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LA OCASION HACE AL LADRON * FRANCISCO ZARCO Mire usted, lector 0 lectora (que todo es lo mismo, porque a la distan- cia en que estamos me importa un bledo el sexo que pueda usted tener, © que no tenga sexo), no trato de convencer a usted de lo cierto del proverbio, porque en punto a proverbios la fe anda ya tan vacilante como en cualquiera otra cosa mas importante; y si usted es de los que no creen, eso a mi nada me interesa, ni me he de empefiar en que crea usted esto 0 aquello. Antes de leer el proverbio como titulo de articulo en 1a Iustracién lo habré usted ofdo casi todos los dias, sobre todo si vive en México, y si trata con estas gentes tan fragiles que son tan abundantes, y cuya virtud es tan perecedera como reputacién de ministerio nuevo. La oca- sidn hace al ladrén es una locucién magnifica como acomodaticia y que sirve siempre para disculpar todo género de faltas y de pecadillos, Siem- pre es bueno echar la culpa a alguno, de todo lo malo que hacemos, y el alguno mas a propésito es la ocasién, porque ni ella se ha de enfadar, ni ha de sostener una gran polémica por los diarios, ni ha de mandar darnos de palos porque es hembra (aunque ésta ya no es regia). Ade- més, nadie quiere cometer faltas; el amor a la virtud es tan acendrado en estos tiempos que corren, que sdlo se puede pecar por mera distrac- cién, por aturdimiento, o arrastrado por el destino, pero nunca por propia voluntad; y asi quien tiene la culpa es a ocasion. La ocasién hace al ladrén, es un adagio un poco antiguo, circunstan- cia que prueba que el robo no es peculiar de nuestro siglo, y que debe disminuir por lo mismo la vanidad de ciertos ministros que parecen, segiin el aire que toman, ser los inventores del divino arte de Caco. Y + Publicado en La Ilustracién Mexicana, t.2 (México, 1851-1852), pp. 423-431 [Firma Fortin}. 376 FRANCISCO ZARCO la antigiiedad del adagio prueba ademas que siempre la humanidad ha sido inmaculada, y que cuando ha incurrido en cualquier pecado ha sido porque asi lo ha querido Ja ocasién. Aqui vemos prdcticamente que nadie roba mientras no puede ro- bar, virtud heroica y casi sublime; que luego que llega la ocasién, el albacea se apropia los bienes de los huérfanos, el mayordomo los del convento, el ministro los del erario, el dependiente los de su amo, y asi en todo; pero de aqui no debemos inferir que ni el albacea, ni el ma- yordomo, ni el ministro, ni el dependiente son unos bribones, sino que la ocasién hace al ladrén, y que si no hubiera existido tal ocasién, ellos serfan unos santos, unos varones de intachable conducta. Los proverbios se generalizan, y en esto consiste su nombre, pues pro- verbio quiere decir palabra 0 locucién por excelencia, y de su sentido se hacen aplicaciones en grande a las distintas fases de la vida humana. La ocasién hace al ladrén, es lo mismo que en arca abierta el justo peca, otro adagio que prueba la debilidad de la honradez del hombre, y la ocasién hace al ladrén equivale en buenos términos a que cuando hay vino, hay ebrios; si hay amante jadids fidelidad de la mujer!; si hay peligro, hay razén de tener miedo, etcétera, etcétera; es decir, que el proverbio anuncia esta grande, sublime y luminosa verdad: El hombre es bueno mientras no puede ser malo, y si hay muchos que ni roban, ni beben, ni mienten, ni se vengan, ni injurian, ni seducen mujeres, es sélo porque no pueden, pues si pudieran, todos lo harian, y aqui viene el otro refrancillo de que Dios no dio alas a los animales ponzofiosos, refran que es pura mentira, a pesar de que anda de boca en boca. La ocasién hace al ladrén es una gran disculpa de todas las acciones humanas, y es un verdadero consuelo para los agraviados; porque su- ponga usted que uno de sus criados le roba cuanto tiene, no tiene él la culpa, sino la ocasién que usted mismo le proporcion6, y asi en todo... Th Para que vea usted que hay adagios que consuelan, voy a contarle un pasaje veridico e instructivo que puede servirle de curiosa leccién. Pero antes daré a conocer a los actores de esta historia 0 como se quiera llamar. En primer lugar: La ocasién, ser prodigioso, amparo de bandidos, de meretrices, de potentados, etcétera, etcétera. LA OCASION HACE AL LADRON 377 Después el seftor don Melitén, hombre de buen corazén, de regular fortuna, de excelente indole, de unos cuarenta y cinco afios de edad, y de una credulidad rara en estos tiempos. Pepita, nifia de unos dieciocho o diecinueve abriles, linda, viva, co- queta, agraciada, ex novia de muchos, y mujer legitima in faciae eclessiae del sefior don Melitén. Manuelito, estudiante, primo en quinto o sexto grado de Pepita, insustancial, frivolo, decidor y muy querido del sefior don Melitén, que se rie y celebra Jas gracias de su pariente politico. Don Conrado, capitan de luengos bigotes, de espada curva, de aci- cates, maldiciente, endemoniado, jugador, calavera, y amigo del sefior don Melitén. Don Pedrito, hombre de esos que no son ni viejos, ni jovenes, for- mal, puntual, trabajador, eficaz y dependiente, de confianza del sefior don Melitén. II Signore Barlilucci, virtuoso, Pianista, primo tenore, buen mozo, delicado y maestro de musica de la esposa del sefior don Melitén. Mister John Straw, americano, ex carretero del ejército invasor, profesor de lenguas, dentista, albéitar, agiotista, retratista al dague- rrotipo, y maestro de dibujo, de baile y de inglés de la esposa del sefior don Melitén. La escena pasa en esta ciudad, en la casa del sefior don Melitén, yen otras partes, La fecha es del cuadragésimo segundo al cuadragésimo quinto afio de la edad del seftor don Melitén, y del primero al tercero de su matri- monio con Pepita. mL Vamos ahora a entrar en otros pormenores. El sefior don Melitén, comerciante en abarrotes, honrado a toda prueba, habia permanecido sin declararse en quiebra, a pesar de haber ganado mucho en la venta del cacao de Maracaibo y del papel de Génova; viéndose rico, habiendo sido un hombre que sélo habia sabi- do trabajar de dia y dormir de noche, creyé que tenia una fortuna considerable y que podfa dividirla con alguien, porque empezd a sen- tir que se le hactan largas las horas cuando estaba solo, ¥ que sus de- pendientes y sus compradores lo fastidiaban hasta mas no poder. Pero 378 FRANCISCO ZARCO. el sefior don Melitén era una especie de hurén, que no conocfa més que a otros comerciantes, y si bien estaba dispuesto a servir a sus ami- gos, jamas hacia, ni recibia visitas, y sélo entraba a charlar sobre el precio del aziicar a los almacenes, sin subir jamas a las habitaciones de las familias de los almacenistas. Don Melitén se hizo hurafio, regafién, intratable; se tomaba Ia cabeza entre Jas manos, o daba golpes con los dedos sobre el mostrador, y permanecia en esta ocupacién horas ente- ras. El tenia necesidad de algo, se sent‘a incompleto, y conocia que su fortuna no le bastaba para llevar una vida agradable. Pero el sefior don Meliton no hallaba qué hacer en una tertulia, no sabia saludar, no jugaba tresillo; el sefior don Melitén era para la bue- na sociedad un bruto, que era preciso domesticar. El ruvo el talento de conocer que de todos hacian mas caso que de él, y que algunos de los amigos que mis favores le debian, se avergonzaban de stis modales, y se rehusaban a presentarlo a melindrosas beldades. El sefior don Melitén volvié a su tienda de abarrotes mas triste que antes; allf pasaba el dia entero sin hablar, grufiendo, refunfufiando de cuando en cuando, y siempre con la frente entre las manos, sin alzar los ojos. En la iglesia se ponia lejos de las mujeres, no frecuentaba los paseos, y sdlo de noche salia a hacer un poco de ejercicio por calles solas para no encontrar a nadie. En el comercio se pensé: o que el sefior don Melitén era muy avaro; © que sus negocios iban mal; o que era un soberbio animal; o que se queria volver loco. Estos rumores llegarian a ofdos del sefior don Melitén, quien siguid tan triste como siempre, sin entrar en explicaciones con nadie... Y pasaron asi muchos dias, y una tarde en que don Melitén debié cansarse de tener doblada Ja columna vertebral, alzé la cabeza, y en lugar de volverlaa inclinar sobre el pecho, la eché hacia atras en Ia silla en que estaba sentado para recargarla sobre la pared, y sus ojos en lugar de fijarse en la romana de la tienda se dirigieron hacia arriba... El rostro de don Melitén se animé en un instante, sus labios se movieron dulcemente, sus ojos brillaron, su fisonomia perdié su aire tétrico y misantropo y sus dependientes lo contemplaron estupefactos. ¢Qué veria don Melitén? Tal pregunta le ocurre a usted lector, gno es ver- dad? Pues voy a satisfacerlo; don Melitén vio en primer lugar... en primer lugar no vio nada... después vio un tiempo sereno y apacible, un cielo azul, luego su mirada cayé en la acera de enfrente y en ella descubrié un balcén, que por supuesto tenia vidrieras, y éstas, corti- LA OCASION HACE AL LADRON 379 nas, y detras de Jas cortinas vio un pedazo de mano, media mano, un dedo, una ufia, que alzaba suavemente la muselina; y después un reta- zo de cara, una punta de nariz, un rabo de ojo, un rizo de pelo, que se acercaban al vidtio buscando algo en la calle... He aqui la vision del sefior don Melitén... el buen sefior creyd que aquel dedo, que aquella nariz, que aquel ojo, que aquel cabello, se habian movido porque el todo que tales partes formaban, habla querido verlo a él... y batallaba don Melitén por explicarse si seria visto con curiosidad, con interés, 0 con compasién. Sin embargo, de esta duda, don Melitén fue otro des- de el dia siguiente: estaba mAs aseado, hablaba mas, y de vez en cuando alzaba sus ojos hacia el balcén de enfrente... Pero nada mas que vidrios y cortinas vio el primer dia, y al fin, al fin después de algiin tiempo, aquellos dedos vuelven a alzar la muselina, y don Melitén los contem- pla estatico. Vv Seamos un poco menos timidos que el sefior don Melitén y veamos lector, usted y yo, lo que pasa en la casa, que daria materia a un nove- lista para un capitulo titulado: “El cuarto de Ja mano misteriosa.” Por supuesto la casa tiene zaguan, y escalera y comedor; pero todo eso nada nos interesa y asf entremos de rondén ala sala o asistencia. Fijemos primero nuestra decoracién, es decir la de la sala. Poca exten- sién, un sofa, dos sillones, unas diez y ocho sillas de caoba y cerda, bastante deteriorado todo, una mesa redonda, encima de ella un quinqué y algunos libros; dos rinconeras y en ellas floreros y pajaros disecados; un piano, una alfombra descolorida por el tiempo, unas sillas pequefias cerca del balcdn que esta velado por cortinas de muselina. Entre esas sillas hay un modesto costurero, una almohadilla, un bastidor, y varios lienzos, mascadas por dobladillar, etcétera. En una de esas silletas esta sentada una joven de unos diez y siete afios, vestida de blanco, bien peinada, y con una rosa prisionera entre sus cabellos. Intentemos describir a esta joven: Es alta, delgada, un poco palida, rostro oval, cabello negro, ojos negros también, grandes, rasgados y demasiado vivos, la nariz muy fina pero las ventanas demasiado abiertas y color de rosa, los dientes blanquisimos y los labios rojos, gruesos y frescos. El pecho bastante elevado, los hom- bros redondos y torneados, y casi siempre descubiertos. 380 FRANCISCO ZARCO Esta preciosa nifia esta indolentemente sentada, apoyando un piecesito bien calzado en un barrote de otra silla, y meneéndolo ma- quinalmente, aunque parece fijar en él sus ojos de cuando en cuando. Sobre sus rodillas esta su almohadilla, en uno de sus dedos est4 el dedal, pero continta en su misma indolente postura, sin pensar en seguir su monétona ocupacién. De cuando en cuando, mueve perezo- samente la cabeza, y se asoma por entre las cortinas para ver a la calle; sus labios se contraen con impaciencia, y vuelve a quedar moviendo su piecesito. Duraria as{ quién sabe cudntas horas, si no entrara al aposento otro personaje. Es un muchacho casi de la misma edad que la joven, que al entrar tira su sombrero, su bastén y un libro sobre la mesa: se ve al pasar en un espejo, se compone el cabello, y sin hablar palabra se sienta junto a Pepita, que asi se [lama la nifia que hemos descrito. Ella lo mira y sonrie, moviendo apenas sus labios, y sigue movien- do el piecesito, en que parecen clavarse los ojos del recién legado. Este saca de Ja faltriquera un tremendo puro habano, una caja de fdsforos, y enciende su tabaco, comenzando a echar bocanadas de humo. —¢Empezamos? dice Pepita, ya me ahoga tu humo. —Faramalla, dice Manuel, lanzando una nube de humo sobre el rostro de Pepita, que tose poniéndose encendida. —Basta, Manuel, cada dia eres ms impertinente... —¢Te enojas, Pepita? :Te enfadas conmigo?... Pepita lo vio y dejé salir de sus labios un sonido para el cual no hay letras en el alfabeto de idioma alguno conocido. Ese sonido era una solemne declaracién de guerra. —¢Conque te enojas, conmigo? ech... dijo Manuel, dando a su cara un aire de pecador contrito, y atreviéudose a poner una mano sobre el talle de su prima... Haremos las paces, afiadid en tono de suiplica. —Pero que sea la iltima vez, dijo ella con dignidad, dejando caer sus dedos delicados sobre la mejilla tersa del primo. Manuel sintiéndose un poco ruborizado, quiso ocultar su rostro, pero no hallando tal vez lugar a propésito para hacerlo, abrazé a su prima y sus labios rozaron suavemente la espalda de la joven, que un momento después de sufrir aquella presién, exclamé: —Tampoco eso me gusta Manuel; quita, quita de aqui, te tomas unas libertades... Manuel confundido se retiré, se senté en el sofa y se quedé pen- Sativo. LA OCASION HACE AL LADRON 381 E] unico cambio notable que esta escena produjo fue que el pie de Pepita desaparecié del barrote de la silla. Permanecieron ambos primos callados y sin verse de frente. Por fin, Manuel sin cambiar de postura tosié, miré que Pepita no hacia caso de él y se decidié a romper el silencio. Entablaron pues, este didlogo: —Oye, gpor qué estas siempre a esta hora en el balcén? — Uhm? —éNo me oiste? —Si —Pues, respdndeme. —Porque en alguna parte he de estar. —No es razén. —Pues no hay otra. Aqui se ve mejor, dura més la luz. —Ya; pero como siempre parece que buscas algo en la calle... —No, nada: gy qué te importa? —Nada, pero yo creia que tendrias confianza en mi, que no me ocultarias... —Nada tengo que ocultar, veo la calle porque me enfada coser todo el dia, porque me canso de estar sentada en un lugar, porque quiero algo que me distraiga, porque mi vida siempre igual es ya insufrible... —Tienes razén, y luego como eres tan linda... —jChist! No empieces a hablar tonterias... Insensiblemente los dos primos habian ido acercandose el uno al otro y estaban ya juntos en el sofa, donde pronto hubo ocasién de otro abrazo, y de otro apretén de manos. Pepita pensaba que queria a Manuel como a un hermano, y él por su parte sentia una cosa extrafia, una cosa nueva cuando estaba con ella. ;Entiende usted lector? La ocasién hace al ladrén. Esto es lo mds importante que ocurria en la casa donde habia des- cubierto una mano el sefior don Melitén. ¥ Pero los dos primos no vivian solos. Pepita tenia madre, una vieja Ilena de pretensiones, y pudiendo apenas vivir y sostener su casa en razén de que como mujer viuda, habia sido engafiada y habia sufrido pérdidas considerables. La sefiora amaba a su hija, y pensaba en su 382 FRANCISCO ZARCO porvenir, conocia que se entregaba a locos devaneos, y como si fuera empleado de correos, habfa interceptado billetes color de rosa, en que cualquier barbilampifio camelaba a su hija, pidiéndole, tu “amor o la muerte”, y otros en que ella misma demostraba que no vela con indi- ferencia esos galanteos. La madre vela en esto una ligereza, hija de los pocos aiios de Pepita, y esperaba encontrarle un buen marido. Pepita tenia novios pedestres y ecuestres, que rodeaban su calle por las tardes. Unos no tenfan més profesién que la de elegantes, otros eran meritorios de oficina o escribientes de escaso sueldo; pero ella, que estaba tan fastidiada de no lucir, de no brillar, tenia que entrete- nerse con algo, mientras hallaba marido. A.esa falange de novios (no hay otra palabra) era a los que buscaba por las tardes, alzando Ja cortina de su vidriera, y esto era lo que habia visto el sefior don Melitén, que desde su tienda no podia conocer la direccién de los ojos de su bella desconocida. Pero los domingos Pepita hacia de si misma completa exposicién en su balcén. Estaba més prendida, ms acicalada... Y el sefior don Melitén tenfa cerrada su tienda los domingos. Pero una vez acerté a pasar por alli, y se quedé perplejo admirando la beldad de Pepita. Ella, no sabemos si paré o no la atencién en el rostro aténito del honrado comerciante. Pero don Melitén se propuso gozar de la presencia de aquella mu- jer y al domingo siguiente fue solo a abrir su tienda y permanecié la tarde entera con los ojos fijos en el semblante vivo y risuetio de Pepita. Esta operacién se repitid varios domingos, y no sabemos si Pepita la noté o no. Pero un lunes por la mafiana la madre de Pepita entré a la tiendaa comprar ciertos efectos, y cuando hubo pagado suplicé al sefior don Melitén que se los enviase a su casa, y sefialé el balcén de enfrente. Don Melitén se estremecié, vacilé y se pasé la mano por la frente y por los ojos. Era que acababa de cruzar por su espiritu la duda. “2Es ésta, pensé, la mujer que he estado admirando desde aqui? Buena Ja he hecho, es tan vieja como yo.” Como si la sefiora hubiera lefdo en el pensamiento de don Melitén afiadid: —Aunque yo no esté en casa, todo lo pueden dejar a mi hija... se llama Pepita. Don Melitén respird. LA OCASION HACE AL LADRON 383 ‘VE Desde ese dia Pepita estaba todas las tardes en el balcén, a veces acom- pafiada de su madre y ésta menudeaba sus compras hasta donde le era posible. El sefior don Melitén estaba rejuvenecido, inquieto y [leno de gozo y de ilusiones. Una tarde en que llovia, don Melitén encontré en la calle salien- do de una iglesia, ala madre de Pepita. Por cortesia le ofrecié abri- garla bajo la sombra de un inmenso paraguas. Ella acepté también por cortesia, y al llegar a la puerta de la casa precisado se vio el sefior don Melitén a subir a descansar un rato, mientras pasaba la iuvia. Pepita fue llamada a saludar al sefior don Melitén. Se hablé poco, y el vendedor de abarrotes quedé perdidamente enamorado, pero timi- do y desconfiado no se atrevia a decir ni una palabra al idolo de sus pensamientos, ni sabia tampoco escribir billetes amorosos. Pero no obstante, una mafiana después de una prolongada conferen- cia entre madre e hija, se escribieron por ambas varias cartas, con sefiales de agitacién, y se estuvieron despachando unas después de otras. Eran pasaportes a los novios de Pepita; era un golpe de estado ast como disolver de una plumada batallones de guardia nacional. Las cartas fueron recibidas por la falange de adoradores y a ninguno de ellos causaron grave pesar. —jQué tonta! No comprende mi posicién, el ministro me ha ofreci- do ascenderme a escribiente 14°... decia un meritorio. —Ahi se arrepentira, cuando vuelva Santa Anna, y sea yo capitan de coraceros, clamaba un ilimitado, —jQué fatua! {Qué tonta! ;Qué coqueta! No importa! fueron las exclamaciones con que se vieron saludadas las dimisorias de Pepita. Vil El sefior don Melitén hizo algunas visitas, bostezé en el estrado, lanzé suspiros ahogados, se enternecié y dio sefiales de todo aquel romanticis- mo de que es capaz un vendedor de aziicar y de cacao. Pero como el sefior don Melitén no acababa de decir lo que queria 384 FRANCISCO ZARCO. fue invitado a una conferencia privada por la madre de Pepita. El se- fior don Melitén se presenté a la hora de la cita y se encontré con una especie de arbitro o mediador, con el confesor de Pepita. —Ya ve usted, sefior don Melitén, que el honor de una nifia, que una madre no puede prescindir de ciertos deberes, y aunque usted es un caballero y... El confesor anduvo con menos rodeos; después de un brevisimo exordio y de asegurar que Pepita era la mujer més virtuosa, y més candida que él conocta concluyé con esta clarisima cuestién. “gSe casa usted, o no se casa?” El sefior don Melitén sorprendido de la prisa que corria que él se casara, tradujo la pregunta por “herrar o quitar el banco” y como el pobre hombre estaba enamorado, y crefa que Pepita era una perla escondida, apenas pidid que le ampliaran los términos para concluir algunos negocios mercantiles, y para tratar un poco a su novia. Hecha esta generosa concesién por parte de la sefiora y del confesor, después de decirle “a nosotros nos basta que usted sea un caballero; pero...” el sefior don Melitén tuvo que declarar cuanto tenia, cudnto debia, qué negocios traia entre manos, si tenia o no probabilidades de quebrar, todo con tal exactitud como la que es de desear en un concurso y como lo quieren las ordenanzas de Bilbao. Vino después la otra declaracién de que no tenia el buen sefior hijos naturales, ni sobrinos, ni ahijados, ni huérfanos... y quedé ya solemnemente reconocido como novio oficial de Pepita. Vit Pepita fue instruida de lo que pasaba, se puso descolorida, luego muy encendida, vacild, balbuceé palabras entrecortadas, tuvo una ligera con- vulsién de nervios y al fin como nifia obediente y juiciosa se resigné a seguir pasivamente la voluntad de su mama. La época del noviazgo duré poco, sin mas incidente que una que otra burla de Manuel que acababa en abrazos o en apretones de ma- nos, porque /a ocasién hace al ladrén. Verificése por fin el matrimonio en casa del sefior don Melitén; Pepita estaba encantadora, don Melitén elegantisimo, la suegra lle- na de emocién, Manuel muy triste cuando veia a Pepita y muy amable con don Melitén. La concurrencia se redujo a seis u ocho LA OCASIGN HACE AL LADRON 385 comerciantes, dos o tres eclesidsticos, algunas sefioras y don Pedrito, el dependiente de mas confianza del sefior don Melitén. La luna de miel fue de delicias para el sefior don Melitén: estaba loco, contento, alborozado, tenfa buen humor, se civilizaba, lefa no- velas, ofa musica, usaba guantes, iba al teatro, al paseo, a todas partes, y tenia un aire ufano, orgulloso, cuando todos se quedaban mirando a su mujer. Pero un viejo gallego portero del sefior don Melitén cuando veia todos estos cambios, decia: |Qué tonteria del amo, no ha de salir bien con esta chiquilla! Pepita estaba contenta también con sus chales, con sus joyas, con su palco en el teatro, con sus coches, y lo tinico que solia enfadarle en medio de tanta felicidad era el sefior don Melitén. Pero en cambio Manuel la hacia refr, murmurando del sefior don Melitén o contando- le cualquiera otra cosa frivola ¢ insustancial. ry El sefior don Melitén era tan feliz que quiso que el mundo le envidia- ra, que su mujer fuese a deslumbrar a cuantos la vieran, y el buen hombre pensaba con gozo jqué envidia van a tenerme! Pero quién sabe cémo diablos le vino la idea de que su mujer valdria mucho mis sia su natural hermosura afiadia las gracias de la instruc- cién y del talento, y se propuso que tomara ella lecciones de todo cuanto hay. Pepita sabia dar manotadas sobre el piano y reventar quince o vein- te cuerdas, sabia ademas dar gritos desesperados que llamaba arias y cavatinas. Cuando Pepita cantaba, toda su fisonomia se contraia (prueba de sensibilidad), ponia los ojos en blanco (prueba de talento) y acababa por sentir convulsiones y por quedar debilitada (prueba de amor al arte). La primera vez que don Melitén la oyé pensé Ileno de susto que Pepita se habia vuelto loca; pero después, el pobre hombre compren- dié lo que era el arte, y en aquellos accesos musicales de su mujer se complacia y se recreaba. A pesar de estos portentos se acordé que Pepita siguiera tomando leccién con el signore Barbilucci, su antiguo maestro. Pepita sabia un poquito de francés, muy poquito en verdad, y por lo mismo quiso saber otro poquito de inglés, y para esto recomenda- 386 FRANCISCO ZARCO ron al sefior don Melitén a mister Straw, tipo del americeno que sirve para todo, desde hacer ferrocarriles hasta tejer calcetas, } que en poco tiempo ensefié a Pepita unas veinte y cinco palabras | on el acento noble y armonioso peculiar de los hijos del Kentucky ster Straw, conocié que era menester ser favorito importante, y f conto se hizo maestro de dibujo y de baile, y era una especie de periédico comercial, e indicaba al sefior don Melitén algunos negocios como mandar azui- car a California. Mister Straw como maestro de lenguas, no sabia por supuesto casi nada del espafiol, porque el espafiol no debe ser lengua, y todos sus disparates afiadidos a su manta de mascar tabaco cafan muy en gracia a la graciosa Pepita. De manera que la esposa del sefior don Melitén adelantaba todos los dias y su educacién se perfeccionaba de hora en hora. Ademés, ef honrado don Pedrito, el mejor dependiente de la casa, daba a Pepita todo el dinero que ella necesitaba para sus mil caprichos, y siesto no tiene nada que ver en Ja educacién de la recién casada sf tiene que ver en la parte més esencial de esta edificante historia. x El sefior don Melitén tenia pocas visitas y no necesitamos darlas a conocer al lector una por una. Entre ellas se contaban nifias elegantes y lindas, muchos hombres de negocios, algunos filarménicos y un ser enteramente original: Don Conrado, Don Conrado era militar de algunos afios, bigotudo, valiente, calavera, y amigo intimo de don Melitén, quién sabe por qué. Cuan- do don Conrado perdia en el juego recurria a la amistad de don Melitén, quien ademas de dinero le daba juiciosos consejos. Pero don Conrado generalmente jugaba el dinero y olvidaba los consejos. Don Conrado era una novela viva, su existencia era el tejido mas fantastico de toda clase de aventuras; miseria, opulencia, calaveradas, amores, calabazas, duelos, campaiias, pronunciamientos, y todo esto es lo que daba materia a su conversacién siempre animada, llena de ocurrencias que hactan reir y de curiosas exageraciones. Pepita lo escuchaba aténita, y cuando don Conrado no estaba en su salén ella lo extraiiaba, le faltaba algo. LA OCASION HACE AL LADRON 387 XI Conocemos ya a todos nuestros personajes y ahora va usted a ver, lector, como es indudable que la ocasién hace al ladrén. Porque usted sea hombre o mujer, habr conocido ya que Pepita es uno de esos angeles que vienen al mundo en forma de mujer, uno de esos seres destinados a endulzar la vida y a derramar felicidad en su derredor. Es verdad que Pepita habia tenido muchos novios y que a todos les habfa escrito cartas mas o menos insulsas, mis o menos ardientes; pero esto no pasé de puras nifierias, Pepita tenfa un primo que la abrazaba y que solfa ponerse colorado delante de ella, pero ella no tenia la culpa de que su primo la quisiese, ni mucho menos de que la sangre le subiese de cuando en cuando a las mejillas. Pepita amaba la nnisica y por eso cultivaba amistad con Barbilucci, por amor al arte, y el amor al arte es una virtud en las mujeres. Pepita queria aprender el inglés y el dibujo, y ni estudiar lenguas, ni saber pintar presenta inconveniente y sdlo por dibujar y poder hablar inglés era por Jo que Pepita trataba tan bien a mister Straw. Pepita era amable y buena con don Pedrito, porque siendo él depen- diente, no era justo ser adusta, ai orgullosa con él, y la amabilidad es una gran recomendacién en las mujeres. Pepita recibia con gusto a don Conrado, porque don Conrado tenia gracia para conversar, y Pepita era eminentemente sociable. Pepita era pues un tesoro y un portento de virtudes. XIE Pero la ocasién hace al ladrén. Y esto debia saberlo el portero del sefior don Melitén, porque se aparecia como fantasma e interrumpia los séte-d-téte de Pepita con to- dos los individuos que usted conoce ya, queridisimo lector. Pepita era tan inocente como puede serlo una mujer después de cuatro meses de matrimonio con un comerciante en abarrotes. Una tarde de estio (la estacién es punto esencial), Pepita estaba ahogandose de calor y se acosté indolentemente a tomar el fresco en un canapé del corredor y como estaba sola no cuidé de ocultarse sus lindos piecesitos, y a poco rato se quedé dormida. Estaba ella 388 FRANCISCO ZARCO durmiendo tan tranquila como un nifio en su cuna cuando cate usted, lector, que atina a entrar Manuel, el primo, el primo que se ponfa colorado, y vio a su prima tan linda, tan linda, y luego tan dormida, que el pobre muchacho se quedé mirandola de hito en hito, y andando de puntillas se acercé a ella y se quedé contemplandola. Quién sabe si la estaria estudiando artisticamente porque sus ojos se fijaban unas veces en la frente tersa y alabastrina de Pepita, otras en sus frescas mejillas y luego en sus labios, y en su seno que se inflaba con la respiracién, y luego en aquellos pies tan pulidos. Viéndola dormida (era ya casi de noche y don Melitén habia salido), Manuel temblando se resolvié a estampar sus labios en las mejillas de Pepita, pensando que ella no lo sentiria, Y 7a8.. le dio un beso enteramente de primo... Pero he aqui que la ocasién tiende sus alas sobre aquellos dos iovenes y Pepita medio dormida, creyendo que aquel beso era de don Melitén, tendié los brazos como si fuera su esposo, y no era su esposo, sino su primo que no sabia lo que hacia... En fin Ia ocasién hace al ladrén, pero Pepita gqué culpa tenia de haberse equivocado? {Habr4 quien se atreva a culparla de una equivo- cacién inocente hasta mas no poder? Ciertamente que no: cualquiera absolvera a Pepita, pero lector, ya usted ve, la ocasién hace al ladrén. xu Pepita estaba avergonzada jEra tan buena! Para borrar su falta involuntaria lo que hizo fue redoblar su amabi- lidad y sus caricias con el sefior don Melitén. Dos semanas después el sefior don Melitén tuvo que marchar a tie- rra caliente para celebrar una contrata de aziicares. Se despidié dejan- do asu consorte Ilena de tristeza, y muy recomendada al honradfsimo don Pedrito. Don Pedrito respetaba mucho al sefior don Melitén jle debia tantos favores! jpero estimaba muchisimo a Pepita! jera ella tan amable! Don Pedrito era un hombre profundo en los arcanos de la econo- mia doméstica, era un hombre ama de llaves, y esto lo hacia més esti- mable para con Pepita. Don Pedrito tuvo la idea de ser galante, de hacer un obsequio a Pepita; pero como don Pedrito tenia las laves de la caja de don Melitén, le ocurrié que podia tomar de alli algtin dinero para regalar a la mujer LA OCASION HACE AL LADRON 389 de su principal, y como la ocasién hace al ladrén, don Pedrito tomé unos quinientos duros, y compré mil bagatelas de esas que encantan alas mujeres, y contento y ufano las presenté a Pepita, quien se estre- mecié de reconocimiento y agradecié en el alma a don Pedrito que hbubiera robado a su marido. Las galanterias de don Pedrito subieron de punto, y como él y ella estaban solos y ella estaba tan triste con la ausencia de su esposo, y como la ocasién hace al ladrén, zentiende usted, lector,.. ? Pero Pepita permanecia pura y sin mancha. xIV Pronto volvié el sefior don Melitén. éQuién no sabe que la musica embriaga, fascina y hace delirar? Y equién cuando delira es responsable de sus acciones? Una noche cantaban un duo Barbilucci y Pepita. El estusiasmo y la emocién de ambos crecia por instantes, estaban ambos tan llenos de armonia, de poesia, y tan posesionados de la letra que estaban cantan- do, que insensiblemente se abrazaron y siguieron cantando, y su voz corria atin sonora, tierna, melodiosa, y suspiraban, y gemian, y lora- ban, y deliraban... ;Oh! jEl arte! jE arte! Y como la ocasién hace al ladrén, los dos artistas slo pensaron en el arte, sin acordarse del sefior don Melitén. xV éY mister Straw? g¥ don Conrado? Lector, no se impaciente usted. Los dos tuvieron raz6n para conocer que la ocasién hace al ladrén. XVI Y al fin el sefior don Melitén, impertinente como todos los maridos, malicioso como todos los hombres de alguna edad, y poco delicado como todas las gentes que han pasado su vida tras de un mostrador, dio en vigilar mucho a su mujer, que s¢ sublevd contra tan espantosa tirania. 390 FRANCISCO ZARCO E] portero de don Melitén le anuncié una maiiana, que tenfa cosas importantes que referirle, y el comerciante en abarrotes oyé porme- nores que fe helaron la sangre y lo dejaron horripilado. El sefior don Melitén tomé un aire grave, majestuoso, imponente. Era el marido ultrajado, el hombre ofendido; el hombre que habfa ama- do y que se vela traicionado.... Pasé por la alcoba de su mujer, y se limpid una lagrima; se encerré en su escritorio, y al fin lamé a su mujer. —Todo lo sé, le dijo; todo acabé entre nosotros. Vivirds en un con- vento 0 en tu casa; yo te perdono, pero no quiero volver a verte. Pepita se cay6 desmayada, lanzando un jay! tan agudo, que se oyd en toda la manzana. EI sefior don Melitén la miré consternado, y salié sin prestarle so- corro. La suegra del sefior don Melitén gimid, lord, lanzé maldicio- nes; y él, el héroe principal, se mantuvo encerrado muchos dias en un cuarto oscuro, sin querer tomar més que tragos de agua. Pero aquello era un escdndalo que no podia prolongarse; era un desorden, y sobre todo el honor de Pepita, la salud de Pepita, cuyos nervios no cesaban de estar en continua convulsién. Por fin, la madre de Pepita recurrié a un antiguo amigo del sefior don Melitén. El buen hombre se vio sitiado, perseguido en su cuarto oscuro por su amigo, que le decia sin cesar: —jCalma, reflexidn, juicio! Al cabo de algunas horas de esta escena, el sefior don Melitén se presté a entrar en conferencias. Disputé al principio, después se quedd callado, y al fin su suegra le probé que Pepita era inocente; que él era un bruto; que no debja quejarse; que ella era una nitia, y él un viejo; que ella tenia mucha sensibilidad por los antecedentes de su educacién, y él carecia de sentido comin, porque era comerciante en abarrotes; y por ultimo, que si Pepita habia tenido algin desliz, no habfa perdido su pureza, y que don Melitén tenia la culpa, por viejo, por tonto, y por descuidado, y porque la ocasién hace al ladrén. Convencido el sefior don Melitén con todas estas razones, hizo las paces con su mujer, que Horando le pidid perdén y que volvié a des- mayarse incontinenti. El sefior don Melitén ha seguido en paz en su matrimonio; es un poco cauto, e hizo la paz bajo la condicién precisa de que jamds se volviera a hablar de lo pasado. LA OCASION HACE AL LADRON, 391 XVI Ya ve usted, lector, que el adagio es cierto. La mayor parte de las gen- tes que faltan, no faltan ellas, sino que les sobra ocasién. Pero todas son tan buenas como Pepita, y a quien es menester culpar es a la oca- sién, porque no lo olvide usted, lector: La ocasidn hace al ladrén.

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