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Utopía y Praxis Latinoamericana / Año 8. Nº 23 (Octubre-Diciembre, 2003) Pp. 43 - 54


Revista Internacional de Filosofía Iberoamericana y Teoría Social / ISSN 1315-5216
CESA – FCES – Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela

Utopía y política en América Latina: Entre el capitalismo


utópico y el capitalismo nihilista*
Utopia and Politics in Latin America: Between Utopic Capitalism
and Nihilist Capitalism
Yamandú ACOSTA
Facultad de Derecho y Centro de Estudios Interdisciplinarios Latinoamericanos
de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad de la República. Montevideo, Uruguay.

RESUMEN ABSTRACT
La recuperación de la política como arte The recovery of politics as the art of what
de lo posible, implica una adecuada relación con is possible, implies an adequate relationship with
la utopía, que es condición de realismo político. utopia, which is a condition of political realism.
Esto supone afirmar la realidad como condición This supposes the affirmation of reality as the
de posibilidad de la vida humana, frente a su des- condition of possibility in human life, in contrast
plazamiento por la perspectiva fetichizada hege- with its displacement by the hegemonic fetishist
mónica de la realidad virtual. Este realismo como perspective of virtual reality. Realism as a per-
perspectiva de lo posible, se encuentra hoy em- spective of what is possible, has been replaced
plazado en América Latina entre los anti-utopis- today in Latin America by the anti-utopianism of
mos del capitalismo utópico y el capitalismo utopic capitalism and nihilistic capitalism. To
nihilista. La superación de estos fundamentalis- overcome these nefarious anti-utopic
mos anti-utópicos de nefastos efectos, requiere fundamentalisms, both the democratization of
tanto una democratización de la política como politics and the politization of democracy are re-
una politización de la democracia, procesos que quired, both of which are processes that suppose
suponen tanto una emergente utopía positiva an emergent positive utopia and an adequate rela-
como una adecuada relación con ella. tion with this utopia.
Palabras clave: Utopía, política, realismo, capi- Key words: Utopia, politics, realism, utopic cap-
talismo utópico, capitalismo nihilista. italism, nihilistic capitalism.

* Ponencia presentada en el Simposio Utopía y Política, 51º Congreso Internacional de Americanistas, Santia-
go, Chile, 14-18 de julio de 2003.

Recibido: 22-08-2003 · Aceptado: 05-10-2003


INTRODUCCIÓN
El presente texto hace suya la argumentación de Franz J. Hinkelammert sobre la sig-
nificación de la utopía en la articulación de un efectivo realismo político, a la que entiende
válida y vigente en términos instituyentes en los escenarios actualmente instituidos, tanto a
nivel de nuestros estados nacionales, como en lo regional y en lo mundial globalizado.
En la década de los ochenta del pasado siglo, esa argumentación ha operado, a
nuestro juicio, como referencia fundante de uno de los libros más relevantes del autor en
cuestión1, así como de un seminario llevado a cabo por el Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (CLACSO), dedicado a la teoría del Estado y de la política en América
Latina2, en la perspectiva de “reflexionar una estrategia de democratización en América
Latina”3. Se entiende correcto pretender que en el nuevo contexto de esta primera década
del siglo XXI en curso, el simposio Utopía y Política en el marco de este 51º Congreso
Internacional de Americanistas, realizado en el país cuyas circunstancias históricas moti-
varon muy particularmente aquellas reflexiones, responde resignificadamente a la mis-
ma perspectiva.
En efecto, si en la década de los ochenta, sobre el eje articulador de Estado y política,
la democratización en los países del Cono Sur de América Latina suponía centralmente la
transición desde los regímenes autoritarios configurados por las dictaduras de la región a la
instalación de regímenes democráticos; en el presente, sin descuidar aquellos ejes de arti-
culación, adquiere una particular presencia la sociedad, que como sociedad civil en proce-
so de ampliación, transforma aquél eje de relación, resignificando tanto al Estado como a la
política. Por ello, sin disminuir la significación del régimen político; adquiere centralidad
la perspectiva de articulación y consolidación de un nuevo ethos democrático, motivado no
intencionalmente al tiempo que jaqueado por un ethos autoritario, que seguramente las
dictaduras han dejado instalado en las vigentes democracias posdictatoriales.
A los efectos en términos de normatividad de lo fáctico derivados de la herencia-pre-
sencia del ethos autoritario, se agregan con carácter de sobredeterminación los del ethos
mercantil del capitalismo utópico, complementaria instalación de las mismas dictaduras
iniciadas en la década de los setenta y los del ethos nihilista del capitalismo cínico que, más
que a desplazar, tiende a complementar a su inmediato antecesor en el reforzamiento de los
señalados efectos normativos. En el marco de estas condiciones vigentes, que también Hin-
kelammert ha analizado4 y que pueden caracterizarse como fundamentalismos antiutópi-
cos, la democratización de la política pasa por la extensión y profundización de un ethos
democrático en los espacios locales, nacionales y regionales, que afirme en una posible re-

1 Franz J. Hinkelammert: Crítica a la razón utópica, Introducción “El realismo en política como arte de lo po-
sible”, DEI, 2ª ed. 1990 (1ª ed. 1984), San José, Costa Rica, pp. 13-29.
2 En edición preparada por Norbert Lechner, dicho seminario bajo el título ¿Qué es el realismo en política?,
además del texto de Hinkelammert de referencia (pp. 17 a 28) que inicia el volumen luego de la Introducción
(pp. 7 a 16) a cargo de Lechner, se incluyen, en su orden, otros de Angel Flisfisch, Norbert Lechner, Gabriel
Cohn, Oscar Landi y Regis de Castro Andrade (¿Qué es el realismo en política? Catálogos editora, Buenos
Aires, 1987.).
3 Norbert Lechner: ¿Qué es el realismo en política?, “Introducción”, p. 16.
4 Franz J. Hinkelammert: Democracia y totalitarismo, esp. El Estado de Seguridad Nacional y la Democracia
Liberal en América Latina, DEI, 2ª ed., San José, Costa Rica, 1990, pp. 211 a 228.
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lación crítico-constructiva con su utopía democrática, al realismo político democrático


como arte de lo posible, democratizando los espacios señalados y aportando desde ellos a la
democratización y consecuente transformación del orden mundial imperante.
Se trata entonces, de discernir y superar al utopismo democrático5, que por el angos-
tamiento a la normatividad de lo fáctico, en la perspectiva totalizante del agresivo funda-
mentalismo secular neoconservador occidental que reduce la realidad a lo dado, intenta
consolidar en sus expresiones extremas por la política de la muerte que es la muerte de la
política, el sentido común legitimador de que lo real es lo racional.

LA UTOPÍA COMO CONDICIÓN DE REALISMO POLÍTICO


Y LA RECUPERACIÓN DE LA POLÍTICA COMO ARTE DE LO POSIBLE
El realismo político, como condición categorial y práctica de la política como arte
de lo posible, supone considerar que sociedades perfectas, sea como sistemas de funcio-
namiento perfecto en la perspectiva de las utopías del orden, sea como pura espontanei-
dad de las relaciones entre los sujetos en la perspectiva de las utopías de la libertad, son
técnica, política y humanamente imposibles. Ni hay sistemas o instituciones de funciona-
miento perfecto a los que pueda encargarse la resolución de los problemas humanos, ni
los seres humanos pueden afirmarse como sujetos sin la mediación de sistemas o institu-
ciones.
Una orientación estratégica que en términos de una normatividad de lo utópico, incu-
rra en la ilusión trascendental de pretender realizar la utopía, tanto en la perspectiva de la
utopía del orden como en la de la utopía de la libertad, termina destruyendo sociedades po-
sibles en nombre de sociedades perfectas.
En la otra dirección, una racionalidad estratégica que en términos de la normatividad
de lo fáctico, reduzca la realidad a lo dado, bloqueando cualquier alternativa a los eventua-
les efectos destructivos de la facticidad, termina destruyendo sociedades posibles en nom-
bre de las sociedades actualmente existentes como las únicas posibles. Esta segunda direc-
ción, descalifica a la primera como utopismo, al tiempo que se autoidentifica pretendiendo
legitimarse, como realismo político. Realismo político se expresa aquí como antiutopismo
en relación a las utopías que en términos de la normatividad de lo utópico, sea en la perspec-
tiva de las utopías del orden, sea en la de las de la libertad; proponen alternativas que supo-
nen rupturas con la normatividad de lo fáctico. Respecto de este antiutopismo, la perspecti-
va crítica reconoce a su vez dos variantes: la del utopismo antiutópico y la del nihilismo
antiutópico.
El utopismo antiutópico construye como sentido común legitimador, la creencia en
que el orden existente, liberada su lógica de funcionamiento de las distorsiones que puedan

5 Hinkelammert, caracteriza al utopismo democrático: como “…utpoismo, que proyecta una democracia míti-
ca de pura paz, pura tolerancia, puro pluralismo, que es un ideal eterno, un valor absoluto más allá de cual-
quier problema concreto. Aunque todo el mundo se muera de hambre, que lo haga democráticamente. Ese
mito democrático se desvincula de toda historia concreta, y hasta de la propia discusión de las condiciones
económico-sociales de la organización democrática del poder político. Parece ser un paraíso prometido de
simple diálogo, donde las divergencias son de opinión y no de intereses. (…) En esa visión utopista, la reivin-
dicación popular concreta y urgente es considerada todismo, falta de paciencia, envidia. Los movimientos
populares perecen ser peligro para la democracia” (Franz J. Hinkelammert, Ibid,., p. 226).
Yamandú ACOSTA
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afectarla, se perfeccionará en el largo plazo, tendiendo a solucionar todos los problemas


que el desarrollo de su propia lógica plantea. De acuerdo a esto, toda pretensión alternativa
es utópica e irracional y debe ser rechazada en nombre de un orden que es real y racional, un
orden que no niega la libertad sino que la hace posible resultando además del ejercicio de
aquella; en definitiva un antiutopismo que bajo la pretensión de realismo configura un in-
confeso utopismo, el de una utopía en curso, utopía que es a la vez, utopía del orden y utopía
de la libertad.
El nihilismo antiutópico construye como sentido común legitimador la creencia de
que el orden existente, no obstante no pueda solucionar en el largo plazo los problemas que
su propia lógica plantea, sino que inevitablemente los mismos habrán de mantenerse o pro-
fundizarse en el futuro; es el único orden posible, un orden que es superior a cualquier pre-
tensión alternativa y que asegura la libertad de muchos. Estos a su vez lo aseguran cuando
en uso de su libertad optan por él, por lo cual su afirmación supone la legitimación de la
contrapartida de la exclusión de crecientes mayorías; sea por la lógica mercantil en los tér-
minos de la guerra de los negocios, sea por la guerra como política de la muerte y muerte de
la política, tanto en los escenarios nacionales, como regionales y mundiales.
El realismo en política como arte de lo posible, implica discernir críticamente desde
cada presente, tanto las líneas orientadas en términos de la normatividad de lo utópico,
como aquellas que están capturadas por los límites de la normatividad de lo fáctico. Esto
supone la afirmación, profundización y ensanchamiento de márgenes de historicidad con
su consecuente afirmación de la realidad como contingencia frente a la negación de la
misma que tiene lugar cuando se la afirma como necesidad.
La pretensión de que lo real es racional, tiene que ser críticamente discernida y supe-
rada, tanto en su lectura antiutópica, sea del utopismo antiutópico como del nihilismo an-
tiutópico, que reducen la realidad a lo fácticamente dado; como en su lectura utópica alter-
nativa, para la que la irracionalidad de lo fácticamente dado enuncia su irrealidad y por lo
tanto la necesidad, en términos de inevitabilidad, de un futuro absolutamente otro que su-
pone una radical ruptura con la facticidad imperante, como condición de la vigencia efecti-
va de lo real racional. En cualquiera de estas direcciones, se distorsiona a la política como
arte de lo posible, transformándola en la técnica de lo necesario; al darle el carácter de
necesario en cuanto inevitable, sea a lo fácticamente dado como a lo utópicamente pensado
o imaginado.
La recuperación de la política como arte de lo posible sigue suponiendo entonces
una adecuada relación con la utopía en términos de idea reguladora o condición trascen-
dental de un efectivo realismo político. La vigencia de esta adecuada relación con la utopía,
es posible en la medida en que las utopías alternativas al orden dominante naturalizado si-
gan teniendo presencia; pero su pretensión de sentido tal vez se desdibuja y con él el de la
política como arte de lo posible y por lo tanto la perspectiva del realismo político, en un ho-
rizonte de creciente omnipresencia del nihilismo antiutópico.

EL REALISMO POLÍTICO COMO AFIRMACIÓN DE LA REALIDAD


El realismo político o la política como arte de lo posible, implica centralmente la afir-
mación de sociedades posibles. Sociedades posibles son aquellas que hacen a la vida huma-
na posible, perspectiva de reproducción de la vida humana que supone la reproducción de
la realidad como conjunto, del cual la humanidad y la naturaleza son sus subconjuntos. La
articulación de la vida humana y la naturaleza en una racionalidad que sea actual y tenden-
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cialmente reproductiva, es criterio de racionalidad trascendental y transcultural, desde el


cual es posible evaluar cualquier racionalidad técnica, productiva o estratégica.
La racionalidad reproductiva de la vida humana y la naturaleza es racionalidad tras-
cendental, porque es condición de posibilidad de toda otra racionalidad pretendidamente
tal; si esta condición es ignorada, antes o después se evidenciará la irracionalidad de la pre-
tendida racionalidad al tornar la vida imposible. Porque es trascendental, es también trans-
cultural: implica la perspectiva de superación de la tensión particularismo/universalismo a
través de la promoción de un universalismo cuya condición es la afirmación de las
particularidades no excluyentes.
Desde las sociedades existentes el realismo político exige desarrollos en términos de
racionalidad estratégica, que supongan orientaciones hacia sociedades posibles.
En el Cono Sur de América Latina frente a la pregunta ¿son nuestras sociedades posi-
bles?, distintos indicadores de carácter económico (desmantelamiento del aparato produc-
tivo, crisis del sistema financiero), político (crisis de lo político, de la política, de los parti-
dos y de la representatividad), social (fragmentación, segmentación, exclusión, polariza-
ción), demográfico (emigración), cultural (ensimismamiento insolidario, estrechamiento y
crisis de sentido del imaginario democrático), con diferente magnitud relativa y articula-
ción especialmente en los países rioplatenses, parecerían aconsejar en principio una res-
puesta negativa; en ellas lo posible parece no coincidir con lo dado. Para ellas y desde ellas,
puede tal vez señalarse que en su definición y tendencialidad dominante son sociedades
imposibles. Una ritualidad política que se limite a reproducir esa tendencialidad, estará
promoviendo lo imposible y aunque lo haga en nombre de lo posible y tal vez más fuerte-
mente por hacerlo así, estará renunciando a lo posible. La constatación de la omnipresencia
de esa ritualidad, no debe ser ocasión para profundizar el abandono de lo político y de la
política, pues de esta manera estaremos igualmente renunciando a lo posible, por renuncia
a ejercer el arte de lo posible.
Desde Porto Alegre, también el Cono Sur de América Latina, los recientes y multi-
tudinarios foros sociales mundiales han afirmado la tesis “porque otro mundo es posi-
ble”. La única manera de que esta afirmación no se reduzca a una opción con arreglo a va-
lores, pasa por ponerla en relación con la tesis: porque este mundo es imposible. En efec-
to, si a las consideraciones sobre nuestra región sumamos en el espacio global, simple-
mente la potenciación exponencial de los fundamentalismos y los terrorismos, surge que
la opción por otro mundo es la alternativa a la tendencialidad en términos de imposibili-
dad hoy instalada. Como el mundo presente es imposible no se debe seguir con él y por lo
tanto con la ritualidad política que colabora en su reproducción. En tanto que otro mundo
sea posible, se debe hacer lo posible para hacerlo efectivamente posible; en esta perspec-
tiva la política recupera su papel en términos de racionalidad con arreglo a fines, como
arte de lo posible.
La construcción de un mundo posible se despliega entonces entre dos mundos impo-
sibles: el mundo actualmente dado, fácticamente imposible por su tendencialidad destruc-
tiva creciente y el mundo ideal, utópicamente imposible. Reproducir al primero es destruir
lo posible por la afirmación de lo tendencialmente imposible; querer realizar el segundo es
destruir lo posible, pero ahora por la pretensión de realizar lo humanamente imposible.
Distanciamiento crítico respecto de lo dado por la relación con la utopía, pero también cau-
tela crítica en nuestra relación con la utopía: en la tensión entre lo tópico y lo utópico se
construye lo posible, reproduciéndose con realismo la realidad.
Yamandú ACOSTA
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EL REALISMO POLÍTICO ENTRE LOS ANTIUTOPISMOS DEL CAPITALISMO


UTÓPICO Y EL CAPITALISMO NIHILISTA
En el curso del siglo XIX la mundialización del capitalismo salvaje que se autoiden-
tificó como proceso civilizatorio, generó la reacción desde los afectados en la satisfacción
de sus necesidades las primeras formas de resistencia y lucha que apuntaron a superar revo-
lucionariamente el capitalismo. En el curso del siglo XX frente a los avances del utopismo
revolucionario consistente en la pretensión de realizar históricamente el comunismo como
un mundo otro respecto del mundo capitalista, a través de la mediación del socialismo, éste
reaccionó antiutópicamente. Lo hizo inicialmente como capitalismo de reformas, que ins-
talaba visiblemente una perspectiva universalizante en la participación del producto pro-
ducido, a través de crecientes beneficios a los asalariados que de esa manera encontraban
en una creciente implicación negociada en la lógica del sistema una perspectiva empírica-
mente tangible de la satisfacción de sus necesidades, frente al horizonte de incertidumbre
que significaba el salto revolucionario en dirección a la plenitud utópica que no pasaba de
ser más que una promesa y una esperanza.
Mientras la racionalidad política revolucionaria había apostado a transformaciones
que entendía necesarias en cuanto inevitables en atención a las crisis del capitalismo que
anunciaban una crisis final; la racionalidad política reformista apostó en cambio a la impo-
sibilidad de la pretendida alternativa revolucionaria, para enfrentar la cual, tornándola
efectivamente imposible a escala mundial, promovió la conformación de un capitalismo
con rostro humano como única alternativa posible, no solamente para el capitalismo sino
para la sobrevivencia de la humanidad.
La crisis de colapso del socialismo real a fines de la década de los ochenta del pasado
siglo, marca a escala mundial el fin de la guerra fría, que para el Cono Sur de América Lati-
na había sido desde la década de los sesenta la guerra caliente de confrontación entre el ca-
pitalismo y el fantasma del comunismo. La nueva situación hace posible que el capitalismo
pueda prescindir de su rostro humano.
El utopismo revolucionario, postulando por la ruptura con el capitalismo y por la me-
diación del socialismo una aproximación progresiva a una sociedad sin clases y por lo tanto
sin explotación ni dominación, a una sociedad de productores libres en la que el bien co-
mún habría de realizarse por las transparentes relaciones entre los mismos sin mediaciones
institucionales después de haberse implementado por el Estado en la fase histórica de la
dictadura del proletariado; había desembocado finalmente en una dictadura burocrática so-
bre el proletariado en el desarrollo de un fuerte totalitarismo de Estado. En nombre de una
utopía se había instalado una antiutopía: en nombre de la disolución del Estado en cuanto
expresión institucional de la dominación de una clase social sobre las otras, se había
asistido precisamente a la creciente totalización del mismo en su condición de Estado
totalitario.
Al poder prescindir de su rostro humano, el antiutopismo del capitalismo abandona
la perspectiva del capitalismo de reformas. Adopta una nueva modalidad antiutópica que es
la del capitalismo utópico. Frente al fracaso de la revolución socialista, de la economía cen-
tralmente planificada por parte del Estado totalitario, postula ahora la profundización del
capitalismo, consistente en la afirmación de la competencia individual en el mercado como
una racionalidad que en la perspectiva de su perfeccionamiento y universalización, además
de hacer lugar a la realización del interés individual de cada uno de los competidores, hace
convergentemente lugar a la realización del bien común. La mejor manera de realizar el
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bien común es buscando el provecho individual con el grado mayor de racionalidad com-
petitiva que cada uno de los libres competidores en el mercado sea capaz de desplegar. El
mercado es como un nuevo dios secular que asegura con su omnisciencia, omnipotencia y
suma bondad la realización del bien común: “el cristiano obra bien y deja el resultado en
manos de Dios”, es decir “el libre competidor obra bien y deja el resultado en manos del
mercado”. El utopismo antiutópico del capitalismo utópico asegura entonces a través de
Dios-mercado, los mejores resultados tanto en términos de interés individual como de bien
común. La racionalidad política queda acotada a la racionalidad mercantil en los términos
de sus valores de fundamentación última, la propiedad privada y el cumplimiento de los
contratos, por lo que el arte de lo posible se transforma en el arte de hacer posible lo supues-
tamente necesario para que ni los intereses individuales ni el bien común se vean afectados.
Este utopismo antiutópico del capitalismo utópico, no solamente deslegitima al Estado
totalitario y su economía centralmente planificada, sino que también lo hace con el Estado
intervencionista y de reformas que había tenido presencia en occidente, con expresiones
singulares en el Cono Sur de América Latina.
En nuestra región, la instalación de este utopismo antiutópico del capitalismo utópi-
co que supone la afirmación del mercado frente al Estado, de la economía frente a la políti-
ca y de los técnicos frente a los políticos; procede a través del terrorismo de Estado de las
“dictaduras de Seguridad Nacional” 6 que se apropiaron del lugar de la soberanía en la dé-
cada de los sesenta y setenta del pasado siglo, protagonizando la ya señalada guerra calien-
te que fue la contrapartida regional de la guerra fría que dominaba el escenario mundial.
Mirado así, el Cono Sur de América Latina constituye un espacio experimental para la sus-
titución del capitalismo de reformas por un capitalismo centrado en el mercado, sin otra in-
tervención por parte del Estado que la necesaria para la plena vigencia de la racionalidad
mercantil. El Estado intervencionista, reformista o populista es sustituido entonces por un
Estado terrorista: el disciplinamiento desde el terrorismo de Estado se constituye así en el
camino para promover el disciplinamiento individual y colectivo en términos de la raciona-
lidad del mercado. En los procesos de transición democrática en la región, que es discutible
que se hayan completado en algunos casos en los mínimos democráticos del régimen políti-
co, los Estados terroristas han cedido el lugar a otros que inspirados en la tesis del estado
mínimo vuelven a sus fundamentos liberales clásicos en su condición de jueces y
gendarmes cuya finalidad, ahora en el marco de las garantías constitucionales, es promover
la reproducción de democracias de seguridad mercantil.
En el contexto de estas democracias de seguridad mercantil en las que el lugar de la
soberanía se ha desplazado muy probablemente al mercado, por lo que de la “Seguridad
Nacional” se ha pasado probablemente a la Seguridad Trasnacional, es relativamente sen-
cillo, desde el punto de vista teórico-crítico no obstante las dificultades de implementación
práctica de eventuales alternativas, discernir críticamente al utopismo antiutópico del capi-
talismo utópico y en relación a él recuperar con realismo político la política como arte de lo
posible. En efecto, los indicadores económicos, sociales, políticos, culturales ya señalados

6 “Estas dictaduras de Seguridad Nacional transformaron profundamente las relaciones entre las FFAA y el
Estado en toda América Latina. Se trata de un período en que los derechos humanos son violados sistemáti-
camente, y en el cual las FFAA asumen como institución un proyecto económico-social de transformación
hacia un capitalismo extremo anti-intervencionista, anti-reformista y anti-popular” (Franz J. Hinkelammert:
Democracia y totalitarismo, DEI, 2ª ed, San José, Costa Rica, 1990, p. 211.
Yamandú ACOSTA
50 Utopía y política en América Latina: Entre el capitalismo utópico y el nihilista

con distinta presencia en los países de la región,7 muestran que no obstante la pretensión del
capitalismo utópico, vicios privados no son virtudes públicas, por lo que la referencia al
bien común en la que el mismo pretende legitimarse, no puede ni empírica ni tendencial-
mente reivindicarla. Por lo tanto es posible señalar de un modo empíricamente fundado que
este utopismo antiutópico es fuertemente destructivo en términos de la racionalidad repro-
ductiva que es la condición de toda racionalidad y que, por lo tanto, configura una factici-
dad y una tendencialidad imposible. Corresponde a la política en su condición de arte de lo
posible, la responsabilidad de superar su ritualidad funcional a la reproducción y
profundización de esta imposibilidad en la perspectiva de la construcción de mundos
posibles para realizar los cuales probablemente deba elevar la mirada a nuevos horizontes
utópicos sin alentar la tentación de pretender realizarlos empíricamente.
¿Cómo reacciona el capitalismo frente a estas perspectivas críticas emergentes que
apuntan a deslegitimarlo? Desde su condición antiutópica de capitalismo utópico puesta en
cuestión, en lugar de recuperar resignificadamente la perspectiva del capitalismo de refor-
mas, se radicaliza ahora por la recuperación resignificada de la perspectiva más enfática-
mente antiutópica del capitalismo nihilista o capitalismo cínico.
Franz Hinkelammert, sintetiza las que identifica como tres etapas del desarrollo del
pensamiento sobre el sistema de la modernidad que se entrelazan en el presente (el utópico,
el crítico y el nihilista), así como la singularidad del desafío que plantea este último, actual-
mente dominante, para la crítica y, por lo tanto, a mi juicio, para la recuperación de la políti-
ca como arte de lo posible:

1) El sistema utópico sostiene la tendencia automática del sistema hacia la realiza-


ción del interés general (equilibrio). Se trata del capitalismo utópico y del so-
cialismo histórico visto como socialismo utópico.
2) Los juicios de hecho de la teoría crítica que refutan la tesis de la tendencia auto-
mática del sistema a la realización del interés general. Estos juicios empujan a
la transformación del sistema, en el grado en el cual la realización de un interés
general siga siendo la referencia básica del juicio sobre el sistema.
3) El sistema nihilista. Se efectúa una transvalorización de los valores en relación
a la teoría crítica, junto con una renuncia al contenido utópico (de interés gene-
ral) del sistema utópico y de sus transformaciones. Aparece la mística de la
aceleración por la aceleración misma, y con ella la mística de la lucha y de la
muerte.
4) Paradigmáticamente se pueden agrupar estas tres etapas alrededor de lo nom-
bres de Adam Smith (para el sistema utópico), Marx (para la posición crítica) y
Nietzsche (para el sistema cínico). Iluminación, crítica de la iluminación a par-
tir de la propia iluminación y anti-iluminación, son los pensamientos de estas
etapas. Sin embargo las etapas no aparecen de modo necesario en secuencia
histórica excluyente, sino que se penetran. Pero no puede haber duda de que el
sistema cínico hoy se ha vuelto dominante, como lo fuera el fascismo de los
años treinta y cuarenta.

7 Cfr. Supra. p. 5.
Utopía y Praxis Latinoamericana. Año 8, No. 23 (2003), pp. 43 - 54 51

El problema actual es ¿cómo criticar el sistema cínico, si la crítica de la ideología


dejó de ser operante? 8.

El capitalismo nihilista o cínico hace suya los señalamientos de la teoría crítica al


capitalismo utópico, pero no para reactualizar el capitalismo de reformas ni para profundi-
zar las reformas en la articulación de una perspectiva revolucionaria que sea capaz de aco-
tar los efectos destructivos del capitalismo, sino para transformarlo en esta identidad cuyo
antecedente teórico está en Nietzsche, mientras que el antecedente histórico se encuentra
en el fascismo de las décadas de los treinta y cuarenta del siglo XX. Mientras la crítica en la
línea de Marx oponía el interés general o bien común a los efectos destructivos del fetichis-
mo de la mercancía, la crítica nihilista y cínica opone la racionalidad mercantil como ra-
cionalidad dada y única posible no obstante sus elocuentes efectos destructivos, frente al
fetichismo del interés general o del bien común: “ ‘La mercancía no es un ídolo, sino que es
el Dios verdadero de nuestro tiempo’. El ídolo es el interés general, en nombre del cual
Marx denunció el fetichismo de la mercancía como una idolatría” 9. Con esta inversión del
análisis, señala Hinkelammert “prácticamente toda la crítica del capitalismo es transforma-
da en afirmación del capitalismo cínico. Este acepta los juicios de hecho subyacentes a esta
crítica, y los transforma en afirmación del capitalismo por la simple tesis de que no hay al-
ternativa. Como no hay alternativa, estos juicios de hecho se transforman en deber. ¿El
mercado es un fetichismo? Se contesta: sí, lo es, ¿y qué? Si lo es, también tiene que serlo,
porque no hay alternativa. Eso se hace con los otros juicios de hecho subyacentes a la
crítica clásica del capitalismo. ¿El capitalismo es un sistema de explotación? ¿Y qué? ¿El
capitalismo destruye al ser humano y a la naturaleza? ¿Y qué? ¿Por qué no, si el mundo es
así y no hay alternativa?
Se trata de un procedimiento que no es nuevo de por sí, si bien por primera vez se con-
vierte en un procedimiento constituyente de la sociedad y de su legitimación”10.
El sistema cínico o nihilista hoy dominante, comparativamente con el sistema utópi-
co hoy declinante, no inhabilita la perspectiva crítica, sino que cambia el sentido de la mis-
ma: en lugar de enfrentarse con un universalismo aparente que promueve la extensión y
profundización de un anti-universalismo de fondo, debe enfrentar ahora un anti-universa-
lismo confeso y militante que ha decidido presentarse como lo que es, con la pretensión de
que vale, por ser lo único posible. En la confrontación con el capitalismo utópico, la pers-
pectiva crítica debía tornar visible que los vicios privados no se transformaban en virtudes
públicas y que por lo tanto la orientación en la dirección de una lógica mercantil totalizada,
suponía la negación de lo posible. En la confrontación con el capitalismo cínico, ese discer-
nimiento crítico ya está adquirido, aunque metabolizado por la propia lógica de la totaliza-
ción mercantil en la pretensión de que no obstante los vicios privados no se transforman en
virtudes públicas y que por lo tanto la lógica del interés privado al universalizarse niega la
universalidad, esta lógica es de todas maneras la única posible.

8 Franz J. Hinkelammert: El grito del sujeto. Del teatro-mundo de Juan al perro-mundo de la globalización,
DEI, 2ª ed., San José Costa Rica, 1998, pp. 236 a 237.
9 Ibid., p. 235.
10 Ibid., pp. 235 a 236.
Yamandú ACOSTA
52 Utopía y política en América Latina: Entre el capitalismo utópico y el nihilista

La crítica hoy no tiene más que mostrar que la lógica que asume cínicamente su antiu-
niversalismo, no es como pretende serlo, la única posible. El escollo mayor para la política
como arte de lo posible consiste hoy en superar el estrechísimo margen para la historicidad
configurado por “la mística de la lucha y de la guerra” que quiere ser la política por otros
medios, alentando la política de la muerte que conduce a la muerte de la política, que viene
a profundizar los efectos de la ritualización de la política como administración de lo dado,
afín a la línea del capitalismo utópico.
Ni guerra ni técnica, la recuperación de la política como arte de lo posible, es la pers-
pectiva que en términos de racionalidad estratégica puede hoy alentar sociedades posibles
desde sociedades sospechosamente imposibles.

SUJETO, UTOPÍA DEMOCRÁTICA Y REALISMO POLÍTICO


EN ELCONTEXTO FUNDAMENTALISTA ANTIUTÓPICO
¿Cuál es el sujeto o el actor capaz de proceder a esta necesaria recuperación de la po-
lítica como arte de lo posible en el actual contexto de las democracias de seguridad mer-
cantil?
Estando el Estado bajo sospecha por su claudicante transformación en beneficio de
la imposición de la matriz del mercado y por lo tanto de una presumible trasnacionalización
de la soberanía; observándose un escenario político cuyos representantes oscilan mayorita-
riamente entre la corrupción y la reproducción de lo dado en la cual afirman su autorepro-
ducción, también la sociedad política se ha puesto fuertemente bajo sospecha. Ya en el con-
texto de las dictaduras de Seguridad Nacional, la sociedad civil no como sociedad burguesa
(bürgerliche Gesellschaft), sino como tejido de redes solidarias en la lucha por los dere-
chos humanos de la vida inmediata concreta, redes que se fueron generando como reacción
y resistencia al terrorismo del Leviatán autoritario, se presenta en su proceso de articula-
ción y ampliación, como el lugar desde el cual sobre esa referencia de los derechos huma-
nos de la vida inmediata concreta, puede provenir al interior de las sociedades nacionales el
impulso redemocratizador y repolitizador, tanto de las sociedades nacionales como regio-
nales, con capacidad de contribuir en el mismo sentido a la sociedad mundial. En las actua-
les democracias de seguridad mercantil el referente articulador de la sociedad civil, ahora
frente al Estado juez y gendarme y frente a los poderes trasnacionales entre los que discurre
la amenaza de la trasnacionalización de la soberanía, sigue siendo la defensa de los dere-
chos humanos de la vida inmediata concreta. Ahora la defensa de los derechos humanos
como eje articulador de una sociedad civil con pretensión y proyección alternativa, supone
su confrontación con el totalitarismo del mercado y su actual reforzamiento fundamentalis-
ta desde expresiones visibles de los grandes poderes mundiales, que con el anuncio y la
puesta en obra de la primera guerra del siglo XXI, han implantado el horizonte de la
señalada “mística de la lucha y la guerra”, que como ya ha sido expresado, en tanto política
de la muerte significa la muerte de la política.
La sociedad civil, que sobre la referencia fundante de la defensa de los derechos hu-
manos de la vida inmediata concreta, se ha venido articulando en el tejido de redes locales,
nacionales, regionales y mundiales, aparece entonces como el lugar de las alternativas
frente a los fundamentalismos antiutópicos de la totalización del mercado y de la guerra in-
finita. La sociedad civil se articula inicialmente como espacio de resistencias y luchas fren-
te a la articulación solidaria de ejes de imposición de los nuevos poderes imperiales que
operan en todos los espacios, desde el privado (poderes mediáticos) hasta el global (pode-
Utopía y Praxis Latinoamericana. Año 8, No. 23 (2003), pp. 43 - 54 53

res financiero y militar). La sociedad civil constituye entonces el único espacio visible, en
cuanto lugar de articulaciones actuales y posibles de movimientos sociales emergentes,
con vocación y capacidad de generar contrapoderes, en términos de una lógica en la cual
obtener y conservar el poder no tenga el sentido de consolidar el orden vigente como el úni-
co posible, sino en la que la construcción de poder, tanto en el proceso como en la orienta-
ción última, signifique política como construcción de comunidad y por lo tanto de
construcción de alternativas al orden asimétrico, fragmentario, polarizante y excluyente
que hoy intenta consolidarse por la razón de la fuerza.
La orientación última que da sentido no sólo a las demandas específicas de los movi-
mientos sociales, sino a su articulación como sociedad civil en los distintos espacios, supo-
ne la referencia a una nueva utopía emergente desde las últimas décadas del siglo XX y que
se profundiza y extiende en lo que va corriendo del siglo XXI es la utopía democrática, en
el entendido que a diferencia de lo que identifica al orden imperial vigente, un orden demo-
crático es aquél en el cual todos puedan vivir en el sentido de que aunque no se pueda ase-
gurar que no se atente contra la vida de nadie, el crimen no estará legitimado11. Esta uto-
pía democrática del orden democrático marca el camino hacia un orden posible además de
“deseado”, al tiempo que permite identificar el carácter marcadamente antidemocrático del
orden imperante así como del pretendido sentido común legitimador que intenta imponer
para legitimarse en su condición ya críticamente señalada de utopismo democrático (ver
nota 4). El orden imperante intenta legitimar el crimen que comete sobre personas y grupos
identificados como “criminales ideológicos” o sobre poblaciones enteras sobre las que cae
el anatema fundamentalista de fundamentalismo y de la vinculación con el terrorismo, que
en términos de terrorismo de Estado o de guerra infinita ha venido a imponer y apuntalar el
crimen que se comete sobre al menos un tercio de la población del planeta en el presente y
tendencialmente sobre el conjunto de la humanidad en el futuro a través de la totalización
de la racionalidad del mercado.
Frente a este orden profundamente antidemocrático en cuanto orden de guerra, des-
montadas críticamente y acotadas con discernimiento las pretensiones legitimatorias de la
violencia legítima al interior de cada Estado y de la guerra justa en las relaciones entre los
estados, la utopía democrática que hoy comienza a resistir y confrontar a los antitutopis-
mos de la totalización del mercado y la guerra infinita a los que es solidario el utopismo de-
mocrático, es al mismo tiempo la utopía de la paz. Como alternativa al antiutopismo pos-
moderno, explícitamente anti-universalista y anti-ilustrado de la guerra infinita que subsu-
me al de la totalización del mercado en el que estas señas de identidad son ambiguas y por
ello menos claras; la utopía de la paz como la otra cara de la utopía democrática pueda tal
vez entenderse como la orientación de sentido en términos resignificados desde la socie-
dad civil en proceso de construcción en los diversos espacios, de la utopía ilustrada de la
paz perpetua12.
La utopía del orden democrático como un orden pacífico para la paz, utopía emer-
gente desde los movimientos sociales que con sentido emancipatorio se articulan como so-
ciedad civil, no parece ser una mera utopía del orden que se oriente en sentido opuesto a las

11 Norbert Lechner: La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, CIS, Siglo XXI, Madrid,
1986.
12 Immanuel Kant: La paz perpetua (1796).
Yamandú ACOSTA
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utopías de la libertad que razonablemente vertebran a dichos movimientos. La utopía del


orden democrático parece ser para los diversos espacios, la referencia en relación a la cual
las utopías de la libertad encuentran sentido al evitar la ilusión trascendental de realizar
empíricamente la plenitud de la libertad sin instituciones. Las utopías de la libertad que se
articulan dialógica y conflictivamente en la construcción de la utopía del orden democráti-
co, son para la construcción del orden posible, el referente que permite acotar críticamente
la ilusión trascendental de pretender realizar un orden perfecto, la que terminaría
sacrificando la libertad posible y por lo tanto la legitimidad del orden.
La utopía democrática como utopía de paz, hoy emergente desde movimientos so-
ciales que se articulan como sociedad civil alternativa en distintos espacios, parece identifi-
car la paz en los términos de la que Norberto Bobbio caracteriza como definición teológi-
co-filosófica, que expresa “sólo la paz con justicia merece llamarse propiamente paz”13.
Desde ella es posible discernir críticamente las limitaciones de la definición técnico-jurídi-
ca, que reduce la paz a la fórmula negativa de la “no guerra” y a la fórmula positiva de “el
fin, o la conclusión, o la solución, jurídicamente regulada de una guerra”14. La fórmula teo-
lógico-filosófica es la fórmula utópica, la fórmula técnico-jurídica es tópica y puede deri-
var en una lógica antiutópica. Para acotar o evitar esta derivación, la fórmula teológico-fi-
losófica debe ser el referente trascendental de la fórmula técnico-jurídica.
La utopía democrática alternativa es utopía de paz con justicia: democracia, paz y
justicia son las ideas reguladoras en un emergente proceso de resistencias y luchas con pre-
tensión transformadora, al tiempo que valores de fundamentación última y por lo tanto sen-
tido común legitimador de un orden alternativo posible, frente al orden impuesto que,
además de fuertemente ilegítimo se revela como imposible.
Democracia, paz y justicia son los referentes trascendentales de repolitización de la
política desde la sociedad en América Latina, ello no implica renunciar a la sociedad políti-
ca, al Estado, a los organismos internacionales o al derecho internacional.
Desde la autonomía ya construida en términos de articulación de la sociedad civil, se
trata de promover la transformación de la sociedad política desde su presente de ritualiza-
ción aparentemente funcional a las exigencias de una soberanía tendencialmente trasnacio-
nalizada, hacia su legitimación funcional en las funciones de representación de las deman-
das del legítimo soberano, procurar transformar al Estado que se ha articulado como juez y
gendarme de democracias de seguridad mercantil en la perspectiva de democracias de jus-
ticia social, de promover el fortalecimiento de las instituciones internacionales en direc-
ción a la construcción y consolidación de un nuevo orden mundial democrático, pacífico y
justo que frente al orden imperial instalado tendencialmente imposible, se presenta como el
único orden posible.
Recuperar en todos los espacios la política como arte de lo posible, repolitizando la
política a través de su democratización y redemocratizando la democracia mediante su po-
litización, condición de efectivo realismo; es la alternativa que porque podemos debemos
recorrer, en una adecuada relación con esta nueva utopía democrática.

13 Norberto Bobbio: El problema de la guerra y las vías de la paz, Gedisa, Barcelona, 1982, p. 166.
14 Ibid., p. 164.

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