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Fontana Manuel
Fontana Manuel
ESPECIALIZACIÓN EN DERECHO
PENAL
En los principios clásicos de la criminología, fines del siglo XIX y comienzos del
siglo XX, se perfilo una criminalidad femenina basada casi exclusivamente en la
idea de desviación sexual a raíz de la figura de la prostitución, reservando el resto
del universo de delitos para los varones. Por fuera de dicha desviación individual,
las mujeres fueron legisladas o etiquetadas como esposas, madres, hermanas, hijas.
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Catharine MacKinnon. Manifestación contra la violación. Pag.123
Por lo tanto, el foco no puede centrarse en el daño, puede ser un factor
agravante, pero de ninguna manera el núcleo de la ilicitud de la violación.
Modelos de regulación
Consentimiento
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Tatjana Hornle. VIOLACIÓN COMO RELACIONES SEXUALES NO CONSENTIDAS. Pág. 201.
Aunque no existe una definición precisa de qué significa consentir en el ámbito de
los delitos sexuales, el término consentimiento hace referencia a la concordancia,
al acuerdo entre las partes o la uniformidad de opinión. Consentir es un acto por el
cual la persona expresa su voluntad y ejerce su libertad para aceptar algo que se le
plantea o propone e inclusive aun habiéndose brindado en un primer momento
bajo determinadas condiciones determinadas circunstancias, cambiando esas
condiciones o inclusive manteniéndose las mismas condiciones establecidas desde
un comienzo, el consentimiento puede ser revocado por parte del titular.
La real academia lo define como una “manifestación de la voluntad, expresa o
tácita, por la cual un sujeto se vincula jurídicamente”. Centrándonos en las
relaciones sexuales, el consentimiento sexual se ha definido como la aceptación
verbal o no verbal, dada libremente por la voluntad, de participar en una actividad
sexual, pero vale aclarar que consentimiento y voluntad son dos fenómenos que, si
bien están vinculados, resultan diferentes. El consentimiento puede ser, en este
sentido, una manifestación exterior que no concuerde con la voluntad interior. Se
lo exige como elemento necesario para asegurar relaciones sexuales sanas,
satisfactorias y libres de violencia.
Y a su vez, tenemos también los casos en los que los abusos sexuales se producen
cuando las relaciones están marcadas por asimetrías de poder, utilizadas por la
parte dominante para someter a la víctima mediante actos cometidos en escenario
institucional, laboral, escolar, y a través de privación económica, entre otros tantos
factores o circunstancias. En estas situaciones, es probable que no exista violencia
física y que la víctima no se niegue de manera explícita, pero la violación se da
porque el consentimiento se asume en situaciones de poder desigual y a su vez
contamos con la cuestión de la amenaza o intimidación que la vuelve aún más
compleja, a los fines probatorios en tanto que no suelen dejar marcas tan
fácilmente identificables en la víctima. En estos casos se suele decantar en una
discusión del tipo “él dice/ella dice”.
Es quizás por estas situaciones, que los jueces suelen ser especialmente
desconfiados o reacios de las víctimas que sólo declaran haber recibido amenazas
por parte de su atacante, generalmente considerando que las mismas no pueden
demostrarse, precisamente por su falta de tangibilidad. Estas posturas se suelen
ver en aquellas mujeres que declararon, por ejemplo, haberse quedado “heladas” o
“tiesas” frente al ataque y por tanto no haber podido defenderse.
Al mismo tiempo, se da una discusión interesante respecto de la credibilidad de las
amenazas o intimidaciones que se pretenden ejercidas sobre la víctima. Se discutió
hasta donde puede una persona razonablemente creer en que puede ocurrir
aquello que el atacante le dice que hará si no se somete a sus deseos, se cae
entonces en discusiones de tipo teóricas donde se inmiscuyen cuestiones de
psicología, sentido común y consideraciones sociales.
Precisamente por ello, la forma en la que se conceptualiza la figura del
consentimiento cobra relevancia, pues cuando se entiende con claridad que es lo
que implica la aceptación del ejercicio libre y voluntario de la sexualidad y a su vez,
la distinción central entre un acto de libertad y un acto forzado que involucra
acoso, abuso o violencia, de ahí que la figura del consentimiento deba ser
analizada, y establecida en la ley e interpretada adecuadamente por parte de las y
los funcionarios del sistema de justicia.
La pretensión jurídica formal y universal del derecho a la libertad sexual choca con
las estructuras de género dentro de las cuales el consentimiento es aparentemente
un evento privado que, sin embargo, a nivel sociocultural y subjetivo atañe a las
mujeres. Los códigos morales, sociales, culturales y de género atraviesan la
aceptación femenina, configurándola como "nudo de tensiones". En un primer
registro, el derecho tutela el consentimiento de las mujeres a decidir dónde,
cuándo y con quién sostener relaciones sexuales a través de la libertad sexual. En
un siguiente nivel, las hace responsables por su "incapacidad" para impedir una
agresión sexual, haberla provocado o no haber tenido la fuerza para resistirla. En
esta dirección, asumir el término acríticamente justifica la violación, en tanto
revictimiza a las mujeres al obviar el contexto particular del evento, las acciones
del implicado y las configuraciones de género que permean la sexualidad. La
perspectiva jurídica descarga la total responsabilidad en quien "autoriza" sin
considerar las acciones de quien recibe, pide o vulnera el consentimiento,
presentando el fenómeno como si fuera neutral y se basara en atributos
individuales, aislados del contexto sociocultural y las experiencias subjetivas de las
personas jurídicamente capaces.
La práctica jurídica posee diversas formas de negar o restringir la calidad de
víctima a las mujeres que han padecido un acto de violencia sexual, formas que se
vinculan no sólo con el texto legal, sino, además y especialmente, con las decisiones
judiciales en donde se puede observar en muchas de ellas cómo implícitamente se
condena a la víctima, en base a estereotipos de género. Se la termina condenando a
la víctima por su estilo de vida, por su forma de ser, por su comportamiento
anterior, entre otros aspectos. Por consiguiente, es importante, claro está, que
prevalezca el debido proceso, el in dubio pro reo, en el cual en caso de no contar
con la certeza suficiente como para poder condenar a una persona, corresponde a
absorberla, pero para ello, inclusive descreyendo de la opinión de la víctima, lo
tenemos que hacer sin reutilizar, sin ocasionarle a esta persona un sentimiento de
condena donde en muchas ocasiones se le demanda o se pide que se dejen
vestigios en el cuerpo y a menudo, la violencia, no deja marcas en el cuerpo.
En consecuencia, el consentimiento debería ser como una especie de punto
neurálgico a dilucidar en la investigación y en el juzgamiento
Conclusión:
Hornle se inclina a favor del “no es no” por lo cual tiene una mirada más crítica
hacia el modelo “si y solo si”. El deber de monitorear las reacciones de la otra
persona, evaluar las expresiones faciales y el lenguaje corporal, el hecho en sí, de
requerir que se permanezca constantemente atento a las reacciones de la otra
persona, sin dudas, puede interferir con la calidad de la experiencia sexual. En este
sentido, la actividad sexual puede implicar diferentes actos, por lo tanto, sería
necesario repetir el consentimiento una vez que se alcanza la siguiente etapa, lo
que conduciría a un problema respecto del límite. Cuanto más demandantes son
las reglas, cuanto más alto es el umbral, más confusión se genera respecto al
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Perez Hernandez Yolinliztli. California define qué es “consentimiento sexual”
comportamiento que se debe asumir. Por el contrario, el modelo de “no es no” es
más fácil, simplemente se trata de que, en caso de escuchar la negativa expresa por
la otra persona, hay que detenerse.
Claro está, que el mayor conflicto nace de los casos ambiguos, grises, de aquellos
que generan dudas, y en el cual debemos prestar especial atención al castigo penal
que se recibe y las posibles consecuencias futuras, como por ejemplo ser inscripto
en un registro de delincuentes sexuales tienen el potencial de destruir la vida del
condenado.
Si bien adhiero a las críticas que realiza la autora al modelo del consentimiento
afirmativo, debo decir que me resulta interesante la posibilidad de aplicar el
modelo si y solo si en universidades, tal y como lo hace California, la aplicación o la
utilización de este modelo en aras de educar más que nada a los jóvenes, pero está
claro que el derecho penal es otra cosa y, en definitiva, los requisitos deben ser
menos estrictos, aunque más allá de la elección que se tome, si elige el modelo del
consentimiento afirmativo o el modelo del consentimiento negativo, lo relevante es
seguir debatiendo estos problemas y no pasarlos por alto.