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Aun Me Perteneces - Lia Carnevale 2
Aun Me Perteneces - Lia Carnevale 2
me
Perteneces
Lia Carnevale
Primera edición: marzo de 2021
Copyright © 2021 Lia Carnevale
traducción por: ElleBi translations
Gráficos de
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y eventos son fruto de la
imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas, empresas,
hechos o ubicaciones reales o pasadas es mera coincidencia.
Reservados todos los derechos. Ningún fragmento de este volumen puede ser reproducido,
almacenado o transmitido de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico,
fotocopia, disco o de otro modo sin la autorización del autor.
PRÓLOGO
Londres 2019
—¿Está usted segura de esta decisión? —Miré a la mujer con bata blanca
a los pies de mi cama. Tenía una mirada triste y compasiva.
¿Cuántas chicas en mi estado veía por día?
¿No se había acostumbrado aún a esa triste realidad?
—Estoy segura. —La vi tomar una respiración profunda, probablemente
reteniéndola con la esperanza de que cambiara de opinión.
No podía.
Ella, como cualquier otra persona, quizás me juzgaría mal. Me
considerarían cobarde. Una mujer sin corazón.
Tenían razón.
Tenían razón en todo.
Tenía miedo. Pero sobre todo, tenían razón en una cosa fundamental, mi
corazón estaba roto y en cuanto terminara, lo habría perdido para siempre.
No volvería a sentir nada.
Hubiera sido más fácil seguir adelante.
CAPÍTULO 1
Charlotte
Hoy día
Brian
La alarma del lunes por la mañana sonó a las cinco en punto. Me levanté
de la cama y me dirigí a la cocina a hacer café.
Diez minutos y estaba en la sala en la que solía entrenar. Había equipado
un gimnasio con una máquina de remo, un banco y una cinta de correr.
Caminé hacia las pesas y cargué la barra. El sol estaba saliendo y los
rayos se filtraban a través de las altas ventanas de vidrio.
Amaba mi vida diaria, pero de cinco a siete era mi hora favorita del día.
Era cuando la mayoría de la gente aún dormía, cuando mi mente estaban lo
suficientemente clara como para planificar las estrategias que
implementaría en la corte.
Había aprendido a planificarlo todo.
Ya no quería que nada me tomara por sorpresa.
Agobiado por los acontecimientos.
Antes de sentarme en el banco, encendí el estéreo con el mando a
distancia y las notas de Bad Liar de Imagine Dragons me ayudaron a poner
la carga adecuada y comenzar los ejercicios.
Con cada levantamiento de la barra podía sentir los músculos de mis
brazos y el pecho tirando. Medía un metro noventa y noventa kilos de peso.
Mi cuerpo se había convertido en motivo de miradas por parte de las
mujeres y envidia por parte de los hombres. Entrenaba especialmente para
mí, para desahogarme, para sentirme bien, para liberarme de toda la presión
que sentía en el pecho.
Una vez terminé, salí de la habitación y me encaminé para darme una
ducha. El chorro de la bomba de hidromasaje fue la guinda del pastel.
Estaba preparado, lleno de energía y relajado.
Cerré el grifo y me pasé una toalla por la cintura, me acerqué al espejo,
miré la barba de dos días y sonreí. Había decidido no afeitarla, al menos por
el momento, me gustaba tener un aspecto casi trasnochado cuando tenía un
caso importante que enfrentar en el tribunal. Noqueaba a mis oponentes.
Los desencajaba.
La mayoría de los abogados de esta ciudad vivían de las apariencias,
cuanto más perfecto parecías, mayor era la sugestión que podías transmitir.
Para mí importaba la regla inversa: cuanto menor era la expectativa,
mayores eran las posibilidades de ganar.
Me encontré con mis ojos azules en el reflejo. Ojos que odiaba desde la
adolescencia porque eran los mismos que los de mi madre. La mujer que
me abandonó cuando tenía solo siete años para mudarse a los Emiratos con
su amante.
Seguía llamándome por Navidad, por mi cumpleaños, hasta se le ocurrió
la idea de llevarme a vivir con ella. Solicitud en vano y nunca cumplida.
Mi padre, en cambio, me había criado con todo el amor que un hombre
desilusionado y abandonado podía ofrecer a su único hijo. Lo respetaba por
todo lo que había creado con arduo trabajo, por darme la oportunidad de
vivir mi vida como creía, por dejarme libre para cometer errores, para
crecer.
El hecho de que mi madre se hubiera ido debió ser como una llamada de
atención. La primera advertencia de que no debería confiar en las mujeres.
De ninguna de ellas.
Me moví rápidamente hacia el dormitorio, agarré el traje azul Armani
recién planchado, la camisa blanca que Marie, la empleada, me había
dejado la noche anterior y me vestí.
A las ocho estaba sentado en mi Lamborghini Murciélago Roadster
plateado. El motor rugió en el garaje tan pronto como lo encendí y la
emoción de la invencibilidad hirvió en mi sangre.
Había tenido la oportunidad de probar mi última compra en una recta
hacia las afueras de Nueva York, la llevé a doscientos veinte por hora, fue
en ese momento que tuve un atisbo de recuerdo de cómo se sentía uno
cuando el corazón latía en el pecho.
Me metí en el tráfico de Nueva York y cuarenta minutos después, estaba
frente al edificio que albergaba el bufete de abogados Spencer and SB del
que era socio.
Cuando llegué a mi oficina, en el piso cuarenta y tres, mi asistente me dijo
que Alex ya estaba esperándome.
—¡Buenos días! ¿Por qué mi asistente te sigue dejando entrar sin mi
permiso? —pregunté acercándome al escritorio.
—Buenos días también. Porque es una emergencia. Tenemos que hablar.
—Me volví hacia mi primo. Sólo una vez había visto aquella expresión
seria y realmente preocupada en su rostro, cuando había descubierto que
tenía una hija.
—¿Qué carajo pasó esta vez?
CAPÍTULO 3
Charlotte
Brian
—¿Estás casado?
¡Sí! La había cagado enamorándome, pero ese no era el problema.
—¡Es lo que acabo de decir! —respondí ignorando su mirada divertida.
—Mala historia los matrimonios. —Él lo sabía bien, su ex esposa no solo
lo chantajeó, sino que usó a su hijo de tres años para hacerlo.
—Era una parte de mi vida que había olvidado, pero el destino, cabrón,
quería que lo recordara, que me arrepintiera amargamente por no pedir el
divorcio a su debido tiempo. —Nunca había pensado en esta opción.
Simplemente me había ido.
—La pregunta es obvia; ¿por qué no lo hiciste? —preguntó Simon.
Miré a Alexander, que permanecía de pie en un pensativo silencio.
Amigo, no eres tú quien lo va a perder todo. O casi.
—Esto no es relevante para propósitos de resolución. —Me remangué la
camisa y cogí la carta de nuevo, buscando una singularidad a la que
afirmarme.
—¡Si tú lo dices! Pero por la expresión que tienes, no creo que esta mujer,
tu esposa, te sea completamente indiferente incluso hoy. Y bien, ¿la has
olvidado? —Apreté los puños y lo miré con expresión sombría.
Simon no entendió un carajo. Ella estaba muerta para mí.
—No la he visto ni tenido noticias de ella desde hace dos años, así que
quiero continuar durante los próximos setenta al menos, pero tengo que
recuperar las acciones, de lo contrario, el arduo trabajo de mi padre se ira a
hacer puñetas. —Le entregué la carta y Simon comenzó a leerla.
Cuando terminó, parecía más confundido que antes.
Solté un bufido y me acomodé mejor en la silla tras del escritorio.
—Mi padre y el padre de Charlotte eran socios. Pero mi familia poseía el
sesenta por ciento de las acciones, así que cuando mi padre murió unos años
después del suyo, yo me convertí en el accionista mayoritario. Sin embargo,
dejé la gestión al hermano de mi esposa, que poseía el cuarenta por ciento.
Soy abogado y aunque mi padre era el único de la familia Davies que se
ocupaba de las relaciones públicas, decidió que, como hijo único, aún
tendría que heredar lo que era suyo.
Me sentía terriblemente culpable por haber abandonado el negocio,
imagino si peor aun si la hubiera perdido.
—Ahora está claro para mí. Los dos hermanos están compaginando sus
acciones para estar en mayoría y darte el portazo. —Asentí con la cabeza
mientras notaba la ira hervir en mi sangre. Nunca pensé que me afectaría
así.
—Y la responsabilidad es en parte tuya, porque confiaste en ella.
—Exactamente. —Apreté los dientes recordando cuando el amor me
había vuelto ingenuo.
—No hay mucho que hacer, Brian. Esas acciones ahora son suyas. —
Simon y Alex habían estado trabajando con leyes desde hacía más años que
yo y era muy consciente de que ninguno de los tres podría encontrar una
solución legalmente sólida, pero aun así, quería escuchar sus puntos de
vista.
—Tienes que jugar sucio, Brian —intervino Alexander.
—¿Qué quieres decir? —pregunté dudoso.
—Ella sigue siendo tu esposa. Reclámalo —afirmó dando algunos pasos.
—Estás loco si crees que todavía quiero lidiar con ella. —Me levanté y
caminé hacia la ventana francesa donde se entreveían algunas nubes grises,
que pronto llegarían a la ciudad.
—Alex, Brian tiene razón —confirmó Simon con firmeza—. Quítale su
libertad y ella te dará lo que quieras para recuperarla.
CAPÍTULO 5
Charlotte
Era una noche estrellada que se cernía ruidosamente sobre París. La Torre
Eiffel, un símbolo de la ciudad, emanaba rayos de luz en forma de diamante
que iluminaban los edificios, las calles y la pasarela montada en la plaza de
abajo. Todo estaba perfecto para el evento. El desfile que cerraría la semana
de la moda en París.
Los invitados ya habían llegado, los organizadores iban dando
indicaciones para acomodarse en sus asientos, mientras las notas musicales
de acompañamiento sonaban por los altavoces.
Detrás de escena había un bullicio de modelos, maquilladores y
diseñadores de vestuario gritando.
Traté de no sonreír ante tales escenas de pánico, mientras Jasmine, la
persona a cargo de mi maquillaje, untó el bálsamo sobre mis labios.
Estaba acostumbrada a todo eso. El caos, la confusión, la histeria de las
chicas que desfilaban por primera vez, formaban parte de mi vida diaria.
Y me gustaba.
Me gustaba estar en medio de ese delirio, se amoldaba a mi estado de
ánimo.
—Arderá un poco. Hay una sustancia que hincha la boca. —Están a punto
de estallar, pensé, mientras la sensación de haber comido medio kilo de ají
prendía fuego mi cara.
Soporté silenciosamente aquel picor, de la misma forma que en silencio
sufría la presión de los alfileres que tiraban de mi peinado o la fría corriente
de marzo que penetraba mi piel desnuda bajo mi bata de seda.
Nuestra vida no solo consistía en hermosos zapatos y ropa cara, sino
también sacrificio, fatiga y renuncia.
Renuncias que pagamos caro.
—Tengo hambre, Charlotte. No veo la hora en que todo termine para ir a
llenarme bien. —Hablando de renuncias. Ab de repente se acercó,
haciéndome saltar sobre el taburete donde llevaba sentada al menos dos
horas.
—¿A quién le cuentas? Estoy pensando en helado escondido en el
congelador todo el día. —Los nutricionistas mantenían bajo control nuestra
estricta dieta, pero al final de cada espectáculo se nos permitía osar un poco
más.
—Va a ser una noche loca —dijo Ab, mirándome con ojos ansiosos.
—Parece que quieres comerme a mí —dije dándole una palmada en el
hombro para alejarla.
—Ahora mismo me comería cualquier cosa. —Me eché a reír mientras
seguía observando su expresión seria.
Ella, comparada conmigo, sufría mucho más la falta de comida, yo de
alguna manera había pasado muchos momentos de ayuno por mi carácter
que tendía a somatizar atacando directamente el estómago.
—¡Charlotte! ¿Empezamos? —llamó el vestuarista que se encargaba de la
ropa que me iba a poner aquella noche, devolviéndome a la realidad.
—Tres horas y todo habrá terminado —susurré a mi amiga antes de
alejarme.
Mientras me acercaba, escuché las notas musicales de una canción pop
que procedían del exterior. El espectáculo estaba a punto de comenzar. La
adrenalina rápidamente comenzó a fluir por mi sangre hasta que mi corazón
se aceleró. Tenía que hacer cuatro salidas, más la final; eran solo momentos,
pero en esos instantes me sentía viva, vulnerable, frágil y sobre todo tenía
miedo.
Miedo a equivocarme, a caerme, a lastimarme, a arruinar todo lo que
había construido.
Pocos minutos en los que arriesgaba mi profesionalidad, mi talento y mi
cuerpo me ayudaban a volver a sentir algo. Sensaciones que pensaba que
nunca podría volver a sentir.
Inseguridades que habían permanecido como única parte real de mí.
La moda se había convertido en mi mundo.
El único amor que nunca me traicionaría.
Que no me engañaría.
Las primeras chicas empezaron a salir. Me apresuré a ponerme el vestido
de tafetán negro, largo hasta los tobillos y decorado con imágenes florales
entrelazadas con hilos dorados. Me puse tacones con tacón del doce y corrí
hacia la cortina que nos cubría de las miradas indiscretas de los
espectadores de la primera fila.
Cuando fue mi turno, suspiré, cerré los ojos por un momento y salté a la
pasarela. De los altavoces salieron las notas de Nobody's Love de Maroon
Five y no pudieron elegir palabras más escogidas para acompañar mi
actuación.
Si mi amor no es tu amor
Nunca será el amor de nadie.
Después de casi dos horas finalmente logré llegar al auto que me llevaría
de regreso al hotel.
Al día siguiente finalmente estaría de regreso en Londres y podría
tomarme unos días libres antes de irme de nuevo.
Ab ya había regresado, al igual que las demás, me detuve para algunas
entrevistas para las publicaciones en línea.
La fiesta posterior al espectáculo todavía estaba en curso, pero las chicas
siempre quedábamos demasiado agotadas como para poder participar por
mucho tiempo, así que me dirigí a mi camerino detrás del escenario y
agarré mi bolso colocado frente al espejo.
Después de meter la última prenda dentro, la cerré y me levanté.
Estaba perdida en mis pensamientos cuando me volví hacia el espejo
iluminado por lámparas de neón a los lados y vi sus ojos encontrarse con
los míos en el reflejo.
Ojos indeseados, siempre buscándome, en todas partes.
Ojos que odiaba.
—Stefan, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté manteniendo un tono frío.
—Encantado de verte de nuevo, hermanita. —No podía decir lo mismo.
—No sabía que estabas en París. —Coloqué la bolsa sobre mi hombro y
finalmente me volví hacia él.
Éramos muy parecidos, el mismo color de ojos, el mismo cabello rubio, la
misma boca, aunque en temperamento no podíamos ser más diferentes.
Era igual que mi padre: frío, cínico y calculador.
—De hecho, no estaba previsto. Vine por ti —afirmó con aquella sonrisa
arrogante que tanto odiaba.
—Debe ser muy importante no podía esperar mi regreso a Londres.
—Lo es. ¿Podemos hablar de ello en un lugar más tranquilo? Reservé una
mesa en un restaurante a poca distancia de aquí. No hemos pasado juntos en
mucho tiempo, Charlie. —¿Desde que salí de la clínica?
—Deja de llamarme Charlie. —Charlie ya no existía. El sonido de aquel
nombre no quería volver a escucharlo.
—Veo que tu mierda ha empeorado, hermanita. —Me mordí la lengua
para no dar voz a mis pensamientos y no golpearle con toda la rabia que
llevaba dentro.
—Dime a qué viniste y acabemos con esto. —No quería pasar ni un
minuto más con él.
—Está bien, si realmente no quieres hablar de ello con calma, como
quieras. Toma. —Sacó una hoja de papel del bolsillo interior de su elegante
chaqueta y me la entregó.
La agarré. Sentí un nudo en la garganta cuando la abrí. Nunca traía buenas
noticias, nunca.
Empecé a leer y cuanto más seguía, más sentía que me fallaba el aire.
No podía pedirme algo así.
—Veo que mi opinión cuenta poco, como siempre. Lo has hecho todo sin
consultarme. Lo siento por ti, hermanito, pero la respuesta es no. —Le
devolví el papel, que agarró arrancándolo de mis manos; pasé por delante
de él para finalmente salir de la carpa preparada para el evento, que de
repente se volvió demasiado pequeña para contener a ambos.
—Será mejor que lo reconsideres, de lo contrario me veré obligado a
actuar de manera incorrecta. Brian recibió la comunicación esta tarde, así
que será mejor que firmes. —Su tono áspero rompió el silencio y mi
respiración.
No podía hablar en serio.
—¿Qué quieres decir? —pregunté volviéndome hacia él.
—Quiero decir que me veré obligado a divulgar tu pasado a la prensa,
todo.
—No puedes, a menos que quieras que presente una demanda por
difamación. No hay más pruebas.
—¿Está segura? Recuerdo tener una, la más importante. —Me quedé
mirándole, el dolor ardía en mi pecho y se apoderaba de mi corazón. No
podía hacerme eso. No después de todo lo que había vivido.
—¿Me estás chantajeando, Stefan? ¡Te has convertido en un monstruo! —
Mi voz temblaba, las lágrimas se apresuraban a salir.
Quería llorar, porque estaba enojada y no porque mi hermano, por cuyas
venas corría mi propia sangre, me chantajeara por mi mayor vergüenza.
—No soy un monstruo, Charlotte. Me tomó años obtener el
consentimiento de la junta directiva y ahora que lo tengo en la mano,
podemos recuperar lo que es nuestro. Lo que nuestro padre construyó a lo
largo de su vida. —¡Ya! La empresa de la que nuestro padre me echó.
—No te importa nada, Charlotte. Tienes tu carrera, tu vida, tu futuro lejos
de oficinas. Pero para mí lo es todo. Deja atrás el pasado, firma el papel y
ya no tendrás que lidiar con la empresa ni con él. —Me miró directamente a
los ojos mientras me decía esas palabras, pero me vi obligada a apartarlos
para ocultarle lo mucho que todavía me dolía pensar en Brian.
Me había jurado a mí misma que olvidaría el pasado y si para hacerlo,
tenía que ceder al chantaje. ¡Al diablo! Lo haría.
Saqué pecho y me acerqué con orgullo a mi hermano. Le arrebaté la hoja
de las manos, tomé el bolígrafo que me entregó y firmé.
Le cedí mis acciones.
Le cedí el único vínculo que me unía a Brian.
—Ahora, mantente alejado de mí —ordené golpeando el pedazo de papel
en su pecho.
—Has hecho lo correcto. —Lo escudriñé una vez más y me volví para
caminar hacia la salida.
Necesitaba aire, respirar, gritarme a mí misma que me había convertido en
una mujer fuerte y que ya no me arrastraría mi dolor.
Tenía que hacerlo, porque una cosa era segura, que después de lo que
acababa de hacer, él volvería.
CAPÍTULO 6
Brian
Era noche cerrada cuando abrí la puerta. Resoplé todo el aire de mis
pulmones antes de regresar al infierno al que había estado llamando casa
desde hacía dos años. Miré a mi alrededor, los árboles que rodeaban la
mansión Kensington, en el barrio más exclusivo de Londres, estaban
envueltos en tinieblas, la luz de la luna estaba oscurecida por la bruma.
Una tarde de mierda que se convertiría en una noche de mierda, como lo
había sido durante meses.
Charlotte había cambiado de repente.
No sabía por qué y ella no quería decírmelo.
—Estoy cansada —eran las únicas palabras que recibía, palabras que
olían jodidamente a escusa.
No obstante, había decidido dejarla respirar. Para darle tiempo para
dedicarse a sí misma. No me quería cerca y traté de estarlo lo menos
posible.
Aunque fuera difícil de aceptar.
Aunque cada noche anhelaba tocarla y cada día anhelaba oírla reír.
Dentro, las luces apagadas y el silencio me recibieron ya como de
costumbre.
Compré esta casa para nosotros. Para crear una familia juntos.
Charlotte
Anunciaron mi vuelo por última vez. Apreté el asa del carrito que había
preparado sin tan siquiera saber realmente lo que había metido en él.
Había estado mirando el pasillo que me llevaría al avión durante veinte
minutos. Cada vez que me tocaba a mí, dejaba que alguien tomara mi
lugar.
Ya no podía estar con él. No después de lo que pasó. De lo que había
hecho.
Llevaba cuatro días fuera de la clínica. Había perdido mi corazón desde
hacía cuatro días.
No quería nada más que dejar todo atrás y comenzar mi vida de nuevo.
¿Pero realmente lo conseguiría?
Solo tenía veintitrés años, podía hacerlo.
Lo conseguiría.
Era modelo desde los dieciséis años, había renunciado a los compromisos
más importantes para estar al lado del hombre con el que me había casado.
Hubo un tiempo en el que éramos felices. Donde no tuve ningún
remordimiento por haber dejado de lado mi carrera.
Pero él seguía adelante con la suya, dejándome atrás.
O mejor dicho, fui yo quien le había dejado poner su carrera por delante
de mí.
Estaba ahogada en la soledad y la insatisfacción.
Esa noche quise hablar con él. Me propuse prepararle su plato favorito.
Había comprado el mejor vino italiano. Solo para decirle que me iría.
—Señorita, estamos cerrando el embarque. ¿Tiene que subir al avión? —
Miré a la mujer frente a mí, con el uniforme azul y el sombrero rojo. Las
lágrimas llenaron mis ojos y vi una sonrisa compasiva emerger en su
rostro.
—¡Estoy segura de que más allá del océano hay algo hermoso
esperándote! —La miré directamente a los ojos. La suya fue una frase de
circunstancias, tal vez porque emanaba desesperación, pero quería que
aquellas palabras se hicieran realidad.
Lo deseaba con todo mi ser.
Asentí y la mujer, después de revisar mi boleto en primera clase, me hizo
un gesto para que me acomodara.
Me di la vuelta.
Iba a ser un largo viaje alrededor del mundo.
Un viaje que me habría alejado definitivamente de él.
—Adiós Brian —susurré mientras el ruido de los tacones resonaba en el
pasillo vacío del aeropuerto de Heathrow.
CAPÍTULO 8
Brian
Charlotte
Brian
Salí de la lujosa mansión que una vez sentí mía, más cabreado de lo que
había entrado.
Volver a verla fue como una bofetada de realidad en mi cara. Y la verdad
es que había fallado.
Había fracasado al enamorarme de ella, confiándole mi corazón.
Había fracasado al casarme con ella.
Había fracasado creyendo que la había olvidado.
No me había olvidado un carajo de nada.
Ella estaba ahí, fija en mi cabeza.
Tatuada en mi piel y el maldito latido acelerado que no había sentido
durante años, había lacerado mi razón.
Todo era culpa suya.
Había avisado el día anterior a Dasy de mi llegada, y cuando aparecí por
la puerta a las siete de la mañana, no se opuso a que entrara.
Fui directamente a su habitación, que una vez fue nuestra. Estaba allí con
la intención de aclarar la situación. Quería decirle que si no recuperaba lo
que era mío, le quitaría todo.
Todo lo que quedara.
La habría dejado desnuda, indefensa y asustada.
En cambio, la encontré en aquella cama que habíamos compartido, su
cabello rubio extendido sobre la almohada, sus largas pestañas descansando
sobre la piel blanca y visiblemente suave de su rostro.
La sábana la cubría hasta la cintura, dejando al descubierto el sujetador de
encaje que cubría un pecho cuya suavidad no había olvidado.
Cerré la puerta y me moví lentamente por la habitación. Los rayos del
primer sol la besaron y por un momento, sentí envidia de ellos.
Se había convertido en una maldita, hermosa, mujer.
La odiaba pero la deseaba al mismo tiempo.
Si no fuera por la mínima dignidad que tengo, no habría dudado en
follarla.
El hecho de que su proximidad me hiciera sentir vulnerable fue la razón
de mi creciente ira.
Un cabreo que no se me pasaría con solo recuperar las acciones que le
había dado a ese hijo de puta de su hermano.
No. La ira que sentía estaba lejos de saciarse.
Y quería que se calmara.
Y sabía que solo lo mitigaría cuando su corazón estuviera despedazado,
así como estaba el mío.
Charlotte había pasado de ser el néctar de mi felicidad al veneno que me
había matado sin piedad.
Por eso, cuando abrió los ojos, comprendí. Cuando vi aquellas pupilas del
mismo color que las hojas empapadas por la lluvia, mi plan cambió
drásticamente.
En una fracción de segundo, me di cuenta de que las cosas se enredarían,
aunque las complicaciones eran mi pan de cada día, donde me divertía.
Y era el turno de subirme al tiovivo.
Con aquellos pensamientos rondándome subí al taxi que había contactado,
para llevarme de regreso al hotel.
A última hora de la mañana iba a tener una reunión con algunos miembros
de la junta directiva. Hombres que eran leales a mi padre y por lo tanto, me
ayudarían, aunque no me conocieran en absoluto.
Al llegar al hotel decidí que era hora de buscar un desahogo. No tenía el
gimnasio a mano, ni un saco de boxeo donde pudiera descargar mi estado
de ánimo, así que decidí salir a correr.
Rápidamente me endosé un pantalón de chándal y una sudadera, me puse
los airpods en los oídos, ignoré todas las llamadas perdidas, los mensajes
del teléfono y lo guardé en mi bolsillo.
Crucé por los jardines reales, corrí al menos veinte kilómetros y cuando
regresé estaba exhausto y decididamente más tranquilo.
Necesitaba cada pizca de claridad para dirigirme al edificio donde estaba
ubicada la empresa de mi padre. Sabía que muchos de los empleados solo
me conocían por mi nombre, y sabía que muchos miembros de la junta no
tenían una buena opinión de mí porque no estaba nunca.
¡Pero los enfrentaría con la cabeza en alto, carajo!
Charlotte
La noche era más negra que el rímel que alargaba mis pestañas. La luna
pálida estaba cubierta por una fina capa de niebla. Las estrellas, por otro
lado, eran completamente invisibles volviendo el cielo en un manto oscuro
y fantasmal.
Abigail me estaba esperando dentro del coche que había alquilado.
Puntual como reloj suizo, me había enviado al menos cinco mensajes, el
último de los cuales decía que si no movía el culo, se iría sin mí.
Obviamente no la había creído, ya que ella solo tenía un amiga en
Londres y era yo.
Los tacones resonaron mientras bajaba los escalones de piedra. El vestido
demasiado corto amenazaba con dejarme desnuda con cada ráfaga de
viento.
El clima de Londres siempre era incierto. Un momento antes había una
temperatura suave y al rato el cielo se cubría de nubes. Abrí la puerta del
Mercedes Cupé gris y literalmente, me hundí en el asiento. Ab hizo una
mueca cuando me senté. Juro que no quería asustarla, pero realmente no
quería dar un espectáculo a los transeúntes mostrando mis bragas rosas de
Victoria Secret.
—Siento llegar tarde, pero la línea del delineador de ojos simplemente no
quería ni saber de ir en dirección correcta. —Era la verdad, pero había
omitido intencionalmente que no podía usar maquillaje debido a mis ojos
hinchados por las lágrimas.
—Te iba a dejar aquí —admitió, arrancando y haciendo rugir el motor del
deportivo.
—¿Quieres despertar a todo el barrio? ¡Son más de las nueve, Ab! ¿Y
además, realmente sabes cómo conducir esta cosa? —pregunté haciendo un
gesto con mis manos para indicar la cabina iluminada como si fuera de día
con luces de todos los colores.
—Cariño, tu trasero está sentado en trescientas mil libras, así que
abróchate el cinturón y relájate. No puede ser peor que conducir en el
Bronx. —Abigail me obsequió con una sonrisa de las que te entran en el
alma y la calientan.
—Entonces, ¿a qué esperamos para salir? —insté abrochándome el
cinturón.
—Primero tengo que recordar cómo se hace —murmuró mientras
presionaba el acelerador. El coche apenas se movió antes de dar un tirón
hacia adelante.
—Culpa de los tacones —afirmó mirándome mortificada. Me eché a reír
en su cara. Ella, con su comportamiento divertido y su buen humor, era la
única capaz de hacer menos fuerte el dolor que había atenazado mi corazón.
Finalmente logramos movernos. Tardamos treinta minutos en coche para
llegar a Greenwich. Ab estacionó en la explanada reservada para los
clientes de XoXo y finalmente pude salir de aquel artilugio mortal. Tenía
náuseas y dolor en el cuello por todas las veces que había frenado en los
stop o en los semáforos que no había llegado a tiempo.
En el camino ya había pensado en la vuelta y se me había ocurrido un
plan: hacer que bebiera para que tuviera que tomar un taxi.
—Necesitábamos una noche entera para nosotros. ¿No crees tú también?
—Lo creía y cómo, pues habría sido una de aquellas noches divertidas si
no fuera por tener la moral por los suelos.
Nos saltamos la fila gracias a que conocíamos al portero, una fiera de casi
dos metros y una vez dentro, nos invitaron a sentarnos en la mesa que
teníamos reservada.
Lamentablemente el lugar no era el apartado de siempre, esa noche ya lo
había ocupado alguien, alguien a quien en ese momento odiaba con todo mi
ser. Estábamos a pocos metros del centro de la sala y por supuesto, los ojos
de todos los hombres sobre nosotros.
Sin embargo, evitamos que esas miradas indiscretas arruinaran la velada
el tiempo que pudimos, pero dada la insistencia de las miradas, no era fácil
lograr indiferencia y ser uno mismo.
—Nos están comiendo con los ojos. No puedo soportarlo —dijo Ab
mientras mordía su hamburguesa.
Esa noche no teníamos límites, o más bien los teníamos, pero habíamos
decidido que algo más de entrenamiento nos ayudarían a eliminar las
proteínas y los carbohidratos.
—Ignóralos —aconsejé a pesar de que a mí también me molestaba aquella
intromisión.
Ab miró a su alrededor mientras se secaba la boca con la toallita.
—Algunos son guapos. Tal vez podríamos sacar partido de vez en cuando,
aprovecharlo. No he tenido una buena montada en mucho tiempo —declaró
tomando otro bocado del sándwich.
—Pareces un estibador por tu forma de hablar.
—Vamos Charlotte, ¿por qué no? No has follado desde hace más de un
año, incluso tu psicólogo te aconsejó que empezaras a buscar de nuevo. —
Miré hacia abajo. Ojalá pudiera. Odiaba tanto el sexo que no sabía si aún
podría hacerlo sintiendo algo.
Y luego está él.
Él. Siempre. En mi cabeza. En mi piel.
Instintivamente, me acaricié los labios con los dedos.
Aquel sueño me había dejado con sensaciones tan intensas que parecían
reales.
—¿Me estás escuchando? —La voz de Charlotte me sacó de mis
pensamientos. —¿Qué pasa contigo? —preguntó asumiendo una expresión
preocupada.
—Brian ha vuelto —dije de un tirón.
—¿Brian? —repitió enarcando una ceja.
—Mi marido... me refiero a mi casi ex marido —respondí con un hilo de
voz.
—Mierda, Charlotte. ¿Cómo estás, querida?
—No sé. No sé cómo me siento.
Lo que se suponía iba a ser una velada desenvuelta se convirtió en
confesional. Conté con todo lujo de detalles mi historia con Brian, la razón
por la que había regresado y la imposibilidad de mi parte de darle lo que
había venido a recuperar.
Solo había omitido un pequeño detalle.
Un detalle que nos había destrozado.
Más tarde, cuando llegamos a casa, invité a Ab a que se quedara conmigo
esa noche. Por supuesto que ella estuvo de acuerdo.
—¿Tienes helado?
—A toneladas —respondí mientras entramos en la casa—. Entonces soy
toda tuya.
—Espérame en la cocina. Me reuniré contigo en un minuto. Tengo que ir
a vomitar la comida revuelta por tu temeraria conducción.
—Oye, soy un as detrás del volante —respondió dándome una palmada en
el trasero.
Mientras caminaba hacia las escaleras, escuché a mi amiga hablar con
alguien en voz alta.
Regresé y cuando entré a la cocina, tuve que aferrarme con todas mis
fuerzas para mantener los pies firmes en el suelo y no caerme.
—¿Que está pasando? —pregunté, sacando mi barbilla hacia adelante y
tratando de controlar mi voz temblorosa.
Brian estaba frente a Ab. Un metro noventa de músculos y nervios y un
rostro de diablo disfrazado de ángel.
—Hola, Charlie, ¿no me presentas a tu amiga? —Dirigió sus ojos azules
hacia mí por un momento, antes de volver a mirar a Ab.
—Soy Brian, el marido de Charlotte. —Ab apretó la mano entre las suyas
y mis ojos se posaron en sus dedos, largos, refinados y capaces de
excitarme con tan solo del recuerdo moviéndose en mi cuerpo.
—Te conozco. —Moví mi mirada hacia Ab, preocupada de que
mencionara que se lo había contado. Todos estos años había tratado de
olvidarlo y no quería que supiera que no pude.
—Todos en Nueva York saben quién eres. O al menos a todas las personas
a las que les gusta estar al día con los hombres más sexys de Estados
Unidos. Obviamente yo no miro las clasificaciones, pero mi hermana menor
está ahí para informarme. —Brian le devolvió la sonrisa sexy que me
atrapaba cada vez que quería algo de mí y de repente me sentí tan molesta
que quise echarlos a ambos de la casa.
—¿Habéis terminado? Ahora que hemos hecho las presentaciones,
¿podrías decirme por qué estás en mi casa a la una de la mañana? ¿Y por
qué estás sin camisa y en pantalones de pijama?
Coño.
—¿Qué pasa, Charlie, estás celosa porque no eres el centro de atención?
—habló con una voz tranquila pero disgustada. Sus palabras me hicieron
sentir pequeña frente a él.
¿Qué diablos sabía él por lo que yo había pasado? De lo que había
sufrido.
Se apoyó en la isla de la cocina y cruzó los brazos sobre el pecho,
mirándome directamente a los ojos; aquel gesto puso en movimiento todo
su tejido muscular, mostrando lo perfecto que era su cuerpo.
En aquel momento, el nuestro era un juego de miradas. Un desafío al que
todavía no sabía darle sentido. Solo sabía que tarde o temprano habría un
ganador y tenía que encontrar lo antes posible una estrategia para que fuera
yo.
Pero ignoré sus palabras y le volví a hacer la pregunta.
¿Qué diablos quería hacer?
—Te recordaba más inteligente, Charlie. Esta es mi casa también, así que
para responder a tu pregunta, vivo aquí —afirmó alejándose de los muebles
y acercándose a mí.
Cuanto más se adelantaba, más sentía el deseo de alejarme.
Cuanto más se acercaba, más respiraba su aroma y más perdía la claridad
mental.
Me desestabilizaba.
Me destruía.
Me anulaba.
Di un paso atrás tan pronto como estuvo frente a mí, pero acortó la
distancia de nuevo.
Seguimos mirando y cuando sus dedos rozaron mi mejilla, cerré los ojos
tratando de no dejar que las lágrimas fluyeran por mis ojos.
—Estos muros me pertenecen. Todo lo que hay aquí dentro es mío. Tú...
Aún me perteneces. —Con esas palabras salió de la habitación dejándome
sin aliento. Sin fuerzas. Sin la esperanza de ganar esta batalla.
CAPÍTULO 12
Brian
Charlotte
Brian
—Brian, ¿puedo entrar? —Me volví hacia John que estaba parado frente a
la puerta abierta.
La oficina de mi padre estaba ubicada en el tercer piso, la única presente,
junto con otra más pequeña de su asistente.
La elegancia de los muebles antiguos y hechos a mano era la antítesis de
lo que yo tenía en Nueva York.
Mi oficina estaba amueblada con todos los accesorios modernos, así como
un piano bar con licores y aperitivos.
Encontrarme sentado en su lugar me hizo sentir incómodo, equivocado.
—Por favor —indiqué para que se sentara.
La reunión a la que asistía era considerada un evento, no solo porque
trabajaban aquí los mejores publicistas del mercado, pues había un
ambiente familiar, de colaboración, respeto.
No pude evitar pensar que Stefan estaba haciendo un buen trabajo y por
un momento se me pasó por la cabeza de que dejarlo dirigir toda la empresa
sería lo correcto.
—Mucha gente se ha quedado sorprendida con su presencia hoy aquí —
dijo el socio principal, tomando asiento frente a mí.
—También creo que por mi silencio. —Por primera vez no supe qué decir
y cuando me preguntaron qué pensaba de la presentación de la campaña, no
encontré las palabras adecuadas revelando el hecho de que no entendía un
carajo.
John me devolvió una sonrisa que ciertamente no se reflejaba en su
mirada.
Probablemente él también pensaba que si hubiera decidido poner la mano
en su trabajo, habría mandado todo a la mierda, pero lo que no sabía es que
yo también había pensado en ello y seguro y de hecho, ya tenía la persona
en mente para delegarlo todo, una vez que Stefan dejara de tocar las bolas.
Solo tenía que encontrar una manera de que esto sucediera.
—Stefan sabe que estás aquí. Regresará en tres días. Ha convocado una
reunión de la junta directiva, estoy seguro de que querrá contarnos sus
novedades.
Me levanté de la silla, me acerqué con calma a la pared donde colgaba un
cuadro de mi padre, retratado junto a la reina Isabel, metí las manos en los
bolsillos y me detuve a mirarlo.
Mi familia paterna figuraba entre las más prestigiosas de Londres y
aunque ya no tenía relaciones con primos y tíos, seguía llevando un apellido
importante.
No habría dejado que nadie manchara su reputación convirtiéndolo en el
hazmerreír de la ciudad.
Mi padre no se lo merecía. Ya había sufrido demasiado cuando murió mi
abuelo y las guerras para impugnar su testamento habían provocado la
ruptura de la familia.
—Stefan no tendrá nada más que la exclusión total de esta empresa —
declaré con firmeza.
Estaba seguro de que estaba escondiendo algo como estaba seguro de que
Alex me daría noticias pronto.
Mi intuición nunca me había traicionado y esperaba que tampoco en ese
momento.
—Los miembros más ancianos te apoyarán, pero los más jóvenes son
devotos de él. Tienen miedo de perder sus trabajos y eso es plausible.
—Nadie perderá nada. ¿Dijiste tres días? —No tenía más tiempo. Si
Charlotte no recuperaba esas acciones, tenía que intervenir con la única
posibilidad que tenía.
Una posibilidad de la que había estado huyendo durante dos años.
—La reunión está programada para el martes a las diez de la mañana. —
habló John detrás de mí.
—Ya veremos —declaré resueltamente.
Saludé a mi viejo amigo acordando que nos volveríamos a encontrar el
lunes. Si Alex no me proporcionaba algo, me vería obligado a revelarle al
socio de mi padre mi jugada.
¿Pero estaba realmente preparado para lidiar con eso?
Por un momento lamenté todas mis decisiones.
Lamenté mi debilidad hacia la mujer con la que me había casado.
Lamenté haberla amado, amarla una y otra vez.
Ella me había demolido y por eso no quería dejarla libre.
Regresé a casa a la hora de la cena. Ciertamente no esperaba que Charlie
hubiera preparado algo para comer, ya que le había dado a Desy un par de
días libres. Obviamente, mi esposa no estaba nada contenta con esa
decisión, gran satisfacción para mí.
Si antes vivía mis días para hacerla feliz, ahora en cambio, me hacía feliz
molestarla.
Joder, parecía un chico de catorce años.
Crucé el pasillo, las luces estaban todas apagadas, el ambiente tan frío y
desnudo que me dieron ganas de escapar, de volver a las luces de Nueva
York.
La música que venía del piso superior, sin embargo, era cualquier cosa
menos baja.
Caminé en esa dirección, subí las escaleras para llegar a mi habitación a
ponerme algo cómodo antes de pedir comida, pero cuando llegué al final de
la escalera, la música se detuvo y la risa llegó a mis oídos.
Seguí caminando, pero en lugar de ir hacia mi habitación me dirigí a la de
Charlie.
Me detuve a mitad de camino cuando vi que se abría la puerta y ella, junto
con su amiga, salían.
Se estaban riendo de algo que Abigail había dicho y cuando levantó la
vista y nuestras miradas se encontraron, me quedé petrificado.
Habían pasado dos años. Dos años que no había visto la sonrisa de mi
esposa. Una sonrisa que hice bien en no apagar nunca. Una sonrisa que
quería custodiar en su rostro, porque la hacía tan hermosa que me
enamoraba de ella cada día.
Y ahora su sonrisa estaba ahí.
En su cara.
Un rostro que no había olvidado.
Que había imaginado ver en cada mujer que me había llevado a la cama.
¡Maldición!
Charlie, seguida por su amiga, caminó en mi dirección.
El vestido, si se puede llamar así, le llegaba hasta la mitad del muslo.
Apreté los dientes.
Nunca me importó lo que vistiera mi esposa, pero en aquel momento ella
no era mía. No estaba saliendo conmigo. La idea de que cualquier hombre
que le hubiera puesto los ojos encima y se la hubiera querido llevar a la
cama, me ponía como loco.
Sin embargo, traté de calmarme. No quería sonar como un celoso patético.
Los tacones tronaban en el suelo, las caderas se movieron sinuosamente.
Estaba acostumbrada a desfilar por las pasarelas del mundo, pero en ese
momento lo hacía para mí. Nuestras miradas eran fuego capaz de encender
las sensaciones más primitivas.
¡Cielos! Cuánto quería meterme dentro de ella. Oler de nuevo el perfume
de su piel y el sabor de su boca.
Cuando llegó frente a mí observé que con los tacones me llegaba a la
barbilla.
Con esos zancos de zapato hubiera sido fácil pegarla contra la pared y
sumergirme sin el esfuerzo de levantarla.
—Nosotras salimos —advirtió enojada.
—Pensé que os estabais preparando para una fiesta de pijamas —dije con
ironía.
—Adiós Brian. —Pasó junto a mí con su amiga.
No la detuve.
Tendría todo el tiempo para recuperarla.
Una hora después de pedir el pollo frito que recordaba era mejor de
Londres, me trasladé a la sala de estar. Dejé la computadora portátil sobre la
mesa, me senté en la silla que usaba mucho tiempo atrás, cuando Charlotte
y yo éramos una familia y la encendí.
Tomé otro sorbo de cerveza antes de conectarme a Internet.
La bandeja de entrada marcaba cincuenta y dos mensajes nuevos, pero
sólo uno resultó ser el más interesante.
Era de Alfred, nuestro investigador, Alex le había avisado de inmediato y
se puso manos a la obra en seguida. Habría pagado el doble con tal de que
me salvara el trasero. Después de todo, esa era la causa que más me
interesaba.
Abrí el mensaje, el texto era breve y conciso.
—En las fotos está todo.
Descargué los archivos adjuntos, me tomó unos minutos verlos y leer los
documentos y cuando terminé, se imprimió una sonrisa en mi rostro.
Bingo.
Tenía lo que quería.
Cerré la computadora satisfecho, le envié un mensaje a Alex para ponerlo
al día y agradecerle, y me moví hacia la silla para disfrutar mi cerveza
satisfecho.
Me interrumpió el sonido de la puerta al abrirse y los ruidos provenientes
de la entrada.
Las voces se volvieron más insistentes y además de la de mi esposa
escuché una masculina.
Maldiciendo, me levanté y me dirigí hacia allí. Cuando llegué, mi buen
humor se reemplazó por el urgente deseo de golpear al hombre que sostenía
a mi esposa en sus brazos.
—¡Será mejor que te vayas de inmediato! —Charlotte se volvió hacia mí,
su maquillaje desarmado y su cabello estaba desordenado.
—Ups, me olvidé de decirte que estoy casada. —Ella se echó a reír
mientras se dirigió al idiota que la abrazaba por la cintura.
Estaba completamente borracha, era obvio, así que esperaba con todo mi
corazón que él no la hubiera tocado, de lo contrario haría mucho más que
darle un puñetazo.
—Un pequeño detalle —respondió el idiota tragando.
—Tienes dos segundos para desaparecer. —Me acerqué a ellos y tomé a
mi esposa de la mano, sacándola de sus brazos y apoyándola en mi pecho.
Ella continuó riendo, poniendo a prueba mis nervios.
—Cálmate, amigo, solo queríamos divertirnos un poco.
—Ahora se acabó la diversión y si tan solo la tocaste con un dedo, mi cara
será la última que verás. ¡Sal! —Yo era al menos veinte centímetros más
alto que él y mucho más corpulento.
—No la toqué y no quiero problemas, así que me voy.
¡Gilipollas!
Cuando la puerta se cerró a mis espaldas, volví a mi esposa hacia mí.
Apestaba, y su rostro dibujaba la expresión clásica de quien está de mal
humor.
—¿Qué crees que estás haciendo y adónde diablos acabo Ab? —Una leve
sonrisa curvó sus labios y luego su rostro cambió, se volvió de un verde
pálido, lentamente vi sus mejillas hincharse hasta que fui golpeado por algo
en el pecho...
CAPÍTULO 15
Charlotte
Estaba flotando.
¿Había aprendido acaso a volar?
Estaba tan bien.
Quizás estaba muerta.
Sí, estaba muerta y un ángel me llevaba al cielo.
Olía tan bien.
Hacía tanto calor.
Tan protector.
Si esta fuera mi eternidad, no echaría en falta la vida.
Me abracé a aquel cuerpo acogedor, puse mis brazos alrededor de su
cuello y apoyé mi cabeza en su hombro.
¿Me estaba hablando? ¿Qué estaba diciendo? Palabras ininteligibles, ¿era
acaso el lenguaje de los ángeles?
Me parecieron maldiciones, pero tal vez era yo quien no conocía el
significado.
Seguí con los ojos cerrados y me rendí ante aquellos brazos que me
sujetaban y me llevaban quién sabe dónde.
Finalmente estaba en paz.
Mi alma estaba en paz.
Entonces, ¿por qué sentí este fuego dentro que quemaba mi estómago?
Un sabor amargo que subía por la garganta.
Pero a quién le importaba, total, estaba muerta.
Pasaron unos segundos antes de que mi ángel me acostara en el suelo.
Traté de agarrarme a sus brazos, pero él me apartó y la falta de su contacto
me dejó temblando de frío.
Abrí los ojos y me encontré cara a cara con el rostro de mi marido.
¿Qué hacía aquí?
¿También estaba muerto?
Entrecerré los ojos mientras sus manos vagaban por mi cuerpo.
Palabras de colores salían de su boca... ¿qué estaba haciendo? Me estaba
desnudando.
Mi boca estaba pegajosa y no podía pronunciar una frase sensata, así que
traté de escapar de su contacto.
¿Estate quieta, Charlotte? ¿Qué carajo te bebiste? —Su tono era frío, nada
que ver con la calidez de mi ángel.
No era un ángel dispuesto a llevarme al Paraíso.
Lo había sido.
Mucho tiempo antes.
Pero ahora ya no lo era
Me quedé quieta y dejé que mi ropa cayera al suelo en una pila
insignificante.
Brian me levantó de nuevo, mis ojos chocaron con la piel desnuda de su
pecho.
Se había quitado la camisa. ¿Por qué?
Entonces los recuerdos empezaron a aclararse.
Le vomité encima.
¿Y el chico que había traído a casa? ¿Me había dejado tocar? ¿Besar?
Esperaba que no.
Comencé a sentir lágrimas corriendo por mis mejillas mientras las náuseas
se acumulaban.
Si no me hubiera traicionado.
Si aún no lo amara tanto.
¿Por qué? Porque nos pasó a nosotros.
Éramos tan felices.
Porque era tan imperfecta que cometí el mayor error de mi vida.
Me estallaba la cabeza y lo único que quería hacer era desaparecer y que
desapareciera.
Había vivido los últimos años engañándome a mí misma pensando que
había construido una vida perfecta, pero en realidad todo lo que estaba
experimentando era una mera ilusión.
No había vida sin él.
—¿Me has traicionado? Stefan dice... Stefan ha dicho...
A estas alturas mis ojos eran un río inundado, ni siquiera sabía si las
palabras que había formulado en mi mente habían salido correctamente de
mi boca.
—No logré perdonarte y ahora no logro perdonarme a mí misma. —
Deglutí. —Desearía poder amarte de nuevo, pero ya no sé cómo hacerlo. —
En ese momento, los sollozos resonaron en el aire.
Hubo silencio, lo que sentía era solo el dolor que por muchos años se
había quedado atrapado en mi alma y ahora empujaba por salir.
—Basta, Charlotte. Deja de hablar. —Mi mirada se encontró con la suya.
En sus ojos azules vi el horizonte. Mi destino. Mi refugio.
Sentí de nuevo calidez.
Aquellos brazos me apretaban aún.
El calor había vuelto a calentar mi cuerpo tembloroso.
Todavía podía oler aquel perfume.
El suyo.
Mi ángel había vuelto.
Tan pronto como abrí los ojos, me inundó el estruendo que provenía de mi
cabeza. Sentía un dolor ensordecedor. Entendí que estaba en mi cama sólo
porque reconocí la sensación de las sábanas de seda sobre mi piel desnuda.
Desnuda.
Estaba desnuda.
Sentí ganas de vomitar y la idea de que Brian me hubiera visto en esas
condiciones aumentó.
La habitación estaba envuelta en oscuridad, las contraventanas cerradas,
pero había tenues rayos de luz que me hacían pensar que era de día.
Los recuerdos de la noche anterior se habían desvanecido y no era
necesariamente malo.
Probablemente había tomado un par de tragos como máximo, pero no
había tocado el alcohol durante más de un año y fueron suficientes para que
se me fuera la olla.
Me senté, mi cerebro parecía querer explotar, simulaba una pesadilla.
Escuché un suspiro desde el otro lado de la habitación, me volví
abruptamente y mis ojos encontraron los suyos.
Estaba sentado en la silla y me miraba fijamente.
—Hay agua y una aspirina en la mesita de noche. Te esperaré abajo. —Su
voz había perdido ese tono molesto que no hacía más que confundirme.
Lo vi levantarse y venir hacia mí. Me tapé los pechos con las sábanas.
—No hay nada que tengas que no haya visto.
—No recuerdo… lo que pasó anoche. ¿Qué te dije... Qué hice. —Se sentó
frente a mí y tomó un mechón de mi cabello entre sus dedos.
—Hablamos de eso más tarde, ¿de acuerdo? Ahora toma la aspirina,
arréglate y nos encontramos. —Soltó mi cabello y me pasó el vaso de agua.
Nuestros dedos se rozaron y sentí aquella sensación de estremecimiento
que solo él podía transmitirme.
Nuestros ojos se encontraron. Fue increíblemente hermoso. Un hombre
que podría haber tenido a cualquier mujer.
Un hombre que una vez me eligió. Se había casado conmigo.
Y luego me había traicionado.
Me había negado durante demasiado tiempo lo mucho que lo extrañaba,
pero ahora que estaba aquí ya no podía mentir.
Nunca amaría a nadie como lo amaba a él.
Desafortunadamente, nunca podríamos volver a estar juntos.
Contuve las lágrimas. No quería que me viera llorar, ya me había
humillado la noche anterior, aunque no recordaba nada, estaba segura de
que mi estado era repugnante.
Se levantó, salió de la habitación y me dejó solo.
Me quedé mirando la puerta cerrada. Tarde o temprano se iría para
siempre. Por mi culpa. Una vez más.
Solo quedaba ver si, como entonces, también se llevaría consigo mi
corazón.
CAPÍTULO 16
Brian
Charlotte
Sabía que todo se limitaría a eso. Era consciente de que no podía darle
más que mi cuerpo, pero mi cuerpo era todo lo que tenía ahora. Por eso
trabajé duro para hacerlo perfecto. Para mantenerlo a salvo, lejos de manos
desconocidas, al menos en el último año. Desde que entendí que lo que
estaba haciendo, tan solo me lastimaba.
Pero con él, con Brian era otro asunto completamente diferente.
Sus manos no eran desconocidas.
Sus manos conocían cada centímetro de mi piel.
Sus manos podrían reparar las partes destruidas de mí.
Mientras su cuerpo se estrechaba al mío, incluso el sentimiento de muerte
que cargaba durante dos años aflojaba su tenaza ahora.
Dejé que Brian me acostara en el suelo. Que me despojara de toda la ropa.
Que me besara donde quisiera.
—He buscado tu sabor en cada mujer. Tu olor en cada compañía, pero
siempre he salido perdiendo. —Su voz grave y su jadeo irregular dieron
lugar a espasmos en la parte baja de mi abdomen donde su lengua había
comenzado a explorar mi parte más íntima.
Agarré su cabello rubio dorado mientras empujaba más profundo.
Me había faltado todo. El placer. El deseo. La pasión. Sin él, mi vida era
una serie interminable de tonalidades oscuras.
El orgasmo llegó rápidamente, explotando en mil chispas eléctricas y
otorgándole a mi cuerpo momentos infinitos de intenso placer.
Nuestros ojos velados por la pasión se encontraron. Sus pupilas azules se
habían vuelto negras como la noche. Llegó a mi boca y la cubrió con la
suya, devolviéndome mi propio sabor.
Lo quería dentro de mí. Pretendía recuperar aquel momento de plenitud
que solo había encontrado con él.
Pasé mis manos alrededor de su cuello, acaricié su espalda mientras me
retorcía debajo de él.
Siempre fuimos nosotros, Charlotte. Siempre lo seremos —murmuró
antes de alejarse de mí. La lejanía del calor, de su presencia en mí, me hizo
comprobar el frío que sentía sin él. Por un momento pensé que se había ido,
que me iba a dejar en el piso de nuestra cocina, tal como yo lo había hecho
con él, pero cuando vi que simplemente se estaba quitando la ropa, suspiré
aliviada.
—Te prometo que te llevaré a la cama más tarde, pero ahora no puedo
esperar ni un minuto más. —Su peso volvió a estar sobre mí, se acomodó
entre mis piernas y de un solo empujón, me penetró hasta llenarme por
completo.
Y en un instante, la perfección también llegó a mi alma.
Cada estocada que me imponía. Cada vez que se apoderaba de mí en lo
más profundo, sentía alivio.
Alivio por haber encontrado, aunque fuera por poco tiempo, un amor
perdido.
Un amor roto.
Roto por mí.
Sus gemidos superaron los míos. Me aferré a su espalda impregnada de
gotas de sudor.
Me acostumbré a su movimiento. Lo seguí. Seguí aquella pasión que nos
llevó al placer.
Hacia un orgasmo que solo juntos podíamos lograr.
Brian
Charlotte
—Vístete y arréglate. Date prisa, tenemos que hablar —dijo con frialdad,
entrando sin ser invitado.
Lo dejé allí y corrí a mi habitación. Me puse pantalones de chándal y una
sudadera. Até mi cabello todavía húmedo en una coleta y bajé las escaleras.
Encontré a mi hermanastro apoyado contra el mueble de la cocina, el
mismo mueble donde Brian había estado sentado unas horas antes, con una
taza de café en las manos.
Stefan y yo no podríamos haber sido más diferentes. Él con su cabello
negro y ojos oscuros heredados de su madre y yo en cambio, con ojos
verdes y cabello rubio, transmitido por nuestro padre.
—Siéntate princesita y escúchame bien. —Usó el apodo de manera
despectiva, como lo hacía cuando éramos niños.
Lo complací a pesar de que dentro de mí me moría de ganas de romperle
la cara.
—Supongo que tu esposo ya te mostró los papeles del divorcio —
comenzó a decir después de tragar la bebida caliente.
No respondí, quería seguir escuchando y entender hasta dónde llegaría y
además, no tenía ningún derecho a meter la nariz en mis asuntos de nuevo.
Ya lo había hecho suficiente.
—¡Charlotte! Me tomó toda mi vida estudiar para estar a la altura de lo
que construyó nuestro padre, para tratar de ganar la mayor cantidad de
dinero posible, hacerme más y más rico y ahora no serás tú quien lo arruine
todo. Nadie arruinará mi plan.
—No entiendo lo que quieres de mí. —No quería escucharlo, no en ese
momento, cuando mi cabeza estaba ocupada pensando en dónde había ido
mi esposo y si alguna vez lo volvería a ver.
—No quiero que firmes esos papeles.
—¿Qué? —Me puse en pie.
Stefan había controlado mi pasado. Él había destruido mi matrimonio, no
le permitiría volver a darme órdenes.
—Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para alejarnos. Viniste aquí con
esas malditas fotos para que nos separásemos. Sabías lo frágil que era en
ese momento. Lo mucho que Brian estaba cada vez más ausente con su
trabajo y lo sola que me sentía y me atacaste. Si hemos llegado a este punto,
es solo culpa tuya —grité con toda la rabia que guardaba.
—No, Charlotte, es solo culpa tuya, que hayas decidido no confiar en tu
marido. Un marido al que escondiste tu embarazo.
—Se lo habría dicho —grité con todo el dolor que llevaba en mi corazón
—. Se lo hubiera dicho si no lo hubieras... si no me hubieras acompañado...
—Basta Charlie. Eras consciente de tu decisión y no hay vuelta atrás. Si
firmas ese divorcio, las acciones que amablemente me donaste volverán a
las manos de tu esposo, así como a esta casa y todo lo que tienes. ¿Quieres
esto? ¿Crees que el modelaje te dará una casa de cuatro millones de libras?
¡Piénsalo! Te ayudaré. Dame tiempo para organizarme y extorsionaremos a
ese hijo de puta por mi negocio, tu pensión alimenticia y estos muros, pero
necesitamos tiempo. —Lo miré y lo vi: al monstruo que siempre había
intentado ocultar.
Stefan era cruel, despiadado y sediento de dinero.
—Sal de esta casa. Sal de mi vida.
—Mañana por la mañana convocaré a la Junta Directiva donde mostraré
la cesión por tu parte de las acciones y pediré a los abogados que realicen el
trámite del cambio. Ya lo habría hecho si no hubiera descubierto el vínculo
ligado a tu matrimonio, por eso quieren que tú también estés allí. Haz lo
que te digo o tu pequeño secreto estará en las páginas de todos los
periódicos sensacionalistas. —Stefan dejó lentamente la taza sobre la mesa,
se acercó a mí y me acarició la mejilla.
—Ambos tenemos algo que ganar. —Aparté su mano y le di una bofetada
en la cara.
Sus ojos se endurecieron pero en lugar de golpearme, como esperaba, me
devolvió una de esas sonrisas malvadas.
—Mañana por la mañana a las nueve.
Cuando estuve segura de que la puerta estaba se cerraba tras él, agarré la
taza donde había estado bebiendo y la arrojé contra la pared.
La porcelana se hizo añicos y cayó al suelo en pequeños pedazos.
Me vi a mí misma en esos fragmentos, en aquellas pequeñas piezas tan
difíciles de volver a unir.
La verdad me devolvería la vida aunque alejara de mí para siempre al
hombre que amaba.
Pero en el fondo, a estas alturas ya estaba acostumbrada al dolor de su
ausencia.
CAPÍTULO 20
Brian
Charlotte
Estaba claro que había atracción entre nosotros, como estaba claro que
nunca tendría más.
Yo también me vestí y cuando terminé guardé silencio. No sabía que
decir. Cómo empezar un tema que nos mataría a ambos.
Pero no tuve tiempo de buscar las palabras correctas, cuando un montón
de papeles fue arrojado a mis pies.
Una mirada a aquellas fotos fue suficiente. A ese nombre. El nombre
donde me despedí de mi bebé.
Sentí temblar la tierra bajo mis pies. El aire comenzaba a fallarme. Me
apoyé en esa misma puerta, donde poco antes había amado al hombre al que
había traicionado en el pasado. A quien había mentido.
—¡Contéstame a esta pregunta, Charlotte! ¿Mataste a mi hijo? —No
pensé que mi corazón pudiera romperse más de lo que ya estaba, pero
realmente así lo sentí, un crujido que casi me tira al suelo.
—Responde —gritó volviéndose hacia mí.
—Quería decírtelo. Hoy quería contarte todo... —Me eché a llorar y desde
ese momento se hizo más difícil encontrar las palabras, formular
pensamientos.
—¿Querías decírmelo hoy? —Joder, ¿querías decírmelo hoy? Han pasado
dos putos años. Dos años en los que nunca supe que estuviste embarazada.
Dos años tratando de averiguar por qué te fuiste. Dos años siguiendo
amándote, ignorando el hecho de que eres una mentirosa. Dos años sin
saber que te deshiciste de una parte de mí. ¿Por qué Charlotte? ¿Solo dime
por qué? —No pude mirarlo, pero sus palabras de ira se convirtieron en
dolor.
—No puedo hacerlo, Brian. Así no. No de esta manera.
—No habrá otra manera, porque a partir de ahora no querré volver a verte.
Desaparecerás de mi vida para siempre y dejaré de amarte mientras viva.
Solo quiero decirte esto, cualquiera que fuera el motivo, tenías que
decírmelo, tenía derecho a saberlo. Yo era su padre y si tú... si no lo querías,
yo me hubiese ocupado de ello. Yo me habría encargado de él. Lo habría
criado y amado. Hubiera sido un buen padre. —En ese momento lo miré,
sus ojos brillaban, su rostro era una máscara de sufrimiento.
¿Podría olvidarme de todo esto?
¿Podría perdonarme a mí misma de todo esto?
Di un paso hacia él. Quería tocarlo. Explicarme. Quería poder contarle
todo.
—No te acerques. No lo hagas, no estoy seguro de cómo podría
reaccionar —ordenó antes de darme la espalda de nuevo.
—Siento haberte mentido. No habértelo contado. No fue una elección
fácil para mí, Brian. Yo sufrí. No sabes cuánto sufrí...
—¿Tú has sufrido? No conoces el verdadero significado de esa palabra.
Vete Charlotte, ahora.
—Por favor, Brian. Por favor, escúchame… —Las lágrimas ahora
nublaban mi visión. No me había sentido tan mal desde aquel maldito día.
—Fuera de aquí, Charlotte, fuera de mi vida para siempre. —Retrocedí
unos pasos. Sabía que la revelación de esa verdad nos llevaría a una
confrontación, y si pensaba que estaba preparada, estaba equivocada.
Sin embargo, hice lo que me dijo. Corrí hacia la puerta y salí de la
habitación.
Lo dejé y esta vez no por mi voluntad.
CAPÍTULO 22
Brian
El cielo gris de Londres se reflejaba en las aguas del Támesis. Las luces
de los rascacielos londinenses aparecían difusas por la niebla que se cernía
sobre la ciudad.
Nada había cambiado desde que me fui, aunque todo en mi vida había
cambiado.
Me di cuenta de que ya no tenía familia, por elección propia o por los
hechos que habían sucedido, había estado sola en esta metrópolis, que había
sido mi hogar durante casi veinticinco años.
Seguí caminando por el río con la cabeza plagada de preguntas sin
respuesta. Preguntas de las que no quería respuesta.
Había salvado la empresa de mi padre y esto ya aliviaba mi sentimiento
de culpa, por haberla abandonado durante tanto tiempo.
Mónica había accedido a administrarla hasta que eligiéramos a un nuevo
director ejecutivo y encontráramos a alguien en quien confiar por completo.
Pero, ¿volvería a confiar en alguien?
La sorpresa que mi esposa me tenía reservada me había aniquilado, si
antes aún podía vislumbrar algo bueno en las personas, a pesar de todo,
ahora esa perspectiva se desvanecía por completo.
Me detuve a unos metros del Tower Bridge.
Por primera vez en mi vida, no sabía cómo manejar una situación.
Lo que sentía por mi esposa era demasiado fuerte para tenerlo encerrado.
Era una guerra entre las fuerzas del bien y del mal.
Cuando apareció en la oficina de mi padre quise poseerla por última vez,
sin dejarla hablar, sin dejarla respirar.
Quería saborear a la mujer que conocía desde hacía más de diez años y de
la que estaba seguro nunca cometería un acto tan mezquino.
Luego, cuando todo terminó, la realidad se mostraba frente a mí.
Realmente lo había hecho.
Había interrumpido una vida.
Joder, no podía pensar en eso.
No quería creerlo.
Quería destruirla por cualquier medio que tuviera a mi disposición, pero la
había dejado ir, esperaba que fuera el tiempo en darle lo que se merecía.
Saqué de mi bolsillo la pequeña alianza que habíamos intercambiado la
tarde que estuvimos en el registro civil validando nuestra boda en Las
Vegas y la arrojé al río. La corriente se la llevó, muy lejos. Era una parte de
la vida que se iba. Un pedazo de mí que estaba perdiendo para siempre.
Ahora toda mi vida estaba en el fondo del Támesis.
Estaba caminando de regreso cuando escuché sonar el teléfono. Lo tomé y
leí el nombre de Alex.
—Diga.
—He conseguido dos asientos en primera clase para mañana. ¿Estás
seguro de que quieres salir tan temprano?
—Ya tomé mi decisión, Alex. Adelante.
—Brian, ¿estás bien?
¡No! No estoy bien. Pero no puedo cambiar una situación que no puede
cambiarse. No puedo hacer un carajo para estar bien, sino ir hacia
adelante y esta vez, olvidar de verdad.
—Estoy bien, nos vemos en el hotel.
Regresaría a Londres con bastante frecuencia como para odiar esta ciudad
más de lo que ya la odiaba. Pero había prometido ocuparme de la empresa
de mi padre y cumpliría mi palabra.
Me dirigí a la calle que me llevaba de regreso al hotel.
Mañana aterrizaría en casa.
O a la que se convertiría en mi único hogar.
CAPÍTULO 23
Charlotte
Brian
Un mes después
Charlotte
Brian