)
Roberto Bisogno (Honorable Cámara de Diputados de la Nación)
María Soledad Mizerniuk (Universidad de la Defensa Nacional)
Jorge “Chiqui” Toledo (Honorable Cámara de Diputados de la Nación)
Luis Samyn (Honorable Cámara de Diputados de la Nación)

5
Una conmemoración literaria

El concurso literario “Cartas de Malvinas” fue organizado por la Univer-


sidad de la Defensa Nacional (UNDEF) y la Dirección General de Cultura
y Museo de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, en conme-
moración de los 40 años del Conflicto del Atlántico Sur.
El jurado estuvo integrado por representantes de las dos instituciones.
Por la Universidad de la Defensa Nacional participaron Ana María Shua,
Lucas Rozenmacher y Soledad Mizerniuk; por la Cámara de Diputados,
Roberto Bisogno, Jorge Chiqui Toledo y Luis Samyn.
El concurso tuvo como consigna el intercambio epistolar desde y hacia
las Islas Malvinas durante la guerra, con el objetivo de recordar los 40 años
del Conflicto del Atlántico Sur. Se recibieron 94 textos de autoras y autores
de diferentes puntos de nuestro extenso país: Ciudad de Buenos Aires,
provincia de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, Salta, Mendoza, Santa
Cruz, Santa Fe, Catamarca, Río Negro, Jujuy, Santiago del Estero, Corrien-
tes, Chaco, La Pampa, San Juan, La Rioja y Misiones. Los textos presenta-
dos abarcan distintos géneros, entre ellos cuentos, poesías, epístolas y tex-
tos teatrales. La convocatoria estuvo dividida en dos categorías: categoría
1 (miembros de la UNDEF) y categoría 2 (público en general).
Los trabajos premiados abordan los más diversos aspectos del universo
desplegado alrededor del intercambio epistolar durante el conflicto bélico
de 1982. En ellos se resaltan aspectos como las cartas que escribe un niño
a su padre durante la guerra, la posibilidad de los familiares de regresar al
lugar donde perdieron a sus hijos, la hermandad en la trinchera a la luz de
la suerte de sobrevivir o cartas recibidas por error en una dirección equi-
vocada, así como las huellas que dejó la guerra en el alma y en el cuerpo.
La UNDEF y la Cámara de Diputados desean agradecer a todas las
personas que participaron con sus textos y expresar su satisfacción con el
resultado de la convocatoria, que cumplió cabalmente con las expectativas
de ambas instituciones.

Universidad de la Defensa Nacional


Honorable Cámara de Diputados de la Nación

7
Sobre los sentidos y los modos
de construir memorias

Lo he soñado mar afuera


en unas islas glaciales.
Que nos digan lo demás
la tumba y los hospitales.
Jorge L. Borges

Insistiré sobre un mar de rosas


y construiré sobre cenizas
tendré un sueño nuevo en mis manos
y lucharé para que sea justicia.
León Gieco

Malvinas como texto, como palabra, como acción, Malvinas como


marca en la piel, en la memoria y en lo cotidiano. Malvinas como rastro,
como pliegue, como punto de apoyo para pensar los distintos modos de
construcción de una identidad colectiva, de un espacio común.
En 2022 se cumplieron los cuarenta años del intento de Argentina de
recuperar por medios bélicos las Islas Malvinas, que se encuentran ocupa-
das por Gran Bretaña desde 1833, y este año se están cumpliendo 190
años de usurpación. A partir de esta cicatriz, de la falta que significa Malvi-
nas para la Argentina como nación, como constitución de su identidad, se
realizaron múltiples propuestas y abordajes desde diversas modalidades y
formatos en la forma de construir memoria y presente, que abarcaron
desde los documentales hasta la reutilización de un elemento que atravesó
la guerra en la participación familiar y popular, que fueron las cartas de in-
tercambio entre quienes estaban en el frente de batalla en las Islas y quie-
nes estaban en el continente.
Durante esos ejercicios que abordaron nuestra propia historia con res-
pecto a las Islas Malvinas, Malvinas como significante fue y continúa siendo
una causa común que nos permite desplegar múltiples perspectivas sobre
los impactos subjetivos, personales y sociales alrededor de nuestra identi-
dad y de nuestra soberanía.
9
Cartas de Malvinas

En ese sentido, al abordar este volumen vamos a transitar una serie de


experiencias y ejercicios distintos, dado que nos encontramos y reencon-
tramos con las huellas, las texturas, los aromas que nos llevan a Malvinas y
a nuestra historia desde perspectivas muy diversas, que son abordadas por
formatos variados que parten de la dramaturgia, atravesando la narrativa
hasta llegar al género epistolar.
Este volumen contiene las dos convocatorias propuestas por la Uni-
versidad de la Defensa Nacional (UNDEF) junto con el Teatro Nacional
Cervantes, Argentores y la Dirección de Cultura de la Honorable Cámara
de Diputados de la Nación. Es un modo más de acercarse al tema, pero
con la particularidad de ser abordado a través de un formato específico, el
texto dramático a partir de un tópico, como es la relación entre las muje-
res y las Malvinas o, por otro lado, la recuperación del género epistolar
como modo de construcción de lazos con nuestra historia e identidad.
Este breve prólogo es sobre un libro y sus múltiples universos genéri-
cos coexistentes, que dialogan a partir de cuestiones comunes que se ha-
cen cuerpo en los temas, los problemas y las historias, e intenta dar cuenta
de que estas distintas maneras de tallar en un pasado que emerge y se
vuelve presente, no son unívocas ni unidimensionales, y que atraviesan
Malvinas y, como tal, a la propia historia argentina.

Sobre los géneros discursivos y el libro


en dos partes

Se persignan los tatadioses


mientras comulgan un pedazo de luna
Rezan rezan casi sin fe
mientras se alza otra bengala.
Gustavo Caso Rosendi

En la segunda parte de este brevísimo conector introductorio a los di-


versos géneros discursivos con los que vamos a poder abordar un tema tan
rico como lo es Malvinas, pensaremos estos textos como un modo posible
de abordar la construcción de la identidad y la reposición de la memoria
fragmentada a lo largo del tiempo y como modo continuo de superposi-
ción de historias y experiencias que se cohabitan.

10
Sobre los sentidos y los modos de construir memorias

En este recorrido, veremos de qué modo afloran temas fundamentales


en cuanto a la constitución de lo humano y la posibilidad de avanzar a partir
de los rastros que nuestra propia historia-memoria nos permite continuar.
El texto que abre la sección de teatro, Condolencias, de Alicia Muñoz,
nos habla de cómo lo humano nos da el impulso amoroso de vivir. En él dos
vidas completamente distintas convergen a partir de ese procedimiento
humanamente único de dar sentidos a la vida a partir de las acciones em-
páticas y amorosas hacia un otro.
Luego nos encontramos con Regimiento 25, de Moira Mares, en el que
dos mujeres de distintos puntos del país, con historias también distintas,
confluyen en un cuartel esperando ver a sus hijos y, a través de una serie de
acontecimientos, ponen de manifiesto el terror de la guerra y también re-
flejan lo que significa la figura del desaparecido en nuestra historia.
La niña sobre el alambre, de Fabián Díaz, propone una estructura poé-
tica en la que confluyen dos mujeres, esposa e hija, alrededor de un hom-
bre que queda en la guerra como sujeto y también como objeto de otros
y allí se cruza con el propio universo, con el que deben convivir esas dos
mujeres, y la posibilidad de ser ellas quienes escribieran sus historias. En
esta relación, lo que quedan son las marcas y cicatrices de la guerra, donde
la espectralidad se presenta como fantasma y como materialidad y como
modos de construir y configurar las propias memorias.
Luego nos encontramos con Mujeres de barro, de Carla Lis Conti, donde
cinco mujeres están en Río Gallegos, entre el continente y las islas, conflu-
yendo desde distintas historias de vida, atravesadas por temores y violen-
cias por la propia guerra con los ingleses, por la opresión ejercida en plena
dictadura y también por el patriarcado, en el que quedan igualadas más allá
de sus propias historias y orígenes socioeconómicos, y donde veremos que
el poder amoroso de la palabra y los gestos de humanidad perduran a pe-
sar del fuego.
Código Postal 4909, de Federico Lorenz y Karen Fogelström, proponen
por un lado recuperar el juego borgeano de los espejos como forma de
construcción de historias entre semejantes-distintos a partir del intercambio
experiencial que se produce entre una argentina y una kelper, recordando el
poema “Juan López y John Ward”, que el propio Borges escribiera sobre la
guerra, pero en este caso no son dos soldados sino dos mujeres, en ese
tiempo niñas que debieron atravesar las experiencias de vida en una guerra.
Por otro lado, también introduce el papel del equipo de antropología
forense en cuanto a la restitución de las identidades de los soldados que
quedaron en las tumbas sin ser reconocidos y la recuperación a partir de
los rastros que estos dejaron en su ADN, también desde los objetos que
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Cartas de Malvinas

fueron marcando rasgos de identidad y, por último, el modo de desplegar


y recomponer los modos de memorias posibles, cargados de texturas, olo-
res y trazos distintivos que nos traen no solo en imágenes, sino en sonidos
y registros a quienes queremos volver a la vida a través de la acción de re-
memorar.
En este mismo texto también encontraremos las marcas que vamos
dejando en nuestras propias memorias a través del poderoso acto de amar
y cómo plantea el propio texto: “El amor es uno de los misterios más gran-
des … no hay análisis para medirlo ni para probarlo. Ni medicina para lo-
grar que perdure […]”, continuando con la potencia que puede tener un
olor o un recuerdo. En esta obra podemos encontrar la confluencia entre
los modos de sentir, pensar y percibir que se constituyen en formas de
hacer memoria.
Abriendo la otra parte de este libro que constituye la sección que
agrupa las producciones de Cartas de Malvinas, nos encontramos con el
trabajo de María Julieta Desmarás, “El jilguero”, en el que se reproduce la
atmósfera de intercambio entre un niño que espera que su padre vuelva de
la guerra y mantiene un ida y vuelta epistolar con él y quienes componen el
universo en el que su papá estará a lo largo de la guerra.
“¡La perla austral ya no está perdida! Correspondencia luego de la
guerra de 1982”, de Matías Eduardo Rodas, es un texto que nos propone
un futuro en el que las Islas Malvinas han sido recuperadas. Es el año 2052
y unos niños de la escuela “Gaucho Rivero”, situada en una de las islas,
encuentran con un registro dejado allí para ser recuperado como modo de
continuar escribiendo la memoria. En esa caja hay unas cartas y la recupe-
ración del largo transcurrir entre 1982 y 2022 en cuanto al modo de rela-
cionarse de una madre-pueblo con un hijo-soldado a lo largo del tiempo.
En “El destello en la oscuridad” Rocío Milagros Zárate utiliza el recurso
narrativo de la carta para exponer los horrores de la guerra en la que se
cruzan el miedo a morir, pero también el terror a contar con la potestad
de matar a otra persona, de volverse dueño de poder decidir sobre la con-
tinuidad de una vida, un relato profundamente humano.
En “El emisario inesperado” Luis Ariel Peralta Aliano nos introduce en
una historia en la que, a partir de una confusión, se genera un acto empá-
tico entre un hijo y una madre que espera noticias desde el frente de bata-
lla. Para poder desarrollar esto, Peralta Aliano intercala el modo epistolar
con el relato de una historia; recorre las calles de Bragado y también el
derrotero de lo que va creciendo la angustia producida por la guerra.
Luego, Federico García Silva, en “El cuero siempre cede”, nos intro-
duce en las marcas de la guerra, que quedan forjadas de manera indeleble
12
Sobre los sentidos y los modos de construir memorias

diciéndonos, en un momento, “Las islas están en mis ojos, mi espalda, mis


piernas, se me ha metido la guerra, la traje conmigo, libro una guerra en mi
pecho…”. Esos cortes, esas cicatrices, se vuelven una parte constitutiva de
la propia vida.
A través de “Cuenta saldada”, Marcelo Galliano presenta las experien-
cias que viven tres amigos, donde uno tiene que exiliarse por la persecu-
ción política y el peligro de muerte que sufre su padre y los otros dos
amigos terminan siendo reclutados para ir a la guerra; luego se desenca-
dena una serie de situaciones que los van ligando a lo largo de lo que viven.
En este relato se plantean dos conflictos que rodearon la época: la vuelta
de esos jóvenes con las marcas de la guerra y el retorno de aquellos que se
habían exiliado a partir de la última dictadura cívico-militar.
“Rondeau 1234”, de María Eugenia Knittel, avanza impulsándose por
medio de epígrafes que funcionan como disparadores que estructuran el
recorrido de la historia, que pone de relevancia las marcas que van que-
dando en el tesoro que significan los restos como elemento constituyente
de la memoria.
El relato que cierra la sección Cartas de Malvinas es “Los ñoquis de
mamá”, de Juan Esequiel Fernández, en el que madre e hijo, a partir del
esquema de un intercambio epistolar, van encontrando conexiones para
buscarse, reencontrarse y recordarse a partir de la música de Serú Giran y
también a través de la comida: los ñoquis, que permiten mantener una idea
de recuerdo de casa y seguridad, habilitándose a jugar con el poder de la
memoria en cuanto a olores, sabores y texturas, que se vuelven presente
e intimidad única.
En definitiva, este brevísimo recorrido por las obras que hoy tienen
frente a sus ojos intenta dar un pantallazo breve y fugaz de una experiencia
singular que significó pensar Malvinas a partir de géneros y esquemas de
escritura que nos permiten continuar construyendo historia, memoria y
presente entre el pueblo y las Islas Malvinas.

Lucas Rozenmacher
Jurado por la UNDEF

13
La fuerza de las voces

Leer y disfrutar los textos del concurso “Cartas de Malvinas” fue una
tarea interesante y profundamente conmovedora. Interesante por la cali-
dad de los relatos, por su proyección y su nivel literario. Conmovedora,
precisamente, por la misma razón. Mucho más allá de las convenciones del
género epistolar, estos relatos aprovechan el potencial polifónico de las
cartas para explorar a fondo la tragedia de Malvinas en su dimensión más
humana. El centro está en la fuerza visceral de estas voces, incluyendo
soldados, madres, padres, hermanos, amigos y amores. Una fuerza que
radica no solo en lo vívido de los detalles del campo de batalla y del lejano
hogar, sino también en su ritmo, su textura, su plasticidad verbal y su latido.
Amalgamando el cariño y el dolor, historias en minúscula y mayúscula; la
ternura absoluta y la crudeza más atroz, creo que estos relatos se destacan
por la vivacidad y la intensidad con la que captan además de las trincheras,
el frío, el hambre y el abandono, algo más importante todavía: la imagina-
ción intensa y luminosa de sus protagonistas.

Ana María Shua

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Textos ganadores de la categoría 1
(personal de la UNDEF)
El jilguero

MARÍA JULIETA DESMARÁS

Buenos Aires, 6 de abril de 1982.

Hola pa,

Mamá me ayudó a poner bien la fecha y también ya sé atarme los cordones


con doble nudo casi tres cómo vos me enseñaste.
Salgo del punto seguido porque quiero hablar de otra cosa. ¿Estás leyendo la
historieta que te puse adentro del bolso verde? Rubén, el del puesto de diario, me
dijo que a vos te iba a gustar. Yo pensé que también. Además, una vez que la
termines, la podes prestar a otro amigo que tal vez no llevó nada y está aburrido
y después si tienen frío la hacen bollito para un fueguito.
Ah, me olvidaba, sigo siendo de Boca pero a veces quisiera ser de Peñarol.
Te quiero. Mamá me dice que te ponga que ella también. Oaki se sube a la
cama y ya aprendió a hacer pis afuera. Duerme en tu lugar de la cama y mamá lo
abraza.
Bueno ahora me voy a ver dibujitos que mamá me dejó.

Tu hijo,
Pedro.

19
Cartas de Malvinas

Islas Malvinas, 18 de abril de 1982.

Mi querido Pedro,

¡Qué rápido aprendés! No crezcas tan rápido que en cualquier momento


me pasás. Mis amigos Juan Carlos “Toba” y Manuel “Chaco” dicen que te
agradezca por la historieta. La leemos despacito para que no se nos termine
y nos reímos mucho.
Los días en Malvinas son muy laaargos y las noches se ponen heladas pero
imagino que tengo Oaki a los pies de mi trinchera y parece mentira pero con
sólo pensar eso ya mis pies se ponen más calentitos. ¡Es increíble el poder de
la imaginación, Pedro! Que esa fuerza siempre te acompañe.
Con esta carta te va a llegar una pluma de un jilguero o cabecita negra.
Para los indios de Tierra del Fuego es sinónimo de libertad. Últimamente,
cuando salgo de la piedra, bien temprano lo escucho cantar. A veces, el silen-
cio suena peor que una escopeta pero el pajarito canta al sol aunque la noche
no haya sido tan quieta. Bien valiente el cabecita negra al igual que mis
compañeros. Y a veces, no te voy a mentir Pedro, tengo miedo pero aparece
Tobita con algún chiste o Chaco que es gallina y yo, como vos, muy bostero nos
hacemos bromas. Y los chistes para el miedo vienen bien porque por un buen
rato lo único que nos ataca es la risa.
Abrazá fuerte a mamá que yo te abrazo a vos.

Te quiere todos los días,


Papá.

20
El jilguero

Buenos Aires, 29 de abril 1982.

Hola pa,

Quería contarte que aprendí a bailar lento con una chica que se llama Paola.
Me peiné con Lord Cheseline (mamá me dijo bien cómo se dice porque yo ni idea)
y me lustré los mocasines y fui con mi amigo Fran a la fiesta de séptimo grado
que son los más grandes. Igual yo soy más alto que uno de séptimo y Paola es
más alta que yo pero eso no nos importó. Traté de mirar al frente todo el tiempo
y no la pisé nunca.
Mamá casi todos los días dice que ya vas a venir y llora mucho pero de ale-
gría dice. Yo no le creo todo el tiempo y cuando la veo triste corro a Oaki y
duermo del lado tuyo de la cama para que me abrace.
Hoy llovió mucho acá, espero que allá no. El tío de Fran ya no le responde las
cartas a Fran. A veces todo tarda mucho en llegar le explico yo. Bueno pa, salu-
dos a Toba y a Chaco. Dibujé la piedra en donde están. El más grandote es Chaco
porque así me lo imagino y a Toba lo dibujé con mucho abrigo en caso de que lo
necesite. También les puse armas y dibujé un kilo de helado que crep que es
mejor que muchas barras de chocolate porque no se derrite.
Una última cosa, puse la pluma del jilguero en mi ventana. ¿Sabías que a la
noche ilumina?
Otra última cosa, me di cuenta que me gusta mucho bailar y ya no quiero ser
jugador de fútbol. Quiero ser bailarín y en todo caso bailar como el Diego.

Te quiero mucho,
soy Pedro.

21
Cartas de Malvinas

Monte Harriet, 2 de mayo 1982.

Pedro,

Me pidió el bostero de tu papá que te escriba esta carta. Tu papá está


bien se fue hacer una salida al terreno con el Toba. Yo soy medio vago y me
quedé acá leyendo “Estación Polar ZEBRA”. Bueno no es tan tan tan así, pero
sí me tuve que quedar haciendo guardia y velando por nuestro equipa-
miento en el caso de recibir algún ataque inglés; estar preparado como el
comandante del “Tigerfish” e ir al rescate de Zebra: Ta-ta-ta ta-ta, Ban-
bang-bang, rat-ratr-a-crack-tttat. Tu papá es un tipo fuerte y entre nosotros
nos cuidamos y sobre todo hacemos bromas para pechar al frío, cosa áspera
acá si las hay, pero hacemos un gran equipo.
Bueno eso es todo comandante, gracias por tus palabras y vamos a lo que
importa: ¿Estás seguro de que vos querés ser de Boca?

¡Un abrazo, camarada!


Chaco, el gallina.

22
El jilguero

Buenos Aires, 13 de mayo de 1982.

Papá,

Recibí la carta de tu amigo el Chaco. Me dijo que estás bien y que te fuiste a
recorrer la zona. Es gracioso Chaco y me alegro que lea historietas como yo.
Espero que también sea mi amigo cuando lo conozca a él y a Toba. ¿Qué es
pechar? Mamá me dijo algo así como hacerle frente a otra cosa. Creo que en-
tendí. Acá estamos todos muy bien, Oaki, Ma y yo queremos que vuelvas así te
muestro que ya casi paso al Ramiro de 7°B. El más alto del curso y al que todas
las chicas les gusta pero yo tengo pecas y eso dice Paula me hace exótico y creo
que exótico es bueno porque ella cuando dice exótico pone sonrisa de costado y
se hace más linda. Además voy a ser bailarín y prefiero quedarme así de alto
porque ser tan jirafudo puede ser contra prudente o algo así según mamá.
Cuando recibas esta carta capaz ya te pase.

Te abrazo de bostero a bostero en un solo corazón.


Pedro.

23
Cartas de Malvinas

Cerro Dos Hermanas, 23 de mayo de 1982.

¡Hola, Pedro el Exótico!

Acá cuerpo a tierra, papá. Encontré tu carta en la chaqueta del Chaco.


Me la estaba guardando para cuando volviera de uno de los recorridos. Eso
es un amigo, querido Pedro. Mi amigo guardó tú carta -la carta de mi hijo-
en el bolsillo izquierdo, donde se lleva el corazón. Y ahora nos toca a nosotros
llevarlo bien cerca de nuestros latidos. Chaco en uno de nuestras salidas, se
había olvidado en nuestro pozo una cantimplora con las iniciales de su pa-
dre y quiso ir a buscarla y ahí lo perdimos. Corrimos y corrimos como liebres
imposibles pero no hubo caso, ya se había ido. Con el Toba volvimos a la pie-
dra, agarramos su cantimplora y salimos a resguardarnos de los ataques.
Estamos a salvo querido hijo porque algo más grande que nosotros existe y
todavía nos protege.
¡Te abrazo fuerte, mi bostero, bailarín!
No te olvides que lo único que necesita un hombre para ser hombre es
crecer con la felicidad de vivir la vida que sueña.

Pa.

24
El jilguero

Buenos Aires, 1 de junio de 1982.

Pa,

Te extraño un poco ya mucho. Quería escribirlo desde el principio porque


después entre una cosa y otra no lo pongo y es lo que siempre quiero poner antes
que todo.
Siento mucho que tu amigo Chaco ya no esté pero los amigos se quedan con
uno y se convierten en amigos invisibles como Paco el que yo tenía cuando
cumplí tres. Además también está el Toba que mamá dice que es como tu sombra
y siguen siendo tres en las islas con otros más que los protegen desde sus es-
condites para que ustedes puedan salir sin miedo o con poco miedo que eso es
mejor que mucho miedo y dos es mejor que uno y el miedo entre dos siempre se
puede camuflar. Te digo esto porque mamá siempre me dice que soy bueno dando
consejos, que soy muy en lo cuete.
Bueno me tengo que ir hacer la tarea. Ahora escucho a Charly García que
tiene bigote como vos pero de multicolor y con mamá bailamos en la cocina y
Oaki mueve la cola.

Ojalá ya sea que vuelvas.


Pedro, el más bostero de los bosteros.

25
Cartas de Malvinas

Mount Two Sisters, 17 de junio de 1982.

Hola Pedro,
Soy muy contento de poner palabras para contigo. Tu papa dijo estar con
vos este momento de siempre. Si perdonas mi español no muy bueno. Estar
tranquilo poco herido en pata de un lado y pie flaco roto. Muy cansado de
tierra mucha fría y lluvia de vientos. En días de poco tiempo irá vuelta ahí
con barco para ver contigo pronto.
Tu papa muy comando bueno y forzó con enemigo de muy honor y orgu-
llo. Tu estar contento de padre así. Extraña de ti y dulce de leche.
De soldado a soldado,

abrazo amigo,
Robin Artur Wesley.

26
El jilguero

Buenos Aires, junio 1982.

Papá,

Hoy vi un jilguero, así con plumas negras y amarillas como la pluma que me
mandaste. Volaba ágil y por momentos era todo color en movimiento. ¿Cómo voló
hasta acá? Eso me pregunté, ¿cómo se llega de tan lejos o cómo se vuelve?
Mamá dice que cuando uno viaja no se regresa como uno era antes y que eso no
es algo ni bueno ni malo sino distinto. Yo te espero como vengas sólo espero que
sigas siendo de Boca como yo pero si cambiaste de opinión no importa porque
uno ama el corazón.
Salto acá porque quiero hablar de otra cosa y pedir que ya vuelvas. Oaki está
más peludo y rechoncho. El otoñó lo engordó. Ya lo saco a pasear yo solo porque
para eso ya estoy grande y puedo y voy y vuelvo también solo a la escuela porque
mamá ya me deja y sabe que no se necesita preocuparse por esas cosas. Mamá
volvió a dibujar. Qué lindo que dibuja, inventa colores que jamás vi que existieran
y ella los existe. Por la mañana me cuenta que sueña que venís más flaco y con
una cicatriz parecida a la de Rambo y se ríe y me comparte mate porque ya soy
grande.
Voy a bajar acá porque voy a dejar de hablar de mamá en esta parte para
pasar a contarte otra cosa. ¿Te acordás de la chica con la que te conté que bailé
en la fiesta que había hecho séptimo esa vez? Paola. Bueno no me gusta más esa
chica igual quedó en ser mi amiga un futuro cercano me dijo hasta que se le pase.
Ahora me gusta otra chica que se llama Octavia porque es bajita y tiene unos ojos
que de tan verdes que son imagino un bosque. A los dos no nos gusta ir a fútbol
o a hockey tanto como nos gusta hacer teatro y baile. Vamos a hacer de Romeo
y Julieta en el último acto del colegio y estamos practicando mucho.
Vuelvo a poner otro punto y aparte porque aunque piense de verdad en que
ya falta poco para que vengas a casa todavía no venís y me pasa que a veces
subo el volumen de las cosas para no pensar tanto y apretar bien los ojos para
alcanzar el deseo así cuando abra los ojos entre todos esa fosforescencia estés
vos para abrazarte con Oaki y con mamá y no te vayas más a pelear que pelear,
27
Cartas de Malvinas

como decís siempre vos, no te lleva a ninguna parte sino que te lleva más lejos y
te aleja de tu libertad. Y me gusta imaginar que llegas y los dos seguimos siendo
los más bosteros de los bosteros y el jilguero iluminado vuela alto de alegría
porque tiene el latido de tu amigo Chaco quien revolotea de alegría y sigue siendo
gallina dentro de ese pajarito conteniendo su alegría porque uno de sus amigos
por fin regresó a casa.
Cosas así pienso, pa. Ahora sí, te dejo, hasta la próxima. Está sonando el
timbre y Oaki no para de ladrar y eso sí es muy raro porque sólo ladra cuando
está muy contento porque vos llegás.

Te espero,
Tu hijo Pedro.

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¡La perla austral ya no está perdida!
Correspondencia luego de la guerra de 1982

MATÍAS EDUARDO RODAS

La siguiente escena se desarrolla en el año 2052, durante una salida


educativa de la escuela primaria “Gaucho Rivero” de la Isla Soledad. La
actividad escolar consistía en visitar el cementerio de Darwin para rendir
honor a los soldados caídos en la guerra de 1982 y cambiar las flores allí
depositadas. Transcurría el mes de octubre, por lo que podría parecerle
extraño a un lector del año 2022 que se hiciera una actividad de este tipo
en un mes como ese; pero, en aquel momento, luego de varias décadas,
Argentina comprendió que no sólo se debía homenajear a sus héroes el 2
de abril, sino durante todo el año.
Hacía cinco años que la bandera argentina flameaba ininterrumpida-
mente sobre las Islas Malvinas, en cuyo suelo otrora irredento ahora vivían
miles de familias argentinas que habían viajado desde el continente para
concretar la tarea de poblar las islas: ¡la soberanía argentina sobre el archi-
piélago malvinense ya era un hecho! Abundaba el comercio, el turismo, la
ganadería y una incipiente industria. Había dos escuelas primarias y secun-
darias, y estaba en proyecto la pronta construcción de delegaciones de
universidades nacionales para que los jóvenes que así lo desearan pudieran
realizar estudios superiores en las islas sin tener que viajar al continente
para hacerlo.
Durante la salida educativa, la maestra les hablaba a sus alumnos sobre
las acciones realizadas por aquellos que estaban enterrados en el Cemen-
terio de Darwin y que durante décadas custodiaron Malvinas. Luego de la
charla, ella dividió al curso en pequeños grupos para realizar el cambio de
flores y limpieza de placas de un sector del cementerio. Mientras resolvían
esa tarea, uno de los grupos notó que detrás de las flores que ornamenta-

29
Cartas de Malvinas

ban la tumba había una pequeña caja que se camuflaba por tener un color
similar al de la turba malvinense.
Levantaron la tapa de la caja y encontraron un paquete con papeles
prolijamente atados con una cinta celeste y blanca, y un cartel grande que
rezaba “cartas para ser leídas cuando en Malvinas la soberanía argentina
sea una realidad efectiva”. Llamaron a los gritos a su maestra y de inme-
diato todo el curso estaba alrededor queriendo saber de qué se trataba.
Teniendo la cajita con el cartel en sus manos, la maestra decidió que lo
mejor era ver aquel tesoro en la escuela, al resguardo del viento de las is-
las. De regreso en el aula, les mostró a sus estudiantes el descubrimiento
que habían hecho, deteniéndose en recordarles claramente qué significaba
aquella palabra “soberanía” y cómo fue cambiando a lo largo de los años en
las Islas Malvinas. Desató el paquetito de papeles y alzó en sus manos tres
cartas dobladas, dos con papel muy amarillento y quebradizo, y otra más
blanquecina. Procedió a leerlas:

Puerto Argentino, 11 de mayo de 1982

Querida Mamá:

Discúlpame que no pude escribirte antes. Pasa que recién hoy nos traje-
ron a la ciudad, mi posición es el Monte “Longdon” y ahí tenemos guardias
muy estrictas porque se cree que pueden producirse desembarcos enemigos.
Además, el constante bombardeo aéreo y naval que recibimos nos deja poco
margen para realizar diligencias. No creas que es todo malo por acá, el
ánimo mío y de mis compañeros está muy bien, estamos preparados para
hacer frente al enemigo, triunfar y volver a nuestros hogares a abrazar como
nunca antes lo hicimos con nuestros seres queridos.
¡Cuántas ganas de decirte en persona lo mucho que te quiero! ¿Por qué no
lo habré hecho antes? De todo se aprende Mamá.
Contame de vos. ¿Cómo viene la huerta? Escuché que hubo una helada
en Buenos Aires. Acordate de salir a caminar, falta poco para que lo hagamos
juntos nuevamente.

30
¡La perla austral ya no está perdida!

Mamá, no quiero ponerte en compromiso, pero si podes, junto a la carta


que de seguro me vas a responder pronto, también envíame por favor media
docena de medias largas, así comparto con mis compañeros de “trinchera”.
Te pediría algunos de tus pastelitos del 25 de mayo, pero sé que se perderían
en el camino. No te preocupés por nada que acá está todo bien y pronto nos
reencontraremos en casa.
Firme en Malvinas, tu hijo.

La voz de la maestra comenzó a quebrarse, pero continuó con la lec-


tura de la segunda carta:

Buenos Aires, 27 de mayo de 1982

Querido hijo:

¿Podés creer? ¡Recién hoy me entregaron tu carta! ¡Recién hoy supe algo
sobre vos desde que te fuiste rumbo a Malvinas! ¿Por qué no me hiciste caso
y te quedaste acá conmigo? ¿Qué tenés que andar haciendo vos en una gue-
rra? Para eso están los militares, vos sólo hiciste la colimba.
Ojalá sea como vos decís y falte poco para que estés de nuevo en casa. Es
una guerra entre poderosos que se creen dueños de las vidas de los demás,
¡que se vayan a matar ellos entonces! Vos, mi único hijo, deberías estar acá
conmigo como siempre. Por favor, no vuelvas a desoír a tu madre en cosas
como estas. ¿Te tratan bien tus jefes? Se dice que son muy estrictos, ni me
quiero imaginar. ¿Estás comiendo bien? Se escuchan cosas raras en las noti-
cias, los diarios dicen una cosa, los comunicados de gobierno otra, y las radios
de Uruguay otra, ¡así no hay corazón que aguante! ¡Mucho menos el de una
madre sufriente!
Mi consuelo de estas semanas es tejer junto a otras madres de soldados,
hicimos varias mantas y ponchos. Mientras tejemos, cada una cuenta peque-
ñas historias sobre sus hijos, ninguna de nosotras puede creer cómo pasó tan
31
Cartas de Malvinas

rápido el tiempo y que encima estén en una guerra ahora. Con algunas ma-
dres tuvo varios choques, andan por ahí haciéndose las patriotas diciendo
que están orgullosas de que sus hijos estén en Malvinas. Las escucho y me
hierve la sangre.
Nos dijeron que ya estuvieron repartiendo en Malvinas lo que tejimos.
Incluso, nos prometieron que pronto nos harían llegar fotos de los soldados
usando las mantas. ¿A vos ya te entregaron alguna? Las estoy haciendo con
mucho amor, pensando que quizás alguna de las que yo teja te llegue.
Para colmo, nos exigen que las cartas que mandemos sean breves para no
entretener a los soldados en el frente ¡cosa de locos! Hasta en eso nos quieren
controlar. Vos sabés que cuando escribo una carta me gusta extenderme,
tendré que guardarme más cosas para contarte en otra carta o cuando vuel-
vas, que espero que sea pronto.
Lo más importante que tengo para decirte es que te quiero y extraño
mucho, rezo a Dios todos los días por vos y que vuelvas sano y salvo lo más
rápido posible. Tené mucho cuidado con todo, protegete y no te expongas en
vano. Al igual que vos, yo también muero de ganas de abrazarte y tenerte en
mis brazos como cuando eras tan chiquito. Aunque ahora tengas veinte años,
siempre vas a ser mi chiquito.
Te quiere mucho, mamá

En varios momentos de la lectura, la maestra tuvo que mirar hacia


arriba para evitar que se le cayeran las lágrimas. Con gran esfuerzo, pudo
terminar la carta. Ni bien la terminó, los alumnos pidieron que leyera la
tercera:

Buenos Aires, 25 de marzo de 2018

Querido hijo:
Mañana por fin nos vamos a reencontrar. Voy a viajar a Malvinas como
parte de un grupo de familiares de caídos que hasta este momento estaban
32
¡La perla austral ya no está perdida!

enterrados en el Cementerio de Darwin como “Soldado argentino sólo cono-


cido por Dios” y que gracias a la acción de distintos actores internacionales
fueron reveladas sus identidades. Hasta hoy, no tuve un lugar donde llo-
rarte ni dejarte flores, cada vez que quería hablarte, saludarte por tu cum-
pleaños, tenía que mirar al cielo recordando tu sonrisa tan característica.
Mañana, eso se termina: en tu tumba va a estar grabado tu nombre y ape-
llido y vamos a poder, de alguna manera, re encontrarnos.
Lo que te cuento acá en la carta mañana te lo voy a decir, pero tengo
miedo de olvidarme de muchas cosas, entonces lo escribo. Quiero contarte
cómo viví la guerra y lo que vino después, ya sin vos.
Luego del anuncio de la rendición el 14 de junio, corrí esperanzada al
regimiento para tener información sobre vos. No me había llegado ninguna
carta más tuya y los militares no sabían darme información sobre tu situa-
ción o paradero. Los días siguientes fueron de angustia sin igual, a la espera,
sin saber nada sobre vos. Hubo noticias de que los soldados iban a regresar a
Puerto Madryn, por lo que vendí unas cuantas cosas que tenía en casa y me
compré un boleto de micro al sur. Allá tampoco había mucha información y
me mandaron a Campo de Mayo. Ahí me dieron la noticia.
Me dijeron que habías sido un muy buen soldado, comprometido y com-
pañero, pero que no habías sobrevivido al ataque inglés sobre Monte Long-
don. No sabían darme más detalles, pues había sido un combate muy vio-
lento y nada era claro sobre lo sucedido.
Insistí, pataleé, e insulté a cuanto jefe me cerraba el paso en Campo de
Mayo, pero no tuve más respuesta. Tampoco me dejaron que hablara con
algún compañero tuyo que hubiera sobrevivido. Fue el equivalente a más de
mil puñales en el corazón, un dolor y una impotencia sin igual. Atravesé
días, meses y años plagados de angustia, dolor y odio.
En el año 2012, la herida fue curada un poco: un día de frío invierno,
llegó a casa un hombre que yo nunca había visto y llamaba enérgicamente a
la puerta con una bandera argentina en la mano. Salí sin saber qué pasaba
y me preguntó si yo era tu madre, porque él había sido compañero de trin-
33
Cartas de Malvinas

chera tuyo. Me bajó la presión de las emociones que se me cruzaban por la


cabeza y el corazón, por poco caigo redonda al suelo. Me contó de sus días en
el pozo de zorro, de las charlas que tenían, los peligros que atravesaron, y lo
que sentían en esos momentos.
Me contó que ante el ataque inglés a Monte Longdon tuvieron una pelea
muy dura durante largas horas, que gastaron toda la munición que tenían
y que incluso lucharon cuerpo a cuerpo contra los ingleses calando la bayo-
neta en el fusil. Me describió toda la situación como un verdadero infierno.
Gracias a él, pude saber más sobre tus últimos momentos de vida: ya sin
municiones y en amplia desventaja, en la madrugada del 12 de junio reci-
bieron la orden de retirada bajo un intenso cañoneo y, mientras se desplaza-
ban, una bomba impactó a escasos metros de ustedes. A vos y un compañero
tuyo, la onda expansiva los destrozó en el acto y a otros los hirieron de gra-
vedad las esquirlas. Por eso no pudieron reconocer tu cuerpo y quedaste du-
rante tantos años sepultado bajo el rótulo de “Soldado argentino sólo conocido
por Dios”.
Junto a la bandera con la que vino a casa, tu compañero de pozo de zorro
me entregó la carta que yo te había enviado, la cual nunca te llegó a vos. La
carta había quedado en Puerto Argentino y la entregaron a la Compañía
mientras estaban prisioneros de los ingleses. Él pidió quedarse con la carta y
se comprometió a contarme toda la historia. Me dice que fue muy compli-
cado dar con mi paradero, sobre todo porque yo me alejé de todo lo que tu-
viera que ver con Malvinas, los militares, los veteranos de guerra y sus fami-
liares.
Revisé la carta que te había enviado y por un lado me alegro de que no
la hayas visto. Transmitía más mi odio y angustia por la situación que el
cariño que te quería hacer llegar. Pasa que en ese momento, para mí, era una
guerra absurda, en un lugar totalmente alejado y llevada adelante por per-
sonas como vos totalmente ajenas al conflicto. Incluso te decía en la carta
que me llevaba mal con las madres que decían estar orgullosas de sus hijos.

34
¡La perla austral ya no está perdida!

En ese momento no las entendía y para mis adentros (y a veces también ha-
cia afuera) decía que eran palabras vacías sólo para hacerse notar.
Desde 2012 entendí ese orgullo y hoy también lo comparto. Fuiste a la
guerra porque considerabas que era una causa justa, por la cual estabas
dispuesto a darlo todo, y así lo hiciste. Muchas veces, en mis enojos, te acu-
saba de querer más a Malvinas que a tu madre, te acusaba de abando-
narme. Hoy sé que no es así. Que por lo mucho que me querías (¡tenías un
corazón tan grande!) fuiste a proteger la Patria. Desde la visita de tu com-
pañero hubo un cambio interno en mí, cambié el odio y el resentimiento por
esperanza y orgullo. Comencé otra relación con vos, con la Guerra de Malvi-
nas y con los veteranos.
Muchos veteranos me adoptaron como su madre y yo a ellos como mis
hijos. De seguro, estando a la derecha de Dios padre, te pone muy contento
ver esto. Siempre quisiste tener hermanitos.
Mañana viajo a Malvinas por primera vez. Luego de muchos años y de
un trabajo formidable de antropología forense argentina y la Cruz Roja in-
ternacional, tu tumba y la de otros caídos que estaban sin identificar, ahora
tienen nombre y apellido. Tengo un lugar para hablarte.
Tengo la esperanza de que en poco tiempo en Malvinas flameé de nuevo
la bandera celeste y blanca para que así puedas descansar totalmente en
paz, sabiendo que tu esfuerzo y arrojo no fueron en vano. Las dos cartas del
’82 y esta de ahora, las voy a dejar protegidas en una cajita sobre tu tumba,
para que cuando sea una realidad que argentinos poblemos Malvinas, al-
guien las encuentre y conozcan esta historia. Ojalá yo esté viva para ver ese
momento, pero estoy segura que más temprano que tarde, va a suceder.
Me voy a terminar de preparar el bolso.

Te quiere muchísimo, mamá.


¡Viva la Patria!

35
Cartas de Malvinas

La lectura de esta última carta llenó de emoción a todos los alumnos. La


maestra imaginaba la situación, pese a que había años después de la guerra.
Imaginaba el sufrimiento original y cómo había este había trocado por or-
gullo y paz de una madre reencontrando a su hijo de alguna manera.
Lo primero que se le ocurrió decir a sus alumnos fue:
–Si tuvieran que hacer una carta a los caídos en la guerra de Malvinas,
¿qué les dirían?

***

Lector del año 2022, a cuarenta años de la Guerra de Malvinas, ¿qué les
dirías a los caídos y veteranos?

36
El destello en la oscuridad

ROCÍO MILAGROS ZÁRATE

Chubut, Argentina, 18 de junio de 1982

Mauro

Voy a escribirte esta carta aunque sé que nunca vas a poder leerlo, aun
así, quiero mantener vivo en mi mente tus recuerdos para contárselo a mis
nietos algún día, si es que estos sentimientos de desesperanza y desasosiego no
acaban conmigo primero.
La primera vez que me enteré que iba a Malvinas fue tres días después
del 02 de abril, pensé que no iban a llamarme. Todo cambió en el instante
en que veo a aquel hombre parado frente a la puerta de mi casa con una
carta entre sus manos. Recuerdo el escalofrío que me recorrió todo el cuerpo
y el temblor de mis manos cuando recibí el papel, eso no se compara al vacío
en mi estómago cuando mi madre llora al verme juntar mis pertenencias,
mucho menos a la profunda tristeza instalada en mi ser cuando sus brazos
me rodean antes de emprender el viaje.
Fuimos guiados a un Regimiento de Infantería, todo era un caos, las ins-
trucciones fueron cortas y realmente intensas pero sabíamos que no eran su-
ficientes. Literalmente, éramos civiles vestidos de verde con un arma siendo
enviados a tierras desérticas y heladas contra soldados ingleses con años de
instrucción. No hay otro recuerdo más vivo en mi mente que el sueño y el

37
Cartas de Malvinas

hambre, gracias a esto último fue que nos conocimos después de todo… La
primera vez que te vi, estabas arrastrándote por todos lados y ¿cuál era la
causa? Tomaste algo que no era tuyo: un picadillo. El hambre y miseria por
las que teníamos que pasar eran indescriptibles, al punto de que por hacer
cosas como estás nos atrincheraban como animales o nos reventaban los oídos
haciendo simulacros de bombardeos con sus armas, ellos lo hicieron con vos.
Después de ese teatro desastroso, te sentaste a mi lado y preguntaste si
tenía algo con lo que pudieses abrir la lata de picadillo. No puedo evitar
sonreír al recordar lo ingenuo y valiente que eras, me hubiese gustado pare-
cerme más a vos.
Ni en mis peores pesadillas creí que vería aquella destrucción y miseria
humana, ¿alguna vez te imaginaste estar en medio de este caos? No puedo
describirlo, recuerdo la primera vez que escuché a los aviones desde lejos. En
ese preciso instante mi corazón pareciera haberse detenido, el zumbido era
cada vez más más fuerte al igual que los latidos de mi corazón, mi cuerpo
empieza a temblar. El tiempo parece ralentizarse y, cuando salgo de mi
shock, ya era demasiado tarde.
Una explosión a unos 500 metros de distancia tiene, por increíble que
parezca, la fuerza suficiente para hacerme volar por los aires y caer en el
barro, en ese momento grito cuando la manivela del fusil se clava en la
parte blanda de mi costado. El zumbido ensordecedor de las explosiones no
me deja escuchar tus gritos, sin embargo, no impide que tires de mi brazo y
empecemos a correr.
Esa tarde supimos por primera vez lo que era un Harrier, el ataque sor-
presa dejó fuera de combate a más de la mitad del regimiento y no sólo eso,
nos habíamos quedado sin un jodido lugar donde refugiarnos.
Desde allí, dormir se había vuelto un hábito imposible. En esa madru-
gada mientras estábamos sentados, recordé al Harrier planeando por los ai-
res y, por un instante, recuerdo el barrilete que había hecho con mi papá
cuando era chico. Suspiré, recostándome mejor sobre el suelo helado y mi
mente evocando el recuerdo de cuando me escapaba de casa por las noches y
38
El destello en la oscuridad

me acostaba sobre el pasto para mirar las estrellas brillantes. Ahí me di


cuenta que las únicas luces que podía ver son las de los fusiles disparando o
las explosiones de las granadas.
No tuvimos tiempo de hablar de todos modos, enseguida el Capitán había
ordenado salvar lo que se pudiera y replegar. Caminamos más de diez horas,
hasta que el sol estuvo sobre nosotros, en todo el trayecto sentía que mi cuerpo
dejaba de responder con cada paso y aún peor: por primera vez supe de qué
se trataba el “pie de trinchera”. Vos estabas peor que yo, las medias se te ha-
bían pegado a la piel por la sangre, imagino el dolor que habrás sentido en
cada paso, pero por alguna razón nunca lo demostraste, me mirabas con un
rostro pasible.
Con el paso de los días nuestra decadencia emocional y física se hacían
notar pero no, vos tenías que palmear mi espalda siempre y decirme “Toda-
vía estamos vivos”.
La primera vez que disparé contra los ingleses creí que no había dado,
creo que quería no haber dado con alguien, no quería matar y tenía que
hacerlo… no porque quisiera sino porque sabía que si no eran ellos íbamos a
ser nosotros, sería mi madre, mis amigos, mis camaradas, mi patria.
Presencié a hombres volarse partes de sus pies para que así se los llevaran
de nuevo a sus casas y a muchos simplemente volarse la cabeza porque ya no
podían consigo mismos. Te observé pensativo con la boca del fusil apuntando
tus pies, apreté los puños con ira y no tuve mejor idea que quitarte por la
fuerza el arma y empujarte. Era nuestra primera discusión, estuvimos in-
sultándonos por horas.
El enojo nos duró poco. La madrugada del 15 de mayo nos sorprendió con
una ráfaga de disparos, me sentía terriblemente torpe e inútil, habían pa-
sado días desde la última vez que comí algo decente o había dormido por
más de una hora… sin importarme eso, el instinto se encargó de derribar a
los cuerpos rivales.
Ahora mismo no siento los pies, es más, creo que ni siquiera sigo vivo.
Recorrer las calles camino a casa no se siente correcto, no cuando yo había
39
Cartas de Malvinas

prometido mostrártelas. La lluvia empieza a caer suavemente a mi alrede-


dor y dejo de moverme por un momento, con los ojos cerrados puedo recordar
perfectamente esa madrugada cuando las balas dejan de cruzarse, cuando
nos quedamos tendidos sobre el suelo helado tratando de observar entre la
neblina espesa los cuerpos enemigos pero no, habían pasado minutos intermi-
nables y nadie disparaba.
Te miré y me sonreíste, “Todavía estamos vivos” dijiste poniéndote de pie
y extendiendo tu mano hacia mí. Fue en ese momento cuando todo ocurrió,
de repente se escuchan varios disparos nuevamente y tomo tu brazo para
obligarte a tomar cubierta, rápidamente apunto al mal nacido que seguía
abriendo fuego y lo acabamos. Pero al observarte siento cómo la desesperación
se esparce como veneno en mi cuerpo, la sangre brota rápidamente de tu
pecho y la vida se escapa a través de tus ojos. No estaba preparado para que
te fueras, no lo estoy aún. Intenté presionar, sabía que mis intentos eran in-
útiles y al ver tus lágrimas supe que lo sabías, no volverías a casa conmigo…
¿Cómo iba a decirle a tu esposa esto? Sigo sin poder responderme esto. No
pude evitar empezar a llorar, no podías irte. Grité pidiendo ayuda.
Quiero que sepas que, aunque no pudiste hablar en esos momentos, en-
tendí perfectamente lo que quisiste decirme y lo estoy cumpliendo. Todavía
sigo vivo, tengo que llegar a casa y abrazar a mi madre, tengo que com-
prarme ese carro que te prometí y arreglarlo y por sobre todo, ser el padre y
esposo ejemplar que algún día fuiste porque, tú mi querido amigo, serás la
historia que voy a contarle a todos cuando vuelva a casa.
Y donde sea que estés ahora, no te preocupes, todavía sigues vivo… en
mí y en todos aquellos que te queremos y recordaremos.
Atentamente, Benjamín.

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Textos ganadores de la categoría 2
(público en general)
El emisario inesperado

LUIS ARIEL PERALTA ALIANO

Ahora que me acerco, comienzo a tener miedo.


Es extraño, mi mente da vueltas en círculos alrededor de recuerdos.
No estuve allí, pero tampoco debí entrometerme en su vida privada, ni en
la de él ni en la de su familia. Pero lo siento cerca, realmente lo siento,
como si estuviera allí, como si estuviera acá, como si fuera parte de mí.
Como si realmente nos conociéramos.
La crudeza de sus palabras, el realismo con el que describe algunas
situaciones y las anécdotas familiares que utiliza para llegar a los suyos
me hacen creer que lo conozco, que compartí un almuerzo un domingo
con él, que charlamos de la universidad, de nuestros trabajos o del
clima.
Jamás lo vi, pero desde el momento en el que recibí la última, supe que
debía hacer lo que ahora me encuentro a punto de hacer. Al principio no
tuve claro de dónde provino el error, pero cuando llegó la última, supe que
debía encontrarla.
Cuando llegó la primera, la abrí instintivamente. Me acuerdo que me la
encontré un día cuando llegaba de la calle, había salido a comprar algunas
cosas al almacén y la vi tirada en el suelo del lado de adentro en cuanto abrí
la puerta. Mientras caminaba hacia la cocina, tironeando con la bolsa de las
compras, logré abrirla y al comenzar a leerla me llamó la atención como
empezaba: “Islas Malvinas 8–5–82”.
Se me heló el corazón, no sé bien cómo, pero la bolsa se me cayó al
suelo. Con indecisión, la di vuelta, buscando cualquier dato que me ayu-
dara a entender lo que estaba ocurriendo.
En una fracción de segundo miles de ideas cruzaron mi mente a una
velocidad escalofriante: “Tal vez es el familiar de algún vecino que está en
las islas”, “¿Algún compañero del colegio que decidió escribirme a mí en
vez de a su familia?”, “Seguro es una mala noticia”. Pero mi ansiedad en-
43
Cartas de Malvinas

contró respuesta al ver los datos del destinatario, el cual recitaba con letra
clara y prolija:

“Gladys Cisneros
Alvear 1230, Bragado, Buenos Aires
CP 6640”
Bragado es una ciudad chica, pero eso no implica que todos conozca-
mos a todos. Como en otras ciudades, hay dos calles Alvear, Marcelo Tor-
cuato de Alvear y Torcuato Antonio de Alvear. Yo vivo en Marcelo Tor-
cuato de Alvear 1230, que es la más conocida y céntrica de las dos calles
(como pasa generalmente entre las dos “Alveares”). Tal vez por desgano, o
por sentido común, o incluso tentando al azar, el cartero decidió dejarla en
mi dirección y no en la otra “Alvear”.
Recuerdo las cosas que decía esa carta, Juan. Contabas cosas muy tri-
viales, seguro para tranquilizar a tu mamá, Gladys. Narrabas cómo eran tus
amigos en las islas, los lugares de donde cada uno provenía, las cosas que
charlabas con ellos y como compartían el tiempo juntos. Esa carta me robó
una sonrisa. Te imaginé, sin conocerte, supuse que eras morocho, tal vez
alto, con una sonrisa, pero de mirada tosca, campechana, como cualquiera
de los chicos que me cruzo por acá en el barrio.
Terminabas la carta mandándole un saludo a tu mama, a Gladys, asegu-
rándole que no tenías frío, ni hambre, y que estabas bien, que pronto ibas
a volver.
Ese día cometí el mayor de los egoísmos, tenía algunas cosas para ha-
cer, estaba por oscurecer, y decidí recién al otro día intentar ir hasta el otro
lado de la ciudad, hasta la otra “Alvear” y encontrar a Gladys para darle la
carta de su hijo Juan.
A la mañana siguiente, me desperté temprano e hice algunas cosas en
casa. Piqué algo antes de salir, tomé tu carta y encaré hacia la puerta. Había
dejado esa primera carta sobre la mesa, doblada con la mayor de las deli-
cadezas, lista para ser entregada a alguien que la estaba esperando, a al-
guien que realmente necesitaba esas palabras. Cuando di algunos pasos
hacia la puerta, frené en seco.
Había cuatro cartas por debajo de la puerta. Me agaché para tomarlas
y leer el remitente: las primeras tres eran tuyas, tu letra prolija y delicada
indicaba: “Juan Cisneros”. ¿Habrás sido un buen alumno? Es común pensar
que a los que tienen buena letra les fue bien en la escuela.

44
El emisario inesperado

La última tenía otro estilo, una caligrafía sobria y recta, la cuarta decía:
“Gonzalo Vallejos (amigo de Juan)”
Con las cartas en la mano, di algunos pasos hacia atrás y me senté en la
silla que tenía más cerca junto a la mesa. Puse las cinco cartas sobre la
mesa, la primera, que ya estaba abierta, y las otras cuatro. “¿Quién es Gon-
zalo?, ¿por qué escribe por vos?, ¿qué dice esa carta?”. A pesar de que la
respuesta evidente comenzaba a incomodarme en lo profundo de la ca-
beza, intenté esquivar esa idea. Nerviosamente las ordené por orden cro-
nológico. Era 10 de junio, el día que llegaron las cuatro juntas. Al ordenar-
las por fechas, me di cuenta de que le mandabas casi una carta por semana
a tu mamá. ¿Qué más se te podía pedir? En medio de todo eso, te tomaste
el tiempo para escribir una vez por semana.
Pero la idea asomó con fuerza cuando, al ordenarlas, la de Gonzalo
quedó última. Era de hace casi una semana: “Islas Malvinas 2-6-82”.
Te pido disculpas, Juan, el dolor me hizo abrirla. No tenía excusas, no
tenía explicación, pero no soportaba la idea de que esa carta tuviera esa
noticia, necesitaba saberlo.
¿Duele menos una noticia cuando uno sabe que va a recibirla? ¿Puede
mitigar el dolor saber que los peores miedos son realidad?
Gonzalo era tu amigo, lo mencionaste en la primera carta. No lo dice
en ningún lado, pero me gusta pensar que él eligió escribirle a tu familia,
que lo sintió como una responsabilidad, un deber, un favor que se harían
los amigos.
¿Se puede extrañar a alguien sin conocerlo? ¿Se puede sentir el dolor de
una pérdida sin jamás haber abrazado? ¿O sin conocer el tono de voz de la
persona? ¿Sin haberla visto sonreír?
En pocas líneas, Gonzalo trataba de contener la tristeza de Gladys (¿es
posible hacer eso?). Él se describía como tu amigo, no se guardó palabras
para resaltar el refugio que significó para él tu amistad en el medio de ese
infierno. Creo que esa vez fue la primera vez que creí en la palabra “va-
liente” al leerla sobre un papel. Él decía que lo fuiste, ¿por qué no habría de
creerle?
Si iba a llevarle esas cartas a tu mamá, necesitaba saber la historia, ne-
cesitaba comprender lo ocurrido. Tal vez era un intento mío, un intento
inútil, en busca de encontrar en las demás cartas las palabras necesarias
para contarle a Gladys.
Dejé la última carta, la de Gonzalo, sobre la mesa. Levanté la segunda,
iba a leerlas por orden cronológico. Al comenzar a abrirla una idea desga-
rradora cruzó por mi mente, ¿qué diría mi vieja si le llegara una carta di-
ciéndole que desde ahora no podría charlar más conmigo? ¿Cómo acepta-
45
Cartas de Malvinas

ría la idea de saber que ya no habría más mates entre nosotros? No habría
más almuerzos los domingos, ni respuestas a la pregunta: “¿Cómo te está
yendo en la facu?”. Cerré los ojos y me detuve, la sola idea de pensar lo
que sentiría Gladys, mi mamá, o cualquier otra mamá, me hizo pedazos.
Respiré profundo, y con la manga me sequé los ojos vidriosos.
Traté de leerlas todas sin pensar, rápido, sin darle espacio o tiempo a mi
mente de poder conjeturar o reflexionar, sin darle lugar a la emoción. Fue
imposible.
Sentía odio, rabia, impotencia, quise romper la mesa, pero con una
sonrisa tragicómica recordé que me la había regalado mi papá. Detuve el
pie antes de patearla. No tenía certeza, pero algo me decía que yo casi
tenía tu misma edad. La manera en la que hablabas, las palabras que usabas,
algo me lo decía.
A mí me tocaba estar leyendo tus cartas, a vos te tocó no estar, ¿era
justo eso? Muy despacio, las fui acomodando y traté de que quedaran todas
lo más prolijas posibles. Se notaba que estaban abiertas, pero quería entre-
garlas lo más intactas que se pudiera. Las apilé en orden, agarré mi cam-
pera y las puse en el bolsillo de adentro.
La otra “Alvear”, Torcuato Antonio de Alvear, quedaba bastante lejos
de mi casa, casi al otro lado de la ciudad (tal vez fue un intento para que la
gente no las confundiera, hubiese sido más fácil cambiarle el nombre).
Normalmente hubiera agarrado la bicicleta, pero comencé a caminar.
Decidí aprovechar el tiempo que tenía para ordenar un poco mis ideas.
¿Cómo iba a hacer lo que no tenía claro que iba a hacer? Las primeras cua-
dras me debatía entre dejar las cartas por debajo de la puerta o tocar el
timbre para entregarlas personalmente. Ese debate no prosperó mucho.
Traté de pensar: ¿qué dirías vos?, ¿qué diría Gonzalo? ¿Qué pensarían de mí
si las hubiese dejado fríamente por debajo de la puerta de Gladys? ¿Se
puede ser tan cobarde al lado de tan valientes?
Cuando la idea de entregarlas en persona fue una realidad para mí, co-
mencé a pensar en cómo podía hacerlo. ¿Qué le hubiese gustado a tu mamá
que le diga? ¿Qué te gustaría que le dijera alguien en ese momento tan difícil?
Recordé que en todas le decías que estabas bien, que no tenías miedo,
que estabas con tus amigos. ¿Serviría de algo decirle eso?
Caminé unas cuadras más y me acordé de que en la tercera carta decías
que una vez le contaste a tus amigos de los platos que hacía tu mamá, y que
describiste tan bien su pastel de papa, que el resto terminó acordando que
el pastel de papa de Gladys era la mejor comida de las mamás del grupo.
Esa me pareció una idea mejor, el solo hecho de que la hayas recor-
dado, y que indirectamente la hayas presentado a tus amigos es algo que
46
El emisario inesperado

llenaría de orgullo a cualquier madre. Y que hayas convencido al resto del


grupo de que su plato era el mejor de todas las mamás, en medio de una
guerra, probablemente también en medio de una trinchera y casi segura-
mente pasando hambre, es algo que cuesta imaginar que sea posible.
Mientras seguía caminando, me puse a pensar los platos que mi mamá
solía cocinar y cuál era mi favorito. Me sentí un ser miserable al no tener
claro si alguna vez le dije a mi mamá cuál era mi comida favorita. Me pro-
metí a mí mismo que nunca más iba a probar bocado hasta decírselo.
Entré en un trance, muchos fragmentos de tus cartas se arremolinaban
en mi cabeza. Seguía hurgando en esos fragmentos en busca de algo que
me sirviera para poder atravesar la situación. No había preparación para lo
que estaba por hacer. ¿Vos estabas preparado para lo que te tocó? ¿Se
puede estar preparado?
Tal vez el tema de la preparación me hizo acordar a la facultad y re-
cordé que en la segunda carta contabas que tenías ganas de volver a la fa-
cultad, que extrañabas estudiar y a tus compañeros.
Nunca lo supe, pero tal vez vos no querías eso, o si lo quisiste, si fuiste
porque lo sentiste necesario, tal vez no te lo imaginabas como realmente
fue. Querías volver, aun estando allá imaginabas volver a la facultad, seguir
estudiando y volver a ver a tus compañeros.
¿Qué otras cosas te hubiese gustado volver a hacer? ¿Qué hubieses re-
tomado? ¿Qué hubieras esperado para tu futuro?
Yo estaba estudiando y no sabía ni a qué materias me iba a anotar el cua-
trimestre que viene. Sinceramente, incluso dudaba de si iba a seguir estu-
diando al año siguiente. Negué sutilmente con la cabeza y seguí caminando.
Cuando estaba llegando, recordé que Gonzalo contaba que fuiste de
gran ayuda para él y el grupo, que sin tu energía y alegría no sabían cómo
podrían haber tolerado los días en las islas. Eso me hizo recordar a un
amigo. No conocía más que mil palabras sobre vos, Juan, casi todas escritas
por vos mismo, y unas pocas escritas por Gonzalo. Pero tengo un amigo
que es de ese estilo, como vos, que nunca deja de sonreír, que no importa
que tan complicado pinte todo, él siempre encuentra algo bueno para ver,
algo que te anima a seguir adelante o que te hace sentir un mufa que siem-
pre está viendo lo malo. Hasta podríamos haber sido amigos. Levanté la
cabeza y miré el cartel que estaba en la esquina, la letra blanca y desgastada
decía “T. A. de Alvear 1200-1300”.
Caminé por el lado impar, no tenía el valor para acercarme, me tembla-
ban las piernas. Justo enfrente de tu casa hay un almacén. En mi cabeza
comenzaban a surgir ideas ilógicas, en busca de esquivar el deber que se
me había encomendado. Entré al almacén y dije:
47
Cartas de Malvinas

—Hola, buen día.


—Buen día, ¿en qué te puedo ayudar? —respondió el señor que atendía.
Era un tipo mayor, uno de esos que te cruzas a la tarde tomando el
mate en la vereda los domingos.
—Disculpe —le dije—. Busco a Gladys, familia Cisneros, no tengo bien
la dirección, pero sé que vive en esta cuadra.
—Sí, la Gladys, vive acá nomás, enfrente, el 1230 —respondió el alma-
cenero asomando su cuerpo por sobre el mostrador y señalando en direc-
ción a la puerta de la casa que estaba cruzando la calle.
Asentí en silencio. El tipo se me quedó mirando y luego me dijo:
—¿Estás bien?
—Sí, sí, perdón, es que hace mucho que no veo a Gladys —dije; fue lo
mejor que me salió—. Muchas gracias.
Me di vuelta para salir del almacén. Mientras cerraba la puerta, el alma-
cenero gritó:
—Tocá timbre. Está en la casa, la vi entrar hace un ratito.
Fue un baldazo de agua fría.
Caminé hasta el cordón y miré hacia la izquierda y la derecha dos ve-
ces para ver si venía un auto. En Bragado, en esa calle, a esa hora, tenés
más chances de cruzar una vaca que un auto. Pero tenía miedo, no quería
cruzar.
Nuevamente recordé lo injusto que sería, para vos, para Gonzalo y
para Gladys, que no cruzara esa calle y que no entregara en persona esas
cartas que estaban en el bolsillo de adentro de mi campera.
No tengo ni idea cuánto pesa el equipo de un soldado, pero ese puña-
dito de papeles en mi pecho pesaba mucho para mí.
Crucé la calle. Al llegar a la otra vereda caminé esos pocos pasos que
me separaban de la puerta de tu casa. Había unas plantitas afuera, unas
plantas normales, pero estaban muy bien cuidadas, con amor.
Miré el umbral y no pude evitar pensar que era como muchas de las
casas del barrio. Me latía fuerte el corazón. Ya no sabía si era miedo, adre-
nalina o qué cosa. Estiré la mano para tocar el timbre, pero me detuve un
milímetro antes de que mi dedo tocará el botón. Personalmente no me
gusta el sonido de mi timbre, prefiero el sonido del golpe sobre la madera,
es más “natural”.
Desvié mi mano y toqué la puerta. Dos golpecitos.
Sentía que las cartas se habían hecho pedacitos en el bolsillo, presiona-
das por mi respiración espasmódica y los latidos que las estrujaban contra
la campera.
—Ahí voy —se escuchó adentro.
48
El emisario inesperado

Mientras repetía en mi mente cosas sin sentido que había pensado en


decir para iniciar la conversación, escuché como la cerradura giraba desde
adentro. Un frío trepó por mi espalda, envolviéndome, yo no estaba pre-
parado para eso.
La puerta se abrió, y se asomó una señora. Con la voz entrecortada
pude decir:
—¿Gladys?
Al escuchar su nombre, se sintió un poco más confiada y abrió la puerta
completamente.
Ahí pude verla de pies a cabeza. ¿Al decir su nombre habrá pensado
que era un amigo tuyo?
Nerviosamente me metí la mano en el bolsillo y saqué el manojo de
cartas.
—Ho… Hola —dije.
Gladys inclinó levemente la cabeza, como sorprendida y me dijo:
—¿Estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?
No tengo claro cómo fue todo lo que pasó luego. Como si fuese algo
traumático, mi mente almacena solo dos detalles de ese día.
Lo primero es el parecido. Tu mamá es muy parecida a mi mamá, Juan.
Eso me partió el alma, me fragmentó en mil pedazos mientras me mante-
nía de pie frente a la puerta. Realmente son muy parecidas, hasta sentí que
alguna vez podríamos haber comido el mismo pastel de papas. La manera
en la que me hizo una pregunta tan simple como “¿Estás bien?” me hizo
acordar a ella. Fue como si me pasara por arriba un auto. Sentí ganas de
abrazarla. A vos y a ella los privaron de volver a sentir eso.
Lo segundo fue el frío. No pude contenerlo, una lágrima se me escapó
del ojo izquierdo. Y la sensación de esa gotita diminuta atravesando mi
cachete me congeló.
Gladys lo notó, sin preguntarme mi nombre, sin preguntarme qué que-
ría, me dijo que pasara adentro. Lo que mi mamá hubiese hecho por vos,
ella lo hizo por mí.
La puerta se cerró y el almacenero que miraba desde enfrente se quedó
con la mirada fija en la entrada de tu casa, sintiéndose extraño por lo que
acaba de ocurrir, ajeno a todo. Un nene que venía en bicicleta frenó en la
vereda, dejó la bici apoyada en un árbol y entró en el almacén. El almace-
nero salió de su trance y dijo:
—Buen día, ¿en qué te puedo ayudar?

49
El cuero siempre cede

FEDERICO GARCÍA SILVA

Silencio o, mejor dicho, ruido de viento, ¿es eso el tiempo aquí?


Un vacío arrastrado por el viento.
No quiero pensar, imaginar en la guerra es malo. Tras ese silencio, quién
sabe lo que se avecina.
Viento incesante, los puchos no duran nada.
Ni siquiera en este hueco, que supuestamente nos refugia de las bom-
bas enemigas, no habla ninguno, ahorran la energía de las palabras, por
ahora innecesarias. No tardarán en llegar.
Son áridas las islas y las botas me quedan grandes, hubiera preferido
que me quedaran más chicas, así al menos no tropezaría, cuando nos hacen
mover al trote, tal vez dolerían un poco, sí, pero no tardaría en ceder el
cuero, el cuero siempre acaba por ceder, o podría hacerse aquí un pe-
queño tajito y ya.
Algo siempre cede, ellos, nosotros, ¿cuánto más podría extenderse?
Resistir, al viento, al frio, la lluvia, el hambre, la distancia, el abandono,
la muerte, la locura. Resistir a la fatiga.
Resistir este silencio que lo envuelve todo como calma momentánea.
No es el hueco garantía de resguardo, resguardo es el silencio este,
solo el hueco es nuestra propia tumba.
Antes de ser derrotado el mismo viento que sostiene los aviones, los
que vienen a matarnos y el que trae las granadas asesinas, nuestro tiempo
libre, el que barre el pensamiento y las córneas.
No quedan ganas de hablar, ya habrá tiempo de hablar solos, por la
boca de los subtes, amputados en los trenes ofreciendo un souvenir con
nuestras extremidades.
Otro viento poderoso asolando el continente y no, no seremos noso-
tros audaces elevados en vuelo triunfal, ni el pabellón que me cubra como

51
Cartas de Malvinas

abrigo, aquel que con las manos al gatillo vigilante prometí defender con
bizarría.
Lo lamento tanto, Hermano, ya tu delantal no es blanco, desgarrada ya
la insignia de pureza, manchada la inocencia en sangre propia y extranjera,
gringa y gaucha, propia y ajena. Las lágrimas y el mar salados, dulces la
sangre y el pis. La tierra, la pólvora, el frío, el dolor y el fuego son un mismo
torbellino que rompe el silencio.
El silencio es viento, tiempo arrastrado, quiero hablar, quiero llorar,
quiero gritar, no pienso en nada.
Deambulo por San Telmo y sus paredes de silencio, por Once, por Isi-
dro Casanova y San Justo, llevo mi tiempo-silencio conmigo, es aire que se
escapa involuntariamente por mi boca, murmullo ininteligible, olvidado
pero no olvido.
No lo he conseguido, hermano, y Dios sabe que lo intenté, sin embargo
no puedo. ¿Por qué misterioso motivo? Las islas están en mis ojos, mi es-
palda, mis piernas, se me ha metido la guerra, la traje conmigo adentro,
libro una guerra en mi pecho, mezclando el fuego y el vino, el vino y la lo-
cura que pagó el Estado, me quitaron el silencio y la alegría de marchar a
defender la patria con mis otros compañeros y si marcho, marcho preso
por borracho, si me acerco a la avenida, y tampoco se los digo.
Calabozo mente, mente cueva, cueva trinchera, trinchera tumba, cala-
bozo muerte, muerte isla, isla tumba, resistir, silencio. El cuero cede, tarde
o temprano.

52
Cuenta saldada

MARCELO GALLIANO

Dependiente del bar Los sauces

La verdad, si usted me preguntara lo que hice esta mañana, le tendría


que mentir o decirle que no me acuerdo pero, en cambio, el día de la
vuelta de Carlos al pueblo lo tengo patente en la cabeza. Sí, se lo juro, en-
tró acá al bar y parecía una figurita recortada de un álbum de fotos, cómo
explicarle, una hoja arrancada de una revista vieja. ¿A usted no le pasó
nunca eso de ir por la calle y ver en el piso un retazo de “Gente” o de “TV
Guía” de cuando Maradona andaba de novio con la Claudia? Bueno, algo así
me pareció el Carlos, ese día, al entrar por la puerta de mi bar. No es que
yo le echara la culpa de lo que había pasado. Dejémonos de joder, el pibe
se había rajado del país con la familia porque al viejo le habían batido que si
se quedaban eran todos boleta. Espere, no estoy diciendo que el padre del
muchacho fuera guerrillero ni mucho menos, pero no sé, andaba en el
sindicato y parece que alguno se la tenía jurada y corría el riesgo de que se
lo chuparan los milicos. Pero bueno, usted sabe que la gente confunde
todo, más que nada porque el Carlos era tan amigo de Esteban y de Raúl…
Eran un trío inseparable. Pero de ahí a guardarle resentimiento al pibe por
haberse salvado de que lo mandaran a pelear a Malvinas... Mire si será
idiota la gente…

Carlos

Mire, señor, pensándolo bien podría decir que era justo, innegable-
mente justo que me pasara a mí, que el destino me arrojara la piedra en
plena cara, haciéndome sangrar la boca de culpas, de reproches, de pasado
a medio podrir.

53
Cartas de Malvinas

Lo supe al llegar, eh, o mejor dicho: al volver. Usted sabe que cada lugar
tiene un coro propio de murmullos. Nadie iba a decírmelo a viva voz, ob-
vio; nadie se iba a parar frente a mí a reclamarme los años de ausencia. Pero
fíjese que bastó que me miraran al entrar, que me tiraran a mansalva sus
ojos envejecidos, que alguno me palmeara sin hablar demasiado, que la luz
amarillenta del lugar cayera en los vasos como una caricia enferma. No,
nadie iba a decírmelo, es cierto. Aunque algo de todo lo que ocurrió lo supe
estando allá, joven, hojeando El País de cara al Museo del Prado, bien lejos
de la Argentina, de los tiros, de la dictadura y de toda esa mar en coche.

Madre de Raúl

La verdad, cuando me enteré de la vuelta de Carlos tuve una sensación


rara, de alegría y de tristeza. Usted pensará: “¿Qué dice esta mujer?”, pero
es así. Y hasta le voy a decir algo más: tuve bronca y hasta un poco de en-
vidia. Sí, tan católica que es una y con ese sentimiento tan feo de la envi-
dia…, ese bichito que lo corroe todo, ¿vio? No es que yo hubiera querido
que a Carlos le ocurriera algo como a Esteban o como a mi hijo, no, Dios
me libre, eso no se lo deseo a nadie, ni el infierno que fue esa guerra, ni el
infierno que vino después, que fue casi peor. Porque usted sabrá que los
golpes en caliente no duelen tanto, es después cuando se toma conciencia
de las heridas, de lo perdido, más cuando lo perdido es un hijo, o mejor
dicho, el alma de un hijo, porque de una forma u otra a mi Raúl le pasaba
casi como al Esteban, estaba vivo, claro, los dos, mal o bien, seguían vivos,
pero ¿para qué? Por eso cuando supe que Carlos había vuelto del pasado,
tan ileso, tan fuera de todo lo vivido… No sé, hasta tuve miedo de que la
situación de Raúl se agravara, y tan equivocada no estaba, ¿no? Mire, sino,
lo que pasó.

Parroquiano del bar Los sauces

Pero cómo no me a voy a acordar, si yo fui el primero al que saludó


Carlos al entrar, la mañana de su vuelta al pueblo. Estaba igualito, bah, con
esa cara de pibe que todavía le dura, casi con esa mirada inocente de
cuando salía corriendo porque alguna vecina los quería fajar a él y a sus
amigos por joder con la pelota a la hora de la siesta, o como un adoles-
cente… ese adolescente que se fue de acá antes de que le tocara ir a la
guerra. Le juro que cuando me saludó tuve ganas de putearlo, de decirle:
“¿Te sentó bien el sol madrileño, pedazo de turro? ¿Y, tu viejo la sigue ju-
gando de Che Guevara en el primer mundo?”. Pero no le dije nada, no,
54
Cuenta saldada

¿para qué?, si a la larga lo que Esteban no iba poder decirle se lo iba a tirar
en la cara Raúl, sí, como un puñado de locura se lo iba a tirar, persiguién-
dolo como nos perseguía a todos en el pueblo, como un loquito. Así se lo
iba a tirar. Es que todo se paga en la vida, carajo, todo se paga.

Carlos

“‘¿Y?”, pude haber dicho cuando entré al bar a reencontrarme con to-
dos. “¿Y?”, podría decir aún hoy, si en ese entonces yo era un adolescente
que se había ido con sus viejos a hacer patria a otro puerto, a enterarse de
todo por televisión española, a lloriquear de vez en cuando y a pensar en
qué hubiera sido de mí si…
Qué quiere que le diga; yo me estaba haciendo hombre entre el Cola-
cao, los churros madrileños y la revista Interviú, y un día me llegó la noticia,
o le llegó a mi viejo, ya ni me acuerdo cómo fue, pero llegó: Raúl y Esteban,
mis dos grandes amigos, habían sido alistados para Malvinas, así de simple,
así de trágico.
Yo no reaccioné en seguida, es cierto. Creo que mis viejos en ese en-
tonces no dijeron mucho más que “Qué barbaridad, pobres pibes”, sí, no
mucho más, porque mucho más hubiera significado: “Menos mal que vos
estás acá”.
Al tiempo las noticias se sucedieron. Los mismos argentinos que está-
bamos afuera llegamos a creernos la novelita que vendía la Junta Militar, los
partes de guerra sin cadáveres nuestros, la caricaturización del enemigo,
de esa flota británica que tildaban de lenta, de ilusa por no pensar que en
esos islotes se encontrarían con unos guerreros…, guerreros de 18 años
casi muertos de hambre, casi muertos de miedo, casi muertos a tiros.
La historia más o menos se sabe. La guerra se perdió y como en toda
guerra murieron personas, y otras se volvieron locas o mutiladas o enfer-
mas o llagadas de odio, algo así como un gramo menos que morirse. Raúl
y Esteban eran parte de ese grupo de muertos en vida.

Ex enfermera del hospital de Buenos Aires

Claro que me acuerdo del caso, si yo trabajaba en el hospital cuando


llegó aquel chico, ese tal Esteban, si salió en todos los diarios, estuvo en
coma durante años. Y más que acordarme de él me acuerdo de la proce-
sión de visitas que tenía al principio y de lo solo que estaba al final. Ah,
¿sabe de quién me acuerdo también?, de un pibe que vino mucho, uno que
lloraba más que los familiares cuando lo veía a ese muchacho en la cama.
55
Cartas de Malvinas

Creo que se llamaba Raúl, nunca supe quién era, la última vez que lo vi
lo tuve que sacar de la habitación con otros dos enfermeros, porque se le
puso a gritar en la cara a Esteban: “Perdoname, perdoname”. No sé qué le
tenía que perdonar, vaya a saber…

Carlos

Hoy lo pienso y tiemblo. Tiemblo como ante un arañazo de hielo.


Tiemblo como el día en que regresé y supe que Esteban jamás pudo volver
al pueblo, que estaba (bah, estaba era una manera de decir) en un hospital
Buenos Aires, rodeado de cables y de tubos que lo mantenían vivo hacía
años, desde la guerra, en un sueño injusto e interminable, sin decidirse a
resucitar o a morirse del todo. Y que Raúl…, Raúl sí estaba en el pueblo,
aunque en su caso la palabra “estaba” también era una manera de decir: al
volver de Malvinas se había convertido en un loquito que corría de calle en
calle contando un sueño recurrente que lo atormentaba noche a noche,
una culpa de guerra que habitaba en él, sin saldar.

Dependiente del bar Los sauces

Y mire que cuando digo que si será tonta la gente incluyo a tipos que yo
creía con un poco más de cabeza, pero bueh… Echarle la culpa al Car-
los…. qué locura, una locura como la de Raúl que se echaba la culpa a sí
mismo por cómo estaba Esteban. Sí, ¿no le contaron como fue la historia
del día que lo hirieron?

Madre de Raúl

No estaba tan equivocada. Porque al regresar Carlos al pueblo, Raúl se


puso peor. El sueño ese del que hablaba, se le repetía con más insistencia.
Siempre el mismo sueño, la misma pesadilla: aquel soldado inglés tirando la
granada que lastimó a Esteban y él quedándose inmóvil sin poder hacer
nada.
Se puso peor dije. Porque hasta la llegada de Carlos yo lograba conte-
nerlo, yo o las pastillas que le habían recetado. Pero a partir de ahí fue
imposible, salía a la calle corriendo, como buscando a alguien para contarle
la pesadilla. Alguien, sí, y lo encontró, claro que lo encontró…

56
Cuenta saldada

Dependiente del bar Los sauces

Creo que fue en Puerto Stanley, pero no en pleno combate, sabrá dis-
culparme que no tenga los detalles exactos. Por lo que se ha dicho, Esteban
y Raúl estaban atrincherados, tiritando de frío, cuando una granada cayó en
el lugar. Esteban se desvaneció al instante y el pobre Raúl se quedó está-
tico, sin gritar, sin reaccionar…Pero ¿qué iba a hacer el pibe? ¿Iba a salir
solo a buscar al que les había tirado el confite? Pero bueno…, usted sabe
cómo es el alma humana, a veces se agarra culpas que no le corresponden.

Parroquiano del bar Los sauces

Ya dije que todo se paga. Y cómo pagó Carlos su ausencia…, se la hizo


pagar el loco de Raúl. Todas las tardes, ni sé cuántas, se le abalanzaba ape-
nas lo veía por el pueblo y le contaba lo mismo, siempre lo mismo, con su
voz atropellada, casi llorando, sí, le contaba ese sueño, esa dichosa pesadi-
lla, que era una forma de decirle: “Mirá cómo quedamos nosotros mientras
vos te bronceabas en el Mediterráneo”. Se lo contó y se lo contó hasta que…
Mire, cuando me enteré de la decisión de Raúl, más bronca le tomé a este
Carlos. ¿Cómo, usted no sabe lo que pasó después?

Carlos

A mi vuelta, cuando me vio por primera vez después de tanto tiempo,


Raúl me empezó a hablar como si nada, como si no hubieran pasado tantos
años desde la última conversación, como si hubiésemos charlado hacía un
rato. Sí, me empezó a hablar como si me hubiera estado esperando, sa-
biendo que volvería para escuchar su sueño, su pesadilla. “Carlos, Carlos”,
me dijo, “pasó de nuevo, la granada, Esteban desmayado y yo ahí, sin mo-
verme, sin animarme a vengarlo…”.

Madre de Raúl

Y yo no tengo consuelo, qué quiere que le diga. Nadie intuyó que Raúl
iba a terminar haciendo lo que hizo. Si estaba medicado —bien medi-
cado—, si los psiquiatras decían que hasta podía mejorar y todo. Por eso le
digo que la llegada de Carlos le hizo peor, por eso se lo digo…

57
Cartas de Malvinas

Dependiente del bar Los sauces

Sí, culpas le dije, culpas que no se soportan y que el ser humano busca
la manera de aliviar. Y a veces de la peor forma. Se mató. Así como lo es-
cucha. Raúl se suicidó pegándose un tiro, y aunque algunos digan que la
culpa fue de los ingleses o de los milicos o del pobre Carlos, que fue tan
inoportuno en volver, yo digo que fue por la culpa.

Ex enfermera del hospital de Buenos Aires

Ya ni me acuerdo cuánto tiempo estuvo en coma ese muchacho Este-


ban. Lo que recuerdo es el día de la muerte, o sea… cuando pasó de la
muerte clínica a la muerte real; lo publicaron los diarios porque ese mismo
día se había suicidado otro excombatiente de Malvinas en un pueblito del
interior. Mire qué casualidad.

Carlos

Murió feliz, sí, no me mire de esa forma, Raúl murió feliz, sin culpas.
Nadie sabe lo que yo sé, ni la propia madre, porque solamente habló con-
migo esa tarde antes de hacerlo. Y mire que yo pensaba que estaba loco y
que todo había sido obra de esa locura, pero no, como le digo, esa tarde,
a eso de las cinco, cinco y cuarto, me corrió como cada día pero con otra
cara, otro semblante. Me dijo que estaba feliz, que había soñado una vez
más, pero que estaba vez el sueño era distinto, esta vez la granada lo des-
mayaba a Esteban pero él corría, sí, se había animado a correr hasta alcan-
zar al agresor y matarlo.
Esa misma noche me enteré lo que había hecho, de su suicidio, pero no
lo entendí del todo hasta el otro día, cuando leí en los diarios que en un
hospital de Buenos Aires había muerto un excombatiente luego de estar
muchos años en coma.
Supe entonces que Esteban había muerto en paz, sabiéndose vengado
por Raúl en ese indescifrable terreno de lo onírico, y que Raúl se había
suicidado con la alegría de haber pagado su deuda. También supe, y no me
veo en la obligación de demostrarlo, que los dos, desde ese extraño lugar
en que se mezclan el sueño y la muerte, se habían encargado de que yo, el
gran amigo de ambos, supiera que la cuenta estaba saldada.

58
Rondeau 1234

MARÍA EUGENIA KNITTEL

A quien sea fuerte en la batalla, Dios recompensará.

A Matilde le gustaría decir que escribió la carta impulsada por la bondad


y la emoción de tener algo que ofrecer para quienes no cargaban más que
con miedo e inexperiencia, pero el aburrimiento de una tarde de jueves
lluviosa y el sin fin artículos en el diario que leía sobre el conflicto fueron las
verdaderas razones.
Le dio vida a la primera carta que envió a las Islas Malvinas, apoyada con
poca gracia sobre el mostrador de la mercería, el negocio familiar desde
hacía ya catorce años, con una factura en la mano. Tuvo que hacer varias
pausas mientras escribía para frotarse los dedos con una servilleta para
sacar la grasa, y cuando la respuesta llegó de forma inesperada, su falta de
compromiso la hizo sentir fatal, tanto que cerró el negocio más temprano
y caminó cabizbaja las tres cuadras hasta su casa, como cuando volvía del
colegio con una mala calificación escrita con tinta roja en la libreta de co-
municaciones.
Santiago Antero, de tan solo diecinueve primaveras, fue quien le con-
testó. Era, según sus propias palabras, un soldado raso sin importancia al
que zarandeaban y mandaban de acá para allá.
Había disparado tres veces antes de que lo mandaran a la guerra. Las
tres veces en un mismo día, presionado por su papá durante las vacaciones
de verano de 1981.
Su cumpleaños número dieciocho lo convertía oficialmente en un hom-
bre y su padre pensó que llevarlo a cazar era la mejor forma de celebrarlo.
Le disparó a la nada en medio de los bosques de Córdoba, rezando no
tener la mala suerte de darle a algún animal que justo pasara por ahí.
59
Cartas de Malvinas

Apretó el gatillo para contentar a su papá y también para asegurarse de


que las armas no eran lo suyo, lo cual logro con creces. Padre e hijo volvie-
ron al hotel en un silencio incómodo y después de esa tarde de festejo fa-
llida, no volvió a tocar un arma hasta que lo subieron a un barco con destino
a las Islas y le pusieron un fusil destartalado en las manos. En la cubierta, con
la cara entumecida por la fuerza del viento, pensó que si tuviera la oportu-
nidad volvería el tiempo atrás sin pensarlo dos veces. Preferiría que su vida
dependiera de su nula habilidad para cazar ardillas o cualquier pájaro autóc-
tono de la Republica Argentina a tener que verse obligado a matar personas.
La idea de darle fin a la vida de otra persona lo atormentaba, pero sin
dudas le tenía más miedo a su propia muerte, así que se encontró a sí
mismo observando el arma durante todo el viaje en barco, intentando que
su peso se sintiera natural en sus manos para que, a la hora de usarla, no
titubeara.

II

El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los


que jugamos.

“La mejor amiga de mi abuela, con la que jugaba al chinchón todos los días
de dios, también tenía una mercería. Una vez me trague un botón, de los que
usaban como pozo falso en las partidas y termine en la guardia del Santojanni.
La verdad, creo que todavía lo tengo dando vueltas adentro”.
Matilde se rio al leer la anécdota, pero unos segundos después, desapa-
recido ya el calor que provocó la risa en sus mejillas, sintió ganas de llorar.
¿La esperanza de defender territorio argentino recaía en las manos de
un chico que se tomaba el tiempo de contarle una tontería como esa? Una
mezcla peligrosa de ingenuidad e ignorancia se palpaba entre las líneas,
haciendo todo más difícil para el corazón de Matilde. Sentía una inmensa
pena por el pobre chico que estaba en un lugar donde no debía estar, víc-
tima de un destino desafortunado.
Inundada de impotencia, en la segunda carta le preguntó qué necesi-
taba, si podía ayudarlo con algo. Él le contesto: “Acá no hay nada. Hace falta
de todo. Los ingleses apilan el armamento que les sobra y nosotros lo único que
tenemos para apilar son muertos”. Y el resto del mensaje ya estaba teñido
60
Rondeau 1234

por la amargura de la guerra, escrito con una caligrafía de trazo hostil que
rasgaba la hoja. Matilde no sabía si la presión impresa en el papel era pro-
ducto del frío o de la furia, pero sí sabía que Santiago ya no contaba anéc-
dotas de su pasado alegre. Estaba hundido en la miseria del presente que le
habían impuesto, con el cuerpo embarrado, congelado y el alma joven de-
masiado cansada. La diferencia había sido abismal, como si la primera y
segunda carta hubiesen sido escritas por dos personas totalmente distintas.
Matilde, por su parte, seguía en la mercería, ya sin facturas en la mano
porque la angustia le había quitado el apetito. Se sintió estúpida empaque-
tando botones y artículos para remendar, pero al mismo tiempo, cuando
dejó los paquetes en el correo, lo hizo con el semblante duro y solemne,
como si estuviera enviando algo mucho más importante de lo que real-
mente era.
La noche anterior, mientras hacia la lista de lo que le mandaría a San-
tiago, pensó que las cosas triviales que vendía con liviandad y casi por iner-
cia a las mujeres que entraban al negocio, podían tener otro significado. El
botón que le vendió a la señora Villalba esa misma tarde, el que segura-
mente usaría para arreglarle el traje a su marido, era el mismo botón que
podía cerrar el bolsillo deshilachado de un informe, en el que se resguarda-
ría comida o algún medicamento que salvaría la vida de algún soldado.
Nueve días después de su última visita al correo, terminada la cena,
Matilde lavaba los platos cuando su papá se acercó. Era principio de junio
y el hombre, tras una vida entera dedicada a tener negocios, notó algunas
irregularidades en los inventarios de la mercería. Hizo ademán de apoyar
el libro contable sobre la mesada, pero se dio cuenta de que lo podía arrui-
nar con el agua y la espuma del detergente, así que se quedó quieto por un
momento frente a ella, mostrándole a su hija la hoja y las incongruencias
marcadas con una lapicera roja. Matilde tenía veintitrés años y, por segunda
vez en menos de tres meses, volvía a sentirse como una estudiante indisci-
plinada de quince.
—Hija…si no puedo confiar en vos, ¿entonces en quién?
Matilde no le había contado a nadie sobre el intercambio de cartas. No
sabía por qué había elegido guardarlo como si fuera un secreto pero enten-
día que, le gustara o no, tenía que darle una explicación a su papá porque,
después de todo, el negocio no era suyo.
Dispuesta a explicarse, cerró la canilla y se sacó las manos con un repa-
sador. Lo dobló de forma minuciosa, como si hubiese sido aprendiz de una
mucama de algún hotel de renombre de la capital, y lo enganchó en la
manija del horno.
—Saqué algunas cosas para los soldados.
61
Cartas de Malvinas

—¿Qué soldados?
—¡Los de Malvinas, papá!
—Ay, Matilde —Genaro Fray negó con la cabeza—. ¿Para qué te metés
en esas cosas? ¿Qué tenés que ver vos con la guerra? Estas tirando nuestra
plata y nuestra mercadería. Comemos de lo que da la mercería, no podés
desperdiciar las cosas así. No creo que les llegue nada a los pobres pibes
esos…
Su papá tenía razón. La guerra no los había afectado de forma directa.
No conocían a nadie cercano que hubiese sido reclutado y cuando algo de
tal magnitud logra milagrosamente esquivarte, lo mejor es no acercarse.
Matilde no pensó que se involucraría tanto con la historia y el bienestar
de alguien a quien no conocía. Las únicas cartas que había escrito antes
habían sido para sus amigas, durante su época escolar. Eran misivas llenas
de tonterías, chismeríos sobre amores imposibles y planes para las vacacio-
nes, en su mayoría en la costa atlántica.
Pero la joven no podía evitar pensar que Santiago tampoco tenía que
ver con la guerra. Antes de embarcar para las Malvinas, era un chico co-
mún y corriente, que ocupaba sus días pensando qué carrera estudiar en la
universidad. Que si pública o privada, que si era mejor estudiar o directa-
mente trabajar. Pensaba cosas mundanas, las mismas que pensaba Matilde,
las mismas que pensaban su papá y su mamá. Hasta que la guerra, tan ajena
a su existencia tranquila, lo llamó y él no pudo cerrarle la puerta en la cara
o darle la espalda tal como hacían los Fray.
Un día era Santi, el hijo de Raúl y Paula Antero, el hermano de Conny,
el que jugaba de cinco en el equipo de futbol del barrio; y al otro era San-
tiago Elías Antero, soldado del ejército argentino. Le pertenecía a la patria,
había perdido parte de su identidad e individualidad, convirtiéndose en un
peón de un juego demasiado elevado para el cual no estaba preparado.
Por eso, aunque Genaro se mostrara disgustado, Matilde ya no podía
mirar hacia otro lado.

62
Rondeau 1234

III

La basura de uno es el tesoro de otro.

Esa frase le daba vueltas en la cabeza mientras seleccionaba las cosas


que menos se vendían en el negocio, las que se guardaban en cajones que
juntaban polvo fácilmente si no se los limpiaba con una franela de forma
constante. De esos cajones había sacado la mayoría de las cosas que le
había mandado a Santiago y, aun así, su papá se había quejado. ¿O se que-
jaba de cómo había actuado, sin avisarle ni pedirle permiso? Las dos cosas
le molestaban, pero al mismo tiempo agachaba la cabeza ante ambas por-
que entendía el origen justificado del reclamo.
Más días pasaron y los libros contables ya no tuvieron errores porque
Santiago no mandó ninguna carta más. La guerra se perdió, llevándoselo
con ella y Matilde era demasiado cobarde como para buscar a su familia y
preguntarle qué había sido de su hijo. Lo supuso muerto o perdido y lo
lloró incómoda, sintiéndose una intrusa en aquella pérdida.
Agosto llegó con un aire primaveral poco frecuente, las ventanas y la
puerta de la mercería estaban abiertas de par en par para ventilar. Sin tim-
bre ni ruido de bisagras, Matilde no se dio cuenta de que su papá había
vuelto de la panadería y este la encontró encorvada sobre el mostrador
interno, enfrascada en la lectura de un papel desconocido. Matilde conti-
nuó ajena a su presencia hasta que Genaro lanzó una exclamación de pura
sorpresa que la asustó.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
Matilde vio cómo su papá se ponía los lentes apurado y observaba en
detalle el botón de colección que había llegado minutos atrás, pegado con
cinta adhesiva al final de una carta, la misma que ella tenía en sus manos. Lo
había dejado sobre el mostrador para prestarle atención más tarde, cuando
acabara de leer el mensaje que venia del sur del país.
—¡Pero, nena! ¿Cómo conseguiste esto?
Probablemente se tendría que haber mordido la lengua para no contes-
tar, pero el empuje del sarcasmo, con una pizca de reproche, la hicieron
escupir una respuesta:
—Metiéndome en cosas que no me corresponden.

63
Cartas de Malvinas

IV

Danzando al compás de un tempestuoso milagro llamado vida.

Te escribo desde la cama del hospital. Me van a dar de alta en una se-
mana si todo va bien y me llevo de suvenir dos balas y un botón. El mismo
que me trague hace 15 años. El de la mercería de Norma, la amiga de mi
abuela. ¿Sabías que la vieja se la vendió a un tal Genaro Fray? Seguro te
suena, como a mí me sonó la dirección desde donde escribías.
Tengo la suerte de poder volver a casa y me parece justo que el botón lo
haga también. Por las dudas te aviso que está bien desinfectado, mi abuela
se lo estuvo mostrando a medio hospital, diciendo que fue lo que me salvó,
que seguro me ‘ tapono’ el agujero del disparo que me dieron en el estómago.
Yo no creo que sea físicamente posible, pero es un buen final para la anécdota
de un nene de cuatro años que se tragó un botón de colección francés ¿no?
¡Casi me olvido! Mi abuela cree que te conoce. Fue al negocio un par de
veces después de que Norma lo vendió y lo que quiere saber es si te animas a
una partida de chinchón. Botones para apostar no te deben faltar.
Mientras Genaro seguía embobado con el botón, Matilde aprovechó
para estirarse sobre el mostrador y sacarle el paquete de la panadería que
todavía tenía atrapado bajo el brazo. Lo abrió y le dio un buen mordisco a
la primera factura que encontraron sus dedos; estaba tan contenta que se
habría comido incluso las de crema pastelera, y Dios sabía que había pocas
cosas que Matilde odiara más que la crema pastelera.
Con los dedos llenos de azúcar, releyó la carta. El trazo se parecía al de
la primera, propio de un chico bonaerense con toda una vida por delante y
no el de un soldado acorralado por la muerte.
Argentina había perdido, pero cada soldado que había regresado a casa
era una victoria, pequeña quizás para quienes miraban desde lejos.
El peso de la derrota es como vivir bajo un constante cielo encapotado,
pero si hay vida para seguir irguiendo la cabeza, nada está realmente per-
dido. Para los ojos de quienes no se dejan vencer ni aun vencidos, el sol
volverá a brillar.
64
Los ñoquis de mamá

JUAN ESEQUIEL FERNÁNDEZ

Primera carta de Graciela

Jueves, 4 de abril de 1982

Hola hijito, espero que te estés abrigando bien. Es un lugar muy frío,
acordate de ponerte las medias gruesas de lana que te puse en el bolso. En el
bolsillo del costado están los tres pares, las rojas, las azules y las verdes. No te
saques la bufanda y siempre con doble camiseta. Avisame cuando puedas si
te estás alimentando bien, yo igual hablé con el sargento que los despachó y
le dije que por favor les den de comer a ustedes que son chicos todavía. Dijo
que les va a informar a sus superiores. Yo estoy muy preocupada hijo, le reté
al sargento, le advertí que no te haga tomar mucho frío. Me tranquilizó un
poco porque para él no va a durar mucho esto y cree que se termine por resol-
ver en estos días por diplomacia y papeles me dice, sin necesidad de enfren-
tarse con armas.
Así que más que segura que en estos días termine y te vuelvas lo más
rápido posible mi amor. Acá te estamos esperando todos hijito. Julieta anda
llorando mucho, yo la callo, tonta, cómo va a llorar si ya estás por venir. Dice
que te extraña mucho y que sos su hermano favorito. Vieras la cara de Caro-
lina cuando dijo eso, le pegó con la caja registradora y se le rompió el telefo-
65
Cartas de Malvinas

nito en la cabeza. Y se pusieron a llorar las dos. Lo que nos reímos con el
abuelo y la abuela. Ellos también te extrañan mucho Rodo. El abuelo te es-
perando para salir a pasear después de esto, dijo que te va a enseñar a ma-
nejar la camioneta tanto que le pediste.
La abuela no para de limpiar tu pieza, pero tranquilo que no revisa
nada, todo está como lo dejaste, los discos, la guitarra y los cuadernos.
Hijo, por favor cuando te llegue la carta contestanos, queremos saber si
estás bien, si tenés frío, si comiste bien. Te estamos esperando con los ñoquis
que siempre te hago rico, se enojan las chicas porque les digo que voy a coci-
nar los ñoquis recién cuando vuelvas. Abrigate mi amor ¿sí?, te queremos
mucho acá. Chau hijo.

66
Los ñoquis de mamá

Carta de Rodolfo

Miércoles 14 de abril de 1982

Hola má, sí, por suerte llegamos bien. Hace frío y viento pero me estoy
abrigando bien no te preocupes. La bufanda no me la saco ni para dormir. Y
las medias y las camisetas también las estoy usando como me dijiste. Esta-
mos comiendo. Ya vi los chocolates que me pusiste en el bolsillo derecho del
pecho y los alfajores que me pusiste en el otros dos. Es mucho má. Igual comí
uno solo, me lo voy a guardar para cuando me dé hambre. Por ahora estamos
bien.
No sé qué más querés que te cuente. Acá los chicos, a pesar del frío hacen
chistes o nos jodemos entre nosotros. El otro día a uno le pusieron un jabón
dentro del borcego, y como lo pisó fuerte no pudo sacarlo sino que quedó
aplastado como una plantilla. No sabés cómo patinaba de a ratos. Me quedé
sin aire de tanto reírme. Bueno má les mando un saludo, no te preocupes me
estoy abrigando bien, los chocolates los como después. Que estén bien. Yo
también los quiero mucho.

67
Cartas de Malvinas

Segunda Carta de Graciela

Sábado 24 de abril de 1982


Hijo nos tenías preocupados, tenía mucho miedo. Perdón no te quiero
preocupar mi amor, ya sé que me dijiste que estás bien. Pero abrigate mucho
si está haciendo mucho frío. Es un lugar muy frío, dicen en las noticias que
todo el año está bajo cero. No te olvides de lavar la ropa para cambiarte mi
amor, te puse dos jabones en el otro bolsillo del costado. Prestate una tabla de
lavar que seguro deben tener ahí, y hacé como te enseñé: extendé las cami-
setas o el pantalón o las medias y pasás el jabón. Después pasás el jabón hasta
que la ropa esté cubierta de blanco y ahí empezás a frotarle. Enjuaga siem-
pre dos veces porque a veces queda jabón, cuando ya no tiene espuma ahí
recién lo secás.
Rodo, te estamos esperando hijo. Esta semana, fui otra vez a preguntar
cuánto más iba a durar esto, me dicen que se tendría que resolver rápida-
mente y que no creo que pase a algo peor. Yo le dije al superior del ejército
que ustedes son muy chicos para estar allá que tendrían que volver urgente-
mente porque es injusto que tengan que ir a un lugar tan lejos. Si no tienen
nada que ver.
Pero bueno mi amor no te quiero hablar de cosas feas, no quiero llenarte
de cosas. Ya se va a resolver todo esto. Estate tranquilo, te estamos esperando.
Acá estamos todos bien. Julieta te extraña mucho. Ahora se volvió fanática
de Serú Giran igual que vos, siempre pide los temas en la radio porque no te
quiere tocar los vinilos. La abuela tampoco te los toca cuando limpia tu
pieza. Nadie te revisa nada mi amor. En la escuela, a Carito le pidieron que
dibujen algo sobre Malvinas, y te dibujó a vos con unos pingüinitos al lado.
Ahora hizo otro para que te mandemos con esta carta. Los abuelos también
preguntan por vos. El abuelo dice que Ferro anda muy bien, que mañana
juega no sé qué fecha con Vélez. Te espera para que vean juntos la ronda
final. Te extraño mi amor, volvé pronto. Te quiere mucho tu mami.
68
Los ñoquis de mamá

Segunda carta de Rodolfo

Viernes 30 de abril de 1982

Hola má, recién llega tu carta, estoy bien. Estoy lavando la ropa como me
dijiste. No tenemos mucho tiempo para escribir cartas porque necesitamos
estar alerta por si pasa algo y también descansar para no estar tan dormido.
Decile a Julieta que saque los discos de Serú, le doy permiso, no me enojo. Vos
también escuchalos, má, es re copante. Muy lindo el dibujo de Caro, decile
que me hizo reír que los pingüinos también tuvieran metralletas para de-
fender las Malvinas. ¡¡Qué grande Ferro!! Sí, decile al abuelo que tengo unas
ganas de ir a la cancha, tiene un re equipazo Griguol, está para ganar el
campeonato. Yo también los extraño, má. Bueno me despido porque tengo
que hacer guardia y estar atento. Los quiero mucho.

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Cartas de Malvinas

Tercera Carta de Graciela

Lunes 2 de mayo de 1982

Hijo por favor decime que estás bien. Estamos todos preocupados acá. Lo
que hicieron fue terrible. Eso no se hace. Es muy grave. Fui a preguntar des-
esperada al superior de acá para que me informen. Me aseguró que tu pelo-
tón no estaba en el barco, pero no puedo estar tranquila sabiendo que estás
allá. Se puso muy feo todo mi amor. Tenés que volver por el amor de Dios.
Escribime ni bien leas la carta Rodo. Es muy grave lo que pasó, ya mismo le
dije que te traigan, necesito verte urgentemente hijo. Tenés que estar acá mi
amor. Te estamos esperando, seguro no estás comiendo bien. Acá te voy a co-
cinar bien rico los ñoquis que tanto te gustan, todavía no los cocino hasta
que vuelvas mi amor. Por favor volvé. Estoy desesperada. Bueno, no quiero
que te preocupes más de lo que está pasando. Escuché Serú Giran mi amor,
muy linda banda hijo. Acá pusimos el vinilo en el comedor para escuchar.
Te quiero mucho, mi amor. Te queremos mucho. Volvé.

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Los ñoquis de mamá

Cuarta carta de Graciela

Jueves 7 de mayo de 1982

Rodo estoy devastada. Me duele todo. No salgo de la cama. No quiero


saber nada de nada. Estoy destruida. Estos hijos de puta me mintieron, es-
tuviste ahí en el barco. No se los voy a perdonar nunca mi amor. No paro de
llorar. Me tiemblan las manos. Carito me dijo que te escribiéramos una carta
pero yo no doy más hijito. Me duele todo mi amor. ¿Por qué tuvo que pasar
todo esto? Vos no tenías que ir ahí mi amor, no tenías que ir. No quiero nada
más. No sé qué voy a hacer con todo. Estamos todos bien mi amor y me da
bronca. Tenía que haberme ido con vos cuando te despacharon mi amor,
tenía que haber seguido empujando a los solados para que me dejen entrar
al camión. No voy a aguantar Rodo. Estoy temblando todo el día de la an-
gustia. Me desesperar que no te vuelva a ver mi amor. Tengo tanto pero
tanto dolor mi amor. No sé qué voy a hacer. Dios, mi amor no doy más. Quería
cocinar los ñoquis que te gustan cuando vuelvas, ahora ya no quiero saber
más nada. No quiero que me cuenten más nada sobre nada. No quiero ver la
tele, ni escuchar la radio, ni nada. Sólo escucho tus discos de Serú. Que linda
banda hijo mío. Perdón por no haberla escuchado cuando me decías cuando
salías del colegio. Perdón hijito, perdón. No me lo voy a perdonar nunca.
Escucho llorando en el espejo y no paro de llorar hasta que me duermo mi
amor. No doy más. Quiero que estés conmigo hijo no puedo soportar nada de
lo que está pasando. Te voy a querer siempre mi amor. Siempre. Siempre.

71
Cartas de Malvinas

Carta encontrada meses después

Sábado 1 de mayo de 1982

Hola má, de nuevo. Perdón te escribo de nuevo, porque no puedo dormir.


No quiero que te preocupes, pero ahora me agarró un poco de miedo sobre
todo. No sé qué es. Si, espero que esto termine pronto má. Tengo ganas de
volver con ustedes. Ya no quiero estar más acá. Yo también quiero que se re-
suelva todo má. Ahora me pone un poco mal tener que estar acá. Perdón que
te cuente, pero me puse a pensar cosas feas. No quiero que te pongas nerviosa
má yo estoy bien, sólo sentí eso. No sé capaz es porque no puedo dormir y estoy
ansioso. La última carta que me mandaste me dio ansiedad de querer vol-
ver lo antes posible y compartir todo lo que me fuiste escribiendo. LOS EX-
TRAÑO A TODOS.
Ah má, me olvidaba. Volví a leer de nuevo la primera carta. Perdón si
te respondí muy cortito, estaba muy pendiente de lo que pasaba acá. Ahora
ya no me importa, la luna y las estrellas me están alumbrando las estrellas
mientras escribo esto. Está muy lindo el cielo hoy.
Volví a leer la carta y no te agradecí por preocuparte tanto. Te contesté
muy rápido pero me gustó que te preocuparas por mí. Y no te lo dije. Perdón.
Estoy comiendo un alfajor de los que me pusiste en el bolsillo. Está muy rico.
Gracias por comprarme el que me gusta. ¿Cómo sabías que me gustaba ese?
Gracias má. Decile a Julieta que no llore, que esté tranquila, ya va a pasar
todo esto. No sufran por mí porque yo también me pongo mal si ustedes se
ponen así. Ah má y no dejes de cocinar los ñoquis que me gustan por mí sólo
porque no estoy allá. Quiero que los cocines para Caro y Julieta que también
les gusta mucho. No solo a mí. Bueno má, creo que ahora me agarró sueño.
Era sólo eso. Los quiero mucho. Y LOS EXTRAÑO A TODOS. Chau.

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Autoras y autores
(EN ORDEN ALFABÉTICO)

MARÍA JULIETA DESMARÁS


Es magíster en Escritura Creativa por la UNTREF. Se formó en teatro y dramatur-
gia con Mauricio Kartun, Ricardo Bartís, Cristina Banegas, entre otros. Es autora
de los libros de poesía El río & su cajón (2013, Alción) y La voz mayor (2018,
Alción), y del monólogo El valle de la lágrima (2020, Libros Drama). En 2021 re-
cibió la mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes por su obra dramática
La canoera. En el 2022 la editorial Ediciones del Dock publicó su tercer poemario,
Desechos de Asunta. Su obra recibió premios nacionales e internacionales.

JUAN ESEQUIEL FERNÁNDEZ


Es profesor en Letras, graduado en la Universidad de la Patagonia Austral y Pro-
fesor de Música graduado en el Instituto Provincial Superior en Arte. Es escritor
en diversos géneros literarios e interesado por las artes escénicas, música y cine,
entre otras disciplinas artísticas.

MARCELO GALLIANO
Es poeta, cuentista, novelista, guionista, dramaturgo, ensayista, actor, guitarrista
y periodista. Como instrumentista grabó cuatro discos y fue ganador de un Premio
Gardel como mejor Álbum de música clásica en 2002. Como escritor tiene una
decena de libros editados, obtuvo 80 premios literarios. Sus obras, tanto poemas
como cuentos, fueron recopiladas en infinidad de antologías.

FEDERICO GARCÍA SILVA


Es músico, compositor y guitarrista. Por afición escribe poesía y crónicas de la vida
cotidiana.

MARÍA EUGENIA KNITTEL


Desde pequeña disfruta de escribir, leer y estudiar idiomas. Actualmente se
desempeña en el área administrativa empresarial y dedica su tiempo libre a
escribir. “Cartas de Malvinas” es el primer concurso literario en el que participa.

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Cartas de Malvinas

LUIS ARIEL PERALTA ALIANO


Es licenciado en Marketing, magister en Dirección General de Negocios por el IAE.
Aficionado a la escritura, lee regularmente, y le fascina la historia, al nivel que
prefiere ver un documental a ver una película o serie. Entusiasta por los datos, la
tecnología, el rugby y el montañismo.

MATÍAS EDUARDO RODAS


Es profesor de Historia, licenciado en Estudios Políticos, magíster en Historia,
becario doctoral de CONICET, y actualmente cursa un postgrado en la Escuela
Superior de Guerra (UNDEF).

ROCÍO MILAGROS ZÁRATE


Se formó en la Escuela Polivalente de Artes “Monona Donkin” (2017), lo cual sentó
las bases para que comenzara con la escritura. Actualmente es aspirante en la
Escuela de Suboficiales del Ejército “Sargento Cabral”, donde recibió inspiración
para escribir la obra con la que consiguió su primera mención especial.

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