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Sofía tiene un jardín y allí cultiva sus flores. Las hay de distintas formas y muy diversos colores.

Cultivar para
Sofía es una hermosa misión. Sabe que es importante, lo dice su corazón. Sofía encontró un modo
particular de ayudar: Cultiva todas las flores solo para regalar. Sabe que hay gente que sufre, u otros que
están muy solos, a ellos les lleva rosas y unos hermosos gladiolos. Cuando alguien se siente enfermo, le
regala unas begonias, y si el mal es de amores, lo cura con dos magnolias. Para los casos más serios, los que
se sienten peores, les regala unos bellos y muy grandes girasoles. La niña quiere ayudar, de formas más que
sencillas. Cultiva también Camelias y muy lindas campanillas. Puede ser un ramo grande o tan solo una flor.
Lo importante es que Sofía regala con mucho amor. Las flores son recibidas con rostros agradecidos,
aparecen las sonrisas en los que están afligidos. Y aunque sea por un rato, sus penas desaparecen, abrazan
a la pequeña y su gesto agradecen. Es una niña muy sabia la pequeñita Sofía, sabe que un gesto de amor es
lo que brinda alegría.

A casa de mis abuelos yo contenta suelo ir, pero las tornas se cambian cuando me voy a dormir. Por las
noches oigo ruidos, que me dan miedo y pavor. Todos salen de un armario medio oculto en un rincón. No
me atrevo ni a mirar, pues convencida yo estoy, de que algún malvado monstruo viviendo está en su
interior. Con la manta bien calada y mi frente bien perlada por gotitas de sudor. Cierro los ojos con fuerza
deseando con fervor, que el nuevo día amanezca con su rayo cegador, y al malvado monstruo lleve lejos de
mi habitación. A mi abuela sin tardanza todo le voy a contar, ella con sus dulces manos me trata de
apaciguar. Y un sabio y un gran consejo me acaba por regalar: “No seas tú del montón y juzgues sin
conocer. Las apariencias a veces, no nos dejan entrever, la belleza que está oculta y que te niegas a ver”.
Aquel hermoso consejo muy hondo caló en mí. Y quise ponerlo en práctica a la hora de dormir. Me acerqué
con paso firme y el armario en dos abrí. Se me congeló la sangre cuando delante de mí, un horripilante ser
fijó sus ojos en mí. Pero mantuve el valor y al monstruo me dirigí, diciéndole estas palabras lentamente
convencí: “Para mí sería un placer hacerme amiga de ti”. Su expresión, cambió de pronto, y en sus grandes
ojos vi, una intensa luz brillar cuando miraba hacia mí. Desde aquel día ya nunca al armario yo temí, pues
en él vivía un amigo muy querido para mí. Y gracias a la enseñanza que de mi abuela aprendí, jamás juzgué
la apariencia de a quienes yo conocí. Pues nunca se sabe dónde, ni con quién serás feliz.

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