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HISTORIA DE LA LITERATURA ESPANOLA Tomo III EL SIGLO XVII Obra dirigida por JEAN CANAVAGGIO con Ia colaboracién de BERNARD DARBORD, GUY MERCADIER, JACQUES BEYRIE y ALBERT BENSOUSSAN Directora de la ediciGn espafola: ROSA NAVARRO DURAN EDITORIAL ARIEL, S. A. BARCELONA ISBN: 84-344-7453-0 (00) 84-344-745655 (tomo Il) Dept legal: B. 750 - 1995 PROLOGO Los franceses estin descubriendo Espata; 0, por lo menos, una Espaiia insospechada. En lugar de la Espafia austera de Felipe II, perpetuada por El Escorial, de la Espafla pintoresca —corridas y flamenco—, popularizada pox or naps ds Epa bigica do lagoon hay cs sumergida bajo el turismo de masas, ven afirmarse una Espaiia inédita que, en poco mis de diez afios, ha restaurado la democracia, ha mostrado su di- rnamismo econdmico y se ha unido a la Europa comunitaria. Aunque tods- via existan tensiones, aunque la violencia no haya desaparecido, aunque, debido a las dificultades, las esperanzas surgidas en un primer momento a ‘menudo hayan cedido terreno al desencanto, los Ivegos Olimpicos de Bar celona y la Exposicién Universal de Sevilla, a pesar de haber estado en- ‘yweltos en un gran aparato publicitario por parte de los medios de comani- cacién, no son un escaparate falaz organizado para engafiar. Son dos actos ‘simb6licos del espfritu que impulsa a todo un pueblo que, visto desde el ex- tranjero, expresa y manifiesta su genio creador por medio de pintores y es- cultores, de arquitectos y bailarines, de directores de teatro y cineastas En esta lista s6lo faltan pricticamente los escritores, curiosamente ex- cluidos de nuestro elenco de valores. Si se pregunta al hombre de la calle ‘apenas puede citar dos nombres: Cervantes y Lorca. El hombre culto dis pone de un abanico més amplio: el Romancero, La Celestina, los misticos, la novela picaresca, la Comedia del Siglo de Oro forman pare de su cultura ©, por lo menos, de su sistema de referencias. Aunque es de rigor sefala «que Lope de Vega, Géngora, Calderén 0 Gracisin le entusiasman, raramente los lee. No hay duda de que Unamuno, Valle-Inciin, Machado y Ortega y Gasset, han venido a rejuvenecer este panteda; que se han saludado como vat PROLOGO es debido los tres premios Nobel que, desde la guerra, han coronado a dos poctas —Juan Ramén Jiménez y Vicente Aleixandre— y luego a un nove lista, Camilo José Cela; cierto es que, desde hace poco, un interés nuevo se hhace sentir hacia novelistas —Véaquez Monialbin, Eduardo Mendoza— ‘cuyas obras recientes figuran en buen lugar en las listas de ventas. Pero ha- ‘beia que preguntarse si todos estos nombres juntos Hegan a corregir ta ima- ‘gen, por otro lado excesivamente somera, en que habia cristalizado antafio Ja figura miftica de un gran poeta asesinado. Es evidente que existen todavia inmensas zonas oscuras en un conti- nente que el lector francés no se decide todavia a explorar. Se conforma, demasiado a menudo, con ideas recibidas que convendria disipar. La Edad Media espafiola no es un lugar de tinieblas que ignors a Occident La novela picaresca, si de verdad puede llamérse novela, no se limita tini- camente al Lazarillo; lo que no quiere decir que haya que incluir en ella al Quijote. Gongora no es, como se afirmaba antafio, un pocta hermético y abstruso. EI teatro del Siglo de Oro no se limita a esa docena de obras ‘que se representan de vez en cuando en nuestros escenarios. Y hay algo iis grave: escritores muy insignes, que forman parte del patrimonio bul- tural de nuestros vecinos, no tienen eco, 0 muy poco, de este Lado de los Pirincos. Pensemos en Quevedo, méxima figura del barroco, al que unas traducciones ejemplares tratan de dar a conocer. O en Pérez Gald6s, que dio todo su esplendor a Ia novela espatiola del siglo xix y que ¢s indis- pensable descubrir por fin, de la misma manera que, gracias a un magni- fico trabajo de equipo, se ha descubierdo hace poco a su contempordneo Carin, el autor admirable de La Regenta. Otros, igual de prestigiosos, se ‘encuentran a Ia espera de una consagracién que esté a 1a altura de su ta- lento: Valle-Inclién, cuya diversidad de inspiracién empicea a sospe- charse, sigue, sin embargo, encasillado en la leyenda que é! mismo forj6 alrededor de su personaje, cuando en realidad experiment todas las for- ‘mas de la novela y exploré instintivamente todos los caminos que abriria la revoluciGn teatral de comienzos del siglo xx. La comprobacién que expresamos justificaba desde el comienzo nues- to propésito: tratar sélo Ia literatura peninsular en lengua castellana, para hacer un cuadro hist6rico y eritico de conjunto, Quitemos inmediatamente dos objeciones. Este libro no podia ser una historia de las literaturas de Es- ppafia. La literatura catalana, la literatura gallega, al igual que las lenguas de Jas que surgieron, tienen identidad propia. {Cémo reagruparias? En una historia de Ia literatura espatiola significaria negar esa identidad. Hemos preferido, por el contrario, respetarta. PROLOGO X Pero este libro no es tampoco una historia de Ins letras hispainicas¢ contomos imprecisos. Los escritores hispanoamericanas estén sin duda un dos por una comunidad de destino. Pero en la escala de un continent ‘A pesar de las interferencias entre Espafia y América Latina, del constan ‘vaivén entre el Antiguo y el Nuevo Mundo, este destino no se confunde ex el de la literatura peninsular. Imaginemos a Garcia Marquez, Vargas Llo 1 Octavio Paz embarcados en una historia de la literatura espatiola. No podrian creer... El proyecto que hemos realizado muestra, también, el espiritu con q se formé nuestro equipo. Especialistas em autores y en temas que aceptan presentar, los hispanistas franceses que participan en esta empresa respet ron las exigencias cientificas; pero también se adaptaron a un pablico » ‘ado, deseoso de tener entre sus manos, segdin Jos casos, wn manual fiab ‘una obra de referencia o un libro de consulta. También querrfamos que cestudiante de institwto, al igual que el universitario, dispusiera de wn ir trumento de trabajo reciente; también desearfamos ofrecer al hombre de calle un panorama coherente que Ie resulte fécilmente asequible. Pero: ‘que hemos conseguido es una historia de la literatura, en toda la acepci dl término, en la que las interpretaciones que se proponcn estén siem relacionadas con un nivel de conocimientos, pero donde los encaden ‘mientos manifiestan las opciones; ya sea que se tome en cuenta el veredic de los sighos 0 que se proceda a revisiones consideradas indispensable EI mimero de colaboradores —ms de cincuenta— explica la diversia de las contribuciones reunidas aqui. Al colocar su picdra en el edific cada uno ha dejado su impronia personal. Me ha parecido esencial man ner esta diversidad: creo que es la mejor garantfa contra todo dogmatist contra cualquier esquematizacin reduccionista. El objeto literario, en nentemente complejo, se presta a diferentes enfoques, segin se parta de condiciones en que se publicaron las obras, de sus caracterfticas intrin ‘cas, 0 de su devenir y del conjunto de significados que desarrollan. Sin p vilegiar exelusivamente un determinado aspecto, cada uno de los colabor ores ha insistido mds en el que se adaptaba mejor a sus preocupacion pero las ideas que presenta aparecen siempre situsdas dentro de todo Cconjunto de trabajos sobre el tema. Hay que hablar de diversidad y no de disparidad, puesto que las cont buciones aquf recogidas tienen su origen en un proyecto global claramer definido desde el principio. En funcién de este proyecto hemos detern nado Ins lineas de reflexiGn, distinguido corrientes y tendencias y asigna alos grandes autores el lugar que les comesponde, sin por ello dejar de ka x ‘PROLOGO ‘otros, poco © mal conocides. Algunos lectores pensarin que hemos des- tacado demasiado a escritores menores; otros, al contrario, encontrardn que Jos hemos sacrificado en beneficio de las glorias consagradas. Asumimos plenamente nuestras decisiones. Prescindiendo de la lista de premios o de! ppanteGn de hombres ilustres, esta historia de Ia literatura, que intent ser Coherente, es, como debe ser, una construccin. Los equilibrios y los encs- enamientos que establecemos reflejan, como es Iégico, el progreso de los ‘conocimientos, pero expresan, al mismo tiempo, nuestro punto de vista par ticular. Este punto de vista se refleja también en la distribucién de la obra ‘que, exceptuando la Edad Media, estudiada en conjunto, se articula por si- ¢glos. Por ello, cada perfodo comienza por un capitulo de introduccién que lo sitda en el tiempo y que dibuja sus grandes lineas. ‘Una de las dificultades que hemos enconfrado en nuestro trabajo ha ‘sido la falta de perspectiva en lo que a la produccién contemporinea se re- fiere. ‘Los siglos pasados ya han recibide el veredicto de la posteridad. Aun- que ese veredicto pueda someterse a revisiones parciales, nuestra época tlende ms bien a legitimarlo que a cuestionarlo. No ocurre Jo mismo con primeras L. ‘A pesar de ello, no hemos querido dejar de hacer este balance: para poner de relieve la vitalidad de la Espaiia actual en un terreno en el que siempre hha sabido manifestar su genio particular, y, ademés, para demostrar que ‘este auge se inscribe en un amplio movimiento que, desde el Camtar de Mio ‘Cid hasta la generacién actual, trasciende continwamente a las mataciones y rupturas, consiguiendo asf relacionar fntimamente un pasado y un pre- sente siempre solidarios. JEAN CANAVAGGIO ‘A consecuencia de su trigica desaparicién, acaccida el 11 de noviembre de 1994, Monique Jour no habré Hegado a ver este volumen en el que colaboré con ‘un importante capitulo, Colegas, discfpulos y amigos comprenderda, con toda $e- guridad, que este Siglo xvu esté dedicado a su memaria. INTRODUCCION Jean Canavaggio, en su introduccién al estudio de la literatura espaol supone el corte entre ese perfodo paradéjicamente un solo siglo, el de oro, seg ‘nuevos géneros, se asienta, sc intensifica. Cervantes, Lope, Géngora... Pe tenecen a ambos siglos. De ahf que Jean Canavaggio hable de «un pat rmonio literario» comin, de «un conjunto de permanencias». Sin embarg 4 mismo subraya una serie de rasgos que avalan esa decisién. El plante ‘miento del capftulo primero es, por tanto, revelador y justifica la divisi de la Edad de Oro en dos volimenes. é ‘Mientras se iniciaba nitidamente esta Historia de la literatura espatic cn la Edad Media con un andlisis de los géneres literarias, poco a poco fue dibajando entre sus paginas la figura del autor. En el siglo XVI se pros ‘el conficto entre ambos enfoques: el escritor creaba obras que pertenccia ‘géneros lterarios distintos, y su imagen tenia que repetirse en el estudio ‘esas formas. En el siglo xvi las grandes figuras se imponen y se apode de la organizaci6n de la materia. Seis creadores van a ser el centro de ot tantos capftulos: Cervantes, Lope de Vega, Géagora, Quevedo, Calder6r Gracin. La produccién teatral por su eclosién esplendorosa quedaré co ‘comtrapunto a esas grandes figuras: se le dedicart dos capitulos (Vy VI ademas del andlisis de la obra dramitica del gran maestro Lope en ef ap tado que a él se consagra. Y también, un subgénero genuinamente espa Ja novela picaresca. Dentro de é! asomarii de nuevo Ia figura de Cervan desbordando con justicia cualquier limite, incluso el del capitulo hecho & ‘medida, ola de Quevedo; su Buscén tiene en 41 un lugar destacado. xu IeTRODUCCION No se van a encontrar en esta obra s6lo datos consabides, Ia organiza- cin diacrénica de la materia acostumbrada con ligeras variantes. Se expo- nen dudas, se offecen nuevas perspectivas. Asf Monique Joly inicia el and- lisis de ta novela picaresca plantedndose ta conveniencia de aplicar tal membrete a un conjunto heterogéneo de obras. Robert Jammes nos mues- tra las Soledades de Géngora como una larga gestacién postica, cristaliza- ‘cin de las sensaciones que su autor ha vivido desde la infancia, de tas emociones que sientc a lo largo de sus viajes. Este enfoque en profundidad ‘nos permite descubrir nuevas claridades en la obra de Géngora, acercarnos ‘una lectura de sonetos de Quevedo desde una nueva perspectiva o disfru- tar de los juegos de voces de Gracién en el propio anslisis det critico. Y claro esté, obligada a reducir a veces a un lugar excesivamente secundario 4 autores como el espléndido Villamediana, a-Francisco de Rioja 0 Luis Carrillo y Sotomayor. Jean Canavaggio, Monique Joly, Nadine Ly, Mare Vitse, Robert Jar mes, Maurice Molho, Raphaé! Carrasco y Benito Pelegrin son Jos eruditos ccuya aportacién ha dado cuerpo a este volumen. Cualquier estudioso de ta literatura espaiola asocia sus nombres a los autores 0 géneros que analizan ‘en esta obra. Su bagaje investigador los ha convertido en grandes especia- listas de muestros autores dureos. Su conocimiento y su entusiasmo por la obra de Cervantes, de Quevedo, de Géngora, de Gracisin... proporciona al lector un doble placer: el de encontrar junto a los rasgos esperables, al es- tudio orientador de las obras, la interpretacin del profunde conocedor, Ia Jectura sugestiva de la obra profundamente estudiada: la fusiGn, en suma, del texto y de la lectura creadora. Rosa NAVARRO DURAX Cartruco I PERFIL DE UN SIGLO Una época de contradicciones 1. De UN sao A orn Se llama comsinmente «Siglo de Oro» al perfodo en.que ta Espaita d Jos Habsburgo, en la cumbre de su poderio, tuyo.un_florecimiento literar ¥amtstico considerado, también, como una especie de apogeo. Renunciar ‘esta expresiGn consagrada para distinguir, en un recorte aséptico, entre Ik siglos xvt y xvi, es una opciéin que puede ser cuestionada. Nosotros hem celegido esa opcién y es necesario que digamos por qué. ‘Semejante sustituciGn nace de un hecho: nuestra dificultad para delim tar ese perfodo y para precisar sus limites. Invectado-por-tos-hombses.de. MstraciGn, que. inicialmente1o hablan_identificado s6lo con el Renac micnto, el Siglo de Oro se prolong6 hasta et alba del siglo xvu, cuando d saparccicron Jas prevenciones que cl gusto neoclfsico habla alimentado re ‘pecto del barroco, De esta manera vinieron a entroncar dos periodizaciom diferentes: la que coloca el apogeo politico y militar de Espafa hacia 158 y la que sitéa su apogeo literario y artistico alrededor de 1630. De esta m: ‘aera también se borran los cambios que puddo sufrir la literatura espafol centre la expansi¢n del humanismo y los dltimos destllos del teatro de Cs Esta continuidad no es, sin embargo, un espejismo, En el plano hist rico, refleja otra, la de una dinastia que, desde el advenimiento de Carlos el futuro Carlos V, en 1516, hasta la muerte de Carlos II, en 1700, mare profundamente a Espaiia con su impronta. Por impresionante que pueda s 2 sioLo xv cl contraste entre las victorias logradas por los dos primeros Habsburgo y las derrotas sufridas por sus sucesores, la monarquia ibérica no cay6 de un siglo de gloria a um siglo de crisis: el paso de una coyuntura a otra sélo se ‘cumplié progresivamente. Desde un punto de vista més estrictamente cul- tural, también seria arbitrario dividir en dos partes iguales un patrimonio li- terario qoe testimonia todo un conjunto de permanencias, al igual que la di- vversidad de las experiencias y de las innovaciones. Del Romancero viejo al Romancero artistica, de los sonetos de Garcilaso a los sonetos de Géngora, del Laznrillo de Tormes al Guamdn de Aljarache, de los pasos de Lope de Rueda a los entremeses de Quifiones de Benavente, de los autos religiosos del teatro prelopesco al auto sacramental calderoniano, la filiacién es in- discutible, aunque no otorguemos mis fe a las genealogias cémodas de los ‘manuals de antafo, Un Cervantes, un Lope de Vega, un Géngora pertetie- cen a los dos siglos y, cada vez que se pretende trazar una linea divisoria, 1no’$e sabe en qué vertiente situar al autor del Quijote. {La separacién que hemos establecido tiene sentido? Lo tiene si en Ia- ‘gar de oponer arbitrariamente el siglo xvt y el xvit, tomamos la justa me- dida de la transicién que nos leva de uno a otro. Entre Lepamo y Roewi, [a antftesis es ciertamente anificia. Pero el aio 1600, cuando se produce cl relevo de Felipe II por Felipe Ill, su hijo, no deja de ser un afto bisagra. Es centonces cuando la conduccién de los negocios pablicos pasa de manos del ‘soberano a manos de los ministros; cuando la politica de hegemonia se de- tiene por Ia presién de una opinién que aspira a la paz; cuando se inicia el proceso de regresién de una demografia afectada de Meno por la peste de 1599-1601, y cuya caida hace a la nacién mucho més vulnerable a los ma- les crénicos que sufre; cuando se dibaja, finalmente, en wna Espafia que los observadores mis liicidos describen como «viviendo fuera de todo orden naturals, una crisis de conciencia a la altura de su crisis de poderfo, que no hard mis que aumentar a través de los altos. 2. TRADICION # INNOVACION No leguemos a la conclusién, como se hace demasiado a menudo, de que Espafia, de la noche al dia, entré en decadencia. Al advenimiento de Felipe If, la monarqu(a ibérica era incuestionablemente la primera poten- cia mundial. Lo seguir siendo durante varios lustros; y cuando, después de 1680, su decadencia parezca consumada, se verdn apuntar, todavia apenas sensibles, los signos precursores de una recuperacién que los Borbones, lle~ PERFIL DE UN SIGLO ‘ gado el momento, sabrin explotar y amplificar. No por eso deja de se cierto que fue en la primera década del siglo xvi cuando la sociedad espa fiola sefialé definitivamente Ia separacién que, a pesar de la existencia d ‘muchos puntos en comdin, la alej6 de las otras sociedades del Antiguo Ré ggimen; y no lo fue tanto por la organizacién material como por la image ue dio de sf misma y por el sistema de representaciones que elabor6. Ps radéjicamente, esta sociedad marcé su diferencia y su rechazo de Ia mx dernidad en el mismo momento en que las letras espafiolas se aprestaban ‘marcar la tGnica en toda Europa. Nada es més azaroso que establecer un ccortelacién entre esos dos fenémenos; pero por lo menos se debe constal su simultaneidad: la evoluciin social asf producida ha contribuido, ¢ efecto, a configurar ef medio en que nacié esa literatura y el seno en el q floreci6. Esté fuera de duda que el siglo xvii presencia la afirmacién y el triun de una cultura diferente a la forjada en el crisol del Renacimiento, aung. incorpore ampliamente la herencia del siglo anterior, ‘Aun antes de distinguir los diferentes rasgos de esa cultura, subray mos, de ahora en adelante, que esti por un cambio sensible las condiciones de produccién y de difusiGn de las obras: cl status del ¢ critor; el nimeto y naturaleza de las instituciones que enmarcan, estimul ‘controlan su actividad; Ia accién que ejerce continuadamente sobre un p blico amplio, a través de la demanda que ese publico expresa, sufren ut serie de cambios, a veces espectaculares, del orden de los que afectan toda Ia sociedad ero el signo més importante de ese cambio es, en el disefto de los g neros literarios consagrados por la tradicién, el surgimiento de tendencia ‘corrientes, formas inéditas que, a la vez que revelan una extraordinaria c pacidad de innovacién, corresponden a la aparicién de una nueva sensibi dad. Considerado desde este Angulo, el siglo Xvi espaol inaugura su reo ‘ido con tres proezas: en primer lugar, la invenciGn de la novela modem euyos dos arquetipos estin representados por el Guzmdn de Alfarac (1599-1604) y Don Quijote (1605-1615); huego, el triunfo de Ia comed nweva, previsible desde la tiltima d&cada del siglo XVI, pero cuya féemu Lope de Vega no impone y codifica hasta los primeros afios del reinado Felipe II, en el momento en que ta reapertura de los corrales y la creaci de compaiiias titulares aseguran el auge de la industria del especticulo; rnalmente, el advenimiento de una «nueva poesia, calificada por los co {emporéneos de cultista, y que para nosotros resume el nombre y la obra Géngora, el incomparable poeta del Polifemo y las Soledades (1612-161: 4 stoLo xv Es explicable que, en esas condiciones, entre las dos épocas de la pro- duceién cervantina, las dos maneras de Géngora, los comienzos y la ma- ‘durez de Lope, la demarcacién coincida, grosso modo, con el cambio det siglo xv1 al xvit; también se comprende por qué, con esas tres excepciones, Ja mayorfa de los grandes eseritores del Siglo de Oro pertenecen, en reali- dad o bien al uno © bien al otro de los dos siglos que abarca. Los dkimos veinte aftos del siglo xv1 verdn silenciarse, una tras otra, las grandes voces de la época de Felipe U; sania Teresa de Avila (1582), san Juan de la Cruz y fray Luis de LeGn (1591), Femando de Herrera (1597), cn tanto que la publicacién del Romancero general termina con la aparici6n en 1600 de nueve partes, ampliadas a doce en 1604. Por contraste, los pri- ‘meros afios del reinado de Felipe III, en el momento en que triunfan las for- mas cardinales de In novela, del teatro y de la ueva poesta lirica, son tam- bign los de los comienzos literarios de Quevedo y de Tirso de Molina, mientras que nacen, con un ato de intervalo, Calderén (1600) y Baltasar Gracin (1601). 3. NACIMMENTO DEL. BARROCO Reconocido en su especificidad, jrequiere el siglo xvi espatiol una de- nominacisn propia? ,Es necesario, como se aventura a veces, hacer de él el siglo del barroco? Arriesgando un calificativo a menudo cuestionado, nos ‘exponemos a volver a lanzar un debate que se planted hace mis de un si- glo, cuando se quiso extender al campo de los estudios literarios un con- ‘cepto que, hasta entonces, pertenecia exclusivamente al dmbito de las artes plisticas. ‘Adoptado con entusiasmo por los romanistas alemanes, la tesis de un ‘arroco literario espaol se aclimat6 progresivamente en Espatia, aun a pe~ sar de Ins vigorosas objeciones de Américo Castro y de las reservas, ms matizadas, de Démaso Alonso. Los hispanistas anglosajones siguieron siendo los mis reticentes; también los hispanistas franceses, por razones que tienen que ver a la vez con las tradiciones de pensamiento de una na- cién donde se produjo el triunfo del clasicismo y con las caractertsticas de- masiado exclusivamente formales que durante mucho tiempo se considers ‘que defingan al barroco, Estas earacterfsticas, como sabems, som las de wn estilo situado bajo el signo de la concordia oppositorum, que somete las formas equilibradas del Renacimiento a alteraciones y distorsiones propias de una estética de Ia dificultad vencida: una esiética esencialmente dind- PERPIL. DE UN SIGLO 3 mica, que tiende @ alcanzar lo extraordinario para suscitar admiracién | sombro; que expresa al mismo tiempo una fascinacién ante lo aparente, k inestable, lo ilusorio; que, como se ha dicho corresponderia, finalmente, un doble movimiento: straccién hacia la realidad concreta, huida ascétic hacia el infinito, ___ Remitidos a esos pardmetros, son seguramente barracos ef Quijote y su juegos de espejos, la novela picaresca y su construccién dialéetica, el com ceptismo de un Quevedo, tal como lo muestran, por ejemplo, Los Suenos Jas audacias del culteranismo, de las que Géngora nos ofrece su culmina ci6n, la alegorizacion de los conflictos que el auto sacramental caldero niano escenifica, la ret6rica del desengatio que desarrolla Gracién en sus di ferentes tratados. Pero mantenerse en este etiquetado nos condena a enfocat 1a literatura espaftola del siglo xvi desde una distame, en de trimento de la singularidad de las obras, de la diversidad de las tendencia ¥ de las aportaciones, de la aspereza de los conflictos que la recorrieron y ‘stimularon. Entre Cervantes y Lope de Vega, entre éste y Géngora, entre ‘Géngora y Quevedo, para citar s6lo los grandes nombres, los enfrenta iientos a veces fueron violetos, las polémicas encamizadas, en func apuestas estéticas ¢ ideolégicas que rebasan ampliamente la incompati bilidad de talante y las rivalidades personales. Serfa grave escamotear esas divergencias y reabsorber esas disensiones en un ecumenism barr0co, £0- rmiendo el riesgo de engaitarse sobre las condiciones de apaticiGn de esa li feratura y de restringir y aun de mutilar su significacién. En resumen, al querer reducir a una mira barroca las obras que se consideran representati vas de este movimiento, se las condena a no ser més que un testimonio de Ja época en que nacieron, 0, por lo menos, de la imagen que hoy nos for- mamos de esa época. Ahora bin, es también esencil la transhistricida ‘ms recepciones sucesivas y de Jos semtidos nuevos que pudieron produ ir desde hace mis de cuatrocientos aiios. = No nos prohibiremos evoear aqué el barroco espatol. Pero nos atendre- 06 a la Gnica perspectiva legitima: considerarlo no como la expresin de tun Zeitgeist, sino como la marca distintiva de una cultura cuyas Iineas de fuerza corresponden a la visiGn del mundo que se forj6, en un momento de- terminado, una sociedad enfrentada con problemas concretos. Esta cultura, {a literatura contempordinea de los tiltimos Habsburgo, refleja sin duda sus valores, al igual que modula sus temas; pero lo hace sin dejar de desbordat, ‘través de las obras que aseguraron su supervivencia a través de los siglos, cl sistema de represemtaciones de Ia época en la que nacié. 6 SIGLO XV ‘Una Espaiia en crisis Inaugurado por los Reyes Catslicos, el siglo xvi espaiiol se resume, en lo esencial, en dos reinados, el de Carlos V y el de Felipe Il. El siglo xvu, por su parte, veri sucederse tres soberanos en el trono: Felipe Ill (1598- 1621), Felipe TV (1621-1665) y Carlos V (1665-1700). En apariencia, la longevidad de los tres titimos Habsburgo no le va a la ‘zaga, 0 casi, a la de sus predecesores, para beneficio de la continuidad di- nistica. Pero no hay que dejarse engatiar por el simple enunciado de los da- tos. Felipe HIT, que s6lo tiene veinte afios cuando accede al trono, muere en plena juventud. Felipe IV sube al trono a los dicciséis aflos y desaparece mies de alcanzar la vejez. Carlos Il s6lo tiene cuatro afios cuando le su- cede; al ser un disminuido nunca sera capaz 6e asumnir el papel que hubiera debido ser el suyo. Sin que haya que subestimar su alcance, la monarquia ibérica se resiente por este debilitamiento. 1. UNA cuusis De rooER Con respecto a un Carlos V o un Felipe I, sus sucesores son figuras descoloridas. Desde hace unos atios se ha producido una rehabilitacién de Felipe I, considerdndolo mas decidido y menos indiferente a las cucs- tiones de Estado de lo que se habia dicho. Lo mismo se ha hecho con Fe- lipe IV, espiritu cultivado y amigo de las artes, cuya influencia benéfica se calibra mejor en Ia actualidad. Pero sus cualidades personales no esta- ban a la altura de sus funciones. Ms que gobernar sus estados, a ejem- plo de Felipe Il, renunciardn a lo esencial de sus responsabilidades al res- tablecer el sistema colegial de 10s consejos, que habfa cafdo en desuso y que devolvié de esta manera a la aristocracia el papel politico del que ha- ba sido privada desde los Reyes Catdlicos; y al confiar la gestién de los ‘asuntos piblicos a un valido que terminard por recibir el titulo de pri- mer ministro, después de haber cubierto el cargo de facto. El duque de Lerma (1599-1618), el conde duque de Olivares (1621-1643), el conde de Haro (1643-1661) serin por turmo, los verdaderos detentores del po- der. Pero debertin, para asentar su autoridad, asegurarse el apoyo de una clientela 0, como se decfa entonces, de un «partido», exacerbando asf el juego tradicional de las facciones rivales y exponiéndose a las criticas de ‘sus enemigos. Ademés, deben su omnipotencia s6lo al rey, cuya con- fianza corren el riesgo de perder en cualquier momento: Lerma, en 1618, PERFIL DE UN SIGLO ; caerd en desgracia con Felipe Ill; Olivares, en 1643, conoceré una suert comparable con Felipe IV. A Olivares corresponderd Ia iniciativa de efectuar reformas de ampli envergadura cuya necesidad habia admitido Felipe HL antes de su muerte reforma administrativa, tendente a hacer caer las barreras entre los estado sometidos a la autoridad real y a preparar su ificacién; reforma econd mica, destinada a estimular su cooperacién; reforma fiscal y financiera, co cl fin de instituir un impuesto Gnico y establecer una red de bancos pabli ‘cos; reforma moral, que implica la lucha contra la corrupcién, la reducciéi de los gastos suntuarios y la suspensién de las medidas discriminatoria respecto de los conversos. Pasado el momento de los primeros &xito (1621-1625), esta empresa ambiciosa pronto queda detenida. ‘Trabajado cencamnizado pero impulsivo, Olivares no consigue lograr la adhesin a su objetivos de una aristocracia enemiga del cambio. En estas tentativas de re partir mejor los gastos comunes, choca con la apatia de los castellanos, qu ¢n Jo esencial los siguen soportando, pero también con Ia mala voluntad 4 Jos otros reinos, hostiles a un aumento de su cuota. A pattir de 1630, ¢ conde duque, confrontado con la apuesta de un conflicto mundial en el qu Espaiia es participe, debe renunciar a sus proyectos. El agotamiento de lo filones argentiferos americanos, el peso creciente de los gastos militares | de los empréstitos suscritos con los banqueros geaoveses acorralan a la mo ‘narguia en devaluaciones disfrazadas y en bancarotas repetidas. En una co yuntura cuyos elementos ya no mane, el Estado espafol se ve obligado e adelante a vivir al dia. La opinién no dejard de conmoverse, ya sea para de plorar ese estado de cosas, ya sea para sugerir remediarlo, 0 bien para opo nerle un distanciamiento ascético: todo un abanico de actitudes cuya hue Ma conserva la literatura de la época. En el reinado de Felipe Ill fa monarquia espafiola —proyectada desd Carlos V a tos cuatro puntos del universo— presencié la finalizacin de la {guerras que la enfrentaban con sus vecinos; Francia (tratado de Vervins, fir ‘mado en 1598, en vida de Felipe ID; luego Inglaterra (tratado de Londres 1604); y finalmente las Provincias Unidas de Holanda (tregua de los Doce ‘Afios, 1609). Este regreso a la paz, deseada por todos, hubiera debido se provechoso para Lerma. Victima de su impericia, la monarquia de lo ‘Habsbargo se adormeceré en una tranquilidad engatiosa. Cuando Olivare ‘quiera enderezar la situaciGn y realizar la politica exterior que exigfa, de 1 40s modos, el mantenimiento del sistema imperial, seré demasiado tande A partir de 1620, la defensa de sus posesiones de ultramar, amenazads rls holaneses, pro tambien Enrops, a salvaguaria de sured 8 siGLo xvi ‘comunicaciones (¢1 «camino espafiol> que une los Paises Bajos con el Mi- lanesado) llevan a Espaiia a entrar en lid y a comprometerse a fondo en tn guerra de los Treinta Afios. El esfuerzo que debe realizar est més alld de sus posibilidades. Continda resistiendo a sus adversarios y logra brillantes Exitos; pero Espafia sola no puede triunfar sobre las naciones con las que esti enfrentada: Paises Bajos, Suecia, Inglaterra, Francia. Mis que Rocroi (1643), que representa sobre todo un acontecimiento simbélico, el tratado de Westfalia (1648) y Ia paz de los Pirineos (1659) tocan a muerto por la preponderancia espaitola. El levantamiento de Cataluia, la secesidn de Por- tugal (1640), la independencia de Holanda, oficialmente reconocida (1648), la pérdida de Artois, del Rosellin y de la Cerdatia, cedidas a Francia (1659), son las manifestaciones mas evidentes del final de un largo siglo de supremacia, - 2. LA RECESION Y SUS SIGNOS Enfrentada a la pénfida de su hegemonia, Espaiia también lo est a una recesién que contribuye a explicar esa pérdida y cuyos signos se multipli- ‘ean desde e! reinado de Felipe IIL. Esta recesién mantiene la conciencia de crisis, pero no ¢s fie desentrafiar sus factores. ‘Un hecho es cierto: esté innegablemente ligada al repliegue demogré- fico, cuya repercusién sufte la nacién en ef mismo momento en que, de- sengafiada de las empresas de Felipe Il, se esfuverza por recuperarse. Mientras que el siglo xvi, al menos hasta 1580, habfa sido un perfodo de expansidn, el Xvi presencié el estancamiento del nimero de habitantes de la peninsula. Hay varias razones para este estancamiento: las cuatro epi- demias de peste (en especial las de 1596-1602 y de 1647-1652), que pro- vvocaron més de un millin de muertos; la subalimentacién crénica, provo- ‘cada por la crisis de subsistencia, que da lugar a violentos levantamientos populares; Ia expulsion de los moriscos que, entre 1604 y 1611, diezma ‘Arag6n y Valencia y priva al paés de trescientos mil habitantes; la lenta, pero constante hemorragia ocasionada por las guerras europeas y la emi- sgracién hacia las Indias. Este fenémeno afecta al campo, y también a las ceiudades que, en Castilla, se hunden literalmente, mientras que resisten me- jor en Andalucia, reforzando en esa ocasién su papel. Deja de lado, sin em- ‘bargo, a Madrid y a Sevilla: dos polos de atraccién cuya poblacién sumenta con todos los necesitados que van a ellas en busca del remedio, Iicito © n0, para su indigencia. PERFIL DE UN SIGLO 9 En un pais esencialmente agrario, y cuya poblacién esté compuesta ex lun ochenta por ciento de campesinos, estas plagas conjugadas agravan el desgaste de una agricultura que sufre numerosas deficiencias: mediocridad de los suelos, inviernos y veranos excesivos, procedimientos de explotaciée areaicos, reparto de la tierra que sélo permite a una minoria de cultivado res acceder a la propiedad, endeudamiento creciente que les acorrala en I ‘iseria. Esta crisis det campo que testimonian fa caida de la produccién y el éxodo rural, es paralela a una crisis manufacturera y comercial. La in dlustria paiera, atomizada en una mirfada de talleres familiares, es incapas de resistir la competencia extranjera. Las exportaciones de lana, antafto fl9 recientes, ya no tienen salida. Mientras que periclitan las grandes ferias, ¢ ppolo de gravedad de las actividades econémicas abandona Castilla Ia Vig y se desplaza hacia ol centro y el sur. Pero sus actividades estin amplin ‘mente controladas por los pafses vecinos, reforsindose de esta manera li dependencia de una Espaiia que un siglo antes habia instaurado el mercad mundial. La fascinacién que ejerce el oro de Ins Indias, paliativo engatios y 4 menudo denunciado, ilustra ese contexto més que lo explica; al igua ‘que el desprecio del oficio vil, del oficio que, por ser vil, envilece al que Ie ejerce: una actitud que se observa en todos los escalones de la sociedad ‘Estos sintomas autorizan a hablar de una decadencia de la Espaiia de los Habsburgo? Acreditada por la Europa de la lustraciGn, esta tesis ‘admitida durante mucho tiempo. Hoy se la discute. Eminentes historiado tes, sobre todo anglosajones, sostienen, por el contrario, que la crisis pro ‘yoos un choque saludable. Liberada de un peso que ya no podia soportar, la monarquis ibérica, favor del repliegue operado desde la época de Carlos I, habria iniciado ur cambio de orientacién atestiguado por varios indicios: las reformas em prendidas por Oropesa durante su paso por los asuntos piblicos (1685 1691); ef nuevo despegue de la industria catalana, signo precursor del re {evo del centro por las provincias periféricas; la renovacién del interés po las ciencias experimentales. Esta reaccién saludable también habria prepa rado la recuperacién que se precisard y confirmari en el siglo xvi. Estos ‘sintomas alentadores no deben, sin embargo, ocultar las sombras del cua dro. El repliegue empezado con Felipe IV continuaré, en efecto, hasta fine de siglo: entre el tratado de Aquisgrin (1668) y la paz de Utrecht (1713) Ja monarquia espafiola, si bien conserva sus dependencias de ultramat, ter mina de perder sus siltimas posesiones europeas y se encuentra a partir de ahi limitada por Ia frontera de los Pirineos. Ademds, el fracaso de la poli tica de hegemonfa no es simplemente el efecto perverso de la coyuntura 10 sito xvi Este fracaso testimonia en primer lugar un debilitamiento del Estado, agravado después de 1660, por las revoluciones de palacio que marcan el reinado de Carlos IL. Pero revela igualmente una esclerosis de la sociedad espafiola, mal preparada para afroniar la prueba y para darse los medios para superarta. 3. UNA SOCIEDAD ESTANCADA ‘Se imponia, pues, un cambio, que permitiera a una sociedad compatti- ‘mentada a la vez por el linaje, la raza y el dinero adaptarse al nuevo orden de cosas, Ahora bien, lo que Ia caracteriza en sus comportamientos es, ‘como dice Pierre Chaunu un rechazo colectivo a la movilidad. Replegada sobre si misma, endurecié sus propias divisiones y eliminé a todos los que Ja amenazaban en su identidad: la expulsiGn de los moriscos, inasimilables por inasimilados, participa de esta obsesiGn. En la cumbre del edifici, la aristocracia continga obedeciendo a la Co- rona, y ésta conserva las funciones arbitrales, que ejerce sin compartirlas desde los tiempos de los Reyes Catdlicos. Pero el peso politico de esta elite tiende a incrementarse cada vez més porque, a falta de una burocracia adaptada a la complejidad de las tareas, 1a conduccién de los asuntos po blicos requiere la participacién de la nobleza, en materia de defensa, de di- plomacia y de fiscalidad. E1 endeudamiento generalizado que la afecta, en parte unido a la crisis del campo, se ve agravado por los gastos suntuarios, yy también por el servicio del rey. Pero, al mismo tiempo, sus bienes raices ‘se incrementan en proporciones inauditas; y, al admitir en sus fils a ta no- bileza media de los caballeros, lega a duplicarse en el espacio de un siglo, aumenta sus recursos y refuerza sus prerrogativas. A un pablico esencial- mente urbano, la comedia nueva, la novela poscervantina igualmente ofre- cen como modelo Ia representaciGn transfigurada de sus pasiones y de sus maneras de ser: un modelo tanto més fascinante por cuanto esx casta, en tuna época de incertidumbres, refuerza sus posiciones a la vez que se sus- trae a las presiones del universo de la mercancfa, y de esta manera le da la cespalda a Ia modernidad. n la base de Ia pirémide, Ia masa de los campesinos sufre de Hleno los ‘efectos de la recesi6n. El empobrecimiento del campo y el éxodo rural re- sultante trastocan los equilibrios tradicionales y perturban la red de solida- ridades familiares y locales. Los espiritus clarividentes se alarman por esta evolucin, Mientras que Ins ciudades absorben en adelante lo esencial de PERFIL DEUN SIGLO u las rentas del suelo, esos espiritus preconizan una restauracién del campo iinico capaz, a sus ojos, de asegurar la prosperidad de la naciGn. Es verost mil que a esta aspiraciGn esté unido el auge, bajo Felipe Ill, de la comedi 4e inspiracion nistica, asf como la moda de los temas que ella modula: elo gio de las virtudes campesinas, exaltacién del labrador rico. Este arquetip. ‘que uno quisiera verse encarnar en la forma de una gentry castellana, nunc Megara representar, en Ia realidad, el papel que se sofiaba para él. El la bbrador enriquecido, minoritario, no tendré otro ideal que eseapar de st con dicién por caminos més 0 menos oblicuos, a fin de alcanzar tarde © tem prano el campo de los privilegiados. Entre estos dos extremos, el paisaje social se revela mis variado qu Jo que haria pensar el sistema estamental, es jerarquia de lo eestados» que se considera deben regir su ordenamienio. Si la Iglesia revigorizada por In reforma tridentina, imprime su huella a todas las ma nifestaciones, individuales y colectivas, de la existencia cotidiana, la si tuacién del clero est lejos de ser uniforme. Se abre un abismo entre | infanteria clerical, son los vicarios de campo, y la elite urbana: episco pado de extraccién nobiliaria, Grdenes «mundanas» como los jesuitas pedagogos reputados a los que la aristocracia confia la educacién de su hijos. Por su lado, la nobleza media mantiene sus posiciones, incrementand ‘su patrimonio de bienes rafces y monopolizando los cargos municipale De ella salieron un buen niimero de letrados que, formadas en los colegio mayores, aportaron al Estado los cuadros de su administracién. De esta ma nera las letras vencen a las armas, acusando el anacronismo de don Quijote ‘empefiado en resucitar un mundo caduco. A Ia inversa, la pequeiia nobles de los hidalgos, cuya importancia numérica (diez por ciento de la poblacié total) hace de Espatia una excepcicn, siente duramente los efectos de la er sis a Ia vez que se confirma la decadencia de los valores que antaiio justi ficaron su expansién. El hidalgo famético, caricaturizado con los rasgos de don Mendo en F alcaide de Zalamea, es un tipo estilizado cuyo cardeter de testimonio no s ‘puede desmentir. No deja de remit, mds allé del juego de las mediaciones 4 dos figuras embleméticas de 1a sociedad de la época: el hidalgtielo d pueblo, confinado en sus tierras que su condiciéa le impide cultivar y que frente al avance del labrador enriquecido, reivindica dsperamente sus pre ‘rogativas irrisorias; el escudero (cuyo equivalente femenino es Ia ducfia) ‘obligado, para sobrevivir, a entfar al servicio de un grande, y condenadc por este hecho, a no ser sino un castrado social, 2 ‘SIGLO xvi Uno de los signos reveladores de este estancamicnto general es la aspi- racién de las capas medias a integrarse en la nobleza o, al menos, a adop- tar sus formas de vida a falta de poder competir con ella o de suplantarta. Lo que se llama impropiamente la straiciGn» de la burguesia castellana es en realidad una reconversién, inevitable por los azares de un eapitalismo inestable que pervirti las finanzas, y por Ia presién de una competencia ex- tranjera cada vez més dura. Se tradujo en la bdsqueda de inversiones mais seguras y de ocupaciones més asentadas. En una sociedad que, juridica- mente, no conoefa otra distincién que la de nobles y plebeyos, colocar sus rentas en la tierra, destinar los hijos al canonicato a la magistratura, pre- fei, para uno y para los suyos, el ocio al negocio permite, mis o menos a largo plazo, dar ese paso. Esta aspiracién al modo de vida nobiliario esta presente, por cierto, en toda Europa; pero, ano haber alternativa, la fuerza que reviste en Espaiia produce efectos devastadores. Desmoralizados, esos burgueses con los que, durante Felipe Il, Siméa Ruiz habia simbolizado cl éxito, ya no pueden seguir siendo files a su principal vocacién. El espirite mercantil que habfan encamado en una poca ya no ocupa su preciso lugar en la jerarquia de valores. A semejanza de los reformadores mereantilistas, un Mateo Aleman, en ta inde del si- glo xvi, parece haberse convertido en su defensor: Guzman de Alfarache, cembarcado en empresas fraudulentas, Hega a lo mis bajo de la abyeccién para hacemos descubri Ia eminente virtud del verdadero negocio. A pesar del éxito del libro, la paribola seguird siendo papel mojado. Burgués fallido o estafador, el picaro, que Mateo Alemin y Quevedo hacen acceder a la dignidad literaria, es, pues, un aventurero en pleno sen- tido del término: un «desgarradon, si se quiere, pero no un mendigo © un ‘vagabundo profesional, cuyo destino se reabsorberfa en una evocacién pin- toresca de los bajos fondos. También es cierto que el marco de sus hazavias cesté poblado de desarraigados que la desgracia de 1a época lanza por los principales caminos de Ia peninsula, cuando no los arroja sobre el pavi- mento de Sevilla 0 de Madtid. El debate sobre la mendicidad, surgido en el corazén del siglo xv1, ha- bia encontrado su mejor intérprete a finales del reinado de Felipe II, en ta persona del doctor Cristobal de Herrera, «protomédico de las galeras de Es- palias y amigo de Mateo Alemiin, Su Discurso del amparo de los legitimos pobres, aparecido en 1598, preconizaba el censo de los pobres; los mis fuertes serfan empleados en una especie de talleres nacionales donde se ex- plotarfa su fuerza de trabajo. Este plan ambicioso no parece haberse apli- cado, Agravado por el éxodo rural, por la disponibilidad permanente de mi- ‘PERFIL. DE UN SIGLD 1 les de soldados sin destino, por la migracién temporera liegada de Francis por el vagabundeo de los gitanos organizados en bandas, por ef aumento d tun bandolerismo que asolaba toda la extensiGn del territorio, el vagabunde ‘65 un fenémeno frente al cual los poderes pablicos se confesaban impoten tes. En ef mundo abigarrado de las grandes ciudades, que escapa a las no! ‘mas tradicionales e instiuye sus propias solidaridades, la frontera emtre servidor y el parisito, el ocioso y el indigente, el marginado y el delis ‘cuente no siempre es nitida. El espectiiculo de sus excesos no deja de ine dir en la manera en que la crisis del siglo Xvit fue percibida y entendida pc Jos que la vivieron, Las formas de una cultura 1. LA CONCIENCIA DE crisis Mis que la crisis en sf misma, es el imaginario que ésta suscits, lo qu interesa en primer lugar al historiador de las mentalidades y de las sensib lidades: e1 imaginario a que remiten muy a menudo de manera indirecta k ‘textos literarios de los que se quisiera hacer el espejo de una época, cuand Jo que mas nos dan es el andlisis espectral de sus contradicciones. Tambié es necesario tener en cuenta una serie de desfases que una periodizacis hébil permitirfa sin duda articular. Antes de 1630, la constatacién precoz ¢ Jos intérpretes mas licidos de esta crisis termina con ta euforia de wn ps odo en el que la monarquia ibérica todavia es, y de lejos, la primera pe tencia europea. Después de 1640, las esperanzas que despiertan las refo ‘mas de Olivares 0, més efimeras, las iniciativas desordenadas de don Jus José de Austria, al comienzo del reinado de Carlos If, reflejan en adelan ‘un optimismo superficial que, a través de los affos, se vacfa de todo cont nido y hace mis doloroso el desencanto que provoca el final de la prepor derancia espatola. Del examen de las obras nacidas en ese clima de incertidumbres y d duc, con seguridad puede inferirse todo un abanico de actitudes revel ddoras del malesiar Intente, y luego reinante. Pero estas actitudes traducen espirity de una época cuyas maneras de pensar difieren a menudo de I ‘nuestras. En un universo creado por Dios y alterado por la malicia de i hombres, la idea de progreso no ocupa el lugar eminente que le otorgari siglo XIX y que nosoizos todavia hoy le damos. Cambiar la vida no sign 4 StGLO xv fica cambiar el orden del mundo, sino cambiar el corxzén de los hombres ims que trastocar las estructuras, reformar las castumbres. Propaisitos sedi- ciosos, panfletos y revueltas, cuyo ascenso observan los contempordineos, se inscriben por eso mismo en sus justos limites. A Ia inversa, el relati- vyismo barroco, atento a reencontrar lo permanente mds allé de 1o inestable, extrac de esta convicciGn su cardcter profundamente conservador. Esto es lo que matiza el alcance de comportamientos cuya audacia sub- versiva se ha exagerado a veces. La despreocupacidn irénica de un Géa- ‘gora, el descubrimiento de apariencias a que se dedica Quevedo, la mirada desengaiiada de Gracidin sobre los acontecimientos y los hombres hacen de ‘estos tres escritores los denigradores de! conformismo oficial. Pero serfa un error ver en ellos a los portavoces de una oposiciGn organizada, apoyada en tun cuerpo de doctrina. Ninguna de las corriéntes de pensamiento a las que se remiten —neoestoicismo o tacitismo— nos da la clave de su mensaje, ain menos la de ta significacién de sus esctitos. Salvo la reflexién sobre la direccién de los asuntos paiblicos, el movi- miento de las ideas ya no manifiesta la efervescencia que habia tenido en Epoca de Carlos V. La preocupacién por la ortodoxia religiosa favoréce ta autocensura. Se sustituyen las audacias de wn humanismo conquistador por las preocupaciones mis tranquilas de una erudicién de buena ley. En una Espafia que ignora a Galileo, rechaza a Montaigne y condens a Maquia- velo, la desconfianza respecto de las innovaciones llegadas del extranjero y, particularmente, de los descubrimientos cientficos, el abandono de las dis- ciplinas especulativas en beneficio de las ensefianzas consideradas més ‘erentables», como el derecho canénico, son otros tantos signos de un de- sentendimiento de las elites. El desengaio, del que se ha querido hacer el {eitmotiv del pensamiento espafiol barroco, de Quevedo a Cakderdn, traduce sin duda el pesimismo de una época que descubre en sus temas predilectos —cl mundo al revés, locura del mundo, laberinto del mundo— los arméni- cos del desencanto. Pero ese pesimismo, lejos de ser undnime, é mas la ex- presién del sentimiento difuso de los grupos minoritarios, que ta cristaliza- cin de un verdadero sistema de pensamiento; y, si a veces toma el rostro ascético del desprecio del mundo, nunca sirvié de antidoto a ta voluntad de poderio 0 a las ilusiones de! momento. No lleguemos a la conclusiéin, como se ha hecho en otra época, de que la Espatia del siglo xvu slo brillé en las obras de imaginacién. La riqueza y 1a complejidad de los grandes textos que nos ha dejado se han impuesto ‘4 medida que se profundizaba on su exégesis, aun cuando, en apariencia, s6lo se trataba de una literatura de puro entretenimiento. Pero lo que a PERFIL. DE UN SIGLO 1 nuestros ojos constituye el interés de esos textos desborda la suma de refe rencias que el trabajo de Ia erudicién permite descubrir en ellos. Asf, con siderado en su génesis, el Quijote es inseparable del paisaje intelectual ¢ el seno del cual fue concebido; pero, al inventar la novela modema, Cet ‘antes llev6 a cabo una revoluci6n artstica que, aunque estimulada por s reflexiGn de la Poética, no tiene comparacién con las férmulas preconizs das por los comentaristas de Aristételes. Al igual que la obra proteiform de un Quevedo, lejos de reducirse a los cnones de un pensamiento con servador cuyos temas transmite mds de una vez, multiplica las contradic cciones en un. juego complejo de tensiones intelectuales y afectivas qu como observa acertadamente Maurice Molho, «equilibra en ét la dindmic contradictoria de la inteligencia». Si bien la reaccidn frente a la crisis —cuya amplitud nos ayudan a apr iar libelos y sermones— se ha expresado sobre todo a través de la stra de la meditacién moral, aliments también toda una corriente de penss miento, a veces calificado de necabsolutista. Un Juan de Mariana que, ¢ ‘el momento final de! reinado de Felipe II, abogaba por un gobiemo mode ado que debia adecuarse a las costumbres e instituciones establecidas, ef implacable hacia cl monarca culpable de burlarse de es0s principios, ym dudaba en justificar el regicidio. Los teéricos del siglo xvi! pregonan, pe 1 contrario, un reforzamiento de la autoridad real y una intervencign i ‘orementada del soberano en los asuntos piblicos. De Quevedo (Politica d Dios, 1626) a Saavedra Fajardo (Empresas politicas, 1640) y a Baltass Gracin (E1 politico don Fernando, 1646). la continuidad no puede negars ‘no tanto, tal vez, en los temas desarrollados, como en una subordinacié Aeliberada de la politica a la moral, en la que se basa la critica a la raz de Estado maquiavélica. Esta concepciGn providencialista del principe just ‘concverda, por otra parte, con una reivindicacién del caricter carismitic de la monarquia, ala que la oratoria sacra asegura una amplia audiencia y d fa que In comedia se ha hecho eco. Pero la expresiGn més original de la conciencia de crisis es, indiscut ‘blemente, la que le debemos a los arbitristas, es decir a todos los que se in clinaron sobre el marasmo de Espafia ¢ intentaron hallarie remedio, ‘Silas soluciones que preconizan traslucen generalmente utopfa (de al os sarcasmos de un Quevedo), su diagndstico a menudo es penetrant ‘como cuando saca a la luz la recesién demogrifica, las taras del sistem fiscal, el reparto injusto de las riquezas, las disfunciones de Ia economfa 1s efectos pemiciosos de la discriminacién religiosa. El Memorial de Mai tin Gonzalez de Cellérigo (1600) debe su celebridad a la definicién que nc 16 SIGLO xv da de Espaiia en el momento en que Cervantes lanzaba por los eaminos a don Quijote: «una repiblica de hombres encantados que viven fuera de! or- den natural». Pero se debe sefialar, también, Ia importancia de los escritos de un Sancho de Moncada (Restauracién politica, 1619), de un Pedro Fer- nndndez de Navarrete (Conservacin de monarquias, 1626) 0 de un Miguel Caxa de Leruela (Restauracién de ta antigua abundancia de Espata, 1631). Esos «primitivos det pensamiemto econdmico espariols, redescu- biertos por Pierre Vilar, son hoy objeto de un renovado interés, plenamente justificado. Ms alld de la influencia momentinea, pero cierta, que esos arbitristas jercieron sobre Lerma y, més atin, sobre Olivares, que adopts algunos de sus proyectos de reform, sus andlisistestimonian la viva percepciin que tuvo Ia opinion de los graves problemas con‘los que se enfrentaba toda la naciéa. Pero, entre los responsables de la politica espatiola y los grupos do- minantes cuyo apoyo activo les era indispensable, nunca se lleg6 a un acuerdo sobre el cambio de rumbo que exigian las circunstancias. 2. PERMANENCIAS Y MUTACIONES Que la conciencia de crisis haya agudizado el sentimicnto, durante largo tiempo difuso, de que los tiempos habfan cambiado no bastaba para acreditar la idea de una ruptura brutal con el pasado. No es simplemente que el siglo xvitespaiiol, lejos de liquidarts, conserve y reivindique la he- rencia del Renacimiento, cuyos grandes temas vuelve a orquestar. Se trata sobre todo de que presenta caractertsticas que ya se han podido observar en otras Epocas, y cuya persistencia muestra que no hay verdadera solucién de continuidad. Persistencia, en principio, del culto a la Antigiedad, reavivao con in- terés y exaltado por la enseflanza de los jesuitas, aungue el respeto debido alos clisicos griegos y latinos vaya acompafiado en lo sucesivo por una vo- Juntad de superacién que se expresa sobre todo entre los defensores de Ia comedia nueva y del que Géngora, en su lirica, nos ofrece el ms hermoso ejemplo. Persistencia, igualmente, de tradiciones populares que la cultura oficial incorpora cuando es necesario, y cuyo rico filén explotan tas formas crultas de la creacién literaria: de la prosa cervantina al teatro de Calder6n, romances, proverbios y cuentecillos’siguen impregnando estas formas, aun si, al hilo de los aiios, Ia reclaboracién de los motivos tradicionales se hace cen el sentido de una «desfolclorizacién» cada vez mas marcada. Persisten- PERFLL DE UN SiGLO " cia, también, de los circuitos habituales de difusién de las obras. Hay si duda una correlacién entre los progresos de la edicién y el incremento re lativo, hasta mitad det siglo, del nimero todavia restringido de los que ac ceden directamente al escrito. Pero no por ¢so se abandonan las préctica consagradas desde hace ticmpo, como la lectura en voz alta que asegura uni circulacién ampliada de los textos. En estas condiciones, nos explicamos fama que tuvieron en vida poetas cuya obra nos ha Hegado mutilada, al ‘haber sido fijada por la imprenta. También se comprende mejor la acogid reservadsa a la comedia nueva por wn péblice sin duda variade, pero, sin em ‘bargo, en perfecta simbiosis con todas las formas de la oralidad. Persistencia, finalmente, de una jerarquia de los géneros, que no remit sGlo a las categorfas heredadas de Aristételes, sino que refleja también b diversidad, social y cultural, de los diferentes piblicos: las se wata, a-igual queue 0$ por la erica literaria contempordaca, & waa iawsacioin desig. x2, Se han alzado protests repetidas contra su ‘uso y sus inconvenicntes. Fin la medida en que la vida lice ¥.ociosa de pi- ‘aro aparece buslonamenie

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