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HISTORIA DE ESPAÑA - TEMA 5.

LA LUCHA POR EL LIBERALISMO 1788-1833: LA CONSTITUCIÓN DE 1812 Y EL


REINADO DE FERNANDO VII
1. LA OCUPACIÓN NAPOLEÓNICA Y LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.
1.1 LA OCUPACIÓN NAPOLEÓNICA.
El rey Carlos IV llegó al trono español en 1788 e inmediatamente se vio desbordado por la influencia de la Revolución
Francesa de 1789 en España, que favoreció la difusión de las ideas liberales a la vez que generaban el rechazo en las
Cortes y de los privilegiados. Para afrontar esta situación el rey suprimió toda influencia de los ilustrados en su
gobierno, nombró a Manuel Godoy Secretario de Estado y cerro las fronteras para evitar el contagio de las ideas
revolucionarias.
La ejecución de Luis XVI en 1793 empujo a Carlos IV a unirse a la coalición militar europea en guerra contra Francia.
La derrota de las tropas españolas fue inapelable, los costes de la campaña fueron enormes y la Paz de Basilea
(1795) subordino a España a los intereses franceses.
La subida al poder de Napoleón llevo a un cambio de orientación en la política exterior y España se convirtió en
aliada de Francia. Fruto de esta alianza fue la guerra contra Gran Bretaña, que comportó la derrota de la flota franco-
española en la batalla de Trafalgar, que supuso la pérdida de toda la flota española, y, por lo tanto, enormes
pérdidas para la Hacienda española que se vio privada de los ingresos procedentes de las colonias americanas al
interrumpirse el comercio atlántico. Godoy recurrió al endeudamiento, al aumento de las contribuciones y a la
desamortización de las tierras eclesiásticas, con el fin de conseguir recursos para el Estado. Estas medidas
provocaron la oposición de la Iglesia y la nobleza, y el enfrentamiento con Fernando, hijo de Carlos IV, que
desconfiaba de la influencia de Godoy en su padre. A todo ello se unió el descontento popular (elevados impuestos,
carestías de alimentos, hambre, epidemias, etc.) que derivó en motines. El desprestigio del gobierno ponía en jaque
a la misma monarquía.
La situación se deterioró, aún más, cuando España firmó el Tratado de Fontainebleau (1807), que autorizaba a los
ejércitos franceses a entrar en el país para atacar a Portugal, y fijaba un futuro reparto del país vecino, del que
Godoy recibiría un principado.
La entrada de las tropas francesas se produjo en febrero de 1808 y fueron ocupando plazas estratégicas (Barcelona,
Vitoria…). Las autoridades españolas toleraron su presencia, cada vez más amenazante, cuando las fuerzas
imperiales llegaron a Madrid, para iniciar el avance y la ocupación hacia el sur peninsular, la familia real huyó a
Aranjuez.
En esta situación se produjo el “motín de Aranjuez” (18 de marzo de 1808), impulsado por nobles y eclesiásticos y
protagonizado por soldados y sectores populares, que exigían la destitución de Godoy y la renuncia de Carlos IV a
favor de su hijo Fernando. Al día siguiente fue proclamado rey Fernando VII, pero la crisis de la monarquía se agravó
cuando Carlos IV solicitó la ayuda de Napoleón para recuperar el trono. Este, constatando la debilidad de la
monarquía española, decidió convocarlos en Bayona y ocupar definitivamente España para anexionarla a su imperio.
Una vez en Bayona, ambos reyes aceptaron abdicar de la corona y con esta legitimación, Napoleón nombró a su
hermano José rey de España y convocó unas Cortes en Bayona para aprobar una Constitución.
A las Cortes acudieron 65 notables españoles que aprobaron un Código constitucional (Estatuto de Bayona),
propuesto por Napoleón, de contenido reformista que: abolía los privilegios y reconocía la igualdad de los españoles
ante la ley, los impuestos y el acceso a los cargos públicos. Además, José I fue reconocido como nuevo rey.
En España, la situación en las poblaciones con presencia de las tropas francesas era muy tensa. La evidencia de que
se trataba de una invasión y no de un tránsito, reforzada por las extorsiones del ejército francés (requisa forzosa de
alimentos, ocupación de viviendas, etc.) y el rumor de que los reyes habían sido secuestrados por Napoleón en
Bayona, provocaron motines y resistencias en las ciudades ante la pasividad de las autoridades españolas.
El levantamiento de Madrid el 2 de mayo de 1808 y la extrema represión de que fue objeto por el general Murat,
fueron el detonante que generalizó la guerra contra la ocupación francesa. El alzamiento contra los franceses estuvo

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impulsado por las clases populares y algunos notables locales, y contó con el clero como eficaz agente movilizador
en defensa de la religión católica y de la monarquía.
Incapaces de controlar el alzamiento popular y de frenar la ocupación francesa, las instituciones perdieron el control
político, generando un vacío de poder y el desmoronamiento del Antiguo Régimen. Los sublevados, que se
denominaban patriotas, crearon Juntas integradas por las élites locales.
A finales de mayo de 1808, tras ser aplastado el levantamiento de Madrid, y al tiempo que los franceses entraban en
territorio andaluz, se constituyó en Sevilla una Junta Suprema de España e Indias, la primera de todo el Estado. La
Junta declaro la guerra a Francia y se propuso coordinar la resistencia en toda Andalucía, reclutar voluntarios y
organizar un ejército para oponerse a la invasión. El general Castaños, comandante en jefe del Campo de Gibraltar y
las tropas a su mando se unieron al movimiento antifrancés y fue nombrado capitán general del ejército en
Andalucía. Además de la sevillana, se crearon otras juntas que se extendieron por todo el territorio español. En
septiembre de 1808, para coordinar las diferentes Juntas locales, se creó una Junta Suprema Central, que reconoció
al rey Fernando VII y asumió la autoridad en todo el país hasta su retorno.
1.2 LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.
En toda España, grupos de voluntarios unidos a parte del ejército, consiguieron victorias contra los franceses, como
la del Bruc (Barcelona), pero sobre todo la de Bailén (Jaén), donde unas tropas inexpertas dirigidas por el general
Castaños derrotaron a todo un cuerpo del ejército francés cerca de Despeñaperros. Esta victoria adquirió una gran
trascendencia porque fue la primera vez que un ejército napoleónico era derrotado y obligado a capitular en el
campo de batalla. La derrota provoco tal pánico en que Napoleón movilizo a la mitad de sus tropas acantonadas en
Alemania y se trasladó a la Península Ibérica en noviembre de 1808. En pocas semanas ocupó Aragón, Cataluña y
Madrid, quebrando fuertes resistencias y procediendo al sitió y bombardeos de ciudades como Gerona o Zaragoza,
cuya resistencia fue heroica. El dominio francés adquirió su nivel más alto en 1812, cuando las tropas napoleónicas
dominaron Valencia. Sin embargo, a partir de este momento se fue debilitando debido al inicio de la invasión de
Rusia, que supuso la necesidad de enviar efectivos militares hacia el nuevo frente. Ello facilitó el contraataque de las
tropas británicas y españolas, comandadas por el general Wellington, que vencieron en la batalla de Arapiles
(Salamanca) en julio de 1812, lo que supuso la inversión irreversible en el curso de la guerra.
En el conflicto tuvo una gran importancia la organización guerrillera que hostigaba continuamente a los franceses.
Eran grupos reducidos de guerrilleros, que actuaban sobre todo en las zonas rurales, donde conocían el territorio y
eran apoyados por la población. Estuvieron dirigidos por militares, clérigos o campesinos como el Empecinado, El
coronel Villalobos, El cura Merino o el alcalde de Otivar.
El avance de las tropas anglo-españolas obligo a huir a José I y permitió recuperar Madrid (agosto 1813). Napoleón,
ante la imposibilidad de mantener dos frentes, optó por firmar el Tratado de Valençay (diciembre de 1813) por el
que retiraba sus tropas y restablecía como rey a Fernando VII, que cruzó la frontera en marzo de 1814.
1.3 CONSECUENCIAS DE LA GUERRA.
La guerra fue larga, de una crueldad extrema y muy destructiva (devastación de tierras, destrucción de ciudades…).
Los ejércitos y las guerrillas se abastecían sobre el terreno mediante requisas y las autoridades francesas
establecieron nuevos impuestos. A todo esto, se sumó la mortalidad entre la población civil y la consiguiente caída
de la natalidad. La mortalidad alcanzó en algunas zonas el 50% de la población, con contrastes regionales muy
marcados.
En términos económicos, la producción agraria quedó destruida y la industria colapsada, llegando a desaparecer
sectores como el lanero de Castilla, ya que las ovejas merinas fueron sacrificadas como alimento. El comercio se
paralizó y el transporte quedó afectado por la incautación militar de bueyes, mulos y caballos.
El coste global fue enorme y provocó una deuda pública inasumible: en 1815, el déficit de las finanzas públicas era
veinte veces superior a los ingresos del Estado, que disminuyeron con los procesos de independencia de las colonias.
Por otra parte, la sociedad se polarizó en dos opciones enfrentadas:
- Junto al régimen de José I se situaron numerosos españoles, los llamados afrancesados, que sustentaron la
administración francesa y consideraron que era una oportunidad para la modernización del país. Eran reformistas,
ilustrados e intelectuales, así como hombres de negocios que se enriquecieron con actividades vinculadas con el
nuevo régimen como los contratos con el ejército y la nueva administración napoleónica.
- La oposición a los franceses estaba unidad a la defensa de la monarquía española y al regreso de Fernando VII, y a
la religión católica. Sin embargo, dentro de este frente se daban ideologías diversas. Por un lado, buena parte del
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clero y de la nobleza asociaban esta oposición al restablecimiento del absolutismo y el retorno al Antiguo Régimen.
Por otra parte, un sector de reformistas moderados, creían que el regreso del rey significaría el desarrollo de un
programa de reformas dentro del Antiguo Régimen (ilustrados). Por último, los liberales (burgueses, intelectuales,
profesionales, etc.) deseaban acabar con el absolutismo y esperaban que Fernando VII implantase un nuevo régimen
constitucional basado en la soberanía nacional, la separación de poderes y las libertades individuales.
Esta última opción propiciará la implantación del primer régimen constitucional en España, que marcará el devenir
político del siglo XIX.
2. EL NACIMIENTO DEL ESTADO LIBERAL: LA CONSTITUCIÓN DE 1812.
2.1 LA CONVOCATORIA A CORTES.
En medio del conflicto bélico, la Junta Central Suprema organizó una consulta al país y, ante el hundimiento del
Estado, puso en marcha una convocatoria de Cortes. Las respuestas a la consulta señalaban a los gobiernos de Carlos
IV como responsables de la situación, formulaban quejas y planteaban la necesidad de reformas que limitasen el
poder del monarca. Sin embargo, la Junta Central no pudo sobreponerse a las derrotas militares y al hostigamiento
de los sectores absolutistas, por lo que cesó en sus funciones y fue sustituida por una regencia encabezada por el
obispo de Orense (1810). Este, con recelos y dificultades, terminó organizando las Cortes, que se convocaron en
Cádiz, única ciudad no conquistada por los franceses, que resistía el asedio ayudada por Gran Bretaña.
Los diputados no siempre pudieron ser elegidos con normalidad dado el contexto bélico por lo que a menudo el
sufragio no pudo celebrarse o los elegidos no pudieron desplazarse y fueron reemplazados por personas presentes
en Cádiz. Finalmente se reunieron unos 300 diputados, se acordó que las Cortes serían unicamerales y no
estamentales y se inauguraron en 1810.
El primer día, los liberales consiguieron un importante triunfo al aprobarse que las Cortes eran las depositarias de la
Soberanía Nacional, es decir, que ejercía el poder en representación de los ciudadanos que formaban la nación. Así
mismo, acordaron la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y reconocían a Fernando VII como rey de
España. Adquirían, pues, un carácter revolucionario ya que rompían con la doctrina tradicional de la soberanía como
atributo real y limitaba los privilegios estamentales al establecer que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y
tenían los mismos derechos.
2.2 LA CONSTITUCION DE 1812.
Una comisión parlamentaria elaboró un proyecto constitucional que se promulgó el 19 de marzo de 1812. Fue un
texto de contenido muy avanzado para la época, que se convirtió en una referencia no sólo en la Península sino
también en Europa y en América.
- La nación se definía como “el conjunto de ciudadanos de ambos hemisferios, que ejercen su soberanía mediante el
sufragio”.
- El modelo de Estado correspondía a una monarquía limitada (constitucional) basada en la división de poderes:
*El poder legislativo recaía en las Cortes, que eran unicamerales, y poseían la potestad de elaborar las leyes, aprobar
los presupuestos y los tratados internacionales y comandar el ejército, entre otras funciones.
*El poder ejecutivo estaba en manos del monarca que poseía la dirección del gobierno e intervenía en la elaboración
de las leyes a través de la iniciativa y la sanción, y tenía veto suspensivo durante dos años.
*El poder judicial era competencia de los tribunales y se establecían los principios básicos de un Estado de derecho:
igualdad jurídica con códigos únicos en materia civil, criminal y comercial, inamovilidad de los jueces y garantías
procesales como la inviolabilidad del domicilio, los derechos penales y procesales y la abolición de la tortura.
- Se establecía el sufragio universal masculino para los mayores de 25 años, mediante un sistema de elección
indirecto, en diversas instancias electivas (parroquia, municipio, provincia)
- Reconocía la confesionalidad católica del Estado.
- Establecía la creación de un ejército nacional con un servicio militar obligatorio.
- Organizaba el territorio del Estado en provincias y municipios, que se gobernaban por diputaciones y
ayuntamientos electos.
- Se regulaba por primera vez la Milicia Nacional como cuerpo de ciudadanos armados para defender los preceptos
liberales ante quienes se opusieran a su desarrollo.
- Se definían los derechos Constitucionales como:

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*Los derechos del ciudadano: de petición, de propiedad, y de educación (se establece la enseñanza primaria
obligatoria)
*Las libertades civiles: Libertad de pensamiento, de opinión y de imprenta.
*La igualdad fiscal, a través del reparto proporcional de los impuestos.
2.3 LA OBRA LEGISLATIVA DE LAS CORTES DE CADIZ.
Además del texto constitucional, las Cortes de Cádiz aprobaron una serie de leyes y decretos destinados a eliminar el
Antiguo Régimen y a ordenar el Estado como un régimen liberal.
De este modo se abolió el régimen señorial y por consiguiente toda la población dejó de estar sometida a la
jurisdicción privada para pasar a depender de la autoridad pública y de la legislación del Estado. Las tierras se
mantuvieron en manos de los señores que se transformaron en propietarios (lo que originó conflictos con el
campesinado que las reclamaba), pero perdieron sus antiguas prerrogativas judiciales y administrativas. También se
intentó iniciar una reforma agraria, mediante la expropiación de los bienes de los conventos suprimidos por el
gobierno de Napoleón, la venta o reparto de los territorios baldíos y bienes comunales y la limitación de los
mayorazgos.
También se introdujeron medidas próximas al liberalismo económico con la finalidad de impulsar la producción y el
comercio, suprimiendo las trabas para la creación de un mercado nacional. Para ello se decretó la libertad de
comercio, de industria y de trabajo, suprimiendo los gremios y las aduanas interiores.
Se aprobó la libertad de imprenta, aunque con fuerte enfrentamiento con la Iglesia y los partidarios del Antiguo
Régimen. En el decreto aprobado en 1810 se reconocía la “libertad de escribir, imprimir y publicar”, siendo su
objetivo fomentar la ilustración del pueblo, hacer efectivo el control al gobierno y a las Cortes y ayudar a crear el
sentimiento patriótico contra Francia.
Por último, se abolió la Inquisición en 1813, ya que su pervivencia se consideraba incompatible con la libertad de
imprenta y con los preceptos constitucionales, y, además, sus procedimientos, en especial la tortura, eran contrarios
a los derechos constitucionales. La Inquisición fue restablecida por Fernando VII en 1814, siendo de nuevo suprimida
en el Trienio Liberal (1820-1823). En 1824, y ante la presión de los sectores intransigentes que la consideraban
necesaria para preservar la pureza de la religión, impedir la inmoralidad entre la población y atacar a la masonería y
a “los enemigos del altar y del trono” (los liberales), Fernando VII permitió que los obispos impulsaran unas nuevas
Juntas de Fe. En 1834 la Inquisición fue abolida definitivamente por el nuevo Estado liberal.
3. LA EMANCIPACIÓN DE LAS COLONIAS AMERICANAS.
A principios del siglo XIX existía en las colonias americanas una rica burguesía criolla (blancos nacidos en América),
próspera e ilustrada, que se sentía apartada de la administración política colonial y perjudicada por fuertes
impuestos que solo beneficiaban a la metrópoli, así como por el control que ejercía España sobre la economía, en
especial el comercio.
Su creciente malestar fue alimentado por el impacto de la independencia de Gran Bretaña de las trece colonias
americanas y de la difusión de las ideas de la Revolución Francesa. De esta forma, cuando la crisis de la monarquía
española se tradujo en el vacío de poder provocado por la invasión napoleónica, los criollos formaron Juntas que
mantuvieron inicialmente sus lazos con Cádiz. Sin embargo, ni las reformas que impulsaron las Cortes ni la
Constitución de 1812 alcanzaron a las colonias. Entonces, las Juntas de América se enfrentaron a las autoridades
coloniales y emergieron como nuevos poderes. Poco a poco se fueron formando tres focos independentistas:
- Buenos Aires, donde José Martín proclamó una primera independencia de la República Argentina.
- El Virreinato de Nueva Granada y Venezuela, donde Simón Bolívar lidero la insurrección.
- México, donde el cura Hidalgo encabezo un movimiento campesino indígena con fuerte contenido social.
El restablecimiento del absolutismo en España en 1814, significo una política de intransigencia hacia las colonias que
se tradujo en el envío de buques y soldados para sofocar las revueltas, lo que provocó la expansión del movimiento
libertador y tuvo unos costes económicos insuperables para la España de Fernando VII. La guerra colonial se
extendió por todo el continente a partir de 1816 y la victoria de Bolívar en Ayacucho (1824) hizo irreversible la
independencia y la constitución de nuevas repúblicas.
3.1 ETAPAS DEL PROCESO DE INDEPENDENCIA.
a) Primera fase (1808-1814): Las autoridades americanas no acataron la monarquía de José I y formaron Juntas que
poco a poco se desvincularon de la Junta Central Suprema española. En 1809 se fundaron las juntas de Buenos Aires

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y Caracas y la Junta de Quito que declaró que las autoridades españolas carecían de legitimidad y proclamó la
soberanía del pueblo. En 1811 Paraguay proclamó su independencia.

b) Segunda fase (1816-1824): Argentina proclamo su independencia en el Congreso de Tucumán y la insurrección se


extendió por todo el imperio. Desde Argentina el general San Martín dirigió una expedición que, atravesando los
Andes, derrotó a los españoles en la batalla de Chacabuco (1817) y logró la independencia de Chile.
En el norte, Simón Bolívar derrotó a los españoles en Boyacá y Carabobo, y fundó la Gran Colombia (1821), que
después se dividiría en Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. Paralelamente, Fernando VII vendió Florida a
Estados Unidos.
La rebelión protagonizada por Iturbe en México logró la independencia de este país en 1821, que fue seguida por la
de toda América Central.
En 1824 Antonio Sucre derrotó a los españoles en Ayacucho y emancipo Perú y Bolivia. Tras esta derrota España
perdió todas sus colonias excepto Cuba, Filipinas y Puerto Rico.
4. EL REINADO DE FERNANDO VII.
4.1 LA RESTAURACIÓN DEL ABSOLUTISMO 1814-1820.
Cuando en marzo de 1814 Fernando VII regresó a España, no cumplió sus promesas de acatamiento al régimen
constitucional. A través de la conspiración, y amparándose en las peticiones de los absolutistas, formuladas en el
Manifiesto de los Persas, procedió al restablecimiento del Antiguo Régimen. Tras su llegada a Madrid declaró nula la
Constitución y los decretos de Cádiz e inició la persecución de los liberales y afrancesados, que fueron detenidos y
ejecutados o huyeron al exilio.
En los meses siguientes el rey procedió a la restauración de las antiguas instituciones y del régimen señorial en un
contexto internacional de restauración del absolutismo (Congreso de Viena), en el convencimiento de que era
posible volver a la situación anterior a 1808. Rehusó emprender reformas y no se tomaron medidas ni para
reconstruir la sociedad de posguerra, ni para sanear Hacienda y hacer frente a la deuda. Además, el estallido del
movimiento de emancipación de las colonias, exigió recursos extraordinarios para hacerles frente e interrumpió los
flujos monetarios que llegaban de América.
Los gobiernos nombrados por Fernando VII se mostraron incapaces de solucionar los problemas, si bien diversos
ministros de Hacienda plantearon reformas fiscales, que tenían un punto en común: la necesidad de que los
privilegiados contribuyesen al fisco pagando determinadas contribuciones. Pero el rey no las aceptó y se negó a
aprobar medidas que alterasen las normas tradicionales.
Lo que no entendió Fernando VII fue que, a pesar de la represión, la guerra contra Napoleón había cambiado la
sociedad española. Entre el campesinado se mantuvo la resistencia a pagar las rentas señoriales y los diezmos. Los
sectores adinerados, que habían comprado tierras con las desamortizaciones y roturado los baldíos, reclamaban que
se respetase la propiedad de sus nuevas adquisiciones. También, quienes habían desarrollado nuevas formas de
producción (manufacturas, industrias...) al margen de la reglamentación gremial, pedían la libertad de industria y de
mercado y mostraban su descontento por la interrupción del tráfico comercial. Finalmente, en las ciudades el
malestar era perceptible entre los que trabajaban en la artesanía y la pequeña burguesía.
Todo ello favorecía la reivindicación liberal y constitucional y estimulaba los pronunciamientos militares como
método para acceder al poder. Estos consistían en el levantamiento de un sector del ejército en favor de la
Constitución, y con el apoyo civil en las ciudades (organizado por clubs de patriotas y sociedades secretas)
pretendían conseguir suficiente fuerza para imponerse al monarca. Desde 1814 se sucedieron diferentes
pronunciamientos encabezados por mandos militares (Mina, Porlier, Lacy…), que fracasaron y a los cuales la
monarquía respondió con una fuerte represión.
4.2 EL TRIENIO LIBERAL 1820-1823.
El 1 de enero de 1820 triunfó un pronunciamiento en favor de la Constitución. Lo encabezó el coronel Rafael de
Riego al frente de una compañía de soldados acantonados en Cabezas de San Juan (Sevilla), que iban a embarcar
para ir a combatir a las colonias americanas. La pasividad del ejército real y la acción de los liberales en las ciudades
obligaron al rey a aceptar la Constitución de 1812. Se formó un nuevo gobierno que proclamó la amnistía que
permitió la vuelta a los liberales y afrancesados y convocó elecciones que fueron ganadas por los liberales.

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Las nuevas Cortes se formaron con una mayoría de diputados liberales e iniciaron una importante obra reformista.
Una serie de leyes desarrollaron las libertades de imprenta, asociación, y reunión, lo que permitió el impulso de la
prensa y de las asociaciones patrióticas formadas por liberales.
El principal objetivo del Trienio fue consolidar la abolición del Antiguo Régimen, iniciada por las Cortes de Cádiz y
frenada por el regreso de Fernando VII. Para ello se tomaron las siguientes medidas:
- Supresión de los señoríos jurisdiccionales, mayorazgos y vinculaciones, lo que permitió liquidar el feudalismo en el
campo. La tierra se convirtió en mercancía, lo que favoreció las relaciones de tipo capitalista entre propietarios y
campesinos.
- Aprobación de una reforma eclesiástica, que suprimía los conventos y secularizaba a los frailes. Se llevó a cabo una
desamortización de las tierras del clero regular, que pasaron al Estado y fueron vendidas a particulares en subasta
pública. De esta manera se pretendía limitar el poder de la Iglesia, conseguir recursos para la Hacienda pública y
potenciar la producción agraria.
- Reforma del sistema fiscal, para aumentar los recursos del Estado y disminución del diezmo que cobraba la Iglesia.
- Eliminación de los gremios y, en consecuencia, la aprobación de la libertad de industria y de circulación de
mercancías, lo que favoreció la aparición de la burguesía comercial e industrial.
Para mantener el orden público y defender el régimen constitucional, se instauró la Milicia Nacional, un cuerpo de
ciudadanos armados formado por las clases medias urbanas.
También se procedió a una nueva división del territorio en provincias y a organizar los nuevos ayuntamientos y
diputaciones por medio del sufragio. Así mismo, se promulgó un primer Código Penal (1822); se procedió a la
reforma del ejército (1821) y se planteó el impulso a la educación, que se organizó en tres grados: Primario,
secundario y universitario.
a) CONFLICTOS EN EL TRIENIO LIBERAL:
Las reformas suscitaron rápidamente la oposición de la monarquía y de los absolutistas. Fernando VII había aceptado
el nuevo régimen forzado por las circunstancias. Desde el primer momento paralizó las leyes que pudo recurriendo
al derecho a veto que le otorgaba la Constitución, ello le permitió, por ejemplo, frenar la abolición de los señoríos.
También conspiró contra el gobierno, buscando recuperar su poder absoluto mediante el apoyo de las potencias
absolutistas europeas.
Por otro lado, el descontento del campesinado se tradujo en protestas y levantamientos. Las reformas del Trienio, si
bien abolían los señoríos jurisdiccionales, no incorporaban aspiraciones básicas del campesinado como el acceso a la
propiedad de la tierra y una efectiva rebaja de los impuestos. Los antiguos señores eran ahora los nuevos
propietarios y los campesinos se convertían en arrendatarios, aparceros o jornaleros que podían ser expulsados de
las tierras si no pagaban, con lo que perdían sus derechos tradicionales. Además, la nueva realidad del pago
monetario de las rentas y de los diezmos, obligaba al campesinado a vender los productos para conseguir dinero en
condiciones desfavorables, en una sociedad en la que todavía predominaba el intercambio en especie. Las nuevas
contribuciones estatales agravaron su situación y los campesinos pobres se vieron indefensos ante las nuevas
relaciones capitalistas y se sumaron a la agitación antiliberal.
La nobleza tradicional y la Iglesia, perjudicadas por la supresión del diezmo y los privilegios, y por la venta de bienes
monacales, estimularon la revuelta contra los gobernantes del Trienio. Consiguieron capitalizar parte del
descontento del campesinado al responsabilizar al sistema constitucional de los problemas existentes y vincular su
solución a la vuelta al orden tradicional. En 1822 se alzaron partidas realistas en Cataluña, Navarra, Galicia y el
Maestrazgo, que llegaron a dominar amplias zonas del territorio y a establecer una regencia absolutista en la Seo de
Urgel en 1823.
Entre los liberales también hubo tensiones y se dividieron en:
- Los moderados o doceañistas, que gobernaron hasta 1822. Eran partidarios de reformas más favorables a las élites
sociales (nobleza, burguesía propietaria). Que no provocasen conflictos con el rey y estaban a favor de la negociación
política con los realistas.
- Los exaltados, en buena medida organizados en sociedades patrióticas que planteaban la defensa del pleno
desarrollo de la Constitución y la necesidad de reformas radicales más próximas a las clases medias y populares. Eran
partidarios de acabar con las conspiraciones realistas, a las que derrotaron a finales de 1822.
b) FIN DEL TRIENIO LIBERAL.

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El triunfo del liberalismo en España contagió a otros territorios como Nápoles, Portugal o el Piamonte, y alarmaron a
las potencias que habían formado la Santa Alianza (Prusia, Rusia, Austria y Francia) con el objetivo de intervenir
militarmente ante cualquier amenaza liberal.
Las demandas de ayuda de Fernando VII como “rey secuestrado por los liberales” dieron lugar a la formación de un
ejército francés, los Cien Mil Hijos de San Luis, bajo el mando del duque de Angulema, que atravesó los Pirineos en
1823 con el fin de restablecer el orden tradicional. Este ejército cruzó la Península, ocupo Madrid y llegó hasta Cádiz,
donde se había refugiado el gobierno, que negoció la rendición ante los franceses. La resistencia del ejército liberal
fue escasa y tampoco hubo apoyo popular ni ayuda británica.
Tras la ocupación se nombró un consejo de regencia y un gobierno absolutista, que derogó las normas y decretos
promulgados durante el Trienio Liberal. Fernando VII recuperó su condición de monarca absoluto (octubre de 1823)
e inició inmediatamente la persecución de los liberales e implantó un régimen de terror. Las personalidades más
importantes del liberalismo se exiliaron a Francia (Martínez de la Rosa, Javier de Burgos…) o a Reino Unido (Blanco
White, Alcalá Galiano…)
4.3 LA DÉCADA OMINOSA 1823-1833.
El regreso del absolutismo fue acompañado de una gran represión de la oposición y de algunos intentos fracasados
de levantamientos liberales como la del general Torrijos en 1831. Para frenar estos intentos se creó un cuerpo
militar, los voluntarios realistas, encargado directamente de la persecución del liberalismo.
En el ámbito político, la monarquía atenazada por el miedo al liberalismo, optó por el inmovilismo sin iniciar las
reformas que el país requería. Ante la gravedad de la situación, algunos ministros propusieron una amnistía para
superar el clima de violencia, una reforma de la Hacienda para aumentar los ingresos de la corona y una
administración que fuera capaz de garantizar el funcionamiento de la monarquía. La pérdida de las colonias
americanas agravó la crisis.
A partir de 1825, el rey, acuciado por los problemas económicos, buscó la colaboración del sector moderado de la
burguesía y propuso un nuevo ministro de Hacienda que impulsase una reforma fiscal para recaudar más impuestos
haciendo pagar a los sectores privilegiados. Esta actitud despertó la desconfianza de los sectores más tradicionales
de la corte, descontentos con el monarca porque no había restablecido la Inquisición y no actuaba de forma más
contundente contra los liberales. En 1827, los realistas más intransigentes impulsaron levantamientos, denunciando
una pretendida influencia de los revolucionarios en la corte, que habían secuestrado al rey. Alguno de ellos comenzó
a lanzar consignas a favor de su hermano Carlos.
Entonces interfirió la cuestión sucesoria. Fernando VII, se casó en cuartas nupcias con su sobrina Mª Cristina de
Borbón (1829), naciendo en 1830 su hija Isabel. Para poder nombrarla su sucesora, el rey promulgó la Pragmática
Sanción, norma que autorizaba la sucesión femenina al trono, prohibida hasta entonces por la Ley Sálica. Los más
conservadores consideraron ilegal la sucesión de Isabel, sosteniendo que la corona debía recaer en el hermano del
rey Carlos María Isidro, ferviente defensor del absolutismo.
En los últimos meses de la vida de Fernando VII, enfermo desde 1832, La reina Mª Cristina asumió las funciones de
regente. Con el fin de encontrar apoyos para el trono de la princesa Isabel, se acercó hacia los absolutistas
moderados, lo que la inclinó, cada vez más, hacia los liberales.
La reina suavizó o suprimió las instituciones creadas para restaurar el Antiguo Régimen, como los voluntarios
realistas, que eran un peligro por su adhesión al absolutismo de don Carlos. Además, promulgó una amplia amnistía
que permitía el regreso de los liberales exiliados.

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