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MOSAICO Enfoque Sistemico de Los Trastornos de Ansiedad en Un Caso de Hipocondría
MOSAICO Enfoque Sistemico de Los Trastornos de Ansiedad en Un Caso de Hipocondría
Autores:
Fernández Chaves, Ana*
Girón García, Sebastián**
Correspondencia: anaferchaves@hotmail.com
RESUMEN
ABSTRACT
The systemic family therapy approach has been used to work on a case of a girl who
suffered from hyponchondriac symptoms related to the anxiety health disorders. This
article present outcomes achieved. We have found it interesting to think on the
relational aspects that determine that someone in the family may present symptoms of
this orbit, and to contrast the information obtained from the history and family
functioning, with the theoretical ideas that Cancrini and Linares have postulated on the
subject.
INTRODUCCIÓN
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autodestructiva y que, cuando ellos o sus familias acuden para pedir ayuda, colocan ante
los terapeutas esos síntomas y sufrimientos. De hecho el primer hándicap para el
terapeuta familiar estriba en cómo reformular todo lo que está sucediendo para que la
familia o el sistema de referencia del paciente puedan comprender que el cambio
terapéutico va mas allá de la desaparición de la conducta sintomática, que no será
posible sin que se afronten las dificultades y conflictos relacionales que subyacen a ella.
La idea de que el diagnóstico psiquiátrico es “dormitivo” cómo decía Bateson es muy
poderosa, y simplemente con revisar cómo es el proceso por el cual alguien recibe un
diagnóstico de este campo (todo un proceso hermenéutico) es suficiente como para
desconfiar de su ilusión de objetividad. Pero mas allá de esta fundada crítica, a nuestro
juicio la cuestión no estriba en si es mas o menos útil etiquetar con un diagnóstico
psicopatológico a alguien, sino en cómo compatibilizar la existencia del sufrimiento que
expresa la persona en su ser, con un contexto relacional, por lo común familiar, en el
que cobra significado que eso esté sucediendo. En este sentido nos adherimos a la idea
expresada por J.L. Linares (en Terapia Familiar Ultramoderna, 2012) que reivindica el
diagnóstico psicopatológico, debidamente reformulado como conjunto de metáforas
guía (SIC). Esto supone tener en cuenta la necesidad de redefinir el diagnóstico
psiquiátrico en términos relacionales: es decir, reconocer que una persona presenta una
serie de síntomas de sufrimiento o de disfunción psíquica, que son inseparables de la
historia relacional y vincular donde dicha persona se ha desarrollado. En este artículo
pretendemos poner el foco en la redefinición relacional de un caso de hipocondría
neurótica, con objeto de reflexionar sobre los aspectos sistémicos y relacionales que
conforman esta realidad clínica y con el propósito de diseñar e implementar la
intervención terapéutica más eficaz.
Sobre la base del miedo a, o del convencimiento de, padecer una enfermedad grave
potencialmente terminal, la medicina y la psiquiatría se han enfrentado a un grupo de
enfermos en los que una patología somática, objetivamente inexistente, era motivo de
gran sufrimiento para la persona. Una vez descartada la presencia de una enfermedad
orgánica cierta, la medicina depositó en el ámbito de la psiquiatría la responsabilidad
sobre el estudio de este grupo de trastornos (su etiología, psicopatología, clínica y
tratamiento). Y la psiquiatría se encontró (y se encuentra aún) con el problema de cómo
conceptualizarlos. Desde considerarlos trastornos con entidad propia e independiente,
a contemplarlos como síntomas de otros trastornos: Trastorno Delirante Hipocondriaco;
Trastorno Somatomorfo; Trastorno de Ansiedad; Trastorno Obsesivo Compulsivo o bien,
desde un enfoque mas dimensional, percibir la hipocondría como síntoma de un
Trastorno de Ansiedad, de un Trastorno por Somatización, de un Trastorno Delirante o
de la Depresión Mayor, según cada grupo de autores que aborda el problema (Ramos
Rios y cols. 2008).
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convencimiento de padecer la enfermedad. En el caso de que la persona esté
convencida, a pesar de todas las pruebas en contra, de que tiene la enfermedad nos
encontraríamos dentro de la órbita psicótica (en el DSM-IV, Trastorno Delirante
Hipocondriaco); y en el caso de la presencia de una preocupación exagerada por la salud,
o por comprobar síntomas somáticos leves o no significativos y con gran temor a
padecer una enfermedad, nos encontraríamos en la esfera de los trastornos de
ansiedad, en el pasado llamados neuróticos.
Miedo y pánico son emociones básicas y esenciales que forman parte de sistemas
emocionales programados genéticamente y cuya principal función es servir a la
supervivencia del individuo y de la especie. El miedo surgiría a partir de una amenaza a
la integridad física o psicosocial de un individuo; en tanto el temor a la separación del
objeto de apego, o a su perdida, daría lugar a la ansiedad o al pánico y posteriormente
a la pena por el anhelo hacia la figura perdida o ausente (Becerra-García y cols., 2007).
Regular de forma adecuada estas emociones básicas es esencial para que puedan
cumplir con su función defensiva y no contaminen estados o situaciones donde no
tendría sentido que se presentaran. Que los niños aprendan a calibrar y valorar qué es
verdaderamente peligroso para ellos y qué no, así como a reducir el miedo una vez
constatada su inadecuación, es una de las funciones que debe alcanzarse a través del
sistema de apego, cuidador-bebé (Bowlby, 1998; Bateman y Fonagy, 2004 y 2006; Ato
Lozano y cols. 2004).
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creencia de que tales señales inequívocamente remiten al padecimiento de una
enfermedad orgánica (hipocondría). De no haber elementos de resiliencia en la vida del
futuro neurótico, su desarrollo infantil, adolescente y adulto, estará plagado de
situaciones sintomáticas. Sobre una corriente principal de síntomas neuróticos que
serán prevalentes a lo largo de la vida, aparecerán, ocasionalmente, síntomas de otros
trastornos de ansiedad (por ejemplo, en la ansiedad generalizada podrá aparecer
agorafobia en algunos momentos, fobias de impulsión en otros, o una distima). Y con
abundante frecuentación de médicos, psicólogos y psiquiatras en muchas ocasiones
impotentes ante la cronicidad que se vaticina.
Las dificultades del que será paciente identificado cumplirían con la función de permitir
al cónyuge que evite muchas situaciones en las que podría sentir angustia u otra forma
de malestar y evitando que presente síntomas. Se conforma así un matrimonio que es
infeliz, donde los síntomas los mantienen unidos como pareja. La cercanía entre ambos,
por la enfermedad, no es satisfactoria, ya que no es espontánea, deseada o genuina. Y
el enfado que suscita esta decepción no permite mostrar comprensión, pero tampoco
incomprensión dada la presencia del sufrimiento expresado por el portador de los
síntomas.
Por su parte, Linares (2012, 2013) hace hincapié en lo que el denomina “triangulación
manipulatoria” como sustrato relacional de los trastornos de ansiedad. Según el autor,
los futuros neuróticos tienen dificultades para su desvinculación justamente por haber
participado de relaciones entre sus progenitores, en las que han sido triangulados para
regular la conyugalidad, que en ese tipo de parejas resulta disarmónica. Dicho de otro
modo, las dificultades conyugales, las decepciones y los conflictos, que amenazarían la
continuidad del matrimonio, son compartidos por uno o ambos padres con uno de los
hijos al que buscan como aliado de sus posiciones. El hijo o hija se vería involucrado en
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esas vicisitudes conyugales con objeto de ayudar a la resolución de la crisis marital, y
quedaría atrapado en ellas, a veces a favor de uno, y otras del otro cónyuge. Los
progenitores no son conscientes de cómo afecta al hijo triangulado esa
instrumentalización, pero la realidad es que el chico o la chica se ven privados de tener
un desarrollo psicosocial y evolutivo normalizado al tener que atender situaciones
problemáticas cuya solución, además, no está a su alcance. Linares mantiene que la
nutrición relacional de estos chicos se ve mermada ya que no son adecuadamente
valorados (o sólo en función de lo que ayudan), están sujetos a exigencias de
hipernormatividad, pueden estar sobreprotegidos y recibir amor condicionado a las
expectativas que se han depositado en ellos. Esta constelación de variables
condicionaría una posición de inseguridad, y de autoexigencia en todos los rendimientos
de la vida, así como la búsqueda incesante de fuentes de regulación emocional externas
para colmar esa necesidad de seguridad y valoración.
Primera Entrevista
Se procedió a darle cita a María para su hija, Adriana a través de una llamada. En la
conversación telefónica la madre manifestó mucha preocupación por el estado mental
de su hija. Se le pidió que a esta primera entrevista, si era posible vinieran también
ambos padres.
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a la enfermedad. Resultaba llamativo el contraste entre la explicación de sus síntomas y
su lenguaje corporal, que se apreciaba relajado, con el mantenimiento de la mirada,
pose erguida y tono y cadencia de voz normalizados. Afirmó que no era la primera vez
que acudía a terapia y que quería paliar los síntomas, pero que “sabía” que nunca iba a
terminar de curarse.
La chica refiere que la sintomatología descrita apareció cuando tendría unos nueve años
de edad, coincidiendo en el tiempo con el fallecimiento de su abuelo materno. Desde
esta época recuerda “obsesionarse” con las enfermedades, auto-observarse y realizar
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conductas de búsqueda en internet que confirmaran su diagnóstico. Sin embargo, los
síntomas de despersonalización y desrealización que refería actualmente comenzaron a
aparecer a finales del último verano, varios meses después de que su madre fuera
diagnosticada de depresión mayor, coincidiendo temporalmente con el momento en
que su madre empezó a notar algo de mejoría.
Contó que con seis años fue al psicólogo por dificultades al tragar, pero que pudo
reconducirse y que en la actualidad no presentaba ese problema. También refirió que
en varias ocasiones que sus amigas la habían llamado para quedar, ella se había puesto
tan nerviosa que finalmente se quedaba en casa. Manifestó que era incapaz de salir sola
a la calle si no iba hablando por teléfono, porque a veces tenía la sensación de que “el
mundo no es real”. Resultaba llamativo su lenguaje, utilizando terminología técnica casi
como si fuera una profesional de la psicología, producto de su propia búsqueda
constante del significado de su sintomatología a través de internet, tal y como ella
reconocía.
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acudiera al instituto, y nos llamó para pedirnos que le adelantáramos la cita, cita que
tenía ese mismo día. A pesar de que le dijimos que sólo podíamos adelantarla una hora,
ella nos rogó que lo hiciéramos. En la entrada de la consulta Adriana nos refirió el
episodio tranquila, racional, afirmando que el día anterior lo había pasado muy mal pero
que en ese momento se encontraba más calmada. Su madre, en cambio, entró en la
sesión con el rostro desencajado, los hombros hundidos, la mirada llorosa y el tono de
su voz tembloroso. Expresaba terror con sus ojos, y un profundo temor a que su hija
sufriera. Ella misma, a pesar de que su marido tele-trabajaba desde casa, se pidió el día
de vacaciones para estar junto a la chica, y también se pidió el día siguiente. Se le
devolvió que parecía que ella misma había sufrido el ataque de ansiedad, comentando
ella que no había podido dormir en toda la noche.
3) La propia María en sesión nos comentó que ella siente las emociones de su hija de
una manera “amplificada”. En sus propias palabras: “parece que lo que ella siente lo
siento yo con la misma o más intensidad, hasta tal punto que a veces a ella se le pasa y
soy yo la que sigo preocupada por un problema trivial, como cosas del instituto”.
4) María nos admitió que les escribía con frecuencia a las amigas de Adriana a través de
whatsapp, como si fuera una más, teniendo fama entre su grupo de ser “la madre
amiga”.
5) Adriana nos refirió que es ella la que tenía que cuidar de su madre porque si no, no
había nadie que lo hiciera.
Familia Nuclear
La familia está formada por los padres, María de 42 años y Manuel de 45. Ella trabaja en
una empresa como secretaria de administración, y él como traductor para una editorial.
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Son padres de tres hijos: Adriana, la mayor de 15 años, Manuel de 13 y Alba de 11 años.
La única hija que presenta problemas emocionales es Adriana. María está en
tratamiento psiquiátrico desde hace unos 6 años, por depresión; solamente ha recibido
tratamiento farmacológico con antidepresivos, aunque desde los 20 años ha tenido que
ir ocasionalmente al psiquiatra por síntomas ansiosos y depresivos. Coincide el inicio de
su depresión actual con el momento del duelo tras el fallecimiento del padre.
María es la pequeña de dos hermanos. El hermano mayor tiene nueve años más que
ella. Su padre falleció hace seis años de cáncer, y su madre vive en Badajoz, así como su
hermano. Afirma que sus padres discutían con frecuencia, y cuando lo hacían el padre
cogía una escopeta de caza y se iba de la casa al campo solo, diciendo que “ya se iba a
acabar todo”. María se quedaba atormentada, sin dormir, pensando si su padre volvería
o se suicidaría. Estos episodios se mantuvieron a lo largo de muchos años. Expresó una
inmensa angustia ante la idea del suicidio, y contó que en su historia familiar existieron
dos episodios de suicidio: un hermano de su padre, y un hermano de su madre.
Reconoció que cuando Adriana comenzó a mostrar síntomas su depresión mejoró. Los
padres de María se iban a trabajar a la costa desde marzo hasta noviembre, y tanto ella
como su hermano se quedaban con sus abuelos. Contó que su hermano es la persona
que más quiere en el mundo. En cuanto a su historia de depresión, María tuvo la primera
con veinte años, a raíz de que su padre se puso enfermo, e igualmente experimentó
síntomas de despersonalización. Estuvo medicándose durante un año. A partir de ahí ha
tenido depresiones recurrentes.
Manuel, es el tercero de tres hermanos. Las dos mayores que él son mujeres. El padre
tiene actualmente 70 años y aunque ahora no bebe, durante una parte importante de
su vida ha sido alcohólico. Su madre tiene 68 años.
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desaparecido desde que se había iniciado la terapia, pero que ahora le preocupaba más
que estaba demasiado pendiente de las redes sociales, afirmando que se había vuelto
un poco mentirosa, de forma que le resultaba difícil reconocer a su hija. Reorientamos
la entrevista para conocer un poco más sobre su procedencia y su familia de origen para
tratar de comprender su forma de reaccionar ante la situación parental en la que se
encontraba.
Contó que procedía de una familia humilde de tenderos. Nació y vivió en un pequeño
pueblo de Cáceres, donde decía haber tenido una infancia muy feliz. Cuando se le pidió
detalles de lo que comentaba, nos contó que desde muy pequeño se recordaba
trabajando y ayudando en la tienda, y que había sido educado en la cultura y los valores
del esfuerzo. Su padre era alcohólico, algo a lo que le restaba importancia porque era
muy trabajador, aunque reconoció que cuando bebía hablaba mucho e insultaba a su
madre, a lo que ella reaccionaba callando. Notamos en el relato de estos episodios su
escasa reacción emocional, de forma que la explicación de todas esas circunstancias
resultaba emocionalmente distanciada.
Él se identificaba con la personalidad de su madre, quien tenía facilidad para aislarse del
mundo: “yo soy igual, cuando hay conflictos tengo esa misma tendencia, prefiero no
discutir”. Se definió como muy responsable, constante y muy metódico. Nunca tenían
que ponerle normas ya que él mismo se las ponía, por ejemplo, la hora de regreso a casa
en la adolescencia, algo que cumplía a rajatabla. Para él, la importancia de las normas
era fundamental en la vida. Presumió de haberse puesto él mismo los límites para todas
las circunstancias de la vida.
María y Manuel se conocieron cuando tenían dieciocho años ella y veintiuno él. Ambos
estudiaban en la capital, conociéndose a través de amigos comunes. Empezaron a
quedar en pandilla y poco a poco fueron conformando el noviazgo. Lo que a María le
gustaba de él es que era muy responsable y le daba seguridad. Está convencida de que
terminó la carrera gracias a la insistencia de Manuel, que siempre estaba pendiente de
que estudiara. Confesó que durante el noviazgo ella le había sido infiel varias veces (algo
que Manuel nunca ha sabido), pero dice que siempre volvía con él porque sentía que
era quien le cuidaba. No está muy segura de qué era lo que a él le atraía de ella, ya que
siempre han sido “polos opuestos”.
INTERVENCIÓN
Se planteó una intervención en dos niveles para respetar la demanda inicial y explícita y
lograr una buena alianza terapéutica tanto con la paciente como con la familia. Por una
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parte se acordó realizar un abordaje individual de la clínica ansiosa que presentaba la
chica, con el objetivo de ayudarla a autorregular sus ansiedades sin tener que recurrir a
la madre. Y un trabajo paralelo con la madre de asesoramiento y orientación en el
manejo de las dificultades de la chica. En nuestra “agenda interna” teníamos presente
la relación entre la clínica neurótica de Adriana y la ansiedad de separación de la madre,
así como la posible disfunción conyugo-parental, pero necesitábamos que se afianzara
la relación terapéutica antes de proponer una reformulación de la demanda para incluir
estos aspectos en el proceso de intervención.
En el trabajo con la paciente en relación con los síntomas que presentaba (temores
hipocondriacos, y sensaciones de ansiedad vinculadas a la despersonalización) se
realizaron consultas dirigidas a un adiestramiento más conductual para el manejo “de
urgencia” de los síntomas que le resultaban más incapacitantes. Quedó en evidencia
cómo ella depositaba en su madre su capacidad para autorregularse emocionalmente y
calmarse y se empezó a trabajar, aún muy por encima, en la importancia de la
autosuficiencia para poder alcanzar, más adelante, la independencia. También se incidió
de manera notable en explicar cómo la anticipación de sus pensamientos acababa
conformando una “profecía auto-cumplida”, provocándoles los estados de ansiedad que
luego padecía. Por otro lado se la invitó a realizar un listado de situaciones en las que su
vida estaba limitada por culpa de su hipocondría y su ansiedad. A destacar: No se había
montado nunca en un avión por miedo. No había visitado a alguien a quien le apeteciera
hacerlo si tenía que ir sola. No había ido a discotecas, fiestas, ferias…No había quedado
sola con sus amigas lejos de su casa. Cuando quedaba para salir, sus amigas tenían que
ir a recogerla a casa...Pocos días después de la sesión, hubo un episodio de crisis donde
Adriana sintió de nuevo sintomatología de despersonalización, que transmitió a su
madre. Esa noche le costó mucho dormir y al día siguiente su madre le dijo que no la
llevaba al instituto para que descansara. A pesar de que Manuel trabajaba desde casa y
podía quedarse con la chica, María optó por pedirse el día y quedarse con su hija.
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chico, mostrándose más animada. Empezó a controlar los ataques de pánico sola, sin
recurrir a su madre. Sin embargo, continuaba muy preocupada por las enfermedades,
buceando constantemente en internet hasta que asociaba cualquier síntoma a una
enfermedad grave, generalmente mortal o muy grave. Se le propuso entonces llevar a
cabo un ejercicio de mindfulness para empezar a controlar la anticipación: debía
ponerse una alarma cada dos horas (excepto durante la noche) en el móvil, y al sonar,
centrarse durante cinco minutos, con todos los sentidos posibles, en lo que estaba
haciendo justo en ese momento: ya fuera comer, ducharse, estudiar… El objetivo de este
ejercicio era trabajar la anticipación y focalizarse en el aquí y en el ahora, limitando la
autoobservación como mecanismo automático.
Al comienzo de las sesiones con María, se sentía desconcertada: “ahora es mi hija la que
me para y no me cuenta tantas cosas, ahora no voy a saber cómo piensa y con quién
habla. Me da miedo que quiera probar y haga cosas que le hagan daño”. Reconocía que
seguía muy atenta a la hija, y, aunque era consciente de la necesidad de diferenciación,
le costaba muchísimo separarse. Conforme avanzaba el proceso terapéutico con María,
Adriana cada vez iba relatando menos episodios hipocondriacos y llevaba a cabo más
movimientos hacia la diferenciación, mostrando una problemática más “adolescente”:
el control del teléfono móvil, los estudios… Al seguir avanzando el proceso terapéutico,
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María está cada vez mas agobiada porque siente que discute mucho más con Adriana
ahora: “no soy una madre helicóptero, sino tóxica. Le digo cosas hirientes. Estamos así
desde que nos hemos desvinculado”. Reconocía que antes sentía control sobre su hija y
ahora notaba que se le “escapaba”. Esta información se utilizó para confirmar que la
proximidad emocional que había antes entre ella y su hija de alguna forma las
perjudicaba a ambas, y que igual que Adriana se estaba diferenciando y distanciando de
ella era conveniente que lo permitiera, aunque estaba empezando a emerger
sintomatología de ansiedad en María, que había que trabajar. Se le propuso entonces
hacer un listado de actividades que le gustaban hacer y ya no hacía. En la siguiente
sesión no sólo aportó ese listado sino que también estaba contenta porque había
empezado a retomar algunas de esas actividades y comenzaba a sentirse mejor. Sin
embargo, confesó que tanto ella como Manuel habían asumido ser “sólo padres”,
habiéndose olvidado el uno del otro. Como ejemplo, nos contó que hacía más de un año
que no mantenían relaciones sexuales porque a ella no le apetecía. Esta información
ponía en evidencia la crisis de la pareja conyugal, una parálisis de la vida matrimonial,
que parecía haberse congelado en un momento en el que los niños eran pequeños
centrándose sólo en tareas parentales y dejando de lado la atención a la conyugalidad.
Respecto a esto, Manuel se disgustaba por la falta de relaciones sexuales, pero su
decepción no se transformaba en “castigo” hacia la esposa después, sino que al final
aceptaba la situación, es decir, el ciclo era: “te pido relaciones, me dices que no, te insisto
un poco, y ante la negativa acepto, hasta la próxima vez que lo intente”.
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pudimos encontrar un trasfondo de sufrimiento o preocupación en Adriana más que la
propia del egocentrismo adolescente. Estas disputas constantes terminaban en
discusiones entre Manuel y María, ya que él la acusaba de ser “demasiado blanda” y de
que sería su responsabilidad si Adriana “se echaba a perder”. María, por su parte, a
pesar de que le costaba poner límites, lo hacía, pero no con el nivel de exigencia de su
esposo, con quien discutía por este motivo.
En este proceso la madre ha trabajado sus múltiples roles además del de madre,
descubriendo y potenciando aspectos del self que tenía olvidados y a los que no le
prestaba atención, puesto que todo su yo estaba centrado (y mimetizado) con el de su
hija. Todo esto le ha puesto de manifiesto una crisis profunda de pareja que no está
segura de atender, puesto que por ahora ha optado por la seguridad y el equilibrio que
le aporta su esposo antes que el enfrentamiento a una posible ruptura debido a sus
miedos internos.
Por último, el cambio tan evidente de Adriana ha hecho que el padre esté más
intolerante con ella, ya que debido a sus principios tan normativos y cumplidores, le es
muy difícil tolerar los pequeños actos de rebeldía propios de la adolescencia que
manifiesta su hija, lo que está exacerbando aun más la crisis matrimonial.
DISCUSIÓN
Nos interesa detenernos en los aspectos que ofrece este caso para contrastarlos con las
hipótesis de partida sobre los trastornos de la esfera neurótica que han formulado
Cancrini y Linares, que son nuestros autores de referencia sistémicos sobre la materia.
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1). Sobre la disarmonía de la pareja conyugal y su continuidad relacional como padres.
Por lo que sabemos sobre el origen de la pareja conyugal cabe suponer que en el vínculo
que configuró la relación de pareja prevaleció la búsqueda de cobertura de necesidades
afectivas proyectadas en ella, y generadas a partir de las situaciones traumáticas que
cada uno de ellos había experimentado en sus crianzas.
La personalidad de Manuel parece reflejar el valor del trabajo, que la familia atribuye al
padre, como un valor mítico e ideal (para poder sortear el juicio negativo provocado por
su alcoholismo) y la forma de manejar las situaciones conflictivas a través del modelo
propuesto por la madre, de la evitación de los conflictos y de la autorregulación de
estados emocionales negativos sin tener que recurrir a nadie (por desconfianza de la
disponibilidad de los demás para esta función). Suponemos que Manuel se construyó
rechazando parecerse al padre en la parte en la que éste necesitaba del alcohol para
gestionar estados emocionales difíciles. Y en lo que Manuel esperaba ser valorado y
reconocido por los demás era en su entrega al trabajo, a no dar problemas (no ser
conflictivo), a su aparente estabilidad emocional, y a sus cuidados a través de realzar la
importancia de cumplir las normas.
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predictibilidad en suma), y para Manuel ella representaba la posibilidad de reconocerse
y ejercer de “padre bueno”, normativo, de guiar, de proporcionar seguridad a través del
trabajo y la responsabilidad y de tener a alguien que no tuviera capacidad para
abandonarlo (que lo necesitara).
Tras estas decepciones, la pareja decide continuar, pero hay cambios sustanciales
respecto del momento del enamoramiento. Él es más padre que amante. Ella reclama
satisfacciones libidinales que él no le proporciona (explicaría las infidelidades durante el
noviazgo). No obstante, se inician los movimientos para intentar continuar juntos como
pareja tratando de colmar algunas de sus carencias, o aliviar algunas de sus ansiedades
y decepciones (“matrimonio de interés”, Vinci, 1991). María, que está criada en una
familia donde el padre, desde su posición aparente de desapego por la vida, los ha
manipulado, opta por mostrarle a Manuel claramente sus insatisfacciones y sus
“heridas” a través de la depresión. Es comprensible que él se aproximara a ella para
tratar de consolarla, pero al sentir esa depresión como una manipulación, se alejaría, se
replegaría, probablemente enojado, hasta que su sentimiento de culpa (normatividad y
responsabilidad) por no atenderla lo llevaría de nuevo a aproximarse a ella (Linares,
2000). Suponemos igualmente que a María esta actitud de él no le sirve para regularla,
pero al menos no la desregula; él está presente y no amenaza con suicidarse. Por parte
de Manuel, él puede tolerar la relación con la expectativa de que ella aprenda a
regularse emocionalmente sola, y para que no le presione a ser distinto de cómo es,
puede utilizar la distancia.
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cuanto los hijos encarrilen la senda de su desvinculación, es decir, cuando empiecen a
mostrar que no necesitan tanta atención parental.
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4). En la perspectiva de Cancrini sobre las neurosis (1996), el autor sostiene que la
psicopatología que manifiesta una persona tiene una correspondencia directa con el
momento del ciclo vital en que se ha producido un bloqueo evolutivo. Es decir, si una
familia no es capaz de desplegar todos los mecanismos necesarios para readaptarse a
un nuevo momento evolutivo exigido por su desarrollo, le quedan dos opciones: o la
ruptura de ese sistema; o la posibilidad de aparición de situaciones sintomáticas que
retrotraen a la familia al momento en que todo parecía funcionar bien, pero a costa del
bloqueo. Cancrini enfatiza que los trastornos del área neurótica aparecerían
relacionados con la fase del joven adulto en proceso de desvinculación, en el momento
de construir la nueva pareja. En su argumentación, el autor postula que ambos jóvenes
habrían tenido dificultades en su procesos de desvinculación y afrontarían la formación
de la nueva pareja proyectando en ella la posibilidad de cobertura de esas carencias que
se gestaron en sus respectivas familias de origen. Sobre esta base (es imposible que una
relación de pareja compense carencias que se generaron en las relaciones vinculares de
las familias de origen) uno de los cónyuges se haría portador de manifestar síntomas
neuróticos como forma de proteger al otro de sus ansiedades; el cónyuge “protegido”
quedaría en disposición de tener que ofrecer cuidados “ansiolíticos” al enfermo, y de
esta forma se liberaría de tener que padecerlos. El problema, como se ha comentado
anteriormente, es que en realidad ambos experimentan que su aproximación afectiva
no es genuina o espontánea, sino forzada por la presencia de síntomas que a veces están
presentes y otras veces no, lo que provoca o suscita la sensación de que el “sintomático”
utiliza el trastorno para manipular al otro y aproximarlo. En nuestro caso, desconocemos
si esto pudo ocurrir tal como describe Cancrini cuando se “fundó” la pareja; pero lo que
si es evidente es que Adriana, con sus manifestaciones neuróticas, estaba protegiendo
a la madre de sus propias ansiedades (relacionadas con su crianza y con su decepción
conyugal).
No podemos terminar esta discusión sin hacer una reflexión sobre la hipótesis de
porqué, dentro de la sintomatología neurótica posible de experimentar y sufrir, nuestra
paciente ha centrado su temor en poder padecer una enfermedad física. Pensamos que
en este caso la hipocondría puede estar mas relacionada con un aspecto profundo de la
psique no de Adriana, sino de María. Podemos presuponer que la ansiedad ha tomado
forma hipocondriaca y no otra sintomatología, porque el máximo miedo de ella es al
suicidio, es decir, a que algo que ocurre en la mente de la persona, en su interior, la haga
pensar en la muerte como solución. Es un miedo arraigado y profundo, sumamente
traumático para ella, en el que entra en contradicción constante, queriendo evitarlo y a
la vez fantaseando con él. Dentro de la sintomatología neurótica, las ansiedades que
configuran fobias, por ejemplo, permiten utilizar mecanismos de evitación de las
situaciones para controlar y conjurar dichos miedos. Incluso en la ansiedad relacionada
con el T.O.C. el paciente con sus compulsiones trata de aliviar su tensión al ritualizarlas.
Pero el temor que menos se puede controlar es el que amenaza desde dentro del
cuerpo. Verdaderamente, la única forma de tratar de controlar el miedo hipocondriaco
es estar permanentemente sometiéndose a pruebas médicas (consultas médicas,
analíticas, exploraciones mas o menos invasivas) que en el momento de los resultados
favorables, alivian la ansiedad, pero que al menor atisbo de un signo o síntoma físico
nuevo, vuelve a desencadenar todo el proceso.
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El caso expuesto en este trabajo representa de forma bastante aproximada que las
formulaciones de Cancrini y de Linares sobre la correspondencia entre la sintomatología
neurótica presentada y las dificultades que estos pacientes y sus familias tienen que
afrontar ante determinados desafíos evolutivos son pertinentes a los postulados
sostenidos por ambos autores. Sin embargo, todavía nos encontramos en el terreno de
las hipótesis cuando pretendemos conocer qué variables o circunstancias son las que
influyen de una forma mas directa en la forma clínica final que va a adoptar una
manifestación neurótica: ansiedad libre, fobia, pánico, trastorno obsesivo,
hipocondría…
Para terminar hemos de dejar constancia que en nuestra búsqueda bibliográfica sobre
este aspecto del sufrimiento humano, hemos encontrado escasa bibliografía específica
sobre el abordaje sistémico de los trastornos de ansiedad, y específicamente sobre
evidencias de eficacia de este modelo en el tratamiento de la hipocondría. De ahí que
nos haya parecido interesante poder compartir con los lectores nuestra experiencia con
este caso y con cómo, al contextualizar el problema en el plano relacional, se ha
beneficiado a la paciente y se ha redirigido la intervención hacia las dificultades
conyugo-parentales para las que prestaba servicio.
Bibliografía
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