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TEMA. VIRTUD Y FELICIDAD.

Virtud y felicidad son dos conceptos fundamentales en la ética de Aristóteles. Esta


disciplina la definió como el estudio de la conducta de los hombres en relación al bien.
El bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden y lo que perfecciona su naturaleza,
por lo que habrá tantos bienes como modos de ser. La felicidad es el bien propio de cada
ser, es decir, armonía, perfección. En el ser humano, para alcanzar nuestro bien propio,
nuestra felicidad, necesitamos las virtudes.
Para comprender la ética aristotélica hay que tener en cuenta su concepción
antropológica. El hombre es para el estagirita un compuesto de cuerpo y alma, un cuerpo
orgánico viviente. El principio de lo viviente es el alma. Nuestro autor distingue varios
tipos de alma: la vegetativa (propia de los vegetales), la sensitiva (propia de los animales)
y la intelectiva. Esta última, es decir, el pensamiento, el conocimiento y todo lo que
implica, es lo que caracteriza al ser humano. Nuestras acciones deben seguir lo que nos
es propio para alcanzar nuestro bien, esto es, la razón. Nuestro bien auténtico no lo
identifica, pues, con los bienes externos, ni los corporales, sino con la actividad del alma
intelectiva. Por ello, Aristóteles dirá que el bien supremo del hombre, lo que buscamos
en nuestras acciones, la felicidad en suma, no podemos identificarlo con lo que muchos
de nuestros congéneres lo hacen. Algunos lo identifican con el placer, pero esto sería una
vida de esclavos o de bestias; otros con el honor y la fama, aunque esto es algo exterior
que nos puede ser arrebatado, también podrían identificarlo con las riquezas,
confundiendo lo que debe ser un medio con el fin.
El bien del hombre, su felicidad, consistiría pues en una vida conforme a lo que le
es peculiar, a lo que le es propio como ser humano: la razón y la actividad según la razón.
Dicha actividad no es solo pensar, sino toda acción susceptible de caer bajo la dirección
de la razón. Esta acción guiada por la razón es lo que Aristóteles llamó acción virtuosa.
Para la ética, ha dos conjuntos de capacidades del alma que le interesan: la cognitiva o
racional (la razón) y la conativa o tendencial.
La parte racional tiene una propiedad muy peculiar: los actos cognitivos concretos
van dejando un “sedimento” en nuestra razón, y llegan a formar una disposición estable
o un modo de ser. Esto ocurre no sólo en las cosas teóricas, sino también en las prácticas.
Dado que las disposiciones estables permanecen toda la vida, las podemos poner en
práctica cuando queramos y fácilmente. A estas disposiciones estables las llamó
Aristóteles virtudes. Las virtudes, por tanto, son disposiciones estables de una facultad
humana adquiridas por repetición de actos, que nos dan la posibilidad y facilidad para
determinadas acciones. Nuestro autor distinguirá entre virtudes éticas y virtudes
dianoéticas. Lo contrario de la virtud es el vicio, que sería la inadecuación, la incorrección
del desarrollo de alguna de estas facultades. La falta de equilibrio lo puede ser por exceso
o defecto, de ahí que Aristóteles introduce su doctrina del término medio: la virtud es un
medio entre dos extremos.
La virtudes dianoéticas serían las propias de la parte racional del alma humana, y
las podemos dividir en dos grupos, dependiendo si nos referimos a lo que tratamos de un
modo necesario (teórico) o a aquello que puede ser de otra manera, a lo contingente
(práctico). Las virtudes del primer grupo serían: sabiduría, ciencia e intelección; las del
segundo grupo: prudencia y arte (poiesis).
Las virtudes éticas serían las propias de la parte conativa del ser humano, y serían
tres: justicia, fortaleza y templanza. Estas tendencias del ser humano estarían guiadas y
moduladas por la razón.
Como hemos dicho, la eudaimonía (felicidad) en el ser humano se consigue a través
de la actividad conforme a la razón. Esto no significa que las restantes actividades
humanas, hechas virtuosamente, puedan ser despreciadas u omitidas, porque no somos
mentes aisladas, sino vivientes racionales y sociales. Como tenemos que tener una vida
plena, debemos conseguir una armonía entre todas las virtudes, fruto de una continua
actividad en todos los ámbitos, de tal manera que adquiramos un carácter, un êthos
equilibrado. Esa vida como un todo es la felicidad-plenitud, es lo que hoy día llamaríamos
el sentido de la vida. Aunque la vida racional es lo más precioso que tenemos: recordemos
que todas las actividades son buenas y virtuosas en cuanto caen bajo la dirección de la
razón.
La posesión de la sophía (sabiduría) conduce de alguna forma más allá de lo
puramente humano: nos pone en contacto con la divinidad. Esta actividad no puede ser
productiva, es pura actividad teorética, cuyo ejercicio constituye para Aristóteles la
felicidad perfecta fruto de la facultad contemplativa, por la cual entiende él la facultad de
la actividad intelectual o filosófica. Por lo tanto, para el estagirita, una vida (“un espacio
completo de años) dedicada al ejercicio de la razón, y precisamente en el de la razón
aplicada a los más nobles objetos de estudio, es en lo que consiste la felicidad completa
del hombre.

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