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Aún

me
Perteneces

Lia Carnevale
Primera edición: marzo de 2021
Copyright © 2021 Lia Carnevale
traducción por: ElleBi translations
Gráficos de

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y eventos son fruto de la
imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas, empresas,
hechos o ubicaciones reales o pasadas es mera coincidencia.
Reservados todos los derechos. Ningún fragmento de este volumen puede ser reproducido,
almacenado o transmitido de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico,
fotocopia, disco o de otro modo sin la autorización del autor.
PRÓLOGO

Londres 2019

—¿Está usted segura de esta decisión? —Miré a la mujer con bata blanca
a los pies de mi cama. Tenía una mirada triste y compasiva.
¿Cuántas chicas en mi estado veía por día?
¿No se había acostumbrado aún a esa triste realidad?
—Estoy segura. —La vi tomar una respiración profunda, probablemente
reteniéndola con la esperanza de que cambiara de opinión.
No podía.
Ella, como cualquier otra persona, quizás me juzgaría mal. Me
considerarían cobarde. Una mujer sin corazón.
Tenían razón.
Tenían razón en todo.
Tenía miedo. Pero sobre todo, tenían razón en una cosa fundamental, mi
corazón estaba roto y en cuanto terminara, lo habría perdido para siempre.
No volvería a sentir nada.
Hubiera sido más fácil seguir adelante.
CAPÍTULO 1

Charlotte

Hoy día

—¡Vamos Charlotte, puedes hacerlo! —El sudor goteaba por mi frente, mi


cabello, recogido en una cola estaba empapado, la blusa y los pantalones
cortos se podían escurrir.
Empecé a contar la serie que me faltaba para terminar la sesión de
abdominales y cuando llegué a los treinta me estiré exhausta en el suelo
laminado del gimnasio.
—Oh, Dios mío, mis abdominales arden —dije colocando mi mano sobre
mi vientre plano y esculpido.
—Para ser bella hay que sufrir, ese es nuestro lema, ¿no? —Abigail me
tiró la toalla que se estrelló directamente contra mi cara.
Me eché a reír y comencé a secarme la cara y el cuello.
—Bueno, todavía no hemos terminado, así que apurémonos. —Me puse
de pie y me uní a mi mejor amiga en la máquina caminadora junto a la suya.
—El desfile de los Angels en Nueva York es en menos de un mes —dijo
acelerando la velocidad. La observé, era la más hermosa de todas, los
rasgos orientales heredados de su madre y los ojos azules de su padre
americano la hacían irresistible y de un exótico encanto.
—Lo sé, no duermo la noche —respondí aumentando también el ritmo.
El insomnio había vuelto a hacerme compañía, lo que me preocupaba
mucho. Tenía que dormir al menos nueve horas seguidas para aparecer
como el entrenador me quería, pero en los últimos meses lograba dormir a
veces durante sólo cuatro horas.
—¿Qué te preocupa, baby? Ahora somos Ángels, lo logramos y somos
modelos súper bien pagadas, así que lo peor ya pasó. —Abigail me guiñó
un ojo.
Era así, habíamos luchado contra las dietas y el duro entrenamiento para
llegar a tener las medidas perfectas, la forma perfecta y el carisma adecuado
para ser un Ángel, o mejor dicho las únicas modelos que tenían la
oportunidad de participar en el “Fashion Show”, el evento anual de la casa
de lencería más grande del mundo. Nuestro sueño se había hecho realidad,
habíamos llegado a la cima de la cúspide, pero yo no disfrutaba de las
vistas.
El hecho es que no me sentía completamente satisfecha, había algo que no
me hacía sentir bien. Algo que estaba escondido en un rincón remoto de mi
mente, que no me permitía tener sueños apacibles.
—Bueno, he terminado. Nos vemos en mi habitación, me voy a dar una
ducha —advirtió Abigail.
Había conocido a Abigail durante una sesión de fotos en Roma hacía un
año; ya desde las primeras palabras que intercambiamos entendí que no era
una chica que intentaba ponerte los pies en la cabeza para lograr el éxito,
sino que brillaba con luz propia y me fascinaba.
Me intrigaban sus ojos almendrados de color tan claro, donde era fácil
perderse y que no reflejaban en absoluto el barrio de Brooklyn de donde
decía provenir. Afortunadamente, el rodaje duró más de uno día y tuvimos
la suerte de encontrarnos en el mismo hotel.
La primera noche que cenamos juntas, descubrimos que teníamos los
mismos objetivos, un camino común a seguir, por lo que no tardó en
concertar una cita con su agente y llevarme a su propio barco.
Estábamos decididas a alcanzar la cima de la carrera de top model.
Estábamos decididas a echar alas y emprender el vuelo y después de
muchos sacrificios, lo habíamos logrado.
Me quedé sola en el imponente gimnasio del hotel Hilton en París, donde
nos alojábamos.
Seguí entrenando, deteniéndome para recuperar el aliento solo un par de
veces y tras estirarme, fui hacia la suite para ducharme y comer algo.
El chorro de agua relajó mis músculos tensos y cansados. Permanecí
mojándome durante unos largos diez minutos antes de aplicar
acondicionador en mi cabello y enjabonar mi cuerpo. La cabina estaba
envuelta en el vapor creado por el calor, pasé una mano por el espejo
empañado, incrustado en los azulejos y me miré durante unos segundos.
Los mechones caían casi tocando mi cintura, eran rubios y aún más
brillantes por la decoloración, la piel estaba roja y caliente, mis pechos
henchidos en perfecta armonía con los sesenta centímetros de mi cintura.
Aparentemente era perfecta y aunque pasaba mis días bastante feliz, me
faltaba ese impulso para depositar mi total confianza en el destino.
Dejé ese pensamiento a un lado, enojada conmigo misma por no estar
agradecida por la oportunidad que la vida me había ofrecido.
Hay cosas peores, Charlie.
Ahora era un Ángel, envidiada por muchos y deseada por todos y tenía
que estar orgullosa de haber logrado mi objetivo sólo por mí misma.
Sin degradarme ni venderme acostándome con alguien para subir más
alto.
Me enjuagué, cerré el grifo y salí de la ducha.
Diez minutos después me reuní con Abigail en el lujoso salón.
—¿Una zanahoria? —preguntó con ironía mientras cortaba un par de ellas
para acompañar los huevos.
—No, paso, gracias. —Sonreí mientras tomaba una bebida dietética del
refrigerador.
—¿Qué es esto? —pregunté notando un sobre plateado que contenía un
billete dentro.
—La agencia lo envió, es la invitación a la fiesta de Ryan J. de mañana
por la noche —explicó Abigail.
Me apoyé en la isla donde estaba preparando la cena y tomé un sorbo de
la botella.
—Vaya, el jugador del Paris Saint Germain. ¿Tienen que exhibirnos como
trofeo? —pregunté con una mueca de desaprobación.
—¿No es eso lo que somos?¿Trofeos? —replicó ella.
Abigail era una chica inteligente, se graduó de la universidad con
matrícula y aunque nuestra profesión podría hacernos pasar por chicas
superficiales, que habían ganado dinero con sus cuerpos y su belleza, todas
éramos más que eso.
—Ganar dos campeonatos nacionales no es suficiente para tenernos —
dije con firmeza.
En realidad, nadie podría tenernos. Cada una de nosotras había sacrificado
el amor por su carrera.
—Exactamente, cariño, pero debemos hacerles creer que es parte del
juego, son chismes y es la tapadera, así que vallamos a esa fiesta —declaró
con firmeza.
—Está bien, jefa. Invitación aceptada. —Abigail se rio y me tiró un trozo
de zanahoria.
—Los huevos están casi listos, prepara la mesa —ordenó señalando la
zona frente a la ventana, con vista a la Torre Eiffel iluminada.
—Menos mal, me muero de hambre. —El estómago retumbó por enésima
vez. Aunque éramos huéspedes de uno de los hoteles más prestigiosos de la
ciudad de los enamorados, no se nos permitía el servicio de habitaciones,
según órdenes del entrenador.
Armé como me dijo y cuando puse el último cubierto sobre la servilleta,
me volví hacia las luces que iluminaban la ciudad.
Ya había estado aquí cientos de veces, pero como en cualquier parte del
mundo, nunca se me permitió disfrutar realmente del ambiente parisino.
Nunca había tenido tiempo de caminar por las orillas del Sena, comer una
baguette o visitar el Louvre debido a los compromisos laborales.
Mi vida se había convertido en un patrón mecánico de desfiles de moda,
sesiones de fotos y fiestas, aunque básicamente eso era lo que buscaba.
Eso era lo que me esperaba cuando decidí arruinar mi vida privada.
CAPÍTULO 2

Brian

Más de un millón y medio de personas vivían o eligieron vivir en


Manhattan. Sin embargo, pocos habían logrado el éxito y en poco tiempo,
permitirse un lujoso apartamento en el Upper East Side como el mío.
Salí a la terraza del ático que había comprado un mes antes. Manhattan
estaba a mis pies, literalmente, y ad litteram, estaban a mis pies la mayoría
de los que tenían el poder.
La ira, el resentimiento, el deseo de redención, de fama y de estrellato me
habían ayudado a poner de rodillas a cualquiera que se enfrentara a mí en
un tribunal.
Me había convertido en uno de los abogados más buscados por managers,
grandes empresarios, políticos y líos hombres que habían cometido los
crímenes más atroces.
Sin embargo, con el tiempo, aprendí a seleccionar a mi clientela,
priorizando sólo a aquellos con billeteras rebosantes y rechazando a
asesinos y violadores.
Por eso mi tarifa era de mil dólares la hora.
Era despiadado.
Malo.
Sin una pizca de sentimiento.
Mi objetivo era ganar.
Siempre.
A cualquier costo.
Y carajo, si no lo lograba.
Mi familia materna ejercía esta profesión desde mi tatarabuelo, la
jurisprudencia estaba mezclada en nuestro ADN, así como la dialéctica y la
inteligencia.
Respiré el aire primaveral que se cernía sobre la ruidosa ciudad. Amaba
también esto de Nueva York, nunca descansaba, ambos estábamos
desvelados, pero nunca apagados.
Saqué un paquete de cigarrillos del bolsillo de mi pantalón de chándal, me
senté en el banco de madera que bordeaba la pared de la galería y encendí
uno.
Había llegado aquí dos años antes para encontrarme con mi primo Alex;
había dejado atrás un período difícil y doloroso tratando de alguna manera
de reconstruir mi futuro.
Parecía que lo había logrado. Parecía que el tiempo me había ayudado a
eliminar el pasado y junto a él, los sentimientos que me habían destruido.
Sentimientos que nunca volvería a experimentar.
Ahora era un hombre satisfecho que vivía su vida sin límites, que no
dependía de ninguna mujer y follaba cómo y dónde quería.
Mi vida era perfecta, como todo lo que había decidido rodearme.
Aspiré el cigarrillo y cerré los ojos. Los sábados por la mañana me
gustaba tomarme un poco de tiempo libre, entregarme a los vicios y sin
pensar en la cantidad de trabajo que me esperaba desde la madrugada del
lunes.
—Buenos días, Brian. —Me volví hacia la dirección desde donde venía la
voz. Shein estaba apoyada contra el marco de la puerta con mi camisa
blanca de Armani, los brazos cruzados, su espeso cabello rojo ardiente que
caía sobre sus hombros y las piernas largas y bronceadas de algún solárium
aludían recuerdos de la noche anterior, cuando estaban envueltas alrededor
de mi cintura.
—¿Preparo el café? —Señaló el interior del apartamento con el dedo.
Afirmé con la cabeza y me volví hacia los altos rascacielos que bordeaban
la calle ochenta. No estaba acostumbrado a que las mujeres que me follaba
se quedaran a dormir en mi cama. Normalmente, una vez ambos
satisfechos, las invitaba a que se fueran, haciendo esto, no es que no las
respetara, al contrario, lo dejaba claro desde el principio.
La regla era solo una: sin ninguna expectativa.
No tenía nada que ofrecer excepto placer mutuo.
Shein era diferente sin embargo, de alguna manera se las había arreglado
para ser querida como una amiga, como un amante que cuando era el
momento nunca se negaba.
Había venido a Nueva York buscando el éxito en el mundo de la moda,
había sido mi vecina durante casi dos años, muchas veces nos
encontrábamos en la azotea del antiguo edificio donde vivía para beber y
fumar.
Ella conocía mi historia, tal vez porque su profesión era la misma que la
de mi ex, por lo que fue fácil contarle lo que había pasado.
Finalmente llegué a la conclusión de que ella me había dejado para
alcanzar su sueño. Sus objetivos eran más importantes que lo nuestro.
Que yo.
No la había buscado.
Nunca.
No había nada más que hablar entre nosotros desde hacía demasiado
tiempo.
Ella no quería verme y sólo podía aceptar su decisión.
Shein, había aceptado ser parte de mi vida sin invadir la privacidad que
me había propuesto preservar cuidadosamente.
Me acompañaba a recepciones, eventos, fiestas y muchas veces
terminamos desnudos en el dormitorio. La idea de poder amarla nunca se
me había pasado y ella lo aceptó sin hacer preguntas.
—¿Compromisos para hoy? —Regresó con una taza de café humeante y
se sentó a mi lado. Sus ojos verdes eran un mar que había aprendido a
explorar en poco tiempo, al igual que yo, tenía mucho que contar, pero
pocas ganas de hacerlo.
—Voy a holgazanear en el sofá todo el día. ¿Tú? —Apagué mi cigarrillo y
tomé un sorbo de la bebida que sostenía en mis manos:
—Tengo un rodaje a las tres en punto, así que será mejor que me mueva.
—Después de tocar mis labios con los suyos, se levantó y caminó hacia la
ventana francesa.
—Siempre es un placer pasar la noche contigo, Brian. —Me guiñó un ojo
y desapareció de mi vista.
Volví a mirar el panorama de la ciudad.
¡Ya! Era un buen partido, una gran compañía, un buen amante, y una pena
que no me importara un carajo serlo.

La alarma del lunes por la mañana sonó a las cinco en punto. Me levanté
de la cama y me dirigí a la cocina a hacer café.
Diez minutos y estaba en la sala en la que solía entrenar. Había equipado
un gimnasio con una máquina de remo, un banco y una cinta de correr.
Caminé hacia las pesas y cargué la barra. El sol estaba saliendo y los
rayos se filtraban a través de las altas ventanas de vidrio.
Amaba mi vida diaria, pero de cinco a siete era mi hora favorita del día.
Era cuando la mayoría de la gente aún dormía, cuando mi mente estaban lo
suficientemente clara como para planificar las estrategias que
implementaría en la corte.
Había aprendido a planificarlo todo.
Ya no quería que nada me tomara por sorpresa.
Agobiado por los acontecimientos.
Antes de sentarme en el banco, encendí el estéreo con el mando a
distancia y las notas de Bad Liar de Imagine Dragons me ayudaron a poner
la carga adecuada y comenzar los ejercicios.
Con cada levantamiento de la barra podía sentir los músculos de mis
brazos y el pecho tirando. Medía un metro noventa y noventa kilos de peso.
Mi cuerpo se había convertido en motivo de miradas por parte de las
mujeres y envidia por parte de los hombres. Entrenaba especialmente para
mí, para desahogarme, para sentirme bien, para liberarme de toda la presión
que sentía en el pecho.
Una vez terminé, salí de la habitación y me encaminé para darme una
ducha. El chorro de la bomba de hidromasaje fue la guinda del pastel.
Estaba preparado, lleno de energía y relajado.
Cerré el grifo y me pasé una toalla por la cintura, me acerqué al espejo,
miré la barba de dos días y sonreí. Había decidido no afeitarla, al menos por
el momento, me gustaba tener un aspecto casi trasnochado cuando tenía un
caso importante que enfrentar en el tribunal. Noqueaba a mis oponentes.
Los desencajaba.
La mayoría de los abogados de esta ciudad vivían de las apariencias,
cuanto más perfecto parecías, mayor era la sugestión que podías transmitir.
Para mí importaba la regla inversa: cuanto menor era la expectativa,
mayores eran las posibilidades de ganar.
Me encontré con mis ojos azules en el reflejo. Ojos que odiaba desde la
adolescencia porque eran los mismos que los de mi madre. La mujer que
me abandonó cuando tenía solo siete años para mudarse a los Emiratos con
su amante.
Seguía llamándome por Navidad, por mi cumpleaños, hasta se le ocurrió
la idea de llevarme a vivir con ella. Solicitud en vano y nunca cumplida.
Mi padre, en cambio, me había criado con todo el amor que un hombre
desilusionado y abandonado podía ofrecer a su único hijo. Lo respetaba por
todo lo que había creado con arduo trabajo, por darme la oportunidad de
vivir mi vida como creía, por dejarme libre para cometer errores, para
crecer.
El hecho de que mi madre se hubiera ido debió ser como una llamada de
atención. La primera advertencia de que no debería confiar en las mujeres.
De ninguna de ellas.
Me moví rápidamente hacia el dormitorio, agarré el traje azul Armani
recién planchado, la camisa blanca que Marie, la empleada, me había
dejado la noche anterior y me vestí.
A las ocho estaba sentado en mi Lamborghini Murciélago Roadster
plateado. El motor rugió en el garaje tan pronto como lo encendí y la
emoción de la invencibilidad hirvió en mi sangre.
Había tenido la oportunidad de probar mi última compra en una recta
hacia las afueras de Nueva York, la llevé a doscientos veinte por hora, fue
en ese momento que tuve un atisbo de recuerdo de cómo se sentía uno
cuando el corazón latía en el pecho.
Me metí en el tráfico de Nueva York y cuarenta minutos después, estaba
frente al edificio que albergaba el bufete de abogados Spencer and SB del
que era socio.
Cuando llegué a mi oficina, en el piso cuarenta y tres, mi asistente me dijo
que Alex ya estaba esperándome.
—¡Buenos días! ¿Por qué mi asistente te sigue dejando entrar sin mi
permiso? —pregunté acercándome al escritorio.
—Buenos días también. Porque es una emergencia. Tenemos que hablar.
—Me volví hacia mi primo. Sólo una vez había visto aquella expresión
seria y realmente preocupada en su rostro, cuando había descubierto que
tenía una hija.
—¿Qué carajo pasó esta vez?
CAPÍTULO 3

Charlotte

—Charlotte mira a la cámara. —Giré mi rostro hacia la voz del fotógrafo


lo suficiente para que la cámara capturara mi mejor perfil. No era el único
que pronunciaba mi nombre en la alfombra que nos conducía al interior de
uno de los clubes más prestigiosos de París, donde se llevaba a cabo la
polémica fiesta de cumpleaños del futbolista más importante del momento.
El vestido cubierto con flecos de Dior apenas podía cubrirme el trasero,
mientras que las sandalias altas de pedrería con los cordones atados al
tobillo me regalaban otros generosos diez centímetros para agregar a mi
metro setenta y ocho.
El cabello estaba suelto y suave mientras que el maquillaje más sensual se
exponía en mi rostro.
Con cada paso que daba, perdía la cuenta de los cumplidos que me
gritaban desde atrás de las barreras que separaban a los mortales ordinarios
de nosotros.
Con cada paso que daba, trataba de sonreír ante aquellos cumplidos,
aunque siempre, con cada paso que daba me recordaba a mí misma que
aquello era tan solo un papel, una forma de hacer que la gente me apreciara,
de volverme aún más popular, pero que en realidad lo que más odiaba eran
los cumplidos de ese tipo.
Sonríe Charlie, puedes eclipsar el sol con tu ser. Eran palabras de mi
abuela. La única mujer del mundo que me ha mostrado un mínimo de amor
maternal.
Yo era una mujer hermosa, había elegido una profesión que sin duda
ponía mi cuerpo en exhibición, aunque chocaba con mi carácter antipático,
por fuera parecía impecable, pero por dentro estallaba.
Y sin embargo, tenía aquel mundo en mi manos.
Todos querían mi cuerpo, pero pocos realmente me querían a mí.
Odiaba a quienes, para llevarte a la cama, largaban una innumerable serie
de cumplidos.
Prefería al hombre directo. El hombre que iba al grano, que no fuera tan
bueno con las palabras, sino con los hechos.
El hombre que si quería llevarte al dormitorio, te mostraría las llaves
directamente.
No es que hubiera terminado en las portadas de los periódicos varias
veces por mis noches exuberantes, durante un tiempo había sido la cara de
las noches más locas. El sexo y el alcohol se habían convertido en mi
mundo. Hasta que pedí ayuda. Cuando me di cuenta de que buscaba algo en
la misma perdición. Algo que nunca hubiera encontrado así. Por este
motivo, junto con mi agencia, decidimos que era hora de buscar ayuda de
un profesional.
Nada de sexo y nada de alcohol.
Afortunadamente, nunca había tenido buena relación con las drogas, así
que me ahorré ese hábito. Ni siquiera era alcohólica, al menos no aún. No
sentía necesidad de beber, yo quería beber.
Sin embargo, fue entonces tras un largo viaje que desafió seriamente mi
estabilidad mental, cuando entendí de que el pasado no era solo mi pasado,
seguía siendo mi presente y estaba socavando mi futuro.
Durante aquel viaje caí en la cuenta de que tenía que dejar atrás toda la
mierda que llevaba y empezar de nuevo. Reinventándome para poder volver
a vivir, a sonreír, a disfrutar lo que tenía.
Fue en ese momento que me di cuenta de que él no podía, y ya no sería
parte de mi vida.
Nunca más.
Tenía que olvidar sus caricias, sus besos, sus manos, sus palabras y el
dolor que me habían traído. Especialmente el dolor.
Afortunadamente, todo lo que había experimentado antes de convertirme
en un personaje conocido había sido enterrado por mis abogados y por la
agencia. Los periodistas y los espectadores nunca podrían llegar hasta ahí.
Al menos eso esperaba.
Aunque mi historia no había sido escrita en las páginas de revistas de todo
el mundo, la había vivido en mi piel y no podía fingir que no pasaba nada,
pues me había cambiado, me había marcado, me había vuelto frágil.
—Bienvenidas chicas, estáis deslumbrantes. —Jason, que obviamente
había decidido asistir a la noche simplemente para ver cómo estábamos, nos
estaba esperando en la entrada.
—Charlotte, hay un mar de testosterona en esa sala, así que sé buena, ¿de
acuerdo? —Me susurró al oído.
—No soy una ninfómana, Jason —respondí irritada a mi agente.
—Lo sé cariño, pero eres increíblemente hermosa, incluso a un gay como
yo le gustaría llevarte a la cama, así que sigue mi consejo. Si yo pudiera, me
follaría a todos esos hombres de ahí dentro. —Me eché a reír ante esa
declaración.
—¿Quieres acostarte conmigo, Jason? Tranquilo, apenas recuerdo cómo
es el sexo. —Jason sonrió y me dio unas palmaditas en el trasero, luego se
alejó para saludar a otras chicas de nuestro equipo.
Entramos en la sala de recepción. Después de saludar al cumpleañero e
intercambiar unas palabras con conocidos del mundo del deporte y el
entretenimiento, nos dirigimos al mostrador donde se servían las bebidas.
Pedí un refresco de frutas, tenía un desfile importante. La primera de una
larga serie esperaba.
—¡Guau! No han escatimado en gastos en este lugar —me susurró Ab en
voz baja para evitar que alguien cerca de nosotras lo oyera.
Miré a mi alrededor, el gran salón de baile estaba lleno de mesas para seis
personas, sobre cada una había una canasta con una botella de champán
dentro. Las luces que iluminaban la sala eran una mezcla de azul y rojo, los
mismos colores que el equipo de fútbol, así como los tonos que usaba el
personal de servicio.
Los guardaespaldas estaban apostados frente a cada salida de emergencia
y todos los invitados estaban vestidos con ropa de diseño y accesorios muy
caros.
—Si pienso que hay niños muriendo de hambre en mi barrio, me dan
ganas de vomitar ante todo esto. —Ab suspiró tras decir esas palabras y
continuó bebiendo el vaso de vino blanco que sostenía.
Levanté una ceja y me volví para mirarla.
—Tú también vives en medio de este lujo —dije arrepintiéndome de
inmediato. Abigail enviaba más de la mitad de sus ingresos a Brooklyn para
ayudar a su madre y sus cuatro hermanos menores de edad.
Su padre la había abandonado y la obligada a crecer demasiado rápido.
Por eso nunca se ataba, dejó de creer en el amor cuando por culpa de un
hombre, su familia se vio obligada a recurrir a organizaciones benéficas.
Recibiendo una sonrisa de circunstancias de ella me muerdo el labio.
A veces soy una gilipollas.
Nunca me había faltado el dinero, me consideraban la princesa de la casa,
desde pequeña había estado rodeada de muñecos y unicornios y cuando
crecí no me faltaron las joyas y tarjetas de crédito. Pero me sentía más
pobre que Abigail.
El dinero no compraba el cariño que necesitaba, no me brindaba la
protección y el calor de una familia. La veía cuando llamaba a su madre,
cómo se le iluminaban los ojos. Mi teléfono, por otro lado, nunca sonaba
excepto por el trabajo.
La velada transcurrió según lo previsto en toda fiesta que importaba, una
cena cinco estrellas, un DJ famoso y unos fotógrafos privilegiados que
habían recibido la invitación para capturar los momentos más destacados de
la velada y luego vender a los mejores periódicos.
—El pastel finalmente ha llegado. Vamos Charlotte, tenemos que
hacernos fotografiar junto al cumpleañero y luego al fin podremos ir a
dormir.
Me levanté del sofá de dos plazas donde había pasado la mayor parte del
tiempo y seguí a Abigail.
Estábamos en sintonía en todo, incluso en términos de hombres.
Ella creía que eran la causa de sus dolores.
Y yo había dejado de mirarlos.
CAPÍTULO 4

Brian

—Disculpa, pero cuando vi la procedencia no pude evitar abrirlo. Tuviste


que arreglar esto hace años, Brian —regañó Alexander mientras se sentaba
en la silla de cuero negro, frente a mi escritorio.
Pasé la mano por mi cabello.
¡Coño!
—¿Me estás escuchando? —reanudó. No, había dejado de escucharlo
desde hacía un rato. Desde que había tomado aquella maldita hoja de papel
y leí su contenido.
¡Estábamos en 2021! Un puto correo electrónico, en lugar de una carta
estúpida, me habría dado más tiempo.
—Tenias. Que. Cerrar. Esa. Historia. ¡Hace Años! Te lo advertí —rugió,
poniéndose de pie.
Necesito algo fuerte. Ahora.
—Ahora dime, genio, ¿qué vas a hacer? —Alexander comenzó a caminar
de un lado a otro del despacho.
Parecía al borde de un ataque de nervios.
—Si vas a ponerte histérico, será mejor que te vayas. ¡Tú eres quien tiene
que tranquilizarme, maldita sea!
Yo soy el que está en la mierda. ¿Dónde puse la botella de whisky de
doscientos cincuenta dólares? Carajo.
Yo también me levanté, mientras me dirigía al armario de licores me
aflojé la corbata. Hacía demasiado calor, tenía que encender el aire
acondicionado, sino llegaría al tribunal en un mar de sudor.
—Tienes razón. Tú eres el que está en la mierda, no yo. —Le devolví una
mirada de reojo mientras quitaba la tapa y bebía directamente de la botella.
Alexander me miró como si me saliera una segunda cabeza.
—¿Qué pasa? Necesito aclararme la cabeza —balbuceé emitiendo una
pequeña tos por la gran cantidad de alcohol ingerido, a las nueve de la
mañana.
—Beber no te ayudará a encontrar una solución. Necesitamos una, Brian,
sino, estás jodido.
Alex tenía razón.
Necesitaba un plan.
Un proyecto que me ayudara a recuperar lo que me pertenecía. Lo que aún
era mío. La última pieza que me unía a mi pasado. Tenía que hacerlo
rápido. Inmediatamente. Sin dudarlo. Sin perder ni un minuto más. Sin
dejarme de nuevo el corazón.
—Necesitamos una solución —repetí sus palabras.
—Vamos a sentarnos y encontrarla, sin entrar en pánico.
Yo conseguiría hacerlo.
Era abogado, totalmente no afectivo, una mezcla perfecta para no juntar
sentimientos y trabajo.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por alguien que llamó a la puerta.
Simon hizo su entrada.
—Oh, gracias a Dios, ven y siéntate. También necesito tu ayuda, pero
primero debes saber todo desde el principio.

Las Vegas, cuatro años antes

A Little Wedding Chapel.


Leí aquel letrero por segunda vez mientras estrechaba la mano de la
mujer con la que estaba a punto de casarme.
El viaje hacia Contea Clark County había sido una sorpresa al celebrar
el vigesimoprimer cumpleaños de Charlotte.
Ella y yo.
Despreocupados.
Libres.
Felices.
Habíamos estado buscándolo y ahora estábamos a punto de...
—Nos vamos a casar, Brian —dijo Charlie emocionada debido al exceso
de champán que bebimos unos minutos antes.
Me volví hacia ella, la noche estrellada y las luces centelleantes de la
ciudad de la perdición, iluminaban su mirada radiante.
Ella lo quería, podía verlo en sus ojos.
¿Yo? Joder, si lo quería.
Sabía que sería mía a los diecisiete años, cuando ella sólo tenía trece.
Cuando la vi por primera vez.
Rápidamente se había convertido en mi obsesión.
Mi enferma fantasía.
Mi constante, único, deseo.
La conocí en una cena que había organizado mi padre. Era una noche de
agosto. Londres estaba extrañamente envuelto en un calor sofocante.
Caminaba, aislado en el gran jardín que bordeaba nuestra finca en
Wimbledon, manoseaba mi teléfono celular. Le escribía a amigos, o a
alguna chica con la que de vez en cuando, me acostaba.
No recordaba exactamente el momento en que el teléfono se me resbaló
de las manos y me encontré con una cabecita rubia con grandes ojos
verdes, mojados por las lágrimas.
—Estoy perdida. Quería seguir a esa ardilla, pero ahora no puedo volver.
Era fácil perderse entre un árbol y otro, entre un arbusto y una columna
cubierta de hiedra trepadora.
Me quedé en silencio por un momento.
Mi corazón latía demasiado rápido para considerarlo normal.
¿Qué me estaba pasando?
¿Qué era esa repentina aceleración de la emoción?
—¿Me puedes ayudar? —Estaba llorando y sentí la necesidad de que
parara.
¿Con un beso, quizás?
Era pequeña.
Quizás la habría asustado aún más.
—Por aquí. —Me limité a decir.
La seguí y con cada paso que daba, quería preguntarle su nombre.
Quería saber si regresaría a mi casa de nuevo, tal vez para darse un
chapuzón en la piscina.
Era una tontería, probablemente todavía jugaba con muñecas.
Cuando volvimos a cenar, la vi correr entre los invitados y arrojarse a los
brazos de su padre.
A partir de ese día nos encontramos cada vez más a menudo.
La fusión del nuestro negocio familiar con el suyo nos llevó a pasar
mucho tiempo juntos. Entre viajes, fiestas, veladas de diversión
desenfrenada, pasaron los años y nos enamoramos.
—Realmente lo estamos haciendo. —Envolví mi mano alrededor de su
cuello y la besé.
—No tenemos testigos. —Se detuvo unos metros antes de la entrada.
—Estoy seguro de que encontraremos alguno—.
Le preguntamos a dos desconocidos, borrachos perdidos, si podían
testificar nuestra boda.
La ceremonia duró unos minutos y después de pagar ciento cincuenta
dólares, salimos de aquella pequeña instalación como marido y mujer.
Tomé a mi esposa en mis brazos, subimos al primer taxi libre y nos
dirigimos al hotel, con vista a la Torre Eiffel.
—Fue en París donde me pediste que me casara contigo. —Me recordó
Charlie cuando con un rápido gesto se quitó el vestido rosa pálido de su
cuerpo.
—Solo pasó hace dos meses. No hemos esperado mucho. —Me acomodé
en el sillón de terciopelo rojo y la vi dar unos pasos hacia mí.
El cuerpo de mi esposa estaba cubierto solo con un sostén de encaje
negro a juego con las bragas. Los pechos henchidos apenas se contenían en
las copas, mientras que el estómago plano y entrenado, allanaba el camino
a mis fantasías más perversas.
Se sentó a horcajadas sobre mis piernas y me besó.
—Tengo algo para ti —dije alejándome antes de perder completamente el
control.
—¿Un regalo de bodas?
—Era para tu cumpleaños, pero viendo cómo iban las cosas... —Le ofrecí
una sonrisa y la levanté suavemente.
Saqué una hoja de papel de mi bolso y se la entregué.
—Esto no es una broma, ¿verdad? —Su mirada se dirigió a mí cuando se
dio cuenta de lo que era.
—Ahí está mi firma, sólo falta la tuya. —Me acerqué y la abracé por
detrás.
—Era la empresa de mi padre. Yo. No sé si puedo aceptar. Él no quería…
—Puse mi mano sobre su boca para silenciarla y besé su cuello.
Charlie echó la cabeza hacia atrás y mordí su delicada piel.
—Ahora soy dueño de la mayoría de las acciones y quiero compartirlas
contigo. Con mi esposa —susurré en su oído.
—Me echó de casa, Brian, dejó que mi hermano y tu padre se encargaran
de ello. Me excluyó del testamento. Y cuando murió yo no estaba.
Cuando el padre de Charlie descubrió las fotos de su hija semidesnuda en
una revista y le pidió una explicación, no aceptó ni la respuesta ni su
decisión de ser modelo y la echó de casa.
Era un hombre criado en una familia católica, donde preservar la
dignidad y seguir un camino libre de pecado era su mantra.
El mayor pecado, sin embargo, lo había cometido él, poniendo a su hija
en la calle.
—Estos también te pertenecen. —Charlie se volvió. Ojos llenos de
lágrimas. Su rostro se llenó de gratitud.
—Te amo, Brian. No sé qué hice para merecerte.
Era yo quien no entendía que había hecho para tenerla a mi lado.

—¿Estás casado?
¡Sí! La había cagado enamorándome, pero ese no era el problema.
—¡Es lo que acabo de decir! —respondí ignorando su mirada divertida.
—Mala historia los matrimonios. —Él lo sabía bien, su ex esposa no solo
lo chantajeó, sino que usó a su hijo de tres años para hacerlo.
—Era una parte de mi vida que había olvidado, pero el destino, cabrón,
quería que lo recordara, que me arrepintiera amargamente por no pedir el
divorcio a su debido tiempo. —Nunca había pensado en esta opción.
Simplemente me había ido.
—La pregunta es obvia; ¿por qué no lo hiciste? —preguntó Simon.
Miré a Alexander, que permanecía de pie en un pensativo silencio.
Amigo, no eres tú quien lo va a perder todo. O casi.
—Esto no es relevante para propósitos de resolución. —Me remangué la
camisa y cogí la carta de nuevo, buscando una singularidad a la que
afirmarme.
—¡Si tú lo dices! Pero por la expresión que tienes, no creo que esta mujer,
tu esposa, te sea completamente indiferente incluso hoy. Y bien, ¿la has
olvidado? —Apreté los puños y lo miré con expresión sombría.
Simon no entendió un carajo. Ella estaba muerta para mí.
—No la he visto ni tenido noticias de ella desde hace dos años, así que
quiero continuar durante los próximos setenta al menos, pero tengo que
recuperar las acciones, de lo contrario, el arduo trabajo de mi padre se ira a
hacer puñetas. —Le entregué la carta y Simon comenzó a leerla.
Cuando terminó, parecía más confundido que antes.
Solté un bufido y me acomodé mejor en la silla tras del escritorio.
—Mi padre y el padre de Charlotte eran socios. Pero mi familia poseía el
sesenta por ciento de las acciones, así que cuando mi padre murió unos años
después del suyo, yo me convertí en el accionista mayoritario. Sin embargo,
dejé la gestión al hermano de mi esposa, que poseía el cuarenta por ciento.
Soy abogado y aunque mi padre era el único de la familia Davies que se
ocupaba de las relaciones públicas, decidió que, como hijo único, aún
tendría que heredar lo que era suyo.
Me sentía terriblemente culpable por haber abandonado el negocio,
imagino si peor aun si la hubiera perdido.
—Ahora está claro para mí. Los dos hermanos están compaginando sus
acciones para estar en mayoría y darte el portazo. —Asentí con la cabeza
mientras notaba la ira hervir en mi sangre. Nunca pensé que me afectaría
así.
—Y la responsabilidad es en parte tuya, porque confiaste en ella.
—Exactamente. —Apreté los dientes recordando cuando el amor me
había vuelto ingenuo.
—No hay mucho que hacer, Brian. Esas acciones ahora son suyas. —
Simon y Alex habían estado trabajando con leyes desde hacía más años que
yo y era muy consciente de que ninguno de los tres podría encontrar una
solución legalmente sólida, pero aun así, quería escuchar sus puntos de
vista.
—Tienes que jugar sucio, Brian —intervino Alexander.
—¿Qué quieres decir? —pregunté dudoso.
—Ella sigue siendo tu esposa. Reclámalo —afirmó dando algunos pasos.
—Estás loco si crees que todavía quiero lidiar con ella. —Me levanté y
caminé hacia la ventana francesa donde se entreveían algunas nubes grises,
que pronto llegarían a la ciudad.
—Alex, Brian tiene razón —confirmó Simon con firmeza—. Quítale su
libertad y ella te dará lo que quieras para recuperarla.
CAPÍTULO 5

Charlotte

Era una noche estrellada que se cernía ruidosamente sobre París. La Torre
Eiffel, un símbolo de la ciudad, emanaba rayos de luz en forma de diamante
que iluminaban los edificios, las calles y la pasarela montada en la plaza de
abajo. Todo estaba perfecto para el evento. El desfile que cerraría la semana
de la moda en París.
Los invitados ya habían llegado, los organizadores iban dando
indicaciones para acomodarse en sus asientos, mientras las notas musicales
de acompañamiento sonaban por los altavoces.
Detrás de escena había un bullicio de modelos, maquilladores y
diseñadores de vestuario gritando.
Traté de no sonreír ante tales escenas de pánico, mientras Jasmine, la
persona a cargo de mi maquillaje, untó el bálsamo sobre mis labios.
Estaba acostumbrada a todo eso. El caos, la confusión, la histeria de las
chicas que desfilaban por primera vez, formaban parte de mi vida diaria.
Y me gustaba.
Me gustaba estar en medio de ese delirio, se amoldaba a mi estado de
ánimo.
—Arderá un poco. Hay una sustancia que hincha la boca. —Están a punto
de estallar, pensé, mientras la sensación de haber comido medio kilo de ají
prendía fuego mi cara.
Soporté silenciosamente aquel picor, de la misma forma que en silencio
sufría la presión de los alfileres que tiraban de mi peinado o la fría corriente
de marzo que penetraba mi piel desnuda bajo mi bata de seda.
Nuestra vida no solo consistía en hermosos zapatos y ropa cara, sino
también sacrificio, fatiga y renuncia.
Renuncias que pagamos caro.
—Tengo hambre, Charlotte. No veo la hora en que todo termine para ir a
llenarme bien. —Hablando de renuncias. Ab de repente se acercó,
haciéndome saltar sobre el taburete donde llevaba sentada al menos dos
horas.
—¿A quién le cuentas? Estoy pensando en helado escondido en el
congelador todo el día. —Los nutricionistas mantenían bajo control nuestra
estricta dieta, pero al final de cada espectáculo se nos permitía osar un poco
más.
—Va a ser una noche loca —dijo Ab, mirándome con ojos ansiosos.
—Parece que quieres comerme a mí —dije dándole una palmada en el
hombro para alejarla.
—Ahora mismo me comería cualquier cosa. —Me eché a reír mientras
seguía observando su expresión seria.
Ella, comparada conmigo, sufría mucho más la falta de comida, yo de
alguna manera había pasado muchos momentos de ayuno por mi carácter
que tendía a somatizar atacando directamente el estómago.
—¡Charlotte! ¿Empezamos? —llamó el vestuarista que se encargaba de la
ropa que me iba a poner aquella noche, devolviéndome a la realidad.
—Tres horas y todo habrá terminado —susurré a mi amiga antes de
alejarme.
Mientras me acercaba, escuché las notas musicales de una canción pop
que procedían del exterior. El espectáculo estaba a punto de comenzar. La
adrenalina rápidamente comenzó a fluir por mi sangre hasta que mi corazón
se aceleró. Tenía que hacer cuatro salidas, más la final; eran solo momentos,
pero en esos instantes me sentía viva, vulnerable, frágil y sobre todo tenía
miedo.
Miedo a equivocarme, a caerme, a lastimarme, a arruinar todo lo que
había construido.
Pocos minutos en los que arriesgaba mi profesionalidad, mi talento y mi
cuerpo me ayudaban a volver a sentir algo. Sensaciones que pensaba que
nunca podría volver a sentir.
Inseguridades que habían permanecido como única parte real de mí.
La moda se había convertido en mi mundo.
El único amor que nunca me traicionaría.
Que no me engañaría.
Las primeras chicas empezaron a salir. Me apresuré a ponerme el vestido
de tafetán negro, largo hasta los tobillos y decorado con imágenes florales
entrelazadas con hilos dorados. Me puse tacones con tacón del doce y corrí
hacia la cortina que nos cubría de las miradas indiscretas de los
espectadores de la primera fila.
Cuando fue mi turno, suspiré, cerré los ojos por un momento y salté a la
pasarela. De los altavoces salieron las notas de Nobody's Love de Maroon
Five y no pudieron elegir palabras más escogidas para acompañar mi
actuación.

Si mi amor no es tu amor
Nunca será el amor de nadie.

Di un par de giros antes volver por la pasarela.


Recibí los aplausos.
Las miradas de la gente.
Los detalles que, yo sabía, estaban haciendo en sus mentes.
Me apreté todo lo que pude para seguir adelante. Para seguir pensando en
que realmente no valía la pena dejarlo todo.
Que ese mundo me pertenecía.

Después de casi dos horas finalmente logré llegar al auto que me llevaría
de regreso al hotel.
Al día siguiente finalmente estaría de regreso en Londres y podría
tomarme unos días libres antes de irme de nuevo.
Ab ya había regresado, al igual que las demás, me detuve para algunas
entrevistas para las publicaciones en línea.
La fiesta posterior al espectáculo todavía estaba en curso, pero las chicas
siempre quedábamos demasiado agotadas como para poder participar por
mucho tiempo, así que me dirigí a mi camerino detrás del escenario y
agarré mi bolso colocado frente al espejo.
Después de meter la última prenda dentro, la cerré y me levanté.
Estaba perdida en mis pensamientos cuando me volví hacia el espejo
iluminado por lámparas de neón a los lados y vi sus ojos encontrarse con
los míos en el reflejo.
Ojos indeseados, siempre buscándome, en todas partes.
Ojos que odiaba.
—Stefan, ¿qué estás haciendo aquí? —pregunté manteniendo un tono frío.
—Encantado de verte de nuevo, hermanita. —No podía decir lo mismo.
—No sabía que estabas en París. —Coloqué la bolsa sobre mi hombro y
finalmente me volví hacia él.
Éramos muy parecidos, el mismo color de ojos, el mismo cabello rubio, la
misma boca, aunque en temperamento no podíamos ser más diferentes.
Era igual que mi padre: frío, cínico y calculador.
—De hecho, no estaba previsto. Vine por ti —afirmó con aquella sonrisa
arrogante que tanto odiaba.
—Debe ser muy importante no podía esperar mi regreso a Londres.
—Lo es. ¿Podemos hablar de ello en un lugar más tranquilo? Reservé una
mesa en un restaurante a poca distancia de aquí. No hemos pasado juntos en
mucho tiempo, Charlie. —¿Desde que salí de la clínica?
—Deja de llamarme Charlie. —Charlie ya no existía. El sonido de aquel
nombre no quería volver a escucharlo.
—Veo que tu mierda ha empeorado, hermanita. —Me mordí la lengua
para no dar voz a mis pensamientos y no golpearle con toda la rabia que
llevaba dentro.
—Dime a qué viniste y acabemos con esto. —No quería pasar ni un
minuto más con él.
—Está bien, si realmente no quieres hablar de ello con calma, como
quieras. Toma. —Sacó una hoja de papel del bolsillo interior de su elegante
chaqueta y me la entregó.
La agarré. Sentí un nudo en la garganta cuando la abrí. Nunca traía buenas
noticias, nunca.
Empecé a leer y cuanto más seguía, más sentía que me fallaba el aire.
No podía pedirme algo así.
—Veo que mi opinión cuenta poco, como siempre. Lo has hecho todo sin
consultarme. Lo siento por ti, hermanito, pero la respuesta es no. —Le
devolví el papel, que agarró arrancándolo de mis manos; pasé por delante
de él para finalmente salir de la carpa preparada para el evento, que de
repente se volvió demasiado pequeña para contener a ambos.
—Será mejor que lo reconsideres, de lo contrario me veré obligado a
actuar de manera incorrecta. Brian recibió la comunicación esta tarde, así
que será mejor que firmes. —Su tono áspero rompió el silencio y mi
respiración.
No podía hablar en serio.
—¿Qué quieres decir? —pregunté volviéndome hacia él.
—Quiero decir que me veré obligado a divulgar tu pasado a la prensa,
todo.
—No puedes, a menos que quieras que presente una demanda por
difamación. No hay más pruebas.
—¿Está segura? Recuerdo tener una, la más importante. —Me quedé
mirándole, el dolor ardía en mi pecho y se apoderaba de mi corazón. No
podía hacerme eso. No después de todo lo que había vivido.
—¿Me estás chantajeando, Stefan? ¡Te has convertido en un monstruo! —
Mi voz temblaba, las lágrimas se apresuraban a salir.
Quería llorar, porque estaba enojada y no porque mi hermano, por cuyas
venas corría mi propia sangre, me chantajeara por mi mayor vergüenza.
—No soy un monstruo, Charlotte. Me tomó años obtener el
consentimiento de la junta directiva y ahora que lo tengo en la mano,
podemos recuperar lo que es nuestro. Lo que nuestro padre construyó a lo
largo de su vida. —¡Ya! La empresa de la que nuestro padre me echó.
—No te importa nada, Charlotte. Tienes tu carrera, tu vida, tu futuro lejos
de oficinas. Pero para mí lo es todo. Deja atrás el pasado, firma el papel y
ya no tendrás que lidiar con la empresa ni con él. —Me miró directamente a
los ojos mientras me decía esas palabras, pero me vi obligada a apartarlos
para ocultarle lo mucho que todavía me dolía pensar en Brian.
Me había jurado a mí misma que olvidaría el pasado y si para hacerlo,
tenía que ceder al chantaje. ¡Al diablo! Lo haría.
Saqué pecho y me acerqué con orgullo a mi hermano. Le arrebaté la hoja
de las manos, tomé el bolígrafo que me entregó y firmé.
Le cedí mis acciones.
Le cedí el único vínculo que me unía a Brian.
—Ahora, mantente alejado de mí —ordené golpeando el pedazo de papel
en su pecho.
—Has hecho lo correcto. —Lo escudriñé una vez más y me volví para
caminar hacia la salida.
Necesitaba aire, respirar, gritarme a mí misma que me había convertido en
una mujer fuerte y que ya no me arrastraría mi dolor.
Tenía que hacerlo, porque una cosa era segura, que después de lo que
acababa de hacer, él volvería.
CAPÍTULO 6

Brian

Eran las cinco de la tarde en Nueva York cuando terminó el desfile. En


París eran las once de la noche y en ese momento el dron mostraba
imágenes de La Trocadero, la plaza que albergaba la famosa torre
construida por Gustave Eiffel, donde se realizaba el desfile.
Pasé una mano por mi mentón, acariciando mi barba sin afeitar de un par
de días y cerré la computadora portátil más fuerte de lo que quería. Me
recliné en la silla, con la intención de contrarrestar el torbellino de
sensaciones que se había apoderado de mi racionalidad en el momento en
que la vi.
Odio.
Arrepentimiento.
Decepción.
Rabia.
Eran demasiadas para soportarlas todas juntos.
Apreté el botón del intercomunicador y esperé a que la voz del asistente
sonara desde el otro lado.
—No me pases llamadas y no dejes entrar a nadie —gruñí.
Me levanté, la oficina estaba rodeada de luz natural que atravesaba el
doble vidrio de la ventana.
Era un día gris en Nueva York, parecía invierno a pesar de que nos
acercábamos a la primavera. Miré el fondo de la ciudad, pero lo que
encontraba no eran edificios y rascacielos, era ella.
Imágenes de ella. Las piernas que mostraba orgullosa mientras desfilaba
frente a toda aquella gente. Su vientre perfecto. Senos rebosantes. Y su
carita, que me había vuelto loco.
¡Coño!
Era tan hermosa.
Tan lejana.
Tan aún mía.
¿Cómo pudo traicionarme así? ¿Cómo pudo darme la espalda dos años
atrás y volver a hacerlo ahora?
Entonces fue por la carrera
¿Pero, ahora?
Pensé que habíamos tocado fondo hace años, que el daño que nos
habíamos hecho fue suficiente para toda la vida.
En cambio, ella había querido hundir el cuchillo en mi pecho una vez
más.
Esta vez no acabaría con silencio, con distancia. Esta vez enfrentaríamos
el pasado a mi manera.
Sin piedad.
Sin remordimientos.
Sin sentimiento.
Había pasado toda la noche reflexionando sobre la carta que me envió su
querido y confiable hermanito.
Habría un cambio en la cima, tomaría el relevo con mayoría gracias a las
acciones que yo mismo le había donado a su hermana.
Pero ninguno entendió nada.
Tenía un as en la manga.
Una solución.
Como siempre.
El vuelo a Londres ya estaba reservado, a la tarde siguiente ya estaría en
suelo londinense.
Suelo donde no había puesto pie en dos años, desde que nuestra casa
quedó vacía aquella noche.

Londres, dos años antes

Era noche cerrada cuando abrí la puerta. Resoplé todo el aire de mis
pulmones antes de regresar al infierno al que había estado llamando casa
desde hacía dos años. Miré a mi alrededor, los árboles que rodeaban la
mansión Kensington, en el barrio más exclusivo de Londres, estaban
envueltos en tinieblas, la luz de la luna estaba oscurecida por la bruma.
Una tarde de mierda que se convertiría en una noche de mierda, como lo
había sido durante meses.
Charlotte había cambiado de repente.
No sabía por qué y ella no quería decírmelo.
—Estoy cansada —eran las únicas palabras que recibía, palabras que
olían jodidamente a escusa.
No obstante, había decidido dejarla respirar. Para darle tiempo para
dedicarse a sí misma. No me quería cerca y traté de estarlo lo menos
posible.
Aunque fuera difícil de aceptar.
Aunque cada noche anhelaba tocarla y cada día anhelaba oírla reír.
Dentro, las luces apagadas y el silencio me recibieron ya como de
costumbre.
Compré esta casa para nosotros. Para crear una familia juntos.

Lo compré porque le gustó.


Porque quería que ella fuera feliz.
Que soportara mi ausencia por motivos laborales. Que no sintiera el peso
de su renuncia.
Pero en aquel último tiempo, parecía odiarla tanto como ella parecía
odiarme a mí.
Lo único que nos unía era nuestra infelicidad e insatisfacción con una
relación que ya no existía.
La llamé por su nombre varias veces mientras cruzaba la puerta, pero no
tuve respuesta, pensé que estaba durmiendo o que había salido o incluso
que no quería contestarme.
Al parecer, estaba acostumbrado a su indiferencia.
Yo también estaba cansado.
Me desabotoné la chaqueta, me quité la corbata y apoyé mi maletín en la
entrada.
Cuando llegué a la cocina a buscar una botella de agua y encendí la luz,
lo que vi en el suelo fue una innumerable serie de platos rotos y comida
esparcida sobre el mármol italiano.
¿Qué diablos había pasado?
Traté de sortear todo ese lío, estaba exhausto de tan solo pensar en eso en
ese momento, pero no a negaba la sensación de preocupación que me
obligó a agarrar la bebida y caminar a grandes zancadas hacia nuestra
habitación de arriba.
El cuarto estaba vacío, la cama intacta, pero las puertas del armario
estaban abiertas de par en par. Un escalofrío de miedo detuvo mi
respiración por un momento.
Me tomó unos minutos acercarme al lugar donde guardaba su ropa y
cuando me di cuenta de que estaba vacío, mi corazón se rompió por
completo.
Ella se había ido.
Me había dejado, sin una palabra, sin una llamada, sin una maldita
explicación.
Mi vida se rompió en mil pedazos tan fácilmente como se rompe un espejo
al caer.
CAPÍTULO 7

Charlotte

El avión aterrizó puntual a las ocho de la noche. Me vi obligada a viajar


sola cuando Ab se detuvo en París para una sesión de fotos. Nos
encontraríamos al día siguiente de todos modos. Había decidido no volar a
Estados Unidos con su familia debido a algunos eventos que habíamos
planeado hacer en Londres.
A lo largo del viaje, no había dejado de pensar en el encuentro que tuve
con mi hermano y las consecuencias que traería.
Sabía que Brian haría su movimiento, pero no esperaba que lo hiciera en
mi contra.
Con esta esperanza traté de animarme, después de todo estaba segura de
que él me había olvidado, ya que nunca me buscó. Me acomodé en el
asiento y traté de pensar sólo en los diez días de libertad que tenía.
Ab y yo habíamos sido invitadas algunas noches a actos de beneficencia,
pero en realidad no era trabajo, Jordan no estaba y esto era suficiente para
animarme.
Diez días sin sesiones de fotos, ni entrenamientos duros ni dietas.
Claro, no podía comer todo lo que quería, pero podía evitar las zanahorias
y los huevos por un tiempo.
Justo antes de bajarme del avión, me até el pelo en una coleta alta y puse
un sombrero de Calvin Klein. No había hecho esto antes principalmente
porque viajaba en primera clase y la privacidad era un privilegio, y porque
ya tenía dolor de cabeza y solo lo aumentaría.
Ser un rostro familiar tenía sus contras, o que te pararan en la calle para
sacarte una foto. Al principio me gustaba la curiosidad de los fans cuando
me reconocían o recibía flores y lindos mensajes, pero con el tiempo me
cansé, no de ellos, sino de sonreírles cuando no me apetecía.
Por suerte, el mundo de la moda y los chismes no eran seguidos por todos,
por lo que algunos ni siquiera sabían de mi existencia.
Treinta minutos después, estaba sentada en el asiento trasero del Land
Rover negro que conducía mi chofer. Toda mi vida se había convertido en
un sube y baja de autos y aviones, que a veces sentía que yo no lo estaba
viviendo, sino que era tan solo un peón en un mundo aparentemente dorado.
Muchas veces me había preguntado si valía la pena continuar, pero era una
pregunta que todavía hoy no sabía responder.
Estaba cansada, la noche anterior había dormido muy poco y mi único
deseo era sumergirme en una tina de agua caliente con mucha espuma y
rodeada de velas perfumadas. El solo pensamiento lograba devolverme un
momento de serenidad.
Esta historia no hubiera afectado mi vida diaria, no lo hubiera permitido.
Y además, si realmente tenía que suceder, estaba dispuesta a enfrentar mi
pasado. Brian no me haría daño. Nunca más.
Había leído sobre él en algunas revistas, lo había visto aparecer entre los
hombres más codiciados de Estados Unidos, no es que fuera nuevo para mí,
había perdido la cabeza por él hace muchos años precisamente por su
impactante belleza. Entonces era solo un muchacho, ahora era un hombre.
Un hombre carismático, inteligente y magnético.
Sin embargo ya había sufrido demasiado y no tenía la intención de
continuar. Su cabello rubio, sus ojos del mismo azul que el océano ya no me
robarían el corazón.
Quería disfrutar de las cosas bonitas que me había brindado la vida, que
había logrado con sudor y que, a pesar del gran esfuerzo, me hacían feliz.
Quería pensar en el presente y sobre todo en el futuro.
Lo que había sucedido años atrás, sólo había contribuido a que cometiera
error tras error.
No podía permitirme caer de nuevo, probablemente no volvería a
levantarme.
No sin dañarme tanto, al menos.
A lo lejos, empezaban a verse las luces de Londres. El gran Ojo se
elevaba a pie del Támesis.
Me encantaba todo de mi ciudad, la niebla, el clima frío y húmedo, la
lluvia ligera, las calles abarrotadas y los colores de las casas y los carteles
publicitarios.
Sin embargo, sabía que algún día la dejaría definitivamente.
No podría vivir allí para siempre. Me sentía sola en aquella metrópoli de
recuerdos.
Cuando el coche se detuvo frente a la puerta principal de Kensington,
suspiré aliviada. Aquellas paredes representaban el único lugar donde podía
sentirme a mí misma.
Por fin.
Tenía un hambre voraz y esperaba que Dasy, el ama de llaves me hubiera
preparado algo caliente.
Salí del coche y saludé al chofer. Solo tenía una maleta pequeña, así que
le evité salir y cargarla.
Cuando el coche se fue, me detuve a mirar la gran estructura. Aunque esa
casa estaba llena de recuerdos míos y de Brian, había decidido dejarlos a un
lado, pero ahora que su nombre rondaba mis pensamientos, no podía evitar
recordarlo.
No pude evitar recordar el día en que estaba segura de que le había roto el
corazón.

Londres, dos años antes

Anunciaron mi vuelo por última vez. Apreté el asa del carrito que había
preparado sin tan siquiera saber realmente lo que había metido en él.
Había estado mirando el pasillo que me llevaría al avión durante veinte
minutos. Cada vez que me tocaba a mí, dejaba que alguien tomara mi
lugar.
Ya no podía estar con él. No después de lo que pasó. De lo que había
hecho.
Llevaba cuatro días fuera de la clínica. Había perdido mi corazón desde
hacía cuatro días.
No quería nada más que dejar todo atrás y comenzar mi vida de nuevo.
¿Pero realmente lo conseguiría?
Solo tenía veintitrés años, podía hacerlo.
Lo conseguiría.
Era modelo desde los dieciséis años, había renunciado a los compromisos
más importantes para estar al lado del hombre con el que me había casado.
Hubo un tiempo en el que éramos felices. Donde no tuve ningún
remordimiento por haber dejado de lado mi carrera.
Pero él seguía adelante con la suya, dejándome atrás.
O mejor dicho, fui yo quien le había dejado poner su carrera por delante
de mí.
Estaba ahogada en la soledad y la insatisfacción.
Esa noche quise hablar con él. Me propuse prepararle su plato favorito.
Había comprado el mejor vino italiano. Solo para decirle que me iría.
—Señorita, estamos cerrando el embarque. ¿Tiene que subir al avión? —
Miré a la mujer frente a mí, con el uniforme azul y el sombrero rojo. Las
lágrimas llenaron mis ojos y vi una sonrisa compasiva emerger en su
rostro.
—¡Estoy segura de que más allá del océano hay algo hermoso
esperándote! —La miré directamente a los ojos. La suya fue una frase de
circunstancias, tal vez porque emanaba desesperación, pero quería que
aquellas palabras se hicieran realidad.
Lo deseaba con todo mi ser.
Asentí y la mujer, después de revisar mi boleto en primera clase, me hizo
un gesto para que me acomodara.
Me di la vuelta.
Iba a ser un largo viaje alrededor del mundo.
Un viaje que me habría alejado definitivamente de él.
—Adiós Brian —susurré mientras el ruido de los tacones resonaba en el
pasillo vacío del aeropuerto de Heathrow.
CAPÍTULO 8

Brian

Más de veinticuatro meses que no tocaba suelo inglés.


¿Me había faltado?
Para nada.
Ya no tenía nada que me atara a aquel lugar, aparte de la empresa de mi
padre y los recuerdos de la infancia. No había puesto un pie en la oficina
desde que me mudé. Me desinteresaba por completo la evolución de los
trabajos, lo único que me preocupaba era defenderla legalmente e
informarme que no iba a quebrar.
De mala gana, me di cuenta de que había bajado demasiado la guardia y
que no había cumplido con mis deberes.
Papá sabía que no lo haría, entonces ¿por qué el sentimiento de culpa
seguía golpeándome en la cara?
Salí del aeropuerto y me puse las Ray-Ban. La niebla y el olor a humedad
me trasladaron al pasado, cuando no pensaba que existiera la ciudad más
hermosa en el mundo para vivir.
Tan pronto como subí al taxi, volví a encender el teléfono. El primer
mensaje que me llegó fue de Alejandro.

¿Aterrizado? ¿Como estuvo el viaje? Espero noticias.

Rápidamente escribí respuestas secas.

Sí, te veo luego

No estaba de humor para hablar con nadie. Stefan Turner y su hermana


me estaban haciendo perder el tiempo. Un tiempo precioso que podría haber
usado en otra cosa, como unas agradables vacaciones en Hamptons, tal vez
con alguna mujer hermosa dispuesta a satisfacer todas mis fantasías
sexuales. En cambio, aquí estaba, frente a alguien a quien no quería volver
a ver.
Entonces, ¿por qué no pedí el divorcio?
Nunca había pensado en ello o nunca había querido pensarlo.
Simplemente la olvidé y carajo, casi lo logré.
Miré el Patek Philippe que llevaba en mi muñeca y giré la ruedecita para
sincronizarlo con la hora de Londres.
Eran las seis de la tarde. Tenía hecho un plan para mi estadía. Sabía que
mi esposa vivía en nuestra antigua casa, cuando no estaba desfilando por el
mundo.
Sabía que hoy regresaba de París, así como sabía que en estos dos años no
se había dado ningún encuentro.
Apreté los dientes ante ese pensamiento.
Me había hecho dos ideas al respecto; la primera era que ella era una
oportunista, esa casa era mía, se la compré, todavía me pertenecía y ella
tenía la desfachatez de no dejarla.
Se lo había permitido yo. ¿Por qué?
La segunda, que nunca le importó una mierda lo nuestro.
Esa idea fue la que aumentó mi ira.
En aquel matrimonio, el que perdió no solo fui yo, sino también alguien
mucho más inocente que yo.
Había leído que también había estado con otros hombres después que yo,
modelos, actores e incluso algunos cantantes.
Imaginar las manos de otro hombre sobre su piel blanca era como sentirse
quemado por las llamas del infierno. Me quemaba el alma y al mismo
tiempo me volvía dañino.
Quería destruirla.
Quitárselo todo y recuperarlo todo.
Le había dado la libertad para apropiarse de nuestro hogar. Había sido
demasiado bueno dejándola libre para disfrutar de la casa donde nos
habíamos amado. Fui yo quien se alejó. Tratando de reconstruir una carrera
y una nueva vida en el otro lado del mundo.
Me pareció lo más justo.
Después de todo, la amaba.
Nunca había amado a nadie como a ella.
Pero ahora había ido demasiado lejos.
Había ido más allá.
Y había despertado un sentimiento que nunca pensé sentir tener por ella:
el odio.
El taxi se detuvo frente al hotel. Pagué, salí del auto, entré en la recepción
y me registré.
En cuanto llegué a mi habitación pedí algo de comer y mientras esperaba,
me dirigí a la ducha.
Necesitaba toda la claridad posible porque pronto la visitaría.

Después de afeitarme y comer algo, me puse unos jeans celestes y el


suéter negro de cuello alto. Necesitaba tomar un poco de aire y volver a ver
a un viejo amigo.
Le había enviado un mensaje a Evan antes de salir y él había respondido
expresando todo su enojo aludiendo el por qué no me había comunicado en
los últimos años y el hecho de que no había aparecido más.
No obstante, estaba feliz de verme y por ello ambos nos encontrábamos
sentados en la mesa de un club con vistas a Cannabis Street.
—Qué bueno ver de nuevo tu maldita cara después de dos años, Brian —
exclamó Evan tan pronto como nos encontramos.
Una sonrisa divertida me había dejado menos tenso y enojado.
—Lo mismo digo. —Estar en su compañía de alguna manera me hacía
sentir como en casa.
Nos conocimos en la universidad, ambos asistíamos a cursos de derecho y
ambos éramos algo exaltados.
Las fiestas eran nuestro pan de cada día, junto a las chicas y el alcohol.
Fue el primero en notar mi cambio cuando decidimos estar juntos
Charlotte y yo.
Cuando una noche a mediados de junio decidí que era hora de besarla y
demostrar que ambos nos pertenecíamos.
Por eso le conté la verdadera razón por la que estaba en Londres, él sabía
todo sobre nuestra historia y también quería compartir con él el triste final.
—Erais la pareja perfecta. De las que generan envidia —dijo con pesar.
Tomé un sorbo de cerveza y evité responder tal afirmación.
Sólo Dios sabe cuán cierto era.
Éramos el vivo retrato de la felicidad.
—¿Vas a divorciarte de una vez por todas? —preguntó.
—Depende de la evolución de mi encuentro con ella. —Evan me miró
con picardía.
—Entiendo tu juego. Eres un idiota, Brian —afirmó sacudiendo la cabeza.
—Soy más que un simple idiota para quien intente pisotearme. Lo sabes
bien.
—No la molestes demasiado.
—Lo suficiente —respondí sintiendo la adrenalina hirviendo en mi sangre
que presagiaba el comienzo del juego.
Posteriormente nos despedimos con la promesa de reunirnos al día
siguiente para organizar algunos eventos que tenía planeados y a los que él
había aceptado acompañarme.
CAPÍTULO 9

Charlotte

Labios cálidos calentaban los míos.


Los mordían.
Intensamente.
Dolorosamente.
Manos fuertes me acariciaban el rostro.
Me aferraban del pelo.
Trataba de moverme, pero no podía.
Un peso mantenía mi cuerpo inmóvil.
Quería más.
Quería agarrar esas viscerales sensaciones y profundizar en ellas.
Quería que cada parte de mí estuviera involucrada en ese fuego que me
quemaba por todas partes, por dentro, por fuera y entre mis piernas.
El calor de aquella boca, de su lengua que combinaba perfectamente con
la mía, amenazaba con volverme loca de deseo.
Un deseo olvidado.
Un deseo que había buscado durante tanto tiempo, pero que nunca volví a
encontrar.
Luego el frío.
Ningún contacto.
Las llamas se habían apagado dejándome en un glacial estado de
inconsciencia.

Abrí los ojos de golpe y me senté en la cama.


¿Qué diablos había pasado?
¿Estaba soñando? Todo parecía tan real.
Miré alrededor. El dormitorio estaba envuelto en penumbras, pero se
podían ver rayos de luz a través de las rendijas de la ventana. La noche
había pasado en un instante proporcionándome un amargo despertar.
Quería volver a dormirme y seguir sintiéndome tan... viva, frágil e
intensamente excitada.
Me estiré entre las sábanas negras.
Estaba en mi cama y no en la de cualquier hotel y eso era suficiente para
concederme una pizca de buen humor.
Me froté los ojos somnolientos y pensé que un buen café doble me
pondría de nuevo en pie.
Estaba a punto de levantarme cuando un maldito olor familiar devastó mis
fosas nasales y confundió mi mente, ya devastada por el abrumador frío que
aquel sueño me había dejado en el cuerpo.
El olor a especias y fragancias neo-orientales invadió la habitación. Su
perfume había invadido la habitación.
Busqué a tientas el interruptor para encender la luz, pero me congelé
cuando a su olor se le sumó su voz.
—Encender la luz solo confirmará lo que tu mente ya ha formulado. —El
tono me llegó inesperadamente, sumergiendo mi conciencia en un caos
total.
No me giré para mirarlo.
Mis ojos permanecieron fijos en la misma posición, esperando con
impaciencia a que la habitación dejara de dar vueltas.
Estaba a punto de ponerme mala y tuve que usar todas mis fuerzas para
sujetar el mareo y las náuseas que me estaban atenazando el estómago.
Después de unos minutos logré tomar algo de aire para poder hablar.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —La sensación de que lo que había
sucedido en mis sueños realmente hubiera pasado, por unos segundos se
materializó en mi mente, para desaparecer al instante.
Me odiaba, nunca me habría tocado, ni con un dedo.
Ese pensamiento dolía.
—El tiempo suficiente —respondió con frialdad.
Finalmente tuve la fuerza de girarme. Un estremecimiento recorrió mi
estómago y mi pecho, provocando que mi corazón se acelerara y me
entraran náuseas.
Estaba sentado en el sillón junto a mi cama, vestido con jeans, una camisa
y una chaqueta de cuero.
Guapo como nunca lo había visto antes.
Guapo para arrancarme un gemido de asombro.
Lentamente le vi ponerse de pie y acercarse. No recordaba lo alto que era
y ni tampoco recordaba que sus hombros fueran tan anchos. Apreté mis
piernas para bloquear la sensación de humedad que estaba sintiendo donde
no debía, y presioné las sábanas contra mi pecho sabiendo que no llevaba
nada más que ropa interior.
Brian me devolvió una media sonrisa tan pronto como se dio cuenta de mi
reacción ante su proximidad. Sus ojos azules chocaron con los míos y la
tentación de tocar aquel maravilloso rostro luchaba contra la razón, que me
impedía hacerlo.
—¡Hola, Charlie! Sabías que vendría, no finjas sorprenderte. —Dio unos
pasos más hasta que se sentó en el borde de la cama.
Estaba cerca.
Demasiado cerca.
Cerré los ojos.
No quería verle.
Tragué. —¿Cómo entraste? —Las palabras apenas salieron de mi boca.
La sensación de alegría de verlo se mezclaba con el miedo al daño que su
presencia podría causarme.
—Me parece que este sigue siendo mi hogar. —Miré hacia el otro lado
tratando de no encontrar su mirada.
Sí, seguía siendo su hogar.
Agradecí la penumbra de la habitación, que me ayudaba a evitar sus ojos.
—Sé por qué estás aquí —dije finalmente. Para mí era mejor terminar ese
enfrentamiento de inmediato y encarar las consecuencias que el acto a favor
de mi hermano me causaría.
—Entonces devuélveme lo que es mío y cerremos la historia. —Su tono
permaneció tranquilo. Brian nunca levantaba la voz, siempre había sido
muy diplomático, un mediador. Las disputas con él se resolvían en corto
plazo y le costaba guardar rencor hacia alguien.
Pero algo me decía que había cambiado.
Que se había vuelto menos condescendiente y más combativo.
Algo me decía que él no aceptaría una negativa. Pero no podía hacer nada
más. A estas alturas ya había firmado aquellos papeles.
Quería deshacerme de la última pieza que me ataba al pasado y en
cambio, esa pieza lo había traído aquí.
—Estoy segura de que mi hermano y tú podréis llegar a un acuerdo —
respondí, siempre evitando su mirada.
Sentí su presencia acercarse. Su olor me envolvía aún más fuerte. Apreté
las sábanas hasta que mis nudillos se pusieron blancos.
Quería que desapareciera pronto, antes de que mis defensas me
abandonaran y yo me abandonara a mis sentimientos por él.
Contuve una lágrima.
No lo había olvidado, joder.
Mi corazón todavía le pertenecía. Lo tenía en sus manos. Años de
sacrificios desperdiciados por su sola mirada.
—No es tu hermano quien me debe nada, eres tú. —Su voz se había
vuelto desdeñosa. Se levantó de la cama, se acercó a la silla donde estaba
sentado, abrió su maletín y sacó unos documentos.
Los lanzó y aterrizaron directamente al lado de mi regazo.
—¿Qué son? —pregunté agarrando aquellos papeles.
—Las cláusulas del divorcio. Supongo que anhelas la libertad. ¿Quizás
quieras casarte de nuevo? Futbolista, modelo, actor o director si te
conviene. Pero sin esto estás atada a mí, para siempre. Devuélveme lo que
me pertenece y serás libre. Tienes diez días, luego tendré que tomar otras
medidas. Y Charlie, probablemente no lo sepas, pero me he convertido en el
tipo de hombre que es mejor no tener como enemigo. —Después de sus
palabras me devolvió una última mirada y salió de la habitación.
Me quedé inmóvil por unos momentos pensando en lo que había pasado.
Luego, una ráfaga de sensaciones se apoderó de mí, precipitándome en un
torrente de lágrimas.
Me llevé las manos a los labios, aún sensibles con el recuerdo del sueño.
Había vuelto...
Y podría destruirme con tan solo descubrir mi mayor culpa.
CAPÍTULO 10

Brian

Salí de la lujosa mansión que una vez sentí mía, más cabreado de lo que
había entrado.
Volver a verla fue como una bofetada de realidad en mi cara. Y la verdad
es que había fallado.
Había fracasado al enamorarme de ella, confiándole mi corazón.
Había fracasado al casarme con ella.
Había fracasado creyendo que la había olvidado.
No me había olvidado un carajo de nada.
Ella estaba ahí, fija en mi cabeza.
Tatuada en mi piel y el maldito latido acelerado que no había sentido
durante años, había lacerado mi razón.
Todo era culpa suya.
Había avisado el día anterior a Dasy de mi llegada, y cuando aparecí por
la puerta a las siete de la mañana, no se opuso a que entrara.
Fui directamente a su habitación, que una vez fue nuestra. Estaba allí con
la intención de aclarar la situación. Quería decirle que si no recuperaba lo
que era mío, le quitaría todo.
Todo lo que quedara.
La habría dejado desnuda, indefensa y asustada.
En cambio, la encontré en aquella cama que habíamos compartido, su
cabello rubio extendido sobre la almohada, sus largas pestañas descansando
sobre la piel blanca y visiblemente suave de su rostro.
La sábana la cubría hasta la cintura, dejando al descubierto el sujetador de
encaje que cubría un pecho cuya suavidad no había olvidado.
Cerré la puerta y me moví lentamente por la habitación. Los rayos del
primer sol la besaron y por un momento, sentí envidia de ellos.
Se había convertido en una maldita, hermosa, mujer.
La odiaba pero la deseaba al mismo tiempo.
Si no fuera por la mínima dignidad que tengo, no habría dudado en
follarla.
El hecho de que su proximidad me hiciera sentir vulnerable fue la razón
de mi creciente ira.
Un cabreo que no se me pasaría con solo recuperar las acciones que le
había dado a ese hijo de puta de su hermano.
No. La ira que sentía estaba lejos de saciarse.
Y quería que se calmara.
Y sabía que solo lo mitigaría cuando su corazón estuviera despedazado,
así como estaba el mío.
Charlotte había pasado de ser el néctar de mi felicidad al veneno que me
había matado sin piedad.
Por eso, cuando abrió los ojos, comprendí. Cuando vi aquellas pupilas del
mismo color que las hojas empapadas por la lluvia, mi plan cambió
drásticamente.
En una fracción de segundo, me di cuenta de que las cosas se enredarían,
aunque las complicaciones eran mi pan de cada día, donde me divertía.
Y era el turno de subirme al tiovivo.
Con aquellos pensamientos rondándome subí al taxi que había contactado,
para llevarme de regreso al hotel.
A última hora de la mañana iba a tener una reunión con algunos miembros
de la junta directiva. Hombres que eran leales a mi padre y por lo tanto, me
ayudarían, aunque no me conocieran en absoluto.
Al llegar al hotel decidí que era hora de buscar un desahogo. No tenía el
gimnasio a mano, ni un saco de boxeo donde pudiera descargar mi estado
de ánimo, así que decidí salir a correr.
Rápidamente me endosé un pantalón de chándal y una sudadera, me puse
los airpods en los oídos, ignoré todas las llamadas perdidas, los mensajes
del teléfono y lo guardé en mi bolsillo.
Crucé por los jardines reales, corrí al menos veinte kilómetros y cuando
regresé estaba exhausto y decididamente más tranquilo.
Necesitaba cada pizca de claridad para dirigirme al edificio donde estaba
ubicada la empresa de mi padre. Sabía que muchos de los empleados solo
me conocían por mi nombre, y sabía que muchos miembros de la junta no
tenían una buena opinión de mí porque no estaba nunca.
¡Pero los enfrentaría con la cabeza en alto, carajo!

Me puse mi mejor traje, las gafas de sol y me dirigí a Bond Street. Me


detuve unos segundos frente al edificio de piedra que le daban al edificio un
reflejo dorado. Entré y comprobé un tráfico de personas en el recibidor
moviéndose rápido. Me sentía incómodo dentro de aquellas paredes, no
obstante me dirigí al ascensor para llegar al piso donde John McKenzie
tenía su oficina.
La secretaria me pidió que esperara unos minutos, señalándome un sillón
cercano.
Esperé mientras miraba a mi alrededor. En Nueva York, el bufete de
abogados y mi despacho estaban decorados en tonos modernos, aquí
predominaban los clásicos. Ventanas tan altas que llegaban al techo,
rodeadas por una gruesa cornisa de madera. El suelo de mármol se diseñó
con imágenes abstractas en color dorado, mientras que las puertas que
separaban las oficinas eran de fina madera maciza.
Además reinaba el silencio. Había una quietud y una tranquilidad que
había olvidado que existiera en un lugar de trabajo.
—Puede sentarse, Sr. Davies. —Le agradecí y me dirigí a la oficina.
Cuando entré, encontré frente a mí a un hombre que hacía mucho que había
pasado de la mediana edad. Cabellos blancos y un bigote del mismo color,
enmarcaban un rostro que en su día, ciertamente había despertado el
asombro de muchos empresarios.
Cuando me vio, sus ojos pasaron de ser fríos como el hielo a una pizca de
dulzura.
—Eras un estudiante de primer año de Oxford la última vez que te vi y
ahora te encuentro como uno de los abogados más solicitados del otro lado
del océano. ¿Cómo estás, joven? —Su voz, aunque ronca quizás por
demasiados puros fumados, dio lugar a una serie de recuerdos de él y mi
padre conversando sentados en la mesa de nuestro comedor.
—Le encuentro bien, Mr. McKanzie.
—Llámame John —resopló—. Vamos, siéntate. ¿Prefieres un café, o algo
más fuerte? —Señaló la silla frente a su escritorio.
—Un café está bien. —Esperé a que llamara a su secretaria a quien
remitió nuestras órdenes antes de empezar a hablar.
—Estoy aquí porque...
—Sé por qué estás aquí, Brian —interrumpió mirándome con aquellos
ojos vidriosos y arrugados.
Quizás era mejor algo más fuerte que el café, pensé mientras contenía la
tentación de aflojarme la corbata.
—Estás aquí porque necesitas una mano contra ese capullo de Stefan.
Este hombre me empezaba a gustar.
—Bueno, debes saber que la mayoría de los ancianos tenemos mucho
respeto por tu padre, pero los socios más jóvenes nunca te han visto,
excepto en alguna videoconferencia. Honestamente, aunque no soy un gran
admirador de Turner, creo que debes dejarlo en paz y darle la oportunidad
de dirigir el tinglado. Después de todo, hasta ahora lo ha hecho muy bien.
¿Dejar a ese idiota a cargo? De ninguna manera. La empresa fue fundada
por mi padre, solo después la familia Tuner se hizo cargo y no le permitiría
tomar el timón.
—No puedo hacerle esto a mi padre. Contaba conmigo.
Fuimos interrumpidos unos segundos por la secretaria, que nos traía los
cafés, pero cuando salió dejándonos solos, seguimos en silencio.
John agarró su taza y bebió lentamente, desafiando mi paciencia.
—Tendrás mi apoyo, Brian, pero conmigo solo no basta.
—Quiero que Stefan las pague por engañarme, y una vez que recupere
mis acciones y el consejo haya votado en su contra, me aseguraré de que
desaparezca para siempre.
—Gran plan. ¿Y luego qué pasará? —preguntó poniéndome en apuros
con sus ojos estudiándome a fondo.
—Que asumiré mis responsabilidades en la empresa y hacia usted.
No sabía cómo diablos iba a hacerlo, no sabía nada de marketing, pero
encontraría una solución.
—Está bien Brian. Puedo persuadir a algunos socios y tú trata de no
mandar al trasto todo el trabajo de tu padre. Aprovecha ahora que Stefan
está en París para un viaje que calificó de placer, aunque es una lástima que
esté allí para encontrar al administrador de Jhonson. ¿Quién sabe qué
diablos tiene ese chico en mente?
—Gracias, John, no te decepcionaré ni a ti ni a mi padre, donde sea que
esté.
Unos minutos después nos despedimos con la promesa de que nos
encontraríamos tan pronto como cualquiera de los dos tuviera noticias.
Cuando salí del edificio me di cuenta de que inconscientemente había
contenido la respiración.
Si mi intuición no me fallaba, sabía que Stefan tenía otros planes para la
empresa y se lo impediría, pero tenía que ir un paso a la vez y ya sabía cuál
sería el primero.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y marqué el número de Dasy.
—Prepara una habitación, estaré en casa a partir de esta noche.
CAPÍTULO 11

Charlotte

La noche era más negra que el rímel que alargaba mis pestañas. La luna
pálida estaba cubierta por una fina capa de niebla. Las estrellas, por otro
lado, eran completamente invisibles volviendo el cielo en un manto oscuro
y fantasmal.
Abigail me estaba esperando dentro del coche que había alquilado.
Puntual como reloj suizo, me había enviado al menos cinco mensajes, el
último de los cuales decía que si no movía el culo, se iría sin mí.
Obviamente no la había creído, ya que ella solo tenía un amiga en
Londres y era yo.
Los tacones resonaron mientras bajaba los escalones de piedra. El vestido
demasiado corto amenazaba con dejarme desnuda con cada ráfaga de
viento.
El clima de Londres siempre era incierto. Un momento antes había una
temperatura suave y al rato el cielo se cubría de nubes. Abrí la puerta del
Mercedes Cupé gris y literalmente, me hundí en el asiento. Ab hizo una
mueca cuando me senté. Juro que no quería asustarla, pero realmente no
quería dar un espectáculo a los transeúntes mostrando mis bragas rosas de
Victoria Secret.
—Siento llegar tarde, pero la línea del delineador de ojos simplemente no
quería ni saber de ir en dirección correcta. —Era la verdad, pero había
omitido intencionalmente que no podía usar maquillaje debido a mis ojos
hinchados por las lágrimas.
—Te iba a dejar aquí —admitió, arrancando y haciendo rugir el motor del
deportivo.
—¿Quieres despertar a todo el barrio? ¡Son más de las nueve, Ab! ¿Y
además, realmente sabes cómo conducir esta cosa? —pregunté haciendo un
gesto con mis manos para indicar la cabina iluminada como si fuera de día
con luces de todos los colores.
—Cariño, tu trasero está sentado en trescientas mil libras, así que
abróchate el cinturón y relájate. No puede ser peor que conducir en el
Bronx. —Abigail me obsequió con una sonrisa de las que te entran en el
alma y la calientan.
—Entonces, ¿a qué esperamos para salir? —insté abrochándome el
cinturón.
—Primero tengo que recordar cómo se hace —murmuró mientras
presionaba el acelerador. El coche apenas se movió antes de dar un tirón
hacia adelante.
—Culpa de los tacones —afirmó mirándome mortificada. Me eché a reír
en su cara. Ella, con su comportamiento divertido y su buen humor, era la
única capaz de hacer menos fuerte el dolor que había atenazado mi corazón.
Finalmente logramos movernos. Tardamos treinta minutos en coche para
llegar a Greenwich. Ab estacionó en la explanada reservada para los
clientes de XoXo y finalmente pude salir de aquel artilugio mortal. Tenía
náuseas y dolor en el cuello por todas las veces que había frenado en los
stop o en los semáforos que no había llegado a tiempo.
En el camino ya había pensado en la vuelta y se me había ocurrido un
plan: hacer que bebiera para que tuviera que tomar un taxi.
—Necesitábamos una noche entera para nosotros. ¿No crees tú también?
—Lo creía y cómo, pues habría sido una de aquellas noches divertidas si
no fuera por tener la moral por los suelos.
Nos saltamos la fila gracias a que conocíamos al portero, una fiera de casi
dos metros y una vez dentro, nos invitaron a sentarnos en la mesa que
teníamos reservada.
Lamentablemente el lugar no era el apartado de siempre, esa noche ya lo
había ocupado alguien, alguien a quien en ese momento odiaba con todo mi
ser. Estábamos a pocos metros del centro de la sala y por supuesto, los ojos
de todos los hombres sobre nosotros.
Sin embargo, evitamos que esas miradas indiscretas arruinaran la velada
el tiempo que pudimos, pero dada la insistencia de las miradas, no era fácil
lograr indiferencia y ser uno mismo.
—Nos están comiendo con los ojos. No puedo soportarlo —dijo Ab
mientras mordía su hamburguesa.
Esa noche no teníamos límites, o más bien los teníamos, pero habíamos
decidido que algo más de entrenamiento nos ayudarían a eliminar las
proteínas y los carbohidratos.
—Ignóralos —aconsejé a pesar de que a mí también me molestaba aquella
intromisión.
Ab miró a su alrededor mientras se secaba la boca con la toallita.
—Algunos son guapos. Tal vez podríamos sacar partido de vez en cuando,
aprovecharlo. No he tenido una buena montada en mucho tiempo —declaró
tomando otro bocado del sándwich.
—Pareces un estibador por tu forma de hablar.
—Vamos Charlotte, ¿por qué no? No has follado desde hace más de un
año, incluso tu psicólogo te aconsejó que empezaras a buscar de nuevo. —
Miré hacia abajo. Ojalá pudiera. Odiaba tanto el sexo que no sabía si aún
podría hacerlo sintiendo algo.
Y luego está él.
Él. Siempre. En mi cabeza. En mi piel.
Instintivamente, me acaricié los labios con los dedos.
Aquel sueño me había dejado con sensaciones tan intensas que parecían
reales.
—¿Me estás escuchando? —La voz de Charlotte me sacó de mis
pensamientos. —¿Qué pasa contigo? —preguntó asumiendo una expresión
preocupada.
—Brian ha vuelto —dije de un tirón.
—¿Brian? —repitió enarcando una ceja.
—Mi marido... me refiero a mi casi ex marido —respondí con un hilo de
voz.
—Mierda, Charlotte. ¿Cómo estás, querida?
—No sé. No sé cómo me siento.
Lo que se suponía iba a ser una velada desenvuelta se convirtió en
confesional. Conté con todo lujo de detalles mi historia con Brian, la razón
por la que había regresado y la imposibilidad de mi parte de darle lo que
había venido a recuperar.
Solo había omitido un pequeño detalle.
Un detalle que nos había destrozado.
Más tarde, cuando llegamos a casa, invité a Ab a que se quedara conmigo
esa noche. Por supuesto que ella estuvo de acuerdo.
—¿Tienes helado?
—A toneladas —respondí mientras entramos en la casa—. Entonces soy
toda tuya.
—Espérame en la cocina. Me reuniré contigo en un minuto. Tengo que ir
a vomitar la comida revuelta por tu temeraria conducción.
—Oye, soy un as detrás del volante —respondió dándome una palmada en
el trasero.
Mientras caminaba hacia las escaleras, escuché a mi amiga hablar con
alguien en voz alta.
Regresé y cuando entré a la cocina, tuve que aferrarme con todas mis
fuerzas para mantener los pies firmes en el suelo y no caerme.
—¿Que está pasando? —pregunté, sacando mi barbilla hacia adelante y
tratando de controlar mi voz temblorosa.
Brian estaba frente a Ab. Un metro noventa de músculos y nervios y un
rostro de diablo disfrazado de ángel.
—Hola, Charlie, ¿no me presentas a tu amiga? —Dirigió sus ojos azules
hacia mí por un momento, antes de volver a mirar a Ab.
—Soy Brian, el marido de Charlotte. —Ab apretó la mano entre las suyas
y mis ojos se posaron en sus dedos, largos, refinados y capaces de
excitarme con tan solo del recuerdo moviéndose en mi cuerpo.
—Te conozco. —Moví mi mirada hacia Ab, preocupada de que
mencionara que se lo había contado. Todos estos años había tratado de
olvidarlo y no quería que supiera que no pude.
—Todos en Nueva York saben quién eres. O al menos a todas las personas
a las que les gusta estar al día con los hombres más sexys de Estados
Unidos. Obviamente yo no miro las clasificaciones, pero mi hermana menor
está ahí para informarme. —Brian le devolvió la sonrisa sexy que me
atrapaba cada vez que quería algo de mí y de repente me sentí tan molesta
que quise echarlos a ambos de la casa.
—¿Habéis terminado? Ahora que hemos hecho las presentaciones,
¿podrías decirme por qué estás en mi casa a la una de la mañana? ¿Y por
qué estás sin camisa y en pantalones de pijama?
Coño.
—¿Qué pasa, Charlie, estás celosa porque no eres el centro de atención?
—habló con una voz tranquila pero disgustada. Sus palabras me hicieron
sentir pequeña frente a él.
¿Qué diablos sabía él por lo que yo había pasado? De lo que había
sufrido.
Se apoyó en la isla de la cocina y cruzó los brazos sobre el pecho,
mirándome directamente a los ojos; aquel gesto puso en movimiento todo
su tejido muscular, mostrando lo perfecto que era su cuerpo.
En aquel momento, el nuestro era un juego de miradas. Un desafío al que
todavía no sabía darle sentido. Solo sabía que tarde o temprano habría un
ganador y tenía que encontrar lo antes posible una estrategia para que fuera
yo.
Pero ignoré sus palabras y le volví a hacer la pregunta.
¿Qué diablos quería hacer?
—Te recordaba más inteligente, Charlie. Esta es mi casa también, así que
para responder a tu pregunta, vivo aquí —afirmó alejándose de los muebles
y acercándose a mí.
Cuanto más se adelantaba, más sentía el deseo de alejarme.
Cuanto más se acercaba, más respiraba su aroma y más perdía la claridad
mental.
Me desestabilizaba.
Me destruía.
Me anulaba.
Di un paso atrás tan pronto como estuvo frente a mí, pero acortó la
distancia de nuevo.
Seguimos mirando y cuando sus dedos rozaron mi mejilla, cerré los ojos
tratando de no dejar que las lágrimas fluyeran por mis ojos.
—Estos muros me pertenecen. Todo lo que hay aquí dentro es mío. Tú...
Aún me perteneces. —Con esas palabras salió de la habitación dejándome
sin aliento. Sin fuerzas. Sin la esperanza de ganar esta batalla.
CAPÍTULO 12

Brian

Miraba a mi esposa dormida entre sábanas blancas y cándidas. Podría


haberla admirado durante horas, como podría haber pasado horas dentro
de ella.
La primera noche en nuestro nuevo hogar había sido bastante agitada,
era un hombre satisfecho, no quería a nadie más, solo a ella.
Conmigo.
Para siempre.
—¿Dejarás de mirarme? —Resopló abriendo aquellos ojos que me
habían jodido mucho tiempo atrás.
—¡No! —Sonrió y no pude evitar acercarme y tomar posesión de sus
labios del mismo color que las fresas.
—¿No tienes que ir a trabajar? —dijo tan pronto como la dejé recuperar
el aliento.
—Ahora no. —Quité las sábanas disfrutando de la vista de su cuerpo
completamente desnudo—. ¿Qué intenciones tienes? ¿No has tenido
suficiente? —Ya estaba encima de ella, entre sus piernas, entre su piel que
había sido solo mía, seguro que estaba dispuesta a recibirme.
—Nunca tengo suficiente de ti. —Entré en ella con un solo empujón. El
sexo matutino siempre había sido mi favorito, era una historia
completamente diferente.
Tener sus piernas envueltas alrededor de las mías, su excitación en
simbiosis con la mía, sus labios en mi cuello, su jadeo mezclado con el mío
era como sentirme en el paraíso.
Un paraíso terrenal que me incluía a mí, a ella y a nuestra vida diaria.
Solo nosotros.
Nos amamos y a pesar de la interferencia externa, nada nos destruiría.

Me gire de nuevo hacia el otro lado de la cama y finalmente cansado de


esos pensamientos que nos involucraban a Charlie y a mí en momentos
felices de nuestra vida pasados en esa casa, decidí levantarme.
Me había instalado en el dormitorio de invitados, el que en realidad iba a
ser amueblado para nuestro primer hijo.
Lo habíamos buscado tanto.
Tan deseado.
Apreté los puños. Me acerqué a la mesita de noche junto a la cama y
agarré el paquete de cigarrillos. Encendí uno, abrí la ventana francesa que
conducía a uno de los balcones que miraba directamente a la villa real y me
apoyé contra el alféizar de la ventana.
La vida en Nueva York me parecía tan lejana. Aun así, solo habían pasado
dos días desde que llegué a Londres. Dos días emocionalmente pesados.
No sabía si sería buena idea vivir bajo el mismo techo que Charlotte. La
tentación de agarrarla y follarla desde todas partes fue abrumadora tan
pronto como estuvo cerca de mí.
Incluso ahora, me moría por acercarme a nuestra habitación y hacerle
probar lo que había decidido dejar.
Ese era el punto. Ella me había dejado. Yo, yo nunca lo hubiera hecho.
¿Qué estaba buscando yo ahora?
Le dije que solo le concedería el divorcio después de que aquellas
acciones volvieran a mis manos.
¿Era eso realmente lo que quería?
¿Había otra forma de disuadir a ese hijo de puta de la intención de
quedarse con la mayoría? Conociendo a Stefan, la respuesta era que no.
Debería de haber intuido desde un principio que no podía confiar en él.
Aun así, su padre siempre había sido leal al mío, y pensé que esta lealtad
se había transmitido de generación en generación.
Pero ambos hermanos ni tan siquiera conocían el significado de esa
palabra.
Tiré el cigarrillo en una maceta, miré el reloj, eran las tres de la mañana
mientras que en Nueva York eran las diez de la noche.
Regresé a la habitación, agarré el teléfono y marqué el nombre de Alex.
Mi primo respondió después de dos tonos.
—Pensé que te habían matado.
—Un pensamiento estúpido diría, sabes que no sería tan fácil. ¿Cómo te
va en esa parte del mundo?
—Todo avanza según lo planeado. ¿Pudiste convencer a tu esposa? —
Pasé una mano por mi cabello mientras me sentaba a un lado de la cama.
—No, pero necesito que hagas algo por mí.
—Después de que viajaste a México, infringiste la ley por mí, sabes que
haría cualquier cosa para ayudarte, Brian —respondió con firmeza.
—¡Lo sé! Necesito entender qué vincula a Stefan con el director ejecutivo
de Johnson. Quiero saber todo lo que hay detrás de sus encuentros. Ahora
está en París y aunque lo ha calificado de viaje de placer, mi olfato dice que
no lo es en absoluto, sobre todo porque que lo vieron en compañía de ese
hombre.
Teníamos gente de confianza en Nueva York, investigadores que nos
ayudaban a encontrar pruebas para aplastar a nuestros oponentes en los
tribunales.
—Te haré saber tan pronto como sepa algo.
—Gracias.
—¿Cómo estás? —preguntó después de unos segundos de silencio.
Suspiré.
Estaba cabreado.
—Como alguien que le gustaría romper todo en este instante, pero se ve
obligado a esperar el momento adecuado. Solo espero que sea pronto.
—Lo conseguirás. Luego pensaremos en la empresa de tu padre. Lo
haremos juntos.
—Como siempre.
Colgué sintiéndome menos solo y más fuerte.
Muy pronto cerraría ese capítulo de mi vida.
Para siempre.

Esa mañana me desperté más tarde de lo habitual, me había quedado


dormido casi al amanecer, me sentía como un adolescente a merced de la
nostalgia y los recuerdos.
En cambio, yo era un hombre. Un hombre que ya había elegido qué haría
cuando creciera y no un niño que aún no había entendido el significado de
la vida.
Me destapé de las sábanas y me levanté. Solía dormir solo en calzoncillos,
así que me acerqué al vestidor, donde Desy amablemente había arreglado
mis cosas; agarré unos pantalones deportivos grises, una camiseta blanca y
me los puse.
Sentí la erección matutina abultando mi ropa interior y pensé que no
desaparecería tan pronto, ya que Charlie estaba cerca.
Necesitaba un café y una ducha lo antes posible.
Esa tarde iba a estar en la oficina para asistir a la reunión sobre un nuevo
proyecto para lanzar una campaña publicitaria de un gran cliente.
Era la primera vez que asistía a un evento de este tipo y tenía mucha
curiosidad por saber cómo les estaba yendo a los empleados a los que les
pagaba tan bien.
Salí del dormitorio para dirigirme a la cocina y cuando bajé, escuché
música alta proveniente de la habitación que había preparado con televisión,
PlayStation y todas las diabluras con las que solía divertirme.
Crucé la sala de estar, un pequeño pasillo, donde una vez nuestras fotos
estuvieron colgadas en la pared, como si nunca las hubiera visto, abrí la
puerta.
Las notas de Calvin Harris tronaban ensordecedoras. Miré alrededor. Un
gimnasio equipado con todas las máquinas había reemplazado todas mis
cosas. Apreté los puños molesto, porque ella había tocado algo que una vez
más no le pertenecía.
Me había excluido por completo. Olvidado. Borrado todo rastro de mí.
Cuando hube absorbido el golpe, decidí dirigir la mirada en su dirección.
Me había despertado excitado, con el miembro que no quería colocarse en
la ropa interior y cuando la imagen de mi esposa corriendo en la
caminadora llegó a mí, entendí que ese día entraría en el top ten de los
peores días de mierda.
No pude evitar mirarla, llevaba unos jodidos pantalones cortos rosas y un
top que apenas le cubría las costillas. Gotas de sudor perlaban su piel. Su
cabello, recogido en una coleta alta, estaba mojado. No quería, pero no
pude evitarlo, mirar su trasero.
Era perfecta.
Mucho más perfecta de lo que la recordaba.
Tuve que contenerme. No podía mostrarle mi debilidad, aunque odiaba la
forma en que ella había terminado nuestra relación, no podía negarme que
aún hoy, ella era la única mujer que hubiera deseado para siempre. Y ella no
podía ni debía saberlo.
Enfurecido conmigo mismo y con mi polla, presioné el botón del estéreo
más fuerte de lo que quería. La habitación quedó en silencio. El único
sonido que se podía oír, eran los jadeos de su respiración.
Cielos.
Cuando Charlotte se dio cuenta de que no estaba sola, bajó el nivel de la
carrera hasta detenerse.
Se volvió hacia mí.
Era el primer día que estábamos juntos, su amiga había decidido irse,
convencida de que necesitábamos estar solos para aclarar antiguos
malentendidos. Como si eso fuera realmente posible...
Silenciosa bajó de la cinta, agarró la toalla que descansaba sobre una silla
y se la pasó por el cuello y la cara.
Seguí sus movimientos consciente de que mi respiración se aceleraba.
¡Mierda!
¿Podría una mujer romper así mis defensas?
Lo había logrado desde que era niña.
—¡Eres buena deshaciéndote de mis cosas! ¿Cuándo pasó, una semana
después de que me fuera? ¿El día después? —Me adentré más en la
habitación.
Charlie, con mucha calma, tomó una botella de agua, desenroscó el tapón
y tomó un sorbo.
Sólo cuando terminó se volvió hacia mí y me fulminó con la mirada.
—El mismo día, si no recuerdo mal —dijo mientras comenzaba a secarse
de nuevo, esta vez entre sus pechos.
¡Mierda!
Por supuesto, sabía bien que lo que decía no era cierto, ya que fue ella la
primera en salir de Londres y aún no había regresado cuando yo me había
ido.
Descubrí unas semanas después dónde había estado, gracias a la portada
de una revista que vi en un quiosco mientras compraba el periódico.
—Veo que la celebridad te ha vuelto más gilipollas. —Di unos pasos
hacia ella.
La vi morderse el interior de la mejilla, mientras me ofrecía una expresión
de indiferencia.
—No mereces respuesta a ese comentario. Si no te importa, tengo que
continuar con el entrenamiento. —Caminó en mi dirección y cuando intentó
adelantarme, la agarré del brazo.
—Lo siento en cambio —hablé a unos centímetros de su boca.
Ignoré su familiar olor a lavanda.
Ignoré esos labios perfectos.
Ignoré la sensación que el roce de su piel desencadenaba en mi cuerpo.
Ignoré todo para intentar no sentir nada.
—Déjame Brian. —Nuestras miradas se cruzaron. Aunque quería mostrar
indiferencia, sus ojos verdes expresaban todo lo contrario. Sus pupilas
dilatadas, su respiración acelerada y los furiosos latidos de su corazón
demostraban que no le era indiferente.
—¿Y sino? —Pasé mi mano detrás de su espalda y la presioné contra mi
pecho.
Era diez centímetros más alto que ella y tenía una vista clara de sus senos
presionados contra mi pecho.
Una visión que casi me doblega.
¿Qué diablos estaba haciendo?
Charlie contuvo la respiración. Me vi obligado a usar todo mi autocontrol
para no mover mis manos hacia su trasero y presionarla contra mi ingle.
—Déjame Brian —repitió esta vez con voz más insegura.
—¿Y sino? —respondí acercando nuestros labios.
Charlie intentó apartarme, pero la abracé con más fuerza.
—¿Por qué lo haces? —preguntó casi con lágrimas en los ojos.
Porque eres mi esposa.
Porque te quiero.
—Porque quiero ver si mi roce logra mojarte como solía hacerlo. ¿Por qué
quiero entender cómo diablos se te ocurrió dejarme así? —Inmediatamente
lamenté esa pregunta. Aunque había mantenido un tono firme en mis
palabras, sentía mucho dolor. Sabía que no era un caballero en ese
momento, al mantenerla arrinconada en contra de su voluntad.
Ese comportamiento iba en contra de mi ética moral, pero tenía hambre de
ella y en el fondo, esperaba que ella aún me amara.
—Porque quiero saber cuánto tiempo necesito para hacerte implorar que
entre en ti. Como en los viejos tiempos, Charlotte, ¿recuerdas? Cuando
follábamos por todos los rincones de esta casa. —En ese momento parte de
mi autocontrol se fue al carajo, agarré su trasero y dejé que nuestras partes
íntimas chocaran. Ella me dejó hacerlo y por el gemido que salió de su
boca, ya no tuve ninguna duda: seguíamos atraídos el uno por el otro.
—Nosotros ya no existimos —dijo empujando con sus puños en mi
pecho.
No te voy a dejar. Coño.
No aún.
En ese momento vislumbré sinceridad en su mirada. Realmente sentía lo
que estaba diciendo. Ella había pasado página. Siguió adelante.
Me sentí como un idiota.
Ella me había convertido en medio hombre y eso fue suficiente como para
reavivar mi ira contra ella.
Rápidamente la solté.
Ella aún me quería, lo había notado, no había sido un error. Todavía
anhelaba mi cuerpo. Mi tacto. Pero no lo que encerraba. No el hombre que
había sido y en el que me había convertido.
Nueve días, Charlotte. Te quedan nueve días y luego todo esto ya no será
tuyo.
Me alejé rápidamente, salí de la habitación y cerré la puerta.
Hubiera sido más fácil destruirla teniéndola lejos.
CAPÍTULO 13

Charlotte

Cuando Brian cerró la puerta, me vine al suelo. Mi piel en llamas, la


dificultad para respirar y el corazón que sonaba como el tambor el día de la
boda de William y Kate.
Brian realmente había vuelto, con toda su habilidad para retorcer mi
mente y mi razón.
Y yo, siempre más a merced de mis emociones.
De mis errores.
De mis sentimientos de culpa.
Si lo hubiera sabido.
Si solo hubiera imaginado lo que había pasado dos años antes, no solo me
habría quitado todo, sino que me habría arruinado por completo.
Tenía que llamar a Stefan.
Tenía que hablar con él y cerrar esta historia.
Luego tendría que buscar un nuevo hogar.
Quizás en otra ciudad.
Otro continente.
Lejos de todos.
Me arrastré hasta la pared apoyando la espalda y la cabeza. Cerré los ojos
sin intentar contener las lágrimas.
En ese momento no tenía que ocultar mi fragilidad ni a Jordan, AB,
periodistas ni estilistas. En ese momento estaba sola, como siempre lo había
estado en la vida, crecida sin el amor de una madre que no lograba sentir
afecto por nadie más que por ella misma e inmersa en el odio de un padre.
En ese momento, sin embargo, extrañaba sentir el calor de una familia.
Alguien que me amara, que me extendiera su mano, que me sostuviera en
sus brazos y me susurrara: “Apóyate en mi hombro”.
Necesitaba desesperadamente ese algo que había estado perdiendo durante
demasiado tiempo, la única familia real que había tenido.
Él.
En aquel momento no pude evitar volver a cuando era feliz. Cuando me
hacía feliz.
Cuando, juntos, éramos uno.

—¿Qué escondes ahí atrás? —Brian había llegado de repente y estaba


apoyado contra el marco de la puerta con los brazos cruzados.
Llevaba un traje completo negro que resaltaba sus ojos azules y cabello
rubio. Me sentía muy orgulloso de haberme casado con un hombre no solo
sexy y atractivo, sino también con una de las promesas de la legislación
inglesa.
—¿Yo? Nada. —Fingí indiferencia mientras seguía mirándolo con
picardía desde el otro lado de la habitación.
Me gustaba mantenerlo alerta. Esconderme como el ratón con el gato.
Esta adversidad mía a ceder fácilmente ante él, siempre lo había excitado
—Mentirosa —declaró mientras una chispa encendía su mirada de deseo.
Mordí mi labio mientras sostenía en mis manos algo que cambiaría
completamente nuestra vida.
Brian se quitó la corbata y la dejó caer al suelo, al tiempo que lo hizo con
su chaqueta.
Comencé a sentir la necesidad de él.
Una necesidad que crecía con cada paso él que daba en mi dirección.
Pero no era el momento de dejarse ir por la pasión, al menos no
enseguida.
—Si no quieres decírmelo, significa que tendré que averiguarlo por mí
mismo. —Se arrojó sobre mí, pero me moví rápidamente.
—Pagarás el precio por este comportamiento, lo sabes, ¿no es así?
—No sé si excitarme o tener miedo —respondí moviéndome en la
dirección opuesta a él.
—Yo diría que ambas. —Diciendo esto agarró mi brazo primero y cuando
estuve lo suficientemente cerca, agarró mis piernas y me levantó. Me aferré
a él mientras dejaba que aplastara su cuerpo mi espalda contra la pared de
la ducha.
Me sentía protegida en sus brazos.
A salvo.
Junto a él había dejado de sufrir.
—Ahora abre ese puño y muéstrame lo que me ocultas —ordenó mientras
sus cálidos labios comenzaban a besar mi cuello.
—Si haces eso me pones las cosas difíciles —respondí empujándome
hacia su cuerpo.
Entonces Brian se detuvo, me tomó por la barbilla y buscó hasta
encontrar nuestra mirada y me besó hasta dejarme sin aliento.
Cuando se despegó ambos estábamos jadeando y excitados.
—Te extraño a cada minuto —susurró cerca de mi boca.
En ese punto me armé de valor y puse la prueba de embarazo frente a sus
ojos. Las dos líneas rosadas se veían vívidas contra el fondo blanco.
Los ojos de Brian se movieron un poco antes de que la sonrisa más
brillante que jamás había visto apareciera en su rostro.
—¿Tienes un retraso? —susurró casi incrédulo.
—Pronto debería darnos el resultado. —Apreté su cuello y reforcé mis
piernas alrededor de su cintura.
Me agarró del pelo y empezó a besarme de nuevo. Le correspondí con la
certeza de transmitirle todo el amor que sentía.
Cuando nos separamos, volvimos a mirar la prueba que sostenía en mis
manos.
Era negativo.
—No importa. Llegará y si no llega tendrás que conformarte sólo
conmigo.
Incluso en momentos de gran decepción, Brian sabía cómo hacerme
sonreír.
Si en realidad, hubiéramos estado solos él y yo, la vida habría sido de
cualquier forma una vida maravillosa.

Regresé a la realidad entre un sollozo y otro. El pasado era pasado y no


tenía que dejar que me destruyera aún. Quitarme de nuevo el pequeño
espacio de felicidad que había construido con tanto esfuerzo.
Mi esposo ya no me conocía. No conocía la horrible mujer en la que me
había convertido. Él nunca podría amarme.
¿No es así?
Había pasado demasiado tiempo reflexionando sobre nuestra historia, mis
errores, y había ganado, lo había dejado todo atrás, o al menos, eso era lo
que pensaba.
¡Basta Charlotte! Ha llegado el momento de reaccionar.
Me levanté del piso, caminé hacia el estéreo y agarré el teléfono celular
que había dejado antes de comenzar mi entrenamiento.
—Oye, ¿cómo te va, cariño?
—No tienes perdón por lo de anoche, me dejaste sola. —Se había ido tan
pronto como Brian salió de la cocina. Me había deseado suerte, además de
recordarme lo estúpida que era por no habérmelo follado aún.
De hecho, me hubiera encantado acostarme con él. Simplemente no quise.
Éramos dos imanes y las sensaciones que había experimentado al estar
cerca de él me recordaron lo que era estar excitada. Por esto tuve que
buscarme una distracción. Después de todo, incluso el psicólogo me había
dado luz verde para ello.
—Apuesto a que lo lamentaste. —Ab tal vez no entendió la gravedad de
la situación, sin embargo, no respondí a su afirmación, pero fui directa al
grano.
—¡Saldremos esta noche! Quiero pasar una noche sin pensar. Una velada
en compañía de duros alcoholes.
—¿Qué intenciones tienes, Charlotte?
—Tengo intención de sacarme las ganas. —Ab se echó a reír.
—Ya era hora. Yo me ocuparé del sitio.
Después de colgar, marqué otro número, el de Stefan.
Brian tenía que irse y mi hermano tenía que ayudarme
CAPÍTULO 14

Brian

—Brian, ¿puedo entrar? —Me volví hacia John que estaba parado frente a
la puerta abierta.
La oficina de mi padre estaba ubicada en el tercer piso, la única presente,
junto con otra más pequeña de su asistente.
La elegancia de los muebles antiguos y hechos a mano era la antítesis de
lo que yo tenía en Nueva York.
Mi oficina estaba amueblada con todos los accesorios modernos, así como
un piano bar con licores y aperitivos.
Encontrarme sentado en su lugar me hizo sentir incómodo, equivocado.
—Por favor —indiqué para que se sentara.
La reunión a la que asistía era considerada un evento, no solo porque
trabajaban aquí los mejores publicistas del mercado, pues había un
ambiente familiar, de colaboración, respeto.
No pude evitar pensar que Stefan estaba haciendo un buen trabajo y por
un momento se me pasó por la cabeza de que dejarlo dirigir toda la empresa
sería lo correcto.
—Mucha gente se ha quedado sorprendida con su presencia hoy aquí —
dijo el socio principal, tomando asiento frente a mí.
—También creo que por mi silencio. —Por primera vez no supe qué decir
y cuando me preguntaron qué pensaba de la presentación de la campaña, no
encontré las palabras adecuadas revelando el hecho de que no entendía un
carajo.
John me devolvió una sonrisa que ciertamente no se reflejaba en su
mirada.
Probablemente él también pensaba que si hubiera decidido poner la mano
en su trabajo, habría mandado todo a la mierda, pero lo que no sabía es que
yo también había pensado en ello y seguro y de hecho, ya tenía la persona
en mente para delegarlo todo, una vez que Stefan dejara de tocar las bolas.
Solo tenía que encontrar una manera de que esto sucediera.
—Stefan sabe que estás aquí. Regresará en tres días. Ha convocado una
reunión de la junta directiva, estoy seguro de que querrá contarnos sus
novedades.
Me levanté de la silla, me acerqué con calma a la pared donde colgaba un
cuadro de mi padre, retratado junto a la reina Isabel, metí las manos en los
bolsillos y me detuve a mirarlo.
Mi familia paterna figuraba entre las más prestigiosas de Londres y
aunque ya no tenía relaciones con primos y tíos, seguía llevando un apellido
importante.
No habría dejado que nadie manchara su reputación convirtiéndolo en el
hazmerreír de la ciudad.
Mi padre no se lo merecía. Ya había sufrido demasiado cuando murió mi
abuelo y las guerras para impugnar su testamento habían provocado la
ruptura de la familia.
—Stefan no tendrá nada más que la exclusión total de esta empresa —
declaré con firmeza.
Estaba seguro de que estaba escondiendo algo como estaba seguro de que
Alex me daría noticias pronto.
Mi intuición nunca me había traicionado y esperaba que tampoco en ese
momento.
—Los miembros más ancianos te apoyarán, pero los más jóvenes son
devotos de él. Tienen miedo de perder sus trabajos y eso es plausible.
—Nadie perderá nada. ¿Dijiste tres días? —No tenía más tiempo. Si
Charlotte no recuperaba esas acciones, tenía que intervenir con la única
posibilidad que tenía.
Una posibilidad de la que había estado huyendo durante dos años.
—La reunión está programada para el martes a las diez de la mañana. —
habló John detrás de mí.
—Ya veremos —declaré resueltamente.
Saludé a mi viejo amigo acordando que nos volveríamos a encontrar el
lunes. Si Alex no me proporcionaba algo, me vería obligado a revelarle al
socio de mi padre mi jugada.
¿Pero estaba realmente preparado para lidiar con eso?
Por un momento lamenté todas mis decisiones.
Lamenté mi debilidad hacia la mujer con la que me había casado.
Lamenté haberla amado, amarla una y otra vez.
Ella me había demolido y por eso no quería dejarla libre.
Regresé a casa a la hora de la cena. Ciertamente no esperaba que Charlie
hubiera preparado algo para comer, ya que le había dado a Desy un par de
días libres. Obviamente, mi esposa no estaba nada contenta con esa
decisión, gran satisfacción para mí.
Si antes vivía mis días para hacerla feliz, ahora en cambio, me hacía feliz
molestarla.
Joder, parecía un chico de catorce años.
Crucé el pasillo, las luces estaban todas apagadas, el ambiente tan frío y
desnudo que me dieron ganas de escapar, de volver a las luces de Nueva
York.
La música que venía del piso superior, sin embargo, era cualquier cosa
menos baja.
Caminé en esa dirección, subí las escaleras para llegar a mi habitación a
ponerme algo cómodo antes de pedir comida, pero cuando llegué al final de
la escalera, la música se detuvo y la risa llegó a mis oídos.
Seguí caminando, pero en lugar de ir hacia mi habitación me dirigí a la de
Charlie.
Me detuve a mitad de camino cuando vi que se abría la puerta y ella, junto
con su amiga, salían.
Se estaban riendo de algo que Abigail había dicho y cuando levantó la
vista y nuestras miradas se encontraron, me quedé petrificado.
Habían pasado dos años. Dos años que no había visto la sonrisa de mi
esposa. Una sonrisa que hice bien en no apagar nunca. Una sonrisa que
quería custodiar en su rostro, porque la hacía tan hermosa que me
enamoraba de ella cada día.
Y ahora su sonrisa estaba ahí.
En su cara.
Un rostro que no había olvidado.
Que había imaginado ver en cada mujer que me había llevado a la cama.
¡Maldición!
Charlie, seguida por su amiga, caminó en mi dirección.
El vestido, si se puede llamar así, le llegaba hasta la mitad del muslo.
Apreté los dientes.
Nunca me importó lo que vistiera mi esposa, pero en aquel momento ella
no era mía. No estaba saliendo conmigo. La idea de que cualquier hombre
que le hubiera puesto los ojos encima y se la hubiera querido llevar a la
cama, me ponía como loco.
Sin embargo, traté de calmarme. No quería sonar como un celoso patético.
Los tacones tronaban en el suelo, las caderas se movieron sinuosamente.
Estaba acostumbrada a desfilar por las pasarelas del mundo, pero en ese
momento lo hacía para mí. Nuestras miradas eran fuego capaz de encender
las sensaciones más primitivas.
¡Cielos! Cuánto quería meterme dentro de ella. Oler de nuevo el perfume
de su piel y el sabor de su boca.
Cuando llegó frente a mí observé que con los tacones me llegaba a la
barbilla.
Con esos zancos de zapato hubiera sido fácil pegarla contra la pared y
sumergirme sin el esfuerzo de levantarla.
—Nosotras salimos —advirtió enojada.
—Pensé que os estabais preparando para una fiesta de pijamas —dije con
ironía.
—Adiós Brian. —Pasó junto a mí con su amiga.
No la detuve.
Tendría todo el tiempo para recuperarla.

Una hora después de pedir el pollo frito que recordaba era mejor de
Londres, me trasladé a la sala de estar. Dejé la computadora portátil sobre la
mesa, me senté en la silla que usaba mucho tiempo atrás, cuando Charlotte
y yo éramos una familia y la encendí.
Tomé otro sorbo de cerveza antes de conectarme a Internet.
La bandeja de entrada marcaba cincuenta y dos mensajes nuevos, pero
sólo uno resultó ser el más interesante.
Era de Alfred, nuestro investigador, Alex le había avisado de inmediato y
se puso manos a la obra en seguida. Habría pagado el doble con tal de que
me salvara el trasero. Después de todo, esa era la causa que más me
interesaba.
Abrí el mensaje, el texto era breve y conciso.
—En las fotos está todo.
Descargué los archivos adjuntos, me tomó unos minutos verlos y leer los
documentos y cuando terminé, se imprimió una sonrisa en mi rostro.
Bingo.
Tenía lo que quería.
Cerré la computadora satisfecho, le envié un mensaje a Alex para ponerlo
al día y agradecerle, y me moví hacia la silla para disfrutar mi cerveza
satisfecho.
Me interrumpió el sonido de la puerta al abrirse y los ruidos provenientes
de la entrada.
Las voces se volvieron más insistentes y además de la de mi esposa
escuché una masculina.
Maldiciendo, me levanté y me dirigí hacia allí. Cuando llegué, mi buen
humor se reemplazó por el urgente deseo de golpear al hombre que sostenía
a mi esposa en sus brazos.
—¡Será mejor que te vayas de inmediato! —Charlotte se volvió hacia mí,
su maquillaje desarmado y su cabello estaba desordenado.
—Ups, me olvidé de decirte que estoy casada. —Ella se echó a reír
mientras se dirigió al idiota que la abrazaba por la cintura.
Estaba completamente borracha, era obvio, así que esperaba con todo mi
corazón que él no la hubiera tocado, de lo contrario haría mucho más que
darle un puñetazo.
—Un pequeño detalle —respondió el idiota tragando.
—Tienes dos segundos para desaparecer. —Me acerqué a ellos y tomé a
mi esposa de la mano, sacándola de sus brazos y apoyándola en mi pecho.
Ella continuó riendo, poniendo a prueba mis nervios.
—Cálmate, amigo, solo queríamos divertirnos un poco.
—Ahora se acabó la diversión y si tan solo la tocaste con un dedo, mi cara
será la última que verás. ¡Sal! —Yo era al menos veinte centímetros más
alto que él y mucho más corpulento.
—No la toqué y no quiero problemas, así que me voy.
¡Gilipollas!
Cuando la puerta se cerró a mis espaldas, volví a mi esposa hacia mí.
Apestaba, y su rostro dibujaba la expresión clásica de quien está de mal
humor.
—¿Qué crees que estás haciendo y adónde diablos acabo Ab? —Una leve
sonrisa curvó sus labios y luego su rostro cambió, se volvió de un verde
pálido, lentamente vi sus mejillas hincharse hasta que fui golpeado por algo
en el pecho...
CAPÍTULO 15

Charlotte

Estaba flotando.
¿Había aprendido acaso a volar?
Estaba tan bien.
Quizás estaba muerta.
Sí, estaba muerta y un ángel me llevaba al cielo.
Olía tan bien.
Hacía tanto calor.
Tan protector.
Si esta fuera mi eternidad, no echaría en falta la vida.
Me abracé a aquel cuerpo acogedor, puse mis brazos alrededor de su
cuello y apoyé mi cabeza en su hombro.
¿Me estaba hablando? ¿Qué estaba diciendo? Palabras ininteligibles, ¿era
acaso el lenguaje de los ángeles?
Me parecieron maldiciones, pero tal vez era yo quien no conocía el
significado.
Seguí con los ojos cerrados y me rendí ante aquellos brazos que me
sujetaban y me llevaban quién sabe dónde.
Finalmente estaba en paz.
Mi alma estaba en paz.
Entonces, ¿por qué sentí este fuego dentro que quemaba mi estómago?
Un sabor amargo que subía por la garganta.
Pero a quién le importaba, total, estaba muerta.
Pasaron unos segundos antes de que mi ángel me acostara en el suelo.
Traté de agarrarme a sus brazos, pero él me apartó y la falta de su contacto
me dejó temblando de frío.
Abrí los ojos y me encontré cara a cara con el rostro de mi marido.
¿Qué hacía aquí?
¿También estaba muerto?
Entrecerré los ojos mientras sus manos vagaban por mi cuerpo.
Palabras de colores salían de su boca... ¿qué estaba haciendo? Me estaba
desnudando.
Mi boca estaba pegajosa y no podía pronunciar una frase sensata, así que
traté de escapar de su contacto.
¿Estate quieta, Charlotte? ¿Qué carajo te bebiste? —Su tono era frío, nada
que ver con la calidez de mi ángel.
No era un ángel dispuesto a llevarme al Paraíso.
Lo había sido.
Mucho tiempo antes.
Pero ahora ya no lo era
Me quedé quieta y dejé que mi ropa cayera al suelo en una pila
insignificante.
Brian me levantó de nuevo, mis ojos chocaron con la piel desnuda de su
pecho.
Se había quitado la camisa. ¿Por qué?
Entonces los recuerdos empezaron a aclararse.
Le vomité encima.
¿Y el chico que había traído a casa? ¿Me había dejado tocar? ¿Besar?
Esperaba que no.
Comencé a sentir lágrimas corriendo por mis mejillas mientras las náuseas
se acumulaban.
Si no me hubiera traicionado.
Si aún no lo amara tanto.
¿Por qué? Porque nos pasó a nosotros.
Éramos tan felices.
Porque era tan imperfecta que cometí el mayor error de mi vida.
Me estallaba la cabeza y lo único que quería hacer era desaparecer y que
desapareciera.
Había vivido los últimos años engañándome a mí misma pensando que
había construido una vida perfecta, pero en realidad todo lo que estaba
experimentando era una mera ilusión.
No había vida sin él.
—¿Me has traicionado? Stefan dice... Stefan ha dicho...
A estas alturas mis ojos eran un río inundado, ni siquiera sabía si las
palabras que había formulado en mi mente habían salido correctamente de
mi boca.
—No logré perdonarte y ahora no logro perdonarme a mí misma. —
Deglutí. —Desearía poder amarte de nuevo, pero ya no sé cómo hacerlo. —
En ese momento, los sollozos resonaron en el aire.
Hubo silencio, lo que sentía era solo el dolor que por muchos años se
había quedado atrapado en mi alma y ahora empujaba por salir.
—Basta, Charlotte. Deja de hablar. —Mi mirada se encontró con la suya.
En sus ojos azules vi el horizonte. Mi destino. Mi refugio.
Sentí de nuevo calidez.
Aquellos brazos me apretaban aún.
El calor había vuelto a calentar mi cuerpo tembloroso.
Todavía podía oler aquel perfume.
El suyo.
Mi ángel había vuelto.

Tan pronto como abrí los ojos, me inundó el estruendo que provenía de mi
cabeza. Sentía un dolor ensordecedor. Entendí que estaba en mi cama sólo
porque reconocí la sensación de las sábanas de seda sobre mi piel desnuda.
Desnuda.
Estaba desnuda.
Sentí ganas de vomitar y la idea de que Brian me hubiera visto en esas
condiciones aumentó.
La habitación estaba envuelta en oscuridad, las contraventanas cerradas,
pero había tenues rayos de luz que me hacían pensar que era de día.
Los recuerdos de la noche anterior se habían desvanecido y no era
necesariamente malo.
Probablemente había tomado un par de tragos como máximo, pero no
había tocado el alcohol durante más de un año y fueron suficientes para que
se me fuera la olla.
Me senté, mi cerebro parecía querer explotar, simulaba una pesadilla.
Escuché un suspiro desde el otro lado de la habitación, me volví
abruptamente y mis ojos encontraron los suyos.
Estaba sentado en la silla y me miraba fijamente.
—Hay agua y una aspirina en la mesita de noche. Te esperaré abajo. —Su
voz había perdido ese tono molesto que no hacía más que confundirme.
Lo vi levantarse y venir hacia mí. Me tapé los pechos con las sábanas.
—No hay nada que tengas que no haya visto.
—No recuerdo… lo que pasó anoche. ¿Qué te dije... Qué hice. —Se sentó
frente a mí y tomó un mechón de mi cabello entre sus dedos.
—Hablamos de eso más tarde, ¿de acuerdo? Ahora toma la aspirina,
arréglate y nos encontramos. —Soltó mi cabello y me pasó el vaso de agua.
Nuestros dedos se rozaron y sentí aquella sensación de estremecimiento
que solo él podía transmitirme.
Nuestros ojos se encontraron. Fue increíblemente hermoso. Un hombre
que podría haber tenido a cualquier mujer.
Un hombre que una vez me eligió. Se había casado conmigo.
Y luego me había traicionado.
Me había negado durante demasiado tiempo lo mucho que lo extrañaba,
pero ahora que estaba aquí ya no podía mentir.
Nunca amaría a nadie como lo amaba a él.
Desafortunadamente, nunca podríamos volver a estar juntos.
Contuve las lágrimas. No quería que me viera llorar, ya me había
humillado la noche anterior, aunque no recordaba nada, estaba segura de
que mi estado era repugnante.
Se levantó, salió de la habitación y me dejó solo.
Me quedé mirando la puerta cerrada. Tarde o temprano se iría para
siempre. Por mi culpa. Una vez más.
Solo quedaba ver si, como entonces, también se llevaría consigo mi
corazón.
CAPÍTULO 16

Brian

Dos años antes

El bufete de abogados que me contrató era el mayor competidor de mi


abuelo. No es que no me quisieran en su despacho, era yo quien no quería
trabajar allí.
Yo tenía mis reglas. Mi modus operandi, diferente al de ellos.
Sin embargo, a pesar de ser un abogado joven, en mi puesto actual me
confiaban casos bastante exigentes.
Como el que acabábamos de ganar, después de un arduo trabajo en
equipo y compromiso por mi parte y mi colega.
—¡Tenemos que celebrarlo! Con esta victoria hablarán de nosotros en
todas las noticias. —Descorchó una botella de champán y vertió su
contenido en dos vasos.
Estaba en la cima de mi carrera, mi esposa estaba embarazada de mi hijo
y no podría estar más satisfecho de cómo estaba.
No sabía qué bien había hecho tan bien en estos veintiséis años, pero
estaba seguro de que me merecía toda esa felicidad y sin duda la
disfrutaría al máximo.
—Brindemos; por nosotros, socio. —Agarré el vaso que Susan me entregó
y lo choqué contra el suyo.
Vacié el contenido, dejando que el sabor acre y las burbujas me rascaran
la lengua.
Era tarde y mi único deseo en ese momento era irme a casa y celebrarlo
con mi esposa.
Susan, sin embargo, no lo pensaba así. Para ella, aún no era el momento
de volver con su marido, al menos no antes de unir sus labios a los míos.
Era al menos cinco años mayor que yo, una mujer hermosa, eso sin duda,
pero el contacto con su boca me causó rechazo.
La traición no estaba contemplada en mi vida, ni por diversión ni por
cabalgar en la ola de la euforia, y aunque me tomó unos minutos
separarme de ella, fui bastante claro después, cuando le dije que olvidaría
ese gesto, pero que no debía repetirse.
La dejé en mi oficina para correr a casa. Correr hacia la mujer a la que
le debía respeto, a quien amaba y que no merecía ser traicionada.

—¿Bacon frito con huevos? —La escuché preguntar mientras ponía el


desayuno en la sartén.
—Son tus favoritos si no recuerdo mal. —No me volví hacia ella para no
arriesgarme a quemarlo todo. Ella me distraía. Sus ojos me distraían.
—No los he comido en dos años. Desde la última vez que los hiciste para
mí —respondió con voz emocionada.
Nos habíamos separado de la peor manera, pero después de lo que había
afirmado la noche anterior presa del alcohol, llegó el momento de
aclararnos.
—Me gustaba cocinarlos para ti. Aunque odio el bacon. —Apagué el gas,
agarré un plato, serví el contenido, me volví y se lo entregué.
La miré en silencio mientras comía lentamente su plato, pensando lo que
sucedería a continuación. Pensando en la posibilidad real de dejarla ir. De
disolver nuestro matrimonio.
Ambos merecíamos nuevas oportunidades y si el destino nos hubiera
querido separar, probablemente no podríamos luchar contra él.
Lo que estábamos compartiendo era un momento íntimo al que estábamos
acostumbrados en el pasado y aunque habían transcurrido años, me di
cuenta de lo mucho que extrañaba nuestro día a día.
Podríamos estar juntos en cualquier lugar, o no estar en ninguna parte, si
no teníamos las actitudes que completaban nuestra rutina.
—Creo que explotaré pronto. Esto me costará una sesión de
entrenamiento adicional —comentó Charlotte después de morder el último
trozo de panceta. La había estado mirando durante toda la comida,
disfrutando de su expresión claramente satisfecha.
Se me escapó una sonrisa y le quité el plato de debajo de los ojos.
—Brian, yo... —Se detuvo, probablemente buscando las palabras
adecuadas para preguntarme qué diablos me había dicho la noche anterior.
No creía en la teoría de que no se recuerda nada después de una resaca.
Yo, por mi parte, había bebido hasta desmayarme, pero los recuerdos,
aunque no muy claros, nunca habían desaparecido por completo.
Cuando terminé de arreglar los platos, me volví y me apoyé contra el
fregadero. Estaba frente a ella, nos separaban unos metros, y notamos
claramente nuestra distancia. Era demasiada.
—Siento lo de anoche. No suelo beber, no traigo a chicos a casa. Al
menos ya no.
Sabía del pasado de mi esposa. En los últimos días había decidido hacer
una investigación sobre ella, no en profundidad, sino sólo para saber qué
había estado haciendo en estos dos años y lo que había descubierto tan solo
había alimentado mis celos hacia ella, pero su reacción estaba dictada por
su falta de claridad. El final de nuestra historia nos había marcado
irremediablemente.
Para mí había sido lo mismo. Había follado hasta enfermarme, para
olvidar algo que sabía que nunca podría y para ella había sido lo mismo.
También éramos iguales en eso.
Mismo sufrimiento.
Misma reacción.
Solté un suspiro y me crucé de brazos. No tenía camisa, así que la mirada
de Charlotte se detuvo en mis abdominales y cuando se dio cuenta de que la
estaba mirando, sus mejillas se pusieron rojas.
—¡Nunca te he engañado, Charlotte! Te amaba demasiado para hacer eso.
—Mi voz era firme, nunca hubo una verdad más plena en mi vida y ella lo
sabía.
Un silencio tenso cayó entre nosotros.
Charlotte se mordió el labio inferior, desvió la mirada hacia el suelo antes
de volverla hacia mí.
—Ha pasado mucho tiempo, Brian. Olvidamos lo que pasó y seguimos
adelante con nuestra vida. Ayer hablé con mi hermano, volverá en un par de
días, dice que está dispuesto a negociar. Encontrareis una solución.
Negociación, ¿eh? Una sonrisa invisible estalló en mi pecho. Si supiera lo
que le esperaba, no aparecería.
Se levantó dispuesta a salir de la habitación. Dispuesta a dejarme de
nuevo, pero fui más rápido y la agarré por el brazo.
—Ni tú ni yo hemos olvidado nuestra historia. ¿Cómo podemos pretender
continuar? —Nuestro contacto fue suficiente para incendiar el ambiente.
Esa declaración fue suficiente para reavivar viejas emociones.
Los ojos de Charlotte se llenaron de lágrimas. Tenía un gran deseo de
besarla. Perderme en ella. Sentirme vivo dentro de ella.
—Ya no puedo amarte. ¿Lo entiendes? —gritó tratando de soltarse.
—Son solo gilipolleces. —La hice retroceder hasta que apoyó la espalda
contra la pared que estaba a unos centímetros de nosotros y la bloqueé entre
mis brazos.
—No puedo, Brian. Lo siento. —Sus dedos temblorosos rozaron mi
mejilla. Estaban fríos, pero aun así lograron quemarme la piel. Puso su otra
mano en la otra mejilla. Nuestros ojos se encontraron. Se mezclaron. Se
miraron el uno al otro como lo hacían una vez.
Con amor.
Con pasión.
Con ganas de tener al otro.
Fue con esa convicción que sus labios alcanzaron los míos. Que nuestras
bocas se tocaron.
Que se acortó la distancia.
Fue cuando nuestras lenguas se entrelazaron, nuestros sabores se
mezclaron, que todo desapareció.
Que el pasado dejó de existir, el futuro fue olvidado. Sólo existía el
momento.
Ella y yo.
Y el deseo desesperado de sentirse, como en el pasado, como cuando el
único propósito era estar juntos.
Charlotte siguió besándome, pero tan suave beso no fue suficiente para
mí.
Yo la quería.
Toda.
Sujeté su cabeza y presioné mi boca contra la suya. El gemido que salió
de su garganta me dio un hizo recordar cómo le gustaba disfrutar cuando
estaba debajo de mí.
—No voy a parar. Te quiero ahora. En este lugar —susurré alejándome de
ella solo unos pocos milímetros.
—No te detengas, Brian. Te necesito ahora mismo. —Sus palabras fueron
suficientes para hacerme perder el control.
Tomé sus largas piernas y la hice entrelazarlas alrededor de mis caderas.
No había tenido una erección así desde hacía dos años. Dos jodidos años en
los que solo había follado y nunca había hecho el amor.
Y ahora iba a remediar esa falta de realización.
Tenía la intención de recuperar el tiempo perdido y aunque realmente
hubiera terminado, como ella dijo, me llevaría conmigo el recuerdo
imborrable del sabor de su piel.
CAPÍTULO 17

Charlotte

Sabía que todo se limitaría a eso. Era consciente de que no podía darle
más que mi cuerpo, pero mi cuerpo era todo lo que tenía ahora. Por eso
trabajé duro para hacerlo perfecto. Para mantenerlo a salvo, lejos de manos
desconocidas, al menos en el último año. Desde que entendí que lo que
estaba haciendo, tan solo me lastimaba.
Pero con él, con Brian era otro asunto completamente diferente.
Sus manos no eran desconocidas.
Sus manos conocían cada centímetro de mi piel.
Sus manos podrían reparar las partes destruidas de mí.
Mientras su cuerpo se estrechaba al mío, incluso el sentimiento de muerte
que cargaba durante dos años aflojaba su tenaza ahora.
Dejé que Brian me acostara en el suelo. Que me despojara de toda la ropa.
Que me besara donde quisiera.
—He buscado tu sabor en cada mujer. Tu olor en cada compañía, pero
siempre he salido perdiendo. —Su voz grave y su jadeo irregular dieron
lugar a espasmos en la parte baja de mi abdomen donde su lengua había
comenzado a explorar mi parte más íntima.
Agarré su cabello rubio dorado mientras empujaba más profundo.
Me había faltado todo. El placer. El deseo. La pasión. Sin él, mi vida era
una serie interminable de tonalidades oscuras.
El orgasmo llegó rápidamente, explotando en mil chispas eléctricas y
otorgándole a mi cuerpo momentos infinitos de intenso placer.
Nuestros ojos velados por la pasión se encontraron. Sus pupilas azules se
habían vuelto negras como la noche. Llegó a mi boca y la cubrió con la
suya, devolviéndome mi propio sabor.
Lo quería dentro de mí. Pretendía recuperar aquel momento de plenitud
que solo había encontrado con él.
Pasé mis manos alrededor de su cuello, acaricié su espalda mientras me
retorcía debajo de él.
Siempre fuimos nosotros, Charlotte. Siempre lo seremos —murmuró
antes de alejarse de mí. La lejanía del calor, de su presencia en mí, me hizo
comprobar el frío que sentía sin él. Por un momento pensé que se había ido,
que me iba a dejar en el piso de nuestra cocina, tal como yo lo había hecho
con él, pero cuando vi que simplemente se estaba quitando la ropa, suspiré
aliviada.
—Te prometo que te llevaré a la cama más tarde, pero ahora no puedo
esperar ni un minuto más. —Su peso volvió a estar sobre mí, se acomodó
entre mis piernas y de un solo empujón, me penetró hasta llenarme por
completo.
Y en un instante, la perfección también llegó a mi alma.
Cada estocada que me imponía. Cada vez que se apoderaba de mí en lo
más profundo, sentía alivio.
Alivio por haber encontrado, aunque fuera por poco tiempo, un amor
perdido.
Un amor roto.
Roto por mí.
Sus gemidos superaron los míos. Me aferré a su espalda impregnada de
gotas de sudor.
Me acostumbré a su movimiento. Lo seguí. Seguí aquella pasión que nos
llevó al placer.
Hacia un orgasmo que solo juntos podíamos lograr.

Permanecimos en esa posición durante unos minutos, yo debajo de él y él


dentro de mí. Cuando nuestra respiración volvió a la normalidad, él se
desplazó y lo vi sentarse a mi lado.
—¿Cómo pudiste pensar que otra podría darme todo esto? —Seguí
mirando al techo.
Sabía lo que había visto. Lo que Stefan me había mostrado.
Sentí que las lágrimas me picaban los ojos. Si tan solo hubiera tenido el
coraje de enfrentarlo, en lugar de encerrarme en mí misma. En lugar de
pensar que había renunciado a todo por él y que no se lo merecía.
En lugar de huir.
—Hay fotos tuyas y de Susan en tu oficina. —No continué la oración. No
había necesidad, Brian sabía muy bien de lo que estaba hablando.
—¿Por esa razón te fuiste? ¿Destruiste nuestro matrimonio? ¿Sin hablar
conmigo primero?
No.
—Era demasiado joven, Brian. Estaba renunciando al sueño de mi vida y
después de que Stefan me mostró las fotos pensé que tal vez no valía la
pena —mentí. Ahora mentía bien.
Le oí suspirar.
—Stefan es un hijo de puta. Probablemente actuó para poder apropiarse
de esas acciones. El único propósito de su vida.
Stefan siempre me había odiado, era hijo de la primera esposa de mi
padre, a quien dejó para casarse con mi madre.
Mi familia siempre había sido un conjunto de incoherencias. Cristiana en
apariencia. Practicante cuando le convenía.
—Probablemente las cosas debían ir así, Brian. No podemos cambiar el
pasado.
—Podemos pensar en el futuro. Stefan lo pagará, y sé cómo. Y nosotros...
nosotros podemos volver a hablar de nuestro matrimonio. —Sacudí la
cabeza. El frío de las baldosas se había apoderado de mí ahora.
Brian lo percibió, me levantó y me apretó contra su pecho.
Caminamos hasta el dormitorio.
Aún tenía ganas de él.
La tendría siempre.
Pero cuando me acostó entre las sábanas, sentí la necesidad de aclarar
nuestra situación.
—Firmaré los papeles del divorcio. Se acabó entre nosotros, Brian, pero
dejemos que estos últimos días sean hermosos para que nunca podamos
olvidarlos.
En su rostro vi pasar el dolor y al mismo tiempo, la resignación.
Nuestros caminos se habían dividido y probablemente nunca volverían a
cruzarse.
En ese momento advertí su cambio.
En ese momento se contentó con lo que podía tener, mi cuerpo.
Sus brazos se mostraron firmes cuando me estiró en la cama. Sus besos
fueron apasionados y furiosos. Sus manos me exploraron como si nunca me
hubieran tocado.
No habría más un nosotros.
Él y yo, juntos, se convertiría en un recuerdo inolvidable.
Incluso ahora, mientras sus manos agarraban mis pechos, mientras la
pasión hacía que sus pupilas se volvieran del azul más profundo que jamás
haya visto, lo sentí distante.
Distante de mi corazón.
Distante de su corazón.
Seguía siendo su esposa y él mi esposo, pero estaba claro que ya no le
pertenecía.
Pero aún quería pertenecerle sólo a él y sin embargo, no podía.
CAPÍTULO 18

Brian

Ella respiraba lentamente, mientras dormía con la cabeza apoyada en mi


pecho. Pensó que todo había terminado entre nosotros, pero yo sostenía lo
contrario. Cerraría el asunto con su hermano, que además, me debía una
explicación anterior y luego la retomaría. Charlotte era mi esposa y lo sería
para siempre.
Por eso el divorcio entre nosotros nunca se llevó a cabo por completo.
Ambos sabíamos que tarde o temprano nuestros caminos se unirían.
¿Cómo diablos sabía de Susan y yo? No hubo nada pero, ¿esa fue la
causa de nuestra ruptura? Me parece imposible que semejante estupidez
jodiera lo que teníamos.
Acaricié su cabello, que parecía sedoso y suave. No quería despertarla,
pero tampoco quería dejarla dormir mucho más. Sentí la necesidad de hacer
el amor con ella una y otra vez para recuperar el tiempo perdido, para darle
una idea de lo que nunca sentiría de nuevo, si tuviera aún la intención de
dejarme.
Pasaron unos minutos más y sus párpados se abrieron.
—¿Todavía te gusta mirarme mientras duermo? —Siempre me gustó
mirarla.
Trencé un mechón de su cabello con mi dedo y lo acerqué aún más contra
mi pecho.
—Me gusta mirarte en general. —Una sonrisa tímida se esbozó en su
rostro.
Nuestras caras estaban a milímetros de distancia y no pude resistir la
tentación de besarla.
Charlotte me dejó hacerlo, sus dedos descansaron en mi cara. Entrelacé
mis piernas con las suyas y en un segundo se extendió debajo de mí.
—Lo que estamos haciendo es...
—Hermoso. —No la dejé terminar la frase.
Me di cuenta de que en su compañía me convertía en otro hombre. Un
hombre que solo ella podía tener, diferente al que era en un tribunal o al que
se relacionaba con prácticamente todo el mundo.
Todo lo que podía ofrecer, el amor que pude dar, sólo podría tenerlo ella.
—Cuando acabe será aún más difícil. —Ignoré aquellas palabras.
Estábamos juntos ahora y no quería pensar en el después.
Después, habría una guerra en la que ella y su hermano perderían, a
menos que ella decidiera luchar contra él a mi lado.
Apresé su boca de nuevo, tomé sus brazos y los coloqué sobre su cabeza.
Charlotte plegó sus piernas detrás de mi espalda y me empujó hacia ella.
Entendí que no había tiempo para juegos previos, tal vez vendrían más
tarde, en ese momento solo necesitábamos mezclarnos, sentirnos, ser uno.
Entré en ella y me entregué a aquellas sensaciones tan primitivas y únicas.
Llegamos juntos a la culminación, me vertí en ella, hasta llegar a su alma.

Unas horas más tarde paseábamos por el jardín de Kensington. A Charlie


siempre le gustó ese lugar, un parque rodeado de árboles y flores y lleno de
ardillas que le encantaba alimentar.
Habíamos comprado dos Hot Dogs y nos dirigíamos al pequeño lago en el
centro del parque.
—No como Hot Dogs desde hace un siglo. Dios mío, qué rico.
Nos sentamos en uno de los bancos y quedamos en silencio unos
segundos.
—Y bueno, gran abogado, ¿cómo es la vida en Nueva York? —preguntó
de repente.
—Yo diría que no podría haber elegido una ciudad mejor. Caos, diversión,
mucho trabajo y buenos amigos.
—¿Cómo está Alejandro?
—Yo diría que está bien, después del caos que tuvo.
¿Qué le pasó ahora? Supe de la muerte de su esposa y su bebé, pensé que
estaba mejor.
Le conté sobre el viaje a México y todos los antecedentes.
—Increíble.
—¡Ya! Una historia bastante inusual.
En ese momento fuimos interrumpidos por el timbre de mi celular. Lo
saqué del bolsillo y leí el nombre de Alex.
—Hablando del diablo... —mostré el teléfono. —Ha estado llamándome
continuamente desde esta mañana.
—Responde, tal vez sea importante.
—Lo llamaré tan pronto como lleguemos a casa. —Hogar, aquella palabra
sonaba tan extraña después de tanto tiempo.
—¿Y tú? ¿Qué has hecho en estos dos años? —La vi morderse los labios
y me sentí abrumado por el deseo de morderlos.
—Dando vueltas por el mundo. —Charlie sonreía, pero su risa no se
mostraba en sus ojos. Parecía feliz, pero ¿lo era realmente?
También me sentí satisfecho, pero felicidad, eso era otra cosa.
—No te he traicionado, Charlotte, debes creerme, es importante para mí
—dije acariciando su mejilla.
—Te creo Brian. Ahora te creo.

Continuamos nuestra caminata, cruzando las calles que solíamos recorrer


juntos.
Stefan estaría de regreso en un par de días, así que todavía tenía tiempo
para estar con mi esposa.
Cuando llegamos a casa, la dejé ir al baño a darse una ducha. Tenía toda
la intención de encontrarme con ella, pero antes llamé a Alex para averiguar
qué tenía que decirme que era tan importante.
Miré el reloj, en Nueva York serían las once de la mañana.
Alex me respondió de inmediato.
—¡Brian! Te he estado llamando durante horas —vociferó desde el otro
lado del teléfono.
—Probablemente no podría responder. —Me sentía relajado y no tenía
ninguna intención de arruinar mi estado de ánimo.
—Hay una cosa importante que debes saber. Algo que Alfred encontró de
Charlotte.
—No sabía que también tuviera que investigar sobre ella. —Me quité la
camisa, encendí un cigarrillo y salí al balcón de la habitación donde dormía.
—Se lo pedí yo. Lo siento, pero tenía que saber si era algo asociado con
su hermano. De todos modos, te lo envío. Compré un pasaje, mañana nos
encontramos. —Parecía preocupado y el hecho de que quisiera venir hasta
aquí, reforzaba esa sensación.
—No es necesario. Las cosas van según lo previsto, Alex.
—Lee el contenido del mensaje y sé racional, ¿de acuerdo? Te conozco,
sé la reacción que puedes tener, pero escúchame: mantén la calma.
Colgué envuelto en un mal presentimiento. Nunca me había interesado la
vida de mi esposa después de lo nuestro, porque quería que ella ya no fuera
parte de mí, pero las cosas ahora estaban cambiando y me di cuenta de que
quería tener información de ella. Apagué el cigarrillo, volví a entrar en casa
y encendí el portátil.
El correo electrónico de Alex estaba ahí, algo me decía que no debía
abrirlo, que no debía leer su contenido, pero de mala gana pulsé sobre el
mensaje y descargué los archivos adjuntos.
En la pantalla aparecían fotos de Charlotte y su hermano. Ambos con sus
rostros cubiertos con grandes lentes de sol negras y envueltos en sus caros
abrigos.
Apoyaba la mano alrededor de su hombro y juntos entraban a una clínica.
¿Qué demonios?
Luego un documento.
Con fecha de 2019.
La firma de mi esposa en ese papel.
La solicitud de interrupción del embarazo.
Charlie estaba embarazada.
Charlie había abortado.
Y yo nunca me enteré de un carajo.
CAPÍTULO 19

Charlotte

Me estaba tomando más tiempo de lo previsto en la ducha, esperando a


que Brian me alcanzara, pero mi piel se estaba poniendo roja y mis dedos
estaban escamosos, así que decidí salir a buscarlo para entender por qué se
demoraba tanto.
Las cosas estaban claras entre nosotros. No habría futuro, lo que más
importaba ahora era el presente.
Y mi presente quería pasarlo con él.
Envolví una toalla alrededor de mi cuerpo, otra sobre mi cabello y salí del
baño.
En la gran casa reinaba el silencio y no es que me sorprendiera, había
vivido allí sola durante dos años y aparte de Desy y a veces Ab, nunca
nadie había compartido este espacio conmigo.
Me dirigí a la habitación donde se había instalado Brian. Una habitación
que siempre evitaba, porque estaba destinada a convertirse en la de nuestro
hijo.
La puerta estaba cerrada, así que llamé. Esperé unos minutos, pero nadie
vino a abrirme.
Lo llamé primero en voz baja, luego más fuerte, pero ni así obtuve
respuesta.
Entré, probablemente él también había decidido refrescarse y había
pensado en usar su baño privado.
Encontré la habitación vacía. No estaba. Miré a mi alrededor en busca de
algo que atestiguara su presencia, pero nada.
Salí de prisa. El sonido de pies descalzos retumbaba sobre el frío suelo de
mármol. Bajé las escaleras, grité su nombre en voz alta, pero ni rastro de
Brian.
Giré hacia la derecha mirando de lado a lado, confundida, incómoda.
¿Dónde estaba?
¿Volvería?
Advertí que ni siquiera podía llamarlo, pues no tenía su número.
En ese momento estaba asolada por el pánico.
Quería que se fuera.
¡Pero no así! Sin palabras. Sin un adiós.
Yo había hecho lo mismo.
Me sentí abandonada, sola, vacía.
¿Era así como se había sentido él también dos años atrás?
Yo tenía un motivo.
Una razón válida.
Empecé a sentir frío. Mi piel se estaba secando en la humedad de la
habitación, mientras la toalla que envolvía mi cabello estaba empapada.
Empecé a temblar, por el frío, por la sensación de vacío, por el dolor.
De nuevo ese maldito dolor que rompía mi corazón y destrozaba mi
razón.
El deseo de beber una copa de inmediato atravesó mis pensamientos, pero
no podía. Beber de vez en cuando sí, pero empezar de nuevo a colmar mis
sentidos con malestar, no.
Un golpe en la puerta me sobresaltó.
¡Brian! Había regresado.
Me moví rápidamente en su dirección, pero cuando la abrí, noté un nudo
en mi estómago.
Stefan estaba ahí y sus ojos no presagiaban nada bueno.

—Vístete y arréglate. Date prisa, tenemos que hablar —dijo con frialdad,
entrando sin ser invitado.
Lo dejé allí y corrí a mi habitación. Me puse pantalones de chándal y una
sudadera. Até mi cabello todavía húmedo en una coleta y bajé las escaleras.
Encontré a mi hermanastro apoyado contra el mueble de la cocina, el
mismo mueble donde Brian había estado sentado unas horas antes, con una
taza de café en las manos.
Stefan y yo no podríamos haber sido más diferentes. Él con su cabello
negro y ojos oscuros heredados de su madre y yo en cambio, con ojos
verdes y cabello rubio, transmitido por nuestro padre.
—Siéntate princesita y escúchame bien. —Usó el apodo de manera
despectiva, como lo hacía cuando éramos niños.
Lo complací a pesar de que dentro de mí me moría de ganas de romperle
la cara.
—Supongo que tu esposo ya te mostró los papeles del divorcio —
comenzó a decir después de tragar la bebida caliente.
No respondí, quería seguir escuchando y entender hasta dónde llegaría y
además, no tenía ningún derecho a meter la nariz en mis asuntos de nuevo.
Ya lo había hecho suficiente.
—¡Charlotte! Me tomó toda mi vida estudiar para estar a la altura de lo
que construyó nuestro padre, para tratar de ganar la mayor cantidad de
dinero posible, hacerme más y más rico y ahora no serás tú quien lo arruine
todo. Nadie arruinará mi plan.
—No entiendo lo que quieres de mí. —No quería escucharlo, no en ese
momento, cuando mi cabeza estaba ocupada pensando en dónde había ido
mi esposo y si alguna vez lo volvería a ver.
—No quiero que firmes esos papeles.
—¿Qué? —Me puse en pie.
Stefan había controlado mi pasado. Él había destruido mi matrimonio, no
le permitiría volver a darme órdenes.
—Hiciste todo lo que estuvo en tu mano para alejarnos. Viniste aquí con
esas malditas fotos para que nos separásemos. Sabías lo frágil que era en
ese momento. Lo mucho que Brian estaba cada vez más ausente con su
trabajo y lo sola que me sentía y me atacaste. Si hemos llegado a este punto,
es solo culpa tuya —grité con toda la rabia que guardaba.
—No, Charlotte, es solo culpa tuya, que hayas decidido no confiar en tu
marido. Un marido al que escondiste tu embarazo.
—Se lo habría dicho —grité con todo el dolor que llevaba en mi corazón
—. Se lo hubiera dicho si no lo hubieras... si no me hubieras acompañado...
—Basta Charlie. Eras consciente de tu decisión y no hay vuelta atrás. Si
firmas ese divorcio, las acciones que amablemente me donaste volverán a
las manos de tu esposo, así como a esta casa y todo lo que tienes. ¿Quieres
esto? ¿Crees que el modelaje te dará una casa de cuatro millones de libras?
¡Piénsalo! Te ayudaré. Dame tiempo para organizarme y extorsionaremos a
ese hijo de puta por mi negocio, tu pensión alimenticia y estos muros, pero
necesitamos tiempo. —Lo miré y lo vi: al monstruo que siempre había
intentado ocultar.
Stefan era cruel, despiadado y sediento de dinero.
—Sal de esta casa. Sal de mi vida.
—Mañana por la mañana convocaré a la Junta Directiva donde mostraré
la cesión por tu parte de las acciones y pediré a los abogados que realicen el
trámite del cambio. Ya lo habría hecho si no hubiera descubierto el vínculo
ligado a tu matrimonio, por eso quieren que tú también estés allí. Haz lo
que te digo o tu pequeño secreto estará en las páginas de todos los
periódicos sensacionalistas. —Stefan dejó lentamente la taza sobre la mesa,
se acercó a mí y me acarició la mejilla.
—Ambos tenemos algo que ganar. —Aparté su mano y le di una bofetada
en la cara.
Sus ojos se endurecieron pero en lugar de golpearme, como esperaba, me
devolvió una de esas sonrisas malvadas.
—Mañana por la mañana a las nueve.
Cuando estuve segura de que la puerta estaba se cerraba tras él, agarré la
taza donde había estado bebiendo y la arrojé contra la pared.
La porcelana se hizo añicos y cayó al suelo en pequeños pedazos.
Me vi a mí misma en esos fragmentos, en aquellas pequeñas piezas tan
difíciles de volver a unir.
La verdad me devolvería la vida aunque alejara de mí para siempre al
hombre que amaba.
Pero en el fondo, a estas alturas ya estaba acostumbrada al dolor de su
ausencia.
CAPÍTULO 20

Brian

Charlotte me mintió. Me había mantenido oculto lo que para mí era lo


más importante que podía ocurrir en nuestra vida.
¿Cómo pudo hacerlo?
¿Quién era realmente la mujer con la que me había casado? ¿De quién me
había enamorado?
La conocía desde que éramos adolescentes.
Joder, ¿cómo podía no haber entendido lo aprovechada y mentirosa que
era?
Apreté la corbata alrededor de mi cuello. Me había afeitado la barba y
peinado impecablemente. Mi mirada era tan fría como el hielo, mi rostro,
una máscara de dureza y mi alma había comenzado a no sentir nada de
nuevo.
Había llegado el día en que destruiría a ambos hermanos.
El día en que no quedaría nada en sus manos.
Sonó el teléfono de la habitación donde me alojaba y cuando contesté, la
recepcionista me informó de que habían llegado los invitados que esperaba.
Alex había logrado salir lo antes posible y conseguir que Mónica le
siguiera resultó fácil. Habían tenido una relación corta, ella se había
enamorado, pero él la había parado en seco y ella había tenido tiempo de
desintoxicarse de aquel amor no correspondido.
Aunque Mónica no era gran admiradora de mi primo, lo que él le había
propuesto era un ambicioso proyecto para una mujer de carrera como ella
que trabajaba en publicidad.
—Espero que hayáis tenido un buen viaje —pregunté mientras cruzaban
el umbral de mi habitación.
—La primera clase es siempre grata. —Alex me dio un largo abrazo al
que le devolví agradecido por su presencia.
—Gracias por venir, Mónica. —Su elegancia y belleza eran cualidades
que la habían ayudado mucho en su ascenso hacia el éxito, pero fue su
inteligencia, su talento para encontrar campañas ganadoras lo que le había
dado cierta notoriedad en los Estados Unidos.
—Gracias por involucrarme.
Les expliqué a ambos cuál era mi plan. Alex sabía todo sobre la historia
empresarial de mi padre, mi familia, Charlie y su partida, pero me vi
obligado a contarle todo a Mónica y mientras le hablaba de cosas tan
personales sobre mí, me di cuenta de que realmente había llegado a un
punto sin retorno.
Me di cuenta de que todo había terminado entre Charlie y yo. Que nunca
había ido hasta el final con el divorcio porque todavía la amaba, porque
quería que no me olvidara, que permaneciera siempre atada a mí.
Pero ahora, mi única voluntad era hacerla desaparecer de mi cabeza.
Obviamente esto pasaría, pero después de que me diera algunas
explicaciones.
—Jhon, el socio mas anciano, me llamó anoche y confirmó que Stefan
anticipó su regreso un día, así que el juego comienza hoy.
Alex no había mencionado el embarazo de Charlie, no me había hecho
ninguna pregunta. Había vivido el dolor de perder a una hija y sabía que no
mencionarlo en esos momentos era respetar mi dolor.
Hablaríamos de ello a su debido tiempo.
Media hora después entramos en el despacho de Stefan, encontrándolo
ahí, como ya nos habían informado, sentado detrás del escritorio que
anteriormente perteneció a su padre.
La oficina había sido modernizada, era la única habitación que había
sufrido un cambio. En las paredes ya no estaban las fotos que atestiguaban
el éxito de su padre, sino que habían sido reemplazadas por las suyas.
—No veía la hora de verte, Brian. ¿Trajiste a los perros guardianes? —
comenzó a levantarse de la silla, que pronto nunca volvería a ver.
Le dediqué una sonrisa que no podía considerarse como amistosa y
comencé con las presentaciones.
Cuando llegó el turno de Mónica, la anuncié como futura directora
ejecutiva, lo que le provocó una expresión confusa y una pérdida
momentánea del habla.
Aquel prolongado silencio fue música para mis oídos.
No duró mucho, ya que su risa resonó en la habitación.
—Inspirar la fantasías sexuales de los hombres de aquí sería lo único que
lograría hacer, por lo demás, nunca ha habido una administradora y nunca la
habrá, al menos mientras esto sea mío.
—Puto sexista. —Escuché farfullar a Mónica. En los Estados Unidos, tal
afirmación podría desencadenar una demanda importante.
De hecho, a partir de hoy la empresa ya no será tuya. —La cabeza de
Stefan se giró velozmente en mi dirección.
—Tengo la mayoría, Brian. Tu mujercita amablemente me donó sus
acciones.
Fue en ese momento que sonó el intercomunicador y la secretaria anunció
a Stefan la llegada de su hermana.
—Charlie y yo tenemos cosas de las que hablar. Cosas de familia
¿Entendéis? Así que por favor dejadnos solos.
—Sin embargo pueden quedarse. —La voz de mi esposa llegó desde la
puerta.
No la había visto ni sabido de ella desde que la dejé sola en casa y quería
seguir sin verla.
No me giré. No la miré, pero escuché el sonido de los tacones de sus
zapatos mientras entraba a la oficina.
Cuando pasó el olor de su perfume cerca, de su piel, me cortó el aliento
por un momento.
La vi moverse hacia el escritorio, sacar un sobre de su bolso y abrirlo. No
podía entender lo que estaba haciendo.
Se volvió y me entregó el sobre diciéndome que lo había olvidado en
casa, no me lo llevé cuando fui a buscar mis cosas. Charlie había firmado
los papeles del divorcio, poniendo la fecha de un mes antes, había querido
así vengarse de su hermano y del daño que le había hecho. Si ella ponía una
fecha después de la venta de las acciones que él le había extorsionado, no
tendría ningún valor. Ella había sido inteligente, pero...
Había puesto fin a lo nuestro. Para siempre.
Ella lo había hecho, cuando se suponía que era mi turno hacerlo.
—Mantenedme al margen de vuestras cosas —proclamó antes de dirigirse
a la salida.
Stefan corrió tras ella, pero lo agarré del brazo.
—Esta afrenta te costará caro.
Mi ex esposa salió y cerró la puerta tras de sí.
—No es culpa suya si tú te vas. Deberías haberte ido igual, Stefan. Me
jodiste dos veces, pero ahora es mi turno de joderte. Siéntate. —Le empujé
y señalé el sofá detrás de él.
Alex me entregó la carpeta donde guardaba las pruebas y cuando la tomé
las tiré a su lado.
Los ojos de Stefan se agrandaron cuando comenzó a leer. En aquellos
papeles estaban todos los millones de libras que se habían transferido a
cuentas en el extranjero para escapar de las autoridades fiscales. Había fotos
de él con el administrador de Jhonson y sus conversaciones telefónicas
sobre cómo absorber las dos empresas en texto escrito.
—¡Maldito! Esto es chantaje, Brian. Yo podría...
—¿Qué Stefan? ¿Quieres llevarme a tribunales? No hay nada que me
divierta más que estar frente a un juez. Deberías saberlo. —Se quedó en
silencio, evidentemente en crisis.
Sabía que estaba acorralado, al igual que sabía que saldría de aquí con las
manos vacías.
—¿Qué quieres? ¿Qué quieres por tu silencio?
—Quiero que te vayas. Quiero que me vendas todas tus acciones a precio
reducido. De esta manera tu secreto estará seguro, de lo contrario tendré
que reportarlo.
Stefan se puso de pie de repente trató de golpearme.
—¿Cómo diablos lo conseguiste? —¿Cómo diablos llegaste hasta ahí? —
gritó mientras lo apoyaba inmovilizado contra la pared.
—Me subestimaste, cuñadito. Arruinaste mi vida, la de tu hermana y la de
alguien que aún no había nacido, ahora pasaré la mía arruinando la tuya si
no desapareces de inmediato. —Tan pronto como lo solté, se derrumbó en
el suelo.
—No te mereces esta empresa. Nunca quisiste ocuparte de ella. En cuanto
a mi hermanastra, deberías preguntarle a ella qué le pasó a vuestro hijo. —
Sentí que mi mandíbula se apretaba, traté de reprimir la ira, que solo me
llevaría cometer movimientos incorrectos.
—Le mostraste a Charlie una verdad que no existía, todavía me pregunto
cuánto y a quién le pagaste para que tomaran esas fotos.
—No eres el único con trucos bajo la manga y de todos modos fue fácil
engañar a mi hermana. Si vuestra relación hubiera sido más fuerte, ella no
me habría creído. Fallaste con ella, Brian. Has sido egoísta, solo has
pensado en ti y en tu carrera, dejando atrás a tu esposa. Fue tu culpa que
vuestro matrimonio terminara. —La tentación de matarlo con mis manos
era incontenible, así que terminé la conversación antes de cometer un
crimen.
—Alex, dame el contrato de cesión. —Mi primo me entregó el papel, lo
puse frente a Stefan y le arrojé un bolígrafo.
—Firma. Y hazlo de forma legible. —Le temblaban las manos, pero no lo
suficiente para que no pudiera hacer lo que le pedí.
—Tienes un día para dejar el despacho.
—Me las pagaréis —susurró mientras se levantaba del suelo.
Me quedé mirándolo durante unos segundos, pero luego el instinto de
golpearlo fue más fuerte que yo. Le aticé un puñetazo en la cara, de seguro
que al menos le rompí la nariz.
—Vamos —dije a Alex y a Mónica.
Salí de aquel infierno con mi objetivo logrado, pero con peso en el pecho.
CAPÍTULO 21

Charlotte

Dos años antes

La sangre goteaba entre mis piernas. El miedo se apoderó de mi


estómago. Era entrada la noche, los dolores se volvían cada vez más
insoportables, más fuertes.
La cama a mi lado todavía estaba vacía. Brian aún no había regresado a
casa o tal vez estaba durmiendo en el sofá, como solía hacer durante el
último mes.
Desde que Stefan me mostró esas fotos, lo había dejado fuera de mi vida.
De mi corazón y de nuestro dormitorio.
No quería un hombre así a mi lado. El hombre por el que había
renunciado a mi carrera, a mi libertad, a mis sueños.
Las lágrimas comenzaron a mojar mi rostro. Envolví mis brazos
alrededor de mi cintura.
¿Qué le estaba pasando a mi bebé?
Por qué me sentía tan mal?
Anhelaba tanto un embarazo y había llegado in el momento equivocado.
En el momento en el que ya no quería un hijo. No su hijo al menos.
Agarré el teléfono que estaba en la mesita de noche. Había un mensaje de
mi esposo anunciando que pasaría la noche en la oficina para estudiar los
documentos de una causa importante.
Entonces, estaba sola.
Sola y con dolor.
Marqué el número de mi hermano. Entre sollozos le rogué que viniera.
Me levanté y fui al baño. Luchaba por caminar y no dejaba de sangrar.
Probablemente mi bebé ya no estaba, probablemente estaba perdiéndolo.
Si hubiera ocurrido ¿me sentiría aliviada?
Ese interrogante me hizo sentir culpable.
Equivocada.
Cuando llegó mi hermano, me arrastré por llegar a la puerta y su imagen
entrando fue la última que vi antes de desmayarme.
Abrí los ojos acompañada de un intermitente ruido que resonaba en mis
oídos.
El techo blanco y la aguja clavada en mi brazo me dieron una idea de la
triste situación en la que me encontraba.
Los dolores habían desaparecido. Ya no sentía nada.
Traté de sentarme.
—Charlotte, así se te puede soltar el goteo. —Vi a Stefan sentado en la
silla a unos metros de mi cama.
Era de día. Los rayos del sol entraban por las polvorientas ventanas y se
estrellaban contra el aséptico suelo blanco.
—¿Qué me pasó?
—Un desprendimiento de placenta. El bebé está bien, pero tienes que
quedarte en la cama y descansar hasta que nazca. —En ese momento entré
en pánico.
A los veintidós años mi vida era destruida.
—¿Dónde estoy?
—En una clínica en las afueras de Londres. Un lugar donde tienes la
libertad de elegir... —Se levantó de su silla y se acercó.
Tomó mi mano y la apretó entre las suyas, frías.
—Quiero hablar con un médico —dije asustada ante sus enigmáticos ojos
negros.
—Como tu prefieras. Mejor que sea él que te cuente tu situación.

Me dejó sola, a merced de mis emociones. De mis dudas.


Para mi alivio, fue una mujer la que se presentó como doctora. Estaba
feliz, sería más fácil hablar de ello.
—Soy la doctora Moore. ¿Cómo estás?
—Creo que bien.
—Tu placenta está muy débil y también necesitamos mantener la presión
arterial bajo control, que tiende a subir. No será un embarazo fácil, pero
podremos llevarlo a término. —La médico me sonrió tratando de
tranquilizarme, pero yo no quería tranquilizarme, quería sentirme bien. No
quería tener esta responsabilidad sobre mí. Quería vivir mi vida de manera
diferente.
—¿Cuánto riesgo hay para mí y para el bebé?
—Elevado, si no seguimos un protocolo rígido.
—Stefan me dijo que tengo una opción. ¿Qué significa eso?
El rostro de la mujer se puso triste
Era del aborto de lo que estaba hablando.
Esa era la alternativa.
¿Un camino que tendría el valor de tomar?

Me senté en un rincón fuera de la oficina de Brian esperando a que


llegara. Tenía que hablar con él. Quería explicarle todo. Contarle todo.
Confesarle el motivo por el que me había ido.
Quería que entendiera mi decisión, que supiera cuánto me había hundido
y cuánto me había usurpado cada gramo de amor.
Sabía que iba a encontrarme con su odio eterno, pero prefería que me
odiara por una razón real y no por algo que se había materializado en su
cabeza.
Escuché pasos concisos por el largo pasillo. Metí las manos en mis jeans,
si en ese momento hubiera podido elegir qué ser, hubiera elegido
convertirme en un pequeño insecto volátil y huir sin ser visto.
Escuché su voz, junto con la de Alex. Sus tonos eran serios, pero las
voces parecían tranquilas.
Probablemente noquearon a mi hermano y esperaba que eso fuera
suficiente para volverlo más dócil cuando supiera mi historia. Nuestra
historia.
Cuando vi su figura, me alejé de la pared donde estaba apoyada. Él estaba
de espaldas, pero como si hubiera notado mi presencia, se volvió hacia mí.
Nuestros ojos se encontraron. Sus ojos eran dos lagos de hielo azul, su
piel sin barba le daba un aspecto real y hermoso que te dejaba sin aliento.
Envidiaba a la mujer que lo amaría y me odiaba a mí misma por perderlo.
Hubo un breve silencio, luego fue él quien rompió la calma antes de la
tormenta.
—Nos vemos en la sala de reuniones. —Alex y la mujer que estaba con
ellos intercambiaron una señal afirmativa.
Brian entró en su oficina sin decir una palabra y aunque no estaba muy
convencida, lo seguí.
No lo estaba entendiendo en ese momento. Habíamos pasado algunos
momentos íntimos juntos y aunque ya le había anunciado que iba a poner
fin a nuestra aventura para siempre, no pareció estar enojado en aquel
momento.
No entendía por qué parecía estarlo ahora.
Cerré la puerta detrás de mí. Brian miraba por la ventana, tenía las manos
en los bolsillos de sus elegantes pantalones azul oscuro y miraba hacia
afuera.
—Ahora todo ha terminado —dije con voz débil, pero el eco que le siguió
pareció un grito.
Hacía frío en esa habitación o era yo quien sentía la actitud fría de mi ex
marido.
Él no respondió. Al menos no de inmediato y no con palabras.
Todo sucedió rápidamente. Se volvió hacia mí. Mis piernas se
entrelazaron con su cintura y mi espalda se apretó entre la puerta y él.
Su boca viajaba bruscamente por mi cuello.
Me aferré a él con todo mi ser. Con todo mi corazón. Con toda la
intención de tatuarlo en mi cuerpo.
Me aferré a su cabello y alcancé su boca, pero Brian desvió mis besos,
desabotonó mis jeans, dejó que mis piernas tocaran el piso y me los quitó
alejándose unos centímetros de distancia. Miró mi cuerpo como el lobo
miraría a Caperucita Roja. Me comía con los ojos y eso fue suficiente para
aumentar cada chispa de excitación.
Volvió sobre mí y después de desabrocharse los pantalones también se
metió dentro de mí con un solo empujón.
Fue rápido, duro, atormentado, amado, deseado.
Fueron mil sensaciones contenidas en pocos minutos.
Nuestros orgasmos florecieron juntos mientras nos manteníamos unidos
después de que la pasión nos hubo abandonado.
Fue él quien se desprendió a los pocos minutos. No me miró cuando lo
hizo, solo se abrochó los pantalones y se pasó las manos por el pelo.
En esos momentos me sentí confundida, triste, abandonada.
¿Dónde estaba el hombre que había hecho el amor conmigo dos días
antes?

Estaba claro que había atracción entre nosotros, como estaba claro que
nunca tendría más.
Yo también me vestí y cuando terminé guardé silencio. No sabía que
decir. Cómo empezar un tema que nos mataría a ambos.
Pero no tuve tiempo de buscar las palabras correctas, cuando un montón
de papeles fue arrojado a mis pies.
Una mirada a aquellas fotos fue suficiente. A ese nombre. El nombre
donde me despedí de mi bebé.
Sentí temblar la tierra bajo mis pies. El aire comenzaba a fallarme. Me
apoyé en esa misma puerta, donde poco antes había amado al hombre al que
había traicionado en el pasado. A quien había mentido.
—¡Contéstame a esta pregunta, Charlotte! ¿Mataste a mi hijo? —No
pensé que mi corazón pudiera romperse más de lo que ya estaba, pero
realmente así lo sentí, un crujido que casi me tira al suelo.
—Responde —gritó volviéndose hacia mí.
—Quería decírtelo. Hoy quería contarte todo... —Me eché a llorar y desde
ese momento se hizo más difícil encontrar las palabras, formular
pensamientos.
—¿Querías decírmelo hoy? —Joder, ¿querías decírmelo hoy? Han pasado
dos putos años. Dos años en los que nunca supe que estuviste embarazada.
Dos años tratando de averiguar por qué te fuiste. Dos años siguiendo
amándote, ignorando el hecho de que eres una mentirosa. Dos años sin
saber que te deshiciste de una parte de mí. ¿Por qué Charlotte? ¿Solo dime
por qué? —No pude mirarlo, pero sus palabras de ira se convirtieron en
dolor.
—No puedo hacerlo, Brian. Así no. No de esta manera.
—No habrá otra manera, porque a partir de ahora no querré volver a verte.
Desaparecerás de mi vida para siempre y dejaré de amarte mientras viva.
Solo quiero decirte esto, cualquiera que fuera el motivo, tenías que
decírmelo, tenía derecho a saberlo. Yo era su padre y si tú... si no lo querías,
yo me hubiese ocupado de ello. Yo me habría encargado de él. Lo habría
criado y amado. Hubiera sido un buen padre. —En ese momento lo miré,
sus ojos brillaban, su rostro era una máscara de sufrimiento.
¿Podría olvidarme de todo esto?
¿Podría perdonarme a mí misma de todo esto?
Di un paso hacia él. Quería tocarlo. Explicarme. Quería poder contarle
todo.
—No te acerques. No lo hagas, no estoy seguro de cómo podría
reaccionar —ordenó antes de darme la espalda de nuevo.
—Siento haberte mentido. No habértelo contado. No fue una elección
fácil para mí, Brian. Yo sufrí. No sabes cuánto sufrí...
—¿Tú has sufrido? No conoces el verdadero significado de esa palabra.
Vete Charlotte, ahora.
—Por favor, Brian. Por favor, escúchame… —Las lágrimas ahora
nublaban mi visión. No me había sentido tan mal desde aquel maldito día.
—Fuera de aquí, Charlotte, fuera de mi vida para siempre. —Retrocedí
unos pasos. Sabía que la revelación de esa verdad nos llevaría a una
confrontación, y si pensaba que estaba preparada, estaba equivocada.
Sin embargo, hice lo que me dijo. Corrí hacia la puerta y salí de la
habitación.
Lo dejé y esta vez no por mi voluntad.
CAPÍTULO 22

Brian

El cielo gris de Londres se reflejaba en las aguas del Támesis. Las luces
de los rascacielos londinenses aparecían difusas por la niebla que se cernía
sobre la ciudad.
Nada había cambiado desde que me fui, aunque todo en mi vida había
cambiado.
Me di cuenta de que ya no tenía familia, por elección propia o por los
hechos que habían sucedido, había estado sola en esta metrópolis, que había
sido mi hogar durante casi veinticinco años.
Seguí caminando por el río con la cabeza plagada de preguntas sin
respuesta. Preguntas de las que no quería respuesta.
Había salvado la empresa de mi padre y esto ya aliviaba mi sentimiento
de culpa, por haberla abandonado durante tanto tiempo.
Mónica había accedido a administrarla hasta que eligiéramos a un nuevo
director ejecutivo y encontráramos a alguien en quien confiar por completo.
Pero, ¿volvería a confiar en alguien?
La sorpresa que mi esposa me tenía reservada me había aniquilado, si
antes aún podía vislumbrar algo bueno en las personas, a pesar de todo,
ahora esa perspectiva se desvanecía por completo.
Me detuve a unos metros del Tower Bridge.
Por primera vez en mi vida, no sabía cómo manejar una situación.
Lo que sentía por mi esposa era demasiado fuerte para tenerlo encerrado.
Era una guerra entre las fuerzas del bien y del mal.
Cuando apareció en la oficina de mi padre quise poseerla por última vez,
sin dejarla hablar, sin dejarla respirar.
Quería saborear a la mujer que conocía desde hacía más de diez años y de
la que estaba seguro nunca cometería un acto tan mezquino.
Luego, cuando todo terminó, la realidad se mostraba frente a mí.
Realmente lo había hecho.
Había interrumpido una vida.
Joder, no podía pensar en eso.
No quería creerlo.
Quería destruirla por cualquier medio que tuviera a mi disposición, pero la
había dejado ir, esperaba que fuera el tiempo en darle lo que se merecía.
Saqué de mi bolsillo la pequeña alianza que habíamos intercambiado la
tarde que estuvimos en el registro civil validando nuestra boda en Las
Vegas y la arrojé al río. La corriente se la llevó, muy lejos. Era una parte de
la vida que se iba. Un pedazo de mí que estaba perdiendo para siempre.
Ahora toda mi vida estaba en el fondo del Támesis.
Estaba caminando de regreso cuando escuché sonar el teléfono. Lo tomé y
leí el nombre de Alex.
—Diga.
—He conseguido dos asientos en primera clase para mañana. ¿Estás
seguro de que quieres salir tan temprano?
—Ya tomé mi decisión, Alex. Adelante.
—Brian, ¿estás bien?
¡No! No estoy bien. Pero no puedo cambiar una situación que no puede
cambiarse. No puedo hacer un carajo para estar bien, sino ir hacia
adelante y esta vez, olvidar de verdad.
—Estoy bien, nos vemos en el hotel.
Regresaría a Londres con bastante frecuencia como para odiar esta ciudad
más de lo que ya la odiaba. Pero había prometido ocuparme de la empresa
de mi padre y cumpliría mi palabra.
Me dirigí a la calle que me llevaba de regreso al hotel.
Mañana aterrizaría en casa.
O a la que se convertiría en mi único hogar.
CAPÍTULO 23

Charlotte

Pasé la noche más terrible en años. Me había visto obligada a contactar


con la doctora que me había seguido durante todo el año de rehabilitación y
no ceder a los pensamientos obsesivos que me devoraban la mente.
Me había convertido en una mujer fuerte.
Siempre me lo repetía. Llevaba una gran cicatriz que nadie podía ver, pero
que no podía ocultar a mí misma.
Hablando con ella logré vislumbrar un rayo de racionalidad.
Bueno, Brian lo sabía. Lo peor había pasado. Habíamos decidido poner
fin a nuestro matrimonio para siempre y por eso, nada cambiaría en mi vida.
Entonces, ¿por qué me sentía tan mal?
¿No era suficiente el dolor que cargaba por haber elegido el camino que
me pareció el correcto en aquel momento?
Pero, ¿cómo pude pensar qué solo ese camino era el correcto?
Nunca lo había creído, pero me lo había ocultado a mí misma.
Los ojos de Brian, aquellos ojos azules que me miraban con el dolor de un
padre que nunca conocería a su hijo, habían golpeado mi alma,
destruyéndola para siempre.
Llegaron los primeros hilos de luz, señal de que la noche estaba dando
paso al día, para atormentar mis ojos hinchados y cansados.
Era el amanecer de un nuevo día.
De una nueva vida.
Al menos eso era lo que yo creía, antes de recibir el golpe que me dejara
completamente por los suelos.
El teléfono comenzó a sonar repetidamente, a medida que los eventos se
desarrollaban con velocidad.
La llamada telefónica de Ab.
Los titulares en los periódicos.
Las mil llamadas de mi agente.
Mi hermano lo había hecho.
Se había vengado.
Había vendido mi historia a los periódicos.
Había perdido a mi bebé, Brian y todo lo que había construido para
mantenerme a flote y no hundirme.
CAPÍTULO 24

Brian

Un mes después

Terminé la exposición mostrando evidencias abrumadoras hacia la


defensa y cuando llegó el veredicto, nuestra victoria estaba clara.
Salí del juzgado con Alexander y como en cualquier juicio que captaba el
interés de los medios, nos encontramos a la salida un grupo de periodistas
hambrientos de exclusividad.
Pasé junto a ellos sin detenerme en las voces y preguntas que gritaban. No
necesitaba publicidad, visibilidad, ya sabían mi nombre y lo temían.
Subimos al coche y nos incorporamos al tráfico de Nueva York. Había
sido una semana difícil en un mes igualmente difícil.
Había dejado a un lado mi vida privada y me dediqué exclusivamente al
trabajo.
Incluso había evitado las llamadas telefónicas de Shein. No es que no
pensara ser un cabrón por hacerlo, éramos amigos después de todo, pero no
quería mujeres en mi vida.
No ahora al menos.
—Tanjia me dijo que te recordara que su cena de cumpleaños es esta
noche. ¡Tú sabes cómo es! No acepta excusas. —Sonreí mientras reducía la
velocidad.
—La estás malcriando demasiado, amigo. —La pareja de Alex no había
tenido una vida fácil, aparentemente parecía una de esas mujeres
acostumbrada a los placeres materiales, pero en realidad había tenido más
agallas que cualquiera que hubiera conocido en toda mi vida.
—Siempre lo ha sido —dijo con una nota de dulzura.
Continuamos el viaje en silencio hasta nuestra oficina.
El día transcurrió entre trámites y correos electrónicos que contestar.
A las seis de la tarde decidí marcharme a casa.
Entrenaba en el gimnasio, si antes me bastaba una vez al día, ahora para
liberar la tensión necesitaba hacerlo el mayor tiempo posible.
Pensaba en Charlotte más tiempo del que quería. Pensé en cómo estaría
después de que la historia de su aborto llegara a las páginas de los tabloides.
Desafortunadamente, no pude evitar saberlo, pues estaba prácticamente
por todas partes. La condenaban y buscaban al padre del niño.
No obstante, aunque el deseo de localizar al hijo de puta de su hermano
había sido grande, no lo hice, él también habría obtenido lo que se merecía
y básicamente, la opinión pública pronto se olvidaría del pecado de mi ex
esposa.
Hasta donde yo sabía, ella estaba de vuelta por las pasarelas más
importantes del mundo.
Dejé las pesas en el suelo y fui a darme una ducha.
A las ocho en punto estaba frente a la casa de Alex. Realmente no tenía
muchas ganas de festejar, pero le debía a mi primo mucho más que una
falsa sonrisa y compañía, así que haría una excepción aquella noche.
—Brian, ¿Has venido? —Tanjia me abrazó tan pronto como me vio. Le
correspondí y le entregué un pequeño paquete que contenía mi regalo.
—Ve al porche, los hombres están ocupados con bistecs. —Alex y Tanjia
se habían mudado a Tribeca, un barrio neoyorquino muy tranquilo y
adecuado para familias con niños.
Hice lo que me dijo pero en cuanto puse un pie en la terraza me llamó la
atención Isabel y Daniel jugando sentados en el suelo. No pude evitar
pensar que mi hijo podría estar con ellos.
La posibilidad de que pudiera convertirme en padre era una obsesión que
nunca me había abandonado.
Me detuve para mirarlos más de lo debido, lo suficiente para llamar la
atención de Tanjia.
—Pensé que tal vez podrías ayudarme en la cocina. ¿Quieres? —Tanjia
colocó unos tomates en la mesada y me entregó un cuchillo.
—Sabes cómo cortarlos, ¿verdad? —Se burló.
—Soy un hombre de recursos —respondí comenzando a cortarlos.
—Brian... —exclamó en tono serio.
—Huelo a opinión femenina. Te dejaré hacerlo porque hoy es tu
cumpleaños. —Sonrió y sus pequeñas arrugas alrededor de los ojos, señal
de tanto sufrimiento, se hicieron más evidentes.
—Alex me lo contó todo y pareces más muerto que vivo desde que
regresaste. ¿No crees que es hora de cortarla?
—Esa es mi intención —respondí en voz baja.
—No lo estás haciendo bien —me regañó.
—¿Y cuál sería la forma correcta? Ilumíname. —¡Qué carajo!
—La forma correcta sería perdonarla y hacer lo que realmente quieres,
estar con ella porque la amas. —Apreté el mango del cuchillo.
La amo y me odio por ello.
—Cada vez que pienso en ella, la imagen de lo que hizo es lo primero que
veo —admití por primera vez en voz alta.
—Eso es lo que quieres ver. ¿Has intentado imaginar cómo se siente?
¿Has intentado pensar en lo que significa para una mujer llevar este flagelo
toda su vida? ¿Has pensado en cómo vive cada día con el remordimiento de
no poder cambiar el pasado? Se equivocó, Brian, lo sé, pero la vida está
compuesta de errores más o menos graves y no podemos señalar con el
dedo a una chica que se ha enfrentado sola a una situación tan complicada y
que llevará consigo de por vida. Ese ya es un castigo más severo de lo que
piensas.
—¿Y la confianza? ¿Dónde quedó la confianza cuando fue a esa clínica
sin mi conocimiento? ¿Dónde estaba la confianza cuando se enteró de que
estaba esperando a mi hijo? ¿Cómo puedo confiar en ella en el futuro?
Siempre que aún me quiera.
—¿Dónde estabas cuando su cuerpo estaba empezando a cambiar?
¿Dónde estabas cuando te necesitó? ¿Dónde estabas cuando las cosas
empezaban a ir mal?
Ella me echó de su vida y yo... no hice nada por volver.
Míranos a mí y a Alex. Él me perdonó. ¿Aún quieres ser feliz? ¡Ve con
ella! Habla con ella. Escúchala. Entiéndela. No olvidaréis nada de esta
historia, pero podéis recordarla juntos, sufrir juntos y ayudarse mutuamente.
Eso lo hará más fácil.
—Ni siquiera sé dónde está Se fue de nuestra casa respetando el tiempo
que le di para buscar otro alojamiento. Probablemente no querrá volver a
verme.
—Yo sé donde está. —Tanjia dejó el cuchillo con el que estaba cortando
queso, se lavó las manos y agarró una revista de un estante.
—¡Esta aquí! En Nueva York. —Hojeó las páginas y su imagen apareció
junto a un artículo de un desfile que se llevaba a cabo esta semana.
—No creo que sea una buena idea —dije mientras dejaba de mirar las
fotos.
—El desfile será en tres días, el lugar donde se llevará a cabo solo lo
conocerán los invitados favoritos, pero creo que tú tienes el conocimiento
suficiente para poder averiguarlo. Buena suerte, Brian. —Me guiñó un ojo,
agarró el cuenco lleno de queso y se dispuso a unirse a los demás.
Sus palabras me habían desestabilizado. Después de todo, también había
pensado en esta opción, a veces, solo por unos minutos. Los minutos en los
que decidía que quería estar bien.
Agarré el teléfono e hice una llamada, la que debería haber hecho hacía
dos años y no hice.
Y en aquella llamada telefónica encontré la verdad, la Dra. Moore me lo
contó todo.
Y no la había dejado hablar. La había juzgado. Ofendido. Sacada de mi
vida y privada de su dignidad.
Probablemente no querría volver a verme, pero tenía que intentarlo.
Tenía que recuperar mi oxígeno.
CAPÍTULO 25

Charlotte

—Te arreglo yo el pelo. —Ab lo colocó en una coleta sujetando mi


cabeza.
—¿Estás mejor? —preguntó sentada a mi lado en el lujoso piso de
Cipriani en la calle 42, donde transcurría el desfile.
—Sí —respondí apoyando mi cabeza en su hombro.
—Llevamos esperando este día desde hace años y mira cómo estoy.
—Nada que un poco de maquillaje no pueda arreglar.
—Tengo miedo, Ab —confesé.
—¡Lo sé! Todo irá bien. Estaré contigo. —Acarició mi rostro y dejó
escapar un profundo suspiro.
Había sido un mes difícil, con muchos cambios, de peleas con los
paparazzi y enemigos. Luchas contra mí misma y los sentimientos de culpa,
pero aquella noticia me había devuelto las esperanzas, él tendría su final
feliz, yo, no lo sé.
—Claro que lo harás. Iremos a buscarle después del desfile.
—Él me odia. —No sabía cómo se lo iba a decir y qué reacción tendría,
pero esperaba que esto fuera suficiente para permitirme volver a entrar en
su vida.
Que pudiera recompensarle.
—Oye, deja de sentir lástima por ti misma. Eres una mujer fuerte y
valiente. Tienes que sacar tu carácter.
—Tienes razón. Pero ahora aléjate si no quieres que te vomite encima. —
La escuché reír cuando me invadieron las arcadas.

—Vamos chicas, pasemos al maquillaje. Rápido. —Detrás de escena


reinaba un caos absoluto. Las chicas acabábamos de terminar el último
ensayo y el desfile comenzaría en unas horas. Me senté frente al tocador
esperando que se acercara la maquilladora.
—La audiencia con tu hermano tendrá lugar en quince días. —Jason se
materializó frente a mí leyendo algo de su teléfono.
—¡Tenías que decírmelo justo ahora! —exclamé molesta.
—Cariño, le patearemos el trasero a tu hermano por ponerte en esa
situación. —Asentí con la cabeza y me miré en el espejo. No había nada
que deseara más que hacerle pagar por ello.
Mi cara sosa estaba marcada por noches de insomnio y círculos oscuros
rodeaban mis ojos. La maquilladora tendría que hacer un gran trabajo para
dejarme en condiciones, al menos.
Jason se alejó después de darme la noticia mientras por el reflejo vi a una
chica detrás de mí, con el pelo rojo y una cara magnífica. Su rostro me era
familiar, la había visto en los ensayos, pero no era un Ángel.
—Hola —comentó moviéndose a mi lado—. Soy Shein. Alguien me dijo
que te dejara esto. —Me entregó una nota que tomé con poco interés.
Recibía cientos de ellas y ya podía imaginar lo que estaba escrito en ella.
—Debes leerlo. Alguien importante te lo envía.
—Gracias —dije en un tono quizás, demasiado grosero y con una tenaza
que apretaba mi estómago.
—No me iré hasta que lo abras. Esa fue la orden. —Me guiñó un ojo y se
echó a reír. Su risa genuina me transmitió buen humor y me sentí culpable
por tratarla mal.
Lentamente abrí el sobre y saqué la tarjeta.
Inmediatamente reconocí su letra redonda y elegante.
Mis manos comenzaron a temblar mientras leía aquellas palabras.

Probablemente no querrás volver a verme.


También lo creía de ti, luego pensé en tus ojos, cuando te encontré en
aquel jardín, asustada porque estabas perdida y los imaginé en la mujer en
la que te convertiste y el miedo que pasaste cuando te arrancaron la mayor
alegría de una mujer. Me preguntaba por qué? Me lo he preguntado tantas
veces que me obsesiona, pero lo entendí, una llamada a la clínica fue
suficiente. Estabas perdida y yo no estaba ahí. No estaba ahí para
apoyarte. Para lograr que encontraras el camino apropiado.
No es culpa tuya, pero es culpa nuestra.
Mía y tuya.
Estoy en el bar esperándote y espero que esta vez sea tu corazón que te
muestre el camino de regreso a casa.
Brian.
Me limpié los ojos con la palma de la mano. Brian ahora sabía que había
tenido un aborto espontáneo.
—Gracias —susurré a Shein.
—Eres una mujer afortunada —dijo antes de alejarse.
Volví a leer aquellas pocas palabras.
Justas.
Perfectas.
Capaz de aliviar la carga de un corazón roto.
Brian sabía cómo hacerme feliz, siempre lo hizo y lo amaba mucho.
Me levanté de la silla justo cuando se acercaba la maquilladora.
—Ahora no. Yo no puedo. —Pasé junto a ella sin esperar a que me
contestara.
Había trabajado para este desfile durante dos largos años y ahora estaba a
punto de arruinarlo todo.
Pero ¿qué me importaba? En el fondo, lo que realmente quería era a mi
hombre y mi futuro junto a él.
Llevaba solo una bata de seda blanca, pero no tenía tiempo de cambiarme.
Salí corriendo, crucé el vestíbulo abarrotado y entré al área que me indicó
Brian.
No fue difícil encontrarlo, su altura se destacaba mientras estaba en el
mostrador bebiendo su habitual vaso de whisky.
Verlo ahora ya no dolía.
Con cada paso que daba hacia él, sentía una grieta cerrarse en mi pecho.
Verlo ahora me recordaba lo hermosa que era la felicidad, la vida, los
sentimientos y las sensaciones.
Sus ojos celestes me encontraron. Lo que leí en ellos era la misma
felicidad que flotaba en los míos.
Habíamos estado perdidos, durante mucho, mucho tiempo, pero no era
demasiado tarde para reencontrarnos y esta vez, habría sido para siempre,
porque después de todo nos perteneceríamos una y otra vez.
EPÍLOGO

Brian

Tres años después

—Una vez fuimos tres solteros hambrientos de sexo. —Simon descorchó


una cerveza y me la entregó.
La agarré tomando un sorbo y disfrutando del sabor fresco de la bebida.
—Eso fue hace mucho tiempo. —Escuché responder a Alejandro.
Estábamos sentados en un chiringuito en Santa Mónica, Los Ángeles, el sol
se estaba poniendo, los niños seguían jugando en la orilla con nuestras
mujeres.
—Nunca he sido un mujeriego como vosotros dos —admití mientras
disfrutaba de la vista.
La vista, por supuesto, era mi esposa y mi hija.
—¿Nunca fuiste tan fascinante como nosotros, quieres decir? — se burló
Simon. Sonreí ante su declaración. No tenía idea de cuántas veces había
dicho no.
—Cuando conocí a Melinda, mi mundo se estaba desmoronando. Quién
hubiera pensado que en cambio, fuera el comienzo de una maravillosa
historia de amor. —Vi como sus ojos buscaban a su esposa.
Seguí su mirada y la vi jugando con Daniel mientras salpicaban agua.
Se casaron tan pronto como se divorció de su primera esposa. Melinda era
diez años más joven que él, pero era mucho más madura que Simon, eso
estaba claro y me lo guardaba para mí.
—Estoy contento de haber colgado los hábitos y dedicarme solo a ella —
admitió sin dejar de mirarlos.
—Ciertamente no puedo decir que mi relación con Tanjia fuera fácil. Era
la mujer más consentida y enigmática que jamás había conocido. Nunca nos
habríamos elegido uno al otro, pero fue el destino el que nos eligió —
pronunció Alex.
Ninguno de los tres habíamos recibido ningún beneficio de la vida.
Habíamos viajado kilómetros, infringido leyes, empuñado armas para
recuperar lo que era nuestro y defenderíamos lo que nos pertenecía con la
misma vida.
Volví a mirar a Charlotte. Su vientre estaba creciendo de nuevo. Otra vida
estaba a punto de llegar al mundo.
Me enteré de su embarazo justo después del desfile cuando fui a verla,
con la esperanza de que pudiéramos empezar de nuevo.
—Te tengo una sorpresa —dijo después de que hicimos el amor en el
baño de su camerino.
Tomó mi mano y la puso sobre su vientre.
—Te lo habría dicho aunque no hubieras venido hoy. —se apresuró a
declarar.
No tenía ninguna duda. No tenía más dudas de ella, pero necesitaba
aclarar algo antes de permitirle a mi corazón que se llenara de felicidad por
la noticia.
—Cualquier sospecha o malentendido que tengas durante nuestra vida
juntos ¿me prometes que siempre me lo contarás?
— Te lo prometo, Brian. No cometeré el mismo error. —En ese momento
la besé trasportándola en un torbellino de pasión que solo ella podía
apaciguar.
No había salido más de Nueva York desde aquel día.
Había seguido desfilando, haciendo sesiones de fotos, pero fue después
del nacimiento de Ariel que decidió que era hora de crear algo propio.
Junto a Abigail, abrieron su propia agencia de moda y en menos de un año
se habían convertido en una importante marca representativa de modelos
emergentes.
—Ahora nos espera un nuevo desafío, queridos. —Siempre era la voz de
Simon la que perturbaba mis pensamientos.
—Mirad allí —señaló a nuestros hijos.
Alexander y yo intercambiamos una mirada divertida.
—Un neoyorquino, una mejicana y una londinense. Nos harán salir canas.
—Mi hija no verá a chicos hasta la universidad —dijo Alexander con
firmeza.
Me eché a reír.
—Ellos son nuestro futuro Alex. Heredarán lo que dejemos —continuó
Simon.
—¿Sabéis lo que os digo? Que me voy con ellos. —Me levanté y caminé
hacia sus risas.
Tan pronto como Ariel me vio, se acercó a mí. Tenía ojos verdes y el
cabello rubio de su madre.
La levanté y la balanceé en el aire disfrutando de su alegría.
Pronto mis socios también se unieron a nosotros.
Éramos una gran familia y nuestros hijos vivirían como hermanos y
aunque el tiempo aún quedaba por pasar, Simon tenía razón, tarde o
temprano ellos crecerían, irían a la universidad y nosotros tendríamos el
pelo blanco.
Pero lo pensaría más tarde, ahora quería disfrutar del presente.
El único período de tiempo que realmente nos pertenecía.
Agradecimientos

Un agradecimiento especial a todas las lectoras españolas.


¡Gracias por vuestra fantástica bienvenida!
Gracias a Paco y Laura de la ElleBi translations. Gracias a las bloggers
por su apoyo. Espero que disfrutéis la historia de Brian.
Hasta la próxima.
Lia
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
EPÍLOGO
Agradecimientos

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