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Capítulo 5- Tu hijo preadolescente: Mala actitud, malhablado,

solo en casa y mucho más

El paso inicial de mi método llamado “observa y describe” es particularmente difícil


cuando lo usas para determinar la conducta de un preadolescente. Esto se debe a que mucho de
lo que preocupa a los padres de estos niños tiene menos que ver con comportamientos
determinados que con el tono y la forma de su actitud. Se quejan de su susceptibilidad, mal
humor, ira y de sus pequeñas pero constantes faltas de respeto que periódicamente desembocan
en rebeldía y enfrentamiento familiar. Los padres tienen la sensación de que su niña está
predisponiéndose a hacer cosas peores, por lo que se preocupan no solo de la conducta que
muestra en ese momento, sino también de lo que puede implicar en un futuro próximo. Ven cómo
las muestras de mal genio, la falta de ánimo o la malinterpretada independencia pueden
convertirse en una completa rebeldía adolescente: un categórico rechazo a hacer lo que se le pide,
desafortunadas preferencias de atuendo y aseo personal que a veces resultan irreversibles,
muestras de sarcasmo y miradas de desaprobación a todas horas, y años de reproches contando
los segundos que le quedan para librarse de la compañía intolerable de su familia.
Los padres de niños preadolescentes que vienen a mi consulta, a menudo se quejan de su
falta de respeto, desacato precoz a la autoridad paterna y menosprecio creciente, pero en su
discurso en lo que más se centran es en su orgullo herido. “Se está riendo de nosotros”—dicen—
“No, es peor que eso. Finge que se ríe de nosotros”. O tal vez dicen: “No es que se enfrente a
nosotros, todavía, sino que dice las cosas en voz baja. Al principio, lo castigábamos cada vez que le
oíamos decir algo, pero terminábamos castigándolo constantemente. La casa era un campo de
batalla. Ahora, tratamos simplemente de desconectar”. No solo están dolidos sino también
enojados. Muy frecuentemente me dicen: “Después de todo lo que hacemos, no nos merecemos
que nos trate así”. A menudo lo llevan en coche a casa de sus amigos, eventos sociales y
entrenamientos deportivos; pagan por su ropa, su música, baile u otras actividades. Tratan de
mantenerse comunicativos, esforzándose constantemente por ser comprensivos y tolerantes
durante esta difícil etapa en la vida del niño. Sienten que no merecen ser maltratados así después
de todo lo que han hecho por él. Les da rabia que su hijo preadolescente pretenda ser tratado
como un adulto, pero casi siempre termine actuando como un niñito grande y egoísta. Puede que
tenga doce años que aspiran a ser veintidós, pero también es capaz de actuar como si tuviera
siete. No debes tolerar esta actitud, pero si castigas cada muestra de mala conducta, lo más
probable es que la situación empeore. La mejor forma de cambiar cómo te trata tu hijo es
trabajando con él en cambiar su conducta y sabemos cómo hacerlo. Así que, les digo a los
ofendidos padres que pongan a un lado su orgullo herido y que traten de hacer lo que les digo
durante una o dos semanas. Para empezar, hay que desglosar “la falta de respeto” en diferentes
comportamientos que se puedan abordar. El concepto de insolencia es abstracto, pero podemos
trabajar en aspectos específicos.
Alejémonos de la posición dolida que acompaña a Después de todo lo que hemos hecho
por ti... y huyamos de la tentación de “criar por medio de la venganza”. Si el castigo continuo
lograra en verdad mejorar el comportamiento de un niño, lo recomendaría, pero no funciona. De
hecho, los que aplican castigos más severos y violentos, incluidos aquellos que cruzan el límite del
abuso, a menudo terminan teniendo niños progresivamente más rebeldes y agresivos. Tu
altruismo parental —el mismo impulso que te motiva a proveer comidas regularmente, conducir a
diferentes sitios, darle protección y afecto a tu hija a pesar de lo mal que se comporta contigo—
ahora requiere que te apartes de tus resentimientos y tomes una aproximación más imparcial y
estratégica de su comportamiento.
Expectativas en esta etapa
Si bien simpatizo mucho con las preocupaciones de los padres sobre los pedregosos años
con un adolescente en casa —créeme, he visto en mi consulta los peores casos— voy a lanzar dos
ideas que podrían mejorar tus expectativas.
Primero, la adolescencia no siempre hace gala de su mala reputación. La vieja noción de
que automáticamente la adolescencia implica tensión y estrés ha sido ampliamente revocada por
las investigaciones que muestran que la mayor parte de los niños pasan la adolescencia sin
problemas y no presentan ningún reto horrible que sea motivo de pavor parental. También
muestran que los padres pueden hacer mucho en los años previos y durante la adolescencia para
tener las condiciones a su favor: entre otras cosas, trabaja para que tu hijo esté conectado a la
familia, ayuda a construir buenos valores y aptitudes. Los conflictos normales surgen, como puede
ser la lucha por definir cuánta independencia tendrá el niño, pero se puede hacer mucho para
evitar que se vuelvan problemas críticos.
En segundo lugar, la adolescencia no es un periodo tan diferente en la vida de una persona
como parece. No es que tu hija esté destinada a perder la cabeza en una edad específica y luego
recupere la cordura en una determinada fecha posterior, aunque a veces lo parezca. En la década
de los años ochenta participé en un congreso encargado de estudiar la adolescencia, y mis colegas
y yo pasamos horas y horas tratando de definirlo. Terminamos por determinar criterios muy
amplios, desde la edad de diez años (para incluir a los que maduran temprano) hasta el momento
en que un individuo es notablemente independiente (se gradúa de la preparatoria, empieza la
universidad, etc.). La variación entre los individuos también es significativa. Alguien de once años
apenas puede estar a las puertas de la preadolescencia, mientras otro ya está de pleno en ella. O
el mismo el niño puede mostrar signos muy avanzados en algunos aspectos pero no en otros.
Durante las discusiones en aquel congreso los términos “preadolescente” y “adolescente”
corrieron el riesgo de perder todo el sentido. Se hizo evidente que no sirve de nada establecer un
rango de edades en la preadolescencia y adolescencia.

¿Qué pasa con ellos?


Creo que lo más acertado es ver la preadolescencia y la adolescencia como las fases de
inicio y desarrollo, respectivamente, dentro de una serie de cambios que se superponen y que
tienen lugar gradualmente desde el momento en que un niño avanza hacia la juventud adulta. Los
cambios generales son bastante obvios: madurez sexual, más tiempo fuera de casa, más influencia
de sus iguales, amigos, y otros adultos que no sean los padres. Los cambios también ocurren en la
manera en que funciona el cerebro del niño. Las vías en el cerebro que controlan la resolución de
problemas, la planificación y la reflexión están en transición, influenciando cómo esta joven
persona sortea el mundo. Por ejemplo, los comportamientos arriesgados que emergen durante la
adolescencia es probable que no resulten solo de la cambiante función cerebral sino también,
según indican los estudios de investigación, de la asociación con compañeros que están pasando
por una transición similar. Con referencia a la vida familiar y la actitud del niño, hay varios posibles
puntos de tensión y transición que una familia deberá atravesar. Estos son algunos:

• De ser un niño (entre 10 a 12 años o menor), a entrar en la preadolescencia/adolescencia


(de 10 a 13 o mayor).
• Niñera —no necesito niñera.
• Sin maquillaje (pintalabios, sombra de ojos) a maquillaje y mucho
• Participación mínima en elegir su ropa y peinado a decidir lo que quiere ponerse; los
padres no cuentan, excepto para comprarles más ropa
• Nada de piercings, excepto en las orejas de algunas niñas a múltiples piercings en las
orejas y donde sea, chicos y chicas.
• Poco o nada de actividad sexual ni anticonceptivos a más actividad sexual y uso o posesión
de anticonceptivos
• Poco o nada de tiempo libre sin supervisión fuera de casa, a algo o mucho tiempo libre sin
supervisión fuera de casa —después de la escuela, en el centro comercial, vecindario, etc.
• Nada de cigarrillos, drogas ni alcohol a exponerse y probar algo/todo
• No es necesario tener una hora de llegada a debe llegar antes de...
• La música no es un problema, ni el volumen tampoco, a muestras de grandes pasiones
musicales, más disputas sobre el volumen, contenido, calidad, etc.
• Pasivo en las decisiones rutinarias (preferencias culinarias, pasta de dientes, aspecto de su
cuarto) a opiniones y gustos de todo tipo —incluidos los posters de celebridades que
desconoces o desapruebas y que ha pegado a las paredes recién pintadas
• Humor bastante estable; la irritabilidad ocasional se atribuye a estar enfermo, cansado,
hambriento, etc. a cambios de humor más frecuentes, mayor irritabilidad inexplicable
• Puede encapricharse con alguien y comenta sobre una chica/chico, pero no le dedica
mucho tiempo a sentimientos de estar enamorado/a, a constantemente hablando,
mandando mensajes o pasando el tiempo con alguien
• Se pasan buenos momentos en familia en las comidas, fines de semana, etc. a los padres
de los amigos son más interesantes o buena onda, comen cosas más ricas y tienen menos
reglas
• Ojalá pudiéramos estar siempre juntos en casa a no quiero ser como tú; vivir aquí es una
lata
• Poco o nada de jerga ni palabrotas, más allá de algunas expresiones molestas de los
dibujos animados o de programas infantiles, al uso de palabrotas y la jerga de los de su
edad, la tele o la música
• Poca introspección o reflexión sobre la vida a introspección, desánimo, problemas con su
imagen ... y todo de una forma más intensa

La única forma que tiene un padre de evitar tales transiciones es yéndose de casa. Y no es
un comentario que diga a la ligera. Según las estadísticas, la etapa con mayor riesgo de divorcio
empieza cuando un niño entra en la adolescencia (aunque debo añadir como investigador, que no
hay todavía estudios que analicen la causa y el efecto de esto, y podría ser una coincidencia con la
crisis adulta de la mediana edad). Los padres tienden a pensar que las cosas son como se
describen en la columna de la izquierda, hasta el momento en que la preadolescencia los lleva de
plano a la columna de la derecha. De golpe y porrazo parece como si esta joven persona que unos
años antes no sabía ni usar el baño por sí misma, ahora opina de todo, con ideas extremistas,
claras, fuertes y sin tapujos.
Antes de pasar a abordar comportamientos específicos, consideremos desde el punto de
vista de un padre lo que hace diferentes a los preadolescentes y sus situaciones.
Para empezar, muchos de los cambios que he descrito en el capítulo anterior continúan y
se hacen más pronunciados en este periodo de desarrollo. Los padres tienen menos control y
están más vulnerables. El bochorno en público se convierte en un problema mayor conforme la
relación con tu hijo se extiende progresivamente fuera del hogar familiar. En la vida del niño hay
también mucho más tiempo sin supervisión. Como las niñeras pasan a ser algo del pasado, la
familia tiene que lidiar con lo que pueda ocurrir cuando se deja solo al niño en casa. Y si hay algo
peligroso o alguna sustancia de la que se pueda abusar (armas, alcohol, cigarrillos), el riesgo
aumenta considerablemente. Además, es posible que se dé una actitud más destructiva. Si se nos
va de las manos, un preadolescente puede romper cosas, lastimarse a sí mismo o lastimarte.
La escuela es más importante que nunca, tu hijo tiene más trabajo que hacer y más
responsabilidades. Pero es posible que tenga menos interés en hacerlo y menos energía para
esforzarse que antes. Las relaciones con sus compañeros le interesan más y acaparan todo su
tiempo libre después de la escuela o los fines de semana. En casa parece que los padres pintan
menos que nunca y tienen menos control sobre los “refuerzos”, las recompensas para que un
comportamiento se haga más probable en el futuro. Cuando tu hijo era más pequeño, tu elogio
era un refuerzo muy fuerte del buen comportamiento, incluso más que los premios que le dabas.
Pero en el momento en que tu hijo se aproxima a la adolescencia y empieza a exigir una mayor
autonomía, tu elogio adquiere temporalmente un valor menor precisamente porque viene de ti.
Tu hija quiere depender menos de ti, así que tiende a infravalorar lo que le ofreces, no solo los
refuerzos, sino también tu amor incondicional, los modelos de buena conducta o valores morales y
todos los principios que enseñan los padres. Por supuesto, también sigues siendo más importante
que nunca: desde el momento en que tu hija empieza a buscar fuera y recibe cada vez más
influencias, tu estabilidad, firme compromiso y principios sirven como un modelo que la guíe de
vuelta a la familia. Aun así, la reivindicación de los hijos por su independencia y el propio sentir de
los padres de que su palabra vale menos que nunca, a menudo les imprime la sensación de que los
“pierden” cuando empiezan la adolescencia. Pero es algo temporal (los padres normalmente
sienten que cuando termina la adolescencia, “recuperan a sus hijos”) y se pueden hacer ajustes.
Por ejemplo, puedes ver que aunque tu elogio ya no tiene el peso que tenía, los refuerzos
orientados a alejar al niño de los padres y acercarlo a otros —recompensas como películas o pizza
con amigos, pasar la noche en casa de alguien, una salida con la pandilla al centro comercial—
pueden funcionar bien en esta etapa.
Te encontrarás moviéndote por un campo minado cada vez más peligroso. Conforme
cambian las actitudes y crecen los riesgos, encontrarás muchas más oportunidades para regañar,
reprender y sermonear. De repente te verás explayándote sobre cómo eran las cosas cuando tú
eras joven. ¿Cómo ha ocurrido esto? No estás seguro, pero cuando te veas a ti mismo brindando
uno de tus sermones sobre todo lo bueno y verdadero del mundo, y tu hija de trece años ponga
los ojos en blanco con hastío, es probable que hayas pisado una de esas minas.
Una preadolescente puede aún ser una niña para algunas cosas pero no para otras. Es
posible que el sexo y las drogas todavía no sean los asuntos más serios en el hogar —aunque los
vemos mucho entre los preadolescentes— pero se avecinan, y en esta etapa les puede empezar a
interesar. Las variaciones repentinas de energía y del estado de ánimo de un niño preocupan a los
padres como signo de que pueda estar experimentando con drogas —ciertamente, es un supuesto
que puede darse y habría que tratar— pero también puede ser simplemente una señal de los
cambios que se avecinan. En la adolescencia, tanto los chicos como las chicas a menudo se vuelven
más irritables e inestables en su comportamiento. Los chicos frecuentemente se ponen más
agresivos, mientras que las chicas tienden más a la depresión y a preocuparse por su imagen
corporal, aunque datos recientes sugieren que los chicos están empezando a ponerse al mismo
nivel de preocupación acerca de su imagen corporal. Tanto los chicos como las chicas es probable
que se sientan más sensibles en general y que reaccionen ante cosas que en años anteriores no
habrían supuesto un gran problema.
Las investigaciones muestran un par de giros inesperados relacionados con el género que
merece la pena mencionar aquí. Las niñas que maduran físicamente temprano, en comparación
con sus compañeras, tienden a una menor autoestima, consideran peor su imagen corporal y
expresan comentarios más negativos que internalizan los problemas: No sé hacer esto, Se me da
mal eso, Es culpa mía. Los chicos muestran el patrón opuesto. Los que maduran temprano en su
grupo disfrutan de una alta autoestima, más confianza en sí mismos y más popularidad. Los
estudios confirman que entre los adolescentes y preadolescentes, las chicas tienden a
responsabilizarse en exceso en sus comentarios; viéndose a sí mismas como culpables de fallar y
disculpándose incluso por cosas que no son culpa suya. Los chicos, sin embargo, tienden mucho
más a externalizar sus responsabilidades: No fue mi culpa, Si no querías que te pegara en la cara
no deberías haberla puesto en medio, Mis padres me obligaron a robar ese DVD al no permitirme
comprarlo con el dinero de mi paga semanal. La aparición de nuevas cuestiones parece que
producen, entre otras cosas, muchas más pequeñas tragedias familiares (pero no las califiques de
“pequeñas o insignificantes” delante de un preadolescente): No puedo salir a ninguna parte con
este pelo/esta ropa, No conseguí entrar en el equipo, Él ni siquiera me miró en la fiesta, Soy el
único en el mundo que no puede jugar a ese videojuego.

Al límite
Es normal que los preadolescentes traten de expandir los límites de su libertad y este paso
hacia la autonomía conducirá a enfrentamientos con los padres. El detonante puede ser tan simple
como la ropa o los hábitos personales, pero disputas en apariencia insignificantes sobre el
maquillaje o la ropa son parte de un proceso más amplio. Tu hija está desarrollando una nueva
serie de deseos y “necesidades” que, para los padres, entran dentro de la categoría “No lo puedo
creer” (desde un par de zapatos carísimos a un deseo extremo por seguir una dieta o levantar
pesas).
Otra novedad que se puede notar, y apreciar con resentimiento, es que tu hija
preadolescente no solo ya no te escucha, a lo que te vas acostumbrando, sino que ahora escucha a
otra gente. Sus fuentes de asesoramiento se han extendido de una manera incómoda que no
compartes. De repente, repite las palabras de amigos, padres de amigos, entrenadores, atletas,
raperos, youtubers, y presentadores de programas de telerrealidad, cuya sabiduría ella respeta
más que la tuya. Y te encontrarás discutiendo sobre gran cantidad de temas, incluido su futuro.
Para un hijo no hay mejor forma de reivindicar su independencia, que escandalizar a sus padres
con ideas opuestas sobre su educación y carrera. Te dará la impresión de que su juicio está
deteriorándose en lugar de mejorar. Así es, pero todo sigue su curso. Hay un aumento “normal”
(es decir, típico) de comportamientos arriesgados, incluso entre los niños a quienes les ha ido bien
y les irá bien en la vida. Y ambos, chicos y chicas, muestran un aumento de conducta anormal.
Incluso los niños que no han tomado riesgos antes pueden volverse curiosos hacia el alcohol,
drogas, fumar o sexo, y algunos empiezan a experimentar con algo o con todo. Puede que
cometan pequeñas fechorías como pelear, robar algo (cuando tu niño de cinco años se mete al
bolsillo una chocolatina en la tienda, apenas te avergüenza; cuando lo hace el de trece años,
puede que te llame la policía) y tal vez algún daño a la propiedad ajena. En la adolescencia, más
del 50 por ciento de los chicos y entre el 20 y 35 por ciento de las chicas han participado en algún
acto delictivo (entendido como comportamiento ilegal), siendo los actos vandálicos y el robo los
más comunes. El estatus de las infracciones también aumenta. Se trata de comportamientos que
son ilegales debido a la edad, como el consumo de alcohol, el sexo e incumplir la hora de llegada a
casa.
Hasta un niño que se porta bien puede que empiece a explorar sus límites saltándose una
que otra clase, convirtiendo la invitación a dormir en casa de una amiga en una salida nocturna,
experimentando con su imagen corporal (si un peinado raro pasa por bueno, ¿qué tal un piercing o
un tatuaje?) o metiéndose en el inagotable y libertino mundo de internet. Recuerdo el caso de una
familia cuya hija de once años salió con amigas y volvió tatuada sin decírselo a sus padres. Algunos
de estos riesgos son solo un fastidio, otros presentan un problema que se puede acabar aceptando
con resignación y otros son realmente peligrosos o insinúan una amenaza. Tu preadolescente y su
círculo es probable que no tengan muchas oportunidades de beber y conducir, por ejemplo, pero
puede que vayan en un coche con otros que han estado bebiendo: los hermanos mayores de sus
amigos, compañeros de más edad a quienes admiran, y una cosa lleva a la otra.
Según vas permitiendo el aumento natural de comportamientos arriesgados, tienes que
determinar lo que no se negocia y ser consistente aplicando normas. Puedes marcar el límite en
algunos riesgos no negociables, por ejemplo: No te podemos permitir un tatuaje ni un piercing que
no sea en la oreja. Podemos volver a hablar de ello cuando cumplas la mayoría de edad. Pero
también debes considerar los diferentes matices que tiene tomar riesgos. Por ejemplo, las
investigaciones muestran que los niños que nunca experimentan conductas arriesgadas en la
adolescencia corren el mismo peligro en la vida que aquellos que prueban un poco, y en algunos
casos incluso más. En otras palabras, la experimentación es normal. Está bien, no se permiten los
tatuajes, pero ¿qué pasa cuando un buen estudiante se salta una clase? No es que lo tengas que
consentir, pero debes diferenciar tu reacción ante algo así, de tu reacción a cuando vuelve con un
piercing en la lengua sin tu aprobación. Si tu hijo quiere tomar riesgos en el aspecto estético de su
ropa y peinado, considera permitirle aquellos que no tienen consecuencias permanentes. Escoge
tus batallas porque no puedes enfrentarte a todo. Si es posible, haz concesiones. (A veces puede
ser complicado e incluso divertido, como cuando los padres y las hijas discuten sobre la cantidad
de maquillaje que se deben poner o cuánta piel puede quedar expuesta). Si a tu hijo le gusta
escuchar música en casa con el volumen a tope, quizás sea una buena idea determinar una hora
concreta en la que lo pueda hacer.
También conviene realizar un seguimiento de los amigos de tu hijo porque ahora le
influyen más que antes y pueden empujarlo a una conducta arriesgada que tenga peores
consecuencias y más peligrosas. Incluso la conducta arriesgada normal —como una fiesta con
alcohol y drogas— debe ser vigilada y limitada porque el niño puede verse arrestado por la policía,
por ejemplo, y entrar en una dinámica de consecuencias: detención, expulsión, educación
especial. Necesitas estar ahí e involucrar al niño en la familia, aunque ello signifique involucrar a
sus amigos también en la familia. Por ejemplo, las chicas a menudo van al centro comercial juntas,
en parejas o en grupos. Pero a veces, esas salidas terminan en casa de alguien donde pueden
pasar otras cosas, y a veces es solo una excusa para encontrarse con chicos, fumar y hacer otras
actividades de las que quieres tener conocimiento y controlar. Eso significa que tienes que estar
alerta: averigua quién va, usa la excusa de llevarla y recogerla para ponerte en contacto con los
otros padres, y si tu hija tiene teléfono móvil, puedes hablar con ella mientras está en el centro
comercial. Necesitarás vigilarla, pero transmítele tranquilidad diciéndole que lo haces porque la
quieres, no porque no confías en ella o sus amigas. No te creerá por completo, pero así es la vida.
Necesitas saber lo que pasa en su vida.
Puede que no te apetezca la compañía de los amigos de tu hijo, pero es mejor tenerlos a la
vista a que tu hijo se ausente por largos periodos de tiempo. Es probable que esto signifique que
tu hijo y sus amigos anden apoltronados en casa el domingo a la hora de la cena cuchicheándose
cosas; y también, que tengas que acompañarlos a algún concierto horrible. Sonríe, mantente al
margen cuando estés en su terreno, acógelos bien cuando estén en el tuyo y recuerda que
cumplirá los dieciocho antes de que te des cuenta.

Valores familiares
Es angustiante para los padres descubrir que va disminuyendo el control que tenían a
diario en la vida de su hijo justo en el momento en que gana fuerza su inclinación al riesgo y la
experimentación. Pero hay otro tipo de influencia parental más indirecta: la relación y el ejemplo
que se ha ido acumulando a través de los años. Tu interacción como padre con tu hija en el pasado
y en el presente ejerce una influencia muy importante. Puede ser clave para forjar lazos y ser parte
valiosa de su vida. Si te has pasado años regañando, gritando y castigando, ahora esa inversión te
pasará factura. O más bien, tu preadolescente mostrará falta de interés y se convertirá en una
experta en escapar, evitarte y desconectarse de ti. Sin embargo, este es el momento de cosechar
los frutos de una buena y positiva crianza; y nunca es demasiado tarde para que trabajes en tus
propios buenos hábitos. Es esencial que continúes enfatizando valores y actividades
convencionales, que pueden ayudar a un niño a superar incluso la adolescencia más difícil. Debes
trasmitir a tu hijo regularmente, tanto de palabra como con hechos, que es valioso e importante
hacer cosas juntos en familia (comidas, salidas, proyectos compartidos), asistir a clase, hacer los
deberes, tener responsabilidades en casa y ayudar a otros. Las investigaciones muestran que el
apego a los valores tradicionales mejoran las oportunidades del niño en el futuro, como si fuera
una vacuna psicológica que se inocula contra la "gripe adolescente". En los estudios, los niños a los
que se les asignaron al azar programas que reforzaban esos valores, tuvieron mejores resultados
después, con índices más bajos de absentismo escolar, drogodependencia, vandalismo, etc.
Cada familia usa diferentes tipos de actividades para reforzar los valores deseados y
cualquier lista que presente aquí será parcial y a modo de ejemplo. Quizás incluya: pasar el fin de
semana en familia regularmente y también uno de los padres con un hijo (por ejemplo, una tarde
de sábado en la que el padre y su hija van a jugar a los bolos o la salida de una madre con su hijo el
domingo por la mañana a un café); rituales familiares para celebrar fiestas o tradiciones;
desarrollar competencias juntos (música, deportes, aficiones); oficios religiosos; reuniones en las
que se incluye a la familia extendida; voluntariado; lectura y discusión de un libro en común (es
decir, enséñale que leer es interesante no por medio de insistirle en que lea sino con el ejemplo) o,
si la lectura no es el fuerte de la familia, se puede organizar una charla regular sobre las noticias
que le dé al niño la oportunidad de involucrarse y dar su opinión; subscribirse a una revista que le
guste y comentarla juntos.
Algunos padres de preadolescentes o adolescentes puede que hagan muecas al leer esta
enumeración anticipando la respuesta de su hijo ante tales sugerencias. Sí, desde el punto de vista
de un chico de trece años que siente desafecto, esos ejemplos pueden sonar aburridos; al igual
que para ti mismo, solo por el hecho de ser su madre o padre. Pero debe haber actividades en la
lista o tu hijo se encargará de interesarse por otras externas a la familia. Involucrar a sus amigos
puede servir para que se fortalezcan los lazos que te conectan con tu hijo. Permítele e incluso
anímale a que traiga a un amigo o dos a cenar, practicar algún deporte o ir a la playa. Aunque haya
un amigo presente, todavía "cuenta" como una actividad familiar.
Busca oportunidades para que tu hijo siga desarrollando habilidades, ya bien en deportes,
música, arte culinario o lo que sea. Se puede continuar con alguna actividad ya conocida pero
también es bueno que le dejes seleccionar algo nuevo para explorar. Si le gusta la música,
entonces es probable que quiera aprender a tocar un nuevo instrumento o a cantar (s la edad en
que, por ejemplo, todas las lecciones de piano o violín que han tomado a regañadientes se
amortizan con un cambio a la guitarra eléctrica o la batería y con una pasión repentina por
practicar a todas horas). Además de desarrollar una habilidad, tales actividades requieren cierto
compromiso, otra destreza importante para la vida.
Sé más generoso con los gastos relacionados con actividades familiares u otras conductas
deseadas. Si se trata de conseguir un nuevo equipo de ciclismo o materiales de pintura para
guiarlo hacia una habilidad determinada en buena compañía, y puedes permitírtelo, será un
dinero bien gastado. Por el contrario, sé más tacaño con gastar dinero en actividades que
supongan poner al niño en conductas arriesgadas y agresivas: por ejemplo, películas violentas o
videojuegos.
Tú, como padre, ahora eres más importante que nunca, aunque tu compañía sea menos
bienvenida que antes. Persevera en pasar más tiempo con tu hija, incluso a pesar de que ella trate
de desanimar tu presencia. Debes estar disponible, accesible y tratar de hacer cosas juntos cada
semana de forma regular. Hacer recados o la compra puede servir, al igual que traerlo y llevarlo en
coche de un lado a otro, puede resultar incómodo por el tiempo que inviertes, pero es una buena
forma de manteneros en contacto y conversar juntos. Estas, son buenas oportunidades no solo
para conectar sino también para charlar de temas intensos (sexo, drogas, etc.) que pueden surgir
de manera natural sin la presión de una "charla seria".

El arte del compromiso


En privado debes considerar (con tu cónyuge o pareja si procede) las áreas en que puede
haber compromiso y las que no. Cuando hayas determinado una lista, trata de alargarla. Trata de
ser más flexible con comportamientos o cuestiones que probablemente surjan y desaparezcan por
sí solos durante esos años de adolescencia, como un estilo de vestir horrible o un uso excesivo del
teléfono. Cuando vayas a reaccionar ante un posible conflicto, pregúntate antes a ti mismo:
¿Tendrá importancia dentro de diez años o lo habremos superado?
Presta atención, como padre, a la diferencia entre coherencia y firmeza en tus reglas y
acciones. Quieres ser coherente pero es posible que tengas que comprometerte más. Si te
encuentras diciendo: Esto no lo permitía antes y no lo voy a permitir ahora, incluso como antesala
al castigo de tu hijo, para y considera si ha llegado el momento de cambiar tus normas. Siempre
que puedas, cede un poco más. Si la relación con tu hijo parece una batalla por ver quién toma el
control, estás en el camino de la derrota. Paradójicamente, tu control e influencia continua
emanará de tu moderación y capacidad de compromiso, así que no confundas esto con tu propia
debilidad. Aléjate de batallas y vuelve cuando todo esté en calma para negociar. Cuando te estés
yendo, resiste el impulso de lanzar un improperio mientras sales de la habitación, por ejemplo: Es
imposible hablar contigo cuando lloriqueas como un bebé y suenas tan estúpido. La frustración
puede llevarte a querer decir tales cosas, pero cuando lo haces, es más probable que en el futuro
recibas de vuelta una mayor falta de respeto.
Una norma: Elogia la moderación siempre que te encuentres con ella. Por ejemplo: Me
gusta cómo te has comportado hoy. Viniste primero a casa, me dijiste lo que pasaba y me pediste
permiso. Tal vez añores los días en que meramente deseabas que tu hijo permaneciera a tu lado
en el supermercado, recogiera las cosas del suelo en su cuarto y usara el tenedor correctamente
en la cena. Aunque es posible que aquellos días fueran más fáciles, lo que te ocurre ahora también
es normal.

Adaptando el Método a los preadolescentes


Los principios y técnicas del método que has aprendido con detalle en los capítulos 3 y 4
no cambian al aplicarse a un preadolescente (en realidad, no cambian ni al aplicarse a adultos).
Pero sí que hay diferencias importantes en la forma en que se aplican. En este capítulo me
centraré en esto. Se supone que los aspectos fundamentales están bajo control y me enfocaré en
los ajustes que se necesita hacer en el caso de los preadolescentes. La negociación será más
importante que antes; los padres ya no pueden imponer programas tan fácilmente solo por su
patria potestad. Como padre, algunos de los refuerzos y puntos de negociación puede que se te
atraganten, pero a esta edad, aunque no te entusiasme, pagar por minutos extra en el móvil o
tiempo con los amigos pueden resultar recompensas efectivas.
Es probable que no quieras usar el mismo tipo de gráfica de puntos que se usa con los
niños, pero se pueden usar puntos menos visibles. También puedes prescindir de los puntos y
conectar las acciones más directamente con privilegios: Si haces los deberes bien durante cuatro
días, puedes salir el sábado, o Si llamas antes de las 15:00 para decirme dónde estás después de
clase, podrás quedarte con tus amigos hasta las 16:00. Pero si no llamas o no vuelves a casa antes
de las 16:00, mañana tendrás que venir derecho a casa después de clase. Si esto es lo que te
funciona mejor, en las situaciones que iré exponiendo, cada vez que hable de puntos o gráfica de
puntos, puedes sustituirlos por este enfoque más directo de recompensa.
Elogiar sin coletillas sigue siendo importante, pero modera la efusividad con la que
elogiabas a los niños más pequeños. Mantenlo claro y limpio, pero sin necesidad de alabar en
exceso. Algo así como: Eso está muy bien; me has llamado como acordamos y volviste a casa a
tiempo, puedes chocar los cinco sin decir nada o darle un toque en el hombro si resulta natural,
pero nada más. Debido a que un adolescente pasa más tiempo fuera de casa es probable que
tengas que emplear algunos métodos novedosos para monitorear algunas conductas. A pesar de
que el teléfono móvil pueda resultar irritante a veces, nos proporciona una nueva herramienta
muy valiosa ya que le permite al chico comunicarse contigo incluso aunque andes en el trabajo. Es
posible que te veas a ti mismo revisando los resultados de alguna tarea en casa o de los deberes
hechos cuando tú no has estado presente. Monitorear es crucial; las investigaciones muestran
claramente que menos supervisión se asocia más con conductas arriesgadas por parte del niño.
Con raras excepciones que encuentro difíciles de prever, los padres deben saber siempre dónde
está su hijo. Ahora, veamos algunas situaciones específicas

Mala actitud
Los padres de preadolescentes a menudo se quejan de la mala actitud de su hija, pero esto
no es algo fácil de abordar, en parte porque es difícil de definir. Cuando de verdad tratas de
describirlo con una serie de comportamientos concretos, puede que termines con imprecisiones.
"Parece que no nos escuche cuando le hablamos", dice el padre de Heather al describir el
problema de actitud de su hija. "Cuando hacemos algo en familia, lo hace de mala gana y actúa
como si no se lo estuviera pasando bien". Heather solo tiene doce años pero es alta para su edad y
parece mayor. Lleva gafas gruesas y tiene los dientes frontales torcidos, algo que sus padres le
llevan prometiendo arreglar; a ella le preocupa su aspecto y en concreto, la ropa que lleva y su
imagen ante otros chicos de su edad. Es parca con su padre, y con su madre es sarcástica y a
veces, simplemente insoportable. Por ejemplo, si su madre dice algo tan inofensivo como: "Por
qué no compramos algo para cenar antes de ir a casa?" o "No te olvides de decirle a tu profesor
que estarás ausente el viernes", Heather mueve ligeramente la cabeza como si fuera a decir no y
añade un sonido de desapruebo, casi de disgusto, al que le sigue un comentario similar a: "Qué
idea tan estúpida" o "No te enteras de nada". También le dice cosas crueles a su hermana
pequeña, anda por la casa con cara mustia y pone los ojos en blanco cuando se le pide que haga
algo. Algunas veces parece triste sin que tenga ningún motivo y se pasa mucho tiempo tumbada
en la cama, pero en otras ocasiones está irritable y salta a cualquier cosa que le digan los demás.
Lo primero, al igual que antes, debemos convertir la abstracción de la mala actitud de
Heather en comportamientos específicos, para así poder identificar los opuestos positivos
deseados para estos. Una vez que una actitud se expresa como un comportamiento, podemos
empezar a cambiarlo. Les digo a sus padres que mientras definen lo que constituye la mala actitud
de Heather, apliquen el "test del extraño" a sus descripciones. ¿Podría una persona ajena ser
capaz de imaginar lo que quieren decir cuando describen esos comportamientos de mala actitud?
A veces dibujo un círculo para representar mala actitud y les pido a los padres que me digan qué
comportamientos específicos van dentro del círculo, lo que resulta más fácil de hacer para
algunos. Luego, una vez que se han descrito los comportamientos, hay que pensar en los opuestos
positivos. Por ejemplo:

Conducta de mala actitud Opuesto positivo


Desagradable (¿Vamos a volver a comer esa Di las cosas de forma amable
porquería?)
Tono sarcástico cuando contesta a uno de los Buen tono
padres
Va a rastras y esquiva la mirada Camina erguida, mira de frente cuando te
hablan
Pone los ojos en blanco Mírame
Hablar bajo, con sonidos de disgusto Habla claro y educadamente
Gestos: se encoge de hombros, te aparta con la Muestra respeto
mano
Murmura comentarios desagradables que casi Habla claro y con amabilidad
no se oyen

(En muchos de estos casos, hacer que Heather simplemente se aleje en silencio sería un gran
opuesto positivo, mucho mejor que la mayoría de los comportamientos señalados arriba).
El siguiente paso es establecer un sistema de puntos para premiar los comportamientos
correctos. Pero ahora, en cambio, la gráfica que verifica los puntos no se debe exhibir en un lugar
prominente, como era el caso con los niños pequeños, les digo a sus padres que es mejor ponerla
en un sitio que solo lo conozcan ellos y ella. Explicaré el motivo. Si se pone la gráfica en un lugar
visible, todo el mundo será conocedor con el efecto adverso que ello conlleva, el bochorno, lo que
hará disminuir su efectividad. Por ejemplo, el elogio y la efusividad todavía son importantes y
funcionan, pero queremos minimizar el efecto secundario del sentido del ridículo, así que los
suavizamos. Para muchos preadolescentes, el mero hecho de que un padre haga o diga algo les
puede avergonzar, por lo que es necesario gestos más sutiles por parte de los padres. Igualmente,
como he señalado antes, puede que sea más eficaz saltar el paso intermedio de asignar puntos
con los que comprar recompensas y simplemente conectar de forma directa el comportamiento
deseado con el premio. Haces eso, consigues aquello. Les explico a los padres de Heather que la
forma más efectiva de empezar, sobre todo si su mala actitud es un problema serio, es
especificando primero un periodo particular del día en el que eliminar comportamientos no
deseados. Por ejemplo, nada de poner los ojos en blanco ni de hacer comentarios sarcásticos
entre las 17 y las 20 horas. Una vez que se haya eliminado la conducta no deseada durante ese
periodo de tiempo limitado, pue des ampliarlo.
Como reglas básicas, si el enfoque es eliminar el sarcasmo, por ejemplo, es necesario
hacerle ver a Heather cuál es el estándar con que vas a juzgarlo. Le puedes explicar que, si para ti
es sarcástico, entonces cuenta como tal. O, si lo prefieres, en caso de duda puedes decidirlo
después de que repita de nuevo el comentario. No le dejes a ella mucho margen para discutir si
algo que dijo es o no sarcástico, aquí no es mala idea la utilización de la construcción gradual.
(Para repasar este tema, ver el capítulo 2). Por ejemplo, si constantemente está haciendo
comentarios sarcásticos en un tono muy desagradable, un enunciado sarcástico en un tono que no
sea sarcástico es un paso en la dirección correcta, al igual que un enunciado no sarcástico en un
tono sarcástico. O, si es normal que grite, un comentario sarcástico en voz baja es también un
buen paso. Premia los pasos -que es de lo que trata la construcción gradual- y trabaja hacia el
comportamiento completo: enunciados no sarcásticos en un tono no sarcástico.
La práctica simulada también puede ser de gran ayuda en este caso. Te puede parecer un
poco abrumador imaginar que tienes que hacer una simulación con tu hija preadolescente, así que
te daré un ejemplo: Te aproximas a Heather en un momento de calma y le dices: Hay una nueva
gráfica de puntos de la que te quiero hablar. No tienes que trabajar conmigo si no quieres -
presentar una opción es un evento configurador que le quita presión y capta su interés-- pero aquí
tengo una lista con puntos que puedes ganar para comprar maquillaje, escuchar tu música en el
coche en un trayecto determinado o una tarjeta regalo para el centro comercial. Y si quieres,
podemos seleccionar una gran actividad que puedes ganar como un concierto o invitar a tus
amigas a dormir una noche. Esta es la idea de la "nave espacial a la luna" que se acumula para una
recompensa mayor mientras va ganando premios menores, aunque ella ya tiene demasiada edad
para que lo llamemos así. Puedes decirme si hay otras cosas que te gustaría añadir. Así funciona:
durante la semana voy a pedirte que practiques conmigo cómo hablar amablemente. Si lo haces,
ganas dos puntos, solo por practicar. Si la práctica va bien, entonces consigues dos puntos más. Yo
te ayudaré a conseguir todos los puntos posibles. Muéstrale cómo se lleva a cabo. Será así, yo diré:
"Heather, vamos a practicar". Luego, te diré algo -es solo simulado-- que te molestará un poco. Te
preguntaré por los deberes o si dejas ya de hablar por teléfono, cosas así, que te suelen sentar mal.
Si empiezas a practicar conmigo de inmediato, eso son dos puntos. Si terminas la práctica, dos
puntos más. Para conseguir esos dos puntos por terminar la práctica, necesitarás responder con
amabilidad, con un agradable tono de voz. Si haces caras, sacudes la cabeza en señal de que no
quieres hablar o dices algo sarcástico o desagradable, no consigues esos dos puntos finales. Pero
incluso si dices algo así como: "No, gracias" o "¿Podemos hacerlo más tarde?", consigues los
puntos siempre y cuando lo digas de forma agradable.
Ahora empieza la simulación con ella y aprovecha la oportunidad de cambiar los roles por
unos instantes: Te lo voy a mostrar. Finge que tú eres yo y yo soy tú, pídeme que haga algo que no
me gusta hacer. Heather dice: "Empieza con los deberes ya porque pronto se hará la hora de la
cena". Le susurras: Esta es una respuesta que te hará obtener los puntos. Y luego, en el papel de
Heather con un tono alegre y una sonrisa, ejemplificas una buena respuesta para Heather:
"Mamá, ¿está bien si me ducho ahora y hago los deberes después de la cena?" Esto te dará dos
puntos sin más. He usado un tono de voz agradable, no he dicho "cállate" ni nada por el estilo (es
bueno ser específico aquí, detallando lo que significa realmente hablar bien). Ahora cambiemos los
papeles, y hazlo tú. Te pediré que hagas algo y tú trata de darme una respuesta agradable, incluso
aunque no la sientas. "Heather, ¿puedes ayudarme a poner la mesa?" Recuerda que esto es solo
una simulación. Heather, siguiendo el juego, dice: "Vale, mamá, voy". Suena tentativo y algo
desanimado, pero no es sarcástico en absoluto. Así que es el momento de halagarla de forma
específica. Estuvo muy bien. Sonreíste, no cruzaste los brazos ni te enfadaste. Habrías conseguido
puntos por eso si ya hubiéramos empezado el programa. La verdad es que ha estado tan bien que
vamos a contar cuatro puntos como inicio del programa, dos por practicarlo y dos por tan buena
respuesta. Practicaremos así una vez al día y te avisaré cuando sea el momento para que no te
sorprendas.
Inmediatamente después, añade una opción de bonificación: Los puntos son por practicar,
pero si en algún momento actúas así en una situación real digamos que tu padre te pide que le
pases la comida en la mesa y lo haces amable y educadamente diciendo: "Aquí tienes, papá" --
entonces consigues seis puntos de inmediato. Una vez que el programa haya dado comienzo, si
Heather dice algo sarcástico, puedes decirle con calma: Podrías haber ganado seis puntos. Tal vez
a la próxima. Pero no hagas esto más de una vez al día; de lo contrario, se convierte en algo
negativo, una reprimenda. Recuérdate a ti mismo, tan a menudo como sea necesario, que todo
esto es temporal. No tendrás que estar practicando ni recompensando el comportamiento por
mucho tiempo.
Recuerda también que el desarrollo temprano de un opuesto positivo con frecuencia
parece insincero. Puede parecer que tu hija solo finge ser amable para obtener los puntos y no
muy convincentemente. Para empezar, eso está bien. El principio esencial es conseguir la
conducta deseada como sea, luego inculcarlo y refinarlo con la práctica reforzada. Como con
cualquier programa nuevo de ejercicios, es posible que ella se deje arrastrar para hacerlo, pero
con el tiempo, con bastante repetición y refuerzo, terminará queriendo y necesitando hacerlo. En
cuanto a la mecánica del sistema de recompensas, todavía estamos trabajando en lo fundamental.
Debe haber oportunidades frecuentes para premios pequeños y otras periódicamente para
premios mayores. Los premios deben ser apropiados para su edad, por supuesto. Algunos de los
pequeños pueden incluir tiempo extra en la laptop, ipad, o el móvil, descargas, ver en casa una
película que le guste a ella, cosméticos, pendientes, tatuajes de henna y privilegios como elegir el
menú de la cena o una actividad familiar. Premios mayores pueden incluir invitar a las amigas, ir a
un concierto, una fiesta, salidas a actividades de su gusto y privilegios que le impriman un sentido
de libertad a ella.
Los niños mayores típicamente ganan recompensas que cuestan más dinero, lo que les
plantea a los padres las siguientes preguntas: ¿Estamos pagando a nuestra hija para que sea
buena? ¿No la estamos sobornando para que se porte bien? La respuesta es no. El elogio,
adaptado al grupo de edad, es aún la recompensa más importante, y los puntos y las chucherías
por las que los canjea son secundarios al elogio. Ten en cuenta que solo usamos las recompensas
temporalmente, para hacer la práctica reforzada tan atractiva como sea posible durante el periodo
de tiempo relativamente breve pero intenso en que convertimos un comportamiento deseado en
un hábito.

Palabrotas
Jimmy, de catorce años, irrita particularmente a sus padres con sus palabrotas. No se las
dirige a ellos exactamente, pero va por la casa maldiciendo, no porque esté enfadado o frustrado
sino porque cree que eso le hace ser atrevido, independiente y adulto. También le dice palabrotas
a su hermano de ocho años, lo que particularmente molesta a sus padres ya que temen que el
hermano imite esta conducta.
Muchos padres se quejan de que su hijo preadolescente o adolescente maldice
demasiado. A menudo se da el caso de que los padres hacen lo mismo también, por lo que
enseñan con el ejemplo a su hijo. Solo con que los padres dejen de hacerlo solucionan el problema
del hijo. Pero en el caso de Jimmy, los padres no maldicen. Si quieres reducir su uso de palabrotas
o eliminarlo por completo, conviene primero asegurarse de que todos saben lo que significa
maldecir. Si hay dudas, se debe hacer una lista. Por supuesto, algunos términos pertenecen
claramente a la lista, pero otros están en una franja intermedia. ¿Cuenta como palabrota "una
mierda" en tu hogar? ¿Y "maldito", u "hostia"? Depende de cada casa. Pero ante la duda, haz una
lista de palabras que cuentan como palabrotas. Así será más claro para todos. También es posible
que se necesite establecer una regla básica de lo que constituye decir una palabrota. Por ejemplo,
una forma de definirlo podría ser: Si lo oigo, cuenta como palabrota, incluso aunque lo digas por lo
bajo. La otra decisión preliminar que se debe determinar es si hay que establecer un estándar
separado de comportamiento en público. En otras palabras, ¿se va a tolerar más o menos en casa
que delante de personas que no son miembros de tu familia, o prefieres establecer una regla
común para todas las situaciones?
Una vez que se hayan tomado las decisiones preliminares sobre los estándares, se puede
proceder con una gráfica de puntos básica, como hemos hecho antes, con puntos que se conceden
por no maldecir o, pensando en el opuesto positivo, por usar buen lenguaje. Si tu hijo no maldice
mucho de entrada, puedes darle puntos por cada día que pase sin decir groserías. Pero si dice
muchas palabrotas, se puede empezar eligiendo un periodo del día en el que no se permitan: por
ejemplo, la misma franja horaria de 17 a 20 horas que pusimos a Heather. Una vez que tu hijo
pueda pasar ese rato de forma consistente sin blasfemar, lo vas ampliando. Cuando haya dudas, es
mejor empezar controlando un pequeño espacio de tiempo e ir extendiéndolo después. Las
investigaciones apoyan este enfoque. Si llega el momento de que tu hijo ya no maldice por las
tardes, podrás ampliar el programa con éxito a la mañana

Desorden en la habitación
Puede que te parezca que no pasa nada por tener un cuarto desordenado. Comparado con
las crisis profundas que traen los padres a mi consulta -violencia, problemas serios con la ley,
expulsión escolar, diagnósticos clínicos-- el simple hecho de acumular trastos e incluso suciedad,
no parece que merezca nuestra atención. Pero una habitación revuelta es un detonante de otros
conflictos familiares. Estos conflictos están basados en aspectos que realmente sí importan a niños
y padres, como son la autonomía, el respeto y los derechos del individuo en relación a la familia, y
pueden escalar de forma más grave. Así que vamos a hablar de cuartos desordenados.
Imagina una habitación increíblemente revuelta. La ropa nueva que le compraste --ropa
nada barata que tu hija te pidió sin descanso que se la compraras-- está desparramada por el
suelo, junto con otras prendas usadas, joyería, cosméticos, botellas de agua vacías, revistas, CDs,
DVDs, libros de texto, equipo de atletismo y otros trastos menos identificables. Hay tantas cosas
que no se ve ni el suelo. Podemos aplicar fácilmente nuestro método ya conocido. El desorden es
un hábito, una serie de comportamientos, así que es difícil definir un opuesto positivo, establece
un sistema de recompensas por recoger, y gradualmente reemplaza ese hábito por otro mejor. Si
ya has llegado aquí con la lectura de este libro, no te será difícil establecer un programa.
Pero primero hagámonos una pregunta esencial: ¿Por qué concentrarnos en el desorden
del cuarto de tu hijo? Una buena razón puede ser porque nunca tenga ropa presentable que
ponerse ya que esté todo amontonado y sucio en el suelo, o porque su hábito de tirar la ropa al
suelo después de ponérsela una vez te obligue a lavar más de lo necesario. Puede que su
habitación tenga un verdadero problema de higiene si existen platos sucios o restos de comida por
el suelo. Igual ya ni quedan tenedores disponibles en la casa porque están tirados por su cuarto,
en bandejas de comida vacías. Hay temas importantes que habría que abordar de inmediato, pero
¿qué pasa si el asunto no es la ropa presentable, la higiene o el abastecimiento de tenedores sino
más bien el ser desordenado? Probablemente puedas solucionarlo, ¿pero es algo tan importante?
¿Por qué enfocarte en ello? Es una pregunta que surge más frecuentemente con preadolescentes
que con niños pequeños, y que es posible que te lleve a pensar que no vale la pena abordar el
problema, que no es algo tan importante. Pero hay aspectos dentro del desorden de una
habitación, en los que no cabe negociación alguna: velas e incienso al lado de material inflamable,
comida u otras sustancias potencialmente bio-contaminantes, roedores. Si el desorden es
peligroso, si hay consecuencias para los demás, entonces se debe abordar el problema
Según tu propia respuesta a la pregunta de ¿por qué enfocarte en ello?, prepárate para
diferenciar entre lo primordial y lo secundario. Déjala que ponga la ropa en el suelo si limpia en
seguida lo que ha ensuciado con comida. Déjale que ponga sus aparatos donde le guste a él si está
de acuerdo en colocar su guitarra eléctrica (que te costó lo suyo y se la regalaste después de
muchas súplicas) en su soporte y no en el suelo donde es fácil pisarla.
Los padres frecuentemente tienen la idea de que, si dejan que su hija sea desordenada en
su cuarto, seguirá siendo así en todo: en su apariencia personal, en su trabajo para clase, en su
carrera. Piensan que perderá su empleo de adulta por tener el despacho desordenado. Pero con lo
que respecta al desorden, esto es una falacia. Tener el cuarto desordenado corresponde a una
etapa determinada que suele aparecer en la adolescencia y desaparece por si sola después. La
mayoría de la gente suele alcanzar un estándar básico de pulcritud después de esa fase de
desorden en los años de adolescencia o preadolescencia. Algunos son extremadamente aseados
de niños y si este ha sido el caso de tu hija, volverá a serlo. Para aquellos que no han sido tan
compulsivamente aseados, el fin de la adolescencia normalmente marca el inicio de una transición
del caos extremo al desorden normal.
La cuestión aquí es que, si tu hija preadolescente se mantiene dentro de unos límites de
aseo y pulcritud, y si el problema no es tan severo que llegue a causar otros mayores, puedes dejar
pasar el desorden de su cuarto considerándolo como parte del proceso que está atravesando. Es
posible que empeore en los años de adolescencia. Todos los padres pueden tener alguna historia
sobre algún adulto que es un auténtico dejado que corrobore que no todos los adolescentes
desordenados son recuperables, pero eso son excepciones. ¿Cuántos adultos conoces en realidad
que tengan la habitación como la de tu hija? Pocos. Se les quitó el hábito con la edad. Por eso no
vale la pena preocuparse mucho por ello y aumentar la cantidad de conflictos en el hogar ya que,
casi seguro, se corregirá por sí mismo, es mejor reservar esa energía para asuntos más
significativos.
Sé que hay padres que son personas extremadamente aseadas y no pueden tolerar un
cuarto desordenado, lo cual es algo legítimo; pero no obstante, hay que reconocer que no se trata
de una conducta fuera de lo normal por parte de la hija. Sé franco con ella. Explícale que no
puedes vivir con semejante desorden en la casa y que juntos debén llegar a un acuerdo para
encontrar el punto medio entre ambos: Nunca nada de desorden en ningún lugar según tu
estándar y Que la ropa termine por los suelos para tu hija. Según se llega a una solución, debes
tener en cuenta que si el resto de la casa está pulcra, el cuarto desordenado de tu hija es una
expresión de autonomía e independencia, algo normal en su etapa de desarrollo. Debes permitir
que surja un poco más de libertad en el hogar conforme ella vaya creciendo, y darle mayor control
de su espacio es una forma de hacerlo. Igual que antes, elige con cuidado los comportamientos
que no vas a consentir. Si el desorden es uno de ellos, al menos reconoce que puede que no
pertenezca a la misma categoría de asuntos primordiales que tienen otros problemas con
consecuencias más permanentes, tales como encender velas o incienso justo debajo de las
cortinas.

Solo después de la escuela


Entre semana, Ty vuelve a casa antes que sus padres. Tiene trece años y es un chico con
una sonrisa y una chispa que transmite simpatía. Tiene unos kilos de más, lo que no es un
problema para sus padres. No suele haber comida basura en casa por lo que no les preocupa lo
que pueda comer cuando está solo. Pero les preocupa el hecho de que pase varias horas solo y
quieren que él se ponga en contacto con ellos. Además, tiene deberes que hacer y algunas tareas
(poner la mesa es la más importante) que no siempre hace. Sus padres quieren asegurarse de que
está bien y hace lo que debe por lo que le llaman con frecuencia para confirmarlo y recordarle sus
obligaciones. Ty, quien valora este corto pero sustancioso espacio de tiempo a solas, se ofende
con esta vigilancia diciendo que "lo tratan como a un bebé". Les indico a los padres que la solución
es llegar a un acuerdo que disponga el poder controlarlo sin que le haga sentir así.
Por ejemplo, se puede establecer que sea él quien haga las llamadas. El propósito de esta
llamada puede ser para que te diga, por ejemplo, qué tipo de deberes tiene. Ganaría puntos en la
gráfica por llamarte. Si completa sus quehaceres diarios mientras está solo en casa --deberes
escolares, tareas de casa-, le permite conseguir más puntos. Luego, puede llamar para
comunicarte que lo ha hecho todo y ganaría más puntos por ello. Cuando llame, alábalo
sutilmente (Qué bien que hayas llamado, Ty; justo como acordamos) y también asegúrate de
prestarle mucha atención e interés durante su llamada. No solo estás revisando lo que hace; si él
quiere contarte cosas sobre sus deberes, su día, lo que se le pase por la mente, esta es una buena
excusa para hacerlo. Tenemos siempre como objetivo reforzar la razonabilidad y el compromiso
familiar, y también estamos tratando de cubrir las necesidades cambiantes del niño que se hacen
más complejas con el tiempo. Con un niño más pequeño, la atención es un elogio entusiasta, pero
con un preadolescente (y repito, es difícil precisar una edad exacta) quieres ser menos efusivo con
el elogio y prestar más atención a lo que te dice.
No siempre es posible entretenerse al teléfono con él si estás en el trabajo. Puede que te
llame para decirte que está en casa y tú estés ocupado. En ese caso le puedes decir una palabra
rápida de elogio por haberte llamado, dile que estás ocupado y dile que le volverás a llamar.
Cuando lo hagas (es importante que cumplas tu palabra), ofrécele otra palabra de elogio y
pregúntale por su día. Como he mencionado antes, resiste la tentación de ser tacaño con los
puntos. El propósito más importante de los puntos, del elogio y del programa entero es reforzar
buenos hábitos. Es mejor encontrar oportunidades de hacerlo que buscar razones para no darle
puntos.

Practicando un instrumento
A Dina siempre le ha gustado la música. Ha tomado clases de piano durante años. Ahora
que tiene doce años -bastante avanzados en cuanto a su madurez física y sus relaciones sociales-
también quiere escribir sus propias canciones y quizás empezar con el jazz. Todavía toma lecciones
de piano una vez a la semana y le gusta su profesor, pero este dice que Dina tiene que practicar
más. Tiene talento pero practica poco y cuando se sienta a hacerlo, deja la tele encendida y
tontea, sobre todo eligiendo piezas musicales que no están relacionadas con la lección. Sus padres
quieren que se lo tome en serio, aunque sea durante un rato cada día. No quieren ser unos ogros
pero saben que si practica un poco ahora, se beneficiará el resto de su vida, incluso aunque decida
abandonar el piano clásico por otros tipos de música.
Como puedes ver, este caso es un ejemplo bastante simple en el que se puede construir el
hábito con mi método de forma sencilla. Se trataría de una construcción en secuencia, hablando
de manera técnica. Para construir gradualmente buenos hábitos, primero hay que ser muy claros
con Dina sobre lo que cuenta como práctica. Por ejemplo, consigue un punto por decirte qué tiene
asignado y otro por sentarse al piano, luego otro más por cada diez minutos de práctica. Puedes
incorporar un tiempo mínimo. Por ejemplo, tiene que practicar durante veinte minutos para
conseguir dos puntos; no consigue ninguno si solo lo hace por diez minutos. Además, practicar
significa enfocarse en ello, no en estar tonteando al teclado. Si se desvía de la práctica asignada,
puedes ofrecerle un recordatorio de cuál es el estándar, pero nada más. Recuerda elogiar cada
parte que haga bien, gane o no puntos. Aquí también son importantes los antecedentes; es decir,
todos los eventos configuradores que preparan para la práctica real, tales como apagar la tele,
sentarse a tocar, repasar un ejercicio de dedos antes de empezar con lo asignado para ese día.

Negociando
Tu hijo de dieciséis años tiene un amigo que es unos años mayor y ya tiene licencia de
conducir. Quiere ir a una fiesta el fin de semana siguiente y su amigo dice que él conducirá. ¿Cómo
manejar esto? Es un problema típico en el que convergen dos principios diferentes y a menudo
opuestos: el sentido de libertad y justicia del niño (que se reduce a Me lo debes), y la preocupación
por su seguridad que tienen los padres (que a menudo toma la forma de No te va a servir de nada
la libertad si te lastimas o te matas en un accidente, por lo que tenemos que asegurarnos de que
estás a salvo, incluso aunque eso signifique tomar decisiones que indignen a tu sentido de la
libertad y justicia). Has decidido que bajo ningún concepto puede tu hijo ir en coche con el amigo
al volante. Es un conductor novato, estará oscuro, puede que haya alcohol en la fiesta; así que no
va a suceder. Pero aún queda una posibilidad de negociación. Tu actitud debería ser: Vamos a ver
qué se puede hacer. Pensemos en maneras de que puedas ir para que tú hagas lo que quieres y yo
no me preocupe. Los preadolescentes y adolescentes a menudo presentan a los padres escenarios
complicados de sí o no (¿Puedo ir a la fiesta con mi amigo en su coche o no?), y la respuesta que
prima su seguridad puede que sea Ni lo sueñes, lo que tiende a provocar escape y desobediencia,
deteriorando el vínculo de la familia y, a largo plazo, desembocando en problemas mayores de
conducta. Hay que ser realista. Es probable que tu hijo vaya a fiestas con amigos en un par de
años, así que vale la pena invertir ahora en ese futuro inmediato. La negociación es buena en sí
misma. Los padres deben encontrar la forma de renunciar al control y los hijos deben saber
abordar las preocupaciones de los padres.
Haz que esa respuesta afirmativa o negativa se vuelva una negociación: Sé que te gustaría
hacer esto, pero me preocupa tu seguridad, así que veamos opciones. Una solución es que yo te
lleve a esa fiesta y que los padres de un amigo te recojan. Pero tu hijo no solo quiere ir a la fiesta,
sino que quiere ir con su amigo sin adultos en el coche. Divide los deseos en dos acontecimientos
separados. Si lo que te preocupa es que beba y conduzca, además de que un conductor novato
vaya al volante de noche, puedes probar con: Tengo que llevarte yo a la fiesta, pero puedes ir al
centro comercial en el coche de tu amigo durante el día siempre y cuando no haya fiesta. Pero si
por alguna razón se da el caso de que haya drogas o alcohol asociados al uso del coche, perderás el
privilegio de ir en el coche con él o con otros amigos sin un adulto. Nada de esto es lo ideal desde
su punto de vista o el tuyo, pero son ejemplos de compromiso entre sus prioridades y las tuyas.
Por supuesto, involucrar a los padres de su amigo en las negociaciones puede ayudar, y esto te
puede ofrecer opciones más constructivas que simplemente decir que no o ceder.
Estamos muy lejos del ámbito de los opuestos positivos, la gráfica de puntos y otros
similares. No son la solución para todo. Pero, por medio del proceso de negociación, debes darte
cuenta de que estás cuidando y reforzando su capacidad de razonar. De hecho, durante la
conversación puedes salirte del modo de negociación y decir: Muy bien. Estamos tratando de
solucionarlo sin discutir. Así que todavía está en marcha el refuerzo sin la necesidad de gráficas de
puntos rutinarias. En general, cuando tratas con un preadolescente o adolescente, quieres
expresar tu interés en la buena conducta, cuidar y reforzar la razonabilidad siempre que dé
muestras de ello, y concederle autonomía y libertad de la forma más segura posible. Si lo que
quieres es pillar a tu hijo siendo bueno, ahora trata también de pillarlo siendo razonable. Y
recuerda ser razonable tú mismo. El desafío mayor a esta edad es mantener buenos y estrechos
lazos con el niño, o si se rompen, volver a restablecerlos. Cuando piensas en recompensas, trata
de enfatizar reforzadores prosociales -recompensas que traen al niño a la comunidad familiar o a
otra más amplia-. Un privilegio como elegir el menú para una comida familiar o una salida durante
el fin de semana reforzará el sentido de comunidad familiar y el sentido de pertenencia del chico.
Iremos al partido todos juntos es mucho mejor que la bolsa con premios de los críos pequeños.
Aprovecha la oportunidad de incluir a tu hijo en la familia e incluirte a ti mismo en su mundo.

Enfrentamientos en la vida diaria


La preadolescencia conducirá a la adolescencia y los conflictos se intensificarán. Es
probable que haya momentos de crisis y ruptura total entre tu hijo y tu; momentos en los que, por
ejemplo, dirás: No vas a ir a esa fiesta, y tu hijo dirá: Voy a ir y tú te vas al infierno. Habrá gritos,
chillidos, saldrá hecho una furia, incluso puede que haya confrontación física. Harás todo lo
posible para que las cosas no lleguen a ese punto, pero los enfrentamientos ocurren incluso en las
familias más unidas y los adolescentes los provocan. Cuando estalla algo, no vas a ponerte a
pensar en ese momento: Tal vez una gráfica de puntos funcionaría, pero todavía estás a tiempo de
poder recurrir a los conceptos y al método que has aprendido.
No es realista tratar estos momentos de crisis como oportunidades inmediatas para que tu
hijo aprenda. A corto plazo, solo estás tratando de superar ese estallido con el menor daño posible
para todos. A veces es bueno dejar que el chico salga furioso y se calme; otras veces tú debes
tranquilizarte; y, a veces, la situación se descontrola tanto que temes que alguien se haga daño
(digamos que tu hijo está necio en ir a una fiesta con un amigo que ha bebido) y tienes que hacer
algo extremo como llamar a la policía. Puede ocurrir y, como ya he mencionado, debes hacer lo
que sea para superar la crisis de inmediato. Asume que la cosa se puede poner fea, trata de no
hacer nada innecesariamente dramático, hasta que no termine el enfrentamiento, y resiste la
tentación de reiniciar la batalla cuando ya esté llegando a su fin. Los chicos tienden a quedar un
poco abatidos y luego actuar como si no hubiera pasado nada, pero los padres tienden a
obsesionarse con el conflicto, reproducirlo y revisitar su enfado. Resiste. Aunque sea obvio que
tenías razón, sigue adelante.
Cuando el estallido haya pasado y todos estén un poco más calmados, es el momento de
pensar en lo que causó la crisis y cómo evitar otra. Desde el punto de vista de una buena práctica
parental, estos momentos de crisis se pueden trabajar sobre lo que va a pasar después (cómo
prevenir que esta situación vuelva a darse) y lo que ya ha pasado (lo que llevó a ello). Quizás lo
más importante que requiere consideración con respecto a esto es la vida diaria con tu hijo.
Cuando se da un detonante, todo lo que has hecho mal se volverá en tu contra: Le he estado
gritando a mi hijo sin escucharlo, No le he enseñado a respetar lo suficiente a sus padres, He sido
tan inconsistente con las reglas que no sabe cuáles son sus límites. Por el contrario, cuando estés
listo para tirar la toalla y decir: No puedo con este hijo, es el momento de volver a todo lo positivo
que hayas acumulado de la relación con él.
Toda esa base que se ha ido construyendo paulatina y firmemente te hace más eficaz
como padre o madre. Si un enfrentamiento reciente te muestra que necesitas apuntalar esas
bases, dedica tus energías a hacer eso como modo de fortalecer el vínculo entre tu hijo y tú, que
te vendrá bien cuando se avecine la próxima crisis. Si el trabajo preliminar ya es fuerte, ten
confianza en que existe una base sólida para tus intentos de cambiar la conducta de tu hijo (y la
tuya), y ponte a trabajar enseguida con él. Una vez que hayas superado la crisis, vuelve a lo
esencial. Aunque estalle un conflicto, no significa que todo esté perdido.
Como analogía extrema se puede citar el ejemplo de las adicciones, las investigaciones
señalan que los adictos en tratamiento a menudo recaen, pero que la recaída no significa el fin del
tratamiento. La mayoría de los que vuelven a sufrir una recaída todavía pueden completarlo y
mejorar, a pesar de la gran crisis que supone reincidir en su adicción pueden restablecer el
tratamiento y trabajar para alcanzar un estado en el que las recaídas sean menos probables. De la
misma manera, no tenemos una panacea universal que funcione en todas las situaciones para
mejorar la conducta de un niño, pero los estudios muestran que sabemos cómo reducir las
posibilidades de que se dé un nuevo enfrentamiento. Para ti, todo se resume en buenos hábitos
parentales. Eso es lo que puedes hacer.
Además, recuerda que explicar las cosas a tu hijo puede tener algún valor --es importante
mantener los canales de comunicación abiertos- pero se ha demostrado que explicarle todo es un
método bastante débil para cambiar el comportamiento. Los padres normalmente creen que si le
hacen ver las cosas desde su punto de vista, lo entenderá, pero esto no es real. Casi por definición,
un adolescente no puede ver una situación desde la perspectiva de los padres y viceversa: los
padres que piensan que recuerdan por su experiencia lo que era ser un adolescente, se engañan a
sí mismos. Hay que aceptar el hecho de que hay diferencias fundamentales en los puntos de vista.
Así que, aunque trates de hacer que tu hijo comprenda lo que piensas, eso no va a cambiar mucho
su conducta. Apóyate en la práctica reforzada, no en la explicación como el método más confiable
para cambiar el comportamiento.
También ten en cuenta que cambiar la conducta es solo una parte del trabajo; algo muy
importante de reconocer en el caso de los preadolescentes y adolescentes. Este capítulo hace
hincapié en que cuando lidiamos con una preadolescente rebelde, incluso aunque estemos
trabajando para cambiar algún comportamiento específico, estamos trabajando mayormente para
mantenerla en el redil de la familia mientras crece su libertad. Una atmósfera de peleas en el
hogar hace que todo parezca más funesto y urgente, pero estamos tratando de usar el mejor
sentido común y la mejor ciencia para que te pongas manos a la obra y encuentres maneras de
entablar la relación con el menor número de batallas posible.

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