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M I C R O F 0 N O S . » ____ De la Real Academia Española

delicadeza, se escriben centenares se negaron a lucir en sus boinas, iderna hoy en boga no s e n o s lleva
D ECISIVO día aquel en el que
unos p e q u e ñ o s dispositivos
eléctricos permitieron el milagro
a diario que, a falta del micrófo-
no, perderían parte de su carác-
por la misma razón, los bragados a los españoles a ninguna parte.
guerrilleros del general Mina, con Si entre nosotros s e . difunde es
de multiplicar la voz. Los micró- ter. Francia, Italia y Norteamé- grave peligro de que se les fusi- esencialmente como vehículo bai-
fonos manumitieron a los afóni- rica cantan así sus canciones me- lase sobre el terreno. Los textos lable, porque para eso cualquier
cos como Lincoln a los esclavos. nudas. Es curioso pensar que la españoles de las canciones de cosa es buena, pero ni el payés
A los afónicos—y sin necesidad sensibilidad española aún no ha éxito internacional son casi siem- icatalán, ni el paisano gallego, ni
de llegar a tanto—, a los cantan- asimilado, ni siquiera admitido, pre un puro desastre, y si hoy el labrador de Palencla o el obre-
tes sin facultades para los que ese estilo, esa manera. Rechaza- existe alguien que los pasee por ro de Madrid tienen nada que ver
sirvió de magistral suplencia. Con mos, sí, como cuerpo extraño, el nuestros escenarios y a quien con ese mundo, del que es el mi-
Interpuesto del micrófono y cuan- acepte el respetable público, lo crófono símbolo y centro. Nos pa-
el micrófono nació la canción li- to se nos dice por él, salvo que cierto es que estamos hartos de rezca bien o nos parezca mal.
' gera moderna y la aratoria de llegue como un paradójico salva- ver correr a sus congéneres y pre- dudo _cfii__por el mercado común
masas o, para ser más exactos, conductor montado en una lengua decesores a cantazos de pullas y Idel micrófono entremos nunca.
el micrófono hizo asequibles am- extranjera, inteligible o no, que cuchufletas por el solo delito de Estos altavoces impertinentes,
bas a muchos que hasta entonces eso es accesorio, lo miramos o emular las glorias de Maurice >que me impiden trabajar en paz ]
estaban incapacitados p a r a su —más precisamente—lo oímos con Chevalier o de Frank Sinatra y suscitan mis comentarios, anun- j
cultivo, p o r q u e , claro es, an- prevención. Seguimos r i n d iendo Hay casi tema para un ensayo clan ahora, "urbi et orbi", que j
tes del descubrimiento de la elec- culto a las voces bfaves y pode- en la comparación de Bing Cros- mañana, a las doce, habrá una !
tricidad se habían cantado miles rosas y nuestras cancionistas ver- by y Juanita Reina, símbolos de exhibición de "twist". Para sí hu- j
de canciones y se habían dado in- náculas—quizás las de más auto- dos modos de lirismo popular y bieran querido tales andadores
numerables mítines. El micrófono, ridad y fama—congestionan su fácil y, sin embargo, absoluta- don Antonio Maura cuando el dis-
sin embargo, iba a permitir una carótida al interpretarlas, arteria mente antagónicos. Otro ensayo curso de la plaza de toros o los
modulación de un intimismo, de ésta a la que no piden esfuerzo podría hacerse también con la corifeos del viejo Sófocles en el r
una expresividad que hasta enton- alguno figuras tan calificadas en glosa del texto francés que cito teatro de Dionysos. Y, sin embar-
ces no se conocía y a poner a la su género como Juliette Greco o más arriba y el de esos otros que ¡go, es indudable que fueron oídos, •
medida de las más modestas la- la Patachou. han hecho llorar a millones de 'tanto el orador mallorquín" co_ió
ringes los gigantescos auditorios Yo no sé lo que es, lo confieso. simplicísimos compatriotas núes- ,ei trágico, cada uno en su tran-
de las concentraciones políticas. A veces llego a pensar que el quid tros a base de la burlada inocen- ,ce, en su intención y en su mo-
Desdé ese decisivo día al que alu- de todo está en el idioma. El es- cía de las modistillas, las ingra- mento, harto diferentes. Porque
do dejó de ser imprescindible el. "pañol, noble, redond|, autoritario titudes sentimentales de los du- si hoy asistimos al milagro de
gran aliento, el gran volumen de y viril, calzado y aaornado para ques y la valentía de los toreros. ver multiplicada la voz, nuestros
la voz para tales menesteres, y esos frivolos usos, hace afemina- Me parece a mí que por el cami- mayores saborearon el milagro de
con un hilillo tenue, artistas y • do, como aquellos pompones que no y la técnica de la canción mo- ver multiplicado el silencio, y yo
oradores salieron del paso. juro que las pocas veces que me
A la hora de la noche en que ~™.__«,_ m , 1M1 i 1 i,ii l l ll lll ] |jllllll l l 1III(|| ,ll l|| ll It •ha sido dado paladear este es-
escribo no es, no, ninguna aren- ectáculo me ha emocionado mu-
ga la que llega a mis oídos desde ño. Diez, quince, veinte mil al-
la playa en la que varios micró- nas, no ya enmudecidas, sin res-
fonos martillean mis oídos. Es¡ >irar siquiera, sin que nadie tosa
una cancloncilla francesa antigua: ntempestivamente, ni haga boli-
ya, pero tierna todavía. :as con el papel de seda de los
jombones, ni llegue rezagado, ni
Vous, qui passez- sans me voir, íomenten al vecino, conmueven a
sans inéme diré bón soir, malquiera. Yo evoco el inmenso
donnezmoi un peu d'espoir
ce soir, luditórium de Hollywood, don-
J'ai tant de peine... 3e fui testigo de todo eso en ho-
Análoga a ella, aunque sin su nor del piano de Rubinstein, que
tacaba a C h o p i n. Ya existían
_ t o n « _ - ¿ c o m a B a l . el micrófo-
no y los altavoces; pero el silen-
io los hacía superfluos.

Í Rubinstein, ocioso es decirlo, no


oca siempre, y los micrófonos
uan de funcionar algunas veces a
toda potencia para dominar el
concurso ab : garradn y festival ai
que se dirigen. Les debemos, pues,
de una parte, esa soberanía in-
dudable de la voz sobre la masa,
conseguida sin visible esfuerzo
físico, y, de otra, el que nos lle-
gue el suspiro, el recitado confi-
dencial, la apenas susurrada pa-
labra, que sin ellos perderla sus
destinatarios.
Yo no me dejo llevar de la pa-
sión y proclamo lealmente que el
micrófono es un invento impor-
tantísimo; pero quisiera que us-
tedes oyesen ese que en el mo-
mento de escribir estas lineas ta-
ladra mis tímpanos, se mete den-
tro de mi cerebro y me obsesio-
na y emborrona cuanto pienso,
para que viesen hasta qué punto
doy pruebas, al elogiarlo, de una
ecuanimidad que, modestia aparte,
no suele ser moneda corriente en-
tre nosotros.

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