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Facultad de Teología

Redemptoris Mater

Asignatura:
Homilética

Profesor:
Wilfredo Cruz

Alumno:
Juan Manuel Huamaní Pasión

La Punta, 2023
XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Za 9, 9-10
¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y
victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna. Suprimirá los carros
de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra, y él
proclamará la paz a las naciones. Su dominio alcanzará de mar a mar, desde el Río al
confín de la tierra.
Sal (144) 1-2.8-11.13-14
Todos los días te bendeciré, alabaré tu nombre por siempre. Grande es Yahvé, muy
digno de alabanza, su grandeza carece de límites.
Es Yahvé clemente y misericordioso, tardo a la cólera y grande en amor; bueno es
Yahvé para con todos, tierno con todas sus creaturas. Alábente, Yahvé, tus creaturas,
bendígante tus fieles; cuenten la gloria de tu reinado, narren tus proezas.
Tu reinado es un reinado por los siglos, tu gobierno, de edad en edad. Fiel es Yahvé
en todo lo que dice, amoroso en todo lo que hace. Yahvé sostiene a los que caen,
endereza a todos los encorvados.
Rm 8, 9.11-13
Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de
Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece. Y si el
Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel
que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos
mortales por su Espíritu que habita en vosotros. Así que, hermanos míos, no somos
deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne,
moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis.
Mt 11, 25-30
Por aquel entonces, tomó Jesús la palabra y dijo: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo
y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has
revelado a gente sencilla. Sí, Padre, pues tal ha sido tu decisión. Mi Padre me ha
entregado todo, y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; ni al Padre le conoce nadie,
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré
descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es
suave y mi carga ligera.»
Estemos alegres hermanos porque el Señor nos ha llamado a su presencia para
celebrar la victoria sobre la muerte mediante su pasión, muerte y resurrección, y nos ha
traído la redención de nuestros pecados; y también, porque hoy es Domingo: este día lleva
en sí un matiz de alegría para nuestras vidas, le da un sentido sublime, ya se decía en la
oración colecta: concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno
los que liberaste de la esclavitud del pecado.
Así lo manifiesta la primera lectura, en la que el profeta Zacarías llama a que
exulten de alegría y gozo las ciudades de Sión y Jerusalén; algo un poco irónico, pues en
aquel tiempo estas ciudades mencionadas habían sido asoladas por la guerra y los
sufrimientos que esta trae: ¿mandar alegrarse a un pueblo que sufre? Mas de uno habremos
venido así a esta eucaristía, abrumados por los sufrimientos de cada día: alguna
enfermedad, alguna preocupación económica o por algún familiar o amigo, pero sobre todo
por nuestros pecados que nos hieren profundamente el ser y nos hacen alejarnos de Dios. El
profeta continúa diciendo que vendrá un rey a traer paz y reinará de mar a mar, desde el
Río al confín de la tierra; esto es, sobre todo lo que existe, sobre toda nuestra vida. Y
¿cómo vendrá este rey? Vendrá de la manera más sencilla posible, sobre un burrito, una cría
de asna; lo normal sería que si es un rey venga de una manera portentosa y extravagante,
propia de su condición. Pero no, viene de la manera más sencilla y humilde: sobre un
animal de carga, acostumbrado a la dureza del trabajo, del sufrimiento podríamos decir.
Ante estas cosas tal vez un poco ilógicas que menciona el profeta; viene el
evangelio que comienza con Jesucristo bendiciendo a Dios por haber ocultado estas cosas
a sabios e inteligentes y revelárselas a la gente sencilla. Y qué son las cosas que se han
ocultado: los designios de Dios, la forma en la que se muestra Dios: fuera de la razón o
entendimiento humano. Esto es, de la forma más sencilla. El rey que menciona la profecía
de Zacarías vendrá a ser Jesucristo que ha venido al mundo de manera humilde. Y así es
como Dios se nos manifiesta cada día; no sé como crees que se te presente Dios: que suene
una voz del cielo o mediante un rayo o algún evento así como que sobrenatural; pues no.
Dios se nos manifiesta en los acontecimientos de cada día, por medio del prójimo; y para
que podamos verlo, el evangelio nos da la clave: en primer lugar hacernos pequeños,
sencillos, lo contrario a esto es el orgullo, la soberbia; esto definitivamente nos ciega de
poder ver lo que Dios quiere mostrarnos. Y en segundo lugar: adherirnos a Cristo para tener
esa intimidad, esa filiación que tiene con Dios: que podamos también, así como Jesucristo,
llamarlo Padre.
Esta adhesión a la que nos invita es cuando dice venid a mí; él nos conoce, sabe que
estamos sobrecargados por nuestros pecados, por nuestra limitación de poder amar al
prójimo. Para esto, lo que nos ofrece es tomar su yugo. Parece un poco contradictorio
Cristo al decir esto, ¿no? El yugo es signo de opresión y esclavitud, de llevar una carga
encima. Pero lo que quiere manifestar aquí es que el cristiano no es uno que vive alienado
sin que nada le afecte: como en una burbuja; sino que es una persona que vive con los
sufrimientos propios de la vida, pero aferrado a Cristo, a Dios, que es donde encuentra su
consuelo y fortaleza: porque su yugo es suave y su carga ligera.
La tendencia nuestra siempre es acudir a Dios cuando estamos enfermos o tenemos
algún problema para que nos lo arregle; pero el Señor nos invita hoy a vivir un verdadero
cristianismo, que es lo que ha dicho Pablo en la segunda lectura: no vivir según la carne,
sino según el Espíritu de Dios que viene por la adhesión a Cristo; esto es, que ahora que
vuelvas a casa te esperan los mismos problemas, pero vas a salir de aquí con las fuerzas
renovadas para continuar con esta lucha diaria. Esto con nuestras fuerzas es imposible, por
eso, llevar su yugo significa aceptar la gracia que quiere darnos hoy; porque por más
débiles que seamos Dios nos ama igual, es lo que hemos cantado en el salmo responsorial:
Es Yahvé clemente y misericordioso. Fiel es Yahvé en todo lo que dice, amoroso en todo lo
que hace. Acoger este yugo de Cristo que es suave porque es perdón, y es ligero porque no
consta de una multitud de leyes, que muchas veces nosotros mismos nos la ponemos,
llenándonos de exigencias.
Por tanto, hermanos, acojamos con alegría a este rey humilde y sencillo montado en
un burrito; que viene a reinar con misericordia y amor sobre nuestras vidas; ¿cómo?
Haciendo caer el yugo del pecado que nos lleva siempre a la muerte, para darnos el suyo:
uno que no agobia ni cansa, por el contrario, da consuelo y fuerza a nuestras almas. Por eso,
Jesucristo quiere hacerse uno contigo por medio del sacramento de la eucaristía: el cual es
una acción de gracias a Dios ¿y por qué? Por todo: por la vida, el trabajo, los hijos, los
padres, etc.; pero sobre todo por habernos enviado a su Hijo que nos ha abierto los cielos, la
vida eterna, cerrada por nuestros pecados. Por eso ahora Él se nos entrega de una forma
sencilla: en un pan, que es su cuerpo, para concedernos vivir del Espíritu; y en vino, que es
su sangre por la cual nos ha comprado para Dios; esto nos hace propiedad de Dios,
pertenecerle; nos hace poder verlo como un Padre.

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