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José Antonio Marina Marfa de la Valgoma La lucha por la dignidad Teorfa de la felicidad politica EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA to de la colecién n: foro © Ricardo Calero y Gervasio Séncher Primera ediciin en «Argumensos: diciembre 2000 Primera ediién en «Compactor: noviembre 2005 ‘Seyunda edicién en «Compactats: mayo 2008 © José Antonio Marina y Marta dela Vilgoma, 2000 © EDITORIAL ANAGRAMA, S. A,, 2000 Pedré de la Creu, 58° (08034 Barcelona ISBN: 978-84-339.6815-9 Depésito Legal B, 24079-2008, Printed in Spain Liberdiipler, SL. U, cra. BY 2249, km 7.4 - Poligono Torrentfondo 08791 Sant Lloteng d'Hortons A Soledad, Eutiquiano, Teyo y Agustina, que también colaboraron a su manera en este libro. JAM INTRODUCCION En Sierra Leona, los guerrilleros cortan la mano derecha de los habitantes de una aldea antes de retirarse. Una niifia, que est muy contenta porque ha aprendido a escribir, pide que le corten Ia izquierda para poder seguir haciéndolo. En respuesta, un guerrillero le amputa las dos. En Bosnia, unos soldados detienen a una muchacha con su hijo. La llevan al centro de un salén. Le ordenan que se desnude. «Puso al bebé en el suelo, a su lado. Cuatro chetniks la violaron. Ella miraba en silencio a su hijo, que lloraba. Cuando terminé la violacién, la joven pregunté si podfa amamantar al bebé. Entonces, un chetnik decapit6 al nifto con un cuchillo y dio la cabeza ensangrentada a la madre. La pobre mujer grité. La sacaron del edificio y no se la volvié a ver més» (The New York Times, 13-12-1992). Los periédicos estén llenos de ho- rrores. La historia también. Hitler, Stalin, Pol Pot y muchos otros deberian formar parte de un retablo maldiro que no ol- viddramos nunca. Resulta incomprensible que ante tanta maldad, ance can- to comportamiento indigno e indignance, afirmemos que to- dos los seres humanos estén dotados de dignidad, es decir, de un valor intrinseco, independiente de sus actos, de su bar- barie, de ese inicuo refinamiento de la crucldad. Resulta in- comprensible que no sigamos enarbolando el eq “principio del talién, culminacién de la justicia conmucativa, que tengamos consideracién con quien no la cuvo pre’ mente, que nos empefiemos en librar de la pena capital a quien ha violado y marado a una nifia, o en rehabilitar a sin razn y sin excusa nos ha destrozado la vida. ;De dénde hemos sacado una idea tan extrafia? Por qué la acep- tamos hasta el punto de que esté recogida en muchas Constituciones modernas? ;No va contra el sentido comin, contra los sentimientos comunes, contra la sana indignacién ante el salvajismo, contra el equilibrio de la justicia? Es contradictorio afirmar la dignidad de los indignos, sPor qué lo hacemos? Tal vez nos suceda lo mismo que a Sigmund Freud, que abrumado por su escepticismo y su en- fermedad escribia a un amigo: «Durante toda mi vida me he empefiado en ser honrado y en cumplir con mis obligaci nes. No sé por qué lo he hecho.» Utilizamos la palabra udig- nidad» para fundar en ella nuestra clemencia, cuando en rea- lidad deberiamos justificar primero esa presunta «dignidad» que vamos a utilizar como comodin cada vez que nos encon- tremos en un atolladero ético. Rorty, un prestigioso fildsofo contemporineo, comenta que Ia afirmacién de la dignidad humana por encima de la dignidad animal no es mas que la petulancia injustificada de tuna especie que sabe hablar. Debemos entonces prescindir de ella? No hay que precipitarse, porque el concepto de di nidad est sirviendo de fundamento a muchas concepciones éticas y juridicas, y ya vivimos bastante al descampado como para prescindir alegremente de un posible cobijo. Esperamos que al final de nuestro relato el lector sepa a qué atenerse. A pesar del comienzo dramitico, éste es un libro sobre la idad politica. Sobre la Ciudad feliz. Hace unos afos, cuando las facultades de psicologfa estaban inundadas por el conductismo de Skinner, se lefa mucho un libro suyo ticula- do Mds alld de la libertad y la dignidad. En él sostenfa que el ser humano s6lo conseguiria la felicidad cuando se librara de 12 esos dos mitos ensoberbecidos y absurdos. Nosotros, en cambio, consideramos que la dignidad es una invencién im- prescindible para alcanzar la felicidad. Estamos embarcados en un gran proyecto. No somos ilusos, aunque estemos llenos de ilusiones. Hay que tomarse cn serio a Shakespeare: «La vida es un cuento absurdo, con- tado por un idiota sin gracia, [leno de ruido y furia.» Pero queremos afiadir: «que se empefia en escribirlo de otra ma- nera». El hombre es un animal, desdichado por comprender que es un animal, y que aspira a dejar de serlo. Esta es la patética y parricida historia de la humanizacién. El hombre nuevo quiere matar al hombre viejo. Es nuestra historia comtin, en la que todos podemos buscar nuestra identidad. Creemos que la Humanidad navega por un mar azaroso con rumbo pero sin mapas. Su historia ¢s la crénica de miitiples naufragios. Pero como es i6 el sentenciaso Séneca: «El buen piloto, aun con la vela rota y desarmado y todo, repara ias de su nave para seguir su ruta.» Los autores, convencidos de que vivir navegando, cara al viento, es un be- llo vivir, han pretendido recuperar el cuaderno de bitécora de la Humanidad, con sus tempestades y bonanzas, mares profundos e islas emergentes, para ver de descubrir los rum- bos perdidos y los rumbos logrados. 13 Libro primero Que trata de la felicidad personal y de la felicidad politica Los seres humanos queremos ser felices. Este proyecto colosal, irremediable y vago dirige todas nuestras creaciones. Es un afin privado, pero que sélo puede colmarse manco- munadamente. De ahi nace nuestra «furia constructora de ciudades», que dijo Séfocles. Incompletos y débiles, edifica- mos las ciudades para que a su vez las ciudades nos edifiquen a nosotros, pues nuestra inteligencia ¢ incluso nuestra liber- tad son creaciones sociales. La autonomia personal es el fruto mis refinado de la comunidad. La necesidad de fundar nuestra felicidad individual en la idad de la polis, en la felicidad politica, nos ha obligado a construir metaféricos puentes, albergues, murallas, sober- bias torres, eficientes desagties, toda una arquitectura vital. A esta arjés-tejné, a esta técnica de los cimicntos, la llamamos &tica y derecho. La creacién siempre produce sorpresas. Los seres humanos, creyendo que estaban proporcionindose un refugio, estaban en realidad disefando un modo nuevo de ser hombre, una nueva Humanidad. Esto es lo que vamos a contarle. I. EL GRAN RELATO La evolucién biolégica dejé al ser humano en la playa de la historia. Entonces comenzé la gran evolucién cultural, la ardua humanizacién del hombre mismo y de la realidad. En los yacimientos arqueolégicos encontramos misterios presas ordenados en estratos. Restos de una fantistica inteli- gencia creadora que produjo enterramientos, objetos decora- tivos, herramientas y suponemos que suefios. Las paredes se recubten de pincuras, una destilacién de arte, magia y reli- gién. Las cosas, dotadas de propiedades reales desde el ori- gen de los tiempos, se completan ahora con posibilidades alumbradas por el ser humano. La piedra se hace arma o simbolo o estatua. En efecto, antes de los artficios de la cul- tua, estaba la realidad en estado bruto,! atin no conocida, ni deseada, ni alterada por la inteligencia. La realidad es mucho mis vieja que el hombre, ciertamente. sor- Antes de la peluca y la casaca fueron los rios, rios arteriales; fueron las cordilleras, en cuya onda rafda el c6ndor o la nieve parecian inmeviles Asi dice Neruda. Cuando aparecié el hombre, el universo se amplié con invenciones maravillosas ¢ invenciones malva- 7 das. En ninguna de ambas ocupaciones nos hemos concedido reposo. Apoyandonos en las cosas dadas nos empefiamos en it mis alla de las cosas dadas. El ingeniero romano Julio Cayo Licer colocé en el puente de Alcdntara esta espléndida ins- cripeién: «Ars r io median- teel cual la materia se vence a s{ misma. Ast obra la inteligencia, que prolonga la realidad, la transfigura, la mantiene en estado de parto. Todas las cosas son lo que son y, ademas, son las po- sibilidades que la inteligencia descubre y realiza en ellas. En este sentido, la esencia de las cosas esté atin en el aire, en estax do de merecer, esperando que los seres humanos acabemos de completarla dando a luz sus posibilidades. Y al hombre le su- cede lo mismo. Nicht festgestelltes Tier, animal no fijado, lo lamé Nietzsche. Es lo que fue desde siempre, pero, ademés, esté en camino de rehacerse al aumentar sus posibilidades. 2 Antes de esa Tenemos que comenzar por el princi war las propie- incansable produccién creadora, que supo dades de las cosas para inventar novedades, que convirtié la dureza del mérmol en estatua, o el cimbreante bambi en cafia de pescar, 0 el grufido en palabra, tuvo lugar una creacién atin més misteriosa, que no podemos contemplar ni datar, sino solamente inferir. En lo m4s ntimo del ser hu- ‘mano, que apenas acababa de evadirse de las certezas y auto- matismos animales, tuvieron que surgir habilidades gigantes- cas, cosmogénicas: el lenguaje, Ia colaboracién entre grupos extensos, la capacidad de controlar los impulsos mediante profundas coacciones sociales y Ia inaudita facultad de anci- cipar el futuro. Cosas todas enigméticas. Es incomprensible que un ser prelinglistico, atrapado en la cueva de su mutis- ‘mo, inventara el lenguaje! Ya lo dijo el sabio Séfocles: 18 Muchas cosas extrafias (deindn) existen, pero ninguna mis que el ser humano. Se ensefié a si mismo el lenguaje y el pensamiento alado, y la furia constructora de ciuda- des.? Por lo que sabemos hasta ahora, parece claro que la so- ciedad, con sus ventajas y exigencias, con sus complejidades Y riesgos, fie modelando, amnpliando, cultivando el cerebro y el corazén humanos.? Somos hibridos de neurologfa y socie- dad. La cultura no es més que un cultivo mental, labranza la lamaban nuestros clisicos, siembra y cosecha de invencio- nes, empefio por dirigir convenientemente la fecundidad de la inteligencia, tan peligrosa a veces. Pero, hasta consegui icudntos esfuerzos, dramas, titu- beos, problemas! Hay razones para pensar que todas las so- ciedades humanas debieron de tener muy pronto sistemas normativos para organizar la convivencia y la colaboracién,§ y también para poder resolver de forma adecuada los inevita- bles conflictos.? Una vida tan precaria y amenazada no se Podia permitir el lujo del individualismo ni del enfrenta- miento. La misantropfa es locura, y la soledad, la muerte. Podemos rastrear los primeros ensayos de sociabilidad en so- ciedades muy elementales que perviven. Catherine Lutz, una antropéloga que convivié con la tribu de los ifaluk en un atolén de la Melanesia, cuenta que ese pueblo, que vive en tun clima hostil, a merced de los ciclones y del inclemente mar, desconfia de la felicidad personal, porque cree que quien se siente satisfecho con su suerte, su situacién 0 sus propiedades, se va a desentender del destino de los demés.6 Piensan que el bienestar es egoista y que la supervivencia del grupo estd por encima de las satisfacciones particulares. Es su condicién indispensable. 19 3 La tenaz e innovadora evolucién moral tuvo que de- sarrollarse, pues, en dos niveles, intimo y social, sin duda co- nectados. El ser humano fue creando modos mas perfectos de dominar los impulsos emocionales peligrosos. Desde den- tro y desde fuera de si mismo. Es decir, mejorando sus capa- cidades psicol6gicas de control y haciendo mas eficaces los sistemas normativos. La libertad esté al final, no al principio. Aprendié a prometer, dice Nictasche, es decir, aprendié amaestrar sus impulsos. Un gran jurista, Rudolf von Ihering, que escribié una interesante genealogia del derecho, cuenta en su prosa decimonénica cémo el ser humano aprendié a usar la violencia para dominar su propia violencia. Al pare- cet, la miisica aplaca a las fieras, pero no al hombre. Sélo la violencia era «capaz de resolver la tarea que importaba en- tonces, la de quebrantar la indomabilidad de la voluntad in- dividual y educarla para la vida en comtin».’ En efecto, hay muchas razones para pensar que el comportamiento volunta- rio es una imposicién social. La autonom{a procede de la he- teronomia, por decirlo en palabras requintadas. El nifio aprende la libertad obedeciendo. Primero ala madre, luego a smo. Es dificil que el deseo se autolimite. La presién so- el juego de jerarquias, amenazas y ayudas, la necesidad. de ser aceptado por el grupo, fueron las grandes educadoras de la desmesura impulsiva. La humanidad nace con la disci- plina, dijo el apasionadamente contenido Kant. La culty tun conjunco de saberes, un gigantesco museo de creaciones, pero también una herencia ancestral de técnicas para educar al nuevo y raro animal que surgié hace cuatro millones de afios.* El hombre nace integrado en un grupo, y es probable que la nocién de individuo, de ser auténomo, tardase mu- cho en aparecer. Rigurosos antropélogos nos dicen que la creencia en la autonomia personal es una peculiaridad occi- 20 dental. Y lo dicen incluso con cierto tono de reconvencién, Es cierto que nuestra cultura ha insistido ~y creemos que por motivos profundamente utilitarios- en la respon- lad individual. Y lo hizo a partir de una vaga respon- sabilidad comunal 0 magica, que en una red ia los actos humanos isteriosa de influencias y culpabilidades. Convenciendo a la gente de que eran responsables de sus ac. tos -pero sdlo de sus-actos— se estaban construyendo los ci- mientos de la autonomia. Se estaban inventando formas nuevas de sobrevivir. Despojado de la certeza del instinto, el ser humano tuvo que inventar caminos en un territorio enigmatico, Durante milenios, fue descubriendo o creando valores que defender 0 que reivindicar, y procedimientos para hacerlo. Unas veces los propusieron gentes desconocidas, otras veces las grandes personalidades religiosas, morales, intelectuales. Buda, Lao- su, Confucio, Jestis, Mahoma, Platén, San Francisco de Asis, Lutero, George Fox, Rousseau, Gandhi, Marx y muché- simos mds. Propusieron nuevas posibilidades vitales. Unas se realizaron, otras se rechazaron y ottas estin atin en veremos. Nuestra genealogfa tiene muchos protagonistas, lejanos en el tiempo y en el espacio Ese afin por controlar desde fuera o desde dentro la con- ducta humana era exigido por la inevitable aspiracién a la fe- licidad personal, que tiene como condicién previa una con- vivencia aceptable. No habia tanto solidaridad como privada urgencia de felicidad. Si fuéramos angeles tal vez nos di- luirfamos gozosamente en los demas, alcanzando nuestra plenitud al olvidarnos. Pero no lo somos. La sabiduria préc- tica lo comprendié siempre. Por este deseo irrestafiable de felicidad tienen que comenzar los constituyentes franceses de 1789 cuando en plena revolucién se retinen para establecer las bases de la nueva sociedad. «La meta de la sociedad es la felicidad comin», pusieron en sui Constitucién. «Todos los hombres tienen una inclinacién invencible a la btisqueda de 21 la felicidad», decia en su proyecto Mounier, Y Thouret queria que comenzara con una afirmacin que le parecia evi- dente: «La naturaleza ha puesto en el corazén del hombre la necesidad y el deseo imperioso de felicidad. El estado de so- ciedad le conduce hacia esa meta, reuniendo las fuerzas indi- viduales para asegurar el bien comtin». El ser humano es egocéntrico y altrocéntrico a la vez. Egoista y altruista. No puede dejar de ocuparse de su corazén, pero muchas veces lo pone en tierra extrafia, con lo que vive una bilocacién comprometida y a veces desgarrada. Ahora, que necesitamos imperiosamente reconstruir la ética publica, tenemos que volver a esos origenes de nuestro mundo personal y so- ‘Nadie se une a los otros para ser desdichado», decian Jos fildsofos ilustrados de la politica. Bella filosofia. 4 Vamos, pues, a hacer Ia crénica de la invencién moral, la mAs apasionada pagina de una historia de la inteligencia crea- dora, La especie humana es de una fertilidad incansable. Ha creado miles de lenguas, de creencias, de costumbres, de mii- sicas, de formas plisticas. Y también de modos de vivir y de resolver conflictos. Los expertos dicen que existen en el mundo 12.000 sistemas legales distintos.? En el origen de la moral y el derecho encontramos, como motor inventivo, un afén solucionador. Los problemas son universales, las soluciones son locales. Al revisar com- pendios de normas morales, como el de Summer o el de ‘Westermack,"" encontramos grandes diferencias sobre casi todo, salvo en los conflictos, que son comunes. Tomemos como ejemplo la moral sexual. El cémo, dénde, cuando, con quién, por cudnto tiempo, son temas universales. Y también la procteacidn, la fidelidad, la herencia y muchas otras cosas 22 que se han resuelto de variadas y a veces sorprendentes max neras. La lamada sociedad ‘kung tiene una costumbre, lla. mada kamberu, segiin la cual dos hombres pueden intercam_ biar sus respectivas mujeres, con tal que ellas consientan, Entre los esquimales se considera un gesto de hospitalidad ofrecer al huésped la propia esposa. El domicilio del matri- monio -si se vive con la familia de! marido o de la mujeres fuente de tensiones en muchos pueblos." Los seres hua han ensayado la monogamia, la poliandri En este momento, Occidente ha optado por la monog cesiva. La diferencia esta en las soluciones, no en los con! 10s. Otro ejemplo de diversidad se da en los modos de reso. ver el problema de Jos ancianos. Los pueblos esquimales los abandonan en el hielo. En el sur del Pacifico los enterraban vivos. En cambio, en Roma el particidio se consideraba el Borde ls crimenes, y quien lo hubiera cometdo ea ineto- lucido en un saco de cuero cosido, junto a un petro de mala casta, un gallo, una vibora y un mono, y en tan desagradable compafifa era lanzado al mar. Occidente confia ahora en I Seguridad Social, la méxima creacién poética del siglo XX. 5 Ademas de ese dinamismo solucionador, encontramos ox dinamismo emancipador, reivindicativo, f be sole ae tos sociales. Una situacién dolorosa @ insatisfactoria provoca un movimiento de re- dia contra el suftimiento. Hasta aqui no hay mds que una reaccién de supervivencia. La huida del dolor no es todavia una reivindicacién. Tiene que haber primero una concienci de echar en falta, de haber sido privado de algo, una neces! dad de justificacién. A veces se necesita que un visionario alerte acerca de esa carencia. Es preciso comprender primero 23 que las cosas pueden ser de otra manera, Desde facuro percibimos la indole del presente. Esta ha sido siempre la funcién iluminadora de las utopfas."? La experiencia de humillacién, ofensa o injusticia distin- gue ls reivindicaciones morales de las luchas por los nudos in~ tereses. Aquéllas apelan a un derecho, éstas simplemente 2 un deseo.” Las reivindicaciones morales pelean tanto por el hue yo como por el fuero. La lucha por la independencia america- ve comenzé como una protesta contra un impuesto decidido por el Parlamento inglés, que @juicio de las colonias no estaba ‘apacitado para imponerlo, Habrian podido rolerarfécilmente lus 12.000 libras al afio que suponfa. Pero no fue un movi- i ino por un principio: el de- recho a ejercer un control sobre el propio gobiern Las reivindicaciones morales buscan el reconocimiento de un derecho, el acceso a un valor merecido, la abolicién de tuna presunta injusticia, Ponen de manifiesto una carencia indebida. No pretenden cién, 0 aceptar un privilegio, que les pertenece. Esta refere da, conculcada, es sorprendente porque no ¢s real Nunca hubo esa edad dorada donde los hombres posefan una liber- tad que después perdieron."> Es dificil creer en un parafso te rrenal, pero cs Ficil entender por qué se cree en él. Se trata de una esperanza retroactiva. Si existié, puede volver, y eso encandila el corazén humano. Es una creencia de conmove- dlora ingenuidad, porque atrés s6lo hay una selva ambiguas gue ha producido flora de todos los colores y fauna de todos Tos pelajes. Pero el dinamismo reivindicativo, emancipador, se apoya siempre en esa esperanza convertida en historia, en ce futuro anhelado transformado por la esperanza misma en pasado perdido, 1 mundo construido por estos dinamismos, con minu- ciosidad de panal, se ve a veces conmovido por el aletear de grandes vuelos. Aparecen personajes poderosos que hablan 24 de otros mundos, de otras esperanzas, de otras cmociones. Son renovadores religiosos que alientan los fuegos amorti- guados del corazén humano y los convierten en hogueras. El amor, la compasién, la generosidad, el desasimiento, la po- breza, Hablan de tietras amorosas 0 apaciguadas, de dioses y esperanzas. Cambian la faz de la tierra. Son unos ejemplos admirables y a veces terribles de creacién moral, que ponen en pie de guerra 0 en pie de paz los sentimientos expansivos, creando asi un nuevo dinamismo. Los dos primeros eran de busqueda. Este es de llamada. Estos tres grandes proyectos ~solucionar, emancipar, ele- var~ incitan y dirigen la invencién moral. Abren nuevos ca- minos, ensayan soluciones, proponen metas innovadoras y valores ardientes. 6 La humanizaci6n de la especie humana es una gigantesca epopeya que hz tenido, por sopuesto, muchor exons, pero fragmentarios.'© Por ello nos hemos visto obligados a buscar la documentacién en fuentes muy diversas: la antro- pologia cultural y juridical psicologta social, la historia de lax insiouciomen dl desech, de la polhica, de lanrevolacko- nes los movimientos sociales, de la relgién y del pensa- tniento, de las costumbresy la intimidad, dela eoperancas los sentimientos. Pro éte no es un libro de historia. Es ibe crénica coral, multitudinasia, abigartada casi. Voces se 2 voces, culturas a culuras, acciones a acciones,cestigos a testigos. Utilizamos toda esa documentacién para justificar unas tesis que pueden resumirse asi: Tesis primera: La Humanidad, movida por deseos imperio- sos y a lic 1c ie sy contradictorios, se ha dirigido siempre a una meta que se 25 ~~ designa con términos amplios, vagos e inevitable, como «felici- dad» 0 sjusticia». El sex humano, en efecto, tiene siempre el corazén dividido. Aspira al mismo tiempo a la seguridad y a la ampliacién de posibilidades.'? Es decir, queremos tener a la vez el pajaro en mano y los ciento volando. Tememos la aventura, pero también el aburrimiento. Somos calculadores utdpicos. Ahorradores prédigos, que es el no va més de la contradiccién. Ademds, nos mueven intereses propios e inte- reses ajenos. Anhelos tan opuestos tensan la vida del hombre como un arco, del que salen disparadas flechas mds 0 menos certeras. La definicién del ser humano esté llena de parado- jas. Es un egoista social, que para buscar su provecho necesi- ta del otro. Es un libertario que teme la libertad, Es un ser racional que encuentra su energia en impulsos no racionales. Es un perezoso que no descansa nunca. La evolucién moral es un esfuerzo continuo por resolver estas contradi Movido por tan complejos impulsos, busca su fe deidad suprema de su altar privado. Pero sélo puede alcan- zarla en un ambito adecuado, donde esté protegido y a salvo. Llamamos justicia a un modo de convivir, de interactuar, de organizarse que fa de una comunidad. Segunda tesis: Cuando los seres humanos se bran de la mi- seria, de la ignorancia, del miedo, del dogmatismo y de! odio elementos claramente interrelacionados evolucionan de ma- nera muy parecida hacia la racionalidad, la libertad indivi- dual, la democracia, las seguridades juridicas y las politicas de solidaridad. Hay una clara convergencia histérica.!* Y cree~ mos que ha habido un continuado progreso moral, lo cual va sin duda en contra de la moda. Admitir algiin progreso se empieza a tomar como sintoma de debilidad mental. Los predicadores de la decadencia adolecen de una nostalgia in- justificada. Nadie que desconociera la situacién social que le iba a corresponder, es decir, que no supiera si le tocaria ser 26 ‘lavizador o esclavo, negro o blanco, hombre 0 mujer, de- searfa volver a ese pasado oscuro y selvitico. O sea, que el elogio del pasado es una astucia de aspirantes a privile dos. Creemos que Bobbio, un prestigiosisimo fildsofo del derecho, tiene razén cuando escribe que la historia de los de- rechos del hombre es «un signo del progreso moral de la hu- manidad>.”? Tercera tesis: La Humanidad, por distintos y convergentes caminos, ha descubierto que el modo més seguro y eficaz de con- seguir la felicidad y la justivia es afirmando el valor intrinseco de cada ser humano. Tanteé primero otros caminos, que ain son preferidos por algunas sociedades. Por ejemplo, la afir- macién de la preeminencia del grupo, de la nacién, de la raza o de Dios sobre el indi ria nos ensefia que la evolucién moral de la Humanidad lleva no sabemos si de una manera definitiva- a la defensa del valor intrinseco de cada ser humano, como supremo valor a proteger, como fundamento de toda convivencia noble y pacifica. En los tiltimos siglos, este valor ha sido designado con el término «dignidad», que en la actualidad figura en muchas Constituciones politicas.2° Cuarta tesis: Ese valor supremo ha encontrado su mejor de- ‘finicién operativa en el concepto de derechos prelegales (derechos subjesivos, innatos, derechos morales, 0 como quieran denomi- narlos), que a su vez se han concretado en los lamados derechos Jumanos. Por esta razén hablamos con frecuencia de las dos grandes declaraciones, la de 1879 y la de 1948, dos momen- tos estelares en la historia que vamos a contar, en la historia de nuestra humanizacién. Tesis metodoligica: La historia de la lucha por la dignidad ¢s una fundamentacién prdctica de la érica, Los filésofos sue- Jen acudir para fundamentar la ética a las obras de otros, 27 sofos. Con ello corren el peligro de quedarse en la claridad de los conceptos y olvidar el dramatismo de lo real. La exu- berante textura de la vida. Creemos que la historia es el gran banco de pruebas de las soluciones morales. Cada cultura ha intentado resolver los problemas como ha podido. Serfa esttipido no tener en cuenta sus esfuerzos, no asimilar sus triunfos ni aprender de los errores. En asuntos pri dilatada experiencia se convierte en sabiduria. Cicerén hablando de la Constitucién romana: «Ni los pode- res convenidos de todos los hombres, viviendo en determi- nado momento, podrian hacer todas las previsiones de futu- ro necesarias sin la ayuda de la experiencia y de la gran prucba del tiempo».?! No vamos a hacer herboristerfa cultural, sino descripcién viva. Hay un proceso de invencién érica, caudaloso, tenaz, in- cierto, andlogo al proceso de invencién cientifica nes de intentos, de tanteos, de rechazos, de criticas, de ajustes, de debates, de equivocaciones, hacen emerger en un caso mo- dos de vida y en el otro teorias cientificas. Ese hervor inven- tivo es insustituible, pues de él proceden las novedades, pero no es de fiar. Necesitamos un segundo nivel eritico, de selec- cién, de comprobacién, de aseguramiento, La verdad ¢s, ante todo, firmeza. En hebreo se dice emunah, «aquello que permite construir encimap. ¥ lo mismo significa epi-steme, la palabra que designa el conocimiento verdadero. Y el akadio Kittum, que ~oh maravilloso circulo! verdadero y también la ley. Sin ese nivel de justificacién, de legitimacién de lo que decimos, es imposible alcanzar la an- siada paz. Ya se lo dijo Sécrates a Eutifrén: Lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, {No son ésas las cosas que, cuando disputamos y no hallamos un criterio lo suficientemente decisivo, nos con- vierten siempre en enemigos, a ti y a mi y a todos los de- mas seres humanos?”? 28 La biografia de las invenciones morales nos proporciona imulténeamente un criterio de justificacién. Los hechos su- gieren la teoria y después la confirman o la niegan. En el mundo de la inteligencia préctica, la experiencia de millones de personas es un argumento digno de tenerse en cuenta. Hay que tomarse el dolor en serio como fundamento de la ica. Y también, por supuesto, la alegria, la admiracién y el funfo. La historia nos proporciona la progresiva aclaracién de la experiencia moral, lo que muchas veces deja un poso amargo porque el ser humano suele aprender mediante el es- carmiento, Acaso en la actualidad no seamos mejores, pero podemos ver mas claro. Algo es algo. Las paginas que siguen son una fundamentacién de estas sis. 29 Il. AVATARES DE LA FELICIDAD Y LA JUSTICIA 1 El hombre se ha movido siempre por dos aspiraciones irremediables e irremediablemente vagas: la felicidad y la jus- ticia.! Ambas estén unidas por parentescos casi olvidados. Hans Kelsen, uno de los grandes juristas del pasado siglo, los con claridad: «La biisqueda de la justicia es la eter- na busqueda de la felicidad humana. Es una finalidad que el hombre no puede encontrar por si mismo, y por ello la bus- ca en la sociedad. La idad social, garantizada por un orden social.»? La felicidad politica es una condicién imprescindible para la felicidad personal. Hemos de realizar nuestros proyectos mas intimos, como el de ser feliz, in- tegrandolos en proyectos compartidos, como el de la justicia. Sélo los eremitas de todos los tiempos y confesiones han pre- tendido vivir su intimidad con total autosuficiencia. Han sido los atletas de la desvinculacién. La historia muestra el juego de influencias entre la felici- dad y la justicia. El viejo Platén ya se preocupé y se ocupé de las leyes «que harfan a una ciudad feliz».? Las primeras de- claraciones americanas de independencia consideraban que idad era una meta politicamente relevante. La Decla- racién de derechos del buen pueblo de Virginia (1776) afir- maba que los hombres tienen por naturaleza el derecho a buscar y obtener la felicidad», y la Declaracién de Indepen- 30 dencia (1776) proclama que el fin del gobierno es «alcanzar la seguridad y la felicidad». En su articulo 13, la Constitu- én espafola de 1812 proclamaba: «El objeto del gobierno es la felicidad de la nacién.» Y lo mismo dicen Constitucio- nes recientes y culturalmente lejanas, La de Irdn (1989): «La mica de Irin tiene como ideal la felici mana en toda sociedad humana.» La de Nami consagra los «derechos del individuo a la fodos los ciudadanos se les garantiza la dignidad, y tendrin derecho a perseguir la felicidad.» No creemos que sean expresiones retéricas, aunque lo parezcan, Delatan la energia que unifica nuestra vida privada y nuestra vida pablica, asunto especialmente importante en tun momento en que el nexo entre ambas se ha roto, y es necesario reedificar los puentes entre la ética politica y la éti- ca personal. La estructura de ese puente, que permite unir co, es, precisamente, la fe- do. Sélo un cierto angelismo podria afirmar que el justo es feliz aun en medio de las més espantosas torturas. No. La justicia no produce inexorablemente la felicidad personal ‘No ¢s una dispensadora automitica de alegria, amor, paz, sa lud y concordia. Pero es la mejor garantia, la ayuda més efi- caz para que cada uno de nosotros, de acuerdo con nuestros planes, arentos a nuestra situacién, realicemos nuestra mejor idad. Tenemos, pues, que hablar de dos tipos de feli idad subjetiva, un sentimiento pleno de bienestar, personal, intimo. Otra es la felicidad objetiva, pti- blica, politica, social que no es un sentimiento sino una si- tuacién, el marco deseable para vivir, aquel escenario donde la wbtisqueda de la felicidad» de la que hablaban los textos ci- 31 tados resulta mds ficil y tiene mds garantfas de pondremos un ejemplo muy elemental. Los judios tortura- dos en los campos de extermino nazi, humillados, privados de todos sus derechos, despojados de su condicién de perso- nas, gno recordarian la Repiiblica de Weimar como una si- tuacién objetivamente feliz? Lo cual no quiere decir que en- tonces no tuvieran desdichas, fracasos y enfermedades. Eso eran infelicidades privadas, pero el marco ptiblico no afi ms dolor a ese dolor. La felicidad politica es el tcleférico que nos deja en el arranque de la pista de esqut. Luego, des- crismarnos o disfrutar con la ligereza del descenso es cosa nuestra. zResulea sensato llamar felicidad a una organizacién so- a un comportamiento comunitario? Si. Es un recurso gilistico que utilizamos constantemente. Aunque la salud sea una propiedad personal decimos que las cantarinas aguas de montafia o los aquilinos aires de la sierra son sanos por- que favorecen Ia salud. Pues de la misma manera podemos decir que una sociedad es feliz cuando favorece la felicidad de sus miembros.‘ En resumen, este libro va a ser una funda- mentacién genealégica de la felicidad politica. Sin ella no es posible lo que todos anhelamos: la felicidad personal. La biisqueda de la justicia, pues de eso se trata, es una navegacién azarosa, renaz en el empefio ¢ incierta en la meta, que necesita guiarse por la estrella polar de la felicidad inti- ma. Es mas ficil desear la justicia que definirla. Lo tinico que sabemos por ahora es que pretende convertir la realidad en morada del hombre. De la vendimia de citas y metéforas extraiga el lector un vino cordial: Cada vez que oiga hablar de la just dese de su felicidad. Y recuerde también una frase de Mounier, uno de los autores de la Declaracién de derechos de 1789: El pueblo no tiene derechos contrarios a su felicidad. Cutiosa frase.> acuér- 32 2 Un sentimiento de injusticia precede a la idea de justi- cia. O, para ser mds precisos, un sentimiento de injusticia, de ofensa o de humillacién. «La més grande y repetida forma de miseria a que estin expuestos los seres humanos consiste en la injusticia mds que en la desgracia», se quejaba Kant. No en vano, cuando el desdichado se siente abrumado por su dolor, ademas de quejarse, No hay derecho! El oso Job, socavado por el suftimiento, se encara asi Dios: Diré a Dios: «No me condenes; hazme saber por qué me sujetas a juicio. {Te trae provecho oprimir, desechar la obra de tus manos, y mostrarte favorable a los designios de los malvados?» Y concluye con una pregunta desgarrada: «;Para qué me sacaste del seno de mi madre?»” El Segismundo de La vida es suefio repetiré una imprecacién parecida: «Qué delito co- metf / contra vosotros naciet El sentimiento de injusticia tiene que ver, posiblemente, con el sentimiento de propiedad, y tal ver con el de e El desconfiado Nietzsche, que crefa que pensando mal se acertaba casi siempre, supuso que el resentimiento estaba en el origen del ansia de igualdad. En el grito infantil «a mi tam- bién» hay un vestigio de reclamacién de justicia.* La indigna- cién aparece cuando algo que considero mio, porque lo poseo © porque lo merezco, me és arrebatado 0 no me ha sido dado nunca. Al hablar de la propiedad no nos referimos sélo a los bienes materiales, por supuesto. El buen nombre, la fama, la consideracién, el honor entran en juego. La palabra «recono- cimiento» expresa un fenémeno de gran importancia psicolé- gica y social. No me basta con que me conozcan, quiero u lo?» 33 expresa afirmacién de m{a través de ese re que ratifica mi exis- tencia ante los ojos de los demas.? Ihering describe el origen patrimonial de la idea de justic EI hombre conquista la propiedad de algunos bienes y quiere conservarlos, Si alguien de fuera pretende arrebatérselos, apare- ce un sentimiento de dafio o de ofensa, que lleva inevitable- mente a una reaccién violenta contra esa violencia suftida.'? A lo mio sélo puedo acceder yo y en todo caso los mios, La més venerable definicién de la justicia ~«dar a cada uno lo suyo»—!" consielera que la justicia es siempre una devolucién. Actto jus- tamente cuando cumplo con mi deber, ¢s decir, cuando pago mis deudas, materiales o espirituales a los demas. Por favor, no pasen a ufa de jaca sobre la rareza del asunto. Esa idea de justicia tan manida —dar a cada uno lo suyo~ se ha vuelto ahora inquietante, Cada vez que uno gri- ta: «|Quiero justicial» esté pidiendo a alguien que le devuelva lo suyo. Pero zqué, a quién y por qué? Preguntas dificiles de contestar. La ancestral definicién del comportamiento justo tiene como antecedente una propiedad de la que su duefio. no puede disponer en ese instante porque al parecer esté en poder de otro. Tomas de Aquino expone en un texto certero este fenémeno que va a emerger como un, guadiana argu- mental con mucha frecuencia: «Si el acto de justicia consiste en dar a cada uno lo suyo, es porque dicho acto supone otro precedente, por virtud del cual algo se constituye en propie- dad de alguien.»!? Necesita hacer depender la justicia de un gancho trascendental que la mantenga cn alto. Lo llamamos gancho trascendental -expresi6n que a una de nosotros le pa- rece horrible, pero que acepta porque no tiene otra mejor porque justifica una afirmacién enganchéndola a un nivel superior, a veces meramente postulado o fingido, (Cada vez que oiga hablar de fundamento metajuridico 0 metalingiis- tico o metactico, 0 metacualquier cosa, piense que le estin hablando de un gancho trascendental ) {Cuil puede ser la fuente de esa propiedad de la que de- 34 inde la justicia? Ya sabemos de dénde vienen otras propie- dades: de la fuerza, la inteligencia, el trabajo, la herencia. Al parecer, muchas de las fincas pertenecientes al Ministerio de Defensa espafiol tienen como titulo de propiedad un miste- rioso D. C., que no es sino la abreviatura de Derecho de Conquista. No hay oscuridad alguna en el origen de esas pertenencias. Pero al hablar de justicia en abstracto como comportamiento justo 0 como justicia social~ no estén las cosas tan claras. Cuando se le dice a usted que es justo que pague impuestos proporcionales a sus ingresos, se le esté di- ciendo que tiene algo que pertenece a otro, y que debe de- volverlo, Notable pretensién que no suele explicarse. Es jus- to pagar las deudas, es decir, lo que se debe. Pero zde dénde vienen los deberes? En la Constitucién francesa de 1793 se incluyé un rarisimo articulo que decia: «La beneficencia pui- blica es una deuda sagrada» Tenga un poco de paciencia. Estas creencias tienen una genealogia muy larga que nos de- parard muchas sorpresas. a ligica de la propiedad y del intercambio no es puro matetialismo, a la vista esta. La evolucién moral ha ido inte- riorizando conceptos y valores que en su origen sélo servian hacia fuera. La propiedad de cosas se convirtié en autopro- piedad, propiedad de uno mismo, fendmeno que se ha con- vertido en definicién de la «persona humana». Persona es el set que se posce a s{ mismo reduplicativamente, dice Zubi- 3 Sélo el hombre libre, duefio de si, era persona en las calturas antiguas, Volvamos al dominio fisico. Los bienes comenzaron a intercambiarse muy pronto. No hay sociedad, por muy rudi- mentaria que sea, que no haya practicado el trueque, y no se puede practicarlo sin preguntarse si los dos objetos intercam- biados tienen el mismo valor. La aparicién de la moneda hhace atin més necesario ese céleulo. La justicia comienza siendo tna norma de comercio. En los primeros textos lega- les que nos han Iegado, trayendo las huellas de la invencién 35 del mundo, encontramos una y otra vez el afin por precisar precios, pesos y compensaciones. Leemos en las leyes de Ur- Namma (2113-2095 a. Si un hombre repudiase a su primera esposa, pagaré un ‘mana (500 gramos) de plata Si un hombre repudiase a una viuda, pagaré media mana (250 gramos) de plata. Si un hombre sin mediar contrato de matrimonio ya- ciese sobre el regazo de una viuda, no pagar ninguna can- tidad de plata. El Cédigo de Esnunna, primer texto legal en lengua aca- dia, de 1800 a.C., nos sumerge en el ajetreado mundo del cometcio y de los pleitos. Empieza con una lista de precios: «Un kur de cebada por un siclo de plata. Tres silas de accite fino por un siclo de plata.» Produce la misma sorpresa y en- ternecimiento que causarfa encontrar una lista de la compra de hace cuatro mil afios. Después comienza a enumerar las indemnizaciones. «Si un hombre le muerde la nariz a ott hombre y se la arranca, pagaré una mina de plata. Un ojo: una mina; un diente: media mina; una oreja, media mina. ‘Una bofetada en la cara pagard 10 siclos.» Para hacer sus cuentas, diremos que una mina equi gramos de placa y un siclo a 80."5 La fijacién de tarifas era tan importante para la pobla- cin, que el rey UruKAgina (2350-2300 a.C), cuando hace un balance de las reformas legales que implanté al llegar al trono, menciona con gran orgullo la correccién de muchos precios. Unicamente mencionamos uno: Desde los lejanos dias, desde la aparicién de la semilla, en aquellos dias: Por llevar un caddver al cementerio el uruh reciba siete jarras de cerveza, 420 panes, 2 ul (60,6 twos) de cebada hazi, un vestido, un cabra guia y una cama. 36 © Esas eran las normas de tiempos anteriores. Las nuevas, reputadas mds justas, eran: Por llevar un cadaver a un cementerio el uruh recibe ahora 3 jarras de cerveza, 80 panes, una cama y una cabra guia.!¢ 5 Resulta emocionante esta humilde minuciosidad de la aurora del derecho. Por sus lineas transita la humanidad, Como todas las grandes cosas, la idea de justicia nace de los avatares de la vida cotidiana, de sus necesidades, aspiraciones y conflictos, que son muy parecidos en todo el universo. Por eso la idea es también universal. La encontramos en todas las culturas, expresada mediante grandes sistemas metaféricos recurren ibrio, igualdad, reciprocidad, orden, recti- Si alguien me quita lo mio, me ofende y daa, y debe restituit. Si vendo algo, deben pagarme lo convenido. Si doy algo, deben corresponder a mi regalo. Los paptias kapauku Haman a la justicia uta-uta, emedio- medio», lo que simboliza la idea de eq convierte en su simbolo, tanto para los ukomi del Gabén como para los occidentales contempordneos. Lo justo es pe- sar bien, ya lo hemos visto. En latin las palabras «compensa cidn» y erecompensa», derivan de pesar. En todas las culturas se rechaza con violencia al que altera los pesos. Cuando el equilibrio se rompe, por ejemplo mediante la ofensa, hay que restablecerlo cuanto antes. La venganza es uno de los medios para conseguitlo. Otra imagen recurrente es la igualdad. Los lozi de Zambia llaman a la justicia rukelo, que significa «igualdad», y «30 es lo que significa también la palabra vequidad», y, en su origen, la palabra griega dike, Para ser justo es necesatio pa- 37 gar lo mismo con lo mismo, devolver lo que se tomé en préstamo, valorar de la misma manera las cosas iguales, ser imparcial en el trato. El afin por no ser discriminados hizo que los griegos valoraran palabras comenzadas por el prefijo 410, que indica igualdad. En especial, reclamaron la isonomia, igualdad ante la ley, y la izegorda, igualdad en el uso de la pa- Iabra en la asamblea.!” La ley del talién —«ojo por ojo y te por diente»— es la perfecta formulacién de esta justicia del equilibrio y de la igualdad. En estrecha relacién con ella hay en todas las culturas un vivo sentimiento de reciprocidad. Quien recibe algo tiene que corresponder. Hace muchos afios, Marcel Mauss, un co- nocido antropdlogo, se preguntaba cual es el principio que hace que en las sociedades arcaicas el don recibido haya de ser compensado obligatoriamente. Qué fuerza hay en lo dado que obliga al receptor a corresponder? Los cabilefios es- tudiados por Pierre Bourdicu tienen tan presente la idea de reciprocidad que hacer un regalo excesivo produce una ofen- sa tremenda, al no permitir que el otro pueda corresponder. Lo mismo ocurre en Japén. La importancia concedida a la gratirud y a la devolucién de la deuda hace que el japonés sea muy receloso respecto a los regalos. No quiere caer en las leyes del on, de la deuda. El lenguaje recoge este recelo ante Jos favores. Los japoneses usan para dar las gracias la palabra hatajikenai, que esté escrita con el signo utilizado para expre- sar «insulto» 0 «desprestigion. Significa a la vez «me siento insultado» y «estoy agradecido», lo que demuestra la ambiva~ lencia de la situacién."* Los psicélogos sociales han llegado a hablar de una «compulsién a devolver». Esta légica del regalo, del don, tie- ne una funcién social de gran importancia. Los !kung del Kalahari mantienen un sistema de intercambios ~hxaro— que sirve como red de compromiso y seguridad, puesto que to- dos estan un poco en deuda con todos. Y lo mismo los me nesios estudiados por Malinowski, que tienen un sistema de 38 sma y daca con célculos mentales que siempre se saldan equitativamente. Hay un sistema de intercambio llamado ‘hula, en que cada parte cuida de que el otro cumpla su com- promis¢ descanso y sin planos se fueron construyendo las l6- gicas del corazén y las légicas de la ciudad. Poco a poco el ca0s se fue ordenando. Isaias hace decir a Dios: Yo hice la tierra y yo crié al hombre sobre ella. Yo le levancé para la justicia. El edificaré mi ciudad.” 4 La nocién de corden» es otro hilo del barroco tapiz de la justicia. La idea de que el universo esta regido por leyes im- placables y de que lo justo consiste en ajustarse a nido siete vidas filos6ficas y teoldgicas. Ast entendida, la jus- ticia no ¢s un comportamiento, sino el esplendor del orden césmico. Lo injusto se ha convertido en lo antinatural. jAtencién! Esta es la primera aparicién del guadiana. La na- turaleza es esgrimida como un punto de referencia, como un sgancho trascendental. De él va a pender lo bueno. Lo natural ¢s bueno, lo que va contra la naturaleza es malo. El misterio- so Parménides, que aparece en el comienzo de la filosofia gricga, brillante y frio como un emperador de la sal, narra el acelerado viaje que le lleva «guiado por el derecho y cia»*t al reino de la Verdad bien redonda. La justicia rige la naturalera con mano firme. «Mantiene firmes sus cadenas, sin permitir que al relajarlas se engendren o perezcan los sc- res.»?? Las leyes que rigen el cosmos regulan todas las cosas, las animadas y las inanimadas. Solén intenté trad las ha te- en le- 39 yes la armonia original, trasponiendo a la ciudad las leyes de fa naturaleza, que la soberbia del hombre se empefiaba en deshacer. Platén cuenta en el Protdgoras que cuando los hombres estaban a punto de perecer por su hybris, por su desmesura, Zeus envié un regalo que les salvarfa de mori: la ley y la justicia. ‘Cuando una idea se repite en culturas muy distintas, de- bemos pensar que deriva de una experiencia digna de ser te- rida en cuenta. El orden que rige todo el universo es una de ellas. Para comprobarlo, vayamos a la China antigua. Lao- tzu (570-490 a.C.) descubre en el tao la gran legalidad. Hay que seguirlo, someterse a la naruraleza, no actuar, no rebelar~ se, discurrir por ella como por un tranquilo rio, Cansado del desorden del imperio, Lao-tau fue coherente y no se en- frenté a él. Monté en un carabao azul, se alejé hacia Occidente, dejé a su amigo Yin Hsi un libro enigmético de 5.000 caracteres, llamado Tao Té-ching; y desaparccis. Confucio, veinticinco afios més joven, era en cambio enérgico ¢ intervencionista. Aforaba, sin duda, una época de dorada sabidurfa, cuando los gobernantes no habian perdido su primitiva sencillez natural, y no era necesario todavia im- poner nada, «Sin hablar, sin mandar, eran obedecidos; sin ellos hacer nada, todo marchaba» Dichosa edad. Pero los tiempos se habjan tornado inclementes y era necesario res- caurar la virtud y la justicia. Chuang-tzu, un discfpulo de Lao-e2u, nos cuenta una visita que Confucio hizo a su com- plicado maestro: Confucio fue a visitar a Lao-tzu y le hablé de la caridad y de la justicia, Lao-tau le interrumpe: «Al que aventando el grano se le ha metido algo de paja en el ojo, todo lo ve tras- tocado; el que es molestado por una nube de mosquitos no puede dormir en toda la noche. Eso me pasa a mé al ofrte hablar de la caridad y de la justicia; me siento tremenda- mente molido y aturdido. Haga, mi Maestro, que el mundo 40 116 pierda su primicivo ser natural. Pliéguese, mi Maestro, ‘cuando sople el viento y levintese cuando tenga fuerza.» Confucio volvié a su casa aturdido. Durante tres dias permanecié en silencio. Sus discipulos le preguntaron: «Maestro, zqué ensefianza has sacado de la visita a Lao- aut» «Vi al dragén, of hablar al dragén; le vi subir a las nu- bes y alimentarse de luz y de oscuridad.»”? La idea de que en la realidad hay un orden impreso, una ley estructural, y que la justicia consiste en acomodarse a ella, ha tenido larga vida en nuestra culeura. El derecho na- tural -ese guadiana multiforme que atraviesa la historia aun- que solo emerja a ratos y lo haga con frecuencia disfrazado, ese omnipresente gancho trascendental- tiene aqut uno de sus antecedentes. Cumple, aqui y en China, una importante funcidn. Servir de criterio para discernir lo justo y lo injusto, lo correcto y lo incorrecto, cuando estas nociones planteen problemas. Apelando a él se cierra por el momento cualquier debate. No lo olvide. 5 ‘Ain nos queda por analizar un ultimo sistema metaféri- co de la justicia. La justicia es rectitud. Los wolof del Senegal la representan como un camino recto y bien trazado. «Regla» y «teglamento» son palabras que designan la linea recta y el modo correcto de hacer las cosas. Un camino torcido es un mal camino, una senda que extravia. De esta metafora deri- van palabras muy usadas en nuestros idiomas: derecho, rex regere, dirigire, directum, diritto, droit, Richter, Richtsteig. En Ja antigua Babilonia para nombrar la justicia se usaba la pa- labra mitaru(m), que significa edirigirse directamente» (inte- “Tesante pleonasmo), «corregir», arepararm,24 41 a ‘ jtud vais alld de la ética del intercambio. Por su acabé por convertirse en muchos sitios, en la virtd por excelencia. Ser justo cosas correctamente, de acuerdo con cs ser bueno, hacer b las reglas, no solo juridicas sino también morales, Una famo- sa maxima del jurista romano Celso une las dos nociones de justicia, lo bueno y lo igual: Jus ext ars boni et aequi.?® La nocién de justicia se ha ampliado hasta solaparse casi con la de bondad. Fl pueblo hebreo amplid todavia mas este dinamismo expansivo. Consideré la justicia como la virtud que nos hacia mds semejantes a Dios, una virtud donde no se subraya tanto la igualdad como la compasién y el cuida- do. Algunas feministas actuales también han opuesto una justicia femenina del cuidado y de la compasién, a una justi- cia masculina de la igualdad desvinculada.* La Bi les da la razén cuando dice: «Dios tiene entrafias de misericordia.» Si tenemos en cuenta que rahamin («entrafias») es el plural de rahem («vientre materno», «matrize, como en castellano de mis encrafias), la expresién biblica podria traducir- se: «Dios tiene una matriz compasiva», lo que presta a Dios tuna esencia mas femenina que varonil.2” En hebreo los dos términos claves para hablar de justicia son tzedaka y mishpat. La palabra mishpat significa la sentencia dada por tn juez, la norma, el derecho, la ley. La palabra rzedaki se traduce me- jor como erectitud». Va més alla de la mera justicia, pues im- plica generosidad y compasién por los oprimidos. No es una justicia de igualdad, sino una predisposicién en favor de las viudas, los huérfanos, los extranjeros, es decir, los pobres. Lo is llamativo en la obra de los profetas hebreos es el afin con que predican la ebtisqueda de la justiciay. Mientras que Ja justicia del célculo es pasiva ~espero que me den o me de- vuelvan-, ésta es activa. El don va primero. La bondad es ex- pansiva. habja que luchar por , restituid al oprimido, dfended al huérfano, implorad por la viuda.»®® «Ya te he mostrado, oh, hombre, qué es lo bueno y qué es lo que el Sefior requiere de ti. Sélo hacer justicia y amar la misericor- dia (jesed, que esté relacionada con tzedaké) y caminar hu- mildemente con tu Dios.»?? Jestis de Nazaret amplid esta justicia expansiva, «Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demés se os dard por aftadidura.» Tal vez el Reino de Dios tenga que ver con la Ciudad cuya construccién estamos historiando. Eso-es lo que dice la teologia de la liberacién.>° De una justicia casi aritmética se ha pasado a una justicia compasiva, de una calculada regla de interaccién a una for- mulacién de la bondad, de la restauracién de un orden alte- rado a la instauracién de un orden nuevo. En las antiquisi- mas monarquias mesopotimicas, uno de los rasgos del rey usto era que condonaba las deudas. Asi termina el edicto de UruKAgina (2350-2300 a.C): «Perdoné las deudas y cons- truy6 un canal.» La memoria nos lleva haci lejana, La palabra china fa, «ley», significaba o sel que abre las compuertas del aguav. UruKAgina fue justo por partida doble. una metéfora 6 Es sorprendente esta penetracién de la compasién en la pasado, este asunto le intrigé tanto que le llevé de la teologia fisica: ria del derecho penal. El derecho se racionaliza, pero al mis- 43 F mo tiempo se dulcifica. Por qué? Las penas tienen que di- suadir a la gente. Eso era lo que la raz6n indicaba. En 1734, Felipe V publica una pragmética por la que se condena a muerte a cualquier persona de diecisiete afios cumplidos que robe en la Corte 0 en cinco leguas a la redonda. No era una excepcidn. En Alemania el robo también estuvo penado con Ja muerte hasta el siglo XVI, y sélo movido por las tenden- cias humanitarias de ese siglo Federico el Grande abolié esta norma en 1743. La légica del escarmiento es implacable. No hay razones légicas para limitar el terror del castigo. «Es terrible que la gente pierda el miedo, decia el sensible y cau- teloso Spinoza. Las penas, tradicionalmente, eran una com- pensacién del dafio, pero también un ejemplo. Lo que los juristas italianos laman la terribilita. Carbasse cita la Nou- elle Coutume de Bretagne, cuyo articulo 637 dice que «las penas serdn prontamente ejecutadas en los lugares mds ejem- plares, para terror del pucblo». Desde el siglo X es la doctrina oficial de muchos principes. Los fueros de Béarn disponen que el que ha fabricado titulos falsos «sea paseado por la vi- lla, con el falso titulo clavado en la frente con dos clavos, mientras el alguacil grita qui rau fara tau penera (quien esto hiciere, soportara este castigo). Se dice incluso que Guiller- mo el Conquistador, en el siglo IX, siguiendo la tradicién de sus predecesores, decidié recmplazar la pena de muerte, de- masiado anodina, por una doble y atroz mutilacién, cegar y emascular al condenado. No fue la razén, sino la piedad ante el dolor excesivo lo que aplacé esos furores justicieros.>" Justicia, compasién y humanidad han ido juntos por la historia. Y debemos aprender de esta experiencia ancestral. Los antiguos griegos afirmaban que la epieikefa, la supera- cidn de la justicia estricta, y offtos, la consideracién humani- taria, tenian que aplacar el rigor de la ley. El corifeo de Los heraclidas dice que Atenas siempre quiere ayudar a los nece- sitados, en unién de la justicia. La justicia llegé a ser enten- dida en Atenas como «ayuda al débil» 2 44 juristas romanos inventaron el término humanitas, y fo relacionaron con la compasin y con la dignidad humana. tantistico descubrimiento! La palabra aparccié en el circulo del joven Escipién (cénsul en el 147 a.C). «Con la nueva pa- labra», escribe Schultz, en su bellisimo libro sobre el derecho romano,” «se quiere dar expresién al sentimiento de digni- dad y de sublimidad que son propios de la persona humana y la sitian por encima de todas las demés criaturas de este mundo. Este singular valor de la persona humana obliga al hombre a construir su propia personalidad, a educarse, pero también a respetar y favorecer el desarrollo de la personali- dad ajena, Quien siente estos deberes y lo prueba con los he- chos no sélo se lama hombre, sino que lo es, es humanus.» Esta idea de una esencia humana reduplicada y exigente va a hacer fortuna, El hombre natural tiene que humanizarse cul- turalmente. Parece que la compasién nos hace identificarnos con los otros seres humanos, mds alld de silogismos. Por eso ¢s can necesario educar una compasi6n inteligente. La dureza de corazén es la pérdida de algo esencial al ser humano; segiin el diccionario, la pérdida de su humanidad, Hagdmos- le caso. 7 La compasién, participacién en el dolor ajeno 0 en sus incereses, ha sido fomentada por las grandes religiones, que han sido profundas educadoras del alma humana, Para los budistas es la acticud espiritual correcta. Buda crefa, como la mayor parte de los pensadores y hombres religiosos indios posteriores a los Upanishads, que todo es dolor. Descubrir esta desesperada verdad era la maxima demostracién de sabi- durfa. De ella brota, como una flor consoladora y triste, la 45 compasién universal. La ensefianza de Buda no es una teoria pensada, sino una actitud vivida por sus seguidores, que se dedican fervientemente a la meditacién sobre el amor y la compasién universal (karantya-metta sutta). Todo ser vivo, grande 0 pequefio, maravilloso o vulgar, merece esta piedad cuidadosa, esta solidaridad en la finicud. ‘A partir de Mencio, una de las caracteristicas del confu- cianismo y de todo el pensamiento chino es la creencia en la bondad natural de los hombres. Para apoyar esta afirmaci6n, Mencio sefialaba: Un hombre sin sentimiento de piedad no es un hom- bre; un hombre sin el sentimiento de deferencia y comp! no es un hombre, y un hombre sin el sentimiento del bien y del mal, no es un hombre. El sentimiento de la conmiseracién es la semilla del amor. Las religiones del Libro —judaismo, cristianismo, islamis- mo- han dado mucha importancia en su teologia y en su vida a la misericordia de Dios. Nos ha llamado la atencién la idea que de ella tenfan algunos tedlogos musulmanes. Segiin Ibn ‘Arabi, el nombre real de Dios es rahman, el Misericor- dioso. Lo curioso es que con esta palabra no se designa un sentimiento de compasidn, sino un acto cosmogénico de compasién, Como dice al-Qasani: «La misericordia pertene- ce esencialmente a lo Absoluto, porque éste es, en esencia, generoso.» Hemos descubierto asi un circulo mégico: amor- compasién-generosidad. 8 La identificacién con el sufrimiento ajeno es un senti- miento cercano al amor. Un amor minimo, pero universali- 46 7 fe-al menos, que ha influido poderosamente en nuestra hicién moral. En el capitulo X veremos cémo ha transfi- gurado la politica, con la idea de fraternidad, uno de los tres Temas de la Revolucién. Puede pasar alli si quiere seguir el hilo que desenrolla este ovillo. Muchas lenguas recogen el parentesco entre la compasién, y el amor. La palabra «caridad» es un ejemplo. Significaba «amor» y ahora se ha: convertido en un afecto compasivo. Cuando pedimos algo «por caridad>, no apelamos tanto al amor como a la «piedad», palabra esta que designaba en latin el amor por los padres o el respeto a la divinidad, antes de ser atraida al campo de la compasién. El ifaluke fago significa amor-tristeza-compasién. Levine describe asi la moral del pueblo nyimba, de Nepal: «La moral nyimba no permite eva- luar el amor en el sentido occidental. No tienen ninguna pala- bra o concepto para describir la idea de “amor”, sea divino, parental o sexual.» Los parientes hablan de tener un sentimien- to de «compasién» o un «amor compasivo» (snying rie). En ruso existe también la palabra zélost, que significa lo mismo.*> Egofsmo y compasién son los dos mimbres bisicos del comportamiento humano. Cuando sentimos el sufrimiento de otra persona nos parece que ha surgido un enemigo comiin. El dolor es la bestia a abatir. Ese rechazo es la ima- gen en negativo de la busqueda de la felicidad que reconoce- mos como impulso y derecho bésico. La compasién propor- ciona un firme fundamento a la actitud moral, como han visto Schopenhauer, Habermas, Horkheimer, Rorty otros muchos. Habermas cuenta que después de haber discutido en muchas ocasiones con su amigo Herbert Marcuse, el olvi- dado idedlogo del 68, sobre la posibilidad de fundar una éti- a, fue a verle durante su tiltima enfermedad: Herbert estaba bajo cuidados intensivos en un hospital de Frankfurt, con todo tipo de aparatos controlindole a derecha e izquierda. Ninguno de nosotros sabfamos que 47 esto era el principio del fin. En aquella ocasién, en verdad nuestro tiltimo encuentro filoséfico, Herbert conecté con la polémica que mantuvimos dos afios antes, y me dijo: «Sabes, ya sé dénde se originan nuestros juicios de valor mis basicos; en la compasign, en nuestro sentimiento del suftimiento de los demés.»*® . 9 Cémo se ha pasado de la simetria del trueque a la asi- metrfa de la compasién? ¢Ha sido una equivocacién, un des- zamiento semdntico, o es el despliegue de una necesidad, el desarrollo de un proyecto que se va precisando? La historia nos sugiere que ha habido una ampliacién continua de la idea de justicia, una dialéctica creadora que rompe la estabilidad y la repara a un nivel més alto. Piaget explicé la marcha de la inteligencia hacia la racionalidad por tun incesante proceso de equilibrios, desequilibrios y bis queda de un equilibrio mas firme. Estoy seguro de algo, pero un problema o un hecho nuevos rompen mi seguridad. Entonces tengo que buscar una solucién que me permita re- cuperar la serenidad perdida. Seguin él, la ciencia aparece como resultado de esa busqueda del equilibrio més firme. Pues bien, es muy posible que la busqueda de la justicia haya experimentado un proceso parecido. Se funda en la igual- dad, pero, de repente, se experimenta que es0 no basta. La compasi6n, por ejemplo, me impulsa a dar sin haber recibi- do previamente. Lo mismo hacen el amor o la generosidad. Son inventivas y progresistas: rompen el equilibrio y lo rea- justan después. Hemos esbozado la genealogia de Ia justicia. La historia de una experiencia que se va clarificando en su propio decur- so. La palabra «ex-periencia» significa «lo que se ve durante 48 jer. Penetrante metéfora. El mismo desarrollo de la ex- jencia va aclarando su contenido. Ahora sabemos que el tilibrio en la convivencia puede buscarse de muchas ma- ‘eras: dando a cada uno la misma cosa, dando a cada cual lo que merece por su conducta, dando a cada cual aquello que es suyo, aunque nunca lo haya poseido, dando a cada cual lo que necesita. Son modos muy diversos de restaurar el equilibro. ;Cusl le parece més adecuado?” La idea modema de justicia, por caminos que vamos a detallar después, ha prestado atencién a Ia idea de «necesidad>. La justicia consiste en dar a cada uno lo que necesita. Al menos lo que necesita perentoria- mente. Deja de ser un buen arreglo de cuentas, la restaura- cidn del equilibrio, para convertirse en una utopa, concreta- da en Ia nocién de «justicia social», tan duramente criticada por muchos juristas y filésofos.>® Pero la posibilidad mas extrafia y novedosa nos parece la tercera: «Dar a cada uno lo que es suyo, aunque nunca lo haya posefdo 0 no haya podido disfrutar de ello» Devolver Ia libertad a un esclavo que acaso haya nacido en esclavitud es darle algo suyo que jams habia poseido realmente, Una ocurrencia muy peculiar. Frente 2 la justicia cerrada, hemos inventado la justicia abierta. Al menos lo estamos intentando. Frente a la justi- cia minima del equilibrio, la justicia maxima de la ascen- sign? Ya hemos narrado ¢l dinamismo bisico. El ser humano busca su felicidad, la que el siente en su cuerpo, en st corazén, en su espiritu, algo personal e intransferible, Pero ese proyec- to solitario no puede realizarlo a solas. La felicidad politica aparece como condicién necesaria para su idad perso- 49 [os otros para ser auténomo, lo que dicho ‘una paradoja ingeniosa. Ahora tenemos que ver los Segundo jue trata de las invenciones Jas luchas morales modos en que esa buisqueda de la justicia se va concretando y, después, ver las soluciones que son corzectas, Si al lector le teresa el tema puede pasar pagina y entrar en el Libro de las invenciones morales. La realidad es compleja y esté llena de paradojas. Como una patética revelacién, el hombre descubre su soledad. Nace con necesidades urgentes y proliferantes, pero sin manual de instrucciones para vivir. En todas las sociedades surgen los mismos problemas y las mismas aspiraciones. La busqueda de Ja justicia —esa reformulacién social de la felicidad- es una historia agitada, llena de luces y sombras, en la que todos po- demos reconocernos, puesto que es la historia de nuestra hu- manizacién, Somos una especie que no acaba de encontrar su lugar bajo el sol. En pleno Renacimiento, Pico de la Mi- randola hace que Dios le diga al hombre: «Ni celeste ni te- rrestre, ni mortal ni inmortal, asi te hemos creado para que puedas ser tu propio creador y constructor. A ti sélo te he- mos dado la libertad de crecer y desarrollarte segiin tu propia voluntad.» Las historias que siguen apuntan por caininos diferentes a una nueva definicin, voluntariamente elegida, del ser hu- mano. Pueden comprobatlo. 50 SINVENCION DE LAS NORMAS 1 Por el cielo cruza una bandada de patos. Mantienen una estricta formacién en punta de flecha. Quién ha ordenado que vuelen asi? {Ha habido un legislador poderoso y omnis- ciente que lo haya mandado? No. La cosa es mucho mis sencilla, Volando asi, cada ave tiene que realizar menos ¢s- fucrzo, pues se beneficia de la hendidura que en el aire deja su predecesora. Todos los animales que viven en grupo gene- ran orden porque sus motivaciones coinciden. El estudio de la conducta de los insectos sociales revela que la cooperacién se implanta por si sola. Es fruto de interacciones entre indi- viduos.! Las aves y los insectos lo tienen més sencillo que otros ales, porque estin unificados por un mismo fin. Migrar, por ejemplo. Sobrevivir. Los animales mds sofistica dos, como los chimpancés, lo tienen ya més dificil. Las dis- tintas metas tienen que coordinarse mediante procesos de fuerza. Y también, al parecer, de astucia. Se han descubierto intrigas, conjuras y alianzas entre chimpancés para derrocar al fuerte. También se ha comprobado la existencia de con- ductas de ayuda, de cooperacién, de apoyo mutuo.> Més complicada todavia es la especie humana. La habilidad para crear ajustes por medio de la interaccién —como los que se dan en un vagén de metro atestado, entre estacién y esta 53 te. Las normas tuvieron que introducir \portamiento. En forma de costumbres, de imposiciones religiosas, de coacciones sociales. No es ca- sualidad que cordenar» signifique «mandar y «establecer una precisa disposicién». Las dos cosas a la ver. Los senti- mientos bastan para regular los grupos muy pequefios, pero al ampliarse los grupos se amplfan también los problemas. El cédigo de hormiguero —que puede funcionar en un régimen furiosamente patriarcal~ deja de ser eficaz cuando varios hormigueros tienen que interaccionar. © cuando cada hor- quiere tener el suyo propio. La inteligencia préctica se aplicé a resolver los problemas que la misma inteligenci planteaba. Ast andamos siempre: tapando apresuradamente los agujeros que previamente hemos abierto. El resultado son las grandes creaciones y la ansiedad. Sin duda heredamos de nuestros ancestros animales el sistema més elemental de zanjar problemas: la fuerza. Aten- der y respetar al débil es una empresa muy poco natural. La naturaleza desprecia a los débiles y enfermos, como muy bien saben los zodlogos. El ser humano ha introducido un nuevo sentimiento al tener que cuidar de sus crias durante largos aftos. Es probable que los lazos afectivos permitan que grupos pequefios convivan en paz, y que expliquen la aten- ‘én al desvalido, enfermo o deforme, pero la explicacién re- sulta insuficiente cuando salimos de esos nticleos familiares. ‘A Nietzsche le extrafié tanto esta benevolencia que la consi- deré una perversa alteracién de las leyes de la naturale: Afirmé que la moral era obra del resentimiento del del contra el fuerte Fueron los nobles, los poderosos, los hombres de posi- cin superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a s{ mismos y a su obrar como buenos, 0 sea, como algo de primer rango, en contraposicién a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo.? 54 © En mi opinién son los hombres débiles y la masa los, luego los débiles reclamaron tambié os siglos antes que Nietzsche, Platén habla escrito algo jan aque establecen las leyes. Para s{ mismos, para su propia uti- lidad implantan leyes, prodigan alabanzas y censuras; quie- ten atemorizar a los que son mds fuertes que ellos.(..) i cen que ¢3 feo € injusto poseer més cosas que los demés. Pues, en mi opinién, consideran una felicidad el tener lo mismo, siendo inferiores.* Nosotros no creemos que nuestra idea de justicia haya sido el triunfo del inferior sobre el superior, sino de la inteli- gencia sobre la fuerza. Una bella victoria. Por eso su desarro- Ilo va acompafiado de una progresiva racionalidad. De un pensamiento mégico-religioso se va pasando a otro mas criti co, mejor fundamentado y universalizable. Por ejemp! mayoria de las culturas rechaza la idea de que las desgraci puedan provenir de causas naturales. La tarea del chamén consiste en identificar al culpable mediante la adivinacién, para lo cual entra en trance con la ayuda de drogas, humo de tabaco y sonidos monétonos de tambores. El pueblo exige venganza y el malhechor es castigado.> La inteligencia hace mucho tiempo que desconfia de estos desayunos con la trascendencia. Haber prescindido de tales costumbres nos parece un progreso, 30 es que le gustaria ser juzgado por un chamén? lk 2 En su origen, moral, Una de las constantes de I ién y derecho se entremezclan. igencia humana es analizar, 55 table, porque goza de eficaces mecanismos de reproduccién ¢ inmunizacién, Llamamos inmunizacién a la defensa dogmé- tica contra la evidencia o la critica. Las religiones adventiscas americanas habjan predicho que Cristo descenderfa 2 la Tierra el 22 de octubre de 1844. No sucedié, pero tras las acomodaciones pertinentes, sus sucesores, los Testigos de Jehova, predijeron que ocurrirfa en 1914. Tampoco sucedid. Lo pospusieron hasta 1975, Y segtin dicen los que saben de esto, por fin ocurrié lo esperado, y ese aio termind la exis- tencia humana. Nosotros, desde luego, no nos hemos dado cuenta.® Una teoria se inmuniza cuando introduce cambios cosméticos para anular las evidencias en contra. O cuando al final sacrifica la evidencia accesible a todos en aras de una se- dicente evidencia superior, privadisima e incomunicable. Supersticién significa: lo que sobrevive a la evidencia en con- tra, a la experiencia, a ka razén. Es una momia que se cree atin viva. Rendirse a la evidencia, es decir, hacer caso de las experiencias contrarias 0 de los argumentos opuestos, nos parece un progreso. Un progreso dificil; porque el ser hu- mano gusta de la novedad pero la teme. Es un hibrido de Aguila y de avestruz. Como era de esperar, también en el de- recho se ha dado ese afin estadizo por mantener la tradicién, por cobijarse bajo ella. Asi se explica la persistencia de inte- grismos juridicos.’ La legislacién sobre la mujer casada en Espafta hasta hace muy poco fue un ejemplo Todos los sistemas normativos =religién, moral, dere- cho, costumbres~ pretenden defender o fomentar los valores que cada sociedad considera fundamentales. Al hablar de «valores» no estamos haciendo filosofia apresurada, sino des- cripcién, Nos referimos a los comportamientos, actitudes, objetos, personas que resultan deseables 0 repulsivas, conve- nientes 0 perturbadoras. En las culturas mas primitivas, los 56 irdesde lo confuso a lo claramente separado. Cada sociedad inventa una moral que durante siglos puede mantenerse es- a defender son fundamentalmente la cohesién del .0y la paz social, la colaboracién, ya que sélo si se man- “Genen se puede asegurar la supervivencia individual. Los in- " dios zufti, de América del Norte, valoran sobre todo la paz. cazadores recolectores del Congo, creen que el verdadero hombre es aquel que sabe evitar el conflicto. Los ‘kung, bosquimanos del desierto de Kalahari, se esfuerzan en impedir la escisién del grupo.® Para los kabyle de Togo ser miembro de una ciudad es estar gobernado por las leyes y respetar sus prescripciones y prohibiciones sagradas. Signi- fica también reconocer al vecino como un socio hacia el que se tienen obligaciones. En cambio, la sociedad occidental contemporénea, muy puntillosa acerca de la independencia personal, considera que la autonomia individual es previa y mas importante que el bienestar del grupo. Pero conviene recordar que esta idea de autonomfa e independencia (axear- queia) designd primero en Grecia la capacidad de una ciu- dad para sobrevivir frente a sus enemigos. Antes que una as- piracidn individual fue una aspiracién de la comunidad. Las normas estén al servicio de ese vago y necesario pro- yecto al que hemos llamado justicia. Justicia es siempre ac~ twar respetando determinados valores. Una parte de las nor- mas morales se imponen por medios coactivos. Es lo que llamamos Derecho. Aparece asi como el modo expeditivo de alcanzar la justicia, Ambas palabras, derecho y justicia, van unidas continuamente. Los documentos juridicos mds anti- guos son los textos legales sumerios. Las «Reformas» de Uru- KAgina (2350-2300 a.C.), las leyes de Ur-Namma (2112, 2095 a.C.), las leyes de Lipit-Itar (1934-1924 a.C:) y las mds conocidas leyes de E’nunna y Hammurapi demuestran la existencia de instituciones juridicas muy evolucionadas. No nos interesa hacer una historia del derecho, sino po- nerlo como ejemplo de progreso moral, descubrir su rumbo. El derecho intenta resolver conflictos y para ello va hacién- dose cada vez mas racional, es decir, més capaz. de argumen- 57 justoyres decir, adquie- ren idad privada y para sa- expectativas de los individuos. Lo vamos a ver es- tudiando tres asuntos: la reglamentacién de la venganza, la aparicién de los jueces y la figura del legislador. En un capi- tulo posterior, al hablar de la lucha contra Ia arbitrariedad juridica, completaremos esta marcha hacia la razén. 3 En un principio, la venganza tuvo que ser un desahogo pasional, la hija loca y desmedida de la furia. Pero muy pronto fue limitada por reglas. Casi todas las culturas han te- ido miedo de la violencia desatada. Para los gamos de Etiopia, la venganza es demasiado peligrosa para correr el riesgo de permitirla. Entre los beduinos de Jordania sélo se permite en caso de estupro o de dafio grave y voluntario a la integridad fisica de la persona, y aun en estos casos las partes pueden elegir someterse al arbitraje del qidi. Entre los yamweri, sdlo los asesinatos y el robo de ganado la desenca- denan automiticamente. Los raptos de mujeres, el adulterio 0 cl robo de objetos domésticos son arreglados por los conse- jos de familia También se suele fijar el lugar y el tiempo para llevarla a cabo. Algunas costumbres nos resultan extravagantes, pero tienen su légica. Entre los moundag, cuando ocurre un ho- micidio, el clan de la victima dispone de dos dias para matar al asesino o a alguno de sus hermanos. Pasado ese plazo, hay que recurtir a la adivinacién para designar el hombre del clan asesino que seré la victima propiciatoria. Si la venganza no se consuma en los dos dias siguientes, el agravio debe zanjarse con un sacrificio ritual y dar paso a una compensa- cin. En algunas sociedades, la costumbre sefiala los plazos 58 Jacde los cuales la venganza no est permitida. Los ‘anos de la montafia tienen tres afios de plazo. Entre Tossttes el asesino puede entrar como hijo adoptivo en la ilia del que ha matado. Puede ira la tumba del difunco y fonsagrarse él mismo al muerto. Entonces es perdonado, ya que devuelve simbélicamente la vida. Restaura el equilibrio. La compensacién supuso un nueva solucién para los conflictos. En la sociedad romana primiiva, el recurso a la violencia estaba prohibido en casos poco graves. Bastaba con ‘compensarlos monetariamente. Fs la compensacién pecunia- ria (de pecus, «pequefio ganado») lo que marca el paso de la relacién de hostilidad a la relacién de intercambio, La obli- gacidn de aceptar la compensacién pecuniaria en contrapar- tida por el dafio sufrido constituye la primera expresién de tun derecho penal. La palabra «penal» deriva del latin poena, que en su sentido originario significaba justamente la com- pensacién monetaria, lo mismo que el griego poine. Entre las tribus de los lagos de Australia puede ponerse fin a la ven- ganza mediante el intercambio temporal de mujeres. Entre los maengue el término Auo designa «la cabeza», la vida hu- mana que hay que vengar, y también el conjunto de objetos preciosos remitido al grupo de la mujer antes de contraer matrimonio (incluia, pues, la idea de deuda y de saldo de una deuda). La compensacién conduce a la reconciliacién. «Con- ciliar» significa «mover a la unidn», de donde ha salido la pa- labra «concejo», el ayuntamiento de los vecinos. El ritual de 1a conciliacién se realiza de diversos modos. Entre los nyam- weri se hace en casa del rey, quien corta en dos una cabra y la reparte entre los parientes del culpable y los de la victima. Se oftece al padre del muerto un buey y un muchacho, y a la madre un buey y una nifia. Con ello se reconstruye el cuerpo de la victima y se promueve una nueva vida. Hay, sin em- bargo, pueblos, como los abchasi del Céucaso, que rechazan rotundamente las compensaciones pecuniarias: «No comer: 59 fenuéstros hermanos.» La venganza no ina nunca ~«La sangre no envejecer-, se transmite de generacién en generacién, y puede acabar con la aniquila- Gidn coral de las familias implicadas.? Las sociedades han previsto también formas de proteger- se de la venganza. Refugiarse en un lugar sagrado ~preceden- te del derecho de asilo~ seria una de ellas, En Constantina toda mujer tiene capacidad para proteger a quien se refugia- ba bajo su falda, expresando con este gesto una relacién ma- dre-hijo. El exilio ha sido =y es~ otra de las soluciones més utilizadas a lo largo de la historia. Para aplacar las furias desatadas y restablecer la concordia, aparecieron los mediadores, por ejemplo mujeres ancianas © respetadas. La aparicién de un tercero es un inteligente pro- greso. Entre los nuer, el jefe de piel de leopardo no ejerce nin- guna fancién politica, judicial o administrativa, pero en caso de homicidio juega un papel de mediador."® El arbitraje obli- gatotio, la apelacién a un juez instituido, no se conoce en mu- chas sociedades. Ya veremos cémo el establecimiento de un sistema judicial ha sido una de las astucias de la razén practica para conseguir poner a salvo ciertos valores. Para termi- nar con este inciso: en las sociedades modernas, el Estado encarga de monopolizar la venganza. {Qué largo recortid. 4 Las sociedades ritualizan la venganza. La introducen asi dentro de un sistema aceptable de resolver los enfrentamien- tos. Se repite con mucha frecuencia que el derecho es un método para resolver conflictos, sin detenerse a precisar lo que esto significa. Decisién lamentable porque se desaprove- cha asf una de las vias para aclarar Ia relacién entre moral y derecho que tanto ha preocupado a los filésofos. 60 conflicto tiene su origen en un bien o valor que se ar (y no se sabe cémo) 0 conservar (a pesar de las nazas o la competencia de otras personas). O en un mal e se quiere evitar. La pregunta mds importante es: ;cudn- jo se considera que un conflicto esté resuelto? ;Cémo dis- inguen las diferentes culturas entre una solucién buena y “una mala? Imaginémonos un litigio sobre la propiedad de un terreno. La manera mas elemental de resolver el problema, la que sin duda se empleé durante milenios, es que el preten- diente mas fuerte se apodere del terreno. Es el imperio de la fuerza. La fuerza, solucién contundente, no acaba de ser solu- cién. La inteligencia gana otra baza cuando opone la legiti macién a la mera facticidad. No basta con conseguir el hue- vo, hay que respecar el fuero. {Hermosa epopeyal La ley del mis fuerte tiende a replegarse frente a la ley sin més. Esto su- cede cuando se comprende que la fuerza no es buena solu- cién. Los primeros en comprenderlo son, por supuesto, los débiles, y las inteligencias lo suficientemente compasivas y perspicaces para imaginar un modo de vida apartado de la naturaleza bruta. Sélo se puede considerar resuelto un con- flicto cuando se consigue proteger algiin valor que se estima fundamental para la convivencia.!? En esto consistia la legici- macién. La justicia se redefine de nuevo: es el modo legitimo de resolver conflictos, Es decir, el modo que pone a salvo los va- lores fundamentales de una sociedad. {Qué valores se intentaban proteger con la regulacién de Ja venganza? Fundamentalmente la cohesién del grupo. El grupo es autor y beneficiario del orden. Presiona sobre los individuos y consigue mantencr la integracién gracias a esa fuerza. Mantenerse dentro de una comunidad es imprescin- dible para sobrevivir. Por esta raz6n la pena més grave que podia darse en los pueblos antiguos era la expulsin de la fa- milia. Equivalia a una proscripcién muy grave: si la persona 61 destrufa, sus bienes se aniquilaban o confisca- Fuera del amparo del grupo, su vida no tenia valor, Asi Sucede en muchas culturas. En la India se los llamaba chom- nemos dicho que la apelacién a un tercero ~a un bres separados». Los alemanes conservan la palabra Vogelfei. ara solventar conflictos nos parece un gran progreso. En Grecia eran lobos. Para los isgoi —los primitivos rusos— tdores entre las partes, primero se acudié a ellos volun- eran «seres rechazados, separados de la vida». Entre los ose- nente, pero el dinamismo de la razén aconsejé que tu- tos, los gargas y los vargus, pueblos de origen ario, eran pet- BP ieran que ser aceptados forzosamente, Asi se cerraba el pas sonas «sin familia, sin patria, sin habitacién, sin tejado, sin f_ aquien pretendiera hacer justicia por su mano. Esto no ha asilo». Entre los sajones, los utlagh eran totalmente excluidos | sido ficil de conseguir. Los antiguos germanos tardaron mu- de la comunidad.'? Refugiados en el bosque Ilevaban una ‘cho en aceprar la injerencia en sus vidas privadas de un tri- vida miserable y salvaje. Lo mismo ocurria con los hali entre bunal que dirime y sanciona. El juez puiblico despersonali los drabes. cllitigio, y ellos pensaban que tener un derecho era ser capaz Ademds, la venganza ritual protege la reciprocidad, una de defenderlo, «Nada irrité tan vivamente a los germanos elemental formulacién de la justicia. Ojo por ojo y diente contra sus conquistadores», dice Seek en su Historia de la por diente, la ley del Talién, fue un avance porque intro- caida del mundo antiguo, «como ver que en medio de ellos se ducia la venganza dentro de un sistema de reciprocidades. hacia justicia a la manera romana. Por eso, entre los prisio- Lipovetsky nos ha contado en La era del vacio cémo pata los neros de la selva de Teotoburgo fueron elegidos los juristas pueblos primitivos la venganza era un imperativo social in- para ser ejecutados después de los més refinados tormentos. dependiente de los sentimientos de los individuos en los gru- Y no era tanto el contenido mismo del derecho lo que pro- pos, que manifestaba la exigencia de orden y simetrfa. La vyocd aquella tormenta ~el ius gentium de los romanos era de s sobra maleable para adaptarse a las costumbres de todos los venganza es vel contrapeso de las cosas, el restablecimiento de un equilibrio provisionalmente roto, la garantia de que el pueblos sometidos-, sino la autoridad publica como tal, la forzosidad de supeditarse a una autoridad y sus intrusiones orden del mundo no va a suftit cambios»,'* es decir, la exi- gencia de que en ninguna parte se pueda establecer de forma en las cuestiones privadas de los individuos, era lo que pa- verdadera un exceso 0 una carencia. La venganza tiene que recfa insoportable al “libre” germano». ver sobre todo con el shecho de pagar una deuda». Se con- Los jueces facilitan una nueva racionalizacién de la expe- vierte por ello en un deber. riencia. La argumentacién en los juicios, donde se tenfa que Salvar la cohesién del grupo, aplacar las heridas, proteger escuchar a las dos partes, fue, posiblemente, el primer modelo la paz, alcanzar el equilibrio social perdido, saldar deudas, fa- para la argumentacién légica. Los debates por la vida antece- vorecer la colaboracién. Todo esto pretenden los sistemas dieron a los debates por el conocimiento.'S Se tardé en conse- normativos. No podemos comprender su desarrollo sin co- guirlo, Los jueces antiguos tenfan peregrinos modos de juz~ nocer los valores que intentan poner a salvo. La jerarquiza~ gar. Pospisil explica cémo se lleva a cabo un juicio entre los in que se hace de esos valores, y la eficacia para defender- kapauku de Nueva Guinea, una de las culturas que este an- los, son criterios que nos sirven para evaluar el progreso de tropélogo ha estudiado. Empieza con una pelea en la que el una cultura. demandante acusa al demandado de haberle causado un per- 62 63 juicio, Este se justifica o lo niega a gritos para atraer a la gente, [é que unos afios antes un juez habia matado con este que se retine alrededor de él. Los parientes y amigos de ambas ha a la parte culpable-, terminan la pelea.!” Vemnos ast partes dan su opinién con discursos de gran emotividad 0 vio- las personas que realizan un juicio o toman una deci- lencia. Si esta discusién, Hamada mana koto, no llega a buen in pueden inducir 0 forzar al grupo social a cumplirlas por término, puede dar lugar a una dura lucha o a una guerra. yariados procedimientos. Los esquimales resuelven sus con- Pero, en la mayoria de los casos, el hombre imporcante, el Bictos en una gran reunién publica donde las partes enfien- jefe, que entre ellos es el mas rico, tras escucharles comienza | tadas intentan poner a los asistentes de su parte en un con- su disertacién solicitando paciencia a ambas partes y ponien- © curso de canciones ofensivas contra el rival.'* Los tanteos de do en cuestidn lo que dice el demandado y sus testigos. "Ja inteligencia para resolver los problemas son conmovedo- Esta actividad de la autoridad se llama boko petai, la bis- es, divertidos y a veces desesperantes. queda de evidencias, que suele hacerse en la escena del cri- J) "Siempre hahabido dos poderes que han quetido apro- men o en [a casa del demandado. Una vez que el juez esta se- "parse de la facultad de juzgar. En unas culturas, la religién. guro, comienza el proceso de decisién, 0 boko diawvai, y la Los brujos, los sacerdotes, los chamanes, eran los encargados presién a las partes para que acaten sus decisiones. Muestra JJ de impartir justicia. En otras, los soberanos. Algunas veces se la evidencia, apela a una norma y dice claramente a las partes redondeaba la faena integrando todos los poderes. Por ejem- Jo que deben hacer para terminar la disputa. Si ellos no estin J’ plo, si el rey de Francia es reconocido desde cl siglo XIt dispuestos a seguirla, el juez les grita una serie de reproches, como «fuente de toda justiciay es porque se le consideraba les amenaza, incluso puede iniciar el wainai, la danza loca, 0 personaje sagrado, «ungido por el Sefior», Por eso, tanto en cambiar repentinamente su téctica por la mala conducta del J Francia como en Inglaterra, desde la Edad Media hasta el si- demandado y por el hecho de que se niegue a obedecer. glo XVIII, se creia que los reyes tenian la facultad de curar Algunos jueces nativos tienen tal habilidad en el arte de | cescrofulas, una enfermedad ganglionar conocida como «l persasién que pueden provocarse auténticas y copiosas li- _ mal del rey», por el poder que éste tenia de curarlas tocando grimas que casi siempre acaban con la resistencia de la parte al enfermo..” Sélo gracias a ese apoyo divino podfa disponer renuente. De este modo consigue que su veredicto se cum- de la vida y la muerte de sus stibditos, ser duefio de la espada pla. Nos pareceria divertido pero retrdgrado que nuestros fy del perdén.2° Durante siglos los japoneses creyeron que sus jueces del Tribunal Supremo tuvieran que conseguir cantan- emperadores tenian sangre divina. Esta leyenda, que protegia do, llorando o bailando la lanza loca que el culpable aceptara Jal emperador contra ambiciones peligrosas, se hizo verdad la sentencia. oficial y codavia poco antes de la Segunda Guerra Mundial Otra tribu de Nueva Guinea, los manga, del drea del rio tun catedritico de Derecho constitucional de Tokio fue cx- Jimi, tiene costumbres opuestas. El jefe expone su decisién, [F pulsado por decir que csa afirmacidn era un bello simbolo sin pronunciar una palabra mds, ya que considera que ha ha- J ¢La razén del castigo? La sangre divina del emperador era bido suficiente disputa. Si las partes no la acatan va a su casa, tuna realidad, no un simbolo.2! coge un arco y una flecha, vuelve a la escena de la disputa y ‘La experiencia y la razén prictica fueron definiendo las lentamente comienza a afilar la flecha. Asi, las partes, que ya J caracteristicas del juez. Debia estar desligado de cualquier conocen cémo han terminado otros juicios ~existfa el prece- JF poder, religioso o politico. Debfa jugar con arreglo a las le- 64 65 yes. Debfa ser independiente y tener protegida su indepen- dencia. Por iltimo, se fueron creando distintos tribunales de apelacién para asegurar hasta donde es humanamente posi- ble la correccién de las sentencias. Como tantas veces a lo largo de este libro, mediante una argumentacién que puede considerarse ad hominem, pero que a nosotros nos parece v4- lida porque apela a una experiencia universal, le pregunta- mos: ;Por qué tipo de juez querrfa usted ser juzgado? 6 BY de dénde procedfa la ley que los jueces aplicaban? Muchas de ellas fueron consolidandose como costumbres. La propia aceptacidn popular era su fuerza. Pero al fin apare- cieron los legisladores que promulgaban la ley. Se configura asf un esquema que va a permanecer estable durante mile- nos, y al que vamos a llamar Antiguo Régimen Juridico: Legislador ‘ Ley ' Derechos / Deberes Es decir, el legislador promulga las leyes que confieren derechos ¢ imponen deberes a los ciudadanos. No hay dere- chos sin ley previa. El esquema no cambia aunque se sustitu- ya al legislador humano por el divino, Para Tomés de ‘Aquino, Dios es el legislador supremo, que deposita su ley eterna en la naturaleza de los hombres, obligados a descu- brirla mediante la razén. Cuando se hablaba de un pecado contra natura, se estaba mencionando esa ley insita en la na- 66 -Aparece otra ver el guadiana legitimador, un gancho zal del que pende todo el sistema. El soberano sera Pencargado de traducir esa ley natural en leyes politicas fada ha cambiado en el esquema original. Como tampoco Teambiaci cuando tras la Revolucisn francesa sea la voluntad “popular la que ocupe el lugar del soberano. Se mantiene la isma Iinea descendente: legislador, ley, derechos. Pero esta solucién, eficacisima en muchos aspectos, tenfa un terrible fallo: no protegia a las personas, que estaban obligadas a res- petar esa ley sin poder objetar nada. Y esto provocé durante sigios abusos y tiranfas. ‘Al final, se cambié el esquema bisico. Aparecié un Nue- yo Régimen Juridico. Fue un terremoto ético, social y ps tico. Se lo contaremos en el capitulo XI. Hasta ese momen- to, recuerde que en el Antiguo Régimen la ley estaba por debajo del legislador y los derechos y deberes por debajo de la ley. La necesidad de que se respetase la ley aconsejé rodearla de un aura sagrada. Los més antiguos legisladores se presen- taron a si mismos como encomenderos de los dioses. Duran- te siglos se reconocié como doctrina que los reyes dian descubrir leyes ya existentes, pero no crear la ley: jo po- Cuando el dios Ningirsu, héroe de Enlil, a UruKAgina le dio la realeza de Laga’, cuando, entre 36.000 hombres, cogié su mano, entonces restablecié los destinos de esos tiempos. (UruKAgina] comprendié las érdenes que su sefior, el dios Ningirsu, le habia dado. Cuando los dioses An y Enlil otorgaron al dios Nanna la realeza de Ur, en esos dias, a Ur-Namma, el hijo nacido 67 de Ninsun, su amado servidor, por su justicia y su ecuani midad. .. En ese tiempo, el dios An y el dios Enlil designaron para que cjerciera la soberania sobre el pais, a Lipit-Itar, el pastor que escucha, con el fin de establecer la justicia en el pats, con el fin de erradicar de las bocas los gritos de dolor di gidos al dios ,con el fin de evitar la hostilidad, la violencia y las armas, con el fin de propiciar el bienestar de Sumer y Acad... Son antiquisimos textos juridicos mesopotdmicos. En los que, por cierto, volvemos a ver unidas la justicia y la compa- sién, Nuestro preferido es el prélogo del Cédigo de Hammu- rapi, un barroco, poético y solemne introito a su misién: Anum y el divino Enlil también a mi, a Hammurapi, el principe devoto y respe- tuoso de los dioses, afin de que yo mostrase la Equidad al Pais, afin de que yo destruyese al malvado y al inicuo, afin de que el prepotente no oprimiese al débil, afin de que yo, como el divino Samai, apareciera sobre los Cabezas Negras ¢ iluminara la tierra, a fin de que promoviese el bienestar de la gente, me impusieron el nombre: Yo soy Hammurapi. Entre los tftulos que reclama, figura: «el proclamador de lo juridicamente inmutable», Como ya hemos comentado, cn has lenguas del Préximo Oriente antiguo la palabra equi- valente a nuestro «derecho» era kittu(m), «ser duradero», «ser fiel», «ser verdad», Las leyes buenas deben ser estables. Kittu(m) son el curso de los astros, los cimientos de una mu- ralla y los amigos.” Son bonitas metéforas para hablar de la felicidad social, porque, en efecto, es el cimiento sobre el que construir la felicidad personal. La seguridad juridica es una de las propiedades esenciales de un Estado justo. 68 der de legislar se vela, pues, dignificado por un aura El derecho penal, desde su origen, ha guardado esta ia a lo sagrado. Las relaciones entre religién, derecho itica han sido complejas, disputadas y, con frecuencia, jciosas para cl ciudadano. La divinidad garantizaba las isiones del soberano. En China se Ilegé a la maxima coherencia en esta linea. El Cielo salfa fiador de la justicia del emperador, cuya prueba més clara era el bienestar del pueblo. Cuando sucedia algiin desastre, era facil concluir que el soberano no habia gobernado bien, habja sido infiel a Ja voz divina. Todavia en 1899, en la Peking Gazette del 6 de octubre, se encuentra un decreto del emperador (bajo tucela de la emperatriz viuda) en el que denuncia sus pecados como probable motivo de la sequia reinante.”® 8 Ha habido una progresiva separacién del derecho respec- + to de la religidn, que nos parece beneficiosa. Distingue con mayor claridad el fuero privado y el fuero publico. Nos pare- ce que éste cs cl camino que las sociedades siguen cuando se liberan de la ignorancia, el miedo 0 el dogmatismo. Al me- nos en Occidente, ha sido la biisqueda de la racionalidad la que ha producido esta independencia juridica. Por racion: dad entendemos la biisqueda de evidencias corroboradas, que puedan ser universalmente compartidas. La critica, la fundamentacién, el debate argumentado con otras posturas constituyen su método. El derecho se ha ido apartando pri- mero del pensamiento magico, y después de las limitaciones de unos dogmatismos inmunizados contra toda critica. El caso del islam es muy revelador.”* En el periodo abasida la religidn deglutié el mundo legal. Se consideré como infalible el consenso doctrinal de los tedlogos, lo que llevé a un endu- 69

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