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Mi primera vez con un billonario

Charlotte Harrow

Copyright © 2016 Charlotte Harrow


Título original, <<Mi primera vez con un billonario>>
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cualquier modo, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros
métodos, sin el permiso previo y por escrito de su autor.

Capítulo Uno

A pesar que las oficinas de Dunn Integrated Technologies tenían el sistema de temperatura
A pesar que las oficinas de Dunn Integrated Technologies tenían el sistema de temperatura
automatizado, yo quemaba de ira. Había pasado cerca de una hora con los tobillos
entumecidos al estar postrada en una incómoda silla a las afueras de su oficina. Me
levanté, estiré mi tiesa espalda y me dirigí hasta donde estaba Michelle.

“Él ni siquiera está en el edificio, ¿cierto?”; dije tratando de mantener una voz controlada,
aunque terminó ascendiendo a un par de decibeles.

En respuesta, la secretaria de mi papá me lanzó una sonrisa marchitada. “Lindsey, querida,


tú sabes que tu padre es un hombre muy ocupado”.

“Lo sé, y por algo hice una cita”; dije mientras usé la punta de mi uña para golpetear la
pantalla de la computadora en donde se asomaba el registro de sus citas del día.

“Lo siento, es que hubo una urgencia“; me contestó Michelle.

“Michelle, yo entiendo que no es tu culpa, pero si vas a darme una excusa de mierda, voy
a comenzar a gritar”. Estaba tratando con todas mis fuerzas de no gritar, pero estaba a
pocos días de marcharme a mi soñada pasantía en el departamento de fotografía del San
Francisco Examiner y eso me tenía con un ánimo impaciente desde hace un tiempo.
Tomarme la tarde libre solo para que me dejaran plantada era algo que provocaba a mi mal
humor.

“Aunque mi horario puede que no sea tan importante como el suyo, yo tomé tiempo de mi
pasantía para encontrarme con él, siendo además una reunión que él me pidió. Ahora
ocurre que tiene una hora de retraso, lo que significa que, efectivamente, me ha dejado
plantada”.

“Él no te dejó… ”; y la interrumpí con una mirada. “…bueno, me dijo hace un rato que
estaba en camino”; anunció Michelle.

“Me largo”; le comenté, y en ese mismo instante le dí la espalda a la secretaria para no


tener que ver el pánico en su rostro.

La bolsa de mi cámara estaba abandonada en el piso cerca de mi antigua silla de tortura.


La tomé asegurando una tira en mi hombro y comencé a alejarme por los pasillos. En
tanto, mis tacones altos emitían sonidos estripitosos sobre el costoso piso de madera. Fue
así como me animé a arrastrar mi afilado tacón contra el costoso piso Macassar con la
intención de dejar un rastro de mi furia. Aunque sabía que mi padre nunca lo notaría –solo
recordar cuando ignoró completamente mi etapa con cabello verde –, me hizo sentir mejor.

“Lindsey, por favor”; suplicaba Michelle detrás mío. Yo ni siquiera me molesté en voltear
y solo me abstuve a agitar mi mano en señal de despedida mientras me acercaba hacia el
elevador. Michelle tendría que lidiar con la furia de mi padre. Era típico de él enfadarse
con la gente que se negaba a ser controlada por él. A pesar de toda su charla sobre la
importancia de “tomar iniciativa”, él nunca supo manejar bien el tema sobre la
independencia.

Me detuve ante las puertas del elevador esperando a que alguno se abriera. Hubiera sido
una suerte que me topara con él a la salida. A los segundos, abrió la puerta de uno de ellos
e ingresé al cubículo vacío. Ya dentro, tomé un respiro asumiendo una postura de
tranquilidad. Pero eso no duró hasta que mi viaje solitario hacia planta baja se viera
interrumpido un piso después al ingresar tres de los empleados de mi papá.
Lastimosamente, eso fue solo el comienzo. El elevador se detuvo en casi todos los pisos
entre el 34 y el 22, y el flujo de personas llenándolo me obligaba apartarme cada vez más
hacia la pared. Mi impaciencia se puso a prueba mientras encogía mis hombros por la
gente entrara. Finalmente, entendí lo que significaba “loco de remate”.

A la llegada del piso 21 se podría decir que el elevador volvió a la calma luego de salir un
gran grupo. Para cuando las puertas comenzaron a cerrarse, respiré con gran alivio al tener
un poco más de espacio personal; eso sin mencionar la posibilidad de un viaje más corto.

De pronto, se asomó repentinamente un brazo entre las puertas. Estas se abrieron de


nuevo. Justo para cuando mi actitud volvía a perturbarse, mi mirada se suavizó al ver el
rostro de la persona que había ingresado.

Su cabello era de rubio oscuro y sus ojos eran azules. Este llevaba además una leve
presencia de vello facial que lo hacía ver algo desaliñado. En tanto, su chaqueta abierta
descubría su camisa que dibujaba un sólido pecho. A la altura del primer botón
desabotonado, podía ver descaradamente el cobrizo de su piel bronceada.

Al haber ingresado, este mismo se percató de mi presencia y me miró del otro lado del
grupo de arriba a abajo, lentamente. Pude notar cómo sus ojos se detuvieron entre mis
delineada cintura y en mis piernas expuestas.

Algo avengozada, ingenuamente intenté jalar mi falda corta a fin de reducir mi pudor.
Aunque no era una mini, esta estaba a la altura de la bolsa de mi cámara. El hombre, sin
embargo, no dejaba de mirarme sin algún tipo de disimulo .

Fue entonces cuando decidió aproximarse hasta mi. Optó por hacerse espacio entre un
grupo de mujeres a mi frente. Ya cerca a mi, distanciados por algunos centímetros, pude
percibir el calor que emitía su cuerpo. Decidí entonces desabotonarme la chaqueta de mi
traje. Tenía que revelar las tiras de mi camisón de seda.

A mi padre le gustaba que siempre mantuviera un estilo lujoso cada vez que me encontrara
con él en su oficina. Antes de llegar, lo estaba maldiciendo mientras luchaba en un
pequeño baño de las oficinas del San Francisco Examiner para colocarme ese ridículo
uniforme. La idea era deshacerme de mi traje de fotógrafa periodista, el cual consistía en
unos pantalones básicos, una camiseta y mis típicos zapatos Converse y colocarme algo
más “presentable”.

Irónicamente, ahora estaba agradecida de la exigencia impuesta por mi padre. Ese chico
era hermoso. Qué digo chico; él era un hombre real y no un niño pretendiendo ser hombre.
Como si se tratara de un sueño, cerré mis ojos y olfateé su olor; era una mezcla de jabón
de marfil y un aroma lleno de testosterona. Un poco de sudor bajó por mi columna y me
encogí en mi chaqueta. Mi cuerpo nuevamente estaba sobrecalentando, aunque no esta vez
por rabia, sino por la cercanía de aquel desconocido. Inesperadamente, el hombre elevó su
ceja apreciando mi piel erizada por su presencia.

Sacándome de mi ilusión, el elevador se detuvo y un nuevo grupo de empleados bajó,


dejándonos solos a un tipo junto a nosotros en el elevador. Al mirarnos, este toció como
gesto de incomodidad o una especie de señal; tal vez haciéndonos recordar que no
estábamos solos.

El apuesto extraño notó lo mismo que yo. Como si fuese alentado por esa reacción, me
guiñó el ojo. Mediante una actitud decidida, este pasó sus dedos por mi brazo descubierto
mediante un movimiento entre gentil y descarado. Sentí cómo los escalofríos recorrían
toda mi piel mientras sus dedos hacían brotar chispas de electricidad.

El elevador se detuvo en el piso 15 y el incómodo hombre salió apresurado mientras


murmuró “Gracias a Dios”. Las puertas cerraron dejando al hermoso hombre y a mí a
solas en el elevador. Maldije el hecho que solo quedaran 15 pisos.

Fue entonces cuando sucedió. Las luces internas del elevador se apagaron abruptamente,
el elevador frenó de un crujido y al instante el edificio comenzó a temblar. Ante el miedo,
dejé caer la bolsa de mi cámara ante un esfuerzo inútil por mantenerme de pie. En ese
mismo instante, una zacudida me hizo perder el equilibrio y me tropecé hacia delante.
Ante la caída, sentí a un par de fuertes brazos cogiéndome. Como si fuese una frágil
pluma, me levantó y puso sobre uno de sus brazos. Inclinándome ante él, mi corazón
palpitó con miedo y ansiedad.

Pareciese como si nos viéramos detenidos por el tiempo y lejanos al lugar. El terremoto
había cesado. Se escuchó de pronto un sonido en el elevador y a su paso las luces de
emergencia se encendieron. Nos mantuvimos sin movernos. Yo lo miré sin atreverme a
respirar. Decidió entonces descender su cabeza hacia mí hasta encontrar mis labios. En
ningún momento me resistí a su movimiento; solo me abstuve a abrir mi boca y dejar que
su lengua se introdujera adentro mío.

Cuando mis labios decidieron reaccionar, su boca de inmediato trabajó con más urgencia.
Había una buena probabilidad de que pudiéramos morir en el elevador; era consciente de
ello. Pero de lo que también era consciente era que si yo iba a morir mientras un elevador
colapsaría a causa de los estragos, era cuerdo de mi parte que usaría mis últimos
momentos en la Tierra para besarme con ese irresistible extraño.
Su mano pasó por la seda de mi camisón tocando ligeramente mi estómago hasta llegar a
uno de mis pechos. Eso lo motivo a apretarme con más fuerza con sus labios a medida que
también ejercía presión sobre mi seno. Mi camisón se había subido hasta mi cintura. Él, en
tanto, aprovechaba para colocar su otra mano en mi trasero.

El elevador volvió a funcionar sacándome por un momento de mi excitación. Me alejé de


él respirando fuertemente y me refugié hasta la parte trasera del elevador colocándome de
nuevo mi chaqueta. Me incliné en la pared aún ruborizada por lo acontecido.

El elevador sonó a su llegada en el primer piso. Para cuando se abrieron las puertas me
atreví a verlo nuevamente, pero él ya salía del ascensor. A las afueras, un grupo de
hombres uniformados lo recibían. Más atrás, grupo de bomberos se concetraba en el
lobby.

Tomé mi bolsa y salí del elevador aún un poco aturdida. Decidí ir a un lado contrario en
donde estaba el hombre misterioso y los que parecían sus protectores. Caminé
cuidadosamente sobre el piso de mármol rumbo a la salida. Tal parece que el temblor no
fue tan fuerte –casi todo estaba en pie e intacto.

“¡Señorita, señorita!“; se oía una voz por encima del bullerío de los presentes en el lobby.
En ese momento, una mano me alcanzó y tomó de mi brazo. Al voltearme vi el rostro de
un joven. “Disculpe, señorita. Su número. Mi jefe quisiera tener tu número”.

Ante el anuncio azoté mi largo cabello rubio hacia atrás. Yo no hacía ese gesto con
frecuencia, pero había algo satisfactorio sobre mover tu cabello de esa forma cuando te
sientes insultada.

“Por favor, señorita”; el sujeto suplicaba a mis espaldas mientras caminaba. “El señor
Dufort me matará si regreso con las manos vacías”.

Yo me detuve y me volteé para mirarlo. “¿El señor. Dufort? ¿ Como Arthur Dufort?”.

Él asintió. “Así es, Arthur Dufort”.

Al instante le mostré mi sonrisa más brillante y saqué de mi bolso una tarjeta de negocios
genérica del San Francisco Examiner. Ahí escribí mi nombre en la parte trasera junto con
mi teléfono y se la entregué al hombre. De inmediato, este la tomó como si le hubiera
recibido de regalo un billete de quinientos dólares.

Mi sonrisa se amplió y caminé hacia las puertas giratorias. Mi propósito volvía hacia mí a
cada paso. Si Steven Dunn era el rey de la tecnología médica en Silicon Valley, Arthur
Dufort era el príncipe a punto de derrocarlo.

Capítulo Dos

Observé la gran caja que Sabrina intentaba cerrar dentro de mi habitación. Esta era
tremendamente complicada, en tanto, ella la movía por todos lados como si estuviese
haciendo una nueva forma de yoga. No era pues que Sabrina necesitara de algunas
sesiones extras. De hecho, las mujeres ucranianas no envejecen, por lo que Sabrina – con
cabello teñido rubio, jeans pegados y piel perfecta – podía parecer mi hermana.

A ella la conocí como mi niñera. A los años, cuando crecí y ya no necesitaba niñera, mi
papá la contrató como ama de casa. Es por eso que siempre la consideré como mi madre
sustituta. Mi mamá había fallecido cuando tenía apenas 7 años. A parte de eso, Sabrina era
todo lo que me quedaba; además de mi padre, claro. Si él la despedía, yo lo mataría.

“Sabrina, es demasiado grande”; le dije tratando de no reírme mientras ella me miraba al


revés con su cabeza entre las piernas.

“Para nada”; me respondió con su particular acento. “Tú tienes mucha ropa por empacar y
aquí caben muchas más”.

“No necesito empacar toda mi ropa”; dije suspirando, mientras me dirigía hacia toda la
ruma de atuendos que yacían en mi cama. “¡Cómo este!”; dije mientras levantaba un
vestido de baile que había usado en el Baile Black and White de la Sinfonía de San
Francisco. Era un vestido Oscar de la Renta precioso, pero la falda era demasiado larga.
Usaba demasiado espacio en el armario.

Ella frunció el ceño. “Tú tienes que empacar ese. ¿Qué pasaría si hay una fiesta y lo
necesitas?”.

“Sabrina, te lo juro, no habrán ese tipo de oportunidades en Stanford para que yo use ese
vestido”.

“¿Y qué tal esa ocasión cuando el chico que le gustaba a Rory estaba en esa sociedad
secreta que se disfrazaba? ¡Eso fue en Yale!”; dijo Sabrina.
“Yo no creo que mi experiencia universitaria será algo remotamente parecido a Gilmore
Girls”; le dije lanzando el vestido al fondo de mi cama. Sabrina lo tomó e inmediatamente
lo volvió en su lugar. “¡Y esa caja nunca cabrá en mi carro!”; grité tratando de tener la
última palabra.

“Entonces, te la envío”; respondió la mujer encogiendo los hombros. No había manera de


discutir con Sabrina. Yo veía en ese instante una unidad rentada de almacenaje en mi
futuro. Todas esas cosas no cabrían en un pequeño dormitorio.

“No sé qué voy a hacer aquí sin ti”; dijo Sabrina deteniéndose por instante de su trabajo
para mirarme. “¡Estoy tan orgullosa de ti!”.

Entonces ahí empezó el espectáculo de lágrimas. Ella se sentó en la filo de cama y


descansó su cabeza en mi hombro y lloró. “Digo, yo nunca tuve una hija. Tú eres mi niña
pequeña”; dijo Sabrina entre sollozos mientras yo intentaba calmarla sobándole la espalda.
“Y ahora solo estaremos tu papá y yo en esta enorme casa. Solos los dos”.

“Dirás más bien que estarás tú sola en esta enorme casa”; la corregí. “Papá casi nunca está
aquí con todos sus viajes de negocios, además de los eventos nocturnos de trabajo. Al
menos ahora tendrás el control total sobre el control remoto de la TV”. Yo traté de sonar
alegre por ella, pero era difícil esconder mi decepción hacia mi padre.

“Aún no has hablado con él, ¿cierto?”; preguntó Sabrina limpiando su cara con su
pañuelo.

“Me voy a la universidad en menos de dos semanas, y Michelle aún no sabe cómo
meterme en su horario de citas. Y he estado allá tres días desde que me dejó plantada la
primera vez,” dije yo, molesta. “¿No crees que es algo ridículo que yo tenga que
programar una cita con su secretaria para poder verlo?”

“Tu padre…” Sabrina se detuvo a sí misma. “No, tú tienes razón. Es ridículo. Tú tienes
una hermosa casa, hermosa ropa, pero todas estas son cosas. Las cosas no son amor, sino
los adornos del amor.”

“Exactamente”, dije yo, acostándome sobre mi espalda en la cama. Sabrina se acostó a mi


lado.

“Entonces, hablemos de algo feliz,” dijo ella. “¿Alguna vez te llamó ese chico del
elevador?”

Yo sacudí mi cabeza, pero sin dar explicaciones. Yo le conté sobre el terremoto y que un
Yo sacudí mi cabeza, pero sin dar explicaciones. Yo le conté sobre el terremoto y que un
hermoso Sr. Chico del Elevador evitó que me cayera al piso cuando el terremoto empezó.
Pero no le conté sobre el beso. Y ciertamente no iba a divulgar su nombre. O que no era
un chico, sino un hombre. Una rápida búsqueda en Google reveló que Arthur Dufort tenía
27 años. ¿Qué hombre hermoso, exitoso, de 27 años, encontraría a una colegiala de primer
año de 17 años atractiva?

Obviamente Arthur Dufort no sería ese hombre. Él nunca llamó.

“Es probablemente lo mejor,” dijo Sabrina. “Te irás a la universidad pronto, tal vez él va a
la universidad también. A un lugar lejos.”

“Probablemente”, dije yo mintiendo. “Aunque, sabes, si fuera por mí yo estaría en el


Instituto de Arte y no en Stanford.” Tampoco era que Stanford estaba tan lejos de San
Francisco. Pero ellos no ofrecían una carrera en fotografía y eso era lo que quería estudiar.
Mi padre quería que yo estudiara ciencias de computadoras o biología, dos campos que me
hacían temblar al solo mencionarlos.

“Solo complace a tu padre con Stanford,” dijo Sabrina. “Tal vez él se acostumbrará a la
idea del arte.”

El consejo de Sabrina era de siempre complacer a mi padre. Ya que él le daba un cheque


semanal, ella a veces tenía que jugar al abogado del diablo. Yo, por otra parte, solo podía
enfurecerme.

“¿Qué hora es?”, pregunté yo, levantándome y buscando mi teléfono entre la ropa.

Sabrina miró su reloj. Ella aún usaba relojes de pulsera y eso era útil a veces. “Son las
10:42 AM”

“Demonios”, dije yo saltando de la cama. Me quité mis pantalones cortos y me puse unos
pantalones cargo que estaban en el piso.

“¿Esos están limpios?” preguntó Sabrina, horrorizada.

Yo encogí los hombros. “Lo suficientemente limpios. Voy a llegar tarde al trabajo, muy
tarde si el tráfico no coopera.”

“Llegarás tarde tus pasantías,” ella me corrigió. “El trabajo paga”.

“Es lo mismo,” yo gruñí, aunque para ella no lo era. Ella era muy pragmática. “Tengo una
“Es lo mismo,” yo gruñí, aunque para ella no lo era. Ella era muy pragmática. “Tengo una
responsabilidad de estar ahí a tiempo.”

“Eso es algo que tu padre diría,” dijo ella. “Ves, ustedes no son tan diferentes después de
todo.” Yo le hice una mueca. “No hagas eso con tu cara. Se te quedará así.”

Yo recogí mi cabello, haciéndome una cola de caballo rápida, y busqué mi teléfono entre
la pila de ropa. Cuando me amarré mis Converse, yo pasé mi lista mental de cosas que
tenía que traer conmigo: la bolsa de la cámara, llaves del auto y billetera.

“Toma, no te olvides,” Sabrina me lanzó mi maquillaje.

“¿Para qué esto?” pregunté yo, impresionada con mi atajada con una mano en el aire.

“¿Qué tal si el Chico del Elevador quiere llevarte a Chipotle?”

“Eso no va a ocurrir.”

“Al menos estarás preparada. Recuerda, siempre debes estar preparada.”

Capítulo Tres

“Niña, ¿Dónde habías estado?” preguntó Esther. “¿No contestas tu maldito teléfono?”

Esther Bain era la editora de fotografía en el San Francisco Examiner, y una vieja
Esther Bain era la editora de fotografía en el San Francisco Examiner, y una vieja
periodista apreciada. Ella fotografió la escena en Altamont cuando la seguridad de Hell’s
Angels se volvieron locos durante el toque de los Rolling Stones. Ella fue sacada de ahí en
camilla, pero sus fotos de ese día eran tan épicas como sus historias.

“Yo conduje hasta aquí,” dije yo, sacando mi teléfono del bolsillo para mirarlo. Tenía
cinco llamadas perdidas de ella en 20 minutos. “Ni siquiera me dan café”.

“Puedes tomar tu café en el camino,” dijo ella, haciendo clics en su aplicación de correo.
“Te estoy enviando la asignación ahora mismo.”

“¿Asignación?” pregunté yo, tratando de mantener mi compostura. Como pasante,


“asignación” significaba que había espacio en el periódico en el siguiente día por lo que
yo podría tomar fotos de calle para dar color. Pero dicha asignación nunca llegaba antes
del final del día, siempre llegaba una vez que el diseño estuviese terminado. Siendo solo
un poco después de las 11 de la mañana, esto sonaba como si mi estuvieran enviando a un
asignación real.

“Sí, retratos. Algún magnate relacionado con la industria de tecnología.”

“Muchas gracias por esto, Esther,” dije yo, asumiendo que era un favor de fin de pasantía.

“No me agradezcas,” dijo ella. “De ser yo, yo enviaría a alguien con más experiencias,
pero alguien te solicitó.”

“¿Alguien me solicitó? ¿Quién?”

“El magnate,” dijo ella, colocando ambas manos en sus rizos grises, la impaciencia la
estaba colmando. “Aparentemente el tipo nunca da entrevistas. Dijo que daría una
entrevista con una condición,” dijo ella levantando su ceja por mi expresión de confusión.

“¿Era yo la condición?”

“¡Bingo!” dijo ella girando su silla para mirar su computadora.

“Excelente, es probablemente mi padre,” dije yo gruñendo. Este era exactamente su forma


de compensar por su reciente comportamiento de pendejo.

“No lo creo, a menos que tu padre sea un turco joven,” Dijo Esther, dándome la espalda.
“La gente en la oficina se volvió loca cuando la llamada llego. Según Jayson en Estilos,
este tipo es “Candente”. Así que asegúrate de tomar un par de fotos que Estilos también
pueda usar. Tal vez identifica el diseñador de ropa del tipo o algo. Tú sabes cómo a ellos
les gusta esa mierda.”

“Entonces, ¿quién es?” Pregunté otra vez.

“Los detalles están en el correo que te acabo de enviar,” dijo ella. “No lo arruines, niña.
Mi reputación está en juego contigo.”

Ella dijo eso agitando la parte afilada de un lápiz.

Yo caminé por el laberinto de cubículos hacia la puerta de enfrente, revisando mi correo


mientras me movía.

“Oye, tortuga, ¡muévete!” una voz gruñó detrás de mí. “Ustedes niños, siempre con sus
narices en los teléfonos.”

Yo ni siquiera tuve que mirar para saber que era Clyde de Crímenes. Su acento era
distintivamente de New York.

“Entonces dile a Esther que me deje de enviar detalles de la asignación,” yo repliqué.

“¿Dijiste asignación, como una real? ¿Por tu cuenta?”

Yo asentí, mi sonrisa esparciéndose por toda mi cara.

“¡Buen trabajo, chica!” Su entusiasmo era casi tan grande como su panza de cerveza. “Te
dije que tenías talento.”

“Gracias, Clyde,” mi estómago se sentía cálido por su halago. Él no daba esos de manera
gratuita.

“Te diría para celebrar después del trabajo, pero eres muy joven para la cerveza,” dijo él
juguetonamente.

“Entonces, ¿un café luego en la semana?” pregunté yo.

“Claro que sí, chica. Y me muestras también en las otras cosas en las que trabajas, ¿ok?
Trae algo impreso. Nada de esa basura digital.”
Yo asentí. Yo le mostré a Clyde un proyecto aparte que tomó casi todo mi tiempo libre
durante el último año. Estaba documentando a las familias sin hogar en San Francisco, en
film real, nada digital. El proyecto empezó como una forma de construir mi portafolio
para la escuela de arte, pero luego de una noche en la calle, yo estaba realmente dedicada
al trabajo que estaba haciendo. Clyde salió conmigo unas noches de este verano mientras
tomaba más fotos. Él me apoyaba bastante y era alguien con el que podía depender cuando
el proyecto se dificultaba.

Clyde palmeó mi cabeza y siguió por el pasillo. Yo desperté a mi teléfono otra vez. Con un
toque, abrí el correo de Esther. Mi corazón se detuvo cuando vi al entrevistado.

Arthur Dufort.

Y así, mi cerebro se puso a toda marcha, insegura de mis sentimientos. Yo debía estar feliz
que esta era la manera en la que él se puso en contacto, al hacerme ver bien entre los jefes.
Pero también estaba algo molesta que la única manera en la que pudiera conseguir una
asignación era teniendo a un “joven turco” de la industria tecnológica solicitándome. Se
sentía como otra de las ventajas que mi padre me había dado… más que nada, yo quería
ser exitosa en este trabajo por mi propia cuenta.

Yo resoplé mientras salía de las oficinas del Examiner y camine por la cuadra. Su
apartamento estaba literalmente cruzando la esquina; la ocupación de una pieza de lujo de
las propiedades de San Francisco era la única razón por la que ese periódico existía. Las
casas de lujo se habían construido alrededor de la nueva pieza de tecnología. Mis zapatos
golpeaban el pavimento, y con cada paso mi ira hacia Arthur se acumulaba. Él no tenía
derecho- ¡Ningún derecho!- de hacer una petición como esa. Después de todo, yo solo era
una pasante. Y, ¿el hecho que Esther le siguiera la corriente? Yo pasé todo mi verano
probándole a ella que yo no era una chiquilla malcriada, que aunque mi padre me había
criado como Princesa, había una periodista ruda debajo del vestido de diseñador y los
zapatos Christian Louboutin (que error fue usarlos en la entrevista). Yo tenía que mostrarle
a ella que estaba lista para trabajar duro y ensuciarme. Yo estoy segura que ella me
contrató solamente porque yo tenía los recursos para trabajar gratis en la ciudad más cara
del mundo.

Pero yo me probé a mí misma, y por mi cuenta. Clyde, el reportero de crímenes, me tomó


bajo su ala. Él me trajo a algunas escenas de crimen. Yo fotografié un cadáver, ¡por Dios!
¡Mis cuentas estaban saldadas! Solo tomó una llamada para que se arruinara todo.

“¿Puedo ayudarla, señorita?” preguntó el fastidioso portero del edificio del apartamento de
Arthur Dufort mientras atravesaba la puerta giratoria.
“Arthur Dufot,” repliqué yo. “Él me está esperando.”

Él me miró sospechosamente, y yo moví hacia atrás un rizo de mi rubio cabello que se


había escapado de la cola de caballo. Yo golpeteé mi pie ansiosamente en el piso de
mármol mientras él llamaba al apartamento.

“¿Su nombre, señorita? Preguntó él.

“Yo soy la fotógrafa del San Francisco Examiner. Él me está esperando,” yo repetí.

“Pent-house 37J,” dijo él, bajando el teléfono con molestia.

Marché hacia el elevador. Yo era un profesional, ¡maldita sea! Ellos tenían que empezar a
tratarme como una. Empezando con el portero. Yo presioné el botón de “subir” con
propósito.

Mi valentía se desaparecía con cada piso que el elevador subía. Para el momento en el que
llegó al piso 37, la voz de mi padre estaba luchando contra la mía en mi cabeza,
convenciéndome que yo estaba destinada a ser la cara bonita en el cuarto de noticias y que
yo era afortunada que Arthur estaba ahí para ayudarme.

Aunque era claro desde nuestro primer encuentro que él quería mis piernas arriba, y
encima de sus hombros.

Hasta su puerta de apartamento parecía importante. Tallados intrincados que estaban


hechos profundamente en los paneles de madera. El tocador de la puerta era algo sacado
desde “El Hobbit”. Yo opté por usar el timbre al lado derecho de la imponente puerta.

Yo sostuve con más fuerza la tira de la bolsa de mi cámara para asegurarla a mi hombro y
esperé como la enorme puerta se abrió y un hombre joven, ligeramente mayor que yo,
luchaba para abrir la puerta de madera. Yo lo ayudé a empujar usando mi peso corporal y
ambos pudimos abrir la condenada cosa.

“Vengo de parte del San Francisco Examiner,” dije yo, ligeramente sin aire por el ejercicio
de abrir la impráctica puerta.

“Alfred”, él asintió cortésmente. “Por favor, pase. El sr. Dufort saldrá en un momento.”

Alfred camino hacia la cocina y continuó guardando los víveres en la nevera. Era
principalmente agua embotellada.
La decorada puerta era un fuerte contraste al apartamento de Arthur. Era casi espartano en
su simplicidad, modernismo en extremo. Paredes blancas, muebles blancos y beige,
madera rubia. Ahora toda esa agua tenía sentido. El líquido claro era lo más seguro en una
casa como esta.

Alfred finalizó sus tareas en la cocina y se excusó, dejándome sola en este extraño
apartamento blanco. Yo excavé en la bolsa de mi cámara, buscando mi teléfono, revisando
el correo otra vez. ¿Me dieron la hora correcta? Sin estilista, sin maquillaje, sin
guardarropa. Era una manera peculiar de fotografiar un retrato, especialmente en una
ubicación no controlada (lo que era básicamente cualquier cosa fuera de un estudio). Yo
caminé al centro de la sala de estar. Había bastante luz natural pero sería una sesión
complicada. Yo no quería que él se viera desaliñado.

Yo escuché una puerta abrir a lo lejos, en el pasillo, y Arthur Dufort entró desde el oscuro
pasillo hacia el cuarto lleno de luz solar. Mi respiración se detuvo. Él se veía elegante en
un traje azul oscuro sencillo. Una camisa blanca y una corbata monocromática que la
complementaba perfectamente. ¿Por qué me preocupaba sobre su cabello y maquillaje? Su
cabello rubio oscuro, recientemente lavado en ducha, era demasiado sexy. La barba ligera
acentuaba sus finos rasgos, convirtiendo una cara “bonita” en una cara “hermosa”. Mis
ojos casi lloraban sobre su cuerpo en forma, y ellos cayeron en sus pies descalzos. Hasta
los dedos de sus pies eran hermosos.

Él notó que yo lo miraba. “Pensé que me haría más relacionable.”

“Solo te hace ver descalzo.” Dije yo, y dejé caer la bolsa de mi cámara en la mesa de café.

“Eres honesta,” dijo él. “Pero quizá quieras trabajar en tu toque”.

Claramente este chico no estaba acostumbrado a que alguien estuviera en desacuerdo con
él.

“¿Dónde está la estilista?”, pregunté yo, sacando mi cámara de la bolsa. “Ellos debieron
haber sacado zapatos para ti.”

“No hay estilista”

“Oh”, yo murmuré, enfocada en revisar el lente de mi cámara. “Entonces, ¿le pides a la


maquilladora cuando llegue?”

“No hay maquilladora.”


Eso llamó mi atención. “¿Peluquera?”

Él sacudió su cabeza.

“¿Persona de relaciones públicas?” yo pregunté.

“La entrevista ocurrirá por separado.”

“Entonces estamos aquí…”

“Solos”, dijo él con una sonrisa, como si él fuera el gato y yo el canario.

Yo aclaré mi garganta acomodé el collar de mi franela. El cuarto con temperatura


controlada su puso muy cálido en cuestión de segundos. “Así no es como típicamente
ocurren las cosas.”

“Yo no soy una persona típica.”

“Veo que eres honesto, también.” Dije yo, mirándolo mientras él se dirigida a la pared
lejana.

“Yo creo que deberíamos empezar con eso, ¿no crees?”, él susurró a mi oído, moviendo su
cuerpo contra el mío, mientras pasaba.

Yo traté de ocultar las chispas que perseguían mi columna. ¿Estaba él hablando sobre la
sesión de fotos, o de algo completamente diferente? Estaba tomando cada gota de mi
voluntad para evitar lanzarlo al mueble blanco para otra sesión de besos. Yo tomé aire, y
en vez de saltarle encima, comencé a tomarle fotos.

“¿Cómo se ve esto?”, preguntó él, posando cerca de una pared totalmente blanca. Yo tomé
varias fotos y luego revisé las fotos en la cámara.

“Te ves bien, pero las fotos parecen no tener inspiración,” yo admití. Él se veía más que
bien – él se veía hermoso. Pero las fotos parecían tiesas y demasiado falsas. Los retratos se
tratan sobre los sujetos viéndose relajados.

“¿En serio?” replicó él, como si era algo imposible para él verse poco inspirador.

“En serio. Eres un chico en un traje frente a una pared blanca.” Yo mordí mi labio,
“En serio. Eres un chico en un traje frente a una pared blanca.” Yo mordí mi labio,
conteniéndome de pedirle que se quitara su chaqueta para que volviéramos a intentarlo
con él medio desnudo. ¡Eso era inspirado!

“¿Qué sugieres?”

“¿De qué trata el artículo?”

“De mí”, dijo él con una sonrisa.

“Yo no te conozco. Tienes que darme algo más con que trabajar.”

“Que te parece un chico de clase trabajadora de Texas que creció para ser el hombre que
puso a Steven Dunn, el magnate de Silicon Valley, fuera del negocio.”

Yo casi retrocedo al escuchar el nombre de mi padre, sin mencionar la amenaza de nuestra


ruina financiera. En vez de eso, pregunté, “Entonces, ¿cómo lo hiciste?,

“La escuela de medicina no era lo mío. Era mi boleto de salida.”

“¿No querías ser un doctor?”, pregunté yo, colocando la cámara hacia él y tomando más
fotos.

“No era el sueño de mi niñez, no,” dijo él. Con la cámara tomando cada movimiento de él,
sus poses consideradas volvieron. ¿Acaso él practicó frente a un espejo o algo así? Él
necesitaba relajarse.

Yo seguí preguntando. “¿Cuál era el sueño de tu niñez?”

“Esa es una pregunta ridícula.”

“¿Por qué es ridícula?”

“Porque los niños no saben nada sobre crecer. Ellos todos quieren ser Batman.”

Yo me reí fuerte de eso. “Entonces, ¿querías crecer para ser Batman? Ya la parte de Bruce
Wayne la completaste.”
Él no lo encontró tan gracioso como yo. “No me refería a eso.”

“¿Cuál es el problema? ¿Cuál era el sueño de tu niñez entonces?

“Yo realmente no veo como esto es relevante.”

“Es relevante porque es perspectiva hacia el hombre en el que convertiste,” yo discutí.

Él cruzó sus brazos encima del pecho y se quedó mirando. ¿Lo ofendí? El silencio entre
nosotros se movía a territorio incómodo, y yo me preguntaba si debería guardar mi cámara
e irme. Dios, arruiné mi primer y única asignación para el periódico. Sin mencionar que
no había manera en la que él me besara otra vez después de este horrible encuentro.

“Ser un patinador profesional,”

Yo volví a colocar mi dedo en el obturador de la cámara. “¿Todavía tienes tu patineta?”

“En el closet.”

“¿Puedes traerla?”

Él me miró con una expresión fuerte. “¿Por qué?”

“¿Quieres parecer relacionable? Esto lo hará.”

“¿Una patineta?”

“Estás en California, chico” dije yo. “Todos somos patinadores aquí”

Él me lanzó una extraña mirada pero se dirigió por el pasillo. El sonido de alguien
moviendo cosas en un closet viajó por el pasillo hasta que Arthur emergió triunfante con
una tabla antigua FTC.

“Diablos, esa es una buena tabla,” Lo halagué.

“¿Tú patinas?”, él preguntó.


“Horriblemente”, yo admití. “Pero tengo aprecio por la cultura de la patineta.”

Él cuidadosamente puso la tabla en el piso. “No voy a usarla en mi piso de madera.”

Por supuesto que no.

Lo observé mediante mi cámara, un pie en la patineta, manteniéndola quieta para que no


rayara el piso de madera. Él era hermoso pero la camisa ejecutiva abotonada no estaba
funcionando. Él se veía sexy en ese elevador; su camisa desabotonada y arrugada, sin
chaqueta, cabello despeinado, una barba desaliñada. Parado frente a mí en su traje
planchado y cabello perfectamente acomodado, él parecía como si estuviera jugando a los
disfraces. Todavía era hermoso – la buena estructura ósea no desaparece – pero ese
aspecto robusto le dio un elemento de riesgo. Alimenta su vibra de sexo puro, y en este
momento, eso faltaba.

“Tal vez quítate la chaqueta,” yo sugerí.

“¿La chaqueta? ¿En serio?”, dijo él desafiantemente. “Soy el CEO de una gran…”

“Sí, lo sé”, dije yo impacientemente. “Mira, estoy volando a ciegas aquí sin un estilista,
así que podemos intentarlo y si no funciona te la pones de nuevo, ¿ok?”
Él arrugo su chaqueta y la lanzó en el mueble. “¿Mejor”?

Lo observé otra vez mediante el lente de la cámara. “No tanto,” dije yo. “Tratemos
soltando un poco la corbata.”

Él me dio una mirada fuerte, pero se jaló el nudo de la corbata pare que se viera menos
constrictivo. Él libero el botón más alto de su camisa.

“Mucho mejor,” dije yo, tomando varias fotos. “Quisiera una fotos más atrevidas, con la
patineta. ¿Te molestaría sentarte en ella?”

¿Sentarme en qué?

“En la patineta,” dije yo, asintiendo con mi barbilla hacia la tabla. Él me dio una mirada
amarga.

Él no estaba cooperando. Su comportamiento era frustrante, y exactamente igual al de mi


padre. Yo tomé aire y calmé mi furia, la cual se estaba acumulando bajo la superficie.
Sería poco profesional de mi parte explotar sobre él, y un poco injusto. Él no era el único
recipiente de esa ira; mi padre merecía el bulto completo.

Yo tomé aire profundamente, y traté una nueva táctico. “El Arthur Dufort que conocí por
primera vez no sería tan reticente.”

Su dura expresión se suavizó. “No estaba seguro que me habías reconocido.”

“Tienes una cara única, sr. Dufort,” dije yo, tratando de no hacer contacto visual. “Y
nuestro primer encuentro fue inolvidable.”

“Cierto,” dijo él. “No todos los días te quedas atrapado en un elevador durante un
terremoto.”

¿Era esto memoria selectiva? Yo ciertamente no estaba pensando en el terremoto.

“Exactamente,” dije yo, aunque una chispa de dolor entró en mi corazón. Era un estúpido
sentimiento. Dos extraños se besaron en un elevador. Él lo olvido. Gran cosa, ¿cierto?

Mientras me ocupaba otra vez con la cámara, él pasó su corbata por su cabeza, y
desabotonó su camisa aún más. Mientras se agachaba en la patineta, sus sólidos músculos
pectorales salieron a la vista. Mi corazón se aceleró y una onda de calor pasó por todo mi
cuerpo. Luchando por mantener mis hormonas controladas, yo me quité mi franela,
dejando solo un top negro. No fue nada profesional, pero era mejor que mojar con sudor
su costoso y claramente apreciado piso.

Yo me bajé a mis rodillas y tomé más fotos, acercándome para tener una visión más
enfocada de él. Sin la restricción de la ropa, él se veía más relajado. Pero todavía algo que
no estaba bien. Sin pensar en lo que estaba haciendo, me moví hacía él, extendí el brazo y
pasé mi mano por su cabello. Eso relajó el estilo rígido de su cabello que ahora caía
gentilmente en su cara.

“Eso es mucho mejor”, yo murmuré, inclinándome hacia atrás y tomando una pocas fotos
más. Me recliné otra vez para tomar una foto más. Mientras retiraba la mano, él la tomó
rápidamente y me jaló hacia él. Mi balance falló debido a mi precaria posición en mis
rodillas, y caí en dirección hacia él. Él me tomó en sus brazos.

“Yo recuerdo más en ese elevador que solo el terremoto,” dijo él, girando mi cuerpo con
sus brazos para que yo quedara mirándolo. Su mano entró dentro de mi top y reposó en mi
abdomen. Con la ayuda de la patineta rodando fácilmente en el piso de madera, su dedo
meñique entró un poco por la cintura de mi pantalón, con la promesa de bajar un poco
más.
Mi cuerpo estremecía bajo su toque. Él bajo su cabeza, encontrando con sus labios los
míos. Él lentamente trabajó su boca sobra la mía, su mano ahora empujaba mi top hacia
mi pecho. Su mano se movió hacía mi pecho, y en contra de mi propio juicio, mi cuerpo
respondió. Perdida en el momento, yo introduje mi lengua en su boca, jugueteando con la
de él. Él gimió y me besó con más fuerza, y yo sentí su verga sacudirse contra mi espalda.
Incluso bajo su ropa parecía enorme.

Su mano frotó mi pecho, justo debajo de mi sostén, y su dedo levantó una de las tiras
ligeramente, tocando la delicada piel debajo de mis senos. La proximidad de su mano
hacia mi pecho me sacó de mi estupor. ¿Qué diablos estaba haciendo? Yo estaba en una
asignación, mi primera asignación real. Mis hormonas no me arruinarían esto. Yo me alejé
de él, la patineta rodó debajo de mi incómoda salida, y yo caí en el piso, justamente en mi
espalda.

Arthur se acercó. Parecía que estaba conteniendo una risa. “¿Estás bien?”

Yo me seguí alejando. “Yo estoy bien, gracias. Pero no nos dejemos llevar aquí.”

“¿Por qué no?”, dijo él sonriendo. Su sonrisa era traviesa. Impresionante, pero traviesa.

Yo me senté, bajé mi top y me arreglé. “Sr. Dufort, yo estoy aquí como una profesional”.

“Por supuesto”, dijo él, sus ojos mostraban algo de malicia.

“Y apreciaría que me trataran como tal.”

“Por supuesto,” él repitió. “Después de lo del elevador, pensé que esto sería un bono por
un trabajo bien hecho.”

Sus labios mostraron una sonrisa traviesa. Yo suspiré. “¿Por qué insististe que el periódico
me asignara a mí para esa sesión de fotos?”

“Yo no sé de qué hablas.”

“El que yo tomara los retratos era una condición para que usted otorgara la entrevista -
¿por qué?”

Él se encogió de hombros. “Pensé que eso impresionaría a tu jefe”.


“No lo hizo”, dije yo en una voz seria. “Pareció como si me estuviera haciendo favores.”

“¿Favores? ¿Por qué asumirían que nosotros nos conocemos?”


Diablos, lo arruiné. No estaba lista para admitir que mi padre era Steven Dunn, su némesis
profesional.

“Porque,” empecé, pero mi voz fallaba con la presión de inventar una mentira. “Porque
nadie solicita fotógrafos de un periódico. Yo no soy Annie Leibovitz. ¿Qué otra cosa
podrían pensar?”

“¿Quién es Annie Leibovitz? ¿Debería haberla solicitado? ¿Es linda como tú?”

“Terminamos aquí,” repliqué, con mi cara llena de ira y vergüenza.

Me levanté y comencé a empacar mi cámara. Aunque estuviera jugando, él estaba siendo


un idiota.

“Te ofendí,” dijo él, llegando por detrás. Él tomó mi brazo y me giró hacia él.

Yo me quité sus manos de encima. “Sí, me ofendiste. Y no me toques.”

Él se inclinó y susurró en mi oído. “Pensé que ambos nos sentíamos bien cuando yo te
tocaba.”

Mi corazón se aceleró mientras su aliento cálido cosquilleaba mi oreja. Yo aclaré mi


garganta. “Sr. Dufort. Lo que haya pasado en el elevador…”

“A mí también me gusto,” sus palabras entraban suavemente en mi oído. Yo me estremecí.


Él suavemente frotó sus manos por mis brazos. Yo retrocedí hasta que mi espalda tocó la
cocina.

“Tú tenías todas las oportunidades para llamarme para algo personal. Tenías mi número.”

“Pero esto parecía más divertido. Prohibido.”

Yo mordí mi labio. Él no tenía idea lo que era prohibido ahora. Y era tentador decirle, solo
para lanzarle una bola de destrucción en su erección. Pero lo último que yo quería era que
él me tratara como un enemigo – o peor, una niña.
“Entonces, ¿ese viaje de elevador?”

“El viaje de elevador no es el punto,” dije yo, manteniendo mi voz estable y firme. “Vine
aquí como representante del San Francisco Examiner y tú estás cruzando una línea
profesional. Yo soy una periodista…”

“Fotógrafa.”

“Foto-periodista,” le repliqué. Mi ira burbujeaba en la superficie. “Y apreciaría que me


trataras como una profesional en esta situación profesional.”

Yo me alejé de él, tomé la bolsa de mi cámara de la mesa de café y me dirigí a la puerta


frontal. Con cada paso, yo rezaba que mis piernas temblorosas me dejaran caminar. Ese
idiota arrogante era igual que mi padre. Frío, calculador, centrado, egoísta. ¿Por qué
todavía quería lanzarlo al mueble y tener sexo furioso con él? Sexo fuerte, para que él
tuviera que mandar a limpiar esa cosa.

Forzándome a mí misma a liberar esa imagen de mi cerebro, miré hacia atrás, esperando
que Arthur estuviera en mis tobillos. Pero él estaba reclinado en la cocina, con su mirada
petulante. Después de marchar a la entrada, me encontré la puerta masiva de madera. Yo
giré la manilla y la abrí, pero la monstruosidad no abría. Traté otra vez, inclinando mi
cuerpo hacia ella, esperando que el peso corporal extra hiciera el truco. Estaba atorada.

Suspirando, me giré y miré a Arthur. Él caminó hacia a mí, con una expresión algo cómica
en su cara, y abrió la puerta fácilmente.

Mi cara se incendió de vergüenza.

“¿Qué clase de idiota tiene una puerta que abre hacia afuera?”, yo murmuré hacia mí
misma mientras le pasaba por un lado.

“Del tipo de los que consiguen lo que quieren,” respondió él, sus ojos se mantenían en mi
cuerpo antes de cerrar la puerta.
Capítulo Cuatro

“¿Por qué no le preguntaste cuál era el diseñador de la ropa que usaba?” Dijo Jayson,
quejándose, revisando entre las fotos de Arthur en su computadora. Yo estaba cerca de su
escritorio, sin poder conseguir una silla vacía. Su enorme oficina estaba llenado de ropa,
accesorios, zapatos y una infinita gama de productos de belleza. Era como si una tienda de
departamento hubiese explotado en su oficina.

“Porque el tipo era un pendejo, Jayson,” repliqué yo.

“Un hermoso pendejo”

“Sí,” admití yo. “Un hermoso pendejo. Pero él era demasiado…”

“¿Actuó inapropiadamente contigo? De ser así…

“No, él no actuó inapropiadamente. Digo, si no hubiese estado trabajando no me hubiese


importado.”
“¡Bingo! Mira esos ojos. ¿Cómo alguien podría quejarse si alguien como él se les
acercara?

“Pero él era demasiado, no sé, como si él pensara que lo merecía o algo. Como si llamar al
periódico y pedirme que tomara sus fotos para la historia fuese tanto que yo le debía pagar
con…”

“Bueno, él en parte tiene razón,” dijo Jayson bromeando. Yo le golpeé en el brazo. “Ouch”

“¡Él no tiene nada de razón!”

“Digo, Savs, de verdad es algo que él te pidiera a ti específicamente. Eres un P-A-S-A-N-


T-E. No deberías estar en una asignación por tu propia cuenta.

“Bueno no se supone que lo estuviera,” repliqué. “Estilos debió haber enviado a un


peluquero y maquillador. Y a un estilista, así sabrías el diseñador.
“El hombre no los quería, y lo que Arthur Dufort quiere – “él se detuvo. “Ok, ya veo tu
punto original aquí.”

“Exactamente,” dije yo, mirando a la computadora de Jayson. Él había abierto la imagen


con la hermosa cara de Jayson y ahora llenaba su pantalla. “Y yo también entiendo tu
punto original.”

“En fin, tal vez quieras hablar esto con tu padre. Yo sé que él no tuvo que ver nada con tu
pasantía, pero este pequeño encuentro con Dufort quizás no salió como él quería.

“Esto no tiene que ver nada con mi padre.”

“Oh, por Dios, Savs,” Jayson replicó. “¿Por qué otra razón Arthur Dufort te solicitaría a ti,
específicamente? ¿Cómo sabría él que tu trabajas aquí?”

Mis ojos se perdieron en la habitación, como si estuviera desenfocada para evitar la


pregunta.

“¿Qué es lo que no me dices?” preguntó él.

“Puede que nos conocimos de otra manera.”

“¿Y cómo fue esa manera?”

“¿Supiste del pequeño terremoto que tuvimos el otro día?”

Él asintió. “Continúa”

“Nosotros quedamos atrapados en el elevador juntos y…”

Le di a Jayson una mirada fuerte.

“No me jodas,” replicó él. “¡No me digas que tuviste sexo con Arthur Dufort!”

“No, por supuesto que no. No tuvimos sexo.”


“Bueno, eso es un alivio ya que técnicamente es ilegal.”
“Pero no por mucho,” le recordé. “Mi cumpleaños está casi aquí.”

“Me gusta como juegas con eso, “dijo él. “Chica, me gusta tu juego. Solo caliéntalo hasta
que cumplas 18. ¡Y entonces BAM!

“Bueno, quizás no un BAM en mi cumpleaños,” dije yo, rodando mis ojos. “Yo escribí mi
nombre y mi número en una de esas tarjetas genéricas del departamento de fotografía,
esperando totalmente poder alejarme de él por una semanas. Pero cuando nunca llamó,
pensé que no tendría que preocuparme en lo absoluto.”

“Luego ocurrió esto.”

“Correcto. Entonces, ¿qué debo hacer?”

“Lo que debes hacer es-“

El sonido del intercomunicador nos interrumpió. “¿Jayson?” dijo la recepcionista.

Él se notó molesto por la interrupción. “¿Si?”

“¿Está Lindsey ahí dentro contigo?”

“Sí, estaba a punto de impartirle conocimiento cuando este aparato sonó.”

Ella rió, pero Jayson no parecía contento. “Alguien está aquí para verla… ¡Espere, señor!
No, señor, usted no puede ir allá dentro…”

Rachel se cortó del intercomunicar, pero su voz se escuchaba hasta el cuarto de noticias.
Jayson y yo salimos de su oficina para ver lo que ocurría. Arthur Dufort, todavía con su
increíble traje azul, caminando por el pasillo de la oficina. Todos los reporteros dejaron lo
que hacían y lo vieron marchar hacia nosotros. Él siguió caminando y entró en la oficina
de Jayson.

“Sr. Dufort,” dijo Jayson, prácticamente rendido a sus pies. “¿A qué debo el placer de su
visita?”

“A nada,” respondió Arthur. “Lindsey, creo que necesitamos hablar.”

Yo me dirigí fuera de la oficina. “Yo creo que ya hablamos lo suficiente.”


Aunque eso sonara directo, en realidad yo estaba tratando de huir. Él se veía demasiado
bien parado frente de mí tanto que hablar era lo último que quería hacer con él.

“¿Nos disculpas?”, le dijo a Jayson.

Pero Jayson tenía estrellas en sus ojos. “¿Disculparte por qué?”

“Quisiera hablar con Lindsey. A solas.”


“¡Oh!”, dijo Jayson, sacudiendo un poco su cabeza. “Por supuesto. Estaré justo afuera.”

Él salió de la oficina mientras yo caminaba hacia dentro. Mientras hicimos un baile


incómodo entre nosotros, él apretó mi mano rápidamente y me dijo en el oído. “¡Ve por él,
chica!” Luego él cerró la puerta.

“Sr. Dufort,” dije yo para romper el silencio incómodo entre nosotros.

Él me detuvo. “No, yo primero. Te debo una disculpa. Tú tenías la razón. Fue un


comportamiento poco profesional de mi parte, y tú fuiste totalmente profesional.”

“Bueno, gracias. Me complace que veas que-“

Él me interrumpió otra vez. “Y para mostrarte lo mucho que lo lamente, quisiera llevarte a
cenar.”

“Seguro, digo…” dije temblando. “Yo no tengo mi calendario conmigo ahorita, pero estoy
bastante ocupada en las próximas dos semanas.”

“Te quiero llevar a comer esta noche.”

“¿Esta noche?” traté de hacer tiempo.

“Ahora mismo.”

“¿Ahora?”, dije casi chillando. Mi mente se aceleraba. Arthur Dufort quería llevarme a
cenar ahora mismo. Ahora mismo.

“Hay un restaurante fantástico en Napa que creo que te encantaría…”


“¿Napa? ¿Ahora?”

Una risa nerviosa salió de mí, la cual Arthur ignoró totalmente porque su enfoque se fue a
la foto en la pantalla del computador de Jayson.

“¿Esta foto es de hoy?” Preguntó él.

Yo asentí, todavía aturdida por la invitación a cenar, y caminé hacia el computador,


minimizando la imagen. Él se paró detrás de mí, sus manos al costado como un total
caballero. “¿Puedes mostrarme otras?”

Yo asentí nuevamente, sin confiar que palabras pudieran formarse en mi boca.

“Eres muy buena.” Dijo él, mientras le mostraba las fotos. “Capturaste una juventud en
mí. Soy casi exuberante. Es una cualidad que creo no haber tenido antes.”

“Definitivamente la tienes,” dije yo, con mis voz sorpresivamente normal. “Vino con la
patineta.”

“Si, puedo verlo.” Dijo él inclinándose hacia mí. No nos tocábamos pero si me movía un
poco, yo estaría en sus brazos. “Lo capturaste hermosamente. Gracias.”

“Por nada,” dije. Luego tome la decisión de moverme y recostarme contra su pecho.

“Esto tampoco es muy profesional,” él susurro con su boca en mi cabeza, sus labios
tocando las raíces de mi cabello. “Entonces, ¿por qué no vamos a cenar?”

Yo comencé a esquivarlo, súbitamente despertando otra vez al hecho que estaba jugando
con fuego. “En serio, esta noche no puedo.”

“Cancela lo que hayas planeado.”

“No es eso. Digo, ¿Napa? No tengo nada que ponerme.”

Usé mis brazos para mostrarle el uniforme de fotógrafa, la franela y los pantalones. Lo
único que pude traer al trabajo era una sudadera.

“Tienes razón. Me gusta que te vistas como si tuvieras espíritu adolescente, pero
“Tienes razón. Me gusta que te vistas como si tuvieras espíritu adolescente, pero
necesitarás vestirte apropiadamente para el lugar que tengo en mente.”

Casi resoplo por su frase de “espíritu adolescente”, pero me controlé. Justo cuando iba a
posponerlo a una fecha después de mi cumpleaños, él marchó por la habitación y abrió la
puerta. Jayson estaba parado ahí, su cara era una mezcla de sorpresa y culpa.

“Que bueno que estés aquí”. Dijo Arthur, claramente sin importarle que Jayson estuviera
escuchando. “Ella necesita un nuevo vestido. Basado en el estado de tu oficina, yo estoy
seguro que puedes sacar algo para un cena en Napa esta noche.”

Por supuesto,” dijo Jayson, casi aplaudiendo de emoción. “Ella tiene una figura perfecta,
también. Podemos conseguirle un-“

Arthur lo interrumpió. “No necesito los detalles, solo la necesito presentable para la cena.”

“Si, señor.” Dijo Jayson, entrando en su oficina con un sentido de propósito. Con su
espalda a Arthur, él enseño sus pulgares en aprobación.

“Sr. Dufort,” le llamé. “Yo realmente no creo…”

“Estaré esperando en el auto allá abajo. No te tardes mucho.”

Y con eso, él cerró la puerta. Yo me quedé parada en el medio de la oficina de Jayson,


anonadada.

“¿Ves a lo que me refiero?”

“Olvídate de eso,” dijo Jayson. “Vas a ir a cenar en Napa con Arthur Dufort. Y yo puedo
vestirte.”

Él dio un pequeño salto de emoción y aplaudió. “Estás disfrutando esto demasiado.” Dije
yo.
“Tú sabes que yo siempre he querido vestirte,” dijo él, antes de comenzar a imitarme:
“Jayson, no puedo usar eso, yo sudo cuando tomo fotos. Oh no, ese traje nunca serviría si
tengo que meterme por una tubería. Por favor, Savs, no puedes salirte de una cena
romántica en Napa discutiendo.”

“Nadie dijo nada sobre romance.”


“No hay otra manera de cenar en Napa.”

Yo tragué saliva. “Jayson, en serio, ¿qué pasaría si él quiere ponerse demasiado


romántico?”

“No existe tal cosa en Napa,” él replicó mientras revisaba un armario de vestidos en la
parte alejada de su oficina.

“Hablo en serio, Jayson,” le dije. “¿Qué pasaría si él quiere tener sexo?”

Eso lo detuvo. “Oh, cierto. Bueno, dile que tienes tu periodo.”

“¡No puedo hacer eso!”

“Si fueras una mujer mundana de veinte y algo podrías,” dijo él. “Espera, olvida eso. Una
mujer mundana lo haría de todos modos.”

“Hablo en serio. ¿Qué hago?”

Jayson cruzó la habitación y me tomó de los hombros. “Aunque seas o no una mujer
mundana de veinte y algo, si no quieres tener sexo, no tienes que hacerlo. Solo porque él
te lleve a una lujosa cita en Napa no significa que tienes que pagarle algo de alguna forma.
Le dices que no. Pero tú ya sabes eso. Diablos, tú eres más adulta que yo.”

Él regreso a revisar el armario de vestido. Jayson no tenía idea de lo equivocado que


estaba. El problema no era que yo iba a decir “no”. El problema es que yo quería decir
“sí”.

“¡Ta-da!”

Jayson se veían triunfante, sosteniendo un vestido holgado frente a él.

Yo gruñí. “Jay, tiene flores encima.”

“Flor. Una flor,” él me corrigió. “Es ligero y sexy y perfecto para una cena en verano en
Napa.”

“¿No puedes conseguirme algo en negro?” pregunté. “No quiero usar nada blanco. En
serio, yo tumbo todo.”
Él consideró eso por un momento. “Tienes razón.” Él regreso al armario y comenzó a
buscar nuevamente. Yo tomé un abrigo de cuero de una pila en la silla.

“Me gusta éste,” dije, poniéndomelo.

Él me observó y me dio una fea mirada. “Claro que te gusta. Es algo que pertenece en la
parte trasera de una motocicleta, pero no encima de una linda mujer en una cita en Napa.”

“Lo usaré,” anuncié. “En serio, Jayson, este cuero es como mantequilla. Encuentra algo
que vaya con él. Por favor.”

“Estás matándome, chica,” él murmuró, buscando en la pila de ropa. Él me insultó un par


de veces mientras sacaba varios vestidos y los colocaba en su escritorio. Luego él revisó
cada vestido uno por uno. Uno de ellos en particular puso un sonrisa en su cara, y yo sabía
que él había encontrado el ganado.

“Y usarás tacones, sin discutir,” dijo él. “Ahora, quítate esos sucios vejestorios.”

Me quité mi ropa, y Jayson me ayudó a poner el vestido.

“Espero que no tengas suerte hoy” dijo él, burlándose de mis pantis de abuelita y mi
sostén de algodón simple.

Mi horrible ropa interior quedó olvidada una vez que él termino de ponerme el vestido
negro y me puse el abrigo. “Hermosa,” dijo él.

“¿En serio?”, pregunté, sin estar acostumbrada a la tela alrededor de mis piernas.

“¡Te pareces a Cenicienta en camino al baile!”, exclamó él, ahora revisando su infinita
colección de zapatos. “Excepto que no tienes una malvada madrastra, tu padre es
millonario y tú tienes más dinero que todas las princesas de Disney juntas.”

Él sacó un par de sandalias negras y me las entregó. “Pensándolo bien, no te pareces a


Cenicienta.”

Metí mis pies en las sandalias. “Que bien, porque entonces eso te haría mi hada madrina.”

Jayson resopló sobre esa observación y me ayudó a amarrar las sandalias. “¿Qué tipo de
Jayson resopló sobre esa observación y me ayudó a amarrar las sandalias. “¿Qué tipo de
auto crees que él conduce?”

“Con mi suerte, él tendrá un auto y un chofer y yo tendré que quitármelo de encima


durante todo el camino,” yo suspiré. No era como si no quisiera que él me tocara. Es solo
que todavía no.

“Toma”, Jayson me lanzó maquillaje. “Ponte algo de maquillaje, ¿quieres?”

“¿En serio?”

“Eres lo suficientemente joven para no usar base, pero créeme. ¿Napa? ¿Quieres que te
pidan tu identificación?”

Yo gruñí. Él tenía razón. Napa era un campo de vinos, y las probabilidades eran altas que
la cena fuese en el viñedo. Si ellos me pedían una identificación que no tenía, nos
avergonzaría a ambos.

Agregué algo de máscara, una base bronceada y labial. Lo suficiente para verme
sofisticada sin intentarlo. Jayson me peinó y me dejó una hebra libre en mi espalda, y
dejando hebras en lugares estratégicos para que cayeran alrededor de mi cara.

Él me guió alrededor del desastre en su oficina hacia un espejo completo en la esquina.


“¡Yo pienso que te ves perfecta!”

Yo observé mi reflejo, casi sin poder reconocerme. Mi apariencia de casi universitaria fue
reemplazada por otra más adulta y sofisticada. El traje sin mangas estaba hecho de un
material fino con tejido hermoso en los extremos. Aunque Jayson me molestaba porque
parecía un motociclista, el abrigo negro era de cuero suave y fino. Los cierres parecían de
chaqueta de motociclista pero le daban al vestido el toque perfecto. El maquillaje ligero
mejoraba mi cara y le daba a mi piel un poco de color necesario.

Jayson me dio una cartera lujosa. “No te puedes llevar su mochila.”

“Pero, ¿qué pasará con mis cosas?”

“Puedes dejar tus cosas en mi oficina y venir por ellas mañana.”

“No hay manera de que te deje mi cámara,” dije yo. Esa cámara era como una extensión
de mí. Además, estaría en Napa. La naturaleza iba a darme oportunidades de fotografías.
“Chica, eres imposible. Llévate tu tonta cámara, entonces. Pero la mochila se queda.”

“Bien,” dije yo, tomando la cartera. Era bonita. De cuero suave, diferente al abrigo. Me
preguntaba si Jayson quería que me los quedara o si él tendría que devolverlos a los
diseñadores.

Para el momento que salimos de la oficina de Jayson, eran más de las 5PM y la oficina se
estaba vaciando. Un par de editores estaban enfocados en historias a entregar, pero la
mayoría del periódico estaba listo a las 3PM, dejando solo noticias de último momento.
Yo estaba agradecida de poder evitar los ojos de la sala de noticias completa. Ningún
reportero quiere volverse la historia.

Saqué mi teléfono, billetera y lentes de sol de mi mochila y los metí en la cartera que
Jayson me dio. Con mi cámara a un lado de mi cuerpo y la cartera en mi hombro, estaba
un poco cargada pero era mejor que dejar mi cámara en la oficina. Jayson tomó mi
mochila, sosteniéndola con disgusto como si fuera un animal muerto. Él me llevó al
elevador, balbuceando por todo el camino. En ese punto, yo estaba muy nerviosa como
para escuchar algo de lo que él decía. Estaba a punto de ir a Napa con Arthur Dufort. No
confiaba en mi misma – o en mi cuerpo- cerca de él. Pero ahí estaba yo, manejando una
hora al norte hacia uno de los lugares más románticos del planeta, con él. Sola.

“¡Diviértete, cariño! Dijo Jayson mientras el elevador cerraba. Le di una sonrisa nerviosa
y levanté mi mano para despedirme antes de que las puertas cerraran, dejándome sola. El
auto se movió y yo me monté para enfrentar mi destino en forma del hombre más sexy en
San Francisco.

Capítulo Cinco

Hubiera sido un excelente viaje a Napa en el Bentley convertible de Arthur. Excepto que
él estuvo en el teléfono todo el tiempo, por lo que no pudimos bajar el cobertor. Él dijo
que después no podría escuchar.

“Lo siento, Lindsey,” dijo él. “Salió esto en el trabajo. No puedo dejarlo, incluso por unas
horas. Te lo prometo, esta llamada terminará cuando lleguemos a Napa.”

Él sonaba sincero, pero lo que no me molestó mucho. Además, era un comportamiento al


que ya estaba acostumbrado luego de vivir con mi propio titán tecnológico como padre. El
celular pegado a su oído, escuchando un lado de una conversación sobre capitales o
programación, cosas que aprendí a ignorar porque no eran de interés para mí. En vez de
eso, saqué mi cámara y capturé algunos de los paisajes cambiantes entre la ciudad y el
campo mientras pasaban por la ventana.

“Hermosa,” él murmuró, tomándome desprevenida. Habíamos llegado a un cruce y los


grandes árboles de pino que se alineaban con el camino y la vista que se abría hacia las
montañas en la distancia.”

“Asombrosa, ¿no crees?” Dije yo.

“Lo es,” él respondió

Yo quité la cámara de mi cara y me di cuenta que él me miraba a mí y no al paisaje a


nuestra izquierda. O al camino.

“¿Terminó la llamada?”, pregunté, ignorando sus halagos.

“Por ahora,” él dejo caer su mano casualmente sobre mi rodilla. “Deberíamos sacarle
provecho a esto.”

“Deberías enfocarte en manejar,” dije yo. Su mano subió por mi muslo y me dio un
pequeño apretón, que hizo que un arco de calor pasara por mi cuerpo.

“¿Tienes frío?”, preguntó él. Su mano se separó de mi rodilla y se fue a los controles de
temperatura. Él manipuló el aire acondicionado.

“Yo estoy bien, en serio.” Dije.” Solo un poco aturdida. Tampoco es que tengo a
millonarios de la tecnología invitándome a comer todas la noches en Napa.”

“Eso me parece difícil de creer. No solo una foto-periodista aclamada, pero una hermosa
foto-periodista aclamada,” dijo él. “¿Quién podría resistirse a es?”

“Te sorprenderías,” fue mi respuesta. Volteé mi cabeza y seguí admirando el paisaje,


tratando de evitar más preguntas.

Había chicos de mi edad que eran amigos, o algo así, pero la mayoría me parecían tontos.
Solo les importaba beber y tener sexo en los fines de semana y eso era todo. Tal vez un
poco de interés en equipos deportivos, también. A ellos definitivamente les gustaba hablar
del dinero de su familia. Yo los encontraba a todos aburridos, y supongo que ellos
pensaban lo mismo de mí. Sabrina dijo que mi voluntad fuerte los intimidaba. Ella insistía
que yo encontraría mi camino cuando saliera de la secundaria. No era que dudara de la
sabiduría de Sabrina, pero estaba sorprendida de descubrir que mi pasantía en el
Examiner, por ejemplo, me daría un dosis real de confianza.

“¿Qué tal usted, sr. Dufort? ¿Qué tipo de mujer podría resistirse a sus encantos?” dije yo
cambiando el tema.”

“No muchas”, comenzó él a decir, pero su teléfono sonó de nuevo. “Discúlpame por un
minuto.”

Y de nuevo comenzó a hablar en el teléfono. Arthur Dufort tenía un ego monstruoso.


¿Cuántas mujeres podían resistir los encantos de un hombre que estaba unido a su
teléfono? Yo miré silenciosamente por la ventana por otros interminables 20 minutos hasta
que llegamos a nuestro destino.

El viñedo era asombroso, valió la pena el viaje tan largo. El sereno camino al restaurante
fue interrumpido por hectáreas y hectáreas de uvas de vino, todas rodeadas por pinos
majestuosos y las montañas en la distancia. Yo absorbí la atmósfera mientras pasábamos
por el camino de tierra hacia la propiedad. Arthur, sin embargo, continuó con su llamada.
Paramos frente al edificio rústico y Arthur estacionó el auto. Él todavía estaba
conversando en su teléfono cuando me abrió la puerta del auto, aunque el ofreció una
disculpa mientras lo hacía. Lo seguí al viñedo mientras el continuaba su conversación. Él
estaba un poco más animado ahora que ya no estaba confinado al auto. Cuando entramos
al lugar, él caminó el pasillo mientras yo esperaba por el mesero, contemplando la
arquitectura en el pasillo de entrada.

“Si, gracias, envíalo por correo electrónico,” Arthur terminó la conversación.” Lo


lamento, Lindsey. Este era un negocio complicado que no se suponía que se haría hasta
mañana. Salió un día antes y estaba arruinando mis planes.”

“Podríamos posponer,” le ofrecí, aunque el viaje aquí fue largo y yo no estaba en


condiciones de otro tedioso viaje escuchando la conversación telefónica rompiendo el
silencio.

“Estamos aquí ahora”, dijo él, su cara brillando cuando vio a una elegante mujer caminar
hacia nosotros. “Ah, ¡Eliza!”

“Arthur,” ella dijo, envolviéndolo en un amistoso abrazo. “Es bueno verte.”

“Te ves deslumbrante como siempre,” él la halago.

“Me halagas,” ella se sonrojó. Era cierto. Ella tenía una figura increíble con seis pies de
“Me halagas,” ella se sonrojó. Era cierto. Ella tenía una figura increíble con seis pies de
alto y cabello negro que le llegaba a mitad de la espalda. Su complexión oliva era
contrastada con un hermoso vestido blanco de tiras y un brillante collar.

Yo me sentí pequeña, sintiéndome menos sofisticada que ella.

Arthur colocó una mano protegiendo mi espalda y me empujó hacia delante. “Eliza, ella es
Lindsey. Lindsey, Eliza.”

“Un placer conocerte,” dijo ella, inclinándose para besar mis dos mejillas. “Me encanta
ese abrigo. ¿Es un Helmut Lang?”

Yo asentí, aunque en realidad no sabía si era un Helmut Lang o no. Jayson me vistió tan
rápido que no sabía si la ropa que tenía era de diseñador o no.

“Yo tengo una mesa privada para ustedes,” dijo ella, con una sonrisa cálida. “Vengan
conmigo.”

La seguimos por el pasillo hacia un comedor más íntimo. Paredes de chocolate marrón le
dieron al lugar un tono cálido y cada mesa brillaba a la luz de las velas. Había un pequeño
bar a la derecha de la entrada y menos de 10 mesas en la habitación. Una pared de
ventanas a la izquierda mostraba una vista expandida del valle, besado por la noche. Ella
nos llevó a una mesa privada en la esquina. Era hermosa y romántica.

“¡Es hermosa!” Dije con entusiasmo, apretando mi cámara al pecho. Sí, la llevé conmigo.
No confiaba dejar mi cámara en cualquier lugar, incluso en un Bentley estacionado en un
viñedo remoto en Napa.

“¿Eres fotógrafa?”, preguntó ella y yo asentí. “Deberías dar un paseo por la gruta si
quieres fotos. Es hermoso ahí también.”

“¿Tienen una gruta?”, pregunté con mis ojos tan abiertos que parecían un platillo por las
infinitas posibilidades fotográficas.

“Arthur no te dijo mucho sobre nuestro viñero, ¿cierto?”

“No. Él no me dijo nada,” dije yo, siendo más amistosa con ella.

“Me gusta mantener mis secretos,” dijo él, sentándose en la mesa curva.
“Pero estos secretos no son tuyos,” ella jugueteó. “Es un poco tarde ahorita, pero llámame
cuando quieras ver la gruta durante el día. No tienes que estar con Arthur. Nosotros
sabemos cómo funciona esto. Yo estaría feliz de llevarte allí yo misma,” ella me entregó
su tarjeta de negocios.

“Gracias,” dije yo, guardando la tarjeta en la bolsa de mi cámara. La miré mientras ella
caminaba hacia el bar preguntándome que quiso decir con eso. ¿Cuáles eran esas cosas
que yo se suponía que supiera?

Me senté en la silla, frente a Arthur, determinada por sacar las dudas de mi cabeza. Estaba
aquí por una linda cena, eso era todo. “Entonces, háblame sobre esta gruta.”

“Es asombrosa,” dijo él, acercándose a mí, “Y, ¿acaso te he dicho que tú también te ves
asombrosa?”

“Gracias, creo que no lo has hecho.”

Él metió su brazo por la mesa y pasó sus dedos por mi hombro expuesto. “Bueno, yo
preferiría verte a ti que a la gruta.”

“Tengo curiosidad al respecto. Nunca he visto una gruta en California.”

“Es artificial, pero es impactante,” él admitió. “Es una lástima que Eliza no nos llevará allí
de noche. Yo tengo unas mantas en la maleta de mi auto. Bastante privado. Nadie nos
molestaría.”

Él bajó su cabeza en la curva de mi cuello y pasó los labios. Yo me estremecí por la


sensación.

Él se alejó, con algo de petulancia. ÉL movió su brazo alrededor de mi hombro para poder
colocarla en mi muslo.

Eliza trajo una botella de vino y la destapó. “¿La están pasando bien hasta ahora?”

“La pasaríamos mejor en la gruta privada.”

Arthur apretó su mano en mi muslo. No pensé que fuera posible, pero mi corazón se
aceleró más.

“Estoy segura que sí,” dijo Eliza con una sonrisa conocedora. Ella vertió un poco de vino
“Estoy segura que sí,” dijo Eliza con una sonrisa conocedora. Ella vertió un poco de vino
en un vaso y se lo entregó a Arthur para que probara. Una vez que él asintió, ella lleno
cada copa con vino blanco.

Mientras ella se alejaba de la mesa, yo pude sentir como la falda de mi vestido se subía
por mi pierna. Arthur estaba jalando la tela. Antes que pudiera reaccionar, la falda estaba
por encima de mis rodillas y el metió su mano entre mis muslos.

“¿Qué estás haciendo?”, le susurré, mirando alrededor de la habitación. Ya que era una
noche de semana, el lugar no estaba tan lleno. Pero todavía había gente aquí. No era
exactamente el lugar para ponerse íntimos. O desnudarse.

Su mano siguió subiendo y yo crucé mis piernas y apreté. Su cara se iluminó, claramente
complacido.

“Este no es el lugar. Ni el momento.” Le susurré, apretando mis músculos.

“Vamos,” susurró él en mi oído. “Recuerda el elevador.”

Me senté derecha. A Arthur, pude notar, le excitaba la intimidad en lugares públicos. Y,


tengo que admitir, que la emoción era infecciosa. Pero eso no cambiaba el hecho que era
nuestra primera cita, y no estaba exactamente lista para llevar nuestra relación al siguiente
nivel en privado, menos aún en un restaurante público.

Justo cuando me preparaba para detener su avance, su teléfono vibró.

“Discúlpame,” dijo él, sacando su mano de entre mis piernas. “Necesito revisar este
correo.”

Él tomo su teléfono de la mesa y yo me recosté a la silla de cuero de la mesa. “¿En serio?


¿Otra vez?”

“Será solo un minuto,” él murmuró, claramente distraído por lo que sea que él estaba
leyendo. Él comenzó a escribir furiosamente, antes de rendirse. “Es mucho más fácil si los
llamo, ¿me disculpas?”

Y allí estaba yo, otra vez, mirándolo conversar con la gente de su oficina. Yo miré
alrededor y vi a Eliza llenando una copa con vino blanco detrás del bar. Ella me hizo señas
para ir a sentarme en una de los taburetes del bar.

Comencé a excusarme de la mesa, pero Arthur estaba tan inmiscuido en su trabajo que no
Comencé a excusarme de la mesa, pero Arthur estaba tan inmiscuido en su trabajo que no
me prestó atención. Sacudiendo la herida hacia mi orgullo, tomé mis cosas y me dirigí
hacia el bar.

“Puse una orden de charcutería,” dijo ella, llenando otra copa de vino blanco y
entregándomela mientras me sentaba en el taburete. “¡Espero que no seas vegetariana!”

“No, me encanta demasiado la carne,” dije yo, tomando un sorbo del vino. “oh, ¡esto está
muy bueno!”

“Creo que tenemos un buen Sauvignon,” ella estuvo de acuerdo, complacida por mi
entusiasmo. “Entonces, en caso que no lo hayas notado, Arthur no deja la oficina en la
oficina.”

Yo sonreí, cada vez más cálida con ella. “No, al parecer, él no lo hace.”

“Bueno, acostúmbrate si decides ir a una segunda cita con él. Yo no lo pude.”

“¿Tú y Arthur?,” pregunté, ella comenzó a dejar de gustarme súbitamente. Tomé un gran
sorbo de vino para que sus palabras bajaran suavemente. “Un año, intermitentemente. Casi
siempre separados,” ella aclaró. “Debido a cosas como estas. No lo tomes personal. No
eres tú, definitivamente es él.”

“¿Cómo sabías que era nuestra primera cita?”

“Porque estás siendo cortés sobre todo el asunto del negocio,” dijo ella, rellenando mi
copa con vino. “Después de la primera cita, aprendes a no acceder a tardes como esta.”

“Entonces, ¿cómo saliste con él? Imagino un almuerzo en este escenario. Y las películas
están eliminadas.”

“Solo vas a su apartamento. El único momento en el que él baja su teléfono es cuando está
ocupado físicamente. Si sabes a lo que me refiero.”

Ella me guiñó el ojo, y yo tomé más vino. Me sentí como una tonta con un paladar
refinado. Eliza básicamente me dijo que las únicas citas reales con Arthur sucedían en su
habitación. Ella definitivamente dijo la verdad; el único momento en el que él bajó su
teléfono esta noche fue cuando su mano estaba entre mis piernas.

“Querida, confía en mí. Vale la pena,” dijo ella, dándome una sonrisa conocedora.
Un mesero puso un enorme plato de madera con carnes y quesos frente a mí. Una canasta
de pan fresco y una pequeña taza de aceite de oliva, con infusiones de hierbas, llegó
después. Yo miré a Arthur. Él todavía estaba sentado en nuestra mesa; aún ocupado en su
teléfono.

Yo mordí un pedazo de la carne cocida y tomé de mi vino, pensando en el consejo de


Eliza. Yo saqué mi propio teléfono para revisar la hora. Eran más de las 8pm y Arthur
todavía estaba hablando por teléfono. Yo llamé a Eliza para que viniera a donde yo estaba.

“¿Tienes el número de algún servicio de autos?”

Los ojos de ella se abrieron. “¿En serio? ¿Lo vas a dejar aquí?”

Yo encogí los hombros. “Tengo curiosidad de saber si él lo notará.”

“Me gusta como piensas,” dijo ella. “Te diré esto, te enviaré de regreso a la ciudad en
nuestro servicio de autos y lo pondré en la cuenta de Arthur.”

“Yo puedo pagarlo,” repliqué, no quería que ella creyera que yo estaba detrás del dinero de
Arthur.

“No se trata del dinero,” ella explicó. “Es una cuestión de principios. Su comportamiento
es grosero y tu mereces algo mejor.”

Ella metió su mano debajo del bar y me entrego un paquete hermosamente decorado.
“También te podrías llevar esto. Él quería que lo entregara con el postre.”

Yo toqué la bolsa decorada mientras Eliza tomaba el teléfono local y llamaba al servicio
de autos. Mientras ella llamaba, yo terminé mi vino y tomé mis cosas. Le di una última
mirada a Arthur. Tenía su espalda hacia el bar pero su mano izquierda estaba gesticulando
salvajemente. No había manera de que él terminara esa llamada pronto.

Un elegante auto me estaba esperando cuando salí a la fría noche de Sonoma. Le di al


conductor la dirección de la calle frente a mi casa – no quería que el servicio supiera
donde vivía ya que hombres como Arthur tenían maneras de encontrar este tipo de
información privada – y me acomodé dentro del auto. Yo nuevamente observe el camino,
pero el cielo oscuro convirtió a los árboles y a las montañas en puntos junto al paisaje.

La curiosidad tomó lo mejor de mí y tomé el paquete hermosamente decorado que Eliza


me había entregado en el viñedo. Yo abrí la caja, metí la mano dentro y revisé. Algo ligero
y sedoso tocó las puntas de mis dedos. Yo saqué la pequeña cosa de la caja, y con la
iluminación de las luces de las calles pude ver que era un osito de seda. Sosteniéndolo
sobre la tenue luz, me di cuenta que era una pieza de lencería costosa de La Perla. Lo que
sea que Arthur tuviera en mente para esta noche estaba oficialmente fuera del menú. Yo
moví la ropa interior dentro de la caja y la cerré. Cuan decadente que sea un regalo de La
Perla, no era definitivamente un regalo de primera cita. ¿Qué diablos pensaba él que
pasaría entre nosotros? Claramente él estaba acostumbrado a mujeres que se caían a sus
pies y que se morían por ir a la cama con él.

A unos 30 minutos de nuestro viaje de regreso a la ciudad, mi teléfono vibró. Era un


número desconocido. Envié esa llamada al correo de voz, y mi teléfono vibró otra vez
inmediatamente. Mi dedo se acercó al botón de contestar, pero se mantuvo en animación
suspendida. Varios minutos y varios mensajes después.

“Oye, Lindsey. No estoy seguro de hacia dónde te desapareciste, así que por favor
llámame. 504-555-2720.”

Yo resoplé, pero guardé el mensaje de todos modos. Siguiente mensaje.

“Oye, soy yo. Este viñedo es algo grande. No es el mejor lugar para jugar a las escondidas.
Llámame, ¿quieres?”

Comencé a sentirme un poco mal. Borré el mensaje.

“Lindsey. Esto no es gracioso. Me estoy preocupando y espero que no haya intentado


llegar a la gruta por tu cuenta en la oscuridad. Solo llámame.

Ahora si me sentía culpable. No quería hacerlo preocupar. ¿Por qué Eliza lo estaba
haciendo sudar?

“Oye, um. Hablé con Eliza. Me dejaste aquí. No puedo creer que me hayas dejado aquí.
¿No sabes quién soy?”

¿Ese sentimiento de culpa? Desapareció. Borré su mensaje con dicha.

“Hola. Soy yo otra vez. Entonces… ¿estás molesta?”

¿Molesta? En ese punto estaba furiosa. Él podría ser hermoso, pero también era un
pendejo de primera clase. Yo ya tenía uno de esos en mi vida. No tenía espacio para otro.
Capítulo Seis

Eran las 5:30am cuando mi teléfono vibró. Presioné el botón de ignorar y seguí
durmiendo. Sabía que el “número desconocido” era Arthur. Pero cuando mi teléfono vibró
de nuevo un minuto después, me di cuenta que un “no” era algo imposible para él de
tomar.

Para las 6am, la idea de dormir era una fantasía distante. Una vez que escuche a mi padre
salir de la casa, me levanté de la cama y me dirigí a la cocina por una taza de café´. En los
30 minutos entre despertarme y verter el café en una taza, Arthur dejó 6 mensajes de voz y
casi el doble de textos. Para las 6:15, el asunto del novio psicópata se detuvo lo suficiente
para tomar mi taza de café con tranquilidad, luego mi segunda. A las 7am, traje mi tercera
taza de café al baño conmigo, y abrí la regadera. Mientras esperaba que mi agua se
calentara, mi teléfono sonó otra vez. Justo cuando iba a presionar el botón de “enviar a
buzón de voz”, noté que no era Arthur. Era Esther, mi jefa en el departamento de
fotografía.

Tomé el teléfono y lo respondí

“Hola, ¿qué tal?”

“Querida, no sé lo que hiciste, pero necesitas deshacerlo o mi trasero estará fuera.”

“Esther, despacio. ¿De qué hablas?”

“Ese tipo. El tipo. El millonario.”

¿Arthur Dufort?”

“¿Es ese el pendejo con todo el dinero de tecnología al que le tomaste fotos ayer?”

“Sí”, yo dije. Mis piernas se habían convertido en gelatina, por lo que puse el asiento del
“Sí”, yo dije. Mis piernas se habían convertido en gelatina, por lo que puse el asiento del
excusado y me senté.

“Bueno, ese pendejo no llamó a mi jefe, ni al jefe de mi jefe, sino al jefe de los jefes de
todos para decir que si no le contestabas sus llamadas él cancelaría la entrevista y
demandaría al periódico.”

“¡ÉL no puede hacer eso!”, dije yo sorprendida.

“Claro que puede,” respondió Esther. “Él tiene trillones de dólares. Él puede demandarnos
por 10 años y sin retroceder. Y ese es el problema. La demanda no se mantendría, él lo
sabe, pero él podría dejarnos en banca rota en el proceso.”

“¿Qué pasó con la integridad periodística?” discutí yo.

“Lindsey, esto no es Whitewater. El hombre solo quiere que le devuelvas la llamada. Así
que haznos un favor y devuélveselas, ¿sí?

“¿Qué pasa si no lo hago?”

“Mira, querida, mi jefe está molestándome con esto. Esta entrevista Dufort será un éxito y
si parece que una de mis pasantes lo arruinó… Pues, que se joda mi vida, como dicen
ustedes los niños.

Puse mi cara entre mis manos. Este tipo me tenía arrinconada. No era justo para mí, o para
Esther, ¿pero quién dijo que la vida era justa?

“Ok, Esther. Relájate.” Dije yo, aún sentada en el excusado. “Yo lo llamaré”.

“Gracias, niña. Te debo una. Te enviaré en otra asignación antes de que te vayas a la
universidad, ¿ok? Y esta vez no será con un soltero joven y viril.”

“Lo apreciaré,” lo dije justo antes que ella cortara la llamada. Esther no era una persona
mañanera ni en las mejores circunstancias.

Mordí mi labio inferior y miré mi teléfono. ¿Qué diablos le digo? ¿Gracias por la lencería
inapropiada y la pésima velada. El vapor de la regadera lleno el balo. Abrí mi buzón de
voz y escuché el primer mensaje, escribiendo su número en el vapor que se acumuló en el
espejo. Marqué los números antes que se borraran y presione el botón verde para llamar.
Sonó dos veces y fue enviado a buzón de voz.
Él acaba de enviarme al buzón de voz.

Que. Gran. Pendejo.

Tiré mi teléfono en el lavabo, me quité la ropa y me metí en la ducha. El agua caliente


pasó por mi cuerpo y mojando mi cabello. Usando champú, llené el aire húmedo con una
esencia limpia. Mientras me enfocaba en el baño, mi teléfono sonó. ¡Maldita sea! Por
supuesto, tenía que ser Arthur. Y si no contestaba, ¿qué diablos me haría Esther después
que su jefe la destruyera a ella?

Con mi cabello acumulado encima de la cabeza, salí de la ducha, y alcancé mi teléfono,


mojando todo en mi camino.

“¿Hola?” respondí yo, sosteniendo el teléfono a una distancia segura de mi mojada cabeza.

“¿Hola? ¿Lindsey?”

Sí, era Arthur. Decidí hacerme la despistada. “Sí, soy Lindsey. ¿Quién es?”

“Arthur”

“¿Arthur?”

Ok, me estaba excediendo.

La frustración comenzó a asomarse en su voz. “Arthur Dufort.”

Recordando su discurso de “no sabes quién soy”, mi voz se enfrió. “¿Si? ¿Qué puedo
hacer por ti?

“¿Dónde estás? ¿Está lloviendo?”

“Estoy al lado de una cascada.” Yo mentí, era lo mejor que se me pudo ocurrir.

“¿En San Francisco?”

Supongo que él no se lo creyó,


“Espero que hayas llamado para saber mis coordenadas de GPS. ¿Qué puedo hacer por
usted, sr. Dufort?”

Él aclaró su garganta. “Creo que empezamos con el pié equivocado ayer.”

Deje que mi sarcasmo saliera. “¿Alguna razón en particular por la que digas eso?”

“Bueno, en primero lugar, te fuiste.”

“¿Cuánto tiempo tomó antes que lo notarás?”

Mi pregunta fue respondida con silencio, por lo que continué. “Tomó unos sólidos 30
minutos en el auto manejando para que mi teléfono sonara. Por lo que media hora sería un
estimado conservador.

“Lindsey, -“comenzó él a decir.

“No, tú no tienes derecho de hablar ahora,” dije yo señalando con mi dedo al aire.
“¿Estabas tan ocupado en lo que sea que andabas haciendo que no notaste que tu pareja se
fue sino hasta 30 minutos después? ¿Cómo justificas eso? ¿Era yo tan aburrida?”

Wow, estaba molesta, pero no sabía que yo estaba tan molesta.

“No lo eras… Yo no estana…” Arthur trató de decir.

“Claro, yo no era aburrida. ¡Pero tú fuiste un pendejo! Y luego me dejas un mensaje.”


Bajé mi voz una octava, “¿Sabes quién soy?” Pausé por medio segundo y luego continué.
“Bueno, ¿sabes tú quién soy yo? ¿Lo sabes?”

“Lindsey-“

“Me importa un carajo quién seas, ¡No puedes tratar a las personas de esa manera! Si la
única manera en la que me prestes atención es en alguna cama, entonces espero que tu
mano izquierda tenga mucha energía porque tendrás que cogerme en tus fantasías.”
“¿Terminaste?”, preguntó él.

“Sí,” dije, exhausta de mi discurso.

“Quisiera volverlo a intentar.”

“¿Qué te hace pensar que yo querría hacerlo?” dije furiosa.

“Por favor, déjame compensarte. Cena. Esta noche. Conozco un pequeño lugar a unas
pocas millas-“

Sacudí mi cabeza desafiantemente y un poco de burbujas de champú se pegaron a mi


espejo. “Oh, pues claro que no. No voy a viajar a ningún lugar contigo otra vez. ¿Quieres
que esto salga bien? Yo elijo el lugar.”

“Ok. Tú eliges. ¿A dónde quieres ir?”

“No sabrás hasta que te vea.”

“¿Dónde voy por ti?”

“No, nada que ver. No voy a quedarme atrapado sin transporte otra vez. Te veré en tu
oficina.”

“¿Al menos llegaremos allá manejando juntos?”

“¿Quién dijo algo sobre manejar?”

“¡No puedes caminar en San Francisco!”

“Entonces considéranos psicóticos”, le repliqué. “Mis condiciones o no hay segunda


oportunidad.”

“Ok, nos veremos en mi oficina. ¿A qué hora?”

“Te veré a las 7,” dije yo. “Y vístete casual.”


Con eso, le tranqué el teléfono. “Eso se sintió bien” Le dije a mi reflejo cubierto de
champú. Salí del charco que había hecho y me regresé a la ducha, aliviada de por fin
quitarme el champú de mi cabello. Entusiasmada por mi asertividad, yo estaba muy
ansiosa por salir una noche con él – con mis condiciones.

Capítulo 7

Era justo después de las 7pm cuando le escribí a Arthur. Estuve fuera de su edificio. En mi
exuberancia esta mañana, yo había olvidado que la oficina de Arthur estaba solo a un par
de pisos de distancia que la de mi padre. Para minimizar el riesgo de encontrarme a mi
padre, o le sugerí a Arthur encontrarnos en la planta baja. Yo traté de apelas a la parte de
negocios de su cerebro al decir que la idea era “eficiente”. Tampoco era romántica.

Yo observé en la distancia, esperando que mi padre no saliera al mismo tiempo. El


elevador abrió y mi aliento quedó atrapado en mi garganta. Arthur se veía excelente en un
traje color carbón, se veía tan bien que olvide mi misiva sobre vestirse casual. Su cabello
despeinado color miel caía por el cuello de la chaqueta. Él paso su mano sobre su cabello
mientras caminaba en el lobby hacia la puerta giratoria.

Yo estaba agradecida de mi decisión de último minuto de unos jeans pegados y un top


blanco con una camisa blanca ajustada. Aunque la camisa estaba fuera de mis jeans, se
sintió apropiadamente profesional, a pesar de los Converse altos en mis pies. Mi bolsa
incluso contenía algunos archivos de la oficina, pero esta vez dejé mi cámara resguardada
en casa.

“Te ves bien,” dijo Arthur, y bajó su cabeza para darme un beso rápido en la mejilla. Mi
estómago se hizo nudos mientras él ponía su mano alrededor de mi cintura. “Entonces, ¿a
dónde vamos? Me temo que no me puse mis zapatos para caminar como tú. ¿Era viernes
casual?”

Él miró mis Converse. “Es difícil hacer periodismo en unos tacones”, dije yo,
volteándome y digiriéndome hacia la estación BART.

“¡Wow! ¡Espera!”, dijo él, llamándome. “¿Podrías al menos decir hacia dónde vamos?
“Hacia BART”

“¿BART?”

“Si, tú sabes. Transporte público.”

“¿Usas BART?”, él preguntó.

“¿Y tú no?”, respondí yo, sorprendida de que él no lo hiciera. Digo, además del dinero, el
tráfico era una locura; todos usaban BART.

“¿Por qué no vamos en auto?”

“¿Tienes algo contra BART?”

“Yo pienso que una cita requiera algo mejor que transporte público.”

“¿Acordamos que esto era eso, una cita?”, pregunté yo.

“Por supuesto,” dijo él.

“Genial. Entonces dame tu teléfono.”

“¿Qué?, él se detuvo en la acera. Una mujer se apartó del camino para evitar llevárselo por
delante. Ella nos dio una fea mirada a ambos, y tuve un deja vu de medio segundo, el cual
saqué de mi mente mientras él discutía sobre entregar su teléfono.

“Lo tendrás de vuelta al final de la noche.”

“Pero, ¿qué pasa si recibo una llamada del trabajo?” él sostuvo el teléfono inteligente con
fuerza. “Soy el dueño de una compañía de tecnología la cual está en medio de uno de los
negocios más importantes, incluyendo una potencial IPO.”
“Yo sé que solo quieres impresionarme en nuestra cita,” dije jugueteando. “Así que
entrégalo.”

“No puedo hacer eso, dijo él firmemente.”

“No, si puedes, pero no lo harás,” yo respondí. “Arthur, yo no estoy jugando. No estoy


interesada en repetir lo de anoche. Si quieres ir a cenar conmigo, entonces el teléfono se
apaga y se guarda en mi bolsa.”

“¿Tengo que tomar el BART?”

“Está bien, puedes usarlo para llamar un Uber. Pero una vez que el auto esté aquí, el
teléfono se guarda en mi bolsa.

Él lo pensó por un minuto, y luego usó la aplicación Uber para llamar un auto.

En 20 minutos estábamos en Hi Tops, un genial sitio de cervezas y hamburguesas en The


Castro.

“No me dijiste que me ibas a llevar a un bar gay,” me susurró mientras pasábamos a un
cantinero en pantalones fluorescentes.

Diciendo la verdad, yo no sabía que era un bar gay. Jayson me llevó a almorzar allí un par
de veces y claro hay muchos chicos – ok, el personal entero son chicos – pero los
cantineros a la hora del almuerzo no usaban pantalones fluorescentes, por lo que no pensé
dos veces sobre eso.

Nos sentamos en una mesa alejada del bar y revisamos el menú.

“¿Puerco en vara?” preguntó él, levantando sus cejas por el menú.

“Algunas de las mejores cosas vienen en vara,” dije yo con entusiasmo.

“¿Cómo cuáles?” preguntó él.

“¿Nunca comiste salchicha de maíz?”

“No me había emocionado por una salchicha de maíz desde que tenía 16”
Yo aclaré mi garganta y enfoqué mis ojos en el menú. Un mesonero llegó y nos preguntó
la orden de tragos.

“¿Cerveza?”, dijo Arthur dudoso – claramente era un pez fuera de agua. El mesonero
sonrió.

“Sus tragos son espectaculares,” dije yo, citando lo que había dicho Jayson. “No son
aguados para nada.”

“Bombay zafiro y tónico, entonces” dijo él. “¿Y tú?”

“Espuma de ancla,” dije yo. El mesonero asintió en aprobación y se dirigió a preparar


nuestra orden. Beber con Arthur era algo fácil. Ninguno de los dos retrocedió cuando
ordené un trago.

“Entonces, ¿qué recomiendas?”, preguntó él. “Ya que has estado aquí.”

“Yo estoy completamente de ganas para una hamburguesa. ¡Viene con tocineta y es
enorme!”

“Eso suena bien. ¿Qué tal es la Hamburguesa Ahí de Atún?”

“El atún no es lo mío. Digo, si vas a comer en un lugar como este, deberías
comprometerte. ¿Quieres alas?”

Él rió. “¿Alas? Yo no había comido de esas desde la universidad.”

“Claramente te has perdido de mucho desde la universidad.”

El mesonero llegó con nuestros tragos y solicitó nuestra orden de comida. Como había
mencionado Arthur ordenó Ahí con ensalada de col. Yo pedí la hamburguesa y unos
Nachos Mortales en vez de las alas de búfalo, para no ensuciar mi top blanco.

Tomé un sorbo de mi cerveza y noté a Arthur mirándome. “¿Qué?” pregunté.

“Eres… no sé,” se encogió de hombros. “Diferente.”

“¿Diferente a quién?”
“Bueno, supongo que Eliza te dijo-“Una mirada de entendimiento se esparció por su cara.
“¡Estás celosa!”

“¿Celosa de?” Tomé otro trago de cerveza.

“Eliza te dijo que tuvimos algo.”

“Um, sí” dije yo. “Pero no tuvo nada que ver con lo de anoche.”

“¿Por qué otra razón habrías de irte?”

“¿En serio?” Estuviste en tu teléfono durante todo el camino a Napa, te comportaste como
el señor Manos en Todos Partes y luego regresaste a tu teléfono por quien sabe cuánto
tiempo. Después de media hora, me rendí.”

Tomé un gran sorbo de mi cerveza esta vez.

“Eso no fue lo que pasó.”

Mis ojos se abrieron bastante. “Eso fue exactamente lo que paso. Más o menos. En cuanto
a Eliza… A mi ella me agrada bastante.”

Él me sonrió con una intención traviesa. “Lo suficiente para-“

Lo interrumpí con mi mano. “¿Por qué llegas hasta eso?”

“¿A qué te refieres?”

“Me refiero a que íbamos bien. ¿Por qué llegas a eso?”

“¿Llegar a dónde, Lindsey?”

“Tú sabes, sugerir un trio.”

“¿Quién dijo algo sobre un trio?”


“¡Tú lo hiciste!”

“¿Por qué asumirías eso? Ni siquiera me dejas terminar lo que iba a decir.”

Tomé mi cerveza. Yo sabía que yo tenía razón, pero no podía probarlo.

“Entonces, termina lo que ibas a decir.” Dije yo mientras el mesonero colocó una gran taza
de nacho en nuestra mesa.”

“¿Esto es para nosotros?” le preguntó Arthur al mesonero.

“¿Demasiado grande para ti?” Dijo el mesonero jugueteando y con un poco de coqueteo
en su voz.

Él aclaró su garganta y luego dijo, “Bueno, sí, es enorme.”

Yo me tragué mi risa mientras un tono de rojo subía por el cuello de Arthur.

La sonrisa del mesonero se amplió. “¿Quieren otra ronda?”

Yo asentí mientras el mesonero tomaba nuestros vasos, enviando un guiño manteniendo el


ambiente.

“Bueno, eso fue incómodo.” Dijo Arthur, tomando nachos como si no supiera que hacer
con ellos.

“Tú fuiste a la universidad, ¿cierto?” pregunté, tomando un poco de crema amarga con un
nacho.

“Por supuesto,” dijo él.

“¿Nachos, alas, cerveza? Todos esos son emblemas de la universidad,” dije yo, metiendo
un nacho en mi boca. No es que supiera sobre eso, pero esa es la idea general.

“Para algunos, sí, supongo,” dijo él, imitándome con los nachos. “Pero me apuraron en la
escuela de medicina. No había mucho tiempo para cerveza y alas. O nachos.”

“¿En serio? ¿A qué universidad fuiste?”, pregunté yo.


“Universidad Brown,” él dijo, mordiendo un nacho. “Wow, estos son buenos.”

“¿Verdad que sí?” Yo estuve de acuerdo con él, mordiendo mi nacho. “Entonces, ¿cómo
hace Brown para apurar a sus estudiantes de medicina?”

El mesonero dejó nuestros tragos y pasé la comida picante con un gran sorbo.

“No todos los estudiantes son apurados,” él explicó, tomando un poco de su gin and tonic
con un poco de menos gusto. “Yo estaba en un programa que terminaba el curso completo
en el programa de pregrado. Era extraño y complicado e increíblemente difícil.”

“Apuesto que sí,” dije yo simpatizando. “Digo, yo ni siquiera pude entrar a biología en
secundaria-“

Me interrumpí a mí misma. No quise revelar mucho.

“Bueno, digamos que no tenía mucha vida social,” dijo él.

“Pero claramente no fuiste a la escuela de medicina,” dije yo, señalando lo obvio.

“Yo era un estudiante de medicina miserable en camino a ser un doctor miserable, por lo
que me salí,” explicó él, limpiando sus manos en la servilleta. “Yo disfrutaba de la
tecnología y disfrutaba hacer dinero. Tenía una idea para una compañía médica de
tecnología, así que vine aquí y recibí financiación.”

“Lo haces sonar tan fácil,” me maravillé, sabiendo de mi propio padre lo mucho que hay
que trabajar. “¿Tus padres se molestaron por salirte?”

“Ellos vieron el potencial de una compañía de tecnología,” dijo él, frunciendo el ceño y
revisando sus bolsillos. Estaba a punto de preguntarle lo que buscaba cuando lo escuché,
el suave sonido de un teléfono inteligente vibrando. Venía de mi bolsa que estaba
descansando en la silla entre nosotros. Él me miró con expectativa.

“Olvídalo,” dije.

“Vamos, Lindsey, ¿y si es algo importante?”

“¿Qué podría ser tan importante?”


“No tienes idea,” dijo él con su tono agudo, atravesando mis palabras. “Yo manejo una
compañía que podría hacer su propio IPO pronto. Todo lo que tú haces esa caminar por ahí
y tomar fotos todo el día.”

Impactada, tomé mi bolsa y saqué el teléfono que vibraba. Se lo entregué sin hacer
contacto visual, con temor de que viera que mis ojos se llenaban de lágrimas. Él miro la
pantalla y luego lo silenció y lo guardó en su bolsillo. Yo le di una fuerte mirada por
encima de mi vaso de cerveza.

“Lo siento,” murmuró él. “Eso fue grosero. E innecesario. Yo no pienso eso sobre tu
trabajo.”

“¿Estás seguro? Sonaste bastante certero.”

“Soné como un pendejo,” dijo él disculpándose. “Y lo entiendo. Sé que fui un idiota


anoche.”

“Sí, lo fuiste,” concordé con él.

“Entonces, esta noche. Nada de trabajo. Tienes mi total atención.”

“A veces tienes que detenerte y oler los nachos, Harry. ¿Te puedo decir Harry?” dije con
cierto balbuceo, la cerveza había llegado a mi cabeza.

Él soltó una carcajada. “No, por favor. Nunca me digas Harry.”

El mesonero llegó con nuestra cena. Él soltó la hamburguesa Ahí frente a mí, y la
hamburguesa de tocineta frente a Arthur. Luego se fue a buscarnos otra ronda.

“¡Esa fue una gran suposición la que él hizo!” Arthur rió mientras intercambiábamos los
platos. “Lo tuyo es la cerveza y la hamburguesa, lo mío es el atún y el trago mezclado.”

“Sería mejor si bebieras un Cosmo.” Dije yo riendo.

“¿Debería ordenar uno?”, preguntó él con un guiño, tomando su atún.

Ambos devoramos nuestras comidas y Arthur pidió la cuenta. Para este momento, yo ya
estaba seriamente mareada por la cerveza. No era solo mi falta de identificación falsa –
por alguna razón, el estar con Arthur era como tener pase libre para beber. Como regla, no
bebía mucho. Las fiestas de fin de semana era un rito de paso para cierto nivel de la
sociedad adolescente de San Francisco, y casi todos los que conocía tomaban parte en eso.
Pero yo pasaba mis fines de semana en galerías de arte y tomando fotos con mi cámara, no
yendo a fiestas con personas a las que no consideraba amigos. Yo estaba agradecida de
poner la secundaria en el pasado. Por lo que, aunque la comida lo disimulaba un poco, yo
me sentí un poco más que mareada después de la tercera cerveza.

Hi Tops se llenó mientras estábamos comiendo, por lo que salimos pasando por el bar
lleno. Yo tropecé mientras navegaba entre la multitud. Arthur tomó mi codo con fuerza y
me condujo hasta la puerta. Él saco su teléfono inteligente y yo abrí mi boca para
protestar.

“Uber,” dijo él.

Mi risa se volvió en hipo. “¡Estás borracha!” digo él jugueteando.

“No lo estoy,” dije yo. Luego admití, “Tal vez algo mareada.”

El conductor llegó a la acera y nos acercamos al auto. Bueno, Arthur entro al auto como
una persona normal, después yo entré tropezándome en la acera y caí en el asiento trasero.

El conductor se alejó del restaurante y cruzó a la derecha. Yo choqué con Arthur y me


sujeté de su chaqueta.

“Lo siento,” murmuré, tratando de levantarme luego que el auto tratara de esquivar un
hueco.

Él respondió al colocar su mano sobre mi cabello y tocar mi cuello, y halando mi cara


hacia él. Nuestros labios se encontraron, tentativamente al principio. Pero luego él
presionó sus labios sobre los míos con fuerza, obligando a mi boca a abrirse con su
lengua. Mi corazón palpitó, y apreté la tela de su chaqueta entre mis manos. Yo
desesperadamente quería esto.

Su mano se movió desde atrás de mi cuello hasta el frente de mi blusa, y sus dedos la
desabotonaron. Una vez que se abrió, él le dio a la franela un ligero jalón, dejando
expuesto un hombro. Él paso su mano desde mi hombro hasta mi brazo y sentí escalofríos
emergiendo donde su mano tocaba. Él empujo mi top hacia arriba, pasando su mano sobre
mi expuesto abdomen y alrededor de mi cintura. Sus dedos quedaron al filo de mi sostén
cuando el auto se detuvo abruptamente. Estábamos frente al complejo de apartamentos de
Arthur en Mission Street.
Hicimos un poco de charla incómoda con el conductor mientras yo me arreglaba mi ropa.
Arthur saltó del carro, pero yo mantuve mi trasero plantado en el asiento. Yo recuerdo lo
que Eliza me había dicho sobre las citas de Arthur.

Él se inclinó sobre la puerta abierta, extendiendo su mano hacia mí. “¿Vienes?”

Yo apreté mi franela aún desabotonada con fuerza. “No sé si eso sea una buena idea.”

“Vamos”, dijo él. “No te morderé. Tan duro.”

“Bueno, no creo… que…”, dije titubeando.

Arthur se agachó en la acera y ahora estábamos cara a cara. “En serio, Lindsey. Por
primera vez en mucho tiempo no quiero pensar en el trabajo. Y si me dejas ahora estaré en
el teléfono por el resto de la noche. Además, tengo un paquete de 6 cervezas en el
refrigerador y no tengo a nadie con quien beberlo.”

“¿Ese paquete viene con papas fritas?” pregunté tentativamente, mientras colocaba un pie
en la acera.

“¿Qué te parece si pedimos papas fritas belgas?”

“¿Ellos hacen eso?” pregunté

“Lo hacen para mí,” dijo él levantándose nuevamente y extendiendo su mano. “Vamos”

Tomé su mano, “Te dije que pidieras las papas en vez de una ensalada.”

“No es fácil mantener mi figura estos días.”

“Como si fuera difícil”, dije yo replicando, mientras dejaba que él me ayudara a salir del
auto.

“¿Dónde pones tú tanta comida?” preguntó él, tomándome de la cintura y halándome


hacia él para un beso.

El auto se alejó mientras nos quedamos en acera. Él acercó su cuerpo hacia el mío. Yo
El auto se alejó mientras nos quedamos en acera. Él acercó su cuerpo hacia el mío. Yo
quería ir más lejos, pero también sabía que no era una buena idea. Al menos, aún no.

“Vamos,” dijo él, tomando mi mano. “No haremos nada que tú no quieras. Lo prometo.”

“Ese es el problema, ¡yo quiero hacerlo!”

“No sigo tu lógica entonces”

“Es que todo va muy rápido.”

“Una cerveza con papas fritas y mayonesa. Eso es todo,” dijo él, sacando su teléfono
nuevamente. “Luego llamamos un Uber y te enviamos a ti y a tu indigestión a casa.”

“Ya veremos quien tiene indigestión”, dije yo desafiantemente. “Pide una grande.”

“¿Una grande?” dijo él, levantando sus cejas mientras llamaba.

“Que sean dos grandes,” dije. “Ya veremos quien termina.”

Él sonrió, sus ojos grises-azules atravesaron los míos. “Yo tomaré cualquier reto que me
lances.”

Capítulo Ocho

Aún con mis ojos cerrados, yo sentí que algo no estaba bien. No era el dolor en mi cabeza,
aunque eso no ayudaba. Mis alrededores se sintieron desconocidos. El ruido del control de
temperatura era distinto. El aire olía a blanqueador, no a velas aromatizadas y la cama era
demasiado grande para ser la mina.
Cuando abrí mis ojos y miré el techo gris en una cama desconocida en este cuarto
desconocido. Sin ningún tipo de cuidado, rodé sobre mi espalda y me levanté con mis
codos.

“Oh mierda,” susurré a nadie, agradecida de al menos no encontrarme cara a cara con
Arthur. “¿Qué hice?”

Con trepidación seria, yo levanté las sábanas y miré mi cuerpo, aliviada que aún tenía mi
top, aunque mis pantalones fueron cambiados por unos pantalones cortos. Miré alrededor
de la habitación, buscando mi ropa y gruñí al ver mi sostén encima de una lámpara de
noche. Mis pantalones no estaban a la vista.

Me moví hasta el extremo de la cama. Mis pies descalzos tocaron el frio piso de madera y
me estremecí. Este tipo tendría que poner una alfombra si va a tener este lugar tan frío.
Tomé una sábana de la cama y me envolví en ella, y luego camine de puntitas hacia la
puerta, la abrí un poco y observé el pasillo.

El apartamento estaba muy silencioso. No había sonido en la cocina, ni agua saliendo en el


baño. Caminé por el pasillo hasta la cocina, la cual se abría hasta la sala de estar. Arthur
no estaba a la vista. Siendo honesta, estaba aliviada de no tener que enfrentarlo aún. ¿Qué
diablos pasó anoche?

La cocina estaba totalmente vacía a excepción un vaso de agua y dos aspirinas sobre la
mesa, las cuales estaban sobre una nota escrita. La letra de Arthur era difícil de leer:

Probablemente necesites esto. Alfred puede que esté ahí en la mañana – espero que tú
encuentres esta nota primero para que no te asustes.

Fruncí el ceño a la parte de “asustarme por Alfred”. Él era igual que mi padre.

Gracias por lo de anoche.


¿Gracias por qué? ¿Qué hicimos?

Hay café helado de Starbucks en el refrigerador.

Eso explicaba la falta de cafetera. Al menos no andaría sin mi café matutino.

Junto al café había un pan francés, un dona y dos diferentes panecillos y dos bizcochos.
No estaba seguro de lo que te gustaba. Y supongo que no tienes inconvenientes con el
gluten basado en lo que comiste anoche.

Eso era considera de él, supongo. Oh dios pero, ¿por qué él estaba siendo tan amable?

No hagas planes para tu cumpleaños. Te tengo una sorpresa.

Mi corazón saltó a mi garganta. ¿Le hablé sobre mi cumpleaños? ¿Preguntó él mi edad?


¿Fui recatada al respecto?

Por cierto, roncas. Arthur.

Yo abrí el refrigerador bajo cero de acero inoxidable. En el medio estaba el café helado
Yo abrí el refrigerador bajo cero de acero inoxidable. En el medio estaba el café helado
(Un trenta, Dios bendiga su corazón), un pitillo y múltiples bolsas de Starbucks que
contenían lo que él había mencionado. Eso era casi todo el contenido del refrigerador,
excepto un suministro interminable de botellas de agua y una jarra de olivas verdes y
cebolla sazonada. Esta claramente era un hogar de Martini. Yo saqué el café y puse mi
pitillo.

Revisé las bolsas y saqué un panecillo francés. Sentándome en uno de los taburetes del bar
en el piso de concreto yo unté mantequilla, llenando un poco mi estómago antes de tomar
mi aspirina y esperando poder salir del apartamento antes de tener que enfrentar a Alfred
con la ropa de ayer. Aunque mis pantalones aún estaban perdidos.

Con la aspirina y el café helado dentro mi sistema, me sentí lista para empezar la cacería
de mis jeans. Desde mi ubicación en el bar de desayuno, yo revisé la sala de estar. Estaba
en un orden impecable. Tanto que parecía un apartamento, y que nadie vivía en él. Había
hermosas pinturas en la pared. Reconocí tres pinturas antiguos como el trabajo de un
artista local que estaba aprovechando un poco de fama local. Arthur era un coleccionista
de arte.

Mis ojos fueron atraídos hacia algunas fotografías enmarcadas que estaban colocadas
cuidadosamente en la mesa del sofá. Yo tomé mi café y me acerqué a ellas. Ya que estaba
sola, pensé que tal vez podría averiguar un poco. Me doblé para mirar de cerca a la familia
y amigos de Arthur. Una imagen en blanco y negro de un joven en la playa me pareció
extraña. Una pareja mayor, ambos bendecidos con hermoso cabello plateado que hacía la
idea de pintarme el pelo gris pareciera atractiva. Yo fruncí el ceño y tomé la foto para
mirarla mejor. Estas personas eran muy hermosas.

Ajustando el marco para que recibiera luz del sol, encontré lo que estaba buscando. Una
marca de agua. Revisé cada una de las siete fotos enmarcadas. Todas tenían marcas de
agua.

No sé por qué esto me sorprendía. El apartamento era estéril. Incluso el arte parecía ser
elegido no porque a Arthur le gustara, sino porque un decorador o un vendedor de obras le
dijo que lo comprara. Era la vida que yo hubiera vivido con mi padre si no hubiésemos
tenido a Sabrina con nosotros para hacer que nuestra casa se sintiera como un hogar.
Temblando en el frío apartamento, noté lo afortunada que yo era por tener a Sabrina.

“¿Hola?” una voz masculina me sorprendió en la cocina.

“¿Quién anda ahí?”, dije yo de vuelta, sosteniendo mi café helado pero deseando que
fuese una barra de hierro.

“Alfred”, respondió la cabeza perteneciendo a la voz mientras salía por una esquina.
“Tú no eres Alfred”, dije yo, esperando que mi voz no sonara tan asustada como me
sentida. Este Alfred era muy delgado, el Alfred de la sesión de fotos tenía algo de carne.

“Lo lamento, señorita, no quise asustarla,” dijo él, bajando un poco su cabeza. “Nosotros
solo debemos referirnos a nosotros mismos como Alfred. Sabes, del servicio Alfred.”

Él me entregó una tarjeta de negocios. Bueno, él decía la verdad. Alfred era el nombre de
un servicio de mayordomos.

“El Sr. Dufort sabía que hoy era su día de Alfred,” él explico.

“Sí, él los sabía,” dije yo. “Es mi culpa, estaba esperando al Alfred del otro día.”

“Es fácil cometer ese error,” dijo él meciendo sus talones. La charla lo ponía nervioso.

“Entonces, ¿qué haces aquí, Alfred?” Pregunté mientras caminaba tras él y me dirigía a la
cocina.

“A veces guardo víveres. Hoy estoy esperando a la tintorería y supervisaré al servicio de


mucamas. Creo que llevaré su auto a que sea detallado, también, pero tal parece que él se
lo llevó al trabajo por accidente.”

“Ya veo,” dije yo. “Bueno, yo te dejaré tranquilo en unos minutos. Solo tengo que
conseguir mis cosas.”

Tomé lo que quedaba del café helado y el pitillo hizo un ruido de sorbo. Ahora estaba
súper consciente de lo limpio de su apartamento, yo no tenía idea de dónde tirar el vaso
vacío. Me quedé ahí para en animación suspendida incómoda. ¿Dejo el vaso en el
fregadero? ¿Boto el hielo y trato de conseguir un pote de basura?

En un movimiento útil, Alfred me liberó de la copa de café llena de ansiedad.

“Gracias,” dije yo incómodamente saliendo de la cocina y luego entrando al pasillo hacia


el cuarto de Arthur. Yo cerré la puerta y me incline sobre ella, mi corazón acelerado por el
exceso de cafeína y lo extraño de la mañana.

Arthur vivía en un hermoso y costoso apartamento, rodeado de cosas hermosas y costosas.


Pero no había nada de vida en ningún lado. Hasta los colores en las pinturas parecían
mudos. Completos extraños cuidaban los más íntimos detalles de su vida. Ellos
compraban sus víveres y cambiaban su papel sanitario. Pero este personal – incluso su
“mayordomo- era de un servicio al que él llamaba con un movimiento de su dedo en su
teléfono inteligente.

Que forma tan deprimente de vivir.

Yo me tiré en la cama y puse mi cabeza a un costado, exitosamente consiguiendo mis


pantalones bajo la cama. Me quité mis pantaloncillos y me puse mis jeans.

Saqué mi teléfono y le escribí a Arthur:

Gracias por café y la aspirina.

Él contesto: Me alegro que te hayan servido

Alfred está aquí. Le contesté de vuelta.

Para eso le pago.

Ok. Yo respondí, sin estar segura de hablar sobre el tema.

¿Tienes algo en mente?

Lo insulté mudamente. Bien. ¿Tuvimos sexo anoche?


¿Qué es lo que recuerdas?

No seas tímido. Me desmayé.

Si, lo hiciste. Después de vomitar en la tina.

Gruñí. Lo siento, no bebo mucho.

No me digas. Él al menos envió una cara sonriente.

Si te hace sentir mejor, no, no tuvimos sexo anoche. Por muy tentador que fuese.

Ok. Gracias por respetarme.

El respeto tuvo poco que ver.

Mortificada, metí mi teléfono en mi bolsillo.


Capítulo Nueve

“Será una noche fría, así que abrígate.” Esas fueron las últimas palabras que le dije. Creo
que incluso mencioné algo sobre zapatos apropiados y posiblemente algo sobre unos
jeans. Tenía la sensación de que aparecería en un traje Paul Smith.

Caminé afuera del edificio del apartamento de Arthur, esperando a él en el muelle. La


ubicación secreta era en parte por necesidad. Después que chequear con Michelle, la
odiosa secretaria de mi padre, descubrí que mi padre tenía una cena tarde y estaba
trabajando en su oficina hasta que se fue al restaurante. No había manera que mi padre se
apareciera en el lugar donde la gente de entrega y otras personas entraban y salían. Sin
importar que ellos eran la silenciosa mayoría que permitían que el día anduviera…

Dejé de discutir en mi cabeza. Lo último que quería eran pensamientos de mi padre


nublando esta “cita” con Arthur. Bueno, realmente no era una cita. Aparentemente en mi
estado de ebriedad anoche, le conté sobre mi “proyecto aparte”. (Y gracias a Dios, ese fue
el único secreto que divulgué. Yo también volví a confirmar que no tuvimos sexo. Y que
Arthur había llamado a un servicio de mucamas para limpiar mi desastre en el baño.”
Arthur alegó que yo lo invité en mi excursión planeada esta noche. Aunque esa parte de la
conversación estaba nublada en mi cabeza, por lo que no recuerdo haberle pedido
explícitamente que viniera conmigo.

Todo quedó en el pasado, porque él estaba empeñado en venir conmigo.

Arthur emergió del edificio a través de la puerta industrial de metal.

“¿Hay personas que trabajan aquí?” preguntó él, viéndose escandalizado. “Es
deprimente.”

“Supongo que depende en tu definición de deprimente,” dije encogiendo los hombros. “Yo
encuentro el correo como uno de los lugares más vivos en la oficina del edificio.” Yo no
quería agregar que Joaquín, el gerente de correo, cantaba en las noches en una banda de
Mariachi, y que durante horas de oficinas, el lugar estaba lleno de todo tipo de música
latina. Era el lugar más entretenido en el edificio. Claramente, Arthur nunca había
conocido a Joaquín.

“¿Por qué nos encontramos en un callejón trasero, como criminales?” preguntó él, viendo
el fondo de sus zapatos antes de limpiarlo en el pavimento. Él no piso excremento, sino el
resto de un viejo emparedado que se pegaron a sus zapatos Ferragamo.

“Es una ruta más directa hacia el Tenderloin,” dije sacando mi cámara de su bolsa y
ajustando la tira alrededor de mi cuello. Ajusté la pesada bolsa que llevaba en mi hombro
y comencé a caminar hacia Powell Street. El sol caía detrás de los edificios.

Arthur caminó rápido para alcanzarme. “¿Qué diablos hay en el Tenderloin?”

“Ya verás”, dije yo, reajustando la bolsa en mi hombro. Era pesada y mi sweater abultado
la hacía difícil de mantener en mi hombro.

“¿Quieres que te ayude con eso?” pregunto él.

Quitándome la bolsa y entregándosela a él. “Claro, gracias.”

“Demonios, chicha, ¿qué tienes aquí?”, preguntó él, mientras se la amarraba a un lado del
pecho.

“Un par de medias nuevas, algunos emparedados y botellas de agua,” dije yo. “Eso
probablemente sea la mayor parte del peso.”

“¿Medias, emparedados y agua? Mi curiosidad está oficialmente en tus manos. ¿Vamos a


ir al teatro, comer los emparedados durante la obra y usar las media para disminuir el
sonido de las envolturas cuando se las quitemos?”

“Me temo que eso no es emocionante,” dijo yo, cruzando en la esquina hacia Ellis. “Los
vamos a regalar.”

“¿A quién?”, preguntó él.

“Bueno, primeramente a Lilly,” dije yo cruzando una calle para saludar a una mujer
parada en la puerta de una tienda vacía. “Oye, Lilly, ¿me recuerdas?”
Sus ojos cansados me miraron y ella sacudió su cabeza. Noté que apretaba una botella de
CUtty Sark. Yo alcancé mi bolsa y saqué un emparedado.

“Soy la chicha de las fotos,” le recordé, entregándole el emparedado. Ella asintió y me dio
una brillante y vibrante sonrisa. Me senté en la acera y tome foto tras foto mientras ella
posaba con su caja de leche. Lilly nunca me recordaba al principio, pero cuando le
recordaba que yo era la chica de las fotos, ella se alegraba inmediatamente. A ella le
encantaba la cámara. Le tomé varias fotos más y luego le di otro emparedado y una botella
de agua.

“Cuídate, ¿ok?” Ella extendió su mano y le dio a la mía un apretón. “Te veré la próxima
vez.”

“¿Qué diablos fue eso?” Preguntó Arthur cuando estábamos lejos.

“Ese era mi proyecto,” expliqué. “Yo estoy documentando a la población indigente de San
Francisco. Como cambia, a donde se mueve, como envejece o como no envejece.”

“¿Haces esto para divertirte?”

“Digo, supongo que sí. No es exactamente diversión, “Admití. “Pero creo que es
importante.”

Caminamos en silencio por la calle. Varias veces Arthur comenzaba a decir algo y luego
pensaba algo mejor.

Nosotros literalmente nos tropezamos con Dominick en la siguiente cuadra. Él estaba


parado en una caja de cartón, con sus piernas saliendo hacia la acera.

“Perdón, Dom,” me disculpé, recuperándome de tropezarlo.

“Oye, ¡chica de las fotos!”, dijo él, saliendo de su refugio improvisado. “Tenía tiempo sin
verte. ¿Qué hay de nuevo, dientes?”

Me reí y le entregué un par de media. “Va a hacer frío pronto, asegúrate de mantener estas
a la mano.”

“Eres una buena chica,” dijo él. “¡Y mira, tienes un novio! ¿Él sabe sobre mí?

“Me temo que no, no quiero asustarlo”.


“Yo estuve en la marina mercante, amigo. Así que trata bien a esta pequeña dama.” Él me
hizo un guiño.

Me enfoque en su cara desgastada y le tomé un par de fotos. Las luces de la calle


magnificaban los duros años en su mandíbula. Era hermoso.

“Asegúrate de tomar mi mejor lado,” dijo él, sonriendo aunque le faltaban muchos dientes.
Le di un emparedado y una botella de agua.

“Dime, ¿por casualidad tendrías un poco de alcohol por ahí, chica?

“Lo lamento, Dom, tú sabes que no doy nada de eso,” dije yo.

“Estúpido movimiento de abstinencia. Malditos a todos ustedes,” él escupió, metiéndose


de nuevo en su refugio.

“Te veré en una próxima ocasión,” le dije a él, Arthur se veía consternado.

“Él es inofensivo,” yo expliqué. “Él lo hace todo el tiempo. Él es encantador hasta que le
dices que no hay licor.”

“¿Por qué haces esto?”

“En realidad no lo sé,” dije yo. “Comencé hace un año. Parece que es algo importante de
hacer. Ellos son tratados como pestilencia en la ciudad, pero la mayoría de estas personas
han estado aquí más tiempo que las industria. Ellos han sufrido por los tiempos duros.
Supuse que era hora de que a alguien le importara.”

“Eres una mujer valiente,” dijo él. “¿Haces esto por tu cuenta?”

“Si”, dije yo. “Tú eres la primera persona a quien traigo conmigo.”

“¿Qué te inspiró a hacer esto?”

“Steve Jobs”.

“¿Conoces a Steve Jobs?”


Solté una carcajada. “No. De hecho fui inspirada por la tienda Apple. Ellos estaban
liberando uno de sus más recientes productos, y ahí estaban todos esos fanáticos de Apple
acampando fuera de la tienda, esperando que esta pieza de plástico y metal saliera a la
venta. Ellos estaban durmiendo en cajas de cartón y todo. Y la policía no los molestaba o
los botada. Me hizo enojar.”

“Suenas anticapitalista,” dijo él. “Y te he visto en ropas de diseñador.”

“No soy anticapitalista, y tienes razón, yo tengo dinero familiar detrás de mí,” tragué en
seco, esperando que él no insistiera sobre ese dato. “Yo también creo en la democracia, y
pienso que todos tienen una voz. Las voces de estas personas usualmente no son
escuchadas.”

“¿Qué vas a hacer con las fotos?”

“Todavía no lo sé,” dije. “Un show en una galería sería bueno, por supuesto.”

“¿Puedo ver las que has tomado esta noche?”

Sacudí mi cabeza. “No son digitales. Mis proyectos personales son a la antigua, en film
blanco y negro.

“¿Dónde puedes hacer que procesen ese film hoy en día?”

“Yo tengo un pequeño cuarto oscuro.”

“Eres impresionantemente de baja tecnología.”

“No en la vida cotidiana,” dije yo. “Creo que moriría sin mi iPhone.”

“Entonces tú eras una de las masas esperando en la acera, ¿cierto?”

“No, no estoy tan mal.”

“Sabes que les pagas para tomarles fotos, ¿cierto?”

“¿A qué te refieres?” pregunté, alarmada. No esperaba eso.


“¿No crees que es algo condescendiente venir aquí y darles emparedados y tomarles una
foto mientras desfilas en tu ropa de diseñador?”

Entrecerré mis ojos. ¿Qué estás diciendo?”

Él se encogió de hombros. “No estoy diciendo nada, solo señalo eso.”

“Y, ¿qué es lo que tú haces que es tan magnánimo?” repliqué yo.

“No quise ofender,” dijo él.

“¿Donas a caridad?” pregunté yo.

“Por supuesto que lo hago.”

“Pero vas a galas lujosas y no te ensucias las manos. ¿Ves estas personas? Digo, ¿las ves
realmente? ¿O los pateas cuando yacen en la acera?”

“Estás siendo ridícula, Lindsey,” comenzó él a decir.

En el calor de la discusión, cuando no prestábamos atención de nuestros alrededores y eso


fue un enorme error. Una figura monstruosa salió de las sombras del edificio tomándome
por sorpresa.

La figura sacó un cuchillo. “Entreguen sus billeteras.”

Yo respiré asustada y sostuve mi cámara hacia mi pecho, bilis surgió en mi garganta junto
con una dosis extra de pánico. Me sentí mareada mientras el tipo se lanzó hacia mí
tratando de tomar mi cámara. El cuchillo me rozó y sentí una brisa.

Arthur se metió en frente del cuchillo y yo grité mientras lo veía angular hacia su
estómago. Con un movimiento rápido, él atrapo el brazo del tipo y lo dobló. El cuchillo
cayó al suelo.

“Tómalo,” me ordeno Arthur. Yo me doble y lo tomé mientras Arthur le daba un gancho


de derecha a la cara del tipo. Yo di un paso atrás mientras que el asaltante se volvió a
lanzar hacia Arthur, quien lo esquivó con facilidad, golpeando su pierna por lo que el
atacante cayó. Pero cuando Arthur se dio la vuelta, el asaltante lo tumbó y Arthur cayó en
cera junto a él.

Los dos hombres se convirtieron en una masa de puños mientras cada uno golpeaba al
toro. Yo grité nuevamente. Este asaltante era enorme. Arthur medía 6’2” de puro músculo,
pero este tipo debería llevarle al menos 50 libras. Sin embargo, el cuerpo en forma de
Arthur era más rápido y más condicionado que el del atacante, y en segundos, Arthur lo
dejó de nuevo en el pavimento. El tipo se levantó torpemente y huyó.

“Mierda, estás herido,” yo lloré cuando Arthur se volteó a mirarme. Había un corte sobre
su ojo derecho y salía sangre. Cuando él la limpió con la manga de su costoso traje, yo vi
un gran corte en la chaqueta de su traje, en toda la sección media. Corrí hacia él y metí mi
mano en su sección media. Estaba aliviada que mi mano solo tocó piel cálida y músculo.
Nada de sangre o heridas.

Él parecía conmocionado. “¿Vienes por aquí tú sola?”

“Nunca antes había tenido problemas, lo juro,” yo dije.

Mi siguiente pensamiento hizo que mi corazón latiera con más fuerza, si eso era posible.
“¿Deberíamos llamar a la policía?” pregunté yo, prácticamente sin aire. Llamar a la policía
significaría que él sabría la verdad sobre mí.

“El tipo se fue y no estoy herido, por lo que no veo razón para hacerlo,” dijo Arthur. Él se
inclinó sobre el edificio y su cara se puso pálida. “Dios, mujer. No hay nada malo con un
baile de caridad. Esto, sin embargo, es una locura.”

“Estoy no me había ocurrido antes,” dije otra vez con mi débil voz.

Él presionó su mano sobre mi pecho. “¿Estás bien? Tu corazón está acelerado.”

Yo asentí, sin confiar en mi misma para hablar. Pero no tuve que hacerlo. La boca de
Arthur se subió sobre la mía, sus labios presionaban urgentemente sobre los míos. Mi
mano, aun dentro de su chaqueta, se movió hasta su espalda. Él jugueteo con mi boca
abierta y su lengua. Él bajo el cierre de mi chaqueta y tocó mis senos. Ya que mis senos no
son tan grandes, solo necesitaba un top pequeño y no había mucha tela entre mi piel y sus
dedos. La caricia de Arthur puso duros mis pezones y yo gemí en su boca. Su mano
continuaba acariciando mis senos, los toques suaves me excitaban. Yo me incliné sobre él,
sintiendo su verga endurecerse sobre mi cintura.

Arthur me volteó para ponerme de espaldas al edificio. Él metió su mano dentro de mi top
Arthur me volteó para ponerme de espaldas al edificio. Él metió su mano dentro de mi top
y sacó mis senos, llevando su boca a encontrarlos.

Yo gemí. “Arthur, aquí no. La gente puede vernos. Los asaltantes pueden vernos.”

“Esa es la emoción, nena,” dijo él, probándome al morder gentilmente mi pezón. Mi


cuerpo se encendió por la sensación y sentí como mis pantis se humedecían. “Te encanta
esa emoción, ¿cierto? Es por eso que estás aquí afuera.”

Yo gemí sobre él mientras él frotaba su erección contra mi cuerpo, luego él me beso fuerte
y profundamente. Su mano presionaba contra mi estómago. Él soltó el botón de mis
pantalones y luego el cierre. Su mano presionaba sobre mis piernas mientras sus dedos
buscaban mi concha, mi ropa interior de algodón era la única barrera entre nosotros. Él
jugueteó con la elástica alrededor de mi pierna Mi cuerpo quemaba por él, por sentir su
verga llenándome.

Un carro pasó por la calle callada, sonando su corneta a nosotros. Era un grosero retorno a
la realidad.

“Arthur, no podemos,” susurre, alejándome de él.

“Si podemos,” dijo él, dando besos en mi cuello, su lengua pasando detrás de mi oreja. Se
hacía difícil de resistir.

“Aquí no, aún no.”

“¿Cuándo?” su voz tenía ahora un sentido de urgencia. Su verga se sentía enorme y yo


quería meterla entre mis muslos hacia mi concha húmeda. Pero él estaría en muchos
problemas si eso pasaba.

“Aún no,” yo repetía. “Debemos ir más despacio.”

“Lindsey, si vamos más lento, calificaremos para un especial de ancianos en Denny’s”

Él se alejó de mí, dejándome a mí y a mi seno izquierdo expuesto. Él presionó su verga,


tratando de aplacar su erección.

“Maldición, Lindsey. Mi cuerpo se vuelve loco cuando está cerca de ti. Y puedo sentir que
el tuyo hace lo mismo.”
“No es eso”, comencé yo a decir.

“¿Solo te gusta provocar entonces? Joder, Lindsey, fui un caballero la noche anterior. Pero
tengo necesidades y necesito estar dentro de ti, tu boca en mi verga. Algo. Lo que sea. No
más de esto.”

“Créeme,” reajusté mi top, escondí mi seno y subí la cremallera de mi chaqueta. “Te estoy
haciendo un favor.”

“¿Le dices a esto un favor?”

Yo caminé molesta hacia la calle, mi propia frustración – sexual y general – me estaba


dominando. “Olvidemos todo entonces.”

Él me siguió. “No, nada que ver. Tú no tomas esa decisión.”

Él me agarró del hombro y me volteó para verlo de frente. Cada nervio en mi cuerpo saltó
en el momento que su mano me tocó.

“Entonces tú decide,” dije yo entre dientes.

Él me miró, sus ojos fuertes. Él presionó su boca sobre mí, pero esta vez su beso era rudo,
forzado. Yo traté de huir, pero él tomó mis brazos, sus manos presionándome. Él solo
relajó su mano cuando me incliné hacia él y él siguió la línea de mi cuello con sus labios.
Mi cuerpo titilaba con su toque, la sangre corría de mi cabeza directo a mi clítoris.

“Yo sé que tú quieres esto también,” él susurró, su mano deslizándose sobre mi espalda y
tocando mi trasero. “¿Qué es lo que te detiene?”

Sacudí mi cabeza. “Es complicado.”

Desde atrás, él movió su mano entre mis piernas, frotando mi sexo a través de la tela de
mis jeans. “Entonces des-complícalo”

Yo estaba húmeda, y me preguntaba si él podía notarlo a través de la tela gruesa. “Lo


quiero, y lo haré. Pronto.”

“¿Cuándo?”, preguntó él.


“Pronto,” repetí. “Por favor Arthur, deja de presionarme. Tengo mis razones.”

Él retrocedió. “Ok. Tienes razón. Dejaré de presionarte.”

Regresamos en silencio, ahora una nube se posaba sobre el atardecer. Mientras el edificio
aparecía a la vista. Arthur se giró hacia mí.

“Sabes, ni siquiera sé tu apellido.”

Tragué fuertemente, mi mente se aceleró buscando apellidos de familiares y amigos.

Arthur sorprendido por mi silencio. “No es una pregunta difícil, Lindsey. A menos que
estés en protección de testigos o algo. Él espero un poco. “¿Lo estás?”

Yo solté una fuerte carcajada por eso, y decidí decirle la verdad. Él lo sabría tarde o
temprano y para este punto, ¿qué podría perder? Terminar esto – lo que sea que fuese –
podría ser una bendición.

Tomé un fuerte respiro. “Dunn. Mi apellido es Dunn.”

Él resopló. “¿Eres pariente de Steve Dunn?”

“Sí, él es mi padre, “dije con una mirada seria.

Arthur se quedó quieto mirándome. Le mostré una débil sonrisa y él comenzó a reírse.
“Tienes un perverso sentido del humor. ¿Lo sabías?”

Si solo él supiera…

Capítulo Diez
“Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti. Pareces un mono…” Sabrina con su voz
aguda mientras cantaba su propia versión de la canción de cumpleaños para mí.

Yo gruñí y me rodé para ver a mi niñera-convertida en mucama- y madre sustituta, la cual


tenía puesto un ridículo sombrero de cumpleaños y traía una taza de café. Me senté en la
cama y le di la bienvenida a ambas con una sonrisa adormecida.

Ella me entregó el café, me dio un beso en la frente y continuó. “¿Cumples uno?


¿Cumples dos?”

“Detente Sabrina, nos tomaría todo el día”, suspiré, tomando un sorbo del café. “Oh, esto
está bueno. ¿Qué le echaste?”

La cara de querubín de Sabrina se iluminó mientras se sentaba en la cama. “No puedo


darte todos mis secretos. Después no tendrás una razón para visitarme.”

“Tal vez la razón sea que yo te amo, ¿alguna vez lo pensaste?”

Su sonrisa se expandió y lágrimas de felicidad llenaron sus ojos. “Mi bebé ya creció y se
va a la universidad.” Sus ojos húmedos miraban toda mi habitación llena de cajas.

“Sabrina, tú sabes que yo no creo que mi papá te deje ir,” comencé a decir pero ella me
silenció con una mirada.”

“No te preocupes por eso, linda.”

Yo sé que el que yo dejara la casa era agridulce para Sabrina. Parte del problema era que
mi papá la había promovido de Niñera a Mucama solo por la figura maternal importante
que yo necesitaba.

“Esta es mi preocupación. Y honestamente, será la de él si te deja ir,” continué con mi tren


de pensamientos. “Él se ha vuelto bastante dependiente de ti. Y ama tu cocina.”

Eso le sacó otra sonrisa. Siendo honesto, ella era una pésima mucama y mi padre traía un
servicio de mucamas tres veces por semana. Pero ella mandaba en esta cosa con puño de
hierro europeo oriental, tomando el cargo de dirigir este hogar y cocinar una comidas
bastante elaboradas.
“Hablando de cocinar, ¿dónde estuviste anoche? No llegaste a casa.”

“Estuve tarde en el cuarto oscuro,” dije mintiendo. “Y me quedé en el mueble ahí.”

“Hmm, Hmm,” dijo ella, sonando sus uñas en mi colchón. “Sabes, ya tienes 18, y no hay
nada que yo pueda hacer si decides pasar la noche con un chico.”

“Yo solo estaba…”

Ella me detuvo con una mira. “Solo quiero recordarte que tengas cuidado.”

“Sabrina, tuvimos esta conversación cuando tenía 14. Realmente no quiero tenerla de
nuevo.”

En serio, trata de tener una charla sobre sex con tu madre sustituta ucraniana. Ella fue
criada en una cultura que era abierta al sexo. Eso fue una información sorprendente para
una niña de 14 años y sin censura. Luego ella me regalo mi primer vibrador. Dudo que
alguna vez me recupere de eso.

“Tienes 18. Espero que ya no me necesites para decirte que hacer con el pene de un
hombre, “dijo ella, ella para hacerme avergonzar, lo cual hice. El café salió de mi taza y
cayó en mi piyama. “Quiero que tengas cuidado.”

Ella colocó una mano sobre su corazón

“Sabrina, no sé lo que eso significa.”

“Amor, cariño. Hablo sobre el amor”

“Soy muy joven para el amor y todo eso,” dije yo discutiendo.

Ella suspiró y sacudió su cabeza. “Yo culpo a tu padre por esto. Nunca has visto el amor.
No has visto a dos personas enamoradas.”

“Claro que los he visto.”

“Nombra alguno.”
Revise una lista mental. “¡Ah! ¡Mis abuelos!”

“Divorciados.”

“Los padres de mi madre, no de mi padre.”

“Lindsey, ellos están divorciados también. ¿Lo recuerdas? Unos 5 años antes que
falleciera tu abuela.”

“Oh, cierto. “ Lo pensé un poco más. Esto era más difícil de lo que pensaba. “¿Qué tal mi
amiga Mallory. Ella y Damon están locos de amor.”

“Hormonas de adolescentes,” dijo ella, apartando la idea. “No es amor, amor verdadero.”

“Entonces, ¿tienes que tener más de 18 para el amor verdadero?”

“Por supuesto,” dijo ella, mirándome como si estuviera loca por asumir otra cosa.

“¿Es un número mágico?”

“De cierta manera, sí. Cuando cumple 18, creces, cambias. Porque se te dice que eres un
adulto, por lo tanto mentalmente te conviertes en uno. El sexo se vuelve algo más que ser
conejos.”

“Eres otra cosa cuando se trata de imágenes mentales,” dije. “¡Pensé que no tendríamos
esta conversación!”

Ella se levantó y besó mi frente. “Ok, eres una chica americana, y te amo. Pero cuídate.”

La miré salir de mi habitación, su figura aún era sensacional para una mujer llegando a los
50 años, y me preguntaba qué era lo que ella había dejado para cuidar de mí por los
últimos 15 años. No recuerdo haberla visto en citas o hablar sobre un novio. Su vida
giraba en torno a mí, parecida a una madre. Una tristeza me llenó. ¿Dio los mejores años
de su vida solo para cuidar a una malcriada malagradecida?

“¿Sabrina?”

Ella se giró para mirarme, su cara aún radiante y tan hermosa como desde cuando yo era
Ella se giró para mirarme, su cara aún radiante y tan hermosa como desde cuando yo era
niña. “Sí, mi vida.”

“Yo también te amo.”

Ella se iluminó.

“No olvides que tu padre viene a casa temprano para celebrar. ¡Compre una caja de Veuve
Clicquout!

“Um, ¿por qué una caja si solo somos nosotros tres?”

“Por ninguna razón,” dijo ella con una sonrisa pícara. “¿Podrías tal vez vestirte bien para
la cena de esta noche? Me encanta ese vestido negro que tienes. El que tiene borde de
plumas.”

“Me harás una fiesta, ¿cierto?”

“¿Qué te hace decir eso?”

“Sabrina, yo les dije que no quería una fiesta.”

“Si tú no te lo pones, yo lo haré.”

“Te verías hermosa con ese vestido,” dije yo.

“A ti se te ve mejor. Que tengas un buen día en el trabajo. ¡Te veo a las 7!”

Ella salió de mi habitación rápidamente para que no hubiese discusión.

Quité las coberturas y revisé mi closet. Sabrina había movido el vestido negro al frente y
al centro. Toqué la tela del vestido. Era muy lindo, el borde de plumas negras le daban un
toque lujosos. Era una lástima que el hombre al que quería impresionar no estaría invitado.

Después de un día aburrido en la oficina – guardar fotos digitales es el equivalente digital


a archivar papeles, e igual de horrible- casi esperaba con ansias ponerme el vestido negro
y disfrutar de mi día. Era jueves por la noche, y ya que pedí el viernes libre, sería un fin de
semana largo para mí.
Cuando el timbre sonó a las 7pm en punto y Sabrina acomodó a los primero invitados,
note que esta fiesta era más para mi papá que cualquier celebración de cumpleaños para
mí. Entró el CFO de Dunn Integrated Technologies junto a su insufrible hijo, quien estaba
dos años detrás de mí en Crystal Springs, la escuela privada élite a la que yo asistía. Su
director de junto estaba junto a él, quien llegó con su hija debutante. Cada vez que el
timbre sonaba, uno de los empleados de mi padre entraba con un adolescente
desinteresado en su brazo.

Con mi mejor amiga Ingrid lejos en Europa por el verano, no tenía ningún aliado en esta
fiesta. Me puse una sonrisa débil e hice un poco de conversación, pero era una agonía.
Para las 7.45pm, ya no podía espera que la fiesta se acabara. Halé a Sabrina a la cocina.

“Estoy tan feliz de que tantos vinieran,” dijo ella con entusiasmo, mientras miraba a los
mesoneros llevar canapés saliendo por la puerta.

“Bueno alguien está ausente,” dije yo. “¿Dónde está mi padre?”

“Oh wow,” ella suspiró. “Michelle dijo que él todavía estaba atrapado en la oficina.”

“Michelle, la secretaria de mi padre, quien me odia, está en mi fiesta de cumpleaños. Pero


mi padre no se molestó en aparecer.”

“Lindsey, lo siento,” dijo ella. “No quiero hacer excusas por él pero su trabajo es muy
importante y algo debió pasar que está tomando su atención.”

“Estás dando excusas por él”.

“Tú sabes que yo no concuerdo con este comportamiento,” dijo ella. “Pero él te ama
Lindsey, de verdad.”

“Parece que el día que Dunn Integrated Technologies tuvo su IPO, y no el día de mi
cumpleaños. Esta es su fiesta, no la mía. ¿Dónde están mis amigos? Pregunté.

“No lo sé, Lindsey, ¿dónde están?” replicó ella. “Ingrid era la única persona que querías
aquí y ella no estaba dispuesta a volar desde Europa. Entonces, ¿a quién se supone que
debía invitar?”

“No lo sé”, dije yo. “¡yo ni siquiera quería esto!”


“Tu padre pensó que sería bueno-“

“Sí, es bueno. Para él. Y él ni siquiera está aquí.”

Agarré una botella de champaña del mostrador y salí por las puertas del jardín. Me senté
cerca del lago de peces koi. El sonido de los tenedores chocando con la vajilla y las
conversaciones salían de la casa. Tomé un gran sorbo de champaña directo de la botella.
Las burbujas cosquilleaban mi nariz y eructé. Sonoramente.

Una voz masculina vino de una silla. “Oye, Lindsey. Feliz cumpleaños.”

“Preston. No sabía que estabas aquí.”

“Mi madre me obligó,” dijo él.

“Gracias por cuidar mis sentimientos,” dije yo.

“Bueno, no quería que pensaras que significaba algo.”

“Preston, no me importa lo que signifique,” dije entre dientes.

“Escuché que estaremos juntos en Stanford.”

“¿Y quién te dijo eso?”

“Tu papá. Lo vi en la cancha de golf el fin de semana pasado.”

Por supuesto que fue mi papa. Agradecí a mis estrellas que los americanos no arreglaban
matrimonios, o sino Preston Biden y yo estaríamos comprometidos.

“¿Pasaste un buen verano?” Él siguió diciendo sin esperar mi respuesta. “Hice una
pasantía en Google este verano. Le encanté a Sergey Brin”

“¿Acaso no eres encantador?”

Mi sarcasmo le pasó por su cabeza. Mientras Preston hablaba y hablaba sobre Google, yo
Mi sarcasmo le pasó por su cabeza. Mientras Preston hablaba y hablaba sobre Google, yo
me tomé casi la mitad de la botella.

“Escuché que estabas en el Examiner. Medios viejos,” dijo él.

“¿Parecido al dinero viejo?” dije yo con hipo.

“¿Qué se supone que significa eso?”

“Lo mismo que los medios viejos.” Dije yo.

La familia de Preston hizo su fortuna con la locura del oro, por lo que él era considerado
dinero viejo en los estándares de California. Había mucho más atractivo snob al hacer una
fortuna en tecnologías que adquiriendo una herencia hoy en día, por lo que se sintió bien
restregar su nariz en algo.

Me levanté rápidamente; la champaña se me fue a mi cabeza directamente. Tambaleé un


poco. “Creo que debo regresar a la fiesta.”

Preston se levantó de la silla. Él me miró de arriba a abajo, lamiendo sus labios. “Sabes,
Lindsey, este año si te llenaste bien.”

“¿me estás diciendo gorda?” dije yo, desafiantemente. Yo sabía lo que él decía, pero
quería evitarlo.

“Tienes curvas ahora. Ya no tienes cuerpo de chico,” dijo él, lanzando una mirada más
cínica sobre mí. “Bueno, no exactamente.”

“De verdad sabes cómo lanzar halagos. ¿Te enseñaron eso en Google?”

Ya comenzaba a balbucear mis palabras. Si iba a llegar al campus para el semestre de


otoño, tenía que empezar a mejorar a soportar el licor.

“Cuidado ahí, marinera.” Dijo él, sosteniendo mi brazo. Él se acercó, su aliento caliente en
mi oído. “Quizás debería llevarte a tu habitación.”

“No hay necesidad,” le dije yo, jalando mi brazo. Él apretó con fuerza.

“Lindsey, tú sabes que mis padres piensan que deberíamos estar juntos,” dijo él, ignorando
“Lindsey, tú sabes que mis padres piensan que deberíamos estar juntos,” dijo él, ignorando
mis intentos de alejarme. “Yo pensé que estaban locos también. Ahora, no estoy tan
seguro.”

“Yo si lo estoy,” dije, empujando su pecho.

Mientras más lo alejaba, más se acercaba. Él movió sus manos desde mis brazos hasta mi
trasero e inclinó su pelvis hacia mí. Un rugido de risas salió desde la casa. Es bueno saber
que la pasaban bien mientras que Preston me manoseaba cerca del banco de peces koi.

“Déjame ir,” dije, luchando.

Él apretó mi trasero como su fueran melones y acercó su boca hacia mi cara. Su aliento
apestaba a whisky. Pensé que iba a vomitar cuando puso sus labios sobre los míos.

De hecho, casi lo hago. Y eso hizo que él me soltara un poco. Con sus manos lejos de mí,
lo empujé, fuertemente. Él se tropezó. Hubo una gran chispa de agua y luego agua cayó en
mi vestido negro. Preston cayó sentado en su trasero en el banco de peces.

Solté una carcajada. Las plumas de mi mojado vestido dejaban agua mientras lo deje
conversando con los peses. Una vez dentro en la cocina. Subí las escaleras y cerré la
puerta de mi cuarto. La botella medio llena de champaña aún estaba conmigo y la puse en
la mesa mientras me quitaba el vestido. Tomé otro largo trago de valentía y me tiré en la
cama, usando solo la lencería La Perla que Arthur me dio. Con mi celular en mano, llamé
a la única persona con quien quería pasar realmente mi día.

Dos tonos, y la llamada cayó en el buzón de voz. Después de otro trago de champaña, lo
volví a intentar. Esta vez no hubo tono. En el tercer intento, decidí dejar un mensaje.

“Oye, um, soy yo, y estoy en una fiesta horrible y este tipo asqueroso trato de manosearme
y lo lancé en un banco de peces koi. Se supone que él será mi esposo. Bueno, digo, si
hubiesen matrimonios arreglados él sería mi esposo. En serio, mi papá lo ama bastante y
yo pienso que es un pendejo. Entonces, sí, una fiesta horrible. ¿Mencioné que es mi fiesta?
Entonces, estoy tomando demasiada champaña y escondiéndome. Así que llámame. Ok.
Chao”

Tan pronto como colgué, deseé haber presionado el botón de borrar. Inmediatamente le
escribí a Jayson:

Acabo de llamar borracha


Su respuesta inmediata: Quién?

No seas tímido. Tú sabes a quién.

Él contestó: ¿Dónde estás y por qué estás borracha?

Mi fiesta de cumpleaños. Horrible. ¿Debería llamarle?

El siguiente texto de Jayson fue inmediato: Suelta. El. Teléfono

Lo digo en serio…

Yo también. Duérmete, linda. Te arrepentirás de todo en la mañana. Besos

Tragué otro poco de champaña y fruncí el ceño frente a mi teléfono. ¿Por qué no me
llamaba? En contra de mi sano juicio, lo llamé nuevamente. Directo al buzón de voz.

“Oye, sí, soy yo otra vez. Aún escondida en mi fiesta. Viendo que haces tú, así que,
¡llámame!
El arrepentimiento me golpeó apenas colgué.

Le escribí a Jayson:

Lo hice de nuevo

Jayson respondió en mayúsculas. ¿QUÉ DEMONIOS TE OCURRE, CHICA?

Champaña, eso es lo que me ocurre.

Él me envió un emoticono con cuernos junto a su consejo: Es la bebida del diablo.


Duérmete.

Jayson tenía razón, por supuesto. Me estiré en mi cama, con el teléfono en la mano. Oh
diablos, ¿qué mal haría una llamada más? Directo al buzón de voz.

“Hola, perdón, es la última vez que te molesto. Estoy algo mareada y mi vestido se mojó
por lo que estoy aquí acostada en una lencería lujosa – la que tú me diste – pensando en
ti.”

Si eso no lograba que me llamara, nada lo haría.


Capítulo Once

El cuarto estaba girando tan rápido que casi no llego al baño a tiempo. Una fuente de bilis
se proyectó de mi boca. Cuando dejé de vomitar, acosté mi cabeza sobre la fría porcelana
del excusado. Jayson tenía razón. La champaña era la bebida del diablo.

Mi corazón se detuvo. Jayson me escribió porque llamé a Arthur borracha. Una vez,
¿cierto? Eso no se sintió bien. Gateé hasta mi cama, moviendo las sábanas hasta conseguir
mi teléfono. Una vez en mi mano, revisé el registro de llamada. Diablos. Tres veces. Lo
llamé tres veces.

Saqué una botella de agua de mi refrigerador y bebí. La hidratación suavizó mi dolor de


cabeza ligeramente, pero todavía tenía un mal sentimiento. Eran más de las 9:00am y tenía
cero llamadas perdidas. Arthur posiblemente pensó que yo era una psicópara.

Después de dos apurados viajes hacia el baño, el veneno estaba fuera de mi cuerpo. Me
sentía temblorosa y miserable, pero al menos el cuarto dejó de girar. Para las 10:30, estaba
casi lista para ir a la cocina y tratar una tostada. Y ahí es cuando el número de Arthur
apareció en pantalla de teléfono.

La emoción condujo al pánico. ¿Qué fue lo que le dije anoche?

“¿Hola?” dije susurrando.

“¡Buenos días!” su voz se proyectó, yo sentí vergüenza.

Antes de poder detenerme, le dije. “¿Podrías bajar la voz, por favor?

Lo escuché reír. “¿Una noche difícil?”

“La mañana ha sido más difícil.”

“¿Aún tienes puesto mi lencería lujosa?”


Mi cara se puso roja. “tengo un abrigo ahora.”

“Que lástima,” dijo él. “Pero probablemente no puedas usar eso en tu sorpresa de
cumpleaños.

“¿Qué sorpresa?”

“Si te lo dijera, ¿sería una sorpresa?”

Yo suspiré. “Arthur, me siento miserable. No hay manera que quiera algo más que
quedarme en mi cama.”

“Sácate la resaca, linda,” dijo él. “Y podemos meter tu cama en nuestros planes.”

“No volveré a tomar champaña.”

“Esto es lo que harás,” dijo él. “Pon un par de gotas de Tabasco en una V8, luego tomas
dos aspirinas, luego te metes a la ducha y te recojo al mediodía.

“Arthur-“

“No aceptaré un no como respuesta,” dijo él. “Mira, sonaste miserable anoche y me siento
mal por no atender tus llamadas. Déjame darte un buen cumpleaños.

“Está bien,” dije yo, sintiéndome mejor. “Pero me encontraré contigo en otro lugar. En tu
casa.”

“¿Por qué no puedo ir por ti?”

“Tengo que hacer una diligencias en tu vecindario,” dije mintiendo. “¿Lo podemos dejar
para las 12:30?”

“Ok, está bien. Pero más tarde que eso no. No quiero que te pierdas…” casi lo dice, pero
se dio cuenta a tiempo. “No podemos llegar tarde.”

“Dime por favor que esta es una sorpresa de zapatos deportivos y jeans.” Le supliqué, no
quería nada de vestidos.
“Jeans y deportivos, perfecto. Pero usa un top. Me gustas en top.”

Casi dos horas después, estaba bañada y tenía puesto mis jeans más cómodos, mis
Converse y un top negro. Mi cabello mojado colgaba hasta mi espalda y unas gafas de sol
me protegían del castigo del brillo del día. El V8 picante y las aspirinas sirvieron, pero aún
me sentía frágil. Esperaba que un almuerzo grasoso fuera parte del plan vespertino.

El portero llamó al apartamento de Arthur. “Él bajará pronto, señorita.”

Enfrié mis talones en el lobby de temperatura controlada, preguntándome por qué no me


invitaba a subir. Después de esperar diez minutos, su trasero espectacular estaba dentro de
unos jeans. Una franela Vans suelta que mostraba sus amplios hombros. Trate de no
babearme, por lo que en vez de eso revisé la hora en mi teléfono. 12:43pm. Él llegó tarde.

Él se acercó, sus ojos grises me inspeccionaban apreciativamente. Él me beso en la


mejilla.

“Feliz cumpleaños, Lindsey.”

“Llegas tarde,” dije yo.

“No se pudo evitar.”

La resaca me tenía al límite. “Tal vez deberíamos reprogramar esto.”

Puse mis lentes sobre mis ojos, escondiendo las lágrimas que se acumularon. “No estoy de
humor para esa mierda de Maestros del Universo. Si tienes trabajo, pues hazlo. Para yo
poder ir a casa y descansar.”

“Nada de trabajo, lo prometo,” dijo él, tomando mi mano y llevándome a la calle donde un
valet había traído su Bentley. “Mira, estaba finalizando los detalles de hoy. Tuve que
mover mucha gente para hacer que esto pasara.”

“¿Para que pasara qué?,” pregunté parada firmemente sobre la acera, negándome a
caminar una pulgada-

“No vas a confiar en mí, ¿cierto?” Sacudí mi cabeza. “No culpes a nadie más que a ti por
arruinar la sorpresa.”
Cuando él sacó el teléfono, me volteé con frustración. “Aquí vamos de nuevo.”

“Lindsey,” dijo él, poniendo su teléfono frente a mí. “Mira.”

Molesta, tomé su teléfono y observé la pantalla. La página web de San Francisco Outside
Lands estaba en el explorador.

“Espera, ¿en serio?” Pregunté, tratando de evitar que mi boca se abriera totalmente. “Pero
eso se agotó desde hace meses.

“Exactamente. Y es por eso que me tardé en bajar. Estaba asegurando un puesto VIP.”

“¿Puesto VIP?”

“Pensé que necesitarías sombra y comida especial después de tu noche,” dijo él, abriendo
la puerta del pasajero. “Y, tuve que enviar a Alfred a buscarte esto, por si acaso.”

Él saco una botella de aspirinas de su bolsillo y la sacudió. Me estremecí con el sonido.


“Ves, supe que era una buena decisión.”

Él cerró la puerta, dejándome en el frío silencio de su Bently mientras caminaba para


meterse al auto en el puesto de conductor.

“Sabes,” dije yo, mientras me acomodaba en su asiento de cuero. “No todos se llaman
Alfred.”

“Lo sé,” dijo él. “El Alfred de hoy parecía más una Alberta.”

Sonreí. “Me alegro que tengas algún nivel de consciencia de que tus mayordomos son
individuos, sin importar lo que Alfred diga.”

“Ouch,” dijo él, saliendo hacia el tráfico de Los Angeles. “¿Soy tan snob?”

“No, en realidad no eres casi un snob,” dije yo. “Solo distraído.”

“¿Distraído?”

“Sí, tú ves a través de la gente, pero no porque sientes que están debajo de ti, sino porque
“Sí, tú ves a través de la gente, pero no porque sientes que están debajo de ti, sino porque
estás consumido por algo. El trabajo, supongo.”

Él ajustó la temperatura en silencio.

“Lo siento, ¿te ofendí?”, pregunté, su falta de respuesta me hacía sentir incómoda.
“Culpemos a la resaca.”

“No, no me ofendiste,” dijo él, aunque el aspecto de su cara me dijo que si toqué un
nervio. “Aprecio tu honestidad. Aunque duela un poco. Pero tienes razón, estoy
consumido por el trabajo. ¿Qué tal si tú me distraes?”

Él me miró, sus ojos permanecieron en mis senos antes de volver a mirar al camino. Él
colocó su mano derecha sobre mi muslo, sus dedos comenzaron a tocarme desde la punta
interna de mi muslo hasta la parte sensible. Cerré mis ojos y un gemido suave salió de mis
labio, con cada movimiento su mano se acerba a mi centro. Yo extendí mi mano y
descansé mi mano sobre el bulto en sus pantalones.

“Con suavidad,” dijo él, dándole un apretón a mi muslo. Yo apreté también, y sentí como
su verga se endurecía bajo la tela. Él dejo salir un respiro lento. “Puede que tenga que
darle la vuelta al auto.”

“¿Se presentarán hoy los Black Keys?”, pregunté, frotando mi mano en su entrepierna. Él
asintió, el bulto en sus pantalones se hizo aparente. “Entonces iremos.”

“Entonces tendrás que quitar tu mano,” dijo él, con su mano aún en mi pierna.

“La tuya primero,” dije yo.

“¿Llevas puesta la lencería lujosa?” dijo él provocadoramente. Mi cara se encendió de


vergüenza por el recuerdo de llamarlo mientras estaba borracha.

“Fue algo lindo,” él me aseguró, y luego me mostró una sonrisa malvada. “Entonces,
¿pantis lujosas?

“Día de lavandería,” dije. “Sin pantis”

Era medio verdad. Tenía muchas pantis, pero esas era del estilo de algodón de las que
Jayson se burlaba. Tenía una selección mínima de ropa interior sexy, incluyendo La Perla
que Arthur me regaló.
“Él apretó mi muslo y su verga creció debajo de mi palma, mi mano aún reposaba en su
regazo. “¿En serio quieres hacer esto?

Yo asentí. “Um, sí.” Dije dándole un apretón a su erección. “Esto puede esperar.”

“No sé.” Dijo él. “Tal vez tengamos que hacerlo en el auto como un par de chicos de
secundaria.”

Miré por la ventana al majestuoso puente Golden Gate y sonreí para mí misma. Su
comentario no estaba tan lejos de la verdad.

Él se acercó al estacionamiento y después de mostrar el boleto en el teléfono, el auto fue


llevado por un valet y nosotros fuimos llevados al salón VIP. Con dos Bloody Mary en el
camino y una orden de tacos de pez Baja y papas Chimichurri, nos acomodamos en
nuestra experiencia Outside Lands.

Para el momento de nuestra tercera cerveza, habíamos probado algunos emparedados,


habíamos escuchado unas bandas locales geniales y los Black Keys estaban a punto de
subir al escenario. Salimos del salón para buscar su escenario. Ambos teníamos en el
estómago lleno y estábamos algo mareados. Arthur puso su brazo alrededor de mí
protegiéndome mientras maniobrábamos a través de la multitud.

Nuestros asientos VIP eran increíbles e incluían servicio de mesoneros, por lo que la
cerveza fluía. Nos sentamos para escuchar a la banda mientras que el sol se escondía en el
horizonte. Arthur se paró detrás de mí con sus brazos a mi alrededor y nos movimos al
ritmo de Little Black Submarines. Con el parque sumido en el atardecer, y la multitud
ebria alrededor de nosotros, nos pegamos más. Arthur metió una mano debajo de mi top,
sus dedos tocando ligeramente mi pezón. Yo respiré hondo mientras mi pezón se
endurecía por su toque. Yo miré alrededor rápidamente pero nadie le prestaba atención a lo
que hacíamos.

“Me encantan tus senos,” él susurró a mi oído, antes de pasar su lengua por mi cuello.
Todavía detrás de mí, con una mano en mis senos, él movió su otra mano por mi
estómago, metiéndola debajo de la cintura de mis jeans. Su mano se posó sobre mi vientre
a centímetros de mi clítoris. Yo empujé mis caderas hacia delante un poco, tratando de
forzar su mano un poco más abajo.

“¿Quieres algo?”, dijo él osadamente. Yo asentí. “Dime lo que quieres.”

Giré mi cabeza hacia él y le susurré al oído. “Tal vez deberíamos irnos.”


“No creo que tengamos que irnos para que me des lo que quiero.”

Su mano bajo más, sobando el exterior de mis labios, los cuales empezaban a inflamarse
por la anticipación. Él metió su dedo en mi humedad y luego se movió para enfocarse en
mi clítoris. Él pinchaba mi pezón con su otro dedo y su erección presionaba en mi trasero.

“Esto te excita, ¿cierto?” Yo susurré.

“¿Qué cosa?”, preguntó él haciendo círculos en mi clítoris.

“Hacer esto en público.”

Su voz era gruesa. “Es peligroso, ¿no crees?”

De muchas maneras, suspiré para mí misma.

Miré de nuevo. Nadie nos prestaba atención y algunas parejas estaban envueltas en sus
placeres. Además, ya no era menor. Pero la cruda exhibición me hacía sentir incómoda.
Era excitante, seguro, pero mi cerebro aún me regañaba por la posibilidad de que nos
atraparan.

“Creo que deberíamos irnos”, dije yo, sacando su mano de mis pantalones. Pero el
movimiento hizo que mi seno izquierdo saliera de mi top.

“Perfecto,” él susurró mientras se doblaba y trabajaba con su boca mi seno. Él movía su


lengua y tocaba mi pezón. Yo empujé sus hombros musculares, metiendo mis uñas.

“Tenemos que irnos,” repetí, “por Favor”

Él reemplazo su boca con su mano, masajeando mi seno. Antes que pudiera protestar más,
su mano cubrió la mía y presionó sobre mi pierna. Sentí su verga palpitar en medio de
nuestras capas de denim.

“¿A dónde quieres ir? Preguntó él, buscando aire. Él bajó mi top y nos dirigimos a la
salida.

“¿Tu apartamento? “Sugerí.


Él me dio una mirada traviesa. La mariposas volaban en mi estómago mientras él tomaba
mi mano y me llevaba entre la multitud del concierto a su auto. Mientras le daba el ticket
al servicio de valet, un hombre de mediana edad, su cara se tornó roja, como alguien que
había disfrutado mucho el alcohol, corría hacia Arthur y le toco la espalda.

“Arthur, amigo,” dijo él, jalando del brazo al delgado rubio. “Ven y conoce a…¿cuál es tu
nombre, linda?”

Ella tambaleó hacia adelante, caminando en unas sandalias imposiblemente altas. “Jessica.
Soy Jessica.”

Una vez recuperada de su casi caída, ella extendió su mano para saludar la de Arthur. Su
pareja se la quitó con una palmada.

“¿Qué eres, un tipo?” él se rió de ella. “Ve a abrazar a esa hermosura allá. Ahora veo que
tan importante era lo que tenías que hacer para dejar la oficina temprano hoy. Cogerte a
una lindura, ¿o no, Arthur? Ella se ve casi tan joven como ésta.”

Él le movió el top de Jessica, exponiendo sus senos por medio segundo. “Que lindas tetas,
muñeca.” Su risa estaba vacía de humor; era cruel.

Mi cara quemaba de ira. “¿Quién es él?” le pregunté a Arthur.

“Nadie,” Arthur trató de evitar. “Trabajo.”

“Sí, trabajo. Algo que ustedes pajaritas no saben nada,” balbuceó el hombre. “Así que te
vas a cogerte a esta?”

Tomé un fuerte respiro, mi ira ya salía a la superficie.

La voz de Arthur era medida, como si hablara con un niño. “Gary, creo que has bebido
mucho.”

Gary, confirmando el punto de Arthur, soltó un pedo. Luego se puso a mi lado, su aliento
ebrio me golpeó la cara. “Si no te vas a coger esto, yo lo haré. Eres una cosita sexy,
¿cierto? ¿Te conozco?”

Quedé sobria de cualquier resaca que tuviera. Gary Fuller, por supuesto. Capitalista
aventurero de medio nivel, siempre empujando su dinero VC sobre mi padre. Lo conocí
hace unos años en un evento de caridad de mi padre. Mi padre no lo consideraba mucho, y
claramente Arthur tampoco.
Fuller se acercó a mí como un tío pervertido y puso un brazo sobre mi hombro. “En serio,
nena. Yo creo que te conozco. ¿Hemos cogido? Creo que cogimos.

“No cogimos, así como elegantemente lo dices,” dije, quitándome su brazo. “Y mantén
sus sucias manos de encima de mí.”

Él rugió. “Tenemos a una escupe fuego aquí. Vamos a ver si eres fuego en la cama,
también.”

Cuando se lanzó hacia mí, con sus labios para buscar un beso. Arthur se metió entre
nosotros y le lanzó un gancho que dejó a Fuller en el pavimento.
“¡Duffort! Pero, ¿qué mierda?” él gimió desde su posición en el piso.

“Creo que necesitas disculparte con mi novia.”

Mi boca se abrió por completo. ¿Él me consideraba su novia?”

“¿Novia?”, resopló Gary, sobando su mentón. “Arthur Dufort no tiene novias, él tiene
conquistas.”

Él hizo un horrible sonido gutural que se suponía que parecía a un orgasmo. Él sonaba
más como una cabra a punto de morir.

El valet trajo el Bentley, y Arthur le dio un gran billete en la mano del chico. “Llámale un
taxi a este pendejo. Mantén a esa amenaza lejos de las calles.”

“Si, señor.” Dijo él, contando la gran propina.

“¿Estás bien?” Arthur preguntó. “Él no te tocó, ¿cierto?”

“Estoy bien,” dije yo, aún aturdida por el comentario de Gary.

Él tomó mi mano y me llevo al asiento del pasajero y abrió la puerta. Me senté y él se


inclinó para darme un largo y profundo beso.

Su boca permaneció en la mía por un minuto, y luego él susurró, “Vamos a averiguar si


eres fuego en la cama.”

Él me guiñó el ojo y cerró la puerta del auto antes que pudiera responder.

Capítulo Doce
Tan pronto como su ridícula puerta decorada de madera se cerraba, Arthur y yo nos
lanzamos a un loco intento de quitarnos la ropa.

“Oops, lo siento, “me disculpé yo. Había jalado tan duro la cremallera del pantalón que el
botón se rompió y salió rodando por su apartamento.” Albert tendrá que buscar una
costurera si quieres volver a usar estos.”

“Compraré unos nuevos,” dijo él, rompiendo las tiras de mi top para llegar a mis senos. Su
respiración era trabajada, con pasión. “Mucho mejor,” dijo él, empujándome contra la
pared. Sus manos eran urgentes y rudas, mientras masajeaba mis senos. Mi concha
clamaba algo de atención.

Yo bajé sus pantalones hasta abajo, su verga luchaba contra sus ropa interior, pidiendo que
la liberaran. Yo traté de bajar su ropa interior pero él tomo mis manos para detenerme.

“Aún no,” dijo él, alejándose de mí. “Quítate los pantalones. Quiero verte.”

Mi aliento se detuvo, y observé su pecho y abdomen perfectamente cincelados.

“No me dejes esperando, Lindsey,” dijo él, reposando en la pared frente a mí.

Yo lamí mis labios y me quité el reto del top. Él empujó su mano dentro de su ropa interior
y sacó su verga. Yo me desabotoné el botón de mis pantalones. Él observaba, su miembro
pulsaba con hambre creciente. Me bajé el cierre. Bajé mis pantalones y los dejé sobre mis
tobillos, pateándolos con mis zapatos. Él frotó su vara, claramente complacido con mi
reciente depilación. Mi entrepierna estaba húmeda por mis jugos.

“Abre tus piernas,” dijo él. “Quiero ver cómo te tocas.”

Electricidad bailó por mi cuerpo a su disposición. Pasé mi mano por mi estómago y


presioné mi palma en mi sexo. Abrí mis piernas, su emoción creció, su respiración se hizo
más rápida. Pasé mis dedos por mis labios inferiores, haciendo que se humedezcan antes
de pasar a mi clítoris. Cerré mis ojos y gemí mientras ondas de placer se apoderaban de
mí.

“Dios, Lindsey. Eres muy caliente,” él gruñó. Sentí su cuerpo junto al mío y sus manos
encontraron mis senos. Él me besó, su boca fuerte y su lengua urgente, mientras sus dedos
tocaban mis pezones hasta que se pusieron rígidos. Mis manos se estremecieron y busqué
su verga. Nosotros estábamos, finalmente, realmente haciendo esto.
“Quiero estar dentro de ti,” él gruño levantándome del suelo. Él me llevo a la habitación y
me puso en la cama.

“Espera un segundo,” dije mientras él me apuntaba con su verga.

“He estado esperando. No puedo esperar más,” él murmuró, su lengua se movía de mi


cuello a la curva de mis senos.

“Necesito decirte algo, es importante.”

Él se detuvo, se quitó de encima y se sentó en la cama a mi lado. Se sintió como si le


lanzara un balde de agua fría. “Ok, habla”

“Debes saber…” comencé, sintiéndome mareada por tomar respiros cortos. “Ok. Necesitas
saber que yo nunca he hecho esto.”

“¿A qué “esto” te refieres?”, dijo él, recostándose en sus codos.

“Esto, esto…” dije mientras mordía mi labio. “Tú sabes, sexo.”

“Espera, ¿eres virgen?” dijo él con sorpresa.

Me rodé para darle la espalda, demasiado avergonzada para verlo. “Digo, he jugueteado
bastante. Créeme, no soy un ángel.” Dejé salir una risa nerviosa. “¿Pero el acto completo?
Aún no le he hecho.”

“¿Alguna razón en particular por la que no lo has hecho?” Preguntó él. Sentí sus labios
tocar mis hombros.

“Realmente no,” dije. “Solo que nunca sentí esa chispa con nadie.”

“¿Hasta que me conociste?”

“Supongo”, admití. “Digo, no quiero que me malinterpretes. No te amo o algo así.” Otra
risa nerviosa salió de mí. “Solo quiero tener sexo contigo.”

Él no dijo nada al principio y mi pánico creció. Dios, fui una idiota. ¿Por qué tuve que
Él no dijo nada al principio y mi pánico creció. Dios, fui una idiota. ¿Por qué tuve que
hablar de amor al principio? ¿Qué clase de idiota habla sobre el amor? Una idiota virgen,
claro.

Pero justo cuando estaba a punto de excusarme de la situación, él presionó su virilidad en


mi espalda y colocó besos en la parte de atrás de mi cuello. Él giró mi cabeza hacia él, y
metió su lengua en mi boca con menos fuerza, menos hambre, seduciéndome en vez de
consumirme.

“¿Estás segura de que quieres hacer esto ahora?” él preguntó mientras se separaba de mí.

“Sí,” yo susurré, pasando mi mano por su pecho y hasta su estómago.

“¿Y estás lista para hacer esto conmigo?”

Yo asentí, deslizando mi mano sobre su cintura a la punta de su trasero. Pasé mis dedos
por sus músculos de su perfectamente formado trasero. ¿En qué momento iba al gimnasio?

“Entonces haremos estoy lentamente,” dijo él, rodándome en mi espalda. Él deslizó su


mano entre mis piernas, separándolas. Yo busqué su verga, pero él alejó mi mano. “No
hagas que te amarre,” él me advirtió y no pude saber si era jugando. “Esto se trata de ti
ahora. Y de lo que voy a hacerte.”

“¿Qué me harás?” pregunté. Luego suspiré cuando pasó sus dedos sobre mis labios
mojados y sus dedos tocando un poco de mi interior.

“Sabes, la mayoría de las terminaciones nerviosas de tu concha están aquí.” Dijo él,
pasando sus dedos por las pliegues internos y luego metiendo un dedo en mi entrada.

Dejé salir una risa suave. “¿Por qué la lección de anatomía?”

“Para que sepas exactamente porque disfrutas esto.”

Él pasó su dedo pulgas por mi clítoris, frotando el lánguido óvalo, mientras él metía un
segundo dedo en mí, abriéndome gentilmente. Yo suspiré porque mi concha pulsaba de
placer.

“Más”, yo susurré. Quería que él me llenara. Él puso los dedos en mis labios nuevamente,
haciendo círculos y presionando dentro de mí. Apreté mis dientes y mientras el placer
crecía.
“Quiero asegurarme que estés lista para mí,” dijo él, girando sus dedos dentro de mí,
empujando cada vez más profundo y presionando mis paredes internas. Sostuve mi
respiración por un segundo. Unas súbitas ganas de orinar me poseyeron. Pero una vez que
el sentimiento desapareció, mi necesidad creció. Lo quería a él. Ahora,

Él se colocó entre mis piernas, sus dedos me trabajaban. Abrí aún más mis piernas para él,
lista para tomar, pero cuando él me pasó y abrió una gaveta en su mesa de noche. Él me
dio una sonrisa pícara y sacó un pequeño vibrador.

“¿Qué vas a hacer con eso?” pregunté. Mi corazón se aceleró de anticipación cuando lo
prendió y escuche un pequeño sonido salir del pequeño juguete rígido.

“Muchas mujeres no acaban en su primera vez,” dijo él. “Quiero desafíes las
probabilidades”

“Necesitará un poco de lubricante,” dije yo, mi respiración se llenaba de necesidad. Pude


haber sido una virgen, pero Sabrina se aseguró que supiera todo del sexo. Y juguetes
sexuales. La dicha de tener una niñera ucraniana.

“Lo tengo,” dijo él. Él sacó una botella de la gaveta junto a un condón. “¿Qué más
escondes en ese cofre de tesoros?”

“Ya habrá tiempo para explorar”, él prometió.

“Dame tu mano,” él dijo. Vertió un poco de lubricante en ella. “Espárcelo por tu clítoris.”

Hice como me dijo bajo su ojo vigilante, cuidadosamente frotándome. Solo un poco de
presión y estaba cerca del límite. Anhelaba la liberación que prometía, pero yo quería
sentirlo a él dentro de mi primero.

Él posicionó la punta de su verga contra mí y cuidadosamente presionó hacia dentro. Mi


respiración se detuvo mientras las piel sensible se estiraba. Arthur se detuvo, observando
mi reacción. Yo asentí para que continuara. Él me dio un poco más. Mordí mi labio por el
exquisito dolor.

“¿Debería detenerme?”, preguntó él, con preocupación en su cara.

“Continúa,” insistí.

“No quiero herirte.”


“Creo que debes tratarla como un adhesivo,” le sugerí. “Arráncalo de una.”

“Haré lo que digas, nena,” dijo él, su voz era ruda. Luego, él empujó hacia mí. Lo tomé
completo hasta la base, gritando por la mezcla de dolor y placer. Él dolor vacía se había
ido, pero se necesitó de una ruptura inicial, atravesándome, para deshacerse de él.

Ahora, completamente dentro de mí, Arthur bombeaba lentamente, estirándome con su


grosor. Con el dolor disminuyendo, me relajé en su movimiento, llevando mi cintura hacia
arriba para encontrar la de él.

“Espera,” dijo él, prendiendo de nuevo el vibrador. Él lo metió entre nosotros,


sosteniéndolo contra mi clítoris. La posición era incómoda, por lo que puse una mano
entre nosotros. Ahora en control del vibrador, yo estaba en un ángulo en donde las
vibraciones se sincronizaban con sus emboscadas. Eso era todo lo que necesitaba para
ponerme sobre el límite, mi cuerpo entero daba espasmos de éxtasis mientras que la
tensión acumulada fluía de mí.

Dejé caer el vibrador y libre de tener que navegar a través de él, Arthur puso mis piernas
sobre sus hombres, colocándose en un ángulo directo hacia mí.

Montando el filo entre el placer y el dolor, lo tomé entero. Su pelvis frotaba mi sensible
clítoris mientras que su verga me penetraba, empujando más rápido hasta que se
estremeció con su final. Él se colapsó sobre mi cuerpo, su verga aun pulsando dentro de
mí.

Arthur me besó, gentil pero profundamente. Luego él cuidadosamente removió el condón,


lanzándolo por encima de la cama hacia el suelo.

“Me encargaré de eso luego,” él me guiñó un ojo y me tomó en sus brazos. “Entonces,
¿primera vez?”

“Sí, primera vez,” dije mientras me acercaba hacia su cálido cuerpo.”

“¿Por qué yo?” su expresión denotaba curiosidad.

“No lo sé exactamente,” dije. “Tal vez fue el elevador.”

“Me sorprende que superaste la universidad,” dijo él.


“No fui,” dije. No era una total mentira.

“Oh, lo siento. Solo lo asumí,” dijo él. “Y eso fue estúpido. Diablos, hasta yo me salí.”

Yo reí por su incomodidad. “Está bien, en serio.”

“No, no lo está,” dijo él, su seria expresión se tornó en una risa traviesa. “Déjame
compensarte.”

Él dejó besos por todo mi cuerpo, deteniéndose en mis senos para juguetear con su lengua
mis pezones, lamiendo hasta mi sexo. Él ligeramente besó mi clítoris y lo frotó con su
lengua.

“¿Me perdonas?”, él murmuró mientras trabajaba mi sexo, lamiendo, probando. Él metió


un dedo dentro de mí y chupó suavemente mi clítoris y toda la sangre se acumuló en mi
entrepierna. Justo cuando metió otro dedo en mí, me estremecí. Sus dedos trabajaron mi
punto G, su boca aún en mi clítoris, la presión se acumuló desde el centro de mi sexo
hacia todo mi cuerpo. Yo no podía soportarlo más, y mis manos se extendieron hacia él,
para halarlo hacia mí. Pero él se negó a liberarme, endureciendo su lengua contra mi
clítoris, trabajándolo más rápido. Yo cerré mis ojos y apreté las sábanas, gimiendo,
alineando mis caderas en su boca mientras él me daba un segundo orgasmo.

Él se acostó a mi lado y me acercó hacia su cuerpo. “¿Estoy perdonado?”, susurró él,


besándome en mi frente.

“¿Qué fue lo que hiciste?” murmuré, feliz y exhausta.

Él rió. “Entonces, no respondiste mi pregunta. ¿Por qué yo?”

“¿En serio necesitas elevar tu ego? ¿Después de lo que acabas de hacer?”

“No se trata de mi ego,” él protesto. “Es que no todos los días la mujer más hermosa con
la que has estado en cama te dice que es virgen y quiere que seas el que cambie eso. Es
halagador, claro, pero la pregunta surge.”

Elevé mis cejas. “¿La mujer más hermosa que has tenido en tu cama?”

“Responde la pregunta.”

Yo suspiré y rodé para mirarlo. “Se sintió bien. Eso es todo.”


“Está bien.” Dijo él, su expresión se tornó pensativa. “¿Te hice daño?”

“¿Qué crees?” yo reí. “Al principio era algo incómodo pero una vez que superé eso…
solo, wow.”

“Creo que no sangraste,” él dijo. “Y yo estaba bastante cerca.”

“Diablos, no pensé en eso,” gruñí, colocando una almohada en mi cara.

“Sábanas negras,” dijo él. “No te preocupes por eso. Yo no me preocupo.” Él me quitó la
almohada de mi cara y me besó. Tenía un sabor a cerveza y sexo.

“¿Tienes hambre?”, pregunté. “Porque estoy pensando en esas frituras belgas.”

“¿En eso piensas? ¿Ahora?”

“Son difíciles de olvidar.”

“Eso es cierto,” dijo él. “Oye, yo debería tener algo de Stella en el refrigerador también.
Le pedí a Alfred que trajera un paquete de seis esta mañana.”

Arrugando mi nariz. “¿Alfred?”

“¿Qué pasa con Alfred?”

“Se siente tan impersonal,” dije yo. “¿Eso no te molesta?”

“Hablas sobre una mucama.”

“Sí, pero no es lo mismo. Ella básicamente es de la familia. Ella es lo más cercano a una
madre que tuve. No es alguien aleatorio llenado mi nevera.”

“¿Me juzgas?”, resopló él, saliendo de la cama.


“No es mi intención juzgar.” Dije yo. Me senté y lo alcancé. Mi mano en su brazo, y lo
halé hacia mí. “Lo siento.”

Lo besé. La sábana se deslizó exponiendo mis senos. Él tocó mi cabello detrás de mi


cuello, pasando su mano por mi cuerpo hasta llegar a mis senos, masajeándolos
fuertemente.

“Ven conmigo a buscar la cerveza.” Dijo él, no era una petición, sino una exigencia.

Salí de la cama. “¿me prestas una franela?”

“No,” dijo él.

“oh… ok.”

Lo seguí por el pasillo hasta la cocina. Él revisó el refrigerador, finalmente sacando dos
cervezas. Él las abrió y me las entregó.

Él caminó hacia la ventana de la sala de estar y miró hacia la ciudad debajo de nosotros.
La luz de luna capturaba cada contorno de su cuerpo. Viendo su forma musculosa hizo que
mi garganta se secara del deseo, por lo que la cerveza fría se sintió bien. Lo miraba
mientras bebía.

“Gracias,” sus palabras interrumpieron mi mirada.

“¿Por qué?”, pregunté, saliendo de mi sueño despierto.

Él se giró hacia mí, su cuerpo en total exposición. “Por elegirme.”

“¿Elegirte?”

“Para ser el primero,” él dijo. “Me siento…”

Se encogió de hombros y se giró. Vi sus músculos de la espalda tensarse mientras subía su


cerveza a su boca. Me acerqué hacia él, abrazándolo.

“Termina lo que ibas a decir,” dije yo con una voz suave.


Él también me abrazó y me besó en la frente. “Necesitas entender que las mujeres con la
que usualmente estoy son… bueno, no son como tú.”

“¡Gracias, capitán obvio!” traté de alivianar el ambiente.

“Lo que digo es que ella tienen los ojos puesto en el premio. Ellas aspiran carreras de
tecnología. Sus ambiciones dictan sus sentimientos.”

“¿Qué tal Eliza?”, pregunté yo, recordando a la hermosura del viñedo. “Ella no tiene nada
que ver con tecnología.”

“Ese es su viñedo,” dijo él, sonriendo por mi cara de sorpresa. “Entonces, Eliza también,
solo en una forma un poco diferente. Ella necesita que la industria tecnológica compre sus
vinos.”

“Todavía no lo entiendo,” dije yo. “Así que atraes a mujeres con ambición. Quisiera
resaltar que yo también tengo ambiciones.”

“No quise decir lo contrario. Pero no me necesitas como escalón para tus ambiciones.”

“¿Y estas otras mujeres?”

Él se encogió de hombros. “A ellas le gusta la sinergia.”

Yo me estremecí. “Esa es una palabra técnica, ¿Cierto? Odio esas palabras.”

“¿Sabes qué? A mí también. “dijo él, terminando su cerveza. Los ánimos subieron.
“¿Sabes lo que me gusta?”

“¿Qué?”, pregunté, mirándolo.

Con eso, Arthur me levantó con sus brazos y me llevó a la habitación nuevamente.

Capítulo 13
Miré mi propia reflexión en el espejo del baño, esperando que mis gafas fueran lo
suficientemente grande para esconder los círculos negros debajo de mis ojos. No
dormimos mucho anoche. De hecho, me sorprende poder caminar normalmente: mi
cintura se siente cansada de la variedad de posiciones que hicimos unas horas antes.

Arthur salió temprano de mi cama para atender algo del trabajo, pero, ya que era sábado,
él entonces limpió su horario, insistiendo que lo pasáramos juntos. Después de dejarme
dormir, él ordenó un desayuno de tostadas francesas y tocineta, junto a un café francés
exquisito, de la cafetería de la cuadra. Cuando era hora de vestirme, sin embargo, me di
cuenta de un problema.

Después de buscar en mi apartamento, encontré mi top en la puerta principal. El frente


estaba totalmente roto. “No creo que pueda usar esto.”

“Revisa mi armario,” ofreció él.

Después de una búsqueda de diez minutos de puros trajes Bespoke, encontré una gaveta
con puros tops. Al colocarme dos, podría dejar la casa sin que me juzgaran por indecente.
Con un par de sus pantaloncillo bajo mis jeans de ayer, no era una modelo de pasarela,
pero al menos estaba cubierta.

El auto de Arthur me esperaba fuera cuando salimos del edificio. Era casi mediodía, el sol
estaba alto en el cielo, y Arthur tenía una cena a las 8 en punto que no podía perderse. Aun
así, la promesa de un día entero juntos se apilaba ante nosotros.

“¿Hacia dónde vamos?” pregunté yo, mientras él se dirigía al puente Oakland Bay.

“No te diré,” dijo él con una sonrisa. Él se estacionó frente a un edificio con aspecto
industrial y lo estacionó en la zona de bomberos. “Espera aquí.”

“Dijiste nada de trabajo-“empecé, pero él se alejó del carro antes que pudiera protestar.
Miré a la fachada de ladrillo, molesta, hasta que salió diez minutos después.

“Creo que debo irme,” dije yo cuando él se montó en el asiento del conductor.
“¿De qué hablas?”

“Me prometiste que no ibas a trabajar hoy.”

“No lo hice,” dijo él, sacando una caja envuelta impecablemente de su bolsillo.

“Oh,” fue todo lo que pude decir. Mi cara se puso roja de vergüenza.

“¿Eso es todo lo que puedes decir?”

“Lo lamento.”

“¿Lamentas qué?”

“Lamento adelantarme a los hechos.”

“Me lo compensarás,” dijo él, entregándome la caja.

“¿Lo haré?”

“Oh, sí, lo harás.” Dijo él, con una sonrisa macabra esparciéndose en su hermosa cara.
“Ahora, ábrelo.”

“Me siento como una idiota,” dije, tocando el lazo de seda.

“¡Deberías! Pero hasta las idiotas reciben regalos de cumpleaños. Ahora ábrelo.”

Rompí el envoltorio de papel y me encontré una pequeña caja de la joyería Sarah Graham.
“No puede ser,” dije yo, removiendo la tapa. Suspiré cuando vi la pieza de joyería
reposando en el terciopelo negro – un hermoso anillo de oro tallado, con dos diamantes,
uno blanco y uno negro.

“Dios, es hermoso,” respiré mientras lo ponía en mi dedo. Me quedaba perfecto. “No sé si


pueda aceptar eso. Debió costar una fortuna.”

Él se alejó de la acera con el auto. “Entonces es bueno que yo tenga una fortuna, ¿cierto?
Aún no terminamos.
“¿No terminamos con qué?”

Él me mostró una sonrisa traviesa y siguió hacia el tráfico. “No hemos terminado con tu
fin de semana de cumpleaños.”

“¿Me darás un fin de semana completo?”

“Tal vez recibas una semana completa,” dijo él. “Si te portas bien.”

Conducimos hasta Sonoma otra vez, pero esta vez su teléfono estaba apagado, el cobertor
del Bentley estaba abajo, y cantábamos (horriblemente) junto a canciones (malas) en la
radio. Después de conducir por noventa minutos, él se estacionó en el viñedo donde
tuvimos nuestra primera horrible cita.

“¿Qué hacemos aquí?” le pregunté mientras el maniobraba en un puesto de


estacionamiento. “¿Quieres repetir?”

“Algo así,” dijo él mientras apagaba el auto. “Yo realmente quiero que veas la gruta.”

“¿De verdad?”, pregunté mientras estiraba mis adoloridos músculos. Lo de anoche fue un
ejercicio. Él saco un par de cobijas de la maleta. Eliza estaba esperando por nosotros en el
pasillo del restaurante, sosteniendo una botella de vino y una canasta de picnic.

“Es bueno volver a verte, Lindsey,” dijo ella besando mis dos mejillas antes de hacer lo
mismo con Arthur. Ella le entregó la canasta y el vino. “Tú sabes hacia dónde ir, solo ten
cuidado donde pisas. Ya no hacemos tours hacia allá abajo, por lo que la vegetación creció
bastante.”

“Muchas gracias por esto, Eliza,” dijo Arthur

“Me gusta verte feliz,” Eliza respondió, su voz era cálida. Luego ella se inclinó hacia mí y
susurró, “Y feliz cumpleaños, Lindsey. Creo que esto es lo más feliz que lo he visto. ¡Y no
está con su maldito teléfono!”

Ella le dio a mi brazo un apretón conspirativo y regresó al restaurante, dejando que Arthur
llevara el camino.

“¿Quieres que lleve algo?” pregunté mientras caminábamos entre raíces enredadas. “Yo
puedo llevar las sábanas al menos. Probablemente más. Estoy acostumbrada a llevar cosas
de mi cámara.”

“No,” dijo él, aferrando todo a su hombro. “Yo me encargo de todo hoy.”

“Pero lo que digo es que no tienes que hacerlo.”

“Lindsey,” dijo él con un poco de exasperación en su voz. “Cállate y déjame hacer esto.
Por favor.”

“No te toco, lo entiendo. “dije yo, siguiéndolo.

“No me tocas por ahora,” me dijo sobre su hombro. “Espero que me toques seriamente
pronto.”

Después de diez minutos caminando, nos dirigimos a un declive empinado. Cuando


llegamos al fondo, una puerta daba señal de una entrada hacia una hermosa cueva. Había
un hoyo en el techo de piedra a lo lejos, del tamaño de una camioneta deportiva, el cual
abría hacia el cielo, el cual iluminaba la pequeña piscina y la cueva.

“Esto es asombroso,” dije yo, caminando cuidadosamente sobre las rocas. “Desearía haber
traído mi cámara.”

“Regresaremos después,” prometió Arthur, esparciendo las sábanas sobre un punto plano
cerca de la cascada.

“¿Crees que esté fría?” Yo asentí hacia el agua mientras nos acomodábamos en las
sábanas.

“Es probablemente el agua más cálida del año,” ofreció él.

“¡Y evitaste totalmente la pregunta!”

“¿Por qué no te metes y lo averiguas?”

“¿Es eso un reto?” dije jugueteando.


Después del camino largo bajo el sol, un chapuzón frío no sonaba mal. Súbitamente, algo
auto-consciente me volteé para quitarme el top.

“¿Crees que esto esté bien?” pregunté, sosteniendo la tela en mi pecho. “Nadie vendrá
aquí, ¿cierto?”

Él rió por mi modestia. “No deberían, es una propiedad privada. Y Eliza dijo que no
enviaban tours del viñedo por aquí. Anda, quítate los pantalones. Estoy disfrutando esto.”

Él quitó el corcho del vino que le dio Eliza y lo vertió en una copa. Él me la entregó. Yo
reajuste mi agarre en la franela para liberar una mano para tomar el vino.

“Vamos, Lindsey,” dijo él. “Deja de esconder tus perlas.”

“Tú primero,” dije yo.

Él se levantó, se quitó la franela. Yo tiré el top al piso, y señalé hacia sus pantalones.
“Ahora tus pantalones.”

Él desabotonó sus pantalones y bajo el cierre. Los bajó de su cintura y los dejó a sus pies.

“Lindos pantaloncillos,” dije, viendo su erección luchar contra la tela de su ropa interior.

“Deja de hacer tiempo.”

“No es justo, tú tienes ropa interior,” Protesté

“No es mi culpa que vinieras sin nada. Desvístete.”

Bajé mis pantalones, pero antes que él pudiera disfrutar de la vista, yo salté a la piscina
debajo de nosotros. Surgí hacia la superficie, temblado. “¡Mierda, esta agua está muy
fría.”

Él soltó una carcajada y se sentó en la cobija. “Estás por tu cuenta ahora.”

Me salí del agua, temblando. “Pensé que habías dicho que estaba tibia.”

“Dije que estaría lo más cálida de este año. Imagina venir en enero. Aunque me encanta lo
“Dije que estaría lo más cálida de este año. Imagina venir en enero. Aunque me encanta lo
que le está haciendo a estos.

Él paso su mano sobre mi pezón endurecido. Me derretí por su calidez, envolviéndolo en


la cobija. Él tocó mi cabello y me acercó hacia él, su boca sobre la mía. Con su otra mano
aun masajeando mi seno, él empujó su pelvis hacia mí. Su erección, escondida por la tela,
jugueteaba con mi concha.

“¿Trajiste algo?”, dije mientras buscaba aire.

“En mi bolsillo,” él dijo, yo busque sus pantalones, mis dedos tocando la tela. “¿Cuál es el
apuro?”

Él jaló mi mano y la metió entre nosotros, colocando mi palma en sus pantaloncillos.


Frotando mi mano en el pre-semen en su punta, yo jalé su masculinidad. Su respiración se
aceleró cuando baje mis manos y toque sus bolas.

“Quítate esto,” exigí yo, mis movimientos lentos por el inflexible algodón.

“¿No eres ansiosa? No creo que me los quite todavía. Él me quitó la mano de sus
pantaloncillos y presionó su escondida erección sobre mi clítoris. Luego él metió su mano
bajo mi trasero y metió un dedo en mi entrepierna. “Ahora, ¿qué es lo que querías?”

Yo gruñí y presioné contra su mano. “Quiero que te quites tus pantaloncillos.”

“¿Qué se dice?”

“¿Por favor?”

“Eso está mejor,” dijo él. “Puedes quitármelos.”

Jalé la ropa interior mientras él subió su cintura, su dedo aun jugaba en mi entrepierna.
Deslicé los pantaloncillos por su trasero, pero su verga hinchada actuaba como un gancho.
Por la terquedad de los pantaloncillos al no querer liberar su virilidad para mí, los bajé de
un jalón, liberando su miembro palpitante mientras él metía dos dedos dentro de mí.
Suspiré por la sorpresa y luego me estremecí de placer.

“Date la vuelta,” ordenó él. “Quiero tu concha aquí, en mi boca.”

Hice lo que me dijo, y gateé de espaldas. Tome la punta de su verga en mi boca mientras
Hice lo que me dijo, y gateé de espaldas. Tome la punta de su verga en mi boca mientras
el jalaba mi cintura hacia él y movía su lengua en mi entrepierna con una lenta y
agonizante lamida. Yo imité su paso, colocando mis labios en su dureza y luego
lentamente regresar a la punta. Él gimió como aprobación, la vibración de sus labios se
sentía en mi clítoris. Ambos jugueteábamos con nuestras bocas. Yo añadí mi mano,
apretando su verga mientras mi boca continuaba trabajando de arriba abajo. Él metió sus
dedos en mi sexo, presionando y jugueteando mi punto G hasta que casi no podía respirar.

“Te necesito ahora.”

En un movimiento gentil, él se alejó y se deslizó debajo de mí, agarrando el condón de sus


pantalones. Una vez puesto, él me puso de rodillas y me tomó por detrás. La punta de su
verga impactó mi hinchado punto G mientras que su mano jugaba con mi clítoris.

“Dios, Arthur,” yo gemí. Mis gemidos hicieron que él empujara más profundo dentro de
mí, cada emboscada presionaba en mi punto más sensible, enviándome hacia un frenesí
hasta que no pude aguantarlo más. Acabé, mis músculos de la pelvis se contrajeron sobre
su verga sólida como roca. Luego, en un explosivo empuje, él acabó también.

Yo colapsé en una de las cobijas, agotada. Él se acostó junto a mí.

“Me encanta lo que cómo me haces sentir,” él admitió, serpenteando su brazo hacia mí y
acercándome hacia él. “Podría acostumbrarme a esto.”

“Yo también,” susurré yo mientras me acercaba a su cuerpo. “Yo también.”

Capítulo 14

Después de una tarde mágica en la gruta escondida del viñedo, yo floté hacia la casa a
través de la entrada de sirvientes, admirando el hermoso regalo de cumpleaños de Arthur.
Mi buen humor disminuyó cuando me encontré con Sabrina, quien estaba batiendo una
taza de café en la mesa de la cocina. Ella se veía alarmada cuando entré.
“Lindsey, gracias a Dios que estás aquí,” dijo ella. “Tu padre te ha estado buscando toda la
tarde”

“¿Dónde está él ahora?”

“En su estudio,” dijo ella manteniendo una voz baja. “Lindsey, ¿Dónde estuviste anoche?”

“Salí con unos amigos,” dije titubeando.

“¿De quién es esa franela?” preguntó ella, sus ojos miraban el top que había tomado
prestado de Arthur. Debajo del top se notaba la ropa interior de Arthur que resaltaba sobre
mis jeans. “¿Y la ropa interior?”

Yo me encogí de hombros. “Estaba en un concierto en el parque cerca del puente y un


idiota derramó cerveza-“

“No me mientas, jovencita,” me interrumpió ella, su voz subió de tono. “Tu padre no tiene
idea que no estabas en tu cama anoche. No me hagas decírselo.”

“Tuve una cita,” admití. “Me fue bien.”

“Obviamente,” dijo ella, con preocupación. “Necesitas hablar con tu padre. Ahora.”

“Pero él piensa que yo estuve en casa anoche, ¿cierto?” susurré.

LA cara de Sabrina se puso pálida. “Por favor, Lindsey, no me hagas molestar más de lo
que estoy.”

Mordí mi labio. Acumulando mi valentía, marché hacia el estudio de mi padre, Sabrina en


mis talones. Toqué la puerta tres veces.

“Pasa”, él ladró.

“¿Papá?”, dije, al mostrar mi cara.

“Lindsey, entra totalmente.”

Entre en su oscuro y frío estudio, y respiré el olor del cuero de los libros que cubrían la
Entre en su oscuro y frío estudio, y respiré el olor del cuero de los libros que cubrían la
pared. Mi padre estaba sentado detrás de su enorme escritorio, con una copa de brandy
cerca de su brazo. Él se veía cansado. Y molesto.

Él señaló la silla frente a su escritorio. “Siéntate.”

Hice lo que me dijo. Sabrina estaba cerca de la puerta.

“Recibí una curiosa llamada esta tarde”, comenzó diciendo, con su mano en la barbilla.
“Gary Fuller”, puse mi talón en el piso. “Cuando ese hijo de perra llama yo sé que son
noticias de mierda. Dice que te vio anoche, en un festival de música. Dijo que tenías un
novio nuevo.”

“¿Novio nuevo?”, hice eco, encogiéndome en la silla.

Él se levantó y me lanzó una copia del San Francisco Examiner en el escritorio frente a
mí. Arthur estaba en la portada. Y estaba mi autoría. Foto de Lindsey Dunn. Yo junté mis
manos para evitar que temblara.

“Fuller dijo que era este idiota. Arthur Dufort. Le dije que no había manera que mi
pequeña niña saliera con un hombre como Arthur Dufort. Ella ni siquiera lo conoce. Y
luego él me dice que consiga una copia de esa revista donde haces tu pasantía. Y que me
lleve el diablo. Arthur Dufort. En la portada. Y tú tomaste la foto.”

Él pausó y me miró, su cara llena de disgusto. Me levanté y me senté derecha, con mis
uñas clavadas a los brazos de cuero de la silla.

“La mayoría de los padres estarían orgullosos que su hijo obtuvo una portada cuando eran
pasantes,” repliqué yo.

“¿Te enseñé a acostarte con la gente para llegar a la cima?”, él replicó casi ladrando. Yo
tomé aire por el impacto de sus palabras. “Este no es un comportamiento aceptable,
Lindsey. Para nada.”

“No sé de qué comportamiento hablas. Estaba haciendo mi trabajo.”

“Entonces, ¿tu trabajo involucra prostituirte a hombres como Arthur Dufort?”

“Steven,” Sabrina dio un paso para intervenir.


“Tú mantente fuera de eso,” él le rugió a ella. “Te culpo en parte por esto. Tú y tu
moralidad europea.

Di un paso al frente también. “No puedes hablarle a ella o a mí de esa manera.”

“¿O qué?” él replicó

“Tengo 18 años. Mi vida personal es asunto mío.”

“No cuando interfiere con mis negocios,” discutió él. “Y acabas de cumplir 18. ¿Me
vienes a decir que no conocías a este hombre antes de ayer?”

Yo permanecí en silencio, mis manos se convirtieron en puños a mis costados.

Él continuó. “Ahora tuve que prometer a ese pendejo de Fuller que le daría acceso
especial a valores especiales en mi compañía que yo solo ofrezco a mis empleados. Todo
para mantenerlo callado.”

“¿Qué diablos importa él?”

“¿Sabes cómo se ve esto? Es como una espía que trabaja para mí o en mi contra. ¿Lo
eres?” dijo con furia. “¿Lo eres?”

“¿Qué pudiera yo decirle a alguien? ¡Yo no sé nada de negocios!”

“Tú sabes que eso es lo que él quiere, ¿cierto? Quiere a un informante. Tú eres su
informante.”

“Oh, por Dios, papá,” dije tratando de mantener mi voz baja por su paranoia.

“Empaca tus cosas, Lindsey,” dijo caminando detrás de su escritorio. “Te vas a Stanford el
lunes.”

“Los dormitorios ni siquiera están abiertos,” dije discutiendo.

“Yo tengo un contacto especial. Abrirán los dormitorios antes de tiempo. Solo para ti.”
“No iré.”

“No tiene opción,” él replicó. “Te vas a la universidad o te largas de mi puta casa.”

“¿Qué pasa si tomo la opción de irme de la puta casa?”

“Considérate desheredada.”

Me congelé con la boca abierta. Los llantos de Sabrina llenaron la habitación. Mi padre se
sentó en si gigante silla, ignorando a ambas.

Me di la vuelta hacia él, mis ojos aún llenos de lágrimas. Parpadeé para contenerlas, me
negaba a dejar que ese hombre viera como me hirió. Abrí la puerta.

“Olvidaste desearme un feliz cumpleaños,” dije sin girarme. “Arthur no lo hizo.”

Yo cerré la puerta detrás de mí. Escuché como su copa de brandy se estrellaba sobre ella.
Luego Sabrina lo comenzó a insultar en ucraniano. Yo me detuve un momento,
disfrutando el sonido de sus insultos hacia él aunque mi padre no los entendiera.

Tomé las escaleras hacia mi habitación, sacando el teléfono de mi bolsillo. Eran después
de las 8, y Arthur estaba en esa cena. No quería llamar e interrumpirlo… un texto sería lo
mejor.

Hola, soy yo. Cuando termines con la cena, me llamas por favor. Necesito hablarte de
algo.

Él respondió inmediatamente: ¿Es malo? ¿Debería llamarte ahora?

Yo sonreí. No…solo… llámame cuando termines.


Él me envió un emoticono de un diablillo como respuesta.

Yo solté mi teléfono en mi mesa de noche y me enrollé en cobertor, demasiado cansada


física y emocionalmente para desvestirme.

Supongo que me quedé dormida porque eran las 5 de la mañana cuando la alerta de texto
me despertó.

Era un texto con un enlace de Valley Wag, un sitio de rumores de Silicon Valley, seguido
por un “¿QUÉ ES ESTO?”

Me restregué el sueño de mis ojos, e hice clic en el enlace. Mi corazón se aceleró mientras
el sitio se cargaba. El encabezado me gritaba a mí. “Fundador de industria tecnológica
atrapado con los pantalones abajo con una menor.” Alguien nos había tomado una foto a
Arthur y a mí en el festival de música de Outside Lands. Él tenía una mano en mis
pantalones y otra en mi top. Yo respiré alivio que mi cara estuviera oscurecida. Pero él no
tuvo tanta suerte.

Revisé el artículo. Fuentes anónimas, bla bla bla. El escándalo podría arruinar la compañía
en su intento de hacer un IPO. Mierda. Había incluso rumores de que la policía San
Francisco lo estaba investigando por “contacto sexual inapropiado” Nada que ver, eso era
demasiado.

Me acosté en posición fetal y leí los detalles sobre todas las escapadas de mujeriego de
Arthur durante los años. Eliza no estaba mintiendo, aunque ella no mencionó que todas las
novias en los brazos de Arthur eran cada vez más jóvenes. Eso no ayudó con la opinión
pública.

Para mi alivio, no salió mi nombre. Pero estaban ofreciendo dinero por una foto clara de
su reciente conquista. Dinero adicional era ofrecido si daban el nombre.

Mi estómago se apretó con el último párrafo. Decía que Dunn Technologies estaría feliz
por esto, ya que aún sin cargos, Steven Dunn obtendría un gran contrato del gobierno
gracias a esto.

Respiré, sin saber qué hacer. Decidí llamar a Arthur, tenía que admitir todo. Nunca
tuvimos sexo hasta que era legal. Yo me aseguré de eso. Él no tenía nada que preocuparse.

Excepto que él no atendía su teléfono para decirle. Iba directo al buzón de voz. Deje un
mensaje de pánico y luego caminé en mi habitación, esperando que él me llamara.

El sonido del lavavajillas en la cocina llamó mi atención. Abrí un poco la puerta y escuché
el sonido de vajillas cayendo. Sabrina probablemente se había levanta y le había hecho a
mi padre un gran desayuno. Ella creía que el camino hacia la paz empezaba con un
estómago lleno. ¿Hacía un desayuno en la oscuridad?

“¿Sabrina? Yo susurré, buscando el encendedor de luces. Las encendí y me encontré cara a


cara con mi padre, parado frente a la cafetera, sosteniendo su taza esperando.

“Papá,” dije. La máquina expulsó su primera corriente de café preparado.

“Lindsey,” él asintió. Sus ojos estaban hinchados y rojos. “¿Viste las noticias esta
mañana?”

Yo asentí. Él giró de nuevo hacia la cafetera. “Te dejaron fuera. Eso es bueno.”

Mi garganta se secó. Valley Wag dejó implícito que la compañía de mi padre se


beneficiaba del escándalo de Arthur. Tragué en seco. “Si Gary Fuller sabía quién era yo,
¿por qué no me identificó con los de Valley Wag?”

“¿Cómo sabes que era Fuller?” mi padre preguntó, aun dándome la espalda.

“¿Quién más podría ser?”, pregunté yo, ignorando las advertencias.

“No lo sé. Cualquiera pudo haberte visto. Con eso que hacían en público.”

Una mezcla de vergüenza e ira se acumuló dentro de mí. La aplaqué y seguí adelante. “Yo
no conocía a nadie allí. Excepto a Fuller.”

“Bueno, él quería lidiar conmigo. Reportarte como la menor que Dufort violó-“

“Él no me violó, papá.” Interrumpí furiosa.


“Aún si dijiste que sí, no tenías edad para tomar esa decisión.”

“Papá, tengo la edad suficiente para tomar esa decisión. No pasó nada-“

Él me interrumpió. “Esa foto era mucho más que nada.”

“Esa foto fue tomada después que cumplí 18.”

“¿Esperas que crea que él mantuvo sus patas alejadas de ti? ¿Acaso leíste todas esas cosas
sobre él? ¿Todas esas mujeres? ¿Todas esas chicas?”

Me senté en un taburete en la mesa de desayuno y masajeé mi sien. “No había nada sobre
chicas. Era mujeres. Todas somos mujeres.”

Él sacudió su cabeza y se giró a la cafetera, la cual había terminado de preparar. Él vertió


un poco en una taza.

“Estás horriblemente calmado sobre esto,” dije con mi sospecha creciendo.

“¿De qué hablas? Estoy bastante molesto que él se aprovechó de ti.”

“Él no lo hice… Sabes, ese no es el punto. El punto es que mi nombre – el nombre de


nuestra familia – está a punto de ser arrastrado en el fango. ¿Por qué estás tan calmado?”

Él tomó la crema del refrigerador y la vertió en su café. “Lindsey, no te pongas histérica.


No hay nada de qué preocuparnos.”

“¿Cómo puedes estar tan seguro? A menos que tú tengas que ver con esa historia de Valley
Wag.

“¿De qué exactamente me acusas? ¿Cómo te atreves a pensar que yo pudiera hacer algo
como eso? ¿Tomar algo privado y llevarlo al público? ¿De verdad crees que te pondría en
peligro?

Lo miré, sin conmoverme por sus protestas.

Él continuó, “Tal vez Arthur plantó eso, ¿lo has considerado? ¿Tal vez él trataba de
Él continuó, “Tal vez Arthur plantó eso, ¿lo has considerado? ¿Tal vez él trataba de
forzarme lejos de este contrato con el gobierno para salvarte de la vergüenza? No conoces
a este hombre, Lindsey, de lo que es capaz. Él es implacable. Violar a una niña de 17 años
no es lo peor, si puedes creerlo.”

“No lo creo,” respondí con mi voz fría y desapegada.

Mi papá sacó una lista de todas las cosas horribles que Arthur había hecho. Negocios
turbios, rumores sobre un matrimonio fracasado, demandas de acoso sexual. Las
acusaciones se hacían peores mientras más hablaba.

“¿Tienes prueba de este comportamiento?” pregunté yo. “Esta ex esposa, ¿Dónde están los
documentos legales para el divorcio?”

“El dinero cubre muchas cosas, Lindsey,” dijo él, con preocupación.

“Oh, entonces, ¿eso es lo que ha cubierto el dinero para ti?”, pregunté. “Eres parte del 1%,
¿A quién jodiste para llegar hasta ahí?”

La cara de mi padre se puso roja de ira. “Esto no se trata de mí. Esto es sobre Arthur
Dufort.”

“Ese no es el Arthur Dufort que yo conozco.”

Él salió de la cocina, hablando sobre su hombro. “Arthur Dufort no es un buen hombre,


Lindsey.”

Capítulo Quince

Era domingo en la tarde y aún no sabía de Arthur. Mi papá se cansó de sentarse en la casa
a monitorearme y fue al campo de golf. Sin tener seguridad de cuando tendría otra
oportunidad como esta, me escapé de la sofocante casa y me dirigí al apartamento de
Arthur.

El portero llamó al apartamento pero luego me rechazó. Estaba a punto de forzar el asunto
cuando mi alerta de texto sonó.

Era Arthur: Detrás del edificio. Usa el muelle de cargas.

Respondí: En camino

Después de dejar el edificio, crucé en la siguiente esquina. Mi nariz me alerto del callejón
lleno de basura antes de verlo. Esperé detrás de la puerta cerca de un basurero saturado.
Algo pequeño estaba raspando dentro del pote, excavando entre la basura.

La puerta finalmente se abrió y Arthur me jaló hacia dentro. La luz fluorescente le dio un
tono extraño a su piel. Su cabello estaba despeinado y círculos negros debajo de sus ojos
lo hacían ver hundido. Usaba una franela rota y unos pantalones deportivos.

“Dios mío, Arthur. ¿Estás buen?” pregunté, pasando mi mano por su barba que ahora
cubría su cara. Verlo tan caído era alarmante. Por medio segundo me preocupé de mi
propia apariencia – pantalones cortos, sandalias, mi propia franela simple y una sudadera.
Mis ojos estaba rojos del llanto.

Pero me preocupé por nada. Él me miró por encima.

“Arriba. Ahora.” Exigió.

Él tomó mi muñeca y me arrastro por el pasillo, empujándome a un elevador de carga. Al


pasar cada piso, el silencio se acumulaba entre nosotros. Él ni siquiera podía mirarme.

Llegamos a su piso, su mano presionaba sobre mi espalda, empujándome hacia el pasillo


de su apartamento. No fue sino hasta que estábamos detrás de su enorme puerta de madera
que me atreví a respirar. Él me pasó por un lado, dejándome sola en el pasillo. Como un
cachorro, seguí sus talones hasta la cocina.
“¿Me quieres explicar eso?” preguntó él, sacando una botella de jugo de naranja de la
nevera.

“¡No hicimos nada malo! ¡Lo juro!”

Él sacó un vaso del gabinete y vertió el jugo, permitiendo que el silencio se acumulara
entre nosotros.

“¿Arthur? Te lo juro, no es como ellos dicen. Nada pasó entre nosotros hasta que cumplí
18. Es por eso que yo-“

“¿Es por eso que seguías jugando conmigo? ¿Diciéndome que no?”

Yo asentí. “Sí, exactamente. Yo espere hasta-“

Él me interrumpió. “Me mentiste.”

“No mentí. Nunca lo hice,” dije yo. Su mirada fría cortaba mi corazón. No podía mirarlo a
los ojos. “Pero hay algo más que necesito aclarar.”

“¿Algo más? ¿Eso es todo?” su voz llena de sarcasmo.

“¿Recuerdas cuando me preguntaste mi apellido y te dije Dunn?”

“Continúa,” dijo él.

Yo continué. “¿Y tú preguntas si éramos parientes y yo dije que era mi padre? ¿y nos
reímos?”

Él trago el juego con un sorbo. “Déjame adivinar. ¿El de verdad es tu padre?”

Salté cuando lanzó el vaso vacío al piso. “Lo siento, pero temía que si te lo decía tú-“

“¿Temor de qué? ¿De que terminara todo contigo?”

Yo asentí. “Nos divertíamos-“


“¿Eso fue lo que era eso? ¿Diversión?”, preguntó él, la frialdad regresó a su voz otra vez.
Esperé que lanzara otro vaso al piso, que me gritara, que me insultar. Cualquier cosa
menos este frío y calculador hombre de negocios frente a mí.

“Fue algo más que diversión,” dije suavemente, tratando de tocar su brazo.

Él repelió mi mando, pero su fachada se rompió. “¿Tal vez esto era un plan de tu padre
todo el tiempo?”

“¿De qué hablas?”

“Este contrato de gobierno es grande. Enorme. Lo suficiente para que mi compañía se


vuelva una IPO si lo obtenemos. Y lo vamos a obtener. O, lo íbamos a obtener. Ahora el
trato debe estar cancelado. Steven Dunn gana nuevamente.”

Lo miré. ¿A qué se refería con mi padre gana otra vez?

“No tengo nada que ver con el negocio de mi padre,” dije manteniendo mi voz.

“En el elevador ese día, ¿salías de la oficina de tu padre? ¿Eras tú?”

“Si, pero-“

Él se movió de la mesa y se acercó. Yo retrocedí hasta la sala de estar, súbitamente


deseando que ese Arthur frío regresara. Él mantuvo sus emociones embotelladas y ahora
estaba a punto de explotar. “En tus altos tacones y esa falda corta, coqueteándome.
Provocándome.”

Mi espalda presionó la pared de ventanas, su cara a solo centímetros de la mía.

Yo susurré, “Yo ni sabía quién eras en ese elevador.”

Él me tomo por la parte de atrás de mi cuello, su boca estaba cerca. “¿Entonces qué fue
todo eso entre nosotros?”

“No lo sé.”
Pasó su lengua por sus labios. “¿Un enamoramiento de colegiala?”

“Es mucho más que eso,” dije yo, mis dedos pasaban por un hueco en su franela. Sus
músculos se tensionaron por mi toque.

Él metió su rodilla entre mis piernas, separándolas. “¿Qué tanto más?”

“Más”, yo gemí mientras él presionaba su rodilla en mi sexo. Yo apreté su pierna entre mis
muslo, mi cuerpo respondía al suyo. Su erección acariciaba mi muslo, solo la fina tela de
su pantalón nos separaba.

Él se alejó de mí súbitamente, dejándome en la ventana temblando de necesidad.

“No te muevas”, dijo él, yendo a su habitación. Él volvió tan rápido como se fue, esta vez
con un condón en la mano. En un rápido movimiento, se bajó sus pantalones, pateándolos
con un pie mientras avanzaba hacia mí, su dura verga derecha como una escopeta. Él se
detuvo a unos pies de mí para abrir el condón y ponerlo en su dureza. Luego él abrió un
botón de mis pantalones y los bajó de mi cintura. Presionando mi espalda hacia el vidrio
frío, él me levantó, dejando caer mis pantalones al piso. Él metió su verga en mi humedad.
Con mi cuerpo balanceado contra la pared, él metió una mano en mi franela, consiguiendo
uno de mis senos. Él lo sacó de mi copa, pinchando mi pezón hasta que llegue al límite de
dolor y placer. Con cada embestida, él se metía más profundo dentro de mí.

“Ahora tienes 18, ¿no?”, su voz se interrumpía con cada embestida.

“Sí,” susurré.

“Entonces puedo cogerte todo lo que quiera”, él gruñó.

“Sí,” respondí cerrando mis ojos mientras me enfocaba en tomar su virilidad con mis
músculos kegel. Una lluvia de emociones surgió de mí y justo cuando comenzaba a llegar
al clímax, comencé a llorar.

“¿Lloras porque te atraparon?”

“No,” dije, ahogándome en mis lágrimas.

Él me penetró más duro y mi espalda se arqueó. “Entonces, ¿por qué lloras?”

“Lo lamento,” yo susurré.


“¿Lo lamentas? ¿Qué lamentas?”, él gruñó.

“Que esto pasara. Por no decirte.”

“¿Qué tanto lo lamentas?”

Él me embistió con fuerza y yo grité.

Arthur se detuvo dentro de mí, “¿Estás bien?”

“Nunca pensé que algo como esto pasaría. Dios, he arruinado tu vida,” balbuceé.

“No arruinaste mi vida,” dijo él, su ira disminuía. “Y ciertamente no arruinaste mi


negocio. Si pierdo este trato, habrá otro más adelante. Pero no estoy feliz por eso
tampoco.”

Contuve más lágrimas. “Lo sé.”

“Tu verga hizo que esperara a que cumplieras 18, eso es algo, ¿cierto? Él todavía estaba
duro dentro de mí, penetrándome. Suspiré al sentir todo su grosor llenándome otra vez.

“Quiero que acabes”, dijo él. Era más una exigencia que un deseo.

“No sé-“comencé.

“Quiero que acabes”, repitió él como si yo no tuviera alternativa.

Yo insistí. “Arthur me estás asustando un poco. ¿Podemos ir más lento? ¿Por favor?”

En respuesta, él me levantó y me llevó al mueble. Él me acostó en los cojines, su verga


aún dentro de mí. Él se quitó su camisa, y yo me maravillé por su belleza, su piel suave y
los cortes de sus músculos. Una vez que él me quitó mi franela y sostén, él jugó con mis
pezones en su boca, alternando en cada lado, hasta que mi hipo de llanto se volvió
gemidos de placer. Entonces, él volvió a embestir con su pelvis, impactando mi punto
preciado con un ritmo seductivo.

La respiración de Arthur cambió, y yo sabía que él estaba cerca de acabar. Enredó sus
La respiración de Arthur cambió, y yo sabía que él estaba cerca de acabar. Enredó sus
manos con las mía.

Yo envolví mis piernas alrededor de su cintura e incliné mi cuerpo para alcanzar sus
embestidas, llegando al clímax. Sus ojos me penetraban, como si me estuvieran viendo por
primera vez. Él puso su frente sobre la mía, penetrando más profundo hasta que él se
estremeció y colapsó, nuestros cuerpos empapados en sudor.

Los cariños post-coito se tuvo que posponer porque el portero llamó al apartamento.
Arthur contestó y su expresión serena se volvió amarga.

“Necesito diez minutos. Diles que los veré en el lobby,”, dijo él, pinchando la punta de su
nariz. Después de una pausa, él dijo, “Está bien. Hazlos subir en 5”

“¿Qué pasó?,” pregunté, levantándome, súbitamente preocupada sobre manchar su


impecable mueble blanco. Arthur estaba en el pasillo y en la habitación, yo lo seguí.

“La policía está aquí,” dijo él subiendo su ropa interior.

“¿La policía? ¿Por qué?

“Asumo que para investigar cargos de contacto sexual inapropiado con una menor,” dijo
con su voz fría. “O habré cometido otro crimen del que no sé nada.”

Yo tragué en seco. “Pero no es verdad.”

Él se encogió de hombros y dejó caer unos pantalones negros casuales y una franela en la
cama. “Mi abogado me dijo que pasaría. Estamos listos.”

Súbitamente noté que estaba desnuda, tomé una de sus almohadas y la puse frente a mí.
“¿Qué puedo hacer?”

Él tomó la almohada, tomándome con ojos fríos. Me moví hacia la pared y puse mis
brazos sobre mis senos. “Tú te escondes aquí hasta que me vaya con ellos. Espera 20
minutos y luego sal por donde viniste, el muelle de carga. ¿Crees que podrás encontrar la
salida?” Yo asentí. “Es posible que haya prensa frente al edificio, por lo que yo tomaré esa
salida. Espero que ellos me sigan, pero en el caso que haya alguien buscando una
noticia… bueno, tú sabes cómo son ellos.”

Asentí nuevamente. Probablemente alguien de mi propio periódico me esperaba allá abajo,


esperando alguna exclusiva sobre el chisme del año.
“No hables con nadie,” él continuó. “Ve directo a casa. Yo estaré en contacto.”

Tragué mi miedo. “No irás a la cárcel, ¿o sí?”

“Le pago a mis abogados demasiado dinero como para ir a la cárcel,” replicó él, mientras
sonaba la puerta.

“Dios, ¿qué hago?”, pregunté, el pánico me llenaba.

“Quédate aquí, no tienen orden. No pueden entrar a mi apartamento. Veinte minutos y


sales por la parte de atrás. ¿Entendiste?

Después de volver a asentirle, él metió su billetera y teléfono en su bolsillo y cerró la


puerta tras él. Yo me acerqué a la puerta y presioné mi oído, tratando de escuchar lo que
sucedía. Lo escuché decir que no podían pasar al apartamento, pero que él iría
voluntariamente con ellos a la estación. Él preguntó si las esposas eran necesarias.

Escuché como se cerraba la puerta frontal y me tumbé en el piso, la fea realidad de la


situación me golpeó en el estómago. Él no hizo nada malo; él estaba pagando por mi
pésimo juicio. Me arrastré hasta el baño a vomitar mi culpa. Pensando que eso era lo
último que quería hacer, seguí el plan de Arthur. Cada paso fue deliberado. Me vestí,
esperé 25 minutos para estar segura, y después de luchar con su enorme puerta de
apartamento, repasé mis pasos hasta el elevador de carga. Escapé, sin que me detectaran
por la puerta del callejón justo cuando el sol se ocultaba en San Francisco.

Capítulo Dieciséis

Un texto me despertó a las 6am. Jayson, escribiendo en mayúsculas que tenía que visitar
un enlace inmediatamente. La dirección era una historia en el sitio de rumores
Gawker.com
Esperando que el sitio cargara, se sintió como un peso de 500 kilos estaba en mi pecho. Mi
estómago saltó cuando una (terrible) foto mía (en la incómoda edad de 13 años) de un
baile de caridad cargó. Una fuente anónima me citó como la conquista menor de edad de
Arthur. Más abajo en la página había una foto de Arthur durante su camino como detenido
en la estación de policías. Él sonrió a la cámara. ¿Estaba siendo petulante o había algo más
en su sonrisa?

Llamé a Arthur inmediatamente. Él atendió después del séptimo tono. “¿Qué paso?”, él
sonaba dormido.

“Ya se sabe,” dije con pánico en mi voz. “Soy yo. En Gawker. Me identificaron.”

“Mierda,” dijo él.

“¿Cómo? ¿Cómo pudieron saberlo? Nadie más sabes sobre nosotros. Nadie.”

“¿Tal vez ese idiota que me identificó la primera vez?”

“¿Fuller? No creo. Tiene demasiado en juego con mi padre para nombrarme.”

El sonido de él sobándose el mentón se escuchaba en el teléfono. “Tal vez fue tu papá”

“¿Mi papá? No puede ser.”

“Tú pensaste que él filtró la historia sobre mí.”

“Sobre ti, sí. Pero él nunca arrastraría mi nombre en esta mierda.”

“¿Estás segura de eso?”, preguntó él.

“Puede que mi padre no sea perfecto, pero él no haría esto. Él trata de protegerme,” dije,
con agudeza en mi voz.

“Odio preguntar, nena. De verdad. Pero andamos metidos en esto y el barro viene de todas
partes.”

Me senté aturdido en silencio por un momento. La voz de mi padre, recitando la lista de


Me senté aturdido en silencio por un momento. La voz de mi padre, recitando la lista de
las indiscreciones de Arthur, hizo eco en mi cabeza.

“¿Y qué tal si fuiste tú?” pregunté, sorprendida por lo calmada que soné.

“No puedes hablar en serio,” él resopló. “¿Por qué haría eso?”

“Mi apellido, el apellido de mi padre, se arrastra junto al tuyo.”

“Por favor. Tú y tu papá solo reciben simpatía. Yo fui el monstruo que te sedujo.”

“Así no es como lo puso el artículo de Gawker,” dije yo. “Une todas las citas derogatorias
sobre mí de esas fuentes anónimas y tienes P-U-T-A. La corte de la opinión pública está
de tu lado.”

“Es Gawker, Lindsey. No se supone que deban mostrar simpatía.”

“Ellos mostraron hacia ti y a hacia mi padre. Me pusieron peor que a una Lolita.”

“Lee la historia siguiente en Jezebel para la perspectiva feminista,” él gruñó, hablando


sobre el sitio de rumor de una contraparte femenina. “Mira, Lindsey, fue una noche larga
con la policía. Estoy agotado y a punto de enfrentar un puto día. ¿Podemos hablar sobre
esto después?”

“¿Quieres hablar de esto después?”, dije furiosa. “¿Por qué no? Eso te dará tiempo
suficiente para arrojar más mierda a mi nombre.

Tan pronto como le corté, mi teléfono sonó. No reconocí el número, pero con la adrenalina
bombeando, decidí contestar.

“¿Habla Lindsey Dunn? Mi nombre es Emily y estoy llamando del New York Post.
¿Quiere comentar sobre las acusaciones-“

Le tranqué con un movimiento de mi dedo, pero casi inmediatamente mi teléfono sonó


otra vez. Tan pronto envié la llamada al buzón, otra llegó.

Le escribí a Jayson:

Estoy recibiendo llamadas del NY Post. ¿Cómo éstas personas consiguieron mi número?
Él respondió: Puede que te hayan hackeado, cariño. Consigue un teléfono temporal. No
des tu número a nadie. (Bueno, excepto a mí)

Me senté sobre mis rodillas, mi vida giraba más hacia el caos con cada vibración de mi
teléfono. Había solo una persona que pudo hacerme esto, y confiaba en él. Contuve las
lágrimas pero estaba cansada de ser fuerte. Mi propia indiscreción juvenil era desfilada
por el internet, humillándome. No hay había manera de borrarla. Mi futuro estaría
marcado por esto. Estaba metida en un escándalo sexual.

Y estaba segura que fue Arthur quien me traicionó.

Capítulo Diecisiete

El Porche Cayenne era vergonzoso. Era ostentoso para un estudiante universitario, pero el
único auto del lote de mi padre que podía meter tantas cajas.

Así que ahí estaba yo, el Porche estacionado en frente de Wilbur Hall, mi dormitorio de
primer año. Los de primer y segundo año no podían estar en el campus todavía, solo los de
tercero y cuarto. Como mi papá lo prometió, sin embargo, Stanford me permitió mudarme
un poco antes. El comedor estaba cerrado, pero recibí permiso especial para comer en uno
de los dormitorios de los pisos altos. Tratamiento especial. Yo era una Dunn después de
todo.

Cerré el carro y salí. Fui alrededor y abrí la maleta para comenzar a luchar con las cajas.
Afortunadamente, había convencido a Sabrina que solo necesitaba la mitad de las cosas
que ella quería empacar, por lo que la caja extra grande se quedó en San Francisco.
Con la primera caja en mi cintura, abrí la puerta del edificio y me dirigí al silencioso
dormitorio. Una serie de escaleras y estaba frente a mi nuevo hogar. Metí la llave en la
perilla y abrí la puerta. El cuarto olía rancio. Tres meses cálidos con ventanas cerradas
hacen eso, supongo. Con mi nariz arrugada, marché hacia el espacio pequeño y solté la
caja en una de mis camas gemelas. Inmediatamente, abrí una ventana para airear el lugar.

Miré hacia la calle. Crothers and Branner Hall, dormitorios de clase alta, estaban llenos de
actividad. Los estudiantes salieron de los autos, sus padres los dejaban para otro año
universitario.

Como la única estudiante en mi edificio, me sentí sola. ¿Por qué no pensé en pedirle a
Sabrina que viniera conmigo a darme una gran despedida? Mis ojos se llenaron de
lágrimas. ¿Qué clase de chica es despedida por su mucama? Inmediatamente me arrepentí
de ese pensamiento. Sabrina era más que una mucama, pero… no era mi madre. O mi
padre.

Limpiando mis lágrimas, bajé las escaleras para descargar el resto de mis cosas. Abrí la
puerta y procedí a marchar las escaleras una y otra vez para llevar mi vida metida en cajas.
El trabajo manual mantuvo mi cuerpo ocupado, pero mi mente seguía regresando a Arthur.

Fue una semana miserable, solo se hizo pasable gracias a flujo constante de comida de
Sabrina y un poco de amabilidad poco característica de mi padre. Una vez que mi
identidad se hizo pública, mi padre contraatacó con amenazas de demandas, llevando a su
equipo de abogados implacables a amenazar a cada medio que ensuciaba mi reputación.

Seguí el consejo de Jayson y conseguí un nuevo teléfono y número, dándoselo solo a un


puñado de personas. Él también, sabiamente, me sugirió que me alejara del Examinar.
Esther hizo todo para que no fuese a trabajar. Súbitamente, yo era la historia. Pude haber
sido uno de ellos, pero los reporteros viven de los rumores y yo era uno caliente. Por lo
que me alejé en casa hasta que Stanford aceptara hospedarme en el campus.

Era probablemente mi viaje #100 en las escaleras y por fin estaba en mi último. Mis
músculos gritaban mientras luchaba para arrastrar la condenada cosa fuera del auto. Una
mano me tocó en el hombro y tomó la caja pesada.

“Permíteme, te ayudo.”

Molesta, me giré para ver al inesperado ayudante. Un chico alto y en forma estaba justo
detrás de mí.

“Lo lamento, no quise asustarte,” dijo con una sonrisa. “Yo llevo esto por ti. Se ve
pesado.”
“Gracias,” dije, quitándome del camino. “Lo es, especialmente después de bajar un millón
de ellas.”

“Lo sentirás mañana,” él dijo, sacando la caja del auto.

“No iré al gimnasio por unos días,” dije. “Bueno, si fuera al gimnasio, lo cual no hago.”

Él sonrió por eso. “Entonces, ¿primer año?”

Yo asentí.

“Estás en el campus temprano. No deberías estar aquí hasta la otra semana.”

“Me dejaron venir antes, no tenía a dónde ir,” mentí, cerrando la maleta del auto y
cerrando las puertas con el remoto.

“Son así de buenos a veces,” dijo él. “Entonces, ¿hacia dónde voy? Ésta es pesada.

“Lo siento,” dije. “Sígueme. Segundo piso.”

Él resopló detrás de mí. “Por supuesto, tengo que trabajar para impresionar a la chica
hermosa.”

Me reí por primera vez en una semana. El sonido me pareció foráneo.

“¿Qué estudias?”, preguntó él, mientras subíamos las escaleras.

“Sin decidirme,” respondí. “Mi padre quiere que estudie ciencias de la computadora.”

“Ah, la carrera favorita de todos los padres de Stanford. ¿Asumo que ese tipo de carrera es
lo que paga el Porche?”

“Um, claro, supongo,” dije, abriendo la puerta hacia el segundo piso.

“Lo lamento, eso estuvo fuera de lugar,” dijo él mientras yo abría la puerta. “Yo tengo uno
de esos. No un Porche, sino un padre que quiere hacer dinero de Ciencias de la
computadora.”
“Claro,” dije yo. Un silencio incómodo nos siguió al pasillo.

“¿Qué quieres estudiar tú?”

“Fotografía,” dije.

“No es el entorno de Stanford.”

“Por eso digo Sin decidirme,” dije, abriendo la puerta a mi habitación. “Puedes dejarla
donde sea. Obviamente no tengo un compañero de cuarto que se queje.”

Después de dejar la caja en medio del cuarto, él camino hacia la ventana abierta. Él señaló
uno de los dormitorios. “Ven a ver, yo vivo en frente, justo ahí. En Branner Hall.”

“Podemos hacer código morse con linternas o algo,” dije yo.

“Pensaba en algo más divertido.”

“¿Qué podía ser más divertido que código Morse con linternas?”, pregunté yo.

“Mi piso tendrá una fiesta más tarde. ¿Por qué no vienes a pasar un rato?”

“¿Una fiesta?”

“Sí, nuestra primera fiesta universitaria” dijo con entusiasmo. “No te preocupes. Es
relajado. Muchos hemos estado en el mismo dormitorio desde hace un tiempo, entonces la
semanas que nos mudamos, traemos bebidas y nos relajamos. No es nada alocado.”

“Suena divertido,” mentí, me era difícil mostrar entusiasmo. Lo último que quería era ir a
una fiesta con un montón de extraños en mi primera noche.

“Invitación abierta, ven si quieres. Me gustaría verte otra vez,” dijo con una sonrisa. “Por
cierto, ¿cuál es tu nombre?”

“Lindsey,” dije, abriéndome hacia él un poco.


“Lindsey,” él saboreó mi nombre. “Soy Rockford, o Rock, así me dicen mis amigos.”

“Ese nombre es poco usual.”

“Soy un chico inusual.”

“Aunque te queda bien.”

“Sólido como una roca”, sonrió, su sonrisa era cálida, genuina. “Ven por la noche. Así sea
por unos minutos. Disfruta la atmósfera de fiesta mientras dure. Una vez que empiecen las
clases, esta universidad es difícil.”

Lo acompañé hasta la puerta y lo miré hacer su camino por el pasillo.

“Tal vez lo haga,” le dije antes que desapareciera.

Capítulo Dieciocho

Para las 9pm, la fiesta “relajada” en Branner Hall parecía estar prendida. La música
sonaba por las ventanas del pasillo, seguido por muchos gritos de fiesta y risas. Sonaba
bacanal, nada como las fiestas de sociedad o los ridículos bailes de secundaria los que era
forzada a asistir.

“Vamos, Lindsey,” murmuré a mí misma mientras revisaba una de las cajas de mi ropa.
“No vale la pena ser una ermitaña. Cuatro años de esto, lo mejor es que te lances.”

Recién bañada, todo lo que quería era acostarme en mi cama y ver Netflix en mi Tablet.
Pero la curiosidad – un poco de soledad – sacó lo mejor de mí.
Con unos jeans ajustados y una franela de Muse liberada de la caja, me cambié hacia un
atuendo apropiado para una fiesta universitario. Guardé mis llames y teléfono en mis
bolsillos y me dirigí hacia Branner Hall.

La puerta exterior estaba abierta, por lo que entré al dormitorio. Era casi idéntico a mi
edificio, por lo que seguí las escaleras y seguí el sonido de la fiesta hasta el tercer piso.
Emergí en un pasillo oscuro lleno de humo de hierba. Las puertas de la mayoría de los
dormitorios estaba abierta, cada uno lleno de gente que la pasaba mejor que yo. Caminé
pegada a la pared, revisando cada cuarto buscando a Rock, después de la quinta puerta
estaba lista para rendirme.

“Carne fresca,” una voz grave se escuchó por el pasillo. Me congelé en el lugar mientras
que una luz de linterna me iluminaba, me sentí bajo un reflector.

“Eso no es carne fresca,” escuché la voz de Rock. “Yo la invité.”

“Hola”, dije limpiando mis ojos y enviando un saludo en la dirección de su voz. La luz de
la linterna era cegadora.

“Que bueno que viniste,” dijo con entusiasmo. “Oye, Cashill, apaga esa maldita linterna.”

“Amigo, eres un corta nota,” Cashill gruñó, pero apagó la linterna de todos modos.

“Gracias,” dije, finalmente pudiendo ver la formidable figura de Rock frente a mí.

“En serio me sorprende verte,” dijo él.

“Yo también,” admití. Noté que él estaba sudando un poco. Era cálido en el dormitorio,
probablemente debido a tantos cuerpos.

Él tomó mi mano. “Vamos, te daré un tour por el lugar.”

Lo seguí mientras él señalaba cada puerta abierta. Un cuarto de dormitorio – con letrero de
neón de Jaegermeister en la pared – era el cuarto de los tragos. Un cuarto tenía los sifones.
El cuarto al final del pasillo era para los fumadores. Aunque esa puerta estaba cerrada, el
humo salía libremente hacia el pasillo. Un cuarto era para los “tragos de chicas.”

“¿Qué tiene un trago de chica?”, pregunté.

“Cualquier cosa con frutas. Y colores,” él respondió.


“Entendí el punto sexista.”

“Oye, yo no los hago, solo los muestro.”

Metí mi cabeza y vi el cuarto lleno de chicas en faldas cortas de verano y sandalias altas.
El motivo del cuarto era kitsch de Florida e incluía flamencos rosados y una piscina
inflable de niños. Estaba llena de agua y un montón de estudiantes universitarios en ropa
interior dándose un chapuzón. Me sentí demasiado vestida y poco vestida al mismo
tiempo.

“Entra, el agua está buena,” gritó una chica que bebía de un coco.

Rock estaba al cruzar la habitación hablando con el cantinero y un grupo de chicas. Sí,
había un bar tiki instalado en un cuarto de dormitorio. Era pequeño, pero era un bar tiki.
Me paré a un lado tratando de acoplarme pero sintiéndome incómoda. Rock me hizo
señas.

“Apuesto que es alguien de Scared Heart. Ellas colegialas católicas se vuelven locas,”
escuche decir al rubio falso después que atravesé un juego de voleibol de playa-

“Cierto,” dijo su amiga. “Conocí a este chico cuya prima iba a Scared Heart. Una zorra
total.”

“Veo que me metí en una conversación intelectualmente estimilante,” dije yo. Ambas
chicas me miraron feo.

“Le decía a Meghan y a Polly que mi padre trabaja con Arthur Dufort y que hay un
contrato enorme del gobierno el cual está en competencia por su compañía y la de Dunn
Technologies. Dunn estaba en la línea para perder el contrato y luego la historia salió.
Buena suerte para Dunn. Potencialmente valiendo billones.”

“Ninguna concha vale esa cantidad de dinero, sin importar lo dulce que sepa,” dijo el
cantinero.

“Bueno, no has probado mi concha,” dijo la rubia coqueteando. “Aún”

“Wow, eso es…wow,” dije yo mientras el cantinero y la rubia se pusieron encima el uno
del otro.

“Y yo te estoy aburriendo,” dijo Rock. “Tengo que recordarme que no todos en Stanford
“Y yo te estoy aburriendo,” dijo Rock. “Tengo que recordarme que no todos en Stanford
están obsesionados con la tenología.”

“No todos,” hice eco.

“Entonces, ¿cuál es tu veneno?”

Me encogí de hombro. “Cerveza, supongo.”

“No encontrarás eso en el cuarto de tragos de chicas. Busquemos cerveza.”

Maniobramos del paraíso tropical falso y nos dirigimos dos cuartos después hacia el
cuarto de los sifones-

“Cinco dólares el vaso. Todo lo que quieras beber.” Dijo el chico con el sifón marcado con
el símbolo femenino.”

“Oh, diablos, no traje dinero.”

“Yo te cubro,” Rock dijo, sacando un billete de cinco y entregándolo.

El chico Pockmark llenó un vaso rojo para mí y me lo entregó. “Le damos a las chicas
cerveza ligera. Para su figura.”

“Gracias,” dije mirando el vaso. No solo era ligero, era pésimo.

Rock hizo el viejo truco de estirarse para colocar su brazo sobre mi hombro. “Lo siento, la
mayoría de los chicos son de ciencias de la computadora. Los cerebritos son sexistas.

“Creo que estoy aprendiendo eso,” dije, moviéndome hacia el pasillo para liberarme de su
brazo sudado. “Está lleno de gente, esto.”

Él me siguió. “¿Quieres ir a un lugar más tranquilo.”

“Estoy bien. El pasillo está bien.”

Una vez el pasillo, noté que algunas mujeres en la fiesta estaban muy reclinadas en la
pared. Miré en uno de los cuartos y vi un número de chicas acostadas en la cama y en el
piso. Pensé mejor en tomar un trago. Tenía un presentimiento que la cerveza ligera tenía
algo más. Eso explicaba el sifón marcado. Y el hecho que las mujeres tenían vasos rojos;
los hombres tenían azules.

“¿Sabes qué?”, pregunté. “¿Habrá agua embotellada?

“Acabas de recibir una cerveza”

“Si pero, quiero evitar deshidratarme. Tú sabes, resacas.”

Su sonrisa parecía más maníaca. “Te escucho.”

“Entonces, ¿agua?”

“En el cuarto de Molly,” él gritó. Alguien le subió el volumen a la música.

“¿Quién es Molly?” grité de regreso, mirando el pasillo buscando una pista.

Él me jaló del brazo, botando mi cerveza. “¡Sígueme!”

Él me llevo a un cuarto con una vibra psicodélica. Este cuarto estaba lleno de parejas
besándose en todas partes. Suelo, camas, incluso vi a unos en un armario abierto.

“Esto es Molly,” dijo Rock, como si me estuviera presentando a alguien. En vez de eso, él
señaló un caja llena de bolsas con cierre hermético. Estaban llenas de una sustancia
cristalina.

“Ah, ok. Molly. Pero con m minúscula,” dije yo.

Como la droga, molly. Bajé mi cerveza y tomé una botella de agua del refrigerador que
Rock abrió. La abrí para asegurarme que el sello no estaba roto. Dejando mi cerveza en el
cuarto de molly, me regresé al pasillo. Rock me siguió de cerca.

“Creo que me voy,” dije.

“Pero si acabas de llegar,” discutió él.

“Ha sido un día largo. Estoy realmente cansada,” bostecé para probarlo. Él lo tomó como
“Ha sido un día largo. Estoy realmente cansada,” bostecé para probarlo. Él lo tomó como
una oportunidad para meter su lengua en mi boca. “Wow, ¿qué diablos haces?” Lo empujé
lejos de mí.

Él soltó una media sonrisa. “Yo me siento bien. Tú también.”

“Dios,” lo empujé otra vez mientras trataba de acercarse. “¡No me pongas tus patas
encima!”
“Oh vamos,” dijo él, “Se quién eres realmente. Sé cómo te gusta.”

“¿De qué diablos hablas?”

“¿Lindsey? Como Dunn. Sí, supe exactamente quién eras al momento de poner mis ojos
en ti. Vi tu foto en Gawker. Eras más joven en ese entonces pero aún eres hermosa.”

“No sé de lo que hablas,” dije, manteniendo mi voz sin emociones. Traté de alejarme de
él, pero agarró mi brazo. Su apretón fue fuerte.

“¿Qué pasa, soy muy joven para ti?” su cálido aliento llegaba a mi oído. “Vamos, quiero
probar esa concha billonaria.”

Él me jaló hacia él y trato de poner su boca sobre la mía. Yo levanté mi rodilla y en un


movimiento le di un rodillazo en las bolas. Por el dolor, él soltó mi brazo.

“Maldita perra,” él gritó. “Estás acabada en Stanford. Acabada.”

“Que se jodan tú y Stanforn,” dije yo. Me giré y salí del pasillo. Pero cuando llegué a las
escaleras, comencé a correr y no me detuve hasta llegar a mi cuarto. Cerré la puerta con
seguro y colapsé en mi cama. Una marea de lágrimas salió de mí. Cuando por fin pude
calmarme, saqué mi teléfono y llamé a Sabrina.

“Lindsey, querida, ¿estás bien?”

“Sí, supongo. “Dije en el teléfono. Le conté lo ocurrido en la fiesta, las palabras salieron
en un flujo catártico.

“Oh, mi linda niña. Lo siento,” dijo ella simpatizando. “No mereces nada de esto. Por
Dios, solo te faltaban un par de días para los 18. Todos están sacando esto de proporción.
Diablos, hasta yo me casé joven.”

“¿Te casaste?” pregunté yo.

“Sí, con un marino mercante. ÉL me sacó de Rusia. Me casé con él cuando llegamos a
Estados Unidos.”

“No me digas,” dije aún con lágrimas, agradecida por las historias de Sabrina. Mantenían
mi mente lejos de la miseria.
“Él era un hombre fuerte. Manos fuertes.”

“¿Qué paso?” pregunté yo.

“Él amaba más el mar que a mí,” dijo ella, con voz sabia.

“¿Cómo puede ser eso posible?”

“Oh, es cierto. Él prefería estar en un bote con otros hombres que en una cama con su
joven esposa rusa. ¿Qué te dice eso?”

Me reí, “Lo siento, no quise reírme.”

“No hay de que disculparse. Es gracioso. Yo me río también”, dijo ella. “Pero él me saco
de Rusia y obtuve mi ciudadanía gracias a eso. Todo pasa por una razón, querida. Hasta
esto.”

“Todo me duele, Sabrina. Mi corazón especialmente.

Su tono era decisivo. “Entonces lo amas.”

“No sé sobre eso,” discutí.

“Escucha tu corazón,” dijo ella. “Sabrá que hacer.”

“¿Qué tal si está equivocado?”

“¿Qué pasa si está equivocado? ¡Eres joven! Este es el momento para cometer errores, no
cuando tengas mi edad. Ahora necesito mi descanso embellecedor. ¿Estarás bien?”

“Gracias, Sabrina. Estaré bien. Te amo.”

“Y yo a ti, querida.” Ella hizo sonidos de besos en el teléfono y colgó.

Me estiré en la cama y pensé en su consejo. Mi corazón no tenía amor para Stanford o


ciencias de computadora. Mi corazón estaba en San Francisco, trabajando para el
Examiner y tomando fotos. Mi corazón latía cuando estaba con Arthur.
Me senté derecha, la neblina en mi cerebro se desaparecía por primera vez en día. Sabía
exactamente lo que tenía que hacer para poner los frenos a este tren de escape. Era tiempo
de que yo controlara la situación. Tomé mi teléfono y marqué.

“¿Jayson? Soy yo. Tengo una idea alocada.”

Capítulo diecinueve

“¿Estás segura de poder con esto, chica?” Preguntó Esther antes de pasar por los pasillos
de las oficinas del Examiner.

Tomé un profundo aliento. “Sí. Estoy bien.”

“Salgamos de esto, entonces. Vamos al salón de conferencias.”

Abrí la puerta de vidrio desde recepción y me dirigí hacia el espacio abierto en el medio
del cuarto de noticias donde todos los reporteros tenían sus escritorios. El cuarto quedó en
silencio instantáneamente, todos los ojos puestos en mí y en Esther. Mi destino, el cuarto
de conferencias, estaba a lo lejos. Se veía hoy más lejos de lo normal. Cada paso que daba
parecía no llevarme más cerca. Esther agarró mi mano y le dio un apretón. Probablemente
tomó menos de medio minuto en llegar ahí, pero se sintió como una eternidad.

Ella abrió el cuarto y me invitó a pasar. Clyde Avery, el reportero de crímenes, estaba
sentado en la larga mesa. Esparcidos en la mesa había café y comida.

“Café, panecillos, fruta, trajeron de todo para ti, chica,” dijo Clyde mientras se levantaba.
Él me envolvió en un gran abrazo de oso. “¿Segura de poder con esto, chica?”

“Eso es exactamente lo que Esther preguntó,” le dije, devolviéndole el abrazo.


“Entonces dejaremos de preguntar,” él me liberó y se sentó, su libreta de reportero lista.

Jayson salió detrás de unas ropas colocadas en el extremo lejano de la habitación.


“Lindsey, ¡ven a elegir un vestido para la entrevista!”

Esther giró los ojos. “Y como verás Jayson está aquí.”

“Es apoyo moral,” dijo él.

“Entonces, ¿por qué tanta ropa, Jayson?” Esther replicó. “Esto no es Vogue, sabes.”

“En caso que ella decida cambiar de aspecto.”

Esther suspiró. “Haremos un retrato después de la entrevista pero, ¿estarás bien haciendo
cándidas mientras hablas con Clyde?”

Yo asentí. “Eres tú quien las toma, ¿cierto?”

“Por supuesto,” dijo ella, levantando una cámara desde su bolsa. “Nadie más que nosotros
en este cuarto.”

“Empecemos,” dije, tomando un asiento frente a Clyde. Jayson se sentó en la silla junto a
mí y arregló mi cabello.

“Lo lamento,” dijo él. “Gajes del oficio. No es que necesites maquillaje, ¿pero querrías un
poco de máscara?”

“¿Y si ella llora?” Esther le replicó desde su puesto en el piso donde ella estaba
cambiando los lentes de la cámara.

“Las chicas que usas máscara no lloran.” Jayson replicó. “Es un seguro contra llantos.”

“¿Podrán ambos callarse, por Dios?,” Clyde les gritó a ambos. “Lindsey, ¿estás lista?”

Yo asentí. “Sí, estoy lista. Jayson, te prometo ponerme maquillaje para el retrato.”

“¿Y estás bien con tu atuendo?”, preguntó él.


Miré la ropa y dije: “Yo creo que sí,” Jayson y yo agonizamos una hora en el teléfono
anoche discutiendo sobre lo que me pondría. Pantalones negros, top ajustado rayado,
zapatos con tacón. Me veía profesional, y seamos honesto, mayor. No como una estudiante
universitaria. O una colegiala. Me veía exactamente como la mujer que Arthur Dufort
querría conquistar.

Clyde presionó grabar en su grabadora. “Diga su nombre y deletréelo para mí, por favor.”

El suspiro de Jayson fue audible. “Tú sabes su nombre. Y cómo deletrearlo.”

Clyde lo miró. “Así es como hago mis entrevistas.”

Jayson le asintió de manera deferente, y yo me tragué una risa.

“Lindsey Dunn”, comencé a deletrear mi nombre.

“¿Conoces a Arthur Dufort?”, él preguntó. Por los sonidos del obturador, sabía que Esther
había comenzado a tomar fotos. Yo reajusté mi asiento.

“Jayson, ¿puedes traerme una botella de agua?”, pregunté, mi boca se sentía de pronto
muy seca. Mi estómago se hizo nudos al escuchar el nombre de Arthur.

Jayson tomó una botella de la mesa, me la entregó y luego se sentó a mi lado. “Tú puedes,
Savs,” dijo él. “Estoy aquí contigo.”

Tomé un sorbo de agua y asentí. “Sí, conozco a Arthur Dufort.”

“¿Cuál es tu relación con él?”

Tomé aire profundamente y lo dejé salir. “¿Creo que saliendo en citas?”

“¿Crees?,” Clyde preguntó, apagando la grabadora. “Lindsey no puedes decir eso.


Necesito que me digas lo que ocurrió. Y necesitas confiar que haré lo correcto por ti. Si no
puedes hacer eso, terminamos esto aquí.”

“Lindsey,” interrumpió Esther. “No nos importa la exclusiva si no estás lista para seguir
grabando. Esto cambiará tu vida.”
“Los rumores ya cambiaron mi vida,” dije. “Lo siento, quiero hablar. Es solo que es difícil
hablar de una relación personal, eso es todo. Nunca tuve que hacerlo.”

“Está bien,” dijo Clyde, encendiendo la grabadora otra vez. “¿Entonces salían en citas?”

“Sí,” dije

“¿Cómo se conocieron?”

“En el elevador del edificio de su oficina. Nos quedamos atrapado durante un terremoto.”

Dejé por fuera la parte de los besos, pensando que íbamos a morir.

“¿Sabías quién era él?,” Clyde preguntó.

“Ni idea. No hasta después, cuando su asistente me persiguió para pedir mi número de
teléfono.”

“¿Él sabía quién eras tú?”

Sacudí mi cabeza. “No. No le dije que mi padre era Steven Dunn. O que tenía 17 años.”

“¿Por qué no?”

“Honestamente, no pensé que me llamaría. Nos conocimos durante un terremoto en un


elevador. Él era un hombre apuesto, un millonario y un tipo bien conectado de Silicon
Valley. Arthur Dufort podría tener a cualquier mujer en San Francisco. ¿Para qué me
querría a mí?”

Jayson respiró fuertemente. “Es tan romántico,” él susurró. Clyde le dio una mirada fea.

“Odio concordar con Jayson, pero lo es,” dijo Esther, mirándome con su cámara. “Clyde,
quítate el sombrero de reportero de crimen. Esto realmente es una historia de amor.”

“Como Romeo y Julieta,” agregó Jayson. “Incluso con familias que se odian. Es
hermoso.”
“Ambos, cállense,” dijo Clyde. “Es una historia de un crimen. Dufort puede que haya
perpetrado un crimen o no. Sexo con una menor lo hace un delincuente sexual. Eso es una
mierda muy-“

“Él no lo hizo,” yo interrumí. “Estaba a una semana de cumplir 18 cuando lo conocí.


Salimos dos veces antes de mi cumpleaños, pero nada ocurrió en esas citas.”

“¿Nada?”, preguntó él, sus instintos de reportero emergieron.

“Nada,” reiteré. “No hicimos, no tuvimos…” Clyde, Esther y Jayson me miraron con
expectativa. Yo apreté la botella, el plástico se rompió en mis manos. “No tuvimos
intimidad hasta que cumplí 18 años.”

“¿Qué pasó?” Jayson preguntó, buscando un panecillo. Sus ojos se ampliaron.

“Dios, Jayson, esto no es la revista Hustler,” dijo Clyde, y luego giró hacia mí otra vez.
“Lo siento, chica. No respondas eso.”

“Está bien,” dije yo. “Tuve un pésimo cumpleaños en casa. Mi padre hizo una fiesta pero
yo no conocía a nadie. Era una excusa para hacer una fiesta para sus asociados de
negocios.

“Que triste,” dijo Jayson.

Me encogí de hombros. “Es lo que es”.

“Eres tan estoica,” dijo él, mordiendo un panecillo.

Esther dejó de tomar fotos. “Jayson estás haciendo una editoria.”

“No soy el que hace la entrevista,” señaló él.

“Ambos tienen que cerrar la boca o los sacaré de aquí,” La voz de Clyde era ruda. “No me
mires así Esther. La historia ya no necesita más cándidas.”

Esther y Jayson se veían apropiadamente regañados.

Yo continué. “En fin, la fiesta era miserable. Yo era miserable. Arthur tenía una sorpresa
para mí la siguiente noche. Me llevó a Outside Lands como regalo de cumpleaños,”
“¿Sabía que era tu cumpleaños, pero no sabía tu edad?” Clyde sonaba escéptico.

“Él me preguntó. Yo me negué a decirle.”

“¿Cómo?”

“Fui reservada-“

Jayson interrumpió. “¡A una dama no se le pregunta su edad!”

“Exactamente,” dije yo antes que Clyde explotara. “Eso fue lo que le dije.”

“¿Por qué?” Clyde preguntó.

“Se considera mala educación-“ comenzó Jayson.

“¿Por qué mentiste Lindsey?” Clyde, preguntó ignorando su frustración con Jayson.

“No mentí exactamente,” dije. “En el momento parecía, no lo sé, ¿sin importancia?
¿Importaba mi edad? Nada pasó entre nosotros hasta que cumplí 18. No pensé que algo
como esto pasaría.

“¿Cómo qué?

“Esto,” dije señalando la habitación. “¿A quién le importa la pareja de Arthur Dufort? ¿O
quién es mi pareja? Él no es Brad Pitt y yo no soy Angelina Jolie.

“Arthur Dufort dirige una compañía de tecnología médica que estaba embarcándose en un
IPO. Tú eres la hija de su mayor competidor.”

“¡Ves! Romeo y Julieta,” Jayson interrumpió.

“No estaba pensando en eso,” expliqué. “Cuando te enamoras de alguien, no piensas con
claridad.”

“¿Ves, Clyde? Historia de amor,” dijo Esther.


“¿Podemos dejar esa parte fuera?” pregunté mortificada que eso había salido de mi boca.

Los ojos de Jayson se llenaron de lágrimas. “¿Nunca se lo dijiste?” Yo sacudí mi cabeza.

Hasta Esther tenía ojos llenos de lágrimas. “Esto venderá bastante periódicos.”

Clyde los ignoró a ambos. “¿Luego qué?”

“Todo pasó tan rápido, más rápido de lo que lo pude arreglar. Alguien filtró la historia en
Vally Wag que él estaba teniendo sexo con una menor. Gawker ofreció efectivo por la
identidad de la menor. Y luego ellos reportaron que la menor era yo.”

“¿Lo has visto?”

Sacudí mi cabeza. “No, no hemos tenido contacto.” Mis propias emociones amenazaban
traicionarme, por lo que cambié mi onda de arrepentimiento por ira. “Necesito decir algo
fuera del aire.” CLyde apagó la grabadora. “Necesito que averigues quien filtró la
información.”

“¿Qué?”

“Habían tres personas que sabían mi identidad. La persona que filtró la relación es un
idiota de VC el cual solo lo hizo para cobrarle un favor a mi padre. No hay manera que esa
víbora tuviera los cojones de dar mi nombre. Fue mi padre o Arthur.”

“No puede ser,” dijo Jayson, “no puede ser posible.”

“Apuesto a que fue Dufort,” dijo Clyde, reclinándose en su silla. “Él tenía todo que ganar
cuando te identificaran. Estabas muy cerca de los 18 para que los cargos se vieran
ridículos.”

“Pero si la molestaba, él se arriesgaba a que ella mintiera y dijera que tuvieron sexo
cuando era menor,” Esther señaló.

“¿Es esto realmente sobre los cargos criminales o sobre la opinión de la gente? Eso haría
caer su negocio sin importar,” Jayson opinó.

Puse la botella en la mesa. “Arthur nunca haría eso.”


“¿No?”, preguntó Clyde. “¿Acaso leíste esa entrevista que hicimos con él?”

Lo miré, mi mente estaba en blanco.

“Sabes, la historia que iba con el retrato de que le tomaste,” dijo Esther. “La que nos metió
en esto desde un principio.” Yo sacudí mi cabeza. “Entonces sabrías que él dejo en
bancarrota a su propio padre.”

“¿Qué?” Pregunté.

“Dufort dejó en bancarrota a su padre,” repitió Clyde. “Él y su padre tenía una compañía
de tecnología médica iMed. Alegó que su padre estaba vendiendo secretos a sus espaldas,
y ¿adivina a quién?”

Crucé mis manos en mi regazo. “¿A quién?”

“Dunn Integrated Technologies.”

Jayson respiró fuertemente. Supongo que no había leído la historia tampoco.

“Pero, él nunca dijo nada,” dije yo.

“Él el malo, chica,” Esther dijo. “Muy malo.”

“Pero mi padre tampoco dijo nada,” discutí.

“Nunca fue comprobado,” Clyde continuó. “Solo rumores. Arthur quebró la compañía y
demandó a su padre. Su padre murió poco después.”

“Entonces hay bastante mala sangre entre iMed y RIT,” dijo Esther.

“¿Qué es lo que ustedes dicen exactamente?” Jayson preguntó. Él alcanzó mi mano y le


dio un apretón.

“No decimos nada. Pero el que tú estuviera tan cerca de los 18 lo hace ver algo empático,”
CLyde, dijo, mirando a otro lado. “Y que tu padre sea el fundador de la compañía que
arruinó la relación de Arthur con su padre.”
“Ves como se ve,” Esther finalizó su pensamiento.

“Tal vez Arthur sabía quién eras desde un principio,” dijo Jayson suspirando. “¿Qué tal si
te vio en el elevador e ideó este plan? Digo, ¿no tenía idea de quién eras? Después de
escuchar esto, no puedes seriamente creer eso.”

Mi cabeza estaba girando. Pensé sobre el frío apartamento de Arthur, sin rastros de familia
o amigos reales. Pensé que era porque era joven y trabajaba todo el tiempo. Pero él era tan
implacable como mi padre. Tal vez él sabía exactamente lo que hacía cuando entró en ese
elevador.

“Entonces ambos tienen algo para arrastrarme en el fango.” Dije, manejando los
pensamientos que volaban por mi mente. “Necesito saber quién fue.”

Esther dejó salir un suave silbido. “Eres un chica ruda. Estos hombres se supone que te
aman y te protegen.”

“Y uno de ellos me traicionó y necesito saber quién fue.” Dije, con mi voz fría.
“Bienvenidos a la vida familiar de 1%. Ricos en efectivo, pero el amor está en baja
existencia.”

Capítulo Veinte

Pasé varias horas en el Examiner, respondiendo preguntas y luego posando para un retrato.
Después de una cena temprana con Jayson, me retiré a mi cuarto oscuro fuera del pueblo a
dormir, encontrando comodidad en un edificio industrial y en el olor de químicos para
procesar fotos. El cuarto pequeño era mi sitio para estar, hasta que un plan a largo plazo
saliera. Stanford no sucedería, lo que significaba que me quedaría sin dinero. Este
pequeño espacio era parte de una cooperación entre artistas, así que era algo que al menos
poseía. Vender el cuarto no era algo considerable, pero podía vivir aquí por un tiempo.

Estiré mi cuerpo después de dormir en el mueble. Mi historia saldría en el periódico en la


Estiré mi cuerpo después de dormir en el mueble. Mi historia saldría en el periódico en la
mañana, por lo que me puse unos pantalones deportivos y una franela gigante. Con una
gorra y par de gafas grandes, pensé que no sería descubierta, especialmente en el lado
industrial del puedo. Salí a buscar desayuno y el periódico.

No había un Starbucks en el vecindario, pero lo que me conformé con una taza de café no
horrible de un deli coreano. Abrí una caja de Pop Tarts y me dirigí a la caja, vigilando el
estante de periódicos. Mi corazón se detuvo cuando vi mi cara en la portada del Examiner.
El encabezado gritaba “La joven tentadora del Titán tecnológico lo cuenta todo” en
verdadera forma de tabloide.

Ajusté mi gorra para tomar una copia del periódico, luego me dirigí a pagar. La mujer
coreana me dio un cambio para mi billete sin mirarme. Enrollé el papel, mi foto
cuidadosamente escondida y salí hacia la calle, haciendo mi rápido regreso a la seguridad
de mi cuarto.

¿La portada? ¿Era la maldita portada? El sonido de mis pies aterrizando fuerte en el
pavimento hizo eco en mis oídos. “¿Joven tentadora” como encabezado? ¿Mis amigos no
me joderán también, cierto?

Con la cabeza abajo, choqué con un hombre quien caminaba frente a la puerta de mi
edificio. El impacto hizo que cayera de espaldas. Una mano familiar me alcanzó y me
levantó. Miré al tipo y vi que era Arthur, con gorra de beisbol y gafas de sol.

“Te he estado buscando,” dijo él.

“¿Cómo sabías donde encontrarme?”

“Recuerdo que mencionaste este lugar, investigué un poco. “

“Claro,” dije yo sacando mis llaves. “Me encontraste. ¿Ahora qué?”

“Necesitamos hablar.

Abrí la puerta. “Entremos.”

Él me siguió hacia el edificio. Mi cuarto oscuro estaba en el segundo piso, por lo que opté
por las escaleras en vez de un pésimo elevador.

“¿Este lugar es seguro” Arthur preguntó mientras subíamos las dos series de escalera.
“¿Más seguro qué? Tuve más problemas en mi primera noche en Stanford que los que he
tenido aquí.”

“¿Qué pasó en Stanford?”

“No quiero hablar de eso.”

“Está bien,” él murmuró.

La puerta sonó y abrió hacia el callado pasillo. Cuatro puertas después estaba el cuarto
oscuro. Tres pasos después, estábamos dentro. Prendí la luz y el pequeño cuarto estaba
iluminado con un fluorescente.

“Ponte cómodo”, dije y señalé al mueble cerca de la pared. Arthur arrugó su nariz.
“Químicos de fotografía,” expliqué. “Te acostumbras.”

Arthur caminó por mi cuarto oscuro, examinó mi gran impresora y las diferentes bandejas
de limpieza que tenía en el lavabo. La pared alejada tenía una cuerda donde colocaba mis
impresiones a secar.

Lancé el periódico en el mueble y me senté a su lado. Con mi taza de café, abrí la caja de
Pop Tarts.

“¿Quieres una?” pregunté, sosteniéndola.

“Desayuno de campeones,” su sonrisa era oscura.

Señalé al periódico. “¿Estás aquí por esto?”

“Estoy aquí porque desapareciste.”

“Tuve que hacerlo”, dije.

“¿Pero de mi vida también?”

“Fui a la universidad,” comencé a explicar.


“¿Solo por esta semana fuiste a la universidad?”

“Ok, por un minuto. Fui a Stanford. Duré una noche.”

“¿Qué sucedió?”

Suspiré. “Un tipo me reconoció. Un estudiante. Quería saber lo que sentía cogerse a una
concha de un billón de dólares.” La expresión de Arthur se volvió ira. “Relájate. Le pateé
las bolas. Problema resuelto.”

“Pero te fuiste de todos modos. Esta mierda te seguirá toda tu vida.”

“No voy a mentir, eso fue parte de todo. Pero mi corazón no estaba en Stanford.”

“¿No? ¿Entonces dónde está?”

“Está aquí,” señalé alrededor del cuarto. “Quiero ser fotógrafa. No hay programa para eso
en Stanford.”

Arthur tomó el periódico. “¿Por qué hiciste esto?”

“Porque era hora de decir la verdad, mi lado de la historia.”

“Eran solo rumores. Esto lo selló.”

“Claro, pero todos asumieron que era yo de todos modos. Tal vez salir a luz, terminar los
rumores y posiblemente eliminar tus problemas legales.” Abrí el paquete y saqué un Pop
Tart. “¿En serio no quieres uno? Es de fresa.”

Él sonrió y tomó uno del paquete. “¿No se supone que debes tostarlos?”

“Es mejor frío.” Dije. “Entonces, ¿esto te ayudará con tus problemas legales?”

“Bueno, hiciste feliz a mi abogado, hasta que se dio cuenta que ya no podría seguir
cobrando.

“Estoy seguro que algo saldrá“


“Eso fue lo que le dije,” dijo él, mordiendo el Pop Tart. “Esto sabe horrible.”

“Tu paladar es demasiado refinado,” dije.

Él miró el resto del dulce en su mano. “¿Por qué desapareciste? Tu teléfono estaba
desconectado. No tenía manera de encontrarte. No me contactaste.”

Mordí mi Pop Tart y consideré su pregunta. “¿La verdad?”

“Creo que es hora de que probemos eso, sí.”

“Alguien me vendió,” dije. “Y no sé si fuiste tú.”

“¿Por qué haría eso?”

Me encogí de hombros. “¿Darle un giro a tu negocio con el gobierno? ¿Destruir el


apellido de mi familia junto con el tuyo? ¿Venganza?

“Yo nunca-“ él comenzó

“Eso no lo sé,” lo interrumpí. “¿Arriesgaría Gary Fuller su relación con mi padre? ¿Haría
mi padre algo así a su propia hija? No tengo idea.”

“Lamento que esto pasara.”

“Es mi propia culpa,” dije. “Tú no tenías idea en lo que te metías.” Guardé mi Pop Tart sin
terminar en el paquete y lo miré. ¿Sabía él en lo que se metía cuando entró en ese
elevador?”

Arthur se levantó. “Entonces, háblame de esta cosa.” Él sostuvo un frasco, cambiando el


tema.

“Ese es un tanque de film,” dije yo. “Lo uso para hacer los negativos.”

“Muéstrame,” dijo él.


“Realmente no quiero-“comencé, pero él me interrumpió.

“Muéstrame,” él repitió.

“Está bien,” dije, levantándome del mueble.

Tomé un rollo de film usado y comencé a preparar los químicos en el tanque. Saqué el
rollo para los negativos y un abrebotellas para abrir el film. Después de enrollar mi cabello
para quitarlo del medio, prendí las luces, dejándonos en completa oscuridad.

“Wow,” dijo él.

“Sí, no te muevas,” dije yo, maniobrando el pequeño cuarto desde mi memoria.

“Pero quiero ver lo que haces,” dijo él.

“Suerte con eso. A menos que hayas traído lentes con visión nocturna.”

En la completa oscuridad, mis otros sentidos se afinaron, y lo escuché levantarse. “¿Qué


haces? Te dije que no te movieras.

“Bien, sigue hablando. Estoy siguiendo el sonido de tu- ¡ouch! Su cadera golpeó el lavabo.

“Te dije que te quedaras quieto.”

Su mano tomó mi hombro incómodamente y se acercó detrás de mí. “Listo, ahora puedo
sentir lo que haces.” Él me abrazó para poder seguir mis movimientos.

Procedí a sacar el film de la botella, lo amarré en el rollo y lo puse en el tanque para poder
empezar el proceso de revelado. Era un poco más lento con Arthur siguiéndome: sus
brazos me amarraban mientras seguía mis movimientos. Su cálido aliento cosquilleaba
una parte sensible detrás de mí cuello. Mi cuerpo reaccionaba a su proximidad, y yo
silenciosamente maldije su traición.

Con el film seguro en su tanque y empezado el proceso de revelado, prendí la luz roja,
llenando el cuarto con un tono carmesí.

“No puedo creer que hiciste todo eso solo tocando,” dijo Arthur, impresionado. “Subir
fotos desde mi cámara digital es demasiado fácil.”
“Pero no es tan divertido,” añadí.

“Definitivamente no,” dijo él. Con el cuarto iluminado para ver formas, esperaba que
Arthur retrocediera pero el bombillo rojo tuvo el efecto opuesto. “’¿Todavía piensas que
fui yo?”, preguntó él, colocando sus labios suavemente en mi hombro.

“No lo sé,” dije y me alejé de su toque.

“¿Qué podría yo ganar?” preguntó él, sus labios juntos.

“Y es más fácil probar que tu…”, me detuve, sin tener idea de cómo llamarnos. “…tu
amiga con derecho tiene 18 años si puedes identificarla.”

“Mi abogado se encargaba de eso,” dijo él. “Y tú fuiste más que una amiga con derecho.”

Resoplé mientras el cronómetro sonó. Abrí el grifo, los tubos del viejo edificio sonaron
por la liberación de la presión de agua, y comenzó a llenar el film con agua. Vertí agua en
el tanque, lo sacudí y lo escurrí. Arthur retrocedió mientras yo me preparaba a repetir el
último paso.

El baño de revelado había termina y era hora de arreglar el film. Sin el sonido de las
tuberías para distraernos, el silencio entre nosotros pesaba como una manta de niebla en el
cuarto.

“Tú no me crees, ¿cierto?” preguntó con la mandíbula tensionada.

Yo agité el tanque, ahora lleno de una nueva mezcla de químicos. “Ya no sé qué creer.”

“Gawker me llamó para confirmar su fuente. Traté de alejarlos de ti.”

“¿Dijiste que estaban equivocados?”

“Mi abogado-“

“¿Así que hablaste con ellos? O uno de tus abogados lo hizo,” yo interrumpí.

“Claro que fue mi abogado. ¿Eres estúpida? No puedo hablar con la prensa-“
“¿Estúpida?” repetí, arrugando una ceja.

“No quise decir eso. Lo sabes.”

“¿Qué querías decir entonces?”

“Estoy frustrado,” dijo él, colocando sus manos en su cabello. Yo mordí mi labio. Él
parecía sexo con pies con su cabello despeinado. “Mi abogado solo supo sobre ti cuando
Gawker llamó para una declaración.”

“Si no fuiste tú, ¿entonces quién? ¿Mi padre?”, pregunté. Él encogió los hombros. Yo
sacudí con más fuerza el tanque de film. ¿Crees que fue mi padre? ¿Qué ganaría él?”

“Simpatía, para empezar.”

El tanque estaba siendo agitado con fuerza. “¿Crees que él arrastraría mi nombre en el
fango por simpatía? Mi papá es implacable. A él no le importa la simpatía.”

“Sí, Steven Dunn es implacable,” la voz de Arthur se elevó. “Yo sé eso. Y sí, él es tan
implacable como para vender a su propia hija.”

Golpeé el tanque. “No. No puede ser. Él puede que nunca gane el padre del año pero,
¿algo como eso? ¿Algo que me seguirá el resto de mi vida?”

Sobrecogida por todo, me desplomé. Lágrimas salieron por mi cara y sin poder
mantenerme de pié, caí al suelo.

Arthur se acercó a mí y me vio llorar. “¿Ahora qué hacemos?”, preguntó él.

Aún sin poder hablar, sacudí mi cabeza y limpié mi cara.

“Necesito que me creas,” dijo él mientras se sentaba en el piso conmigo.

Yo suspire y lo miré bajo mis pestañas. Estaba desesperada por creerle y si no supiera lo
de su padre, probablemente lo haría. Pero saber que su padre se vendió al mío, ¿qué tal si
él quisiera venganza?
Arthur me alcanzó, y con una ternura que nunca había visto, me meció suavemente. Yo
descansé mi cabeza en su pecho y sincronicé mis respiraciones con el ritmo de su corazón,
calmándome. Una vez que deje de hiperventilar, él levantó mi cara. Sus labios encontraron
los míos para un beso suave. Yo serpenteé mis brazos sobre su cuello y lo halé hacia mí,
poseída por una súbita y voraz hambre. Estuvimos separados por una semana y mi cuerpo
sentía la necesidad. Él debió sentirla también, porque él me levantó del piso y me llevó al
mueble. Mis manos trataron de quitar su franela.

“Con calma,” dijo él. “¿Cuál es el apuro?”

“Ha pasado tiempo,” dije yo.

“Demasiado tiempo.” Él me corrigió. “Pero tomemos nuestro tiempo.”

Él se quitó su franela y admiré las sombras que se formaban en su pecho y abdomen. Con
un movimiento simple, él se levantó y se quitó sus pantalones.

Él se movió a tocarme, pero lo detuve. “Quiero mirar,” susurré, tomándolo.

Extendí una mano temblorosa y toqué su pecho. Él se estremeció visiblemente mientras


tocaba con mis dedos su pezón y bajaba a su estómago siguiendo su cinturón de Adonis.
Mi boca siguió mi mano y dejé besos sobre su cintura.

Él quedó de rodillas y sostuvo mi cabeza entre sus manos. Su beso era tentador al
principio y su lengua jugueteaba para abrir mi boca. Pero cuando tomé su virilidad en mis
manos, su boca presionó más fuerte, su lengua penetraba con más intensidad. La humedad
se esparció entre mis piernas y, balanceada sobre mis codos, me quité mis pantalones,
desesperada por remover los obstáculos físicos y psicológicos entre nosotros.

Arthur se movió entre mis piernas, moviéndome de mi posición inestable hacia mi


espalda. Mis piernas estiradas alrededor de su cintura. Su verga presionaba contra mi
húmeda entrada, provocándome con su proximidad.

Mi estómago se apretó por la decepción. “No tengo nada aquí,” dije, mi frustración era
palpable.

ÉL gruño y se puso encima de mí. “Mierda.”

“Quiero sentirte sin nada entre nosotros.” Le susurré, con un deseo imprudente de sentirlo.
“¿Estás segura,” preguntó él. “Podríamos tener más problemas.

“Ya tenemos bastante,” murmuré, colocándome en posición para que su verga entrara.
Suspiré mientras mi concha se acostumbraba a su grosor. Sus embestidas eran lentas, cada
una entrando más dentro de mí, estirándome y llenándome con una presión exquisita que
él solo podía darme. Apreté mis piernas alrededor de él, clavando mis uñas en la piel de su
espalda.

“Dios, te extrañaba,” él susurró mientras me penetraba profundamente. Sin el látex entre


nosotros, sentía cada pulgada de él.

“Yo también te extrañé,” dije, entre pequeños suspiros de placer.

“Te sientes increíble,” él gimió, cubriendo mi boca con la suya.

“Dime más,” murmuré cuando liberó mi boca, sus labios bajaban por mi cuello.

“Extrañaba besarte, sentirte, cogerte”

Su boca tocó mi clavícula. Mi franela estaba de por medio. Él mordió el collar de la


franela y la jaló, rompiendo el frente.

“Esta es la segunda franela que me arruinas,” dije reprimiéndolo, y él me penetró más


fuerte-

“Te compraré otras,” él prometió, su voz llena de deseo. “Si las sigues usando, yo seguiré
arrancándolas de ese cuerpo espectacular.”

Él cubrió mis senos con su boca, mordiendo un pezón. Yo gemí de placer, empujando mi
pelvis para encontrar su embestida.

“Más duro,” dije. “Necesito sentirte.”

“¿No me sientes?” preguntó, incrédulo

“No, digo, realmente sentirte,” dije, mi frustración crecía. “Es como si no pudiera creer
que estás aquí. Haciendo esto.”

Él me penetró más rápido y con más fuera y nuestro deseo llegó al límite. Ambos
Él me penetró más rápido y con más fuera y nuestro deseo llegó al límite. Ambos
empapados en sudor. Nuestros cuerpos chocaron, su verga profunda dentro de mí. Ambos
gemimos y él sacó su verga de mí rápidamente, presionando su vara contra mi estómago,
cubriéndome con su esperma caliente.

Él rodó lejos de mí en el mueble, su verga brillaba de mis jugos. Yo tomé mi franela rota
para limpiar el semen de mi estómago.

“Oye,” dijo él, halándome hacia él. “Saldremos de esto. Juntos. ¿Ok?”

“Tengo que terminar de revelar el film,” dije, alejándome de él, las dudas aún me
consumían. ¿Estaba diciendo lo que yo querías escuchar? Tal vez no era él, tal vez era mi
padre. El pensar en ello era muy doloroso para soportar.

Un teléfono vibrando interrumpió mis pensamientos.

“Tengo que atender esta llamada. Podría ser mi abogado,” dijo él, buscando en el piso su
teléfono.

Yo me aleje de su camino y saqué otra franela de las cajas. Me la puse y regresé a mi film.
Mientras sacaba el film del tanque listo para secarlo, Arthur contestó el teléfono.

“Sí, la encontré,” dijo girando su cabeza, su voz cambió a un susurro. “No, todavía no he
podido preguntarle.”

Con mi espalda hacia él, apreté mis ojos para evitar que se formaran lágrimas. Por
supuesto que me estaba buscando. Ellos me necesitaban para darle una declaración oficial
a la policía. Sin eso, él todavía enfrentaba cargos.

Él colgó a su abogado.

“¿Qué quieres pedirme?”, dije, mi voz casi en llanto.

Él suspiró. “¿Harías una declaración oficial a la policía?”

Señalé el periódico aún en el mueble. “¿No pueden usar eso?”

“Necesitas dar una declaración oficial,” dijo él.


“¿Cómo pueden presentar cargos?”, murmuré. No quería hablar con la policía. “Clyde
obtuvo mi historia porque lo conozco y confío en él. Mientras a menos personas le hable,
mejor.”

Arthur curveó una ceja. “¿Entonces no darás una declaración?”

“¿Lo sabías?”, pregunté.

“¿Saber qué?”

Tomé un profundo aire. “¿Sabías quién era yo? Digo, antes que todo se fuera a la mierda.
Sabías mi nombre, mi nombre completo. Andas en los mismos círculos que mi padre. No
puedo evitar pensar que tú sabías algo sobre mí. Como que tal vez supiera quién era yo en
el minuto que te subiste al elevador.”

Él frunció su ceño. “¿Y por qué habría de perseguir activamente una relación con una
niña?”

Resoplé al escuchar niña. “Porque tu padre se vendió al mío.”

Sin decir una palabra, Arthur se puso su franela y pantalones. Mientras amarraba sus
zapatos, el silencio nos ahogaba. Ahora vestido, lo vi caminar a la puerta sin decir una
palabra.

Colocó su mano en la perilla y finalmente habló, su voz era suave.

“Sé que esto ha sido difícil para ti. Pero pareces olvidar que me has arrastrado contigo.”
Elevó su voz. “Mientras estabas ocupada jugando al adulto, ¿te detuviste a pensar que tal
vez mi vida completa, mi futuro completo y mi compañía completa estaba en juego?”

Él salió de la habitación oscura. Yo salté cuando le tiró la puerta.

Las lágrimas salían de mis ojos mientras sacaba el film de su rollo. Saqué el agua del film,
así como Arthur sacó mi corazón.
Capítulo Veintiuno

“No lo sé, chica,” dijo Esther, mirándome sobre su emparedado. Ella comía su almuerzo
en su escritorio, como todos los días. Excepto hoy, que yo estaba allí para molestarla.

“Vamos, Esther,” dije, dándole mi portafolio, el cual quedó abierto en el escritorio.


“Podría usar los ingresos.”

Ella resopló. “¿Crees que soy el condenado Rockefeller?”

“Esther, me salí de Stanford después de un día. ¿Cómo crees que me deja eso en casa?”

“¿Le dijiste a tu padre?”

Sacudí mi cabeza. “Él no sabe que lo dejé. Me he quedado en mi cuarto oscuro.”

“Bueno, eso es lo que podrás pagar con el pago aquí,” dijo ella, ofreciéndome una papa
frita. La rechacé. “Esto es lo que haremos. Te puedo tomar como independiente.”

“Esther, tendré que pagar una matrícula,” dije.

“Pensé que habías dejado la universidad.”

“Stanford, sí. Pero me inscribiré en el Instituto de Arte de San Francisco.”

Esther arrugó su nariz. “Ya tú sabes cómo manejar una cámara.”

“Esther,” dije. Ella pensaba que la escuela de arte era una pérdida de tiempo. Eso era una
discusión diaria entre nosotras cuando era una pasante. “Ansel Adams fundó el
programa.”

“¿Qué sabía Ansel Adams sobre foto-periodismo?”, ella replicó.


“Tendré más experiencia con las cosas digitales,” dije. “Photoshop y todo eso.”

Ella mordió una papa. “Ok. Molestaré al jefe para pedirle una asistente de edición de
fotografías a medio tiempo. Diablos, podríamos usar una y eso te dará algo constante.
Entre eso y el trabajo independiente, podrás pagar la matrícula. Y yo te compraré el
almuerzo.” Una sonrisa se dibujó en mi cara, mi primera sonrisa real en una semana. Se
sentía extraña en mis mejillas.

“Él debe decir que sí primero, chica,” dijo ella cautelosa después de ver mi sonrisa.

“Puedes convencerlo de todo,” dije, mi entusiasmo crecía. Era hora que algo saliera bien.

“Es lo menos que puedo hacer. ¡Esa historia! Nuestra edición más vendida. Salimos como
héroes,” dijo ella, mordiendo su emparedado. Una gota de mostaza cayó en su camisa.
“Ah, mierda.”

Le entregué una servilleta, y sonreí cortésmente. Habían pasado tres días desde que Arthur
me dejo en el cuarto oscuro. Nada de llamadas, textos, solo una llamada de su abogado
molestándome para que hablara con la policía.

“Hablando de eso,” dije, tocando con mis dedos su escritorio. “¿Encontró algo Clyde?”

“Averigüemos eso. Clyde, ¿estás aquí?” gritó en el pasillo.

“¿Qué quieres?” gritó Clyde desde su escritorio.

“Ven aquí, tus servicios son necesitados.”

“Estoy en el medio de una historia-“

“Y yo estoy en medio de mi almuerzo. Trae tu trasero para acá”

Clyde maldijo en todo el camino al escritorio de Esther. “Esther, te juro por Dios, voy a…
Hola Lindsey. No sabía que estabas aquí.”

Me levanté y lo abracé. “Estoy suplicando trabajo.”


“Contrátala,” le dijo a Esther. “Pero no fue por eso que me llamaron, ¿cierto?”

Esther limpió la mostaza en su camisa con la servilleta. “Dile a la chica lo que


averiguaste”-

Clyde se apoyó en el escritorio de Esther y cruzó sus brazos. Me senté en la silla cuando vi
la expresión en su cara. “No son buenas noticias. ¿En serio quieres saber?”

Asentí, preparándome para escuchar su historia de la traición de Arthur.

“Ok, prepárate,” dijo él. “La información salió de la oficina de tu padre.”

Sacudí mi cabeza, sin poder procesar sus palabras. “Espera, ¿salió de dónde?”

“Dunn Integrated Technologies,” dijo él. “Específicamente su equipo de relaciones


públicas.”

“¿Equipo de relaciones públicas? ¿El de mi padre?”

“Sí, el de tu padre,” él repitió.

“¿Estás seguro” Esther preguntó.

“Completa seguridad,” dijo él.

“¿Quién es tu fuente?”, pregunté.

“Lindsey, sabes que no puedo decirte eso,” dijo él.

“Pero, ¿tu fuente es confiable?” preguntó Esther. “A eso te refieres, ¿verdad, Lindsey?”

Asentí. Mi cuerpo estaba dormido.

“Esta persona nunca me ha dado una pista equivocada,” dijo él. “Lo siento, chica.”

Me mordí mi uña del pulgar. “¿Qué hago ahora?”


Él encogió los hombros. “Yo conseguí la información, lo que hagas con ella depende de ti.
¿Y qué se yo sobre este tipo de cosas? Tres ex esposas y un hijo que casi no me habla.”

“No me mires a mí,” dijo Esther. “Un esposo muerto y es mejor así.”

“Que buen grupo somos,” dije, dando una pequeña sonrisa. “Bueno, al menos sé la verdad.
Y le debo a alguien una gran disculpa.

“No era lo que esperabas, ¿cierto?” preguntó Esther.

“¿Honestamente? No. Pensé que era Arthur.”

“Yo apostaba que era él también,” Clyde admitió. “Lo siento, chica.” Él le dio un apretón
a mi hombro y regresó a su escritorio.

“¿Es posible que su equipo de relaciones públicas actuara por su cuenta?” preguntó ella
después que él se fue.

Sacudí mi cabeza. “¿Cómo sabrían ellos? Mi padre sabía.”

“No te envidio,” dijo ella. “Sé que tenías una relación difícil para empezar.”

Mi risa se llenó de amargura. “Esto es algo muy bajo, hasta para ese hombre.”

“¿Entonces qué harás?”, preguntó ella.

“He tenido bastante tiempo para pensar en eso,” dije, sacando mi celular. “Él me arruinó
para el beneficio de su negocio. Es hora de devolver el favor.”

Capítulo Veintidós
Temblaba en ese elevador, el sudor salía incómodamente de mi espalda. Alisaba el frente
mi traje Stella McCartney una y otra vez. Mi abogado, Harold Steiner, me miraba y me
daba una sonrisa reconfortante. Él era un hombre alto, con cabello plateado y hombros
amplios que complementaban una figura en forma. Su reputación en la corte era de un
pitbull y su presencia recordaba eso. Acompañada del Sr. Steiner de un lado y un servidor
de procesos en el otro, me debí sentir intocable. Que lastima que su confianza no se
contagiara.

El elevador sonó y la puerta se abrió cuando llegamos a nuestro piso. Caminamos en el


aire frío de las oficinas acondicionadas de Dunn Integrated Technologies. La recepcionista
nos dio la bienvenida cordialmente, hasta que se dio cuenta que nuestra visita no sería algo
agradable.

“Lindsey, no puedes ir allí adentro,” ella me llamó cuando le pasé por un lado directo
hacia las oficinas. “Lindsey, ¡no me hagas llamar a seguridad!”

Yo marché con los dos hombres a través de un laberinto de cubículos hasta que llegamos a
las oficinas de relaciones públicas de RIT y su equipo de mercadeo.

“Es ella,” dije, señalando a la mujer de cara severa, cabello negro recogido. Era la mujer
que casi nos choca cuando Arthur y yo tuvimos nuestra cita en Hi Tops. Ella se veía
familiar en ese entonces, pero no podía ubicarla en algo conocido.

“¿Srita. Mara Delany?” el servidor de procesos preguntó, entregando una citación al


director de relaciones públicas de Dunn Integrated Technologies.

La cara de Mara se volvió casi demoníaca mientras leía el papel. “¿De qué trata esto?”

“Usted y el sr. Steven Dunn de Dunn Integrated Technologies han sido citas para
comparecer en una corte para responder una demanda de parte de la srta. Lindsey Dunn,”
dijo mi abogado. “La veremos en la corte.”

“¿Lindsey? ¿De qué trata todo esto?” la voz de mi padre rugía en la oficina.

“Es él,” mi abogado le dijo al servidor de procesos, quien se acercó a mi madre y le


entrego el documento legal. Con su trabajo hecho, él se volteó y se dirigió a la salida.

Mi abogado asintió. “Sr. Dunn, lo veremos en la corte también.”


“No tan rápido,” dijo mi padre, tomándome del brazo. “Quiero saber de qué trata todo
esto.”

“Señor, usted puede leer la citación. Debe dejar ir a mi cliente a menos que quiera que
pongamos un cargo de asalto a todo esto.”

Mi padre se puso rojo de ira pero soltó mi brazo mientras leía la citación.

“Lindsey,” dijo negociando. “Eres una niña. No sabes lo que es difamación.”

Su arrogancia me colmaba los nervios.

“No soy una niña,” dije con una voz tan fría como el aire de su oficina. “Y ustedes
subestimaron lo que esta mujer puede hacer. Lo que hicieron me perseguirá de por vida.
Afecta mi habilidad para ir a la universidad y puede algún día impactar en mi capacidad
para conseguir un empleo. Es algo imperdonable hacerle eso a una mujer. ¿Pero hacerlo a
tu propia hija?” me di la vuelta para retomar mi compostura. “Eso es simplemente
monstruoso.”

“Lindsey, eso no fue-“

“¿Sabes qué otra cosa es monstruosa?” continué. “Monstruoso es que le quitaras a su


padre.”

“Su padre vino a mi voluntariamente,” protestó mi padre.

“Debiste haber sido quien dijo que no, eso estuvo mal.” Lancé mis manos al aire en
disgusto. “Dios, papá, la gente normal no hace esas cosas.”

“Esos son negocios,” dijo él. “Esto es personal. ¿Él piensa que puede quitarme a mi hija?”

“¿Qué pasó con su padre?” dije desafiándolo. “¿Eso no es personal?”

Mi padre jugó con el nudo de su corbata. “Él vino voluntariamente.”

“Y yo fui con Arthur voluntariamente,” dije.


Él se acercó a mí, su dedo apuntaba al aire. “¡Esto es venganza!”

Mi abogado se metió entre nosotros. “Debemos irnos, Lindsey.”

Asentí y me giré, tambaleando un poco en mis zapatos Louboutin. John me tomó del brazo
y me balanceó y ambos salimos de la oficina de mi padre.

“Lindsey,”, él me llamó. “Haré que te arrepientas de esto, jovencita.”

“Sigue caminando,” dijo Harold, con voz baja. Él apretó mi codo. “Ni te voltees.”

“¿Lindsey?”, llamó mi padre otra vez, con un toque de arrepentimiento en su voz. “Yo soy
tu padre.”

Marché de frente, con mi abogado pitbull a mi lado e ignoré los gritos de mi padre.
Lucharíamos esto en la corte. Aun así, no pude respirar hasta que estábamos seguros en el
elevador.

Harold se giró hacia mí. “Buen trabajo, Lindsey.”

“Gracias,” dije, aunque no lo sentía así.

“No puedo creer el nervio de ese hombre,” dijo molesto. “¿Quién le hace eso a su hija? No
puedo esperar a destruirlo.”

“Yo también,” dije, pero mi entusiasmo era débil.

“Sé que es tu padre,” la voz de Harold se suavizó. “Pero lo que él hizo fue despreciable y
cruzó la línea. Tienes todo el derecho de hacer esto. Diablos, necesitas hacer esto.”

“Lo sé, tienes razón. Seguiré con esto.”dije.

“No debiste haber venido,” dijo él pasando su mano por su cabello. “No debí haber
permitido esto.”

“No, Harold, yo necesitaba ver su reacción,” dije. “Era exactamente lo que esperaba. No le
importo. Solo le importa la demanda.”
“Lo siento,” dijo él.

Encogí los hombros. “Yo también. Pero al menos estoy segura que hago lo correcto.”

El elevador sonó y la puerta del piso 21 abrió. Harold salió y se encontró con Arthur,
quién se montaba.

“Sr. Dufort,” dijo Harold, sorprendido. “Estaba a punto de ir a verlo.”

“¿Terminaste el trabajo?” preguntó Arthur. Harold asintió. “Bien. Habla con mi asistente
Paul. Él tiene un cheque para ti.”

Los dos hombres se dieron la mano y Arthur entró en el elevador. La puerta se cerró y el
elevador comenzó su descenso. Pero Arthur no se volteó para ver el frente. Él me miró
directamente a mí. Alcanzó el botón de emergencia y lo presionó y el elevador se detuvo.

Yo desabotoné mi chaqueta y los ojos de Arthur saltaron cuando vio que no traía nada
debajo de mi vestido Stella McCartney.

“¿Es así como te viste para tus citas legales?” preguntó él, su mano empujó el vestido y
alcanzó mi seno. “Porque ahora estoy pensando en mis elecciones de abogado para ti.”

“¿Por qué? ¿Es amoroso?”, dije, subiendo mi falda unas pulgadas.

Arthur miró mis piernas apreciativamente. “Tal vez estarás mejor con una mujer.”

“¿Qué tal si ella me encuentra atractiva?”

“Eso, al menos, sería divertido”, dijo él de manera traviesa.

“Sr. Dufort.” Dije regañándolo. “Pensé que solo tenías ojos para mí.”

“Por supuesto,” dijo él. Él deslizó su mano por mi entrepierna, deteniéndose cuando notó
que no tenía ropa interior. “Joder, Lindsey. ¿Tampoco tienes puesto pantis? Nena, me
matas.

Alcancé el cierre en mi espalda y bajé mi falda, dejándola caer al piso. También me quite
Alcancé el cierre en mi espalda y bajé mi falda, dejándola caer al piso. También me quite
la camisa, la cual cayó a un lado de la falda.

Arthur me observó completamente desnuda, solo mi zapatos. Hice señas para que se
acercara más. Caminó más, y sentí su verga luchando en su pantalón. Le baje el cierre, y la
liberé de su prisión.

“¿Cuánto tiempo crees que tengamos?” pregunté, jalando su verga.

Él gimió. “Si hay un Dios, serán horas. Al menos.”

“Hola, habla la seguridad del edificio. ¿Alguien está atrapado en el elevador?” una voz se
escuchó de una corneta.

Solté una risa mientras Arthur cerraba sus ojos por frustración. “Sí, estamos aquí. Estamos
bien. No hay que apurarse.”

“¿Es usted, Sr. Dufort?” la voz preguntó.

“Sí,” dijo él, la molestia crecía en su voz al igual que su excitación.

“Lo siento, señor, debe haber algo mal. Te sacaremos enseguida.”

“No, en serio, tómense su tiempo,” dijo Arthur. Su mano serpenteaba entre mis pierna y
tocaba mi humedad. Me tragué un gemido de placer.

“¿Está encendido el intercomunicador?” susurré.

“¿Hay alguien allí con usted, sr. Dufort?” preguntó seguridad.

“Sí,” dijo Arthur. “Estoy atrapado aquí con una mujer hermosa. Si me dan tiempo
suficiente, ella puede que acepte a ir a cenar conmigo. Pero solo si me dan tiempo.

“Sí, sr. Dufort,” respondió seguridad. “Llamaremos a los bomberos.”

Arthur giró sus ojos. “Gracias,” él gritó y luego bajo su voz. “Creo que debemos empezar
con esto.”
“Y silenciosamente,” añadí.

Eso era todo lo que él necesitaba escuchar. Él bajó su ropa interior y me levantó con la
espalda en el elevador. Rápido y sucio él entró en mí. Su verga presionaba dentro de mí, y
yo lo envolví con mis piernas. Él embestía con su cintura y yo lo apretaba duro. Sus ojos
giraron detrás de su cabeza.

“No sé si puedo mantenerme en silencio,” susurró él, su respiración era pesada.

“Lo sé, solo quiero gritar,” concordé yo, clavando mis uñas en su trasero. “Dios, me
encanta el sexo contigo,”

Él me embistió con más fuerza.

“Te amo,” dijo él. Ambos nos congelamos por sus palabras.

“¿Qué?” Pregunté, insegura de lo que había escuchado.

“Te amo,” él repitió. Ambos nos quedamos quietos. Sus ojos se cerraron y él presionó su
frente con la mía.

Tomé aire. “¿En serio?”

“Si, en serio,” liberando su agarre sobre mí. Comencé a bajar por la pared del elevador.
“Mira, yo me tomo riesgos y me lo jugué, no es gran cosa-“

“Es algo importante,” dije, presionando mis piernas con fuerza, tratando de mantenerme
en mi lugar. “Solo pensaba que no sentías lo mismo que yo.”

“¿Quiere decir que me amas?”, preguntó él.

Mordí mi labio y asentí. Él sonrió y siguió penetrándome.

“Dilo,” él susurró con voz grave. “quiero escucharte decirlo.

“Te amo,” obedecí, manteniendo una voz baja. Él me penetró con más fuerza. “Sí, te
amo,” yo suspiré, añadiendo, “especialmente cuando haces eso.”
“Sr. Dufort,” dijo la voz en el intercomunicador, “’¿Está todo bien?

“Todo está bien,” gritó al comunicador, aun penetrándome. “¡Ella acaba de decir que me
ama!”

“Me alegro por usted, señor,” dijo la voz. “Los bomberos están en camino. Los sacaremos
pronto.

Con los bomberos en el edificio, teníamos que apurarnos.

“Gracias por la noticia,” logró decir Arthur. Sus ojos giraron hacia atrás y él cubrió mi
boca con la suya, principalmente para evitar que gritara de placer mientras acababa.

Respirando con fuerza, solté mis piernas de él y Arthur me ayudó a levantarme. Con
nosotros calentando el lugar, el elevador era un horno ahora. Arthur se colocó sus
pantalones mientras yo tomé mi falda y camisa del piso. Me puse mi falda justo cuando
Arthur liberó el botón de emergencia y el elevador volvió a funcionar.

“No estoy lista-“ dije yo, poniéndome la camisa sin subir el cierre de mi falda.

Él rió. “Es mucho más divertido así”

Me abotoné mi chaqueta rápidamente y luego le dije, “Sube el cierre, rápido.”

Mientras él subía mi cierre, sentí una corriente húmeda bajar por mi pierna.

“Diablos,” dije. “Estoy goteando.”

Sin ropa interior, su semen con mi humedad crearon una situación resbalante.

Obviamente, no había pensado esto bien mientras me vestía esta mañana. Principalmente
pensando sobre celebrar después de entregarle a mi padre su cita por la demanda de
difamación.

Arthur sacó un pañuelo y lo pasó entre mi falda, limpiándome.

“Espera que lleguemos a casa,” prometió él, tocándome con sus dedos. “Lo que quiero
hacerte,” él me miró, sus ojos estaban llenos con la promesa de una noche decadente. Él
sacó su mano de mi falda mientras la puerta del elevador abría.
Él tomó mi mano y caminamos fuera del elevador, pasando al departamento de bomberos
de San Francisco en uniforme.

Capítulo Veintitrés

“Necesitas más agua que eso, Lindsey,” dijo Sabrina.

Miré la taza. “¿En serio?”

“Estás haciendo un kilo de pasta con casi un taza de agua,” dijo ella. Pude saber por el
grosor de su voz que ella estaba conteniendo una risa.

“Toma demasiado tiempo hervir tanta agua,” discutí.

“¿Quieres intentar con los huevos otra vez?” preguntó ella. “Tal vez deberíamos intentar
con huevos.”

“Los huevos no salieron tan bien la última vez,” murmuré. Aún no entendía como mis
huevos se habían quemado.

“Podemos tratar huevos revueltos. ¿Qué tal huevos revueltos?” ella mantuvo su voz, pero
ella sabía que yo tenía poco potencial en la cocina. Y no había sido el único extintor que
ella había comprado para la cocina.

Le quité la tapa a la taza y agregué más agua. Cuando la regresé a su hornilla, miré a
Sabrina para su aprobación. En vez de eso, ella miraba el apartamento.

“Está quedando bien, “ dijo ella cuando me sorprendió mirando.


“No tan frío, ¿cierto?, dije yo.

“¿Subiste la temperatura?” ella preguntó.

Me reí por su ingenuidad. Por muy bueno que fuese su inglés, a veces ella no entendía
ciertas cosas del idiona. Era adorable.

“Añadí color,” dije, admirando mis cambios. Eran pequeños, como poner alfombras, fotos
enmarcadas de personas que de verdad conocía, jarrones y otras cosas que hacían una gran
diferencia en el apartamento. Al principio Arthur se quejó sobre tantas cosas, pero incluso
él admitió que había convertido el lugar en un hogar, y uno al que él esperaba con ansias
regresar cada día.

“Oh creo que por fin está hirviendo,” dijo Sabrina desde su silla.”

Tiré un poco de pasta en el agua hirviendo, “¿Ahora qué?”

“¿Le echaste sal?” sacudí mi cabeza y ella suspiró. “Sal y mezcla.”

“Si, señora.” Dije.

Seguí sus instrucciones, vertí una copa de vino y me senté con ella en la mesa. Era hora de
hablar del elefante en la habitación: mi padre.

“Entonces, ¿cómo anda él?” pregunté.

“¿Quién?” dijo ella, mirándome sobre su vino.

“No tienes que pretender,” dije. “Mi papá”

Ella arrugó la cara un poco y bajo su copa. “Él siempre está bien-lo sabes. Pero él está
triste. Te extraña. Creo que lo lamenta.”

Tomé su vino y bebí un sorbo. Era delicioso. Eliza me envió una botella de felicitaciones.
No podía creer que había domado a Arthur.

“Él lamenta haber sacado la historia a los medios,” dije, aún dolida por su traición.
Gawker publicó una historia para retractarse, mi abogado se aseguró de eso. Tenía 18
cuando estuve con Arthur en esa foto comprometedora en Outside Lands. Y, una vez se
supo quién era mi familia, los rumores salieron que mi papá estaba tratando de arruinar la
IPO de Arthur con falsas acusaciones de acostarse conmigo cuando yo no era legal para
consentir. A mi papá no le importaban las ramificaciones legales de las acciones de Arthur,
él solo quería arrastrar su reputación en el lodo.

Tampoco era que Arthur tuviese una buena reputación. Esas historias de mujeriego no eran
exactamente falsas. De vez en cuando, encontraba ropa de mujer en un lugar extraño.
Encontré un par en el refrigerador detrás de un paquete de frijoles congelados. Cuando le
pregunté a Arthur por qué había pantis en el congelador, él sugirió que lo probáramos
nosotros. No estaba dudosa.

“Sí, supongo que es parte de eso,” ella dijo, tomando su copa de vino. “Pero sí creo que se
siente mal por lo que hizo. Te perdió. O al menos así lo piensa.” Había un toque de
esperanza en esas últimas palabras.

“No, me perdió. En serio.”

“Dices esto ahora, ´si, Lindsey, pero él no es malo. Él hizo lo que pudo.”

Me encogí de hombros. “si eso era lo mejor que pudo hacer..”

“Cuando tu madre murió-“

La detuve. “Aprecio lo que intentas hacer, pero no saques a mi madre en esto. Esto no
tiene que ver con ella. Mi madre murió de cáncer de ovarios cuando yo tenía dos. ÉL tiene
que dejar de usar esa excusa.

“Tienes razón. Absoluta razón”, dijo ella. “Pero lo que iba a decir era que no lo había visto
tan triste desde que murió tu madre.”

“Por favor, no trates de hacerme sentir mal.”

“No es culpa, solo la verdad,” ella bebió su vino y me miro con sus gruesas cejas. Era
difícil enojarse con ella.

“¿Nuevo tema?”
“Buena idea,” ella respondió con una sonrisa. “¿Qué tal el sexo?”

“¡Sabrina!”

“¿Qué? Es un nuevo tema.”

“Sí, pero ese tema es casi peor.”

“No hay nada malo en el sexo,” dijo ella.

“No digo que lo haya, ¡es solo que es raro discutirlo con alguien que es como mi mamá!

“Ah, pero no soy tu mamá, ¡habla! Y quiero detalles.”

Arthur mostró un tiempo excelente, llegando en ese momento y caminando antes que ella
me forzara a divulgar algo sobre nuestra (fenomenal) vida sexual.”

“Hola, hermosa,” dijo él, plantándome un beso en mis labios antes de dejar su bolsa en el
mueble.

“¡Gracias, hermoso!” Sabrina respondió sin chistar. Arthur le dio un beso en la mejilla y
ella me guiñó el ojo.

“¿Quieres otro vaso?” pregunté mientras ella gastaba el resto del vino.

“No, gracias querida. Debo verme con tu padre para la cena.”

“¿Dirás cocinar la cena?”

Su cara se puso roja y no me miraba a los ojos.

“Sabrina, ¿por qué mi papá te lleva a cenar?”

“No es lo que crees,” comenzó a decir. “Bueno, no exactamente.”

Arthur se quitó su chaqueta y la lanzó al mueble. “Entonces, ¿qué es exactamente?”, él


pregunto. Me alegré que lo hiciera. Ella acababa de dejarme muda.
“Mira, contigo fuera de la casa, pensé que perdería mi puesto,” dijo ella.

“Oh no, no, no,” dije. “Puedes trabajar para nosotros, ¿cierto, Arthur?”, él asintió, un
chico inteligente. “No puedes dormir con mi papá solo para mantener tu trabajo.”

Ella se rió de eso. “Querida, no estoy durmiendo con Steven para mantener mi trabajo.
Durante los años nos hicimos cercanos.”

“De cierta manera, claro,” dije.

“Y ahora que creciste y tienes tu propia vida-“

“Tú y Steven están comenzando la suya,” Arthur finalizó por ella.

“No sé si estoy de acuerdo con esto,” dije. “Digo, él es un pendejo. Tú no lo eres.”

“Él ha hecho cosas horribles, sí. Más de lo que tú sabrás.”

“No lo amas, ¿o sí?”

“Tu padre y yo estamos muy viejos y desgastados para el amor. Pero estamos cómodos
entre nosotros.”

“Que apasionados,” dije con sarcasmo.

Su sonrisa era radiante. “Aunque lo creas o no, querida, lo es. Ahora, es tarde y debo irme.
Te amo y hablaremos de esto después.”

Tomó sus cosas y me besó antes de salir por la puerta. Conté: uno, dos, tres, y ahí ella
llamó, “Arthur, ¿me puedes ayudar con esta ridícula puerta?”

Me reí de Arthur mientras caminaba hacia el pasillo a ayudarla. Le había pedido que
reemplazara esa ridícula puerta pero él dijo que le recordaba a los hobbit del Señor de los
Anillos o algo así y que era tan linda que él nunca la cambiaría.

Cuando Arthur regresó a la cocina, su mirada era amplia. “Sabrina y tu padre. ¿Puedes
creerlo?”
“No, no realmente,” dije llenando la copa vacía de Sabrina para mí.” Definitivamente
necesita una de ellas después de lo ocurrido.”

“¿Crees que estuvieron juntos cuando estabas en casa?” preguntó él. Yo sacudí mi cabeza
en negación, pero él seguía bromeando. “Tal vez ellos tenían sexo en el cuarto frente a ti.
¿Alguna vez escuchaste sonidos sexuales?”

“Ew,” dije con voz aguda y me estremecí recordando las dos mujeres que mi padre trajo a
casa. “Digo, sí, hubo dos en el pasado y ellas… como lo diría… estaban solo por el
dinero.”

“¿Cómo lo sabes?”

“Eran jóvenes-“

Arthur me interrumpió. “¿Qué tan jóvenes?”

“Nuestra situación es diferente.”

“¿Lo es?, preguntó él, tomando un gran sorbo de la copa de vino y dejándola en la mesa.
Él me levantó y me puso en la mesa.

“Yo no necesito tu dinero.”

“Pero, entonces te apartaron,” dijo eso, abriendo mis piernas y metiéndose entre ellas.

“Pagué todo en mi camino, gracias,” le recordé.

“Lo sé,” dijo él, “Pero soy feliz de proveer para ti.”

“En serio, ¿eso te hace sentir hombre?”

Él metió su mano en mi top, tocando mi seno. “¿Qué te parece si te muestro lo que me


hace sentir hombre?” me derretí con su toco. “¿Fuiste a la universidad hoy?”

“Mmm hmmm,” fue la única respuesta que pude dar. Él jalaba mi pezón, pellizcándolo
con sus dedos. Me hacía incoherente.
“¿Qué aprendiste?”

“Me registré para unas clases. No aprendí nada,” murmuré mientras mi cuerpo se derretía
en sus manos. Gemí fuertemente en la mesa, muy consciente de mis pantis mojadas.

Como si leyera mi mente. Arthur puso mi cuerpo en la mesa. Liberó mis senos y me quitó
los pantalones en un solo movimiento. El frío mármol sorprendió mi trasero al principio,
pero cuando él colocó su cabeza entre mis piernas, todo estaba olvidado.

Me relajé con el ritmo de su lengua que me hacía excitar. Justo cuando sentí las primeras
olas de placer sobre mí, él levantó su cabeza abruptamente. Él olfateó el aire.

Me congele mortificada. ¿Tenía mal olor allá abajo?”

“¿Hueles eso?” preguntó él, arrugando su nariz.

“¿Oler qué?” pregunté yo, con cautela en mi voz.

“Algo se quema.

Me detuve y olfateé, súbitamente consciente del olor en la cocina. “¡Mierda! ¡La pasta!
¡Me olvidé de la pasta!

Me bajé de la mesa y me acerqué a la estufa. Después de apagar la hornilla, saque la taza


de pasta y la metí en el lavabo. Vapor golpeó mi cara cuando llené el espagueti quemado
con agua fría.

Arthur sacó su teléfono. “¿Qué te parece Thai esta noche?”

“Suena bien,” dije con un suspiro, cerca del lavabo.

“Por cierto, ahora cuando cocines, lo debes hacer sin pantalones,” él movió sus cejas a mi
cuerpo y luego llevó su atención a la llamada. “Hola, habla Arthur Dufort. Quisiera que
me trajeran cena esta noche.”

El detector de humo comenzó su molesto sonido, por lo que tomé una escoba y traté de
apagarlo mientras él terminaba la orden. Él colgó y me miró, medio vestida, con una
escoba tratando de apagar el sonido en el techo.
“Un poco de ayuda, ¿por favor?” le grité.

“Creo que puedes con esto señorita independiente,” dijo él, recostándose en la mesa y
mirándome.

Cuando la infernal alarma se apagó, él me tomó y me llevó a la habitación.

“¿Y la comida?”, pregunté yo.

“Tenemos 40 minutos,” dijo él. “Y los aprovecharé lo mejor que pueda.”

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