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Tema 1 - Introducción Teórica Sobre La Dislexia
Tema 1 - Introducción Teórica Sobre La Dislexia
Introducción
Tema 1:
Aunque es un trastorno permanente (para toda la vida), con una intervención precoz y una
metodología de enseñanza apropiada se puede superar en gran medida.
Sin embargo, el mejor método para superar la dislexia es iniciar una intervención preventiva
a partir de los 4-5 años en la totalidad del aula, lo cual, además de potenciar el aprendizaje
lectoescritor de todos los escolares, impide que la dislexia genere un desfase importante en
aquellos sujetos que se encuentran en situación de riesgo.
- Antecedentes familiares.
En general, la dislexia evolutiva, por ser un trastorno específico, solo se debería diagnosticar
en personas con una capacidad intelectual dentro o por encima de la media, sin ninguna
discapacidad física o sensorial y que se han desarrollado en un contexto familiar y educativo
normalizado, pues, de no ser así, cualquiera de estas circunstancias podrían explicar las
dificultades de aprendizaje del sujeto.
A pesar de ser un trastorno específico la dislexia está ligada al lenguaje, por lo que muchos
disléxicos también pasan por un retraso simple del lenguaje (RSL), tienen un trastorno
específico del lenguaje (TEL) o muestran un retraso fonológico que ocasiona la presencia de
dislalias (dificultades para pronunciar algunos sonidos correctamente).
Por tanto, podemos declarar que la mayoría de los sujetos con dislexia presentan un déficit
en el procesamiento fonológico (procesamiento meramente auditivo de la información
lingüística, desde la discriminación y categorización hasta la manipulación mental de los
sonidos que constituyen el lenguaje oral), que dificulta gravemente el aprendizaje de la
lectura.
Desde el inicio del aprendizaje lector los escolares con dislexia muestran dificultades
persistentes para establecer la correspondencia grafema-fonema, pues no categorizan
correctamente los sonidos, los símbolos les resultan demasiado abstractos y no encuentran
relación entre estos y el lenguaje, lo cual retrasa el reconocimiento fluido y automático del
lenguaje escrito, es decir, llegar al significado a través de la palabra escrita.
Por ejemplo, cuando los demás compañeros aprenden el sonido de las letras y comienzan a
combinarlas, los disléxicos siguen mostrando dudas a la hora de asociar cada sonido a una
letra y al escribir el grafema que representa cada sonido, por lo que los procesos de
codificación y decodificación no se automatizan a su debido tiempo.
Esta incapacidad para automatizar la decodificación del lenguaje escrito hace que el lector
emplee todos sus recursos cognitivos, los cuales son limitados, en pasar de letras a sonidos,
afectando gravemente la velocidad, la precisión y la comprensión lectora.
Es habitual encontrar estudiantes con dislexia que, en secundaria, no logran escribir más de
6 o 7 palabras de la oración al dictado, mientras que sus compañeros memorizan y escriben
entre 10 y 15 palabras sin problema. Imaginemos lo que esto supone al tomar apuntes o
copiar textos.
La causa de esta limitación no es que su mano escriba mucho más lento (a no ser que exista
una disgrafía asociada), sino que utilizan gran parte de la memoria operativa para codificar
el lenguaje, reduciendo la capacidad para almacenar información. Por ello, olvidan la oración
dictada y tienden a confundir palabras fonológicamente parecidas (mejor por mayor).
Del mismo modo, resultaría un despropósito valorar la comprensión lectora cuando aún no
se ha automatizado la decodificación, es decir, cuando la fluidez lectora aún no es funcional.
En este sentido, aunque estamos ante escolares con un desarrollo cognitivo suficiente para
asimilar los contenidos, dada su dificultad para expresarse y recibir información a través del
lenguaje escrito, no logran superar las exigencias educativas y las calificaciones no se
corresponden con el esfuerzo realizado.
Aunque aún no se ha consensuado una teoría que explique el origen de la dislexia, las
técnicas de neuroimagen y los estudios anatómicos han evidenciado diferencias en el
cerebro de personas con y sin dislexia. Por tanto, podemos defender que la dislexia tiene una
base neurobiológica, lo que hace que el cerebro de un disléxico se desarrolle y procese la
información de manera diferente al de un “no disléxico” o normolector.
La teoría más aceptada actualmente es que durante la formación neuronal, es decir, mientras
se produce el desarrollo embrionario y la migración neuronal que da lugar a la formación de
las distintas áreas cerebrales, en algunos fetos, un cierto grupo de neuronas forman cúmulos
en lugares inadecuados (ectopias), los cuales crean disfunciones en las conexiones que unen
algunas áreas de la corteza.
En general, tanto las conexiones como la activación de ciertas áreas cerebrales relacionadas
con el procesamiento del lenguaje presentan algún tipo de disfuncionalidad, cuyo origen aún
se desconoce aunque varios estudios apuntan hacia una cuestión genética o cromosómica.
Este tipo de déficits relacionados con el acceso a las representaciones del habla explicarían
por qué algunos sujetos discriminan correctamente dos sonidos distintos y sus grafías pero,
cuando necesitan acceder a esta información dentro de una tarea más compleja, cometen
errores de precisión.
A pesar de estos avances aún no se tiene certeza de cuál es la etiología exacta de la dislexia,
aunque, en resumen, podríamos decir que la dislexia tiene un origen neurobiológico, con una
importante carga hereditaria (aproximadamente un 60%) y que predomina la teoría del déficit
fonológico como causa principal de las dificultades lectoras en la mayoría de disléxicos.
Esta peculiaridad del trastorno demanda un tipo de evaluación centrada en detectar las
habilidades afectadas y las posibles causas de tales dificultades, pues de nada sirve
constatar que el nivel lector está por debajo de la media para colocar una etiqueta sin más.
Pero, cuidado con esto, porque en caso de que el sujeto haya recibido una intervención
específica previa, lo más probable es que este desfase se haya evitado a pesar de presentar
una dislexia.
Aunque no se recomienda establecer un diagnóstico definitivo antes de los 8 años (hasta ese
momento hablaremos de riesgo de dislexia evolutiva o de retraso lectoescritor) sí debemos
detectar y atender cualquier dificultad de aprendizaje desde la etapa de educación infantil.
Desde que se inicia el trazado de los números o las letras podemos observar conductas
alteradas respecto a la prensión del lápiz, la orientación de los símbolos, la confusión entre
símbolos, la dificultad para asociar los símbolos a conceptos o nombres, el rechazo ante
estas tareas, etc.
En este tipo de detección resulta esencial la observación de conductas por parte de los
docentes, pues de momento no existe ningún test de detección totalmente avalado.
Podemos encontrar ciertas pruebas de detección en prelectores que aún no han sido
baremadas o comercializadas como la batería DIS-ESP o la prueba de denominación rápida
de imágenes de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), aunque los test de screening
o detección se suelen aplicar a partir de los 6 años, como sería el caso del DST-J.
En esta entrevista inicial debemos centrarnos en conocer los hitos del desarrollo del sujeto,
sobre todo en el área verbal y comunicativa.
Ambas permiten obtener un CI global, así como, comparar los resultados obtenidos en
diferentes áreas del desarrollo, aunque también podemos encontrar otros test de inteligencia
baremados.
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K-BIT: Test breve de inteligencia de Kaufman que sirve como prueba de screening para
realizar una apreciación general del CI, de manera fácil y breve (4 - 90 años).
Aunque existen numerosas pruebas para evaluar la lectoescritura debemos elegir aquellos
test que, además de establecer el nivel lectoescritor del sujeto (necesario para indicar la
discrepancia respecto a la media “curso-edad”), valoren los diferentes procesos implicados
directa e indirectamente en la lectoescritura, sobre todo, para comprender el caso en
profundidad y orientar una intervención individualizada.
Además, en función del nivel de desarrollo lectoescritor de cada sujeto, resulta esencial
escoger unas u otras pruebas. Por ejemplo, si aún no se han establecido todas las
correspondencias grafema-fonema, sería absurdo realizar una tarea de comprensión lectora.
A continuación se presentan algunos de los test más utilizados, cuya selección se realizará
en función de las necesidades particulares de cada sujeto.
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PROLEC-R: Test utilizado desde 1º a 6º de primaria para evaluar los procesos lectores, es
decir, la capacidad lectora y las estrategias que sigue el sujeto para leer, por lo que también
permite observar qué mecanismos están alterados.
Incluye las siguientes tareas (identificación de letras, igual-diferente, lectura de palabras,
lectura de pseudopalabras, estructuras gramaticales, signos de puntuación, comprensión
de oraciones, comprensión de textos y comprensión oral).
Aunque es uno de los test más completos incluye tareas de niveles muy dispares por lo
que se deberían seleccionar solamente aquellas tareas apropiadas en cada caso,
combinándolas con tareas seleccionadas de otros test.
LEE: Test utilizado para valorar la lectura y la escritura desde los procesos más básicos
en alumnos de 1º a 4º curso de primaria. Comparte pruebas con el PROLEC y PROESC y
aporta información sobre los puntos fuertes y los déficits del sujeto en relación a la
lectoescritura.
Incluye las siguientes pruebas (segmentación fonémica, lectura de letras, lectura de
palabras, lectura de pseudopalabras, comprensión de palabras y frases, prosodia,
comprensión de textos, escritura de palabras y escritura de pseudopalabras).
PROLEC-SE: Test de lectura que evalúa los procesos léxicos, sintácticos y semánticos en
alumnos de 1º a 4º de secundaria.
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ECOMPLEC: Test que permite obtener un índice global del nivel de comprensión lectora
del alumno, así como, analizar la competencia lectora del sujeto ante distintos tipos de
textos (narrativo, expositivo y discontinuo). Consta de dos partes diferenciadas, una de
aplicación en primaria y otra en secundaria.
TECLE: Prueba de eficacia lectora que permite el uso colectivo en el aula. Su función es
realizar un screening para medir la eficacia de los mecanismos de lectura. Consta de 64
frases incompletas y cuatro opciones de respuesta (2 palabras y 2 pseudopalabras) para
finalizar cada oración. Se valoran los aciertos obtenidos en 5 minutos.
TALE: Test constituido por varias pruebas de lectura (lectura de letras, de sílabas, de
palabras, de textos y comprensión lectora) y de escritura (copia, dictado y escritura
espontánea) que permiten valorar el nivel general del sujeto en estas tareas (6 a 10 años).
La clave de una buena evaluación está en seleccionar las pruebas necesarias en función de
las peculiaridades de cada caso. Por ejemplo, ante un sujeto que ha iniciado 2º de primaria,
aún no reconoce ciertos grafemas y cuya lectura carece de fluidez, valoraríamos sus
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Por otro lado, debemos evitar utilizar numerosas pruebas y test sin saber exactamente qué
estamos analizando o qué utilidad tienen. Al plantear la evaluación nos centraremos en
analizar las dificultades concretas del sujeto y a lo largo de la intervención, si lo consideramos
necesario, valoramos otras áreas que puedan estar afectadas y nos permitan entender y
tratar el caso.
Solamente cuando sospechamos que el origen de las dificultades puede hallarse en otras
áreas o niveles del desarrollo aplicamos algunos test complementarios para valorar tales
áreas (comprensión oral, motricidad, vocabulario, técnicas de estudio…).
BLOC: Batería que mide los cuatro componentes básicos del lenguaje (morfología,
sintaxis, semántica y pragmática). Aplicación de 5 a 14 años.
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RFI (Registro fonológico inducido): Test que evalúa la fonología en expresión inducida y
repetición, es decir, la articulación o pronunciación de los fonemas de los 3 a los 7 años.
EDAF: Test que evalúa la discriminación auditiva y fonológica para detectar alteraciones a
nivel de procesamiento auditivo a partir de los 3 años.
PEABODY: Test que evalúa el nivel de vocabulario receptivo y permite detectar dificultades
en la destreza o capacidad verbal. Aplicación de 2,5 a 90 años.
Test BOEHM de conceptos básicos: Test que valora el dominio de los conceptos
fundamentales para entender y asimilar los aprendizajes escolares. Aplicación de 4 a 7
años.
TEST TOKEN: Test para evaluar la comprensión de órdenes orales en dificultad creciente
(respecto al número de elementos y a la complejidad morfosintáctica), entre 6 y 11,11
años.
Test Frostig: Evalúa el nivel de madurez perceptiva del sujeto analizando el desarrollo de
la percepción visual (coordinación visomotora, discriminación figura-fondo, constancia de
la forma y posiciones y relaciones espaciales), entre los 4 y los 7 años.
Test de Harris: Evalúa la lateralidad mediante una prueba de dominancia lateral a partir de
los 6 años.
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CHTE: Cuestionario para valorar los hábitos y técnicas de estudio en base a siete escalas
(actitud general hacia el estudio, lugar de estudio, estado físico, plan de trabajo, técnicas
de estudio, exámenes y ejercicios o trabajos). Aplicación de 10 a 18 años.
IHE: Inventario de hábitos de estudio que evalúa, a partir de los 12 años, cinco escalas
relacionadas (condiciones ambientales, planificación, utilización de materiales,
asimilación de contenidos y sinceridad).
Una vez pasadas las pruebas pertinentes procedemos a su corrección. Para ello, en el
manual de cada test encontramos las orientaciones para analizarlas y valorarlas.
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Los informes que se elaboran, principalmente en organismos públicos, suelen ser muy
escuetos e incomprensibles tanto para las familias como para el resto de docentes que
desconocen los test o pruebas utilizadas.
En general, un buen informe debe incluir, además de la parte técnica, explicaciones sencillas
y orientaciones claras para comprender el perfil del sujeto, su problemática y el modo de
ayudarle a superarla. Para ello debe contar, al menos, con los siguientes apartados.
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Los trastornos que suelen acompañar a la dislexia son: trastorno por déficit de atención con
o sin hiperactividad (TDA/H), disgrafía, discalculia, trastornos del desarrollo de la
coordinación y/o trastornos a nivel afectivo.
Gracias a los estudios realizados con técnicas de neuroimagen funcional sabemos que,
aunque existe una amplia variación morfológica entre el cerebro de los sujetos con dislexia,
las disfuncionalidades presentadas se concentran en zonas cerebrales implicadas en el
procesamiento de la información y en la respuesta a los estímulos, por lo cual, una
disfuncionalidad en tales zonas puede alterar diversas habilidades y/o áreas del desarrollo.
Esto explicaría la relación existente entre diferentes trastornos del desarrollo o disfunciones
cognitivas implicadas en el aprendizaje, la conducta y la motricidad.
Cuando está afectado, por ejemplo, el funcionamiento de los circuitos frontoestriados, que
conectan regiones frontales con los ganglios basales, pueden observarse déficits en uno o
más de los procesos cognitivos que regulan estas áreas, los cuales están muy relacionados
entre sí e influyen directamente en el aprendizaje.
- Memoria de trabajo.
- Control ejecutivo.
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- Control de la atención.
A través de esta interrelación podemos comprender por qué muchos disléxicos tienen otros
problemas asociados y, por tanto, por qué cada disléxico muestra un perfil específico, en el
que suelen coincidir algunas características pero no muchas otras. Todo dependerá de las
áreas o conexiones que están afectadas, de la gravedad de tales disfuncionalidades y de la
capacidad de compensación que depende, principalmente, de la capacidad cognitiva global
del sujeto y de la estimulación recibida.
Otra cuestión problemática, más allá de los diferentes perfiles que podemos encontrar, es
establecer el límite entre lo que se considera un trastorno del desarrollo y lo que podríamos
considerar una “mala habilidad”.
Por tanto, ante cualquier evaluación debemos plantearnos ¿en qué momento decidimos que
existe un trastorno y no una “mala habilidad”? En general, todo dependerá del conjunto de
síntomas que se combinan y de la gravedad de estos.
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Por ende, cualquiera de estas capacidades y habilidades pueden estar afectadas solo en
algunos sujetos con dislexia, pero también en individuos no disléxicos, aunque generalmente
con carácter más leve y menos persistente.
En este sentido, podríamos considerar que existe un trastorno cuando, a pesar de contar con
los factores ordinarios para solventarlo, las dificultades que ocasiona perturban severamente
el correcto desarrollo del individuo e interfiere negativamente en su vida cotidiana.
En todo caso, más allá del diagnóstico que establezcamos, lo prioritario es ayudar a cada
escolar a superar sus dificultades, independientemente de cuál sea el origen de las mismas.
La finalidad de añadir este tipo de aclaraciones es que comprendamos que hay personas que
pueden presentar algún tipo de dificultad y no por ello ser disléxicos. Por tanto, el diagnóstico
definitivo se debería confirmar tras valorar e intervenir el caso para observar su evolución,
nunca en una primera evaluación.
Lo mismo ocurre con el TDA/H, al igual que hay muchos casos sin diagnosticar también
existen muchos diagnósticos mal planteados.
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Al igual que un disléxico escribe en espejo mientras que otro confunde grafemas con sonidos
similares, también pueden mostrar diferente sintomatología asociada o no al TDAH, al
trastorno del desarrollo de la coordinación, a la discalculia…
Algunos estudios estiman que aproximadamente un 33% de las personas con dislexia tienen
TDA/H, ya que la alteración funcional cerebral de este trastorno se ubica en áreas cercanas
y conectadas a las implicadas en los procesos lectoescritores.
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Para diagnosticar el TDA/H no existe ninguna prueba totalmente objetiva. Se suelen aplicar
los criterios del DSM IV junto a la realización de algunos test, cuestionarios y anamnesis del
caso.
Entre las pruebas más conocidas están el Continous Performance Test (CPT-II) y las escalas
para padres y profesores de Conners, el test de STROOP, la escala EDAH y el cuestionario de
Achembach (CBCL 4-18), aunque ninguna de estas pruebas es diagnóstica por sí misma.
A simple vista, cuando la familia o los docentes comentan que además de dislexia creen que
el escolar muestra síntomas relacionados con el TDAH, la primera pregunta que les planteo
es, ¿es capaz de pasar largos periodos de tiempo realizando cualquier otro tipo de actividad
que no le resulte especialmente estimulante y que no tenga nada que ver con la
lectoescritura, sin distracciones ante estímulos irrelevantes, aplicando estrategias de
planificación, adaptando su conducta en función de la dificultad, de los errores o de las
demandas del proceso y con la intención de alcanzar un objetivo final?
Si la respuesta es positiva puede que la falta de atención se dé principalmente ante las tareas
escolares porque no existe ningún tipo de motivación, no comprende las demandas, evita
participar porque siente inseguridad, se pierde porque no entiende los contenidos, etc.
En este caso siempre pongo el mismo ejemplo. Imaginemos, como adultos inexpertos en el
idioma chino, que entramos en una clase avanzada con un profesor nativo. ¿Cuánto tiempo
seríamos capaces de mantener un nivel máximo de concentración?
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Dificultad para codificar el mensaje, es decir, para construir correctamente las palabras
escritas, que se caracteriza por cometer errores de precisión (sustituciones de unos
grafemas por otros, omisiones, inversiones o adiciones).
En general, este tipo de disgrafía está íntimamente relacionada con la dislexia, por lo que
muchos autores la consideran un síntoma más del mismo trastorno y solo estiman que
existe una disgrafía, como tal, cuando el sujeto muestra dificultades al escribir pero no al leer.
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Dificultad para trazar una escritura legible, provocada por un bajo control de la motricidad
fina, que afecta únicamente a la escritura manual y deriva de un problema básicamente
motriz. Sin embargo, cuando existen dificultades motoras y propioceptivas generales se dice
que la disgrafía es un síntoma más de una dispraxia.
Este tipo de disgrafía se caracteriza por la mala calidad de la caligrafía, que llega a ser ilegible,
por una lentitud considerable al escribir, por dificultades para aprender el patrón y dirección
del trazado de cada grafema individual y por una incorrecta prensión y presión del lápiz.
Estos escolares escriben muy lento y cuando intentan escribir más rápido el mensaje se
vuelve totalmente incomprensible. Sus escritos suelen estar plagados de tachones y
correcciones, el trazo es poco preciso, la letra irregular y, normalmente, les cuesta pasar de
la letra ligada a la letra de imprenta.
También suelen presentar mala habilidad para el dibujo y falta de precisión e incompetencia
en otras tareas manuales como recortar, insertar piezas pequeñas en un hilo o en cualquier
actividad que requiera cierta motricidad fina.
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Este trastorno se puede presentar aislado, aunque normalmente el sujeto también suele
mostrar síntomas relacionados con la dislexia debido a que existen mecanismos cognitivos
comunes al aprendizaje de la lectura y de las matemáticas. Por este motivo se estima la
existencia de una alta comorbilidad entre la discalculia y la dislexia.
En sí, la discalculia puede presentar distinta sintomatología según el hemisferio y las zonas
cerebrales afectadas, aunque por el momento es un trastorno poco estudiado en
comparación con el trastorno lectoescritor y no se ha establecido una clasificación
consensuada.
A continuación se presentan algunas nomenclaturas que han sido utilizadas para clasificar
las dificultades específicas del aprendizaje de las matemáticas (DAM).
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Muchos escolares muestran dificultades ante el aprendizaje de los símbolos que representan
las cantidades. Habitualmente, les cuesta establecer la correspondencia símbolo-número,
tienen dificultades para las seriaciones o son incapaces de diferenciar el valor cardinal del
ordinal.
Normalmente, estos conceptos básicos se adquieren entre los 5 y los 7 años, aunque los
sujetos con DAM no logran adquirir y dominar estas nociones hasta más tarde, lo que
repercute negativamente en las siguientes etapas.
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Del mismo modo, si algunos escolares escriben los números en espejo, alteran la
direccionalidad de la escritura o no siguen los patrones adecuados para trazar los números,
convendrá corregir estas dificultades desde el inicio para que no se integren patrones
erróneos. Este tipo de dificultades son similares a las presentadas durante el trazado inicial
de las letras, por lo que también se deben trabajar de manera similar.
En un segundo nivel los escolares suelen mostrar dificultades para representar y memorizar
hechos numéricos como que 3 x 7 son 21 o que 9 + 4 siempre es 13, 9 + 5 es 14, 9 + 6 es
15, etc.
Además, también suelen mostrar otras dificultades al reconocer y aplicar los símbolos, al
alinear las cifras en operaciones de varios dígitos o para comprender el valor posicional de
los números.
Con frecuencia, estos sujetos aprenden los nombres de los números por tratarse de un
aprendizaje mecánico, pero observamos que aunque son capaces de contar
memorísticamente y escribir la serie de números no comprenden realmente qué cantidades
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Por tanto, tardan más de lo habitual en comprender que un número es algo más que una
palabra porque designa una cantidad o conjunto de elementos, aunque, a simple vista,
realizan correctamente algunas actividades de clase por repetición e imitación. Por ejemplo,
tareas de conteo o de unión de números con una determinada cantidad de elementos.
Una vez asimiladas estas nociones sería el momento propicio para introducir la mecánica de
las operaciones (la funcionalidad práctica de estas, su estructuración espacial y los
automatismos para llegar al resultado). Para esta finalidad se recomienda el uso del método
ABN.
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En consecuencia, la mayor parte de los errores que cometen los escolares al resolver
problemas no proceden de la ejecución sino de la incapacidad para comprender, representar
e interpretar la información.
Por tanto, el primer paso para enseñar a resolver problemas matemáticos sería desarrollar
en el alumnado ciertas capacidades lingüísticas que le permitan llegar a la comprensión total
del enunciado y, a partir de ahí, enseñarle a representar la información, a analizar y relacionar
los datos y a identificar el tipo de operaciones necesarias, antes de pasar a la práctica
ordinaria de resolución de problemas de diferente índole.
- Valorar aproximadamente cuál podría ser la cantidad del resultado tras una reflexión
lógica sobre los datos propuestos (más de X pero menos de…).
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Por otro lado, si observamos problemas persistentes para superar estos niveles, debemos
valorar las dificultades concretas del sujeto teniendo en cuenta la complejidad de síntomas
presentados y la interrelación entre los distintos trastornos.
Es una alteración en el desarrollo de la coordinación motora fina y/o gruesa que interfiere en
el aprendizaje escolar y en las actividades de la vida diaria y no está debida a otra
enfermedad, discapacidad o a una lesión neurológica demostrable anatómicamente.
De todos modos, lo esencial es evitar que estas dificultades puedan influir en otras áreas
(aprendizaje, desarrollo social, emocional, etc.), por ello es muy importante prestarles
atención desde que se detectan y estimular al máximo la psicomotricidad desde las etapas
iniciales.
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3. 5 Trastornos emocionales
Los escolares con dislexia suelen desarrollar desórdenes afectivos y/o conductuales debido
a los continuos fracasos, a la incomprensión del entorno, a los esfuerzos sin recompensa y
a sus problemas de autoestima e inseguridad.
En tal caso, los desórdenes más comunes suelen ser la ansiedad y los estados de estrés, el
desarrollo de trastornos alimenticios, trastornos del sueño, somatizaciones, irritabilidad,
cambios bruscos de humor sin causa aparente, síntomas depresivos, trastornos derivados
de su bajo autoconcepto (introversión, aislamiento…) y otros trastornos de conducta
perturbadora.
Una vez que el sujeto es consciente de sus propias limitaciones se siente inferior a los demás,
desarrolla todo tipo de inseguridades, disminuye notablemente su motivación, genera gran
aversión a todo lo relacionado con el aprendizaje escolar y aparecen distinto tipo de
conductas, entre las que predominan dos perfiles.
Sujetos que necesitan destacar de algún modo, por lo que comienzan a mostrar
conductas disruptivas para llamar la atención. Suelen molestar e interrumpir, hacer
bromas y enfrentarse a los profesores para hacerse valer ante sus compañeros. En
general, están siempre alerta, se irritan con facilidad, pasan por estados de ansiedad y se
vuelven insatisfechos y pasotas ante la vida.
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Aunque, en ambos casos se genera un rechazo claro hacia el colegio y hacia el aprendizaje,
sobre todo ante aquellas tareas relacionadas con sus puntos débiles, pues creen que son
incapaces de aprender. Por tanto, suelen negarse a leer y a participar en clase aunque nunca
reconocerán ante los compañeros el motivo de tal resistencia.
En base a esto, los docentes debemos tener la sensibilidad suficiente para no obligarles sin
conocer la causa de tal negación y para hablar con ellos transmitiéndoles confianza,
comprensión y ayuda, con la finalidad de crear un marco de confidencialidad y normalidad
en el que se sientan totalmente cómodos.
En general, debemos valorar y defender los defectos como características que nos permiten
demostrar que todos somos seres extraordinarios a pesar de no ser perfectos. Para ello, los
docentes enseñaremos a compartir con orgullo nuestros defectos porque esta es la única
manera de evitar que se conviertan en complejos.
Quizá, dentro de todas las secuelas que conlleva la dislexia, esta sea la más fácilmente
evitable y, por otro lado, una de las que más sufrimiento ocasionan, tanto al disléxico como
a la familia.
Fomentar la inteligencia emocional y la felicidad entre nuestro alumnado debe ser la prioridad
máxima, pues solo los “cerebros felices” están preparados para desarrollar el máximo
potencial.
Para alcanzar esta finalidad, además de crear un clima de cooperación y armonía en el aula
e incorporar a las familias en el proceso, podemos tener en cuenta las siguientes
orientaciones.
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Ante los escolares que muestran dificultades persistentes para entender ciertos
contenidos, el docente compartirá con ellos su dificultad para enseñarles de modo que
puedan entenderlos. Esto implica la participación del estudiante y rebaja su
responsabilidad ante el fracaso.
El docente, también se identificará con las dificultades de los escolares para mostrar que
todos tenemos buenas y malas habilidades.
El docente debe fomentar la participación del escolar, animándole a preguntar aquello que
desconoce y ayudándole a iniciar las tareas que le resultan más complejas.
En general, el docente debe hacer uso de su empatía para integrar a todos los escolares,
fomentar la cooperación y el trabajo en equipo, desarrollar un clima de confianza y
concebir la diversidad como algo sumamente normal, positivo y enriquecedor.
Se deben visibilizar y reforzar todos los avances del escolar por pequeños que parezcan,
sin dejar de indicar objetivamente los errores y los aspectos que necesita mejorar.
Resulta muy recomendable trabajar a partir de rutinas para facilitar el aprendizaje, generar
hábitos de trabajo, mejorar la capacidad de concentración y evitar pérdidas de tiempo.
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Se deben establecer objetivos concretos que estén al alcance del escolar, así como,
explicar debidamente las demandas de cada tarea y el modo de superarlas.
El docente debe comprender que un sujeto con dislexia suele tardar el doble en realizar
una misma actividad, por lo que se valorará reducir la carga de deberes. Además, los
escolares con dificultades no aprenden realizando tareas mecánicas.
En los exámenes se dará tiempo suficiente para evitar el exceso de tensión que en
ocasiones puede producir bloqueos. Los sujetos con dislexia, además de requerir más
tiempo para organizar y expresar la información, bajan notablemente los resultados
cuando están nerviosos o estresados.
Los criterios de evaluación en las áreas afectadas se deben establecer en base a su propia
evolución, partiendo del nivel inicial, nunca en comparación a los resultados del grupo.
Por tanto, la formación e información suponen una herramienta esencial para cambiar el día
a día de muchos escolares que abandonan porque se mueven dentro de un sistema que no
les permite avanzar.
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Salvo una deficiencia a nivel fonológico y lo que ello conlleva (el déficit fonológico está
presente en un alto porcentaje de casos) no se pueden definir unas características o
síntomas coincidentes en todos los casos, aunque sí podemos constatar que en la mayoría
de los sujetos con dislexia no solo está afectada la capacidad para aprender a leer.
En base a esto, debemos tener claro que no existe un único “material para trabajar la dislexia”.
La máxima eficiencia de la intervención solo se consigue cuando se planifica un programa
de intervención individualizado y centrado en las dificultades concretas del sujeto, una vez
que estas han sido rigurosamente evaluadas.
En general, las dificultades de aprendizaje requieren una enseñanza que respete al máximo
la progresión de adquisición de las habilidades a desarrollar, sin saltarse ningún nivel y
trabajando bajo metodologías explícitas, motivantes, significativas y que impliquen la
estimulación de todos los sentidos.
También se ha intentado mostrar que un disléxico puede presentar problemas muy variados
y que no podemos llamar disléxico a quien únicamente muestra alguna dificultad concreta
(faltas de ortografía, falta de atención, dificultades para aprender las tablas, confusión entre
palabras, inversiones esporádicas, lectura más lenta, etc.).
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¿Sería un privilegio aportarle los recursos o apoyos suficientes para que esté en igualdad
de condiciones y pueda desarrollar al máximo sus capacidades? Recordemos que la
igualdad de oportunidades y la atención a la diversidad solo se alcanzan si adaptamos los
métodos a las necesidades del alumnado.
Para concluir, resulta fundamental comprender que la dislexia se puede paliar en gran
medida si:
Aunque, sin ninguna duda, el mejor método para corregir la dislexia es evitar que se genere
un desfase, es decir, desarrollar las habilidades prelectoras y lectoras, con metodologías
alternativas, dentro del momento evolutivo adecuado.
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