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Salmo 19

Llegamos ahora a uno de los más memorables Salmos de esta o cualquier otra posible
parte del Salterio. No puede decirse que los dieciocho primeros Salmos hayan sido fuente
de inspiración de los himnos litúrgicos ingleses; este, en cambio, cuenta en su haber con
dos composiciones que merecen oportuna cita.

1. Tres voces
De las miles de voces que se alzan de entre la creación, el salmista presta su oído a las
procedentes del cielo, y de todas ellas es la del sol la que en particular le comunica algo
acerca de Dios. En los tiempos modernos, las personas supersticiosas (al igual que los
paganos de la antigüedad) ‘oyen’, por medio de la astrología, más de lo que los propios
cielos dicen, mientras que la gente oye menos de lo que tienen que decirnos. Para quienes
están con toda honestidad alerta y a la escucha de una posible palabra divina, las voces de
lo que ha dado en llamarse ‘religión natural’ pueden inducir a la confusión, pues la belleza
de lo creado habla con una voz, mientras que la dura realidad de las cosas lo hace de muy
distinta manera; pero, aun así, hay una idea que se perfila con absoluta nitidez – ¡cuán
maravilloso ha de ser el Creador de todo ello!
La bella versión que de ello nos ofrece Joseph Addison, en su ‘The spacious firmament
on high’, lo transmite muy certeramente. El sol y las estrellas, junto con los planetas,
‘alzan su gloriosa voz, con cántico de eterno fulgor, “pues Divina es la mano que nos
creó” ’. De forma incesante (v. 2) y universal (v.4), por toda la tierra salió su voz, y ello aun
cuando palabras no hay, por lo que quien escucha atento es el que tan insólito discurso
llega a oír.
Tras la voz de los cielos (vv. 1–6), habla la voz de la ley (vv. 7–9). Los comentarios al
efecto dan cumplida razón del significado de ley y los cinco sustantivos paralelos, junto
con el de los adjetivos y los verbos que los acompañan. Las seis breves oraciones merecen
una meditación, y puede decirse que algunas de ellas son en verdad sorprendentes.
Con el eco de las voces del Nuevo Testamento resonando todavía en nuestros oídos –
‘la ley trae juicio’, ‘la letra mata’ –, difícil era imaginar que la ley del Señor…vivificara el
alma. Es necesario entonces tener en cuenta que en el Antiguo Testamento ‘ley’ es un
término que abarca un amplio espectro de significados, significando en definitiva todo lo
que Dios quiere en realidad que sepamos acerca de Él. No hay vida para el alma sin ese
conocimiento. Los estatutos son principios firmes cuya validez es respaldada por el Señor
mismo. Sobre su base, hasta las gentes más sencillas pueden construir su existencia. Los
preceptos son reglas muy concretas para regirse en la vida: noción quizás nueva para
algunos, pero la obediencia en los detalles es el camino más directo a la felicidad. De igual
manera, los mandamientos, con autoridad interna que demanda obediencia, pueden
parecer una cortapisa no muy deseable, pero lo cierto es que conducen a la luz más
radiante. El temor es la alarma interior que nos advierte, en sus dos posibles acepciones,
de una auténtica verdad validada por los siglos y que, en consecuencia, ha de ser
reverenciada con toda consideración. Los juicios aparecen traducidos en la versión de
Moffat como veredictos, decisiones de Dios sobre cuestiones de orden práctico en relación
a la conducta humana. Juicios que no es que sean por completo justos, esto es, ‘absoluta e
intrínsecamente’ justos, sino que tienen esa cualidad ¡en todos y cada uno de los casos!
La ley puede parecernos fuente improbable de deleite; sin embargo, tal como bien
indica ese verbo de transición en el versículo 10, así lo es para el siervo que guarda celoso
los mandamientos de su Señor. La suya es ahí una voz en tercera persona en los versículos
11–14.
Las primeras dos voces son oídas sin dificultad, pues la relación con el Señor discurre
por el cauce debido. Él es el siervo de Dios, como él mismo indica, y el Señor es su Roca y
su Redentor. Es, por otra parte, totalmente consciente de su pecado (vv. 12–13), pero, en
anticipo de las palabras de Jesús en Mateo 5:48, ansía ser perfecto como su Dios lo es (eso
es lo que viene a querer decir íntegro en el v. 13) – sobre todo en relación a las palabras
que vayan a salir de su boca, cuestión de primera magnitud en la totalidad del Salmo.

2. Un tema
La obvia diferencia entre los versículos 1–6 y los demás ha llevado a algunos
comentaristas a concluir que el Salmo 19 no pudo haber sido compuesto como pieza
única, y que sus dos partes por separado son representativas de dos clases diferentes de
Salmo que, combinados, forman una especie de híbrido.
C. S. Lewis, como especialista y profesional, no en estudio bíblico sino en el literario, y
poeta él mismo, difería a ese respecto. En su opinión, el salmista habría sentido una
conexión tan íntima entre su primer y segundo tema, que habría pasado de uno a otro sin
darse cuenta de ello… Piensa en un principio en el firmamento… Sigue con el sol…
Concluye con el calor que despide; y no, claro está, con ese calor soportable de nuestro
clima aquí en la tierra, sino con unos rayos solares inmisericordes, que nos ciegan al
tiempo que nos abrasan, contundentes sobre montes y collados, insidiosos en todo
posible resquicio… De forma brusca y totalmente inesperada, el versículo 7 nos transporta
a un escenario muy distinto, que, para el autor, apenas si varía, y ello por esa radiante luz
solar que todo ilumina y todo pone de relieve.
Lewis había escrito él mismo algo en línea muy similar, en una obra suya anterior,
sobre ‘la constante gloriosa imagen que el Salmo 19 nos ofrece del Sol y la Ley, fundidos
en uno en la mente del poeta, ambos gozosos, ambos tremendos en su magnitud,
dispuestos cual novio para su boda, ambos ‘sin mancha’, ‘limpios’, ‘rectos en sus caminos’,
‘nada hay a lo que no llegue su calor’.
Hay una segunda característica que hace de este Salmo una unidad. El hecho de que la
Deidad reciba el nombre de Dios en la primera parte, y el Señor en la segunda, refuerza
más que cuestiona esa probable unidad. Es, pues, justamente la limitación de la voz de
este mundo suyo lo que hace que tan sólo pueda hablarnos acerca de Dios Creador;
tenemos que prestar atención a la voz de su ley para enterarnos de que es asimismo el
Señor y Redentor.
Y, tras esa observación, encontramos otra unidad aún más profunda, que se nos
muestra en un segundo registro que discurre paralelo a este otro.
3. Dos registros
Con independencia de lo que se esté queriendo indicar con ese de David en el
encabezamiento de estos Salmos, hemos comprobado con qué facilidad puede
emparejarse contenido temático, en la mayoría de esos dieciocho Salmos, y las diversas
circunstancias personales de David. El Salmo 19, en cambio, no es tan fácil de catalogar, a
no ser que veamos su germen en los luminosos días del muchachito pastor (¿y noches
tachonadas de estrellas en el Salmo 8?) de las colinas de Belén.
Ahora bien, de vernos abocados a la tarea de organizar un culto en el que los Salmos,
los himnos, y las lecturas tuvieran que formar un todo coherente e integrado, de manera
que resaltara en la forma debida el mensaje de parte de Dios y se fijara la atención de las
personas en ello (responsabilidad de la máxima importancia para los líderes de las iglesias,
creo yo), ¿cómo acometeríamos su realización práctica? Con este Salmo como punto de
partida, acuden de inmediato a la mente dos o tres himnos: el de Addison ya citado, o el
de Isaac Watts, aún más fiel al Salmo como un todo:
Los cielos cantan tu gloria, Señor;
las estrellas reflejo de tu sabiduría son;
pero es al contemplar la palabra tuya,
cuando tu nombre se nos muestra con mayor fulgor.
¿Nos falta todavía una lectura complementaria? Los libros de Samuel, con sus
múltiples paralelismos de los primeros Salmos, no parecen encajar demasiado bien aquí.
Cierto que Romanos 10:18 cita el versículo 4 de este Salmo, y que el apóstol Pablo ya ha
mencionado en Romanos 1 esa voz que todos podemos oír: ‘Porque lo que se conoce
acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la
creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con
toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen
excusa’ (vv. 19–20).
Todo esto nos lleva, a su vez, a un pasaje obvio dentro del Antiguo Testamento, a
saber, la narrativa de la creación dentro de Génesis. El Dios que ha permanecido junto a
David en medio de todos los problemas hasta su entronización en Jerusalén (1 y 2 Samuel,
como lecturas pertinentes), sigue siendo su Roca y Redentor en el Salmo 19 como lo era
en el 18, pero la inspiración poética se mueve ahora con la libertad necesaria para
explorar nuevo territorio y retomar los temas de otros pasajes. ¿Qué mejor lugar para
empezar que Génesis 1? Los cielos y el firmamento de nuestro versículo 1 (NRSV), y el sol
de los versículos 4–6, están todos ahí (Gn. 1:1, 6, 16).
Sigamos, entonces, el curso del pasaje. El Dios que ‘creó los cielos y la tierra’ en el
capítulo 1, es, en el capítulo 2, ‘el Señor Dios’ que ‘dio instrucciones al hombre’,
entregándole una ley que, de ser cumplida, le proporcionaría auténtica felicidad. Algo de
lo que nos hablan los versículos 7–10. ¿Qué decir, en cambio, de los versículos 11–14? El
capítulo 3 de Génesis muestra con qué facilidad el ser humano puede ser seducido por
una voz distinta, la del mismísimo Tentador. Si Adán y Eva, que, en un cierto sentido,
conocían mejor que nosotros la gloria y la ley del Señor, podían cambiar todo eso por la
ilusoria gratificación del pecado, ¿cuánto más no deberíamos nosotros orar para
permanecer en la ley y apartarnos del espejismo?1

Salmo 19
David estaba conmovido al observar que los cielos, bajo la influencia dominante del
sol, declaran el esplendor de la obra de Dios. Por comparación, describe la influencia
dominante de la ley de Dios, la cual alumbraba su camino. Después, oró pidiendo ser
completamente limpio, de tal modo que su vida fuera aceptable ante Dios. Por lo tanto,
este salmo examina tanto la revelación natural de Dios como su revelación especial, la
cual induce a hacerse un autoexamen.
Con frecuencia, el A.T. une la descripción de Dios como dador de la ley con la de
Creador. Por ello, en la primera parte de este salmo, ’ēl, (“Dios”) se usa (v. 1) para indicar
su poder como creador y en la segunda parte usa Jehová (“Yahweh”; vv. 7–9, 14), que es
su nombre personal por medio del cual se dio a conocer a Israel como Dios del pacto.
Este salmo también puede considerarse como una polémica contra las creencias
paganas. En los centros politeístas, el dios sol era el dios de la justicia. En este salmo, el
Señor Dios es el Creador de los cielos, incluyendo al sol que adoraban los paganos y
también es el dador de la ley, por medio de la cual establece la justicia en la tierra.

A. Revelación natural de la gloria de Dios (19:1–6)


19:1–4b. David anunció que los cielos cuentan la gloria (o esplendor) de la obra de
Dios. El v. 1 es una declaración sumaria: la majestuosa creación es evidencia de un Dios-
creador aún más majestuoso.
De continuo (un día … a otro día … una noche a otra noche), el firmamento anuncia el
hecho de que hay un creador (v. 2). Aunque la creación no habla con palabras audibles, es
oída su voz; i.e., su mensaje es escuchado por toda la tierra … y hasta el extremo del
mundo. La noticia dada por la naturaleza que habla de la gloria de Dios alcanza a todas las
naciones, y es igualmente inteligible en todas ellas (cf. Ro. 1:18–20).
19:4c–6. El sol es la figura dominante de los cielos. Como esposo que sale de su
tálamo el día de su casamiento con gran emoción, así se levanta el sol; y como atleta, se
alegra cual gigante para correr el camino y seguir su curso. Estos vv. hacen algo más que
solamente hablar de la naturaleza como evidencia de la gloria divina, también minan las
creencias paganas, porque en la literatura del antiguo Cercano Oriente se utilizaban las
mismas imágenes para referirse al dios-sol.

B. Revelación específica de la ley de Dios (19:7–11)

1 Wilcock, M. (2012). Salmos: Cantos para el pueblo de Dios (P. Florez, Trad.; 1a edición en
castellano, Vol. 1, pp. 108-113). Andamio; Libros Desafío.
19:7. En los vv. 7–9, David describe la naturaleza eficaz de la ley de Dios. Así como el
sol es la figura dominante de la revelación natural de Dios (vv. 4c–6), así la ley de Jehová
es el elemento dominante de la revelación especial del A.T.
Como es perfecta (“limpia, inmaculada” en 12:6; 18:30; Pr. 30:5), la ley de Dios puede
transformar a las personas. Convierte el alma y se puede confiar en que el testimonio de
Jehová … hace sabio al sencillo.
19:8. Los mandamientos de Jehová … alegran el corazón y el precepto de Jehová …
alumbra los ojos; i.e., alegran la vida y guían al justo. El testimonio (v. 7), los
mandamientos, el precepto (v. 8) y los juicios (v. 9) de Jehová se refieren a las
instrucciones específicas que se encontraban dentro de la ley mosaica. El gozo y la
dirección llenan el alma de aquel que medita y cumple los mandamientos de Dios.
19:9. Aquí, temor es un sinónimo de la ley, porque su propósito era hacer que el
corazón humano temiera al Señor (Dt. 4:10). Entonces, el temor (la ley) de Jehová es
limpio, es verdad y es justo. La ley se diseñó para hacer que los creyentes obedecieran a
Dios y llevaran vidas rectas.
19:10–11. A continuación, David expresó su reacción personal a la perfecta ley divina.
Él consideraba que los estatutos eran deseables y producían gozo. Al exaltar el valor que
tenían para él, los comparó con oro y miel—deseables son más que el oro, que era la
posesión más valiosa del antiguo Cercano Oriente y dulces más que miel, que era la
sustancia más dulce que se conocía en aquella región. Los mandamientos no eran una
carga para los creyentes que trataban de agradar a Dios con su vida. David consideraba
que en guardarlos hay grande galardón, porque nos advierten contra los peligros de la
necedad y del pecado.

C. Oración pidiendo limpieza (19:12–14)


19:12–14. Al contemplar la santa ley, David oró pidiendo una limpieza completa de su
ser para que pudiera vivir íntegramente, en forma aceptable y que estuviera limpio de
gran rebelión delante de Jehová, que era su roca (cf. 18:2, 31, 46) y su redentor. (Para
estudiar la petición del salmista de que su meditación fuera agradable a Dios; cf. 104:34.)
El salmista pedía ser librado de sus errores ocultos y de que pecara deliberadamente. En
la ley había provisiones para redimir los pecados que se cometían en ignorancia, pero para
los que se hacían deliberadamente, con arrogancia, no había prescripciones ceremoniales,
aunque se podía obtener el perdón si una persona se arrepentía sinceramente y
confesaba sus pecados (cf. Sal. 51). Por lo tanto, David necesitaba de la perfecta ley y de la
capacitación divina para evitar tales faltas.2

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2 Walvoord, J. F., & Zuck, R. B. (2000). El conocimiento bíblico, un comentario expositivo:


Antiguo Testamento, tomo 4: Job-Cantar de los Cantares (pp. 134-135). Ediciones Las
Américas, A.C.
SALMO 19

RESUMEN Y ESTRUCTURA DEL SALMO 19


Ahora que nos acercamos al Salmo 19, podemos considerar la forma en que algunos
humanos han logrado un nombre inmortal por lo que lograron:
• Platón convirtió los diálogos hablados de Sócrates en obras maestras de la filosofía
literaria que le hicieron famoso a él y a su maestro;
• Agustín confesó su pecado y oró a través de su búsqueda para conocer a Dios de
una manera tan profunda y escudriñadora que, después de los autores bíblicos,
quizá ningún escritor haya tenido una influencia más profunda en el pensamiento y
la espiritualidad cristianos;
• Shakespeare no empleó más que palabras para sostener el espejo de la naturaleza
y ayudarnos a ver el mundo y a nosotros mismos con mayor claridad;
• Mozart sorprendió y deleitó a la gente con los sonidos que era capaz de
encadenar;
• muchos otros son famosos por cosas que esculpieron, pintaron, diseñaron,
construyeron o inventaron.
Si la gloria de los que hacen las cosas depende del esplendor de lo que han hecho,
¿cuánta gloria se le debe al creador del mundo, al dador de la vida? ¿Podemos siquiera
comenzar el proceso de celebrar lo que el Creador ha logrado de una manera acorde con
lo que ha hecho? David se propone una tarea en el Salmo 19, en el que su admiración de
Dios como Creador (19:1–6 [TM 19:2–7]) es informada y guiada por la palabra de Dios
(19:7–9 [TM 19:8–10]), que lo atrae hacia todo lo que es bueno, verdadero y hermoso,
refina su carácter y lo hace agradable al Señor (19:10–14 [TM 19:11–15]).
Después del sobrescrito (TM 19:1), el Salmo 19 consta de tres partes. En 19:1–6 (TM
19:2–7) David celebra la forma en que los cielos comunican la gloria de Dios. Luego, en
19:7–9 (TM 19:8–10), escribe un elogio de lo que es y hace la Torá, tras lo cual, en 19:10–
14 (TM 19:11–15), responde a la palabra de Dios describiendo los efectos que tiene en él.
19:1–6 (TM 19:2–7): Los cielos cuentan la gloria de Dios
19:7–9 (TM 19:8–10): Lo que es y hace la Palabra de Dios
19:10–14 (TM 19:11–15): Más dulce que la miel, que resulta en la piedad

ESCRITURA
RVR60 Traducción del autor

1
Al músico principal. Salmo de David. Para el Preeminente. Un salmo de David.

1 2
Los cielos cuentan la gloria de Dios, Los cielos cuentan la gloria de Dios,

Y el firmamento anuncia la obra de sus y, “¡las obras de sus manos!” declara el


manos. firmamento.

2 3
Un día emite palabra a otro día, Día a día derrama discurso, y noche a
Y una noche a otra noche declara sabiduría. noche declara conocimientos.

3 4
No hay lenguaje, ni palabras, No hay discurso, y no hay palabras; no se
Ni es oída su voz. oye su voz.

4 5
Por toda la tierra salió su voz, En toda la tierra sale su línea, y en el fin
Y hasta el extremo del mundo sus palabras. del mundo su pronunciamiento;

En ellos puso tabernáculo para el sol; para el sol puso una tienda de campaña en
ellos.

5 6
Y este, como esposo que sale de su Y él, como un novio, sale de su habitación,
tálamo, se regocija, como un hombre fuerte, de
Se alegra cual gigante para correr el camino. recorrer su camino.

6 7
De un extremo de los cielos es su salida, Desde el final de los cielos su salida,

Y su curso hasta el término de ellos; y su circuito sobre los extremos de ellos, y


Y nada hay que se esconda de su calor. no hay nada oculto a su calor.

7
La ley de Jehová es perfecta, que convierte 8 La Torá de Yahvé es íntegra y restaura el
el alma; alma.

El testimonio de Jehová es fiel, que hace El testimonio de Yahvé es digno de


sabio al sencillo. confianza,

haciendo sabio lo simple.

8 9
Los mandamientos de Jehová son rectos, Los preceptos de Yahvé son rectos, alegran
que alegran el corazón; el corazón.

El precepto de Jehová es puro, que alumbra El mandamiento de Yahvé es puro,


los ojos. iluminando los ojos.

9 10
El temor de Jehová es limpio, que El temor de Yahvé es limpio, permanece
permanece para siempre; para siempre.

Los juicios de Jehová son verdad, todos Los juicios de Yahvé son verdaderos, son
justos. totalmente justos.

10 11
Deseables son más que el oro, y más que Son más deseables que el oro,
mucho oro afinado; incluso mucho oro puro, y más dulce que la
Y dulces más que miel, y que la que destila miel,
del panal. incluso fluyendo del panal.

11 12
Tu siervo es además amonestado con Ciertamente, tu siervo está advertido por
ellos; ellos,

En guardarlos hay grande galardón. en la conservación de los mismos hay una


gran recompensa.

12 13
¿Quién podrá entender sus propios Errores ¿quién puede entenderlos? De las
errores? cosas ocultas aléjame.

Líbrame de los que me son ocultos.

13 14
Preserva también a tu siervo de las Incluso de las cosas presuntuosas retén a
soberbias; tu siervo,

Que no se enseñoreen de mí; que no se enseñoreen de mí. Entonces


Entonces seré íntegro, y estaré limpio de tendré integridad, y estaré libre de la
gran rebelión. gran transgresión.

14 15
Sean gratos los dichos de mi boca y la Que el discurso de mi boca y la
meditación de mi corazón delante de ti, meditación de mi corazón

Oh Jehová, roca mía, y redentor mío. sea agradable ante ti, oh Yahvé, mi roca y
mi redentor.

CONTEXTO: VÍNCULOS VERBALES Y TEMÁTICOS CON LOS SALMOS


CIRCUNDANTES
19:1 (TM 19:2) “Los cielos cuentan la gloria de Dios”
19:6 (TM 19:7) “Desde el final de los cielos su salida”
2:4 “El que está sentado en los cielos”
8:1 (TM 8:2) “pon tu majestad sobre los cielos”
8:3 (TM 8:4) “cuando miro tus cielos”
8:8 (TM 8:9) “aves del cielo”
11:4 “Yahvé, en los cielos está su trono”
14:2 “Yahvé desde los cielos mira hacia abajo”
18:9 (TM 18:10) “inclinó los cielos y descendió”
18:13 (TM 18:14) “hizo tronar los cielos”
20:6 (TM 20:7) Yahvé responde a su mesías desde sus santos cielos

19:1 (TM 19:2) “las obras de sus manos”


8:3 (TM 8:4) “obras de tus dedos”
8:6 (TM 8:7) “obras de tus manos”

19:2 (TM 19:3) “de día a día… de noche a noche”


Comparar el relato de la creación de Gn 1

19:4 (TM 19:5) “En toda la tierra” ‫הארץ‬ ‫בכל‬


8:1, 9 (TM 8:2, 10) “en toda la tierra” ‫בכל הארץ‬

19:4 (TM 19:5) “el fin del mundo”


9:8 (TM 9:9) “juzgará al mundo”
18:15 (TM 18:16) “los fundamentos del mundo”
24:1 “el mundo”

19:5 (TM 19:6) “su cámara”


Compare con Is 4:5 “sobre toda la gloria un dosel”
Compare con Joel 2:16 “el novio sale de su habitación, y la novia de su cámara”

19:7 (TM 19:8) “La Torá de Yahvé”


1:2 “en la Torá de Yahvé está su delicia, y en su Torá medita día y noche”

19:7 (TM 19:8) “tiene integridad”


Compare 15:2; 18:23, 25, 30, 32 (TM 18:24, 26, 31, 33)

19:7 (TM 19:8) “restaurando el alma”


23:3 “mi alma él restaura”

19:7 (TM 19:8) “haciendo sabio al simple”


Compare Prov 1:4–6

19:8 (TM 19:9) “iluminando los ojos”


13:3 (TM 13:4) “Ilumina mis ojos”
18:28 (TM 18:29) “provocas la luz en mi lámpara”

19:9 (TM 19:10) “El temor de Yahvé”


Compare 34:12; 111:10; véase también 2:11; 5:7 (TM 5:8)

19:9 (TM 19:10) “está limpio”


Compare 12:7

19:9 (TM 19:10) “Los juicios de Yahvé”


Compare 7:6 (TM 7:7); 9:4, 7, 16 (TM 9:5, 8, 17); 10:5; 17:2; 18:22 (TM 18:23)

19:10 (TM 19:11) “oro puro”


Compare 21:3 (TM 21:4)

19:11, 13 (TM 19:12, 14) “tu siervo”


Compare el sobrescrito 18 (TM 18:1)

19:14 (TM 19:15) “discurso de mi boca”


Compare Dt 32:1; Sal 54:2 (TM 54:4); 78:1; 138:4

19:14 (TM 19:15) “meditación de mi corazón”


Compare 1:2; 9:16 (TM 9:17)

19:14 (TM 19:15) “mi roca”


Compare 18:2, 46 (TM 18:3, 47)

El Salmo 19 se sitúa en el centro del quiasmo que comienza en el Salmo 15 y se extiende


hasta el 24 (véase el análisis del “contexto” que acompaña al Salmo 15). Precedido y
seguido por salmos que tratan de la liberación (Salmos 18 y 20–21), la resurrección (17 y
22), la satisfacción (16 y 23) y el rey santo (15 y 24), el Salmo 19 celebra la forma en que
Dios se ha revelado en la creación y en las Escrituras.

EXPOSICIÓN
19:1–6 (TM 19:2–7) Los cielos cuentan la gloria de Dios
El sobrescrito del Salmo 19 es la misma que se encuentra en los Salmos 20 y 21.
Los seis primeros versos del Salmo 19 (TM 19:2–7) comienzan y terminan con
referencias a los cielos (19:1, 6 [TM 19:2, 7]). Dentro de ese marco exterior, la
comunicación inaudible del día y la noche es el tema de 19:2–4 (TM 19:3–5), y al final de
19:4 (TM 19:5) David personifica al sol para celebrar la forma en que muestra la gloria de
Dios en el cielo (19:4c–6 [TM 19:5c–7]).
La creación ha inspirado asombro y maravilla en David, y él responde a la gloria de
Dios en la creación dando forma a un lenguaje que celebra lo que Dios ha logrado al hacer
el mundo. La proeza de Dios inspira la inigualable poesía de David. David ha dispuesto
cuidadosamente una cadena de palabras destinadas a brillar con la gloria del Dios que
intenta ensalzar. Es decir, por muy bello que sea este salmo, lo importante no es la belleza
del salmo, sino la maravilla del que celebra.
Las mejores obras de arte apuntan más allá de sí mismas, a algo más elevado, más
profundo y más digno que ellas mismas. Esto significa que las obras de arte que celebran
la grandeza infinita son las que tienen más potencial para inspirar. Una celebración de una
grandeza limitada o de un héroe defectuoso limitará nuestro deleite: miramos una estatua
de Zeus, y por muy magnífica que sea, no solo nos recuerda su poder, sino su matrimonio
problemático, sus aventuras adúlteras y sus fracasos en el cumplimiento de sus
propósitos. Una celebración del Dios de la Biblia ofrece la oportunidad de deleitarse sin
inhibiciones y sin paliativos en la perfección absoluta, la probidad moral y el éxito
inagotable. Queremos prestar atención a la poesía de los Salmos porque la belleza de la
poesía está destinada a comunicar la complejidad y la simplicidad y la magnificencia
rítmica palpitante de aquel a quien el poeta ensalza.
Una interpretación literal de Salmos 19:1 (TM 19:2) pone de manifiesto que el verso es
un quiasmo autocontenido:
Los cielos
están relatando
la gloria de Dios,
y, “¡las obras de sus manos!”
declara
el firmamento.
Los elementos coincidentes son evidentemente paralelos. Los cielos y el firmamento,
creados por Dios en Génesis 1:1 y 1:6, se personifican como oradores que “cuentan” la
gloria de Dios y “declaran” la obra de sus manos, como si estuvieran enumerando las
muestras de maravilla de Dios y relatando el hábil trabajo de sus dedos (cf. Sal 8:3, donde
“los cielos” son “la obra de tus dedos”, véase también 8:6 [TM 8:4, 7]). El resultado de
esta declaración poética cuidadosamente elaborada es que la habilidad, el poder y el valor
de Dios se comunican a través de lo que ha hecho.
David comenzó en el Salmo 19:1 (TM 19:2) con lo que Dios hizo en Génesis 1:1 y 6, los
cielos y el firmamento, y continúa en 19:2 (TM 19:3) con lo que Dios hizo en Génesis 1:3–
5, donde Dios creó la luz, separó la luz y las tinieblas, y llamó a la luz día y a las tinieblas
noche. Al igual que los cielos y el firmamento fueron personificados, lo mismo ocurre con
el día y la noche en 19:2 (TM 19:3). Se les describe en términos humanos, como grandes
habladores cuyas palabras instruyen, derramando discursos y declarando conocimiento.
También aquí tenemos una línea poética cuidadosamente elaborada, con frases de sujeto
(el día al día, la noche a la noche), verbos (derrama, declara) y objetos (discurso,
conocimiento), todos paralelos. Una vez más, el sentido de la personificación poética es
que Dios revela y comunica a través de lo que ha hecho.
El día y la noche introducidos en 19:2 (TM 19:3) permanecen bajo consideración a
través de las dos primeras líneas de 19:4 (TM 19:5). Tras describirlos como hablantes
personificados en 19:2 (TM 19:3), David aclara que no hay palabras audibles a través de
las tres frases paralelas de 19:3 (TM 19:4). Los cielos y el firmamento, el día y la noche,
todos hablan, pero no con palabras que se puedan oír con los oídos. Hay que emplear
otros medios de percepción sensorial para oír lo que dicen, y en vista de 19:7–9 (TM 19:8–
10), el oído debe guiarse por la palabra de Dios en la Torá.
David había descrito la forma en que el nombre del Señor es majestuoso “en toda la
tierra” en el Salmo 8:1 y 9 (TM 8:2, 10), y utiliza la misma frase en 19:4 (TM 19:5) para
describir la forma en que la “línea” que pertenece al cielo y al firmamento, al día y a la
noche, recorre “toda la tierra”, por la que lo que comunican se extiende hasta el fin del
mundo. Este término “línea” se utiliza en otros lugares para describir una línea de
medición (por ejemplo, Ez 47:3; Zac 1:16), por lo que esa puede ser la imagen visual
pretendida. Otra posibilidad es que la “línea” entre la luz y la oscuridad, el día y la noche,
que pasa por los cielos sobre toda la tierra se representa aquí. De cualquier manera, el
significado es que no hay lugar en la tierra que no esté expuesto a lo que el cielo y el
firmamento, el día y la noche comunican. Estos altavoces se escuchan en todo el mundo.
En la última línea del Salmo 19:4 (TM 19:5) David pasa a lo que Dios hizo en Génesis 1:14–
16 al comenzar su personificación del sol. Dios suspendió el sol en los cielos en el
momento de la creación, y David describe al sol como un hombre para el que Dios levantó
una tienda, una tienda situada en los cielos y en el firmamento, el día y la noche. Esa
tienda en 19:4c (TM 19:5c) parece ser la “cámara” de la que el sol sale como un novio en
19:5 (TM 19:6). El término “cámara” solo aparece en Joel 2:16 e Isaías 4:5, ambos pasajes
con connotaciones de boda. La representación del sol como novio en Salmos 19:5 (TM
19:6) indica que el sol sale de su cámara con el entusiasmo y la anticipación de un hombre
que está a punto de casarse. El sol es como un hombre que se alegra por su nueva novia, y
la segunda comparación en 19:5 (TM 19:6) complementa esta imagen: El sol es
representado como un hombre fuerte que corre su carrera con alegría. El sol no entra en
escena como un holgazán desaliñado, sino que irrumpe con entusiasmo y fuerza. El sol se
sitúa en la línea de salida como un velocista olímpico, agitando sus poderosos brazos y
piernas, listo para mostrar su elegante zancada y su incansable resistencia. La imagen del
hombre fuerte que corre su carrera se mantiene en 19:6 (TM 19:7), ya que se describe al
sol rodeando los cielos, sin que nada quede oculto a la luz de su presencia. Una vez más, el
poder de Dios en la creación es evocado por estas imágenes, y de nuevo se afirma que
Dios se ha revelado en la creación en todos los lugares donde brilla el sol, en todos los
lugares donde cae la noche y en todos los lugares que se encuentran bajo los cielos. No
hay lugar en la tierra donde no se pueda oír la voz de estos comunicadores. No hay ningún
logro arquitectónico que se pueda comparar con la bóveda de los cielos, ninguna hazaña
de ingeniería que supere al sol en su circuito.
David utiliza la poesía del Salmo 19 para instar a su público a hacer lo siguiente:
1. Miren el mundo.
2. Piensen en lo que ven.
3. Alaben al diseñador, al arquitecto, al ingeniero, al animador de este proyecto
superador.
Por muy clara que sea la voz de la creación, sin la Torá caerá en saco roto. Después de
haber dado esta descripción inigualable de la gloria de Dios en la creación en 19:1–6 (TM
19:2–7), David pasa a la naturaleza y el poder de la Torá en 19:7–9 (TM 19:8–10).

19:7–9 (TM 19:8–10) Lo que es y hace la Palabra de Dios


David es capaz de ver la gloria de Dios en la creación porque ha experimentado la gloria de
Dios en las Escrituras, y la interconexión de estas actividades perceptivas se demuestra en
la estructura del Salmo 19. Solo alguien cuya comprensión del universo ha sido
determinada por el relato de la creación de la Torá podría escribir el Salmo 19. Tras
ensalzar a Dios celebrando la creación en 19:1–6 (TM 19:2–7), David ensalza ahora a Dios
celebrando la Escritura en 19:7–9 (TM 19:8–10). También en este caso la forma de la
poesía es parte de la cuestión. Las afirmaciones de David, cuidadosamente estructuradas,
están diseñadas para reflejar la artesanía que se muestra en la revelación de Dios en su
palabra.
El Salmo 19:7–9 (TM 19:8–10) consiste en:
• tres versos;
• cinco referencias a la palabra de Dios (Torá, testimonio, preceptos, mandamientos
y juicios);
• una respuesta a Dios (temor);
• cinco características de la palabra de Dios (integridad, fiabilidad, rectitud, pureza y
verdad);
• una característica del temor de Dios (limpieza);
• cuatro cosas que la palabra de Dios cambia (el alma, el simple, el corazón y los
ojos);
• y seis cosas que hace la palabra de Dios (restaura, hace sabio, da alegría, ilumina,
permanece para siempre y promulga la justicia unificada).
Todas las afirmaciones de 19:7–9 (TM 19:8–10) siguen la misma fórmula en hebreo: las
tres primeras palabras declaran lo que es la palabra de Dios, y las dos siguientes lo que
hace. El Salmo 19:9a (TM 19:10a) rompe el patrón de pensamiento al referirse al temor de
Yahvé en lugar de la palabra de Yahvé, pero se mantiene la fórmula de una declaración de
tres palabras seguida de una declaración de dos palabras. Luego, en 19:9b (TM 19:10b) se
retoma el patrón de pensamiento con la última instancia de la fórmula.
El Salmo 19:7 (TM 19:8) afirma que la Torá de Yahvé es perfecta, y el término
comúnmente traducido como “perfecta” connota integridad y totalidad. Significa que no
hay contradicciones internas, ni perspectivas conflictivas, ni saltos lógicos incoherentes. A
diferencia de los mitos antiguos con sus dilemas insolubles, y a diferencia de los mitos
científicos modernos con sus afirmaciones que hacen tambalear la imaginación y la
creencia, la Torá de Yahvé es completa, íntegra, impecable e irreprochable.
Esa primera afirmación declara lo que es la ley del Señor, y la siguiente declara lo que
hace: restaurar el alma. El término traducido como “restaurar” es una palabra que
significa “volver” y se utiliza a menudo para describir o llamar al arrepentimiento. Esta
connotación parece informar la traducción de la RVR60 de la frase, “convertir el alma”.
Otras traducciones optan por “reanimar” (RVC) o “reavivar” (NTV). La palabra “alma” se
traduce a veces como “vida”, y parece denotar el aspecto interior de lo que somos, que
puede distinguirse de lo que la Biblia describe como nuestro “corazón”, donde pensamos.
El hombre interior es reparado, restaurado, devuelto a su estado correcto por la Torá de
Yahvé.
El Salmo 19:7 (TM 19:8) continúa diciendo que “el testimonio de Yahvé es digno de
confianza”. Las dos tablas con los Diez Mandamientos se describen como “testimonio”
(Éxodo 31:18), el arca de la alianza se llama “el arca del testimonio” (Jos 4:16), y la Torá se
describe como conteniendo estatutos, mandamientos, juicios y testimonios (1 Re 2:3).
Este término “testimonio” es otra forma de describir la palabra de Dios, lo que dice por sí
mismo en los Diez Mandamientos, por ejemplo, y lo que los “testigos” (término afín) han
dicho de él. La afirmación aquí es que el testimonio de y sobre Dios en la Torá es digno de
confianza. Dios no miente sobre sí mismo, y los autores bíblicos no dan falso testimonio
sobre él.
La Biblia contiene testimonios fidedignos, y los testimonios fidedignos dan fe de cómo
son realmente las cosas, de lo que realmente ocurrió y de lo que realmente debería
hacerse. La gente hace cosas insensatas porque tiene creencias falsas sobre cómo son las
cosas, lo que realmente ocurrió o lo que debería hacerse. El testimonio fidedigno de la
Biblia hace sabia a la gente de mente sencilla porque da testimonio contra las falsas
afirmaciones sobre quiénes somos, cómo hemos llegado hasta aquí y qué resulta de los
diferentes comportamientos. Las flores de la felicidad no brotan de la tierra del pecado
como la gente sencilla y necia espera. El testimonio de la Biblia imparte la sabiduría de
que las naranjas y las manzanas y las peras y las ciruelas de una vida feliz solo crecen en
los suelos de la vida santa. En el Salmo 19:8 (TM 19:9) encontramos la tercera y cuarta
descripción de la palabra de Dios, donde David habla de los “preceptos” y
“mandamientos” de Yahvé.
Dictionary.com define la palabra precepto como “un mandato moral” o “una directiva
de procedimiento”. Este término hebreo solo aparece en los Salmos, y veintiuna de las
veinticuatro instancias del mismo están en el Salmo 119. Esta palabra para “reglamentos
para los justos” (HALOT, s.v.) parece ser un sinónimo de “mandamiento”. La afirmación
aquí es que los preceptos de Yahvé son rectos. Independientemente de lo que diga una
cultura en rebeldía contra Dios, los preceptos y mandamientos de Dios determinan lo que
es moralmente recto. Los mandatos morales rectos de Dios, sus preceptos, producen
alegría en el corazón.
En el verano siguiente a mi primer año de universidad, tuve una noche una pesadilla
en la que había cometido un delito, me habían pillado, me habían declarado culpable y me
habían condenado a prisión. Recuerdo la vergüenza que sentí, la culpa, la pena. Mis
padres estarían destrozados. Mis hermanas y mi hermano se sentirían avergonzados. Y el
Señor, por supuesto, estaría disgustado conmigo. Y entonces me desperté inocente,
respetuoso de la ley y libre. El Salmo 19:8a (TM 19:9a) es cierto: los preceptos del Señor
son rectos y alegran el corazón.
No solo los preceptos son rectos, sino que la siguiente línea de Salmos 19:8 (TM 19:9)
afirma que los mandamientos de Yahvé son puros. Lo que Yahvé exige a su pueblo nunca
es inmoral, nunca es inapropiado y nunca es siquiera cuestionable. Los mandamientos de
Yahvé gozan de una resplandeciente rectitud moral, la gloria ascendente de estar libres de
cualquier corrupción o contaminación degradante. La belleza inmaculada, intacta y sin
mancha de la santidad se exhibe en lo que Dios manda, y el mandamiento tiene el poder
de iluminar los ojos. David afirma aquí que, sin los mandatos de Dios, la gente estaría en la
oscuridad de las confusiones, pero cuando se da el mandamiento los ojos se iluminan. La
palabra de Dios nos permite ver no solo a dónde debemos ir, sino cómo debemos llegar.
En el Salmo 19:9a (TM 19:10a) se rompe el patrón del material —descripciones de la
palabra de Dios—, pero se rompe de una manera que no altera el hilo de pensamiento
sino que lo complementa, aunque se mantiene el patrón de expresión —afirmaciones de
tres palabras seguidas de afirmaciones de dos palabras—. David dice que el temor a Yahvé
es limpio, y la palabra “limpio” connota la pureza ritual. Sin embargo, esta forma de hablar
de la palabra de Dios encaja perfectamente porque es la revelación de Dios en la Escritura
la que provoca la respuesta apropiada de temor, y la respuesta apropiada de temor
también provoca una mayor atención a la Escritura. Nadie se contaminará ni se hará
impuro ritualmente por temer a Dios. Y Dios es tan temible que será apropiado
reverenciarlo, temerlo, para siempre.
David vuelve al modelo en la declaración final de esta sección del Salmo 19, diciendo
en 19:9b (TM 19:10b) que los juicios de Yahvé son verdaderos y justos en su totalidad.
Yahvé nunca tomará una decisión injusta, nunca dejará de promulgar la justicia, y nunca
será tentado por algo injusto, corrupto o clandestino. Los juicios que Yahvé ha decidido y
que se recogen en las Escrituras son verdaderos. Corresponden a la realidad, se oponen al
mal y promulgan la justicia.
La verdad de las Escrituras (19:7–9 [TM 19:8–10]) permite a David ver la gloria de Dios
en la creación (19:1–6 [TM 19:2–7]), y la verdad de las Escrituras también permite a David
ver su necesidad de la misericordia y la bondad de Dios (19:10–14 [TM 19:11–15]).

19:10–14 (TM 19:11–15) Más dulce que la miel, que resulta en la piedad
The Cuckoo’s Calling (El canto del cucú), la novela de J. K. Rowling escrita bajo el
seudónimo de Robert Galbraith, es una demostración de la miseria provocada por un
hombre que busca el dinero como bálsamo de sus heridas más profundas. El villano de la
novela comete un asesinato en un vano intento de heredar una fortuna que la víctima no
quiso darle, y el villano no tiene paz, ni descanso, ni seguridad, ni alegría.
Tras describir lo que es la palabra de Dios y lo que hace en el Salmo 19:7–9 (TM 19:8–
10), David responde a la palabra de Dios en 19:10–14 (TM 19:11–15). Reconoce en 19:10a
(TM 19:11a) que la Biblia es más deseable que el oro. El oro no puede renovar el alma, dar
sabiduría o iluminar los ojos como lo hace la Biblia. El oro es simplemente un bien valioso,
y David reconoce que conocer a Dios proviene de las Escrituras y no del oro. David
reconoce que conocer a Dios es el bien más elevado, que las Escrituras revelan a Dios, y
que para usar bien el oro hay que conocer a Dios y ser enseñado por las Escrituras. La
palabra de Dios, por tanto, es más valiosa que el oro, aunque sea de la mejor calidad.
Del mismo modo, la palabra de Dios es mejor que la experiencia sensorial,
encapsulada aquí por la referencia a la dulzura de la miel. David reconoce que necesita la
palabra de Dios más que la satisfacción de sus necesidades corporales y la estimulación de
sus papilas gustativas que proporciona la miel. Cualquiera que haya encontrado a Dios a
través de las Escrituras coincidirá con la afirmación de David en Salmos 19:10b (TM
19:11b) de que la palabra de Dios es más dulce que la miel. La experiencia de la presencia
de Dios, para cuya compañía hemos sido creados, produce un placer que va más allá del
sabor dulce y la energía que proporciona la miel.
De lo que David dice aquí vemos que la exposición a la palabra de Dios ha
transformado sus deseos: porque ha encontrado a Dios en las Escrituras, tiene un mayor
deseo por la Biblia que por el dinero y el placer sensorial. La Biblia ha alejado a David de
otras fuentes de placer.
Al continuar en 19:11 (TM 19:12), David habla de sí mismo como siervo de Dios (véase
la discusión del sobrescrito al Salmo 18), afirmando que las Escrituras le advierten y
prometen una gran recompensa. La Biblia nos ofrece la gran alegría de conocer a Dios, nos
advierte de los resultados destructivos del pecado y promete recompensas para los que
obedecen.
En el Salmo 19:12 (TM 19:13) David reconoce su necesidad de la claridad moral de las
Escrituras, preguntando literalmente: “Errores ¿quién los puede entender?” No siempre
sabemos lo que hay que hacer, ni somos capaces de sondear las razones por las que
hacemos lo incorrecto. No entendemos nuestra propia pecaminosidad, pero en nuestras
tinieblas morales Dios ilumina misericordiosamente la luz de las Escrituras. Cuando David
pide ser declarado inocente de las cosas ocultas en 19:12b (TM 19:13b), alude a Éxodo
34:6–7, donde el Señor afirma que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, pero
no declara inocente al culpable. David parece reconocer que hay cosas ocultas en su vida
mientras pide a Dios que le muestre su misericordia.
Describiéndose de nuevo como siervo de Dios en 19:13 (TM 19:14), David pide a Yahvé
que le impida hacer cosas presuntuosas. Después de la referencia a las “cosas ocultas” en
el versículo anterior, esta referencia a las “cosas presuntuosas” probablemente se refiere
a los tipos de pecados abiertos y públicos cometidos por personas cuyas conciencias se
han endurecido por sus pecados ocultos y privados, hasta el punto de que pecan a la vista
de todos sin importarles lo que piensen los demás. Llegar a este punto es experimentar el
horrible reino del pecado, el dominio de los poderes oscuros que esclavizan a la gente a la
iniquidad. David quiere que la luz de las Escrituras brille sobre sus pecados ocultos, y
quiere apartarse de esas cosas, para que se le impida la dureza de corazón que lleva a la
transgresión pública flagrante, para ser liberado del dominio del pecado.
Cuando el Señor declara a David inocente de sus pecados privados y lo refrena de los
peores impulsos de su naturaleza, dice en 19:13b (TM 19:14b), que será irreprochable —
teniendo integridad— y que estará libre de la atracción del pecado atroz. Estas
afirmaciones dejan claro que cuando David habla de ser irreprochable no se refiere a la
perfección sin pecado resultante de la obediencia perfecta. Más bien, David considera que
la irreprochabilidad surge de una confesión de pecado privada que lleva a que Dios lo
absuelva misericordiosamente de la culpa y lo refrene de un comportamiento
escandaloso.
Los pecados ocultos surgen de deseos perversos alimentados por pensamientos
perversos que conducen a elecciones perversas. Estos pecados ocultos a menudo se
ocultan con declaraciones engañosas diseñadas para mantener el pecado en secreto.
Estas realidades parecen impulsar a David a rogar al Señor para que actúe en él de manera
que lo que diga y piense sea agradable a los ojos de Dios (cf. Sal 1:2). La Biblia (19:7–9 [TM
19:8–10]) permite a David ver la gloria de Dios en la creación (19:1–6 [TM 19:2–7]), y la
Biblia también ha permitido a David percibir las inclinaciones pecaminosas de su propio
corazón, para confesar que el camino de Dios es el más deseable (19:10 [TM 19:11]), que
la palabra de Dios advierte de la recompensa y corteja con la recompensa (19:11 [TM
19:12]), que expone el pecado y promete el perdón (19:12 [TM 19:13]), que frena, libera y
produce la piedad, por la que David ora en Salmos 19:14 (TM 19:15).

PUENTE
La palabra de Dios sigue haciendo hoy lo que hizo con David, abriendo nuestros ojos para
ver la gloria de Dios en la creación, iluminando los pensamientos ocultos de nuestros
corazones, dando nuevos deseos, advirtiendo y cortejando, condenando y restringiendo,
provocando que hablemos y pensemos de manera agradable al Señor. El último medio por
el que Dios puede declarar inocente al culpable (Sal 19:12 [TM 19:13]) porque se ha
arrepentido y ha creído en Jesús (Ro 3:24–26) espera la venida de aquel cuya cada palabra
y cada meditación sería agradable a Dios, aquel que siempre hizo la voluntad de su Padre,
que obedeció hasta la muerte. Gracias a la muerte de Cristo en la cruz, los que se apartan
del pecado y confían en Cristo pueden ser declarados inocentes de su pecado oculto,
justificados por la gracia mediant3

SALMO 19

Bosquejo del salmo


Hay dos libros excelentes que el gran Dios ha publicado para la instrucción y edificación de
los hijos de los hombres. Este salmo trata de ambos, y recomienda ambos a nuestro
estudio diligente.
I. El libro de las criaturas, en el que podemos leer fácilmente el poder y deidad (Ro 1:20)
del Creador (cf. vv. 1–6).
II. El libro de las Escrituras, el cual nos da a conocer la voluntad de Dios respecto a nuestro
deber. Nos muestra la excelencia y utilidad de ese libro (cf. vv. 7–11) y después nos
enseña cómo usarlo (cf. vv. 12–14).

La gloria de Dios se ve en la creación


Al músico principal. Salmo de David
Salmo 19:1–6

A partir de las cosas que se ven cada día por todo el mundo, el salmista, en estos
versículos, nos conduce a la consideración de las cosas invisibles de Dios (Ro 1:20), cuya
existencia se hace incontestablemente evidente y cuya gloria resplandece
trascendentalmente radiante en los cielos visibles, en la estructura y hermosura de ellos, y
en el orden e influencia de los cuerpos celestiales. Este ejemplo del poder divino sirve no
solamente para mostrar la necedad de los impíos, quienes ven que hay un Cielo y, sin
embargo, dicen: No hay Dios (Sal 14:1), quienes ven el efecto y, sin embargo, dicen: «No
hay causa»; sino para mostrar también la necedad de los idólatras, y la vanidad de sus
imaginaciones, quienes, aunque los cielos proclaman la gloria de Dios (v. 1 LBLA), sin
embargo, dieron la gloria a las luces del cielo, aunque esas mismas luces los inducían a
darla únicamente a Dios, el Padre de las luces (Stg 1:17). Ahora bien, obsérvese aquí:

3 Hamilton, J. M., Jr. (2021). Salmos (T. D. Alexander, T. R. Schreiner, & A. J. Köstenberger,
Eds.; Vol. 2, Sal 19). Editorial Tesoro Bíblico.
I. Qué es lo que las criaturas nos comunican. Estas son, de muchas maneras, útiles y
provechosas para nosotros, pero en nada tanto como en esta: que proclaman la gloria de
Dios, al mostrarnos la obra de sus manos (v. 1 LBLA). Claramente hablan de ser la obra de
las manos de Dios; porque no podían existir desde la eternidad; toda sucesión y
movimiento debe de haber tenido un principio; no podían hacerse a sí mismas, eso es una
contradicción; no podían producirse por un choque casual de átomos, esto es absurdo,
apropiado más bien para burlarse que para razonar acerca de ello: por tanto, deben de
tener un Creador, quien no puede ser otro sino una mente eterna, infinitamente sabia,
poderosa y buena. Así muestran que son las obras de Dios, la obra de sus dedos (Sal 8:3)
y, por tanto, declaran su gloria. De la excelencia de la obra podemos fácilmente inferir la
infinita perfección de su gran autor. Del resplandor de los cielos podemos deducir que el
Creador es luz; su amplitud de extensión revela su inmensidad; su altura, su trascendencia
y soberanía; su influencia sobre la tierra, su dominio, y providencia y beneficio universal; y
todas declaran su poder omnipotente, por el que fueron hechas al principio, y continúan
hasta este día conforme a las ordenanzas que les fueron establecidas.
II. Cuáles son algunas de esas cosas que nos notifican esto.
1. Los cielos y el firmamento (v. 1): la vasta extensión de aire y éter, y las esferas de los
planetas y estrellas fijas. El hombre tiene esta ventaja sobre las bestias en la estructura de
su cuerpo: que mientras que ellas han sido hechas para mirar hacia abajo, adonde deben
ir sus espíritus, él ha sido hecho erecto, para mirar hacia arriba, porque hacia arriba su
espíritu debe ir pronto y sus pensamientos deben elevarse ahora.
2. La sucesión constante y regular del día y de la noche: Un día […] a otro día, y una
noche a otra noche (v. 2), muestran la gloria de aquel Dios que dividió al principio entre la
luz y las tinieblas (cf. Gn 1:3–5), y ha preservado, desde los comienzos hasta este día,
aquel orden establecido sin variación, conforme al pacto de Dios con Noé, que, mientras
la tierra permanezca, no cesarán […] el día y la noche (Gn 8:22), al cual pacto de
providencia se compara el pacto de gracia por su estabilidad (cf. Jer 33:20; 31:35). El
intercambio del día y la noche, con un método tan exacto, es un gran ejemplo del poder
de Dios, y nos llama a observar que, como en el reino de la naturaleza, así también en el
de la providencia, él forma la luz y crea las tinieblas (Is 45:7), y contrasta la una con la
otra. Es del mismo modo un ejemplo de su bondad hacia el hombre; porque hace alegrar
las salidas de la mañana y de la tarde (Sal 65:8). No solamente se glorifica, sino que nos
gratifica, por esta rotación constante; porque, así como la luz de la mañana favorece las
ocupaciones del día, las sombras de la tarde favorecen el reposo de la noche; cada día y
cada noche hablan de la bondad de Dios y, cuando han terminado su testimonio, lo dejan
para el siguiente día, para la siguiente noche, para seguir igual.
3. La luz y la influencia del sol, de forma especial, proclaman la gloria de Dios (v. 1
LBLA); porque de todos los cuerpos celestes, ese es el más conspicuo en sí mismo y el más
útil para este mundo terrenal, el cual sería todo mazmorra, y todo desierto, sin él. No es
una conjetura improbable que David escribiera este salmo cuando tenía el sol naciente a
la vista, y de su brillo tomó la oportunidad para proclamar la gloria de Dios. Respecto al
sol, obsérvese aquí:
(1) El lugar que le ha sido asignado. En los cielos Dios ha puesto un tabernáculo para
el sol (v. 4). A los cuerpos celestes se les llama ejércitos del cielo y, por tanto, es adecuado
decir que moran en tiendas, como soldados en sus campamentos. Se dice que al sol se le
ha puesto un tabernáculo no solamente porque esté en continuo movimiento y nunca
tenga una residencia fija, sino porque la mansión que tiene será, al final de los tiempos,
derribada como una tienda, cuando los cielos serán enrollados como un pergamino (Ap
6:14) y el sol se convertirá en tinieblas (Jl 2:31; Hch 2:20).
(2) El curso que se le ha asignado. Esta criatura gloriosa no se hizo para estar ociosa,
sino para que su salida sea (al menos, así parece a nuestros ojos) de un extremo de los
cielos, y su curso desde allí hasta el extremo opuesto ( v. 6), y desde allí (para completar su
rotación diurna) al mismo punto de nuevo; y esto con tal regularidad y constancia que
podemos con seguridad predecir la hora y el minuto en el que el sol se levantará en
cualquier lugar, en un día venidero.
(3) El brillo con el que se muestra. Es como esposo que sale de su tálamo (v. 5),
ricamente vestido y adornado, tan elegante como las manos pueden hacerlo, mirándose
placentero él mismo y haciendo placentero todo a su alrededor; el amigo del esposo […]
se goza grandemente de la voz del esposo (Jn 3:29).
(4) La alegría con la que hace este recorrido. Aunque parece una enorme vuelta la que
tiene que andar, y no tiene ni un momento de descanso, sin embargo, en obediencia a la
ley de su creación, y para el servicio del hombre, no solamente lo hace, sino que lo hace
con mucho placer y se alegra cual gigante para correr el camino (v. 5). Con tal
satisfacción concluyó Cristo, el Sol de justicia, la obra que le fue dada que hiciera (Jn 17:4).
(5) Su influencia universal sobre esta tierra: Nada hay que se esconda de su calor (v.
6), no, ni siquiera los metales en las entrañas de la tierra, sobre los cuales el sol tiene
influencia.
III. A quiénes se hace esta declaración de la gloria de Dios. Se hace a todas las partes del
mundo: No hay lenguaje, ni palabras [ninguna nación, porque las naciones fueron
divididas por sus lenguas: Gn 10:31–32] en que la voz de ellos no sea oída (v. 3 BT). Por
toda la tierra salió su línea [la línea del equinoccio, se supone] y hasta el extremo del
mundo sus palabras (v. 4 VRJ), proclamando el poder eterno del Dios de la naturaleza. El
apóstol usa esto como una razón por la que los judíos no deberían enojarse con él y los
demás por predicar el evangelio a los gentiles, porque Dios se había dado ya a conocer al
mundo gentil por las obras de la creación, y no se había quedado sin testimonio entre
ellos (cf. Ro 10:18), de modo que no tenían excusa si eran idólatras (Ro 1:20–21). Y eran
sin culpa aquellos que, mediante la predicación del evangelio a ellos, se esforzaron por
sacarlos de su idolatría. Si Dios usó estos medios para impedir su apostasía, y resultaron
ineficaces, los apóstoles hicieron bien al usar otros medios para rescatarlos de ella. Ellos
no tienen lenguaje ni palabras (según lo traducen algunos) y, sin embargo, su voz se oye.
Todo el mundo puede oír a estos predicadores naturales e inmortales hablarles en sus
propias lenguas las maravillas de Dios (Hch 2:11).
Al cantar estos versículos, debemos dar a Dios la gloria de todo el bienestar y beneficio
que tenemos debido a las luces del cielo, mirando aún por encima y más allá al Sol de
justicia (Mal 4:2).
La excelencia de las Escrituras
Salmo 19:7–14

La gloria de Dios (esto es, su bondad para con el hombre) se muestra grandemente en las
obras de la creación, pero mucho más en la revelación divina y por medio de ella. La Santa
Escritura, al ser una regla tanto de nuestro deber hacia Dios como de nuestra esperanza
en él, es de mucha mayor aplicación y beneficio para nosotros que el día o la noche, que el
aire que respiramos o que la luz del sol. Las revelaciones que se hacen de Dios por medio
de sus obras podían haber servido si el hombre hubiera mantenido su integridad; pero,
para recuperarlo de su estado caído, debía seguirse otro procedimiento; y esto debe
hacerlo la Palabra de Dios. Y aquí:
I. El salmista da una descripción de las excelentes propiedades y aplicaciones de la Palabra
de Dios en seis frases (cf. vv. 7–9), en cada una de las cuales el nombre Jehová se repite, y
no es una repetición vana, porque la ley recibe su autoridad y toda su excelencia del
legislador. Aquí tenemos seis títulos distintos de la Palabra de Dios, que incluyen toda la
revelación divina, preceptos y promesas y, especialmente, el evangelio. Tiene distintas y
buenas cualidades, las cuales demuestran su origen divino, la recomiendan a nuestro
afecto, y la exaltan por encima de todas las demás leyes. Aquí tenemos varios buenos
efectos de la ley sobre las mentes de los hombres, los cuales muestran qué propósito
tiene, cómo hemos de aplicarla, y cuán maravillosa es la eficacia de la gracia divina, que la
acompaña, y obra por medio de ella.
1. La ley de Jehová es perfecta (v. 7). Es perfectamente libre de toda corrupción,
perfectamente llena con todo lo bueno, y perfectamente adecuada para el fin a que está
destinada; y hará al hombre de Dios […] perfecto (2 Ti 3:17). Nada debe añadirse ni
quitarse de ella (cf. Ap 22:18–19). Tiene como objetivo convertir el alma, hacernos volver
a nosotros mismos, a nuestro Dios, a nuestro deber (cf. Lc 15:17–19); porque nos muestra
nuestra pecaminosidad y desdicha en las veces que nos alejamos de Dios y la necesidad
indispensable de volvernos a él.
2. El testimonio del SEÑOR [el cual nos testifica de él a nosotros] es seguro (v. 7 LBLA),
incontestablemente e inviolablemente seguro, al cual podemos dar crédito, en el cual
podemos confiar, y del que podemos estar seguros de que no nos engañará. Es una
revelación segura de la verdad divina, una instrucción segura en el camino del deber. Es
un fundamento seguro de consuelos vivos y un fundamento seguro de esperanzas
duraderas. Es útil para hacernos sabios, sabios para la salvación (2 Ti 3:15). Nos dará una
visión de las cosas divinas y una previsión de las cosas venideras. Nos empleará en la
mejor obra y nos asegurará nuestros verdaderos beneficios. Hará sabio incluso al sencillo
(tan pobre inventor como puede ser para el mundo presente), sabio para su alma y para la
eternidad. Aquellos que son humildemente sencillos, conscientes de su propia necedad y
dispuestos a ser enseñados, serán hechos sabios por la Palabra de Dios (cf. Sal 25:9).
3. Los mandamientos de Jehová [promulgados por su autoridad, y obligatorios para
todos de dondequiera que vengan] son rectos (v. 8), que concuerdan exactamente con las
reglas y principios eternos del bien y del mal; esto es, con la recta razón del hombre y los
rectos propósitos de Dios. Todos los preceptos de Dios, respecto a todas las cosas, son
rectos (Sal 119:128), justamente como deben serlo; y nos encaminarán rectamente si los
recibimos y nos sometemos a ellos; y, porque son rectos, alegran el corazón. La ley, como
la vemos en las manos de Cristo, es motivo de gozo; y, cuando está escrita en nuestros
corazones (cf. He 8:10), establece un fundamento de gozo eterno, al restaurarnos a
nuestro juicio cabal (Mr 5:15).
4. El precepto de Jehová es puro (v. 8); es claro, sin oscuridad; es limpio, sin escoria ni
contaminación. Se encuentra purificado de toda aleación, y es purificador para aquellos
que lo reciben y abrazan. Es el medio ordinario que el Espíritu usa para alumbrar los ojos;
nos conduce a una visión y sentido de nuestro pecado y desdicha, y nos dirige en el
camino del deber.
5. El temor de Jehová [la verdadera religión y piedad prescritas en la Palabra, reinando
en el corazón, y practicadas en la vida] es limpio (v. 9), limpio en sí mismo, y nos hará
limpios (Jn 15:3); limpiará nuestro camino (Sal 119:9). Y permanece para siempre; es de
obligación perpetua y nunca puede ser derogado. La ley ceremonial fue quitada desde
hace mucho tiempo, pero la ley relativa al temor de Dios es siempre la misma. El tiempo
no alterará la naturaleza del bien y el mal morales.
6. Los juicios de Jehová [todos sus preceptos, que están formulados con infinita
sabiduría] son verdad (v. 9); están basados en las más sagradas e incuestionables
verdades; son justos, todos en consonancia con la equidad natural; y son así todos, no hay
injusticia en ninguno de ellos, sino que son todos del mismo tipo (cf. Jn 19:23).
II. Expresa el gran aprecio que tenía hacia la Palabra de Dios, y el gran provecho que tenía,
y esperaba tener, de ella (cf. vv. 10–11).
1. Véase cuán altamente valoraba los mandamientos de Dios. Es el carácter de todos
los buenos creyentes el que promuevan su religión y la Palabra de Dios:
(1) Mucho antes que toda la riqueza del mundo. Es más deseable que el oro, que el
oro fino, que mucho oro afinado (v. 10). El oro es de la tierra, terrenal; pero la gracia es la
imagen de lo celestial. El oro es solamente para el cuerpo y los beneficios temporales;
pero la gracia es para el alma y los beneficios eternos.
(2) Mucho antes que todos los placeres y deleites de los sentidos. La Palabra de Dios,
recibida por fe, es dulce para el alma, más dulce que la miel, y que la que destila del
panal (v. 10). Los placeres de los sentidos son el deleite de las bestias y, por tanto,
degradan el gran alma del hombre; los placeres de la religión son el deleite de los ángeles,
y enaltecen el alma. Los placeres de los sentidos son engañosos; sacian pronto, pero con
todo nunca satisfacen (cf. He 11:25); pero los de la religión son sólidos y satisfactorios, y
no hay peligro de excederse con ellos.
2. Véase la aplicación que hizo de los preceptos de la Palabra de Dios: Tu siervo es
además amonestado con ellos (v. 11). La Palabra de Dios es una palabra de amonestación
para los hijos de los hombres; nos amonestan acerca del deber con el que hemos de
cumplir, de los peligros que hemos de evitar, y del diluvio para el que hemos de
prepararnos (cf. Ez 3:17; 33:7). Amonesta al malvado para que no continúe en su camino
malvado, y amonesta al justo para que no se vuelva de su buen camino. Todos los que son
verdaderos siervos de Dios aceptan esta advertencia.
3. Véase el provecho que se prometió por su obediencia a los preceptos de Dios: En
guardarlos hay grande galardón (v. 11). Aquellos que toman en serio su deber no
solamente no serán perdedores por ello, sino ganadores indescriptibles. Hay una
recompensa no solamente después de guardar, sino al guardar, los mandamientos de
Dios, una recompensa grande y actual a la obediencia. La religión es salud y honor; es paz
y placer; hará nuestros consuelos dulces y nuestras cruces fáciles; la vida, ciertamente
valiosa; y la muerte misma, ciertamente deseable.
III. Obtiene algunas buenas inferencias de esta piadosa meditación sobre la excelencia de
la Palabra de Dios. Tales pensamientos como estos deberían estimular en nosotros afectos
devotos, y tienen un buen propósito.
1. Toma de aquí la oportunidad para hacer una reflexión penitente sobre sus pecados;
porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado (Ro 3:20). «¿Es el
mandamiento tan santo, justo, y bueno? (Ro 7:12). Entonces, ¿quién podrá entender sus
propios errores? (v. 12). Yo no puedo, nadie puede». De la rectitud de la ley divina
aprende a llamar a sus pecados sus errores. Si el mandamiento es verdad y justo, cada
transgresión del mandamiento es un error, como basado en un error; cada práctica
malvada surge de algún principio corrupto; es una desviación de la regla por la que hemos
de obrar, del camino en el que hemos de andar. Del alcance, el rigor, y la naturaleza
espiritual de la ley divina aprende que sus pecados son tantos que no puede entender el
número de ellos, y tan sobremanera pecaminosos (Ro 7:13) que no puede entender la
abominación y malignidad de ellos. Somos culpables de muchos pecados de los que, por
nuestra despreocupación y parcialidad hacia nosotros mismos, no somos conscientes;
muchos de los que hemos sido culpables los hemos olvidado; así que, por muy específicos
que hayamos sido en la confesión del pecado, debemos concluir con un et cetera (y otros
semejantes); porque Dios conoce mucho más mal acerca de nosotros que nosotros
mismos. Todos ofendemos en muchas cosas (Stg 3:2 RVR 1909), ¿y quién puede decir
cuántas veces ofende? Es bueno que estemos bajo la gracia, y no bajo la ley; de lo
contrario estaríamos perdidos (Ro 6:14–15).
2. Toma de aquí la oportunidad para orar contra el pecado. Todas las revelaciones de
pecado que la ley nos hace deberían llevarnos al trono de la gracia (He 4:16), a orar allí,
como David hace aquí:
(1) Por misericordia para perdón. Habiéndose visto incapaz de especificar todos los
detalles de sus transgresiones, clama: Líbrame de los que me son ocultos (v. 12); no
ocultos para Dios, porque no hay ninguno; no solamente los que estaban ocultos para el
mundo, sino aquellos que estaban ocultos de su propia observación de sí mismo. Los
mejores hombres tienen motivo para sospechar de sí mismos que son culpables de
muchos pecados ocultos, y orar a Dios que los limpie de esa culpa y que no se la tome en
cuenta (Hch 7:60); porque aun nuestros pecados de debilidad e inadvertencia, y nuestros
pecados ocultos, serían nuestra ruina si Dios nos tratara conforme a lo que merecen. Aun
las faltas ocultas nos contaminan, y nos hacen inadecuados para la comunión con Dios;
pero, cuando son perdonadas, somos limpiados de ellas (cf. 1 Jn 1:7).
(2) Por gracia para el oportuno socorro (He 4:16). Habiendo orado para que sus
pecados de debilidad fueran perdonados, ora que sus pecados de soberbia fueran
evitados (v. 13 LBLA). Todos los que verdaderamente se arrepienten de sus pecados, y se
les perdonan, se preocupan de no volver al pecado, de no volver de nuevo a la locura (Sal
85:8), como se muestra por sus oraciones, las cuales coinciden con la de David aquí,
donde se observa:
[1] Su petición: «Guárdame aun de ser culpable de un pecado deliberado de soberbia».
Debemos orar para que seamos preservados de los pecados de debilidad, pero
especialmente de los pecados de soberbia, que son los que más ofenden a Dios y más
hieren la conciencia, los cuales marchitan nuestros consuelos y conmocionan nuestras
esperanzas. «Por tanto, que no se enseñoreen de mí (v. 13), que no me domine ningún
pecado de ese tipo, ni sea esclavizado por él».
[2] Su alegación: «Entonces seré íntegro; me mostraré íntegro; preservaré la evidencia
y el consuelo de mi integridad; y estaré limpio de gran rebelión (v. 13)»; así llama a un
pecado de soberbia, porque no se aceptaba ningún sacrificio por él (cf. Nm 15:28–30).
Adviértase:
En primer lugar, los pecados de soberbia son muy odiosos y peligrosos. Los de aquellos
que pecan contra las convicciones habituales y las amonestaciones de sus conciencias,
despreciando y desafiando la ley y sus sanciones, que pecan con arrogancia, pecan con
soberbia, y eso es una gran transgresión.
En segundo lugar, aun los buenos creyentes deben ser celosos de sí mismos, y temer
pecar con soberbia, sí, aunque por medio de la gracia de Dios hayan sido guardados de
ellos hasta ahora. Que nadie se ensoberbezca, sino que tema (cf. Ro 11:20).
En tercer lugar, estando tan expuestos, tenemos gran necesidad de orar a Dios,
cuando somos empujados hacia un pecado de soberbia, para mantenernos alejados de él,
bien por su providencia, para evitar la tentación, o bien por su gracia, para darnos la
victoria sobre ella.
3. Toma la oportunidad humildemente para suplicar la aceptación divina de esos
piadosos pensamientos y afectos suyos (cf. v. 14). Obsérvese la conexión de esto con lo de
antes. Ora que Dios lo guarde de pecar, y después suplica que acepte sus acciones;
porque, si favorecemos nuestros pecados, no podemos esperar que Dios nos favorezca a
nosotros o nuestros servicios (cf. Sal 66:18). Obsérvese:
(1) Cuáles eran sus servicios: Los dichos de su boca y la meditación de su corazón, sus
afectos santos ofrecidos a Dios. Las meditaciones piadosas del corazón no deben ser
reprimidas, sino expresadas con palabras de nuestra boca, para la gloria de Dios y la
edificación de los demás; y las palabras de nuestra boca en oración y alabanza no deben
ser formales, sino que deben surgir de la meditación del corazón (cf. Sal 45:1).
(2) Cuál era su preocupación respecto a estos servicios: que fueran aceptables a Dios;
porque, si nuestros servicios no son aceptables a Dios, ¿para qué nos sirven? Las almas
bondadosas deben tener todo lo que desean si son aceptadas por Dios, porque eso es su
dicha.
(3) Qué estímulo había de esperar por esto, porque Dios era su fortaleza y su redentor.
Si buscamos la ayuda de Dios como nuestra fortaleza en nuestros deberes religiosos,
podemos esperar encontrar aceptación con Dios en el cumplimiento de nuestros deberes;
porque por su fortaleza tenemos poder con él (cf. Fil 4:13).
Al cantar esto, nuestros corazones deberían ser muy afectados por la excelencia de la
Palabra de Dios y entregados a ella; deberíamos ser muy afectados por el mal del pecado,
el peligro que corremos en él y el peligro que corremos por él, y deberíamos obtener
ayuda del Cielo contra él.

SALMO 19: «LAS OBRAS Y LA PALABRA DE DIOS»


El Salmo 19 es una pieza literaria de gran belleza poética—referente a esta obra, C.S.
Lewis escribió que era el mejor poema del Salterio, además de ser una de las mejores
líricas jamás escritas en el mundo—, que pone claramente de manifiesto cuatro temas de
gran importancia teológica, académica, educativa y pastoral. En primer lugar, el salmo
habla de la gloria divina que se manifiesta en la creación (vv. 1–6): La voz de Dios se hace
sentir en el cielo y en la tierra a través de la contemplación de la naturaleza. El poema
continúa para elogiar y afirmar el valor de la Ley del Señor (vv. 7–11): Con gran maestría
artística y profundidad teológica el poeta hace una concatenación de virtudes de la Ley
divina. Prosigue el salmo con una confesión de humildad y reconocimiento de sus
limitaciones (vv. 12–13): ¡El poeta no quiere ofender a Dios ni de forma inconsciente! Y
culmina con una profesión de fe en la que se exalta a Dios como su roca y redentor (v. 14),
que son imágenes que resaltan la seguridad y la fortaleza divinas.
Para la identificación precisa del género literario del poema debemos afirmar, en
primer lugar, su unidad. Una lectura inicial del salmo revela por lo menos dos secciones
temáticas mayores. La primera es una especie de himno a la creación, que pone especial
énfasis en el sol (vv. 1–6); y la segunda, un tipo de literatura sapiencial que desea subrayar
las virtudes de la Ley (vv. 7–14). Junto a las diferencias temáticas también se manifiestan
otras divergencias: p.ej., la primera sección utiliza el nombre genérico para referirse a Dios
—en hebreo, El—; mientras que en la segunda, sistemáticamente se hace referencia a
Dios con su nombre propio—en hebreo, Yahwé—.
Sin embargo, junto a esas diferencias, que pueden ser parte de la creatividad poética
del autor o también revelar la compleja historia de redacción y transmisión oral y textual
del salmo, se ponen de manifiesto otros elementos temáticos y literarios que apuntan
hacia su unidad. La primera parte del salmo es, posiblemente, la afirmación teológica
general, y la segunda, su explicación práctica; al inicio del poema se hace la declaración
religiosa, que posteriormente se comenta para identificar sus implicaciones reales e
inmediatas. De esta forma el redactor final del poema y del libro ponen en paralelo dos de
los grandes temas del Salterio y de la Biblia: la creación de Dios y la revelación de su Ley.
Respecto a la unión de este par de temas, es importante indicar que en la literatura en
Oriente Medio antiguo se encuentran varios escritos que relacionan las imágenes del sol y
la creación con los temas de la ley y la justicia.
De acuerdo con nuestro análisis, el salmo es un himno a Dios que enfatiza los temas
educativos de la literatura sapiencial. Posiblemente el poema, que de forma inicial pudo
haberse leído en dos partes en entornos privados, con el tiempo se usó como parte de la
liturgia del Templo, específicamente en eventos educativos que resaltaban la importancia
de la Ley. Esas mismas características revelan que su historia de redacción fue larga, y que,
aunque comenzó en una época pre-éxilica, finalizó en el período post-exílico, cuando se
dio gran importancia a los temas sapienciales. Respecto al título hebreo del Salmo, que lo
relaciona con David y lo dedica al músico principal, véase la sección correspondiente en la
Introducción.
La estructura literaria del salmo puede dividirse de la siguiente forma:
• Alabanzas al Dios creador: vv. 1–6
• Valor de la Ley: vv. 7–11
• Reconocimiento de la impotencia humana: vv. 12–13
• Profesión de fe del salmista: v. 14
vv. 1–6: El salmo comienza con una gran afirmación teológica: La creación es testigo de
la grandeza divina, la naturaleza habla de su presencia extraordinaria, y el sol,
personificado, delata su existencia grata, al pasease alegremente por el infinito. ¡Los cielos
y el firmamento, que son sinónimos poéticos, revelan la gloria de divina! El cosmos
extraordinario e imponente pone claramente en evidencia la existencia y las virtudes del
Dios creador. De forma figurada, la creación repite la adoración del pueblo de Dios, que al
enumerar los actos salvadores del Señor los afirman como parte de la gloria divina (Sal
29).
Junto a las imágenes del cielo se unen las referencias al día y la noche, se alude a la luz
y las sombras, se evoca la claridad y la oscuridad. De día, el sol ilumina el camino; y de
noche, la luna y las estrellas rompen la monotonía de las tinieblas. Toda esa manifestación
de poder, belleza y autoridad delata la grandeza divina. Y, aunque no hay palabras, ni
lenguajes, ni se escuchan voces, los días y la noche declaran esa extraordinaria sabiduría y
transmiten el mensaje de alabanza, que llega a todos los rincones de la tierra; ¡se
manifiesta hasta en los extremos del mundo!
La imagen del sol es un ejemplo magnífico de la gloria de Dios. Aunque en las culturas
antiguas del Oriente Medio, el sol era considerado como dios, para el poeta la lumbrera
mayor es solo parte de la creación divina y recorre el firmamento para delatar la gloria del
Señor. Es como un esposo al salir feliz de su alcoba nupcial; es como un gigante, coloso o
guerrero que se pasea orgulloso para afirmar y celebrar sus triunfos. ¡Nada se esconde del
calor del sol!, que equivale en el salmo a afirmar que nada puede evitar que la gloria
divina llegue a los lugares más remotos y aislados de la creación divina.
El poeta no está interesado en explicar el origen y desarrollo de sus teorías y teologías,
únicamente presupone que todo lo que existe tiene la capacidad de reflejar las virtudes de
quien le creó. Su propósito es afirmar que la creación no es producto del azar y que esos
actos, junto al resultado de la creación, son testigos del poder divino (véase Gn 1–2; Is 40–
55). Y esa capacidad de creación le hace merecedor del reconocimiento y de la alabanza
de la humanidad.
La lectura cuidadosa del poema revela que el salmista mantiene bien delimitadas la
esencia divina y la naturaleza. Éste no es un poema panteísta ni un ejemplo de religión
natural. La creación es como una congregación que se presenta ante Dios a adorar, no se
funde ni confunde con la divinidad. Este salmo es un magnífico ejemplo de la experiencia
religiosa saludable que distingue bien entre creador y creación.
En el Oriente Medio antiguo se han encontrado varios ejemplos de himnos a
divinidades que se relacionaban con el sol—p.ej., en Babilonia a Shamash, y en Egipto a
Aten—, sin embargo, en esos poemas se deifica la naturaleza, que no es el caso en la
literatura bíblica.
vv. 7–11: La segunda parte del poema pone de manifiesto las implicaciones prácticas
de las alabanzas al Dios creador. La unión de las dos partes del salmo se revela claramente
al descubrir que el Señor que crea también tiene la capacidad de revelar su Ley. En
esencia, esta sección exalta, celebra y afirma las virtudes de la Ley, las instrucciones y las
enseñanzas de Dios. Con gran capacidad poética y literaria, el salmista presenta seis
imágenes de la Ley divina, con las virtudes que emanan de su cumplimiento. El estilo
sapiencial es similar al que se incluye en el libro de los Proverbios 1–4 y al Salmo 119.
Desde la perspactiva literaria, el poema está muy bien elaborado, pues presenta seis
aspectos importantes que amplían nuestra comprensión de la palabra hebra, tora: Ley,
testimonio, mandamiento, precepto, temor y juicios. Para el salmista esas palabras son
más que expresiones sinónimas pues complementan el sentido del término y explican el
contenido semántico de la expresión. La tora divina es el conjunto de enseñanzas que
demandan del pueblo obediencia, rectitud, fidelidad, valores, humildad y justicia. Y esa
Ley divina, de acuerdo con el poeta, es perfecta, fiel, recta, pura, limpia y verdadera.
El efecto que produce esa revelación de Dios a la humanidad es extraordinario:
convertir el alma, hacer sabio al sencillo, alegrar el corazón, alumbrar los ojos,
permanecer para siempre y afirmar la justicia. El poema enfatiza la labor de la tora en la
conducta humana. No está interesado el salmista en especular en torno a las virtudes
ideales de la Ley, sino poner de manifiesto las implicaciones reales y prácticas de la
fidelidad a los mandamientos de Dios. La Ley tiene la función de amonestar y llamar a la
conducta adecuada, además, cumplirla y guardarla produce recompensa.
El estudio ponderado de la poesía en esta sección del salmo (vv. 7–11) muestra una
serie de relaciones entre las imágenes de la Ley divina y el árbol del conocimiento del bien
y del mal del libro de Génesis (véase Gn 2–3). Cada referencia a la Ley divina en el poema
alude a algún aspecto del famoso árbol del relato de la creación. De esta forma esta
estrofa del poema se une a la primera sección (vv. 1–6) que presenta el tema de la
creación: El Dios que crea también revela su Ley a la humanidad. El salmo comienza con
una declaración teológica general en torno a la creación para proseguir con una
afirmación específica de la importancia de la Ley para la humanidad.
vv. 12–13: El reconocimiento de la grandeza divina en la creación y la afirmación de la
importancia de la Ley produce en el salmista un sentido de humildad e impotencia. La
alabanza al Dios creador y el compromiso con la tora hace que el poeta reconozca su
pequeñez y fragilidad. Mirar los cielos y el sol, y evaluar las virtudes de la Ley le llevan al
auto—estudio y la reflexión. El salmista desea inclusive identificar sus errores más íntimos,
descubrir sus conflictos más hondos para superarlos y de esa forma evitar las soberbias y
la rebelión, que se pueden manifestar en idolatrías, adulterios.
Contemplar la gloria divina, según se revela en la naturaleza y en la Ley, hace que el
salmista desee la integridad, y le desafíe a vivir de acuerdo con los preceptos divinos.
Descubrir la grandeza de Dios le hace reconocer sus imperfecciones, que es el primer paso
hacia el disfrute pleno de la vida.
v. 14: El poema finaliza con una declaración de humildad grata y con el reconocimiento
de la grandeza divina. Una vez se contempla la gloria divina en los cielos, se reconocen las
virtudes de la obediencia a la Ley y se aceptan con humildad las imperfecciones humanas,
las palabras que se pronuncian y afirman son gratas, justas, serias, dignas, nobles. El
aprecio del poder divino que se revela en la naturaleza y la Ley, genera humildad y
responsabilidad, cualidades indispensables para allegarse ante Dios en oración y
adoración.
Las mismas actitudes de respeto sincero a la creación y a la voluntad divina son el
fundamento de la extraordinaria declaración teológica que culmina el salmo: ¡El Señor es
mi roca y redentor! El Dios creador y revelador de la Ley genera en el creyente seguridad,
propicia en la persona que adora un sentido protección y seguridad, y su voluntad e
intervención en la naturaleza son las fuerzas que capaces de salvar y redimir a su pueblo.
Las lecturas cristianas de este salmo destacan el poder creador de Dios y la
importancia de la obediencia; además, reconocen el valor de la humildad que propicia el
triunfo en la vida. El sol ha sido interpretado como figura de Cristo, y la ley se relaciona
con las enseñanzas del evangelio.
El apóstol Pablo aplica parte del salmo a la predicación del evangelio (v. 4 y Rom
10:18). Y la iglesia no solo mira la creación y la naturaleza para afirmar la gloria divina sino
que enfatiza la labor de restauración y la nueva creación que se lleva a efecto mediante el
sacrificio de Cristo.4

Salmo 19: LAS OBRAS DE DIOS Y LA PALABRA DE DIOS, 19:1–14


El Salmo 19 se titula, “Al músico principal. Salmo de David”. Es aclamado, con justicia,
como uno de los más magníficos de los salmos. C. S. Lewis dice, “Este es para mí el más
grande poema del salterio, y uno de los trozos de lírica más extraordinarios del mundo”.
Una división bastante abrupta entre los versículos 1–6 y 7–14 ha llevado a la teoría de
que este salmo está compuesto por dos poemas que originalmente eran independientes

4 Pagán, S. (2007). Commentario De Los Salmos (pp. 189-194). Editorial Patmos.


entre sí. Esta explicación, sin embargo, no es del todo necesaria. Las dos divisiones están
relacionadas lógicamente, como C. S. Lewis ha señalado en su comentario: “El sol que lo
ilumina todo y todo lo purifica se convierte en imagen de la ley, capaz también de iluminar
y purificar la vida.”
1. La gloria de las obras de Dios (19:1–6)
Entendida de manera recta, toda la naturaleza da testimonio de su Creador divino. La
Biblia no se propone demostrar la existencia de Dios a partir de la existencia del universo.
Pero sí señala el universo como una evidencia de la majestad y sabiduría de Dios. Los
cielos cuentan la gloria de Dios (1) traduce lo que, en hebreo, es un presente enfático,
“Los cielos están declarando la gloria de Dios”. El testimonio de los cielos es constante. El
Creador se identifica aquí como El, el Dios de poder y majestad. Su gloria es la suma de sus
perfecciones: su sabiduría, su poder, su omnisciencia, su omnipresencia. El firmamento
anuncia la obra de sus manos: la gran bóveda celeste que nos cubre es obra de sus
manos, El ha arrojado las estrellas con la punta de sus dedos y ha encendido los soles con
su palabra.
Un día … a otro día … una noche a otra noche (2) el universo es una fuente muda pero
elocuente de testimonio de su Creador. En esta expresión está implícita la idea de que ha
sido de este modo desde el principio y seguirá siéndolo hasta que dure la tierra. Nadie
puede superar o sobrevivir la voz de Dios en la naturaleza. No hay lenguaje, ni palabras,
ni es oída su voz (3) puede significar que el testimonio de la creación es tan amplio como
la humanidad entera (Harrison) o que es un testimonio silencioso, que no depende de
palabras para la comunicación de su verdad (Anchor). Kirkpatrick llama la atención sobre
la hermosa paráfrasis poética de Addison:
¿Qué es lo que se mueve, aunque en silencio,
alrededor de la oscura bola terrestre?
¿Qué puede llegar a encontrarse, sin voz,
ni sonido, entre las órbitas radiantes?
En el oído de la razón tienen su gozo,
exclaman a una voz llena de alegría,
cantan para siempre jamás, brillando:
“La mano que nos hizo es divina.”
Se subraya la universalidad de esta proclamación de la gloria de Dios. El extremo del
mundo (4) es la línea limítrofe que señala su confín. Toda la tierra es del Señor. Pablo (Ro.
10:18) cita estas palabras para demostrar la difusión universal del evangelio. Dios se
interesa en toda la raza humana y no solamente en unos pocos escogidos.
Los versículos 4–6 estrechan el pensamiento al dominio del sol, los cielos solares. El sol
es un símbolo de la bondad divina, pues es Dios quien, como Jesús dijera, “hace salir su sol
sobre los malos y buenos” (Mt. 5:45). Los cielos son como un tabernáculo (4; habitación)
para el sol, el cual, como esposo que se levanta cada mañana pleno de juvenil energía,
fuerte como un gigante (5), ansía poner a prueba su poder. Las bendiciones recurrentes
de Dios se extienden a toda la humanidad. Toda la tierra aprovecha el calor benefactor del
sol (6).
2. La gloria de la Palabra de Dios (19:7–14)
Por grandes que sean las obras de Dios, su Palabra es mayor. La religión natural debe
complementarse con la religión revelada. La ley de Jehová (7) es el tema específico de los
versículos 7–11. Ley (torah) significa más que mandamientos o legislación, aun cuando los
incluye. Representa la totalidad de la enseñanza de la voluntad revelada de Dios a través
de las Escrituras (véase el comentario sobre 1:2). Con respecto a la voluntad revelada de
Dios se hacen siete afirmaciones:
a. Es una ley perfecta (19:7a). La ley de Jehová es perfecta en todo aspecto, convierte
y restaura el alma. Es por medio de la Palabra de Dios que nos hacemos hijos del Altísimo
(1 P. 1:23), y es por ella, también, que somos santificados (Jn. 17:17).
b. Es un testimonio fiel (19:7b). Fiel significa “definido, decidido, cierto”. Es un
testimonio porque testimonia acerca de la voluntad de Dios y la obligación del hombre. Su
efecto es convertir en sabio al sencillo, o sea al que no tiene capacitación ni ha sido
educado, o a aquellos que necesitan una guía espiritual. Como en Proverbios, el término
sencillo significa, aquí, la persona cuya mente está aún abierta y puede ser instruida, por
lo tanto, en los caminos del Señor.
c. Contiene mandamientos rectos (19:8a). Los mandamientos son “preceptos,
estatutos, direcciones, indicaciones”. Los mandamientos de Jehová son eminentemente
rectos, siendo expresiones exactas de su propia naturaleza y voluntad. No hay
requerimiento, en la Biblia, que sea arbitrario, impuesto al hombre independientemente
de una profunda consideración de su bien superior. Todo lo que el Señor exige de
nosotros es una expresión de su propia santidad, y actúa en armonía con la estructura del
universo en el que vivimos. El resultado de guardar los rectos mandamientos de Dios es un
corazón alegre.
d. Sus preceptos son puros (19:8b). El precepto de Jehová es puro por naturaleza, y
hace tender hacia la pureza a aquellos que lo observan. El resultado es la luz en el alma,
en lugar de las tinieblas del pecado. La combinación de la luz y la pureza se subraya en 1
Juan 1:7.
e. “El temor de Jehová es limpio” (19:9a). El temor de Jehová nunca es el servil miedo
que se experimenta hacia un amo tiránico y áspero. Se trata, antes, de la sana reverencia
o respeto que el hombre debe a Dios. En este sentido es que podemos temer y amar a
Dios al mismo tiempo. El temor de Dios es prácticamente sinónimo de lo que nosotros
llamaríamos piedad o religión auténtica. Tal temor es limpio desde el punto de vista
moral, en contraposición con la impureza del pecado y la inmoralidad. No es una
inclinación pasajera ni un impulso transitorio, sino que permanece para siempre.
f. Los juicios de Jehová son verdad y todos justos (19:9b). Los juicios (decisiones,
ordenanzas) de Dios son al mismo tiempo verdaderos y justos de manera absoluta. Por su
verdad, constituyen la doctrina. Por su justicia, son el fundamento de la vida. La Biblia
hace más que enseñar una verdad abstracta. Ofrece un impulso para la vida recta (véase
119:9, 11).
g. La ley de Dios es de valor infinito (19:10–11). Todos los aspectos de la Palabra de
Dios son deseables … más que el oro, y más que mucho oro afinado (10). El oro afinado
es un oro purificado y refinado al máximo. El metal más precioso que David conocía le
sirve para medir el valor de la ley de Dios. Del mismo modo como el oro era la substancia
más valiosa que se conocía, la miel era la más dulce. La Palabra de Dios era, para su
servidor, más deseable que el oro puro y más dulce que miel. Es así, porque advierte con
respecto a las cosas que podrían desagradar a Dios y promete grande galardón en
observarlas (11). Conviene recordar que la recompensa no está en el conocimiento sino en
la obediencia a los preceptos de Dios (Stg. 1:22–25).
La oración de los versículos 12–14 expresa cuál es el significado de la ley para la vida.
Se señalan cinco resultados: (1) Amonesta, 12a. ¿Quién podrá entender sus propios
errores? Esta es una pregunta retórica, y la respuesta que implica es que sí podrá
entenderlos el que examine su propia vida a la luz de la Palabra de Dios. (2) Libera, 12b.
Líbrame de los (errores) que me son ocultos. En el original hebreo no aparece la palabra
“errores” (que nosotros ponemos entre paréntesis). El defecto secreto u oculto del
corazón puede muy bien ser lo que nosotros llamamos “pecado innato”. El ojo puede ver
los pecados de la vida. Pero al salmista no lo satisface entender sus errores. También le
preocupa el pecado secreto de su corazón. Implora, aquí, la limpieza divina de tal pecado
secreto, una petición que se amplía en 51:6–7, donde el lenguaje que se utiliza es
prácticamente idéntico. (3) Preserva, 13a. Preserva también a tu siervo de las soberbias,
“pecados de orgullo”, podríamos decir, violaciones deliberadas de la ley de Dios. La
Palabra del Señor también tiene el efecto de restringir y fortificar el alma en el momento
de la tentación. El pecado es un “patrón” que con mucha razón tememos: Que no se
enseñoreen de mí. (4) Corrige, 13b. Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran
rebelión. El aspecto negativo es preservarnos de las soberbias. El aspecto positivo es la
orientación que nos brinda, cuya resultante es la rectitud o perfección. La vida no puede
respirar y engrandecerse rodeada solamente de prescripciones negativas. La casa vacía se
llenará muy pronto de demonios peores aún que los expulsados (Mt. 12:43–45). (5)
Confirma, 14. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón, como
sería grato un sacrificio (Lv. 1:3–4). No solamente sus palabras, sino también sus
pensamientos deben ser tales que pasen la inspección de Jehová, su roca y redentor.5

SALMO 19

La gloria de Dios se revela


La mayoría de los salmos que rodean al Salmo 19 son oraciones que piden liberación o
dan gracias por la liberación. El Salmo 19 es un interludio de alabanza que hace que David
5 Purkiser, W. T. (2010). El Libro de los SALMOS. En S. Franco (Ed.), Comentario Bíblico
Beacon: Literatura Poética y Sapiencial (Tomo 3) (pp. 175-179). Casa Nazarena de
Publicaciones.
deje a un lado momentáneamente su preocupación por los enemigos y dirija nuestra
atención a la gloria de Dios. El Señor merece nuestra alabanza, no sólo por librarnos del
enemigo, sino sencillamente por la majestad y la gloria que le pertenecen, por su misma
naturaleza. Esa gloria se revela: en la creación, en la palabra de Dios, y en su poder en la
vida de los creyentes.
Salmo 19:1–6
La belleza, el orden del universo que el Señor creó y aún sostiene, son un silencioso
testimonio del poder y de la sabiduría de su Creador. La majestad y el orden de las
estrellas, son un silencioso reproche a todos los que niegan la gloria de su Creador. Los
paganos que adoran las estrellas en vez de adorar a su Creador, los astrólogos que buscan
sabiduría en las estrellas en vez de buscarla en su Creador, y el evolucionista ateo que
adora el orden del cosmos en vez de adorar al Creador que estableció ese orden, son
condenados todos por el silencioso testimonio del universo; y no tienen disculpa
(Romanos 1:18–24). De noche y de día, de un extremo al otro del mundo, la majestuosa
procesión de los cuerpos celestes declara el poder y la sabiduría de su Creador. Cualquiera
que tenga ojos debe ser capaz de leer este testimonio.
Aunque el testimonio de las estrellas es silencioso, le llega a cada persona. El versículo
tres se puede referir al silencio o a la universalidad de este testimonio. Si aceptamos la
traducción principal de la NVI NIV en inglés (“no existe un lenguaje o idioma donde no se
oye su voz”), el versículo tres declara la universalidad del testimonio de la creación; y es
básicamente sinónimo de la primera parte del versículo cuatro. Si aceptamos la traducción
que aparece en la NVI en español Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible”, y
que es paralela a la Reina-Valera, el versículo tres da constancia del silencio de este
testimonio y forma un fuerte contraste con el versículo cuatro. Aunque las estrellas no
producen ningún sonido audible, su testimonio se escucha en todo el mundo. Cualquiera
de las traducciones es gramaticalmente posible, y ambas tienen buen sentido en el
contexto.
Los versículos cuatro y cinco, fortalecen la afirmación del salmista, destacan los
ejemplos más obvios de los testimonios celestiales. Todos observamos el resplandeciente
y seguro movimiento del sol cada nueva mañana. Al cielo se le llama el tabernáculo o
pabellón del sol, porque lo vemos como una bóveda celeste sobre nuestra cabeza. El sol
se compara con un novio después de su noche de bodas o con un corredor que cruza la
meta, con el fin de enfatizar la felicidad que nos embarga con su reaparición, que nos da
vida.
Aunque el testimonio de la creación es maravilloso, es limitado. La creación puede
revelar a Dios el Creador, pero no puede revelar a Dios el Redentor: “Cosas que ojo no vio,
ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los
que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2:9–10). Para
aprender las verdades espirituales que se necesitan para ser restaurados a una feliz
relación con Dios, necesitamos una mejor revelación de la gloria de Dios, que la que
podemos ver con los ojos físicos.
Salmo 19:7–10
En una serie de afirmaciones equilibradas, el salmista menciona: seis nombres de la
palabra de Dios, seis atributos de esa palabra, y seis bendiciones que la palabra nos da a
los creyentes. La sección concluye con una serie de comparaciones que ilustran el gran
valor de la palabra de Dios y el gozo que trae.
El Salmo 119 desarrolla mucho más el recurso de utilizar una variedad de nombres
para alabar la grandeza de la Palabra de Dios, y se tratará más detalladamente en el
comentario de ese Salmo. “El temor de Jehová” es un nombre inusual para la Palabra de
Dios, porque es un término que normalmente se refiere a una actitud que la palabra
produce en el creyente. Aparentemente, este nombre es una figura del lenguaje que
utiliza el resultado que produce la Palabra como un nombre para la palabra misma. Los
términos: “ley”, “estatutos”, “preceptos”, “mandamientos”, “temor”, y “ordenanzas”, nos
hacen pensar en la ley de Dios, en la cual él manda lo que debemos hacer o no hacer. Sin
embargo, en los salmos, esos términos se pueden referir a toda la palabra de Dios, incluso
al evangelio que anuncia la salvación.
Los atributos de la Palabra: “perfecta”, “fiel”, “recta”, “pura”, “limpia”, y “verdadera”,
corresponden a los atributos de Dios, porque él es el verdadero autor de su palabra
aunque sea comunicada mediante mensajeros humanos. Esos atributos describen tanto la
ley como el evangelio de Dios, porque toda su palabra es santa y perfecta.
Las seis bendiciones de la palabra que se mencionan en estos versículos pueden venir
tanto de la ley como del evangelio, en lo que respecta al creyente. La ley y el evangelio
son justos, duran para siempre, aunque en la eternidad ni la ley ni el evangelio obrarán en
la forma en que lo hacen ahora. Ambos dan luz y guía, dan gozo al creyente, ya que el
creyente se deleita en la ley de Dios, en tanto que ha sido renovado por el Espíritu Santo.
Los dos le dan sabiduría al sencillo (es decir, a aquellos que tienen fe como la de un niño).
Sin embargo, esos términos se aplican primeramente al evangelio, mediante el cual se
le ofrecen y se le dan al creyente el perdón y la vida. Esto es especialmente seguro
respecto a la primera bendición que “revive el alma”. Sólo el evangelio puede hacer que
un alma que está muerta en el pecado vuelva nuevamente a la vida; sólo el evangelio
puede hacer volver hacia Dios un alma que se dirigía al infierno. La ley les puede dar vida
sólo a los que la cumplen perfectamente, puede “hacer que el alma regrese a Dios”
solamente cuando ésta acepta sus reprimendas, que es el primer paso hacia el
arrepentimiento. También hace esto cuando aquellos que ya están realmente motivados
por el evangelio aceptan la corrección. La distinción de la palabra de Dios como ley y
evangelio se tratará más ampliamente en el comentario al Salmo 119.
El versículo final de esta sección ilustra el valor de la Palabra cuando la comparar con
el oro y la miel. El oro puede comprar cosas que sostienen y enriquecen la vida terrenal; la
Palabra de Dios tiene el poder para ofrecer y dar el regalo de la vida eterna. La dulzura de
la miel da placer, como bien sabemos los que tenemos el gusto por las golosinas; sin
embargo, ese placer no es nada comparado con la dulzura del perdón y de la paz con Dios.
Salmo 19:11–14
El versículo 11 es de transición y se podría colocar muy fácilmente en la sección
anterior; vuelve a las bendiciones para el creyente que se describieron en la sección
anterior, pero también señala hacia adelante, al impacto de la Palabra en la vida espiritual
del creyente, hecho que se enfatiza en la sección final de este salmo. Las palabras de la ley
de Dios le advierten al creyente contra el pecado y sus terribles consecuencias; Cristo
ganó la recomsa para todos. Las palabras del evangelio le dan la recompensa gandada por
Cristo, a cada uno de los que creemos en él. La Palabra de Dios también promete que las
obras de los creyentes serán recompensadas, aunque esas obras no merecen nada.
Entonces, para no perder estas bendiciones, David ora para que el Señor lo proteja de
toda especie de pecados; reconoce que el pecado está tan profundamente arraigado en
su naturaleza que con frecuencia peca sin siquiera notarlo. Le pide a Dios que le perdone
también aquellos pecados que no ha confesado por ignorancia.
Nosotros, por nuestra debilidad, también pecamos con frecuencia, a pesar de saber lo
que hacemos y aunque no queremos hacerlo; también necesitamos el perdón de estos
pecados. Pero David ora especialmente para que Dios lo proteja de cometer pecados
deliberados, maliciosos, que podrían destruir su fe y quitarle el perdón. David era culpable
de esos pecados, porque cometió adulterio con Betsabé y fue responsable del asesinato
de Urías. Aun entonces el Señor, en su gracia, lo llevó al arrepentimiento y a la fe. Oramos
para que el Señor nos proteja de esos pecados y que en su gracia nos restaure si hemos
sido víctimas de ellos.
Haríamos bien al memorizar estas palabras de David y hacer de ellas una oración de
confesión personal cuando luchamos contra el pecado. Para comprender más
profundamente esa lucha, leamos: los Salmos 32 y 51, y la discusión que Pablo hace del
tema en Romanos 7.
David concluye con una oración para que Dios le perdone su pecado y para que cree
en él un corazón limpio, de forma que tanto las palabras que fluyen de su boca como los
pensamientos que permanecen en su corazón sean puros y agradables a Dios. Este
versículo también debe ser nuestra diaria oración.6

6 Brug, J. F. (1997). Salmos, Volumen 1 (R. C. Ehlke, J. C. Jeske, & G. J. Albrecht, Eds.; pp.
99-104). Editorial Northwestern.

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