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De La Impostura Politica Godwin William
De La Impostura Politica Godwin William
WILLIAM GODWIN
[Anarquismo en PDF]
D igitalizació n , e d ició n y re vis ió n :
La Congregación [ An a rqu is m o e n PD F]
PRESENTACIÓN ........................................................................ 7
WILLIAM GODWIN Y SU OBRA ACERCA
DE LA J USTICIA POLÍTICA .................................................11
WILLIAM GODWIN, ESCRITOR LITERARIO ....................... 27
WILLIAM GODWIN: BREVE ANTOLOGÍA ........................... 43
DE LA IMPOSTURA POLÍTICA............................................... 45
DE LAS CAUSAS DE LA GUERRA .......................................... 55
DE LA DISOLUCIÓN DEL GOBIERNO .................................. 63
EFECTOS GENERALES DE LA DIRECCIÓN POLÍTICA
DE LAS OPINIONES ............................................................ 67
DE LA SUPRESIÓN DE LAS OPINIONES ERRÓNEAS
EN MATERIA DE RELIGIÓN Y DE GOBIERNO ............... 83
DE LA DIFAMACIÓN ............................................................... 91
ESTUDIOS ACTUALES SOBRE GODWIN ............................ 10 3
EL ANARQUISMO INDIVIDUALISTA
DE WILLIAM GODWIN ...................................................... 10 5
EL PENSAMIENTO LIBERTARIO DE GODWIN:
UTILITARISMO Y RACIONALIDAD INSTRUMENTAL ... 133
WILLIAM GODWIN Y EL ANARQUISMO:
A PROPÓSITO DEL POLITICAL J USTICE ......................... 151
BIBLIOGRAFÍA ...................................................................... 169
NOTA EDITORIAL
LA CONGREGACIÓN.
PRESENTACIÓN
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Tardó en aparecer la versión castellana, pero tal vez com o
com pensación se hizo una excelente edición de Investigación...
El prólogo corrió a cargo de Diego Abad de Santillán y la tra-
ducción se debió al argentino J acobo Prince. El form ato fue
considerable (23 X 16) y m uy buena la calidad del papel y la
im presión, todo ello gracias al buen hacer de ediciones Am eri-
calee, de Buenos Aires. De hecho, hasta la llegada de las juntas
m ilitares de los años setenta, las m ejores ediciones de textos
libertarios en castellano se hicieron en la Argentina y algún día
habría que ponderar y rescatar los fondos de Am ericalee, Re-
construir y Proyección.
Investigación..., em pezó entonces a circular entre los m e-
dios libertarios españoles del exilio y fue así com o quien quiso
pudo iniciar el estudio de la obra del pensador ilustrado britá-
nico que consiguió racionalm ente plantear la necesaria y
deseable disolución del Estado y de todas las form as de coer-
ción, lo cual había de redundar en provecho de la vida social
libre. Im presionado por la im pecable argum entación de Wi-
lliam Godwin, el anarquista español exiliado en México, Ben-
jam ín Cano Ruiz (La Unión, Murcia, 190 8- México, 1988) hizo
el prim er estudio en detalle dentro de las letras libertarias his-
pánicas, de Godwin y su obra, y sigue siendo el único hasta la
fecha. Se trata del libro W . Godw in. Su vida y su obra, Edicio-
nes Ideas, México, 1972.
En 1986 las ediciones J úcar, de Gijón, hicieron una edición
facsím il de la de Am ericalee, sólo que reduciéndola a tam año
de bolsillo, con lo cual la lectura se hace m uy trabajosa. En
nuestra colección de «Cuadernos Libertarios», en la que nos
proponem os difundir textos representativos e interesantes
referentes al pensam iento y la historia del m ovim iento liberta-
rio, hem os querido detenernos en la prim era gran obra de teo-
ría política libertaria seleccionando tres capítulos com pletos de
Investigación... a m odo de breve antología. Asim ism o, van
com o prólogo o introducción dos interesantes textos: el ya alu-
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dido prólogo de Santillán y un artículo debido a la plum a del
anarquista belga Hem Day y que en su versión castellana fue
publicado por la revista Tierra y Libertad de México, en dos
entregas, en sus núm eros de m ayo y julio de 1964. Com o cierre
se ofrece una breve selección bibliográfica que confiam os re-
sulte útil a quienes quieran prolongar el estudio y análisis de la
figura y obra de William Godwin. En ello se cifra la ilusión de
los editores del presente folleto.
IGNACIO DE LLORENS.
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WILLIAM GODWIN Y SU OBRA
ACERCA DE LA JUSTICIA POLÍTICA
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reunía en casa del editor J ohnson, entre ellos: William Blake,
Mary Wollstonecraft, Thom as Paine, Holcroft.
La obra vio la luz, com o hem os dicho, en febrero de 1793,
con el título de An Enquiry concerning Political Justice and its
Influence on general Virtue and Happiness. En la segunda
edición el título fue m odificado así: An Enquiry concerning
Political Justice and its influence on Morals and Happiness.
La prim era edición consta de dos volúm enes en 4º , de XIII -
378 y 379 págs. (prefacio del 29 de octubre de 1795), está reto-
cada en varios lugares im portantes y apareció en 1796; la ter-
cera edición es de 1798 . La últim a reim presión, no del todo
com pleta, apareció en 1842 en Londres, en 12º . Hubo adem ás
ediciones fraudulentas, una en Dublín, 1793, otra en Filadelfia,
Estados Unidos, en 1796 ( XVI -362 y VIII -40 0 págs.) que re-
producen probablem ente el texto de la segunda edición.
Se vendieron, a pesar de su alto precio, tres guineas, cuatro
m il ejem plares de las ediciones autorizadas. En algunas locali-
dades se form aban asociaciones para com prar y leer el libro; lo
leyeron así gentes de todas las clases sociales, burlando la pre-
sunción de Pitt, que calculó que la obra de Godwin era dem a-
siado cara para ser peligrosa. Mary Godwin, la hija del filósofo,
escribió m uchos años después: «He oído decir frecuentem ente
a m i padre que la Political Justice escapó a la persecución por-
que apareció en una form a dem asiado costosa para la adquisi-
ción general. Pitt observó, cuando se discutió la cuestión en el
Consejo privado, que un libro de tres guineas no podía causar
m ucho daño entre aquellos que no podían ahorrar tres cheli-
nes».
Después de la publicación de la Political Justice, dio una no-
vela, Caleb W illiam s (1794), vigorosa, ingeniosa, hábilm ente
construida, donde sus ideas favoritas son llevadas al terreno de
la im aginación para m ostrar lo que puede sufrir el pobre bajo
las condiciones políticas y jurídicas vigentes y cóm o es perver-
tido el carácter del rico por falsos ideales de honor. Pero las
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condiciones com enzaron a em peorar para él a causa de la fu-
riosa reacción contra la revolución francesa, que dio la nota en
la política británica en lo sucesivo. Francia declaró la guerra a
Inglaterra el m es en que aparecía la Political Justice; en 1794,
fue suspendida por Pitt la Habeas Corpus Act, y la suspensión
duró siete años; toda opinión un tanto disidente de la del go-
bierno era considerada sediciosa y se procedía de inm ediato
contra sus gestores. Se estableció una censura rígida; las per-
secuciones políticas se pusieron a la orden del día, los espías
aparecían por todas partes. En 1794, Thom as Hardy, J ohn
Horne Tooke, Thom as Holcroft (uno de los am igos m ás ínti-
m os de Godwin) y otros fueron procesados por alta traición;
Thom as Hardy fue deportado a Botany Bay.
Escribió Godwin otras novelas: St. Leon (1799), Fleetw ood
(180 5), Mandeville (18 30 ) y Cloudesley (1830 ). Es autor de
dos tragedias, Antonio (180 0 ) y Faulkener (180 7), que resulta-
ron otros tantos fracasos. Escribió una History of the Com -
m onw ealth en cuatro volúm enes y una Life of Chaucer. Tam -
bién se dedicó a com poner cuentos para niños, con el
pseudónim o de Edward Baldwin, para evitar el fracaso a que se
exponía con su nom bre desde 18 0 0 , cuando com enzó a ser
m encionado con hostilidad creciente por la propaganda antija-
cobina, antiguo rem edo de la cam paña que realizaron las cla-
ses conservadoras inglesas contra los soviets rusos desde 1917
y contra los «rojos» españoles desde julio de 1936.
Dio a luz dos colecciones de ensayos, The Enquirer (1797) y
Thoughts on Man (publicados en 1831, pero escritos m ucho
antes), que son interesantes sobre todo para com probar cóm o
se m antuvo Godwin fiel a sus puntos de vista políticos, a pesar
de los suavizam ientos de la expresión.
El hom bre que había adquirido una fam a repentina tan
grande a fines del siglo XVIII , fue excluido en tal form a, desde
180 0 especialm ente, de la vida pública que en 1811, Shelley,
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que había leído con entusiasm o su obra, tuvo conocim iento,
«con inconcebible em oción», de que Godwin estaba vivo aún.
Las condiciones penosas de su hogar, las dificultades pecu-
niarias, el vacío que hizo alrededor de su nom bre y de su obra
la reacción, o su m ención hostil, hizo que este hom bre, pensa-
dor atrevido, pero de ningún m odo un hom bre de acción, deja-
se de ejercer en aquel período de la política británica toda la
influencia de que era capaz la lógica de sus razonam ientos.
En m arzo de 1797 se unió en m atrim onio con Mary Wollsto-
necraft, una de las m ujeres m ás interesantes de su época, auto-
ra de la obra A Vindication of the Rights of W om an (1792),
precursora de los m ovim ientos fem eninos del siglo XIX; m urió
esta m ujer en septiem bre de 1797, al dar a luz a su hija Mary, la
que luego habría de convertirse en esposa del poeta Shelley.
Godwin, con su hijita y con una hijastra, se volvió a casar en
180 1 con una viuda que tenía tam bién una hija. El nuevo m a-
trim onio no fue feliz y contribuyó a que Godwin quedase aisla-
do de los am igos. Más de una vez fue preciso recoger ayuda
para él entre las antiguas am istades. Se vio constreñido a pedir
préstam os que no podía devolver y de ahí surgió una leyenda
poco favorable para el gran pensador. Pero los que le conocie-
ron de cerca hablan de su generosidad, de su estím ulo a los
jóvenes que se le acercaban y de la ayuda m aterial que presta-
ba, cuando podía darla, a quienes la requerían. Entre los jóve-
nes que le rodearon m ás tarde, uno de ellos fue Shelley, hom -
bre adinerado, que fue frecuentem ente el m ecenas generoso
del hom bre a quien tanto adm iraba y que iba a ser su suegro.
Godwin m urió en abril de 1836.
La Political Justice fue producida en la pasión suscitada en
el m undo por la revolución francesa, aunque las ideas en ella
expuestas habían m adurado antes en la m ente del autor. Ed-
m und Burke había escrito en 1756 A Vindication of Natural
Society , un análisis dem oledor del estatism o, del gubernam en-
talism o, sim ilar a los que llevaban a cabo Denis Diderot y Syl-
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vain Maréchal en Francia y Lessing en Alem ania. Las ideas
antigubernam entalistas de Godwin no eran una m anifestación
aislada de pensam iento. La revolución francesa, que ha dado
m argen a tantos progresos, no fue beneficiosa para el desarro-
llo de la idea de la libertad; con ella surgió la idea de la nación,
de la dictadura, del bonapartism o, refuerzos todos de la auto-
ridad central absolutista. El pensam iento de Diderot y de Ma-
réchal, por ejem plo, fue interrum pido com o por un cataclism o
geológico hasta m ediados del siglo XIX, cuando reapareció con
Proudhon, y hasta el últim o tercio de ese siglo, cuando fue re-
anim ado por Eliseo Reclus. Adem ás tuvo efectos reaccionarios
en toda una generación de pensadores de los diversos países.
De la revolución surgió la reacción en Francia que llevó a Bo-
nald y De Maistre. En Inglaterra, país de vivas tradiciones libe-
rales, Edm und Burke encabezó la reacción de la aristocracia
contra la revolución francesa con sus Reflections on the French
Revolution (1790 ). Esta obra de Burke m otivó en pocos años
no m enos de 38 réplicas, según cuenta W.P. Hall en British
Radicalism , 1791-1797 (pág. 75, Colum bia University Studies,
1912). Una de las prim eras fue A Vindication of the Rights of
W om an de Mary Wollstonecraft, otra es el brillante panfleto
de Thom as Paine, The Rights of M an, aunque la m ás notable
de todas es la Political Justice de Godwin.
En 1791, escribió Godwin en su diario: «Sugerí a Robinson,
el librero, la idea de un tratado acerca de los principios políti-
cos y convino en ayudarm e a su ejecución. Mi concepción co-
m ienza con un sentim iento de las im perfecciones y errores de
Montesquieu y con un deseo de producir una obra m enos de-
fectuosa. En el prim er hervor de m i entusiasm o, m antuve la
vana fantasía de “tallar una piedra de la roca” que venciese y
aniquilase por su energía inherente y su peso toda oposición y
colocase los principios de la política sobre una base inconm o-
vible. Mi prim era decisión fue decir todo lo que yo había con-
cebido com o verdad, y todo lo que m e parecía que era la ver-
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dad, confiando que podrían esperarse los m ejores resultados
de esa m anera de obrar».
Paine, aconsejado por William Blake, al ver la luz The Rights
of Man en defensa de los principios franceses de libertad, fra-
ternidad e igualdad, cuyo editor fue perseguido, huyó a Francia
y luego a los Estados Unidos, donde se convirtió en un cam -
peón de la independencia. Godwin no escribía con el entu-
siasm o y la fe de Paine en la relación inm ediata de un reino
m ilenario; m ás bien se proponía echar las bases para llegar a él
por un progreso gradual, por el cam ino de la razón y de la edu-
cación. Esto, unido al alto precio de la obra, ha evitado al autor
la persecución directa y probablem ente la deportación.
La Political Justice fue traducida al alem án (prim er tom o)
en 18 0 3 (publicada por Würzburg) y algunos alem anes, entre
ellos Franz Baader, se entusiasm aron con su contenido. Ben-
jam in Constant habla en 1817 de varios com ienzos de una tra-
ducción francesa, entre ellos de uno propio, pero no se publicó
nada. En los Estados Unidos, después de la edición de Filadel-
fia de 1796, se hizo otra treinta años m ás tarde, abreviada
(New York, 1926, en dos tom os, 8º ., XXXIV-455 y 30 7 págs.),
que sirvió de base para esta prim era edición castellana.
Max Nettlau 1 resum e así el contenido de la obra:
«Godwin considera el estado m oral de los individuos y el
papel de los gobiernos, y su conclusión es que la influencia de
los gobiernos sobre los hom bres es, y no puede m enos de ser,
deletérea, desastrosa... ¿No puede ser el caso —dice en su m o-
do prudente, pero de razonam iento denso— que los grandes
m ales m orales que existen, las calam idades que nos oprim en
tan lam entablem ente, se refieran a sus defectos (los del go-
bierno) com o a una fuente, y que su supresión no pueda ser
esperada m ás que de su enm ienda (del gobierno)? No se po-
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Com o com plem ento al análisis anterior, citam os a continua-
ción la síntesis que hace un estudioso de Godwin, Raym ond A.
Preston (en la introducción a la edición am ericana de 1926):
«1. El espíritu no es libre, sino plástico, realizado de acuerdo
con circunstancias de herencia y am biente, con resultados se-
guros, aunque inescrutables. La doctrina del determ inism o
m aterialista fue afirm ada prim ero, probablem ente, en el espí-
ritu de Godwin por su tem prana form ación en el calvinism o.
Fue reforzada por su conocim iento ulterior de la Enquiry into
the Freedom of the W ill, de J onathan Edwards, de Hartley y
del Sy stèm e de la Nature de D’Holbach (1770 ). Com o Locke y
Hum e, Godwin niega la existencia de “principios e instintos
innatos”. Sostiene que las asociaciones y la experiencia pesan
m ucho m ás que las influencias de la herencia y del am biente o
que las im presiones prenatales, y en consecuencia sigue a Lo-
cke al considerar el goce del m ayor núm ero, el sum m um
bonum .
»2. La razón tiene poder ilim itado sobre las em ociones; de
ahí que los argum entos, no un llam ado a las em ociones, y no la
fuerza tam poco, sean los m otivos m ás efectivos. Sobre esta
doctrina psicológica, derivada en parte de Helvétius y en parte
del punto de vista de Locke de que la ley de la razón, a la que
todos deben obedecer, es la ley de la naturaleza, se funda la
doctrina de Godwin de la educación y del m odo de tratar a los
delincuentes. En su form a prim era, Godwin reduce la justicia
de las sim patías y de los afectos hum anos y de la fuerza a casi
nada. Explica nuestro fracaso frecuente al apelar a la razón
pura citando la doctrina de Hartley de las acciones voluntarias
e involuntarias. De esta proposición se deduce la condena de
Godwin de la resistencia a las leyes existentes com o una apela-
ción censurable a la violencia.»
«Puede parecer extraño —escribe la señora Shelley— que en
la sinceridad de su corazón alguien crea que no puede coexistir
el vicio con la libertad perfecta —pero m i padre lo creía— y era
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la verdadera base de su sistem a, la verdadera clave de bóveda
del arco de la justicia, por el cual deseaba entrelazar a toda la
fam ilia hum ana. Hay que recordar, de cualquier m anera, que
nadie era defensor m ás enteram ente persuadido de que las
opiniones debían adelantarse a la acción. Quizá deseaba hasta
un grado discutible que no se hiciera nada sino por la m ayoría,
m ientras que buscaba ardientem ente por todos los m edios que
esa m ayoría se uniese a la parte m ejor».
«3. El hom bre es perfectible, esto es, el hom bre, aunque in-
capaz de perfección, es capaz de m ejorar indefinidam ente. Esta
creencia optim ista, y sin restricción alguna en el progreso hu-
m ano, está im plicada al m enos en Helvétius, en D’Holbach, en
Priestley, en Price. Fue m agníficam ente establecida en form a
razonada por Condorcet (Esquisse d’un tableau historique des
progrès de l’esprit hum ain, 1793), que parece haber tenido una
influencia notable en las revisiones que hizo Godwin en la ter-
cera edición de su obra.
»4. Un individuo, a los ojos de la razón, es igual a otro cual-
quiera. Ese principio dem ocrático es tan viejo al m enos com o
J esús de Nazaret, m ás recientem ente ha sido establecido en la
Declaración de independencia de Am érica, y antes aún había
sido prom ulgado por Helvétius. Godwin se retractó de él m ás
tarde.
«5. La m ayor fuerza para la perpetuación de la injusticia está
en las instituciones hum anas. Los predecesores de Godwin en
esta opinión son innum erables. Menciona en su prefacio a
Swift y tam bién a Mandeville y a los historiadores latinos (de
los cuales puede haber tom ado su m odelo del estoicism o
desapasionado). Price sostiene que el gobierno es un m al y que
cuanto m enos tengam os de él, tanto m ejor, Priestley, Hum e y
los utilitarios posteriores, pesando los buenos y los m alos efec-
tos de la ley, deciden que el balance es contrario a la ley y que
la interferencia del gobierno, excepto com o un freno donde la
libertad personal interfiere con la libertad de los dem ás, es
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inconveniente. El derecho abstracto a ser libre conduce a
Godwin a sostener el derecho individual a la propiedad priva-
da.
»Godwin repudia la doctrina de Locke, adoptada por Rous-
seau y seguida por teóricos políticos ingleses y franceses del
siglo XVIII (excepto Hum e) de que el gobierno está basado en
un hipotético contrato social, y sigue a Hum e al considerar el
gobierno com o basado últim am ente en la opinión. Excepto en
el uso de ciertos argum entos relativos a la educación del Em i-
lio, al parafrasear en parte El Contrato Social sobre los oríge-
nes del gobierno, y al rechazar la teoría del “egoísm o” sosteni-
da por Helvétius, D’Holbach y Mandeville, Godwin no está casi
nunca de acuerdo con Rousseau».
Tal es la vinculación intelectual de Godwin con los pensado-
res contem poráneos o anteriores.
Este prim er filósofo del anarquism o, lo repetim os, no era un
hom bre de acción. La acción antijacobina lo intim idó un poco;
no se desdijo de sus ideas, aunque en ediciones sucesivas de su
obra m itigó algo las expresiones. Abandonó la propaganda
directa, pero no repudió el pensam iento básico de su libro m ás
notable. No se le ahorraron las virulencias personales de sus
enem igos, los ataques apasionados, el vocabulario grosero, las
desfiguraciones de sus ideas, Malthus intentó razonar en parte
contra el sistem a de Godwin y le atacó; Godwin refutó la teoría
m altusiana (Of Population, 18 20 ).
He aquí una de las rectificaciones: se apartó de la tesis de su
Political Justice que exaltaba la razón y m inim izaba el efecto
de la em oción com o guía de la conducta hum ana. «No sólo se
tiene una razón que com prende, sino un corazón que siente»
—dijo en The Enquirer—. Sin em bargo, aún sigue sosteniendo
que es la razón la que nos guía y que la pasión no hace m ás que
reforzar, vigorizar, anim ar, dar energía a la razón.
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En su libro de notas relativas al año 1798, propone escribir
un libro titulado First Principles of Morals para corregir cier-
tos errores de la prim era parte de la Political Justice. Dice allí:
«La parte a que aludo es esencialm ente defectuosa por el he-
cho de que no presta una atención adecuada al im perio del
sentim iento. Las acciones voluntarias de los hom bres están
bajo la dirección de sus sentim ientos: nada puede tener una
tendencia a producir estar acciones, excepto en tanto que esté
conectado con ideas de futuro placer o dolor para nosotros o
para otros. La razón, hablando exactam ente, no tiene el m enor
grado de poder para poner un m iem bro cualquiera o una arti-
culación de nuestro cuerpo en m ovim iento. Su dom inio, es una
visión práctica, está enteram ente confinada a ajustar la com pa-
ración entre objetos diferentes del deseo, y a investigar los
m odos m ás adecuados para alcanzar esos objetos. Nace de la
presunción de su deseabilidad o lo contrario, y no acelera ni
retarda la vehem encia de su prosecución, sino que sim plem en-
te regula su dirección y señala el cam ino por el cual debem os
avanzar hacia nuestro objetivo.
»Pero todo hom bre quiere, por una necesidad de su natura-
leza, ser influido por m otivos que le son peculiares en tanto
que individuo. Com o todo hom bre quiere saber m ás de sus
parientes e íntim os que de los extraños, así pensará inevita-
blem ente m ás a m enudo, sentirá m ás agudam ente por ellos y
estará m ás ansioso acerca de su bienestar...
»Estoy deseoso de retractarm e de las opiniones que he ex-
presado favorables a las doctrinas de Helvétius de la igualdad
de los seres intelectuales, tal com o han nacido en el m undo, y
de suscribir la opinión de que, aunque la educación es un ins-
trum ento m ás poderoso, todavía, existen diferencias de la m a-
yor im portancia entre los seres hum anos desde el periodo de
su nacim iento.
»Estoy tan ansioso de llevar a cabo estas alteraciones y m o-
dificaciones porque m e darían ocasión para m ostrar que nin-
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guna de las conclusiones por cuya causa fue escrito el libro
sobre la justicia política son afectadas por ellas».
Esa es la verdad. Ninguna de las conclusiones de la Political
Justice es afectada por el curso ulterior del pensam iento políti-
co godwiniano. El libro proyectado no llegó a escribirse. Hay
que recordar la influencia posible de Mackintosh (1756-1832),
de su teoría de los actos m orales que, según él, em anan del
sentim iento y no de la razón, para com prender el deseo de
Godwin de m itigar su posición diam etralm ente opuesta.
Algún crítico ha expresado que las m odificaciones introdu-
cidas por Godwin en la segunda edición de su obra significa-
ban una retractación de su pensam iento. Nada m ás gratuito.
Godwin suavizó algunas expresiones, rebajó el tono de algunas
frases, pero m antuvo íntegras sus condiciones básicas antigu-
bernam entalistas. Los cam bios de la tercera edición son m ayo-
res aún, pues algunos capítulos han sido escritos de nuevo,
pero no tocó en lo m ás m ínim o la esencia de su doctrina. Quiso
ser m enos dogm ático, m enos axiom ático para que sus ideas
fuesen m ás aceptables. Pero, a pesar del cam bio operado a su
alrededor, m antuvo hasta el fin su fe en la naturaleza hum ana
y su adhesión a los principios de la revolución francesa. Su
optim ism o quedó invariable. En el prefacio de The Enquirer
(1797) describe ese nuevo libro com o un com plem ento inducti-
vo de la Political Justice, aunque con espíritu m enos agresivo y
com bativo y con tono m ás blando. Y en Thoughts on Man si-
gue m editando en los m ism os asuntos y con una inspiración
central sem ejante.
El período histórico que inició en Gran Bretaña la reacción
conservadora, aristocrática, contra la revolución francesa, las
persecuciones por los tribunales, las deportaciones, inclinaron
a m uchos hom bres a una acción terrorista, y eso, unido al so-
cialism o autoritario que surgía de la Convención y de Babeuf,
privaron a Godwin del cam po del razonam iento libertario fe-
cundo con que había contado en los tiem pos de su concurren-
| 24
cia al salón del editor J ohnson. Murió oscuram ente, pero su
obra quedó com o expresión m áxim a del espíritu de libertad en
el pensam iento socialista. Su herencia fue tom ada por hom -
bres de otras lenguas y de otras razas y la antorcha no se ha
apagado desde entonces, ni siquiera en el período tenebroso de
la pesadilla totalitaria que duró una veintena de años. Al acla-
rarse de nuevo el horizonte de Europa y de Am érica, creem os
que la lectura de estas páginas no podrá m enos de hacer bien a
los individuos y a los pueblos com o contraveneno eficaz del
pecado m ortal de la sum isión abyecta a la tiranía del hom bre
sobre el hom bre.
| 25
WILLIAM GODWIN, ESCRITOR LITERARIO
Shelley.
| 27
Consultando algunas historias de la literatura inglesa, entre
otras, la de Mr. Taine, no salgo de m i asom bro al no encontrar
en ella la m enor traza de la obra de Godwin. Sin em bargo, Ca-
leb W illiam s fue traducida al francés cuando Taine publicó su
estudio. Él no podía ignorarla y la cosa es tanto m ás desconcer-
tante cuando le era im posible hablar del poeta Shelley sin evo-
car al m ism o tiem po a Godwin. Se sabe que la gran com pañera
del gran poeta fue la hija de este literato, autor de Political
Justice, libro que en la época de su aparición hizo gran ruido
en Inglaterra en los m edios conservadores.
¿Es preciso deducir que el pensam iento de Godwin espantó
a los autores de la historia literaria a tal punto que prefieren
escam otear el nom bre y los escritos de quien vino a anunciar la
desaparición de la injusticia y de la ignorancia por m edio de
una igualitaria y justa distribución de los bienes de la vida?
Es fácil suponerlo pensando que la obra esencial de Godwin
se publicó en 1763, es decir, cincuenta años antes de que P. J .
Proudhon lanzara a la sociedad esta form idable aserción: «¡La
propiedad es un robo!».
Es esta concepción del silencio extrañam ente orquestada, yo
quisiera señalar la excepción hecha por Mr. Mézières, que,
bien al contrario, juzgó el Caleb W illiam s de Godwin con m u-
cha claridad y vigor en su Historia crítica de la Literatura in-
glesa.
Pero, ¿cóm o com prender que los otros no se dignaran hacer
la m enor alusión al escritor? Esto es, por lo m enos, una m ane-
ra bien parcial de escribir la historia literaria. Es una falta de
honradez elem ental, de valor e independencia. ¿Acaso Mr.
Taine y sus cóm plices hubieran soportado fácilm ente que les
hicieran eso? Advirtam os, en fin, que la obra de Mr. Taine
com prende tres volúm enes de m ás de seiscientas páginas cada
uno, lo que agrava m ás su caso.
Sin duda alguna que Godwin tenía razón cuando escribía:
«En tanto que la hum anidad esté dividida en am os y esclavos,
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las dos partes se corrom perán carentes de la verdad saluda-
ble».
La Revolución Francesa m arcó una etapa, y Raym ond Gourg
en su estudio sobre Godwin 1 revela el espíritu revolucionario
que predom inaba en Inglaterra después de 1789. Ya antes J .J .
Rousseau había sem brado algo.
«El espíritu revolucionario francés —dice— había penetrado
en la literatura inglesa a consecuencia de J .J . Rousseau.
Brown, discípulo directo del filósofo francés, en sus aprecia-
ciones sobre los principios y costum bres de aquellos tiem pos,
había atacado los vicios de todas las clases sociales; J ohn Wes-
ley, en su diario, Hannah More en sus Pensam ientos sobre la
im portancia de las costum bres entre la grandeza, no se reca-
taban de expresar sus deseos de que cesase el abuso de algunas
prácticas religiosas.
»Thom as Day, en Sandford y Merton exponía las doctrinas
de Em ilio, Cowper, en fin, el dulce poeta puritano, había abra-
zado la causa de la revolución por am or a la hum anidad y por
aversión a los convencionalism os sociales. Pero ninguno de
estos m oralistas o poetas reform adores adoptó con m ás fran-
queza y am plitud las nuevas doctrinas que William Godwin
(1756-1836)».
Pero la om isión del nom bre de Godwin, ¿es voluntaria o for-
tuita? ¿No es, m ás bien, que se ha querido, siguiendo la cos-
tum bre, ocultar con el olvido un escritor y pensador cuyos es-
critos eran considerados sediciosos? La m ojigatería de algunos
de estos pobres individuos es explicable. Es el resum en del
espíritu puritano de los ingleses que se soliviantan bastante
estúpidam ente contra los escritos de Godwin. Puede creerse,
pues, que el nom bre de Godwin, com o m ás tarde el de
Proudhon, representaron para aquellas personas el «coco» que
Ca le b W illia m s
| 33
defensora de los intereses de los poderosos que dom inan este
m undo.
Las razones por las cuales se ha tejido ese telón de silencio
sobre Godwin no son extrañas al enjuiciam iento que él hizo
contra esa sociedad que denunció con vehem encia com o injus-
ta e inhum ana en Caleb W illiam s.
A pesar de la obstrucción sofocante de que fue objeto, Caleb
W illiam s popularizó las teorías sociales expuestas en Political
Justice, pero no escapó a la acción de aquellos m ism os que
tienen la m isión de salvaguardar los intereses de los am os y
señores que les recom pensan por esta tarea lacayuna.
Por otra parte, estos escritos de librea no han m enosprecia-
do las intenciones de Godwin, y, pasados los prim eros im pul-
sos, resum ieron todo lo necesario para hacer sufrir a Caleb
W illiam s la m ism a suerte que a Political Justice. Pero he aquí
la equivocación sobre el alcance de las ideas. No se detiene su
proyección en el espacio y en el tiem po. Lo que se trata de en-
cerrar escapa a la prim era ocasión.
Tarde o tem prano, la idea surge m ás vivaz, con el riesgo de
barrer a quienes querían obstruirle el cam ino, asesinarla o po-
nerla al servicio de fines inconfesables. Esta fue la suerte de las
ideas de Godwin. Com o ya lo expresó Max Nettlau, el libro
Political Justice fue la prim era obra de teoría anarquista pura.
Después de él, Bakunin, Proudhon, Reclus, Malatesta y tantos
otros, desarrollaron con fervor y talento la m ism a teoría.
St . Le o n ( 179 9 )
HEM DAY.
| 42
WILLIAM GODWIN
BREVE ANTOLOGÍA
DE LA IMPOSTURA POLÍTICA 1
1Libro V, cap. XV. Hay una versión com pleta de Political Justice en
Antorcha.net
| 45
acaso —dice— que a pesar de tan terribles am enazas el m undo
está invadido por el m al? ¿Qué sucedería, pues, si las m alas
pasiones de los hom bres estuvieran libres de sus actuales fre-
nos y si no tuvieran constantem ente ante sus ojos la visión de
la retribución futura?»
Sem ejante doctrina se funda en un extraño desconocim iento
de las enseñanzas de la historia y de la experiencia, así com o
de los dictados de la razón. Los antiguos griegos y rom anos no
conocían nada sem ejante a ese terrorífico aparato de torturas,
de azufre y fuego, «cuya hum areda se eleva hasta el infinito».
Su religión era m enos política que personal. Consideraban a
los dioses com o protectores del Estado, lo cual les com unicaba
invencible coraje. En épocas de calam idad pública, realizaban
sacrificios expiatorios, a fin de calm ar el enojo de los dioses. Se
suponía que la atención de estos seres extraordinarios estaba
concentrada en el cerem onial religioso y se preocupaban poco
de las virtudes o defectos m orales de sus creyentes, cuyos actos
eran regulados por la convicción de que su m ayor o m enor
felicidad dependía del grado de virtud contenida en la propia
conducta. Si bien su religión com prendía la doctrina de una
existencia futura, en cam bio atribuía m uy poca relación entre
la conducta m oral de los individuos en su vida presente y la
suerte que les reservaba la vida futura. Lo m ism o ocurría con
las religiones de los persas, los egipcios, los celtas, los judíos y
con todas las dem ás creencias que no proceden del cristianis-
m o. Si tuviéram os que juzgar a esos pueblos de acuerdo con la
doctrina arriba indicada, habríam os de suponer que cada uno
de sus m iem bros procuraba degollar a su vecino y que perpe-
traba horrores sin m edida ni rem ordim iento. En realidad, esos
pueblos eran tan am igos del orden de la sociedad y de las leyes
del gobierno com o aquellos otros cuya im aginación fue horro-
rizada por las am enazas de la futura retribución, y algunos de
ellos fueron m ás generosos, m ás decididos y estuvieron m ás
dispuestos al bien público.
| 46
Nada puede ser m ás contrario a una justa estim ación de la
naturaleza hum ana que el suponer que m ediante esos dogm as
especulativos podría lograrse que los hom bres fuesen m ás vir-
tuosos de lo que serían sin la existencia de tales dogm as. Los
seres hum anos se hallan en m edio de un orden de cosas cuyas
partes integrantes están estrecham ente relacionadas, constitu-
yendo un todo arm ónico en virtud del cual se hacen inteligibles
y asequibles al espíritu. El respeto que yo obtengo y el goce de
que disfruto por la conservación de m i existencia, son realida-
des que m i conciencia capta plenam ente. Com prendo el valor
de la abundancia, de la libertad, de la verdad, para m í y para
m is sem ejantes. Com prendo que esos bienes y la conducta con-
form e con ellos se hallan vinculados al sistem a del m undo visi-
ble y no a la interposición sobrenatural de un invisible dem iur-
go. Todo cuanto se m e diga acerca de un m undo futuro, un
m undo extraterreno de espíritus o de cuerpos glorificados,
donde los actos son de orden espiritual, donde es preciso so-
m eterse a la percepción inm ediata, donde el espíritu, conde-
nado a eterna inactividad, será presa de eterno rem ordim iento
y sufrirá los sarcasm os de los dem onios, todo cuanto se m e
diga acerca de ello será tan extraño al orden de cosas del cual
tengo conciencia que m i m ente tratará en vano de creerlo o de
com prenderlo. Si doctrinas de esa índole em bargan la concien-
cia de alguien, no será ciertam ente la de los violentos, de los
desalm ados y los díscolos, sino la de los seres pacíficos y m o-
destos, a quienes inducen a som eterse pasivam ente al rigor del
despotism o y de la injusticia, a fin de que su m ansedum bre sea
recom pensada en el m ás allá.
Esa observación es igualm ente aplicable a cualquier otra for-
m a de engaño colectivo. Las fábulas pueden agradar a nuestra
im aginación, pero jam ás podrán ocupar el lugar que corres-
ponde al recto juicio y a la razón, com o guía de la conducta hu-
m ana. Veam os ahora otro caso.
| 47
Sostiene Rousseau en su tratado del contrato social que
«ningún legislador podrá jam ás establecer un gran sistem a
político, sin recurrir a la im postura religiosa. Lograr que un
pueblo que aún no ha com prendido los principios de la ciencia
política, adm ita las consecuencias prácticas que de aquéllos se
desprenden, equivale a convertir el efecto de la civilización en
causa de la m ism a. Así, pues, el legislador no debe em plear la
fuerza ni el raciocinio; deberá, por consiguiente, recurrir a una
autoridad de otra especie, que le perm ita arrastrar a los hom -
bres sin violencia y persuadir sin convencer.» 2
He ahí los sueños de una im aginación fértil, ocupada en eri-
gir sistem as im aginarios. Para una m ente racional, m enguados
beneficios cabe esperar com o consecuencia de sistem as basa-
dos en principios tan erróneos. Aterrorizar a los hom bres a fin
de hacerles aceptar un orden de cosas cuya razón intrínseca
son incapaces de com prender, es ciertam ente un m edio m uy
extraño de lograr que sean sobrios, juiciosos, intrépidos y feli-
ces.
| 53
DE LAS CAUSAS DE LA GUERRA 1
3 Du Contrat Social.
| 57
gañosas ilusiones creadas por los im postores, con el objeto de
convertir a la m ultitud en instrum entos ciegos de sus aviesos
designios.
Sin em bargo, cuidém onos de caer de un extrem o en otro.
Mucho de lo que generalm ente se entiende por am or a la pa-
tria, es altam ente estim able y m eritorio, si bien ha de ser difícil
precisar el valor exacto de la expresión. Un hom bre sensato
jam ás dejará de ser partidario de la libertad y la igualdad. Por
consiguiente, se esforzará por acudir en su defensa, donde-
quiera las encuentre. No puede perm anecer indiferente cuando
está en juego su propia libertad y la de aquellos que lo rodean y
a quienes estim a. Su adhesión tiene entonces por objeto una
causa y no un país determ inado. Su patria estará dondequiera
que haya hom bres capaces de com prender y de afirm ar la jus-
ticia política. Y donde m ejor pueda contribuir a la difusión de
ese principio y a servir la causa de la felicidad hum ana. No
habrá de desear para ningún país beneficio superior al de la
justicia.
Apliquem os ese punto de vista al problem a de la guerra. Pe-
ro tratem os de puntualizar antes la exacta significación de este
térm ino.
El gobierno fue instituido debido a que los hom bres se sen-
tían propensos al m al y tem ían que la justicia fuera pervertida
por individuos sin escrúpulos en beneficio de los m ism os.
Siendo las naciones susceptibles de caer en idéntica debilidad y
no encontrando un árbitro a quien acudir en casos de conflicto,
surgió la guerra. Los hom bres fueron inducidos a arrebatarse
la vida m utuam ente y a resolver las controversias que surgían
entre ellos, no de acuerdo con los dictados de la razón y de la
justicia, sino según el m ayor éxito que cada bando pudiera
obtener, en actos de devastación y asesinato. Es indudable que
al com ienzo se debió eso a los arrebatos de la exasperación y
de la ira. Pero m ás tarde la guerra se convirtió en un oficio.
Una parte de la nación paga a la otra con el objeto de que m ate
| 58
o se haga m atar en su lugar. Y las causas m ás triviales, los im -
pulsos m ás irreflexivos de la am bición han sido a m enudo sufi-
cientes para inundar de sangre provincias enteras.
No podem os form arnos una idea adecuada del m al de la
guerra, sin contem plar, aunque sólo con la im aginación, un
cam po de batalla. He ahí a hom bres que se aniquilan m utua-
m ente por m illares, sin albergar resentim ientos entre sí y hasta
sin conocerse. Una vasta llanura es sem brada de m uerte y des-
trucción en sus variadas form as. Las ciudades son pasto de
incendio. Las naves son hundidas o estallan, arrojando m iem -
bros hum anos en todas direcciones. Los cam pos quedan arra-
sados. Mujeres y niños son expuestos a los m ás brutales atro-
pellos, al ham bre y a la desnudez. De m ás está recordar que,
junto con ese horror, que necesariam ente ha de producir una
subversión total de los conceptos de m oralidad y justicia en los
actores y espectadores, son inm ensas las riquezas que se m al-
gastan, arrancándolas en form a de im puestos a todos los habi-
tantes del país con el objeto de costear tanta destrucción.
Después de contem plar este cuadro, aventurém onos a inqui-
rir cuáles son las justificaciones y las reglas de la guerra.
No constituye una razón justificable la que se expresa di-
ciendo que «suponem os que nuestro propio pueblo se hará
m ás noble y m etódico si hallam os un vecino con quien com ba-
tir, lo que servirá adem ás de piedra de toque para probar la
capacidad y las disposiciones de nuestros conciudadanos». 4 No
| 62
DE LA DISOLUCIÓN DEL GOBIERNO 1
| 65
EFECTOS GENERALES DE LA DIRECCIÓN POLÍTICA
DE LAS OPINIONES 1
1 Libro VI , cap. I .
| 67
bargo, sujetos a m uy serias objeciones. Si no nos dejam os im-
presionar por una ilusión placentera, recordarem os nueva-
m ente los principios sobre los cuales tanto hem os insistido y
cuyos fundam entos hem os tratado de probar a través de la
presente obra, a saber: que el gobierno es siem pre un m al y
que es preciso utilizarlo con la m ayor parquedad posible. Es
incuestionable que las opiniones y las costum bres de los hom -
bres influyen directam ente en su bienestar colectivo. Pero de
ahí no se sigue necesariam ente que el gobierno sea el instru-
m ento m ás adecuado para conform ar las unas y las otras.
Una de las razones que nos llevan a dudar de la capacidad
del gobierno para el cum plim iento de tal m isión, es la que se
sustenta en el concepto que hem os desarrollado acerca de la
sociedad considerada com o un agente. 2 Podrá adm itirse con-
vencionalm ente que un conjunto de hom bres determ inado
constituye una individualidad, pero jam ás será así en realidad.
Los actos que se pretenden realizar en nom bre de la sociedad,
son en realidad actos cum plidos por tal o cual individuo. Los
individuos que usurpan sucesivam ente el nom bre del conjun-
to, obran siem pre bajo la inhibición de obstáculos que reducen
sus verdaderas facultades. Se sienten trabados por los prejui-
cios, los vicios y las debilidades de colaboradores y subordina-
dos. Después de haber rendido tributo a infinidad de intereses
despreciables, sus iniciativas resultan deform adas, abortivas y
m onstruosas. Por consiguiente, la sociedad no puede ser activa
e intrusiva con im punidad, pues sus actos tienen que ser defi-
cientes en sabiduría.
En segundo lugar, esos actos no serán m enos deficientes en
eficacia que en sabiduría. Se supone que deben tender a m ejo-
rar las opiniones y, por tanto, las costum bres de los hom bres.
Pero las costum bres no son otra cosa que las opiniones en ac-
ción. Tal com o sea el contenido de la fuente originaria, así se-
3 Libro II , cap. V.
| 70
m is actos no es libre ni ocasional, sino que constituye el oficio
de un hom bre, cuya m isión consiste en escudriñar perm anen-
tem ente en la vida de los dem ás, dependiendo el éxito de su
m isión de la form a sistem ática com o la realice; créase así una
perpetua lucha entre la im placable inquisición de uno y el as-
tuto ocultam iento de otro. ¿Por qué hacer que un ciudadano se
convierta en delator? Si han de invocarse razones de hum ani-
dad y de espíritu público, para incitarlo al cum plim iento de su
deber, desafiando el resentim iento y la difam ación, ¿créese
acaso que serán m enester leyes suntuarias en una sociedad
donde la virtud estuviera tan asentada com o para que sem e-
jante incitación obtenga éxito? Si en cam bio se apela a m óviles
m ás bajos e innobles, ¿no serán m ás peligrosos los vicios que
propaguen de ese m odo que aquellos otros que se pretende
reprim ir?
Eso ha de ocurrir especialm ente bajo gobiernos que abar-
quen una gran extensión territorial. En los Estados de exten-
sión reducida, la opinión pública será un instrum ento de por sí
eficaz. La vigilancia, exenta de m alicia, de cada uno sobre la
conducta de su vecino, será un freno de irresistible poder. Pero
su benéfica eficacia dependerá de que actúe librem ente, según
las sugestiones espontáneas de la conciencia y las im posiciones
de una ley.
De igual m odo, cuando se trate de otorgar recom pensas,
¿cóm o nos pondrem os a cubierto del error, de la parcialidad y
de la intriga, susceptibles de convertir el m edio destinado a
fom entar la virtud en un instrum ento apto para producir su
ruina? Sin considerar que los prem ios constituyen dudosos
alicientes para la generación del bien, siem pre expuestos a ser
otorgados a la apariencia engañosa, extraviando el juicio por la
introm isión de m óviles extraños, de vanidad y avaricia.
En realidad, todo ese sistem a de castigos y recom pensas, se
halla en perpetuo conflicto con las leyes de la necesidad y de la
naturaleza hum ana. El espíritu de los hom bres será siem pre
| 71
regido por sus propias visiones y sus tendencias. No puede
intentarse nada m ás absurdo que la reversión de esas tenden-
cias por la fuerza de la autoridad. El que pretende apagar un
incendio o calm ar una tem pestad m ediante sim ples órdenes
verbales, dem uestra ser m enos ignorante de las leyes del uni-
verso que el que se propone convertir a la tem planza y a la vir-
tud a un pueblo corrom pido, sólo con agitar a su vista un códi-
go de m inuciosas prescripciones elaboradas en un gabinete.
La fuerza de este argum ento sobre la ineficacia de las leyes,
ha sido sentida con frecuencia, llevando a m uchos a conclusio-
nes desalentadoras en alto grado. «El carácter de las naciones
—se ha dicho— es inalterable, al m enos una vez que ha caído
en la degradación no puede jam ás volver a la pureza. Las leyes
son letra m uerta cuando las costum bres han llegado a corrom -
perse. En vano tratará el legislador m ás sabio de reform ar a su
pueblo, cuando el torrente de vicio y libertinaje ha roto los di-
ques de la m oderación. No queda ya ningún m edio para res-
taurar la sobriedad y la frugalidad. Es inútil declam ar contra
los daños que em anan de las desigualdades de fortuna y del
rango, cuando tales desigualdades se han convertido en una
institución. Un espíritu generoso aplaudirá los esfuerzos de un
Catón o de un Bruto, pero otro m ás calculador los condenará
por haber causado un dolor inútil a un enferm o cuyo deceso
era fatal. Del conocim iento de esa realidad derivaron los poe-
tas sus creaciones im aginativas sobre la lejana historia de la
hum anidad, im buidos de la convicción de que, una vez que la
lujuria ha penetrado en los espíritus, haciendo saltar los resor-
tes de la conciencia, será vano em peño pretender volver a los
hom bres a la razón y hacerles preferir el trabajo a la m olicie».
Pero esta conclusión acerca de la ineficacia de las leyes está
aún lejos de su real significación.
Otra objeción valedera contra la intervención coercitiva de la
sociedad con el fin de im poner el im perio de la virtud, es que
tal intervención es absolutam ente innecesaria. La virtud, com o
| 72
la verdad, es capaz de ganar su propia batalla. No tiene necesi-
dad de ser alim entada ni protegida por la m ano de la autori-
dad.
Cabe señalar que a ese respecto se ha caído en el m ism o
error en que se incurriera respecto del com ercio y que ha sido
ya totalm ente rectificado. Durante m ucho tiem po fue creencia
general que era indispensable la intervención del gobierno,
estableciendo aranceles, derechos y m onopolios, para que un
país pudiera expandir su com ercio exterior. Hoy es perfecta-
m ente sabido que nunca florece tanto el com ercio com o cuan-
do se halla libre de la protección de legisladores y m inistros y
cuando no pretende obligar a un pueblo a pagar caras las m er-
cancías que encuentra en otra parte a m enor precio y m ejor
calidad, sino cuando logra im ponerlas en m érito a sus cualida-
des intrínsecas. Nada es m ás vano y absurdo que el tratar de
alterar m ediante una legislación artificiosa las leyes perennes
del universo.
El m ism o principio que ha dem ostrado su validez en el caso
del com ercio, ha contribuido considerablem ente al progreso de
la investigación intelectual. Antiguam ente se creía que la reli-
gión debía ser protegida por severas leyes y uno de los prim e-
ros deberes de la autoridad era el de im pedir la difusión de
herejías. Considerábase que entre el error y el vicio existía una
relación directa y que era preciso, a fin de evitar que los hom -
bres cayeran en el error, que el rigor de una inflexible autori-
dad frenara sus extravíos. Algunos autores, cuyas ideas políti-
cas fueron en otro sentido singularm ente am plias, llegaron a
afirm ar que «se debe perm itir a los hom bres que piensen com o
quieran, pero no debe perm itirse la difusión de ideas pernicio-
sas, del m ism o m odo que se perm ite guardar un veneno en una
habitación, pero no ponerlo en venta, bajo el rótulo de un cor-
dial». 4 Otros que no se atrevieron, por razones de hum anidad,
| 82
DE LA SUPRESIÓN DE LAS OPINIONES ERRÓNEAS
EN MATERIA DE RELIGIÓN Y DE GOBIERNO 1
| 90
DE LA DIFAMACIÓN 1
1 Libro VI , cap. VI .
2 Libro VI , cap. III .
| 91
trivial. Si hablo en tono enérgico, se m e acusará de incendiario.
Si im pugno procedim ientos censurables, en lenguaje sencillo y
fam iliar, pero m ordaz, seré tachado de bufón.
Sería verdaderam ente lam entable que la verdad, favorecida
por la m ayoría y protegida por los poderosos, fuera dem asiado
débil para afrontar la lucha con la m entira. Es evidente que
una proposición que puede sostener la prueba de un atento
exam en, no requiere el apoyo de leyes penales. La clara y sim -
ple evidencia de la verdad prevalecerá sobre la elocuencia y los
artificios de sus detractores, siem pre que no intervenga la
fuerza para decidir la cuestión en algún sentido. El engaño se
desvanecerá aunque los am igos de la verdad sean la m itad de
lo perspicaces que suelen ser los abogados de la m entira. Es un
alegato bien triste el que se expresa de este m odo: «som os in-
capaces de discutir con vosotros; por lo tanto os harem os callar
por la fuerza». En tanto los enem igos de la justicia se lim iten a
lanzar exhortaciones, no hay m otivo serio de alarm a. Cuando
com iencen a em plear la violencia, siem pre estarem os a tiem po
para contestarles con la fuerza.
Hay, sin em bargo, una especie de libelos que requiere una
consideración especial. El libelo puede no tener por objeto
ilustración alguna en m ateria política, religiosa o de cualquier
otra índole. Su finalidad consistirá, por ejem plo, en lograr la
congregación de una gran m ultitud, com o prim er paso para la
realización de actos de violencia. En general, se considera libe-
lo público todo escrito que pone en tela de juicio la justicia de
un sistem a establecido. No puede negarse que una severa y
desapasionada dem ostración de la injusticia sobre la cual des-
cansan ciertas instituciones, tiende a producir la destrucción
de tales instituciones, no m enos que la m ás alarm ante insu-
rrección. No obstante, tengam os en cuenta que escritos y dis-
cursos son m edios adecuados y convenientes para prom over
cam bios en la sociedad, m ientras la violencia y el tum ulto son
m edios equívocos y peligrosos. En el caso de una específica
| 92
tentativa de insurrección, las fuerzas regulares de la sociedad
pueden intervenir legalm ente. Esta intervención puede ser de
dos tipos. O bien consistirá sólo en la adopción de m edidas
preventivas destinadas a disolver la m ultitud insurrecta o en
m edidas punitivas contra los individuos acusados de atentar
contra la paz de la com unidad. La prim era de esas form as es
aceptable y justa y, en caso de ser prudentem ente ejercida, será
adecuada para sus fines. La segunda ofrece algunas dificulta-
des. El libelo cuyo confesado propósito es la inm ediata provo-
cación de la violencia, es algo m uy distinto de una publicación
donde las cualidades esenciales de una institución son tratadas
con la m ayor libertad; por consiguiente han de aplicarse nor-
m as distintas para juzgar am bos casos. La m ayor dificultad
surge aquí del concepto general sobre la naturaleza del castigo,
el cual repugna a los principios norm ativos de la conciencia y
cuya práctica, si no puede elim inarse por com pleto, debe con-
finarse a los lím ites m ás estrechos posibles. El juicio y la expe-
riencia en los casos judiciales han llevado a establecer una dis-
tinción precisa entre crím enes que sólo existieron en la inten-
ción y los que se han m anifestado en actos concretos. En lo que
concierne exclusivam ente a la necesidad de prevención, los
prim eros son tan acreedores a la hostilidad social com o los
últim os. Pero la prueba de las intenciones reposa por lo gene-
ral sobre circunstancias inciertas y sutiles y los am igos de la
justicia se estrem ecerán ante la idea de fundar un procedi-
m iento sobre base tan dudosa. Puede adm itirse que quien ha
dicho que todo ciudadano honesto de Londres debe presentar-
se arm ado a St. George Field, sólo afirm ó algo que creía since-
ram ente que era lo m ejor que debía hacerse. Pero este argu-
m ento es de naturaleza general y es aplicable a todo lo que se
denom ina crim en, no sólo a la exhortación sediciosa en parti-
cular.
El que realiza una acción cum ple lo que supone lo m ejor, y si
la paz de la sociedad hace necesario que por eso sufra una
| 93
coacción, trátase ciertam ente de una necesidad de índole m uy
penosa. Estas consideraciones se basan en el supuesto de que
la insurrección es indeseable y que trae m ás m ales que benefi-
cios, lo cual indudablem ente ocurre con frecuencia, pero que
puede no ser siem pre cierto. Nunca se recordará dem asiado
que en ningún caso existe el derecho a ser injusto, a castigar
una acción m eritoria. Todo gobierno, com o todo individuo,
debe seguir sus propias nociones de la justicia, bajo riesgo de
equivocarse, de ser injusto y, por consiguiente, pernicioso. 3
Estos conceptos sobre incitaciones a la sublevación son aplica-
bles, con ligeras variantes, a las cartas injuriosas dirigidas a
particulares.
La ley de libelos, com o ya dijim os, se divide en dos partes:
libelos contra instituciones y m edidas públicas y libelos contra
personas privadas. Muchas personas que se oponen a que los
prim eros sean objeto de castigo, adm iten que los últim os de-
ben ser perseguidos y sancionados. El resto del presente capí-
tulo será dedicado a dem ostrar que esta últim a opinión es
igualm ente errónea.
Debem os reconocer, sin em bargo, que los argum entos en
que se funda esa opinión, son a la vez im presionantes y popu-
lares. «No hay bien m ás valioso que una honesta reputación.
Lo que poseo, en tierras y otras riquezas, sólo son bienes con-
vencionales. Su valor es generalm ente fruto de una im agina-
ción pervertida. Si yo fuera suficientem ente sabio y prudente,
el despojo de esos bienes m e afectaría escasam ente. En cam -
bio, quien daña m i reputación, m e produce un m al irreparable.
Es m uy grave que m is conciudadanos m e crean desprovisto de
principios y de honestidad. Si el daño se lim itara a eso, sería
im posible soportarlo con tranquilidad. Yo carecería de todo
sentido de justicia, si fuera insensible al desprecio de m is se-
m ejantes. Dejaría de ser hom bre si no m e sintiera afectado por
| 99
ción. Todo lo que tiende a inculcar la debilidad y el disim ulo en
las alm as m erece execración eterna.
Hay otro aspecto im portante relacionado con este problem a.
Se trata de los benéficos efectos que habrá de producir el hábi-
to de com batir el veneno de la m entira con el único antídoto
real: el de la verdad.
A pesar de los argum entos laboriosam ente reunidos para
justificar la ley que nos ocupa, una persona que reflexione con
detenim iento se dará fácilm ente cuenta de la deficiencia de
aquellos. Los m odos de reaccionar un culpable y un inocente
ante una acusación son distintos, pero la ley los confunde a
am bos. El que se sienta firm e en su honradez y no se halle co-
rrom pido por los m étodos gubernam entales, dirá a su adversa-
rio: «publica lo que quieras contra m í; la verdad está de m i
parte y confundirá tus patrañas». Su sentido de rectitud y de
justicia le im pedirá decir: «acudiré al único m edio congruente
con la culpabilidad: te obligaré a callar». Un hom bre im pulsa-
do por la indignación y la im paciencia puede iniciar una perse-
cución contra su acusador, pero difícilm ente logrará que su
actitud m erezca la sim patía de un observador im parcial. El
sentim iento de éste se expresaría con las siguientes palabras:
«¡Cóm o, no se atreve a perm itir que escuchem os lo que dicen
contra él!»
Las razones en favor de la justicia, por diferentes que sean
los m otivos concretos a que se refieren, siguen siem pre líneas
paralelas. En este caso son válidas las m ism as consideraciones
respecto a la generación de la fortaleza de espíritu. La tenden-
cia de todo falso sistem a político es adorm ecer y entorpecer las
conciencias. Si no estuviésem os habituados a recurrir a la fuer-
za, pública o individual, salvo en los casos absolutam ente justi-
ficados, llegaríam os a sentir m ás respeto por la razón, pues
conoceríam os su poder. ¡Cuán grande es la diferencia entre
quien m e responde con dem andas e intim aciones y el que no
em plea m ás arm a ni escudo que la verdad! Este últim o sabe
| 10 0
que sólo la fuerza debe oponerse a la fuerza y que al alegato
debe contestarse con el alegato. Desdeñará ocupar el lugar del
ofensor, siendo el prim ero en rom per la paz. No vacilará en
enfrentar con el sagrado escudo de la verdad al adversario que
em puña el arm a deleznable de la m entira, gesto que no sería
calificable de valeroso si no lo hicieran tal los hábitos de una
sociedad degenerada. Fuerte en su conciencia, no desesperará
de frustrar los ruines propósitos de la calum nia. Consciente de
su firm eza, sabrá que una explicación llana, cada una de cuyas
palabras lleve el énfasis de la sinceridad, infundirá la convic-
ción a todos los espíritus. Es absurdo creer que la verdad deba
cultivarse de tal m odo que nos habituem os a ver en ella un
estorbo. No la habrem os de subestim ar teniendo la noción de
que es tan im penetrable com o el diam ante y tan duradera co-
m o el m undo.
| 10 1
ESTUDIOS ACTUALES
SOBRE GODWIN
EL ANARQUISMO INDIVIDUALISTA
DE WILLIAM GODWIN 1
Paul, W illiam Godw in: his friends and contem poraries (Henry S.
King and Co., Londres 1876); G. Woodcock, W illiam Godw in. A bio-
graphical study (The Porcupine Press, Londres 1946); F. K. Brown,
The life of W illiam Godw in (Folcrotf Library Editions, Folkroft
1972); P. H. Marshall, W illiam Godw in (Yale University Press, Lon-
dres 1984); D. Locke, A Fantasy of Reason: the life and thought of
W illiam Godw in (Routledge and Kegan Paul, Londres 1980 ). En la
colección The Pickering Masters (Pickering and Chatto, Londres
20 0 2) se ha publicado la biografía de Mary Shelley sobre su padre.
| 10 6
y obras que difícilm ente podría haber leído en Oxford o Cam -
bridge, así com o acceder a saberes que no eran los clásicos
para la form ación de un buen gentlem an y de desarrollar hábi-
tos de discusión intelectual que no eran frecuentes en las uni-
versidades anglicanas. Por otra parte, la rigidez del calvinism o
y del puritanism o im puso en su reflexión una gran frialdad en
la apreciación de las conductas hum anas, lo que a la larga re-
sultó un lastre para su obra, pues su im pasible juicio difícil-
m ente supo valorar la enorm e fuerza de elem entos com o la
violencia o el irracionalism o en el com portam iento social.
Su form ación en las escuelas disidentes le condujo a la orde-
nación com o pastor en Ware (Hertfordshire), aunque de form a
paralela le iban abandonando sus ya endebles creencias reli-
giosas, lo que a la larga se tradujo en una renuncia a su labor
clerical y en su m archa a Londres para dedicarse plenam ente a
la escritura. Por aquella época, finales del siglo XVIII , la socie-
dad londinense se hallaba en un m om ento de gran ebullición
intelectual, lo que creaba un clim a m uy propicio para los auto-
res que acudían a la capital en busca de una oportunidad en el
m undo de la escritura. En Londres se vinculó Godwin al círcu-
lo de escritores que pedían una reform a del sistem a político.
Allí se dedicó a la escritura de obras de tipo político e histórico
y tuvo su gran oportunidad al serle ofrecida la dirección del
periódico Political Herald, publicación m uy influyente enton-
ces y que defendía la posición política de la oposición liderada
por lord Rockingham . Pese a la tentadora oferta, Godwin se
negó a aceptar la colaboración en dicho periódico por razones
de tipo m oral, pues, según respondió, ni estaba dispuesto a
defender ideas que no com partía del todo y ni a vincularse a un
partido político que le hubiera restado libertad de opinión.
Tras desechar la oferta, continuó trabajando com o autor y pe-
riodista independiente, aceptando, eso sí, otros puestos m enos
com prom etidos políticam ente que adem ás le perm itían acer-
| 10 7
carse al m undo de los libros, com o fue el de bibliotecario del
British Museum .
La Re vo lu ció n fran ce s a
| 10 9
autor 3 . Por lo que respecta a la controversia revolucionaria, el
libro resultaba de poca utilidad, pues al contrario que otros
escritos coyunturales, Godwin había escrito un libro de refle-
xión, un libro en que pretendía dem ostrar por m edio de la de-
ducción racional cóm o se había conform ado la sociedad políti-
ca y sus injusticias y cóm o se podrían dar los pasos para su
transform ación com pleta. De hecho, el gobierno no debió con-
siderarlo un libro dem asiado peligroso cuando dejó que circu-
lara sin censurarlo, aparte de que en ningún m om ento se per-
siguió a su autor por escribirlo. Únicam ente corrió peligro la
persona de Godwin cuando se difundió el rum or de que había
form ado parte del grupo de editores que habían publicado Los
derechos del hom bre, de Thom as Paine, cosa que aún está por
confirm ar. Se dice que el m inistro William Pitt com entó que
un libro tan abstracto y que costaba tres guineas, poco daño
iba a hacer entre quienes apenas sabían leer y que no dispo-
nían ni de tres chelines para gastar en lujos. Lo que probable-
m ente no previó Pitt fue que las agrupaciones de trabajadores
del norte de Inglaterra, así com o las de Escocia e Irlanda, hi-
cieran ediciones clandestinas de la obra y que organizaran
reuniones para su explicación entre los am bientes obreros.
aventuras de Caleb W illiam s o Las cosas com o son (Valdem ar, Ma-
drid 1996).
| 111
Por lo que respecta a la transform ación social, se abundará
m ás en ello en estas páginas, aunque por el m om ento resulta-
ría interesante resaltar el hecho que uno de los pilares de la
filosofía godwiniana es su afirm ación de que el m ayor don del
que puede disponer el hom bre es el ocio. Esta afirm ación, so-
bre la que tantas brom as se hicieron en su tiem po, tiene m ás
contenido de lo que parece a prim era vista. Evidentem ente, y
cualquier persona interesada en su trayectoria biográfica podrá
com probarlo, no estam os ante un autor que predicase la indo-
lencia con el ejem plo, sino todo lo contrario. Para Godwin, el
trabajo físico que realiza el hom bre para pagar su superviven-
cia podría ser reducido al m ínim o pues, afirm a, una buena
parte de ese trabajo se dedica a sostener la holganza de otros
ya que el trabajador recibe una ínfim a parte del sueldo que
realm ente le pertenece, y adem ás, el hom bre necesita para
vivir m ucho m enos de lo que la sociedad exige. Con esto no
hace Godwin una apología del estado prim itivo sino que, sien-
do consciente de la buena influencia de las com odidades en la
vida de las personas, apela a una reorganización del sistem a
económ ico establecido, una reorganización que perm ita garan-
tizar la satisfacción de las necesidades m ínim as a toda la po-
blación. El trabajo de todos contribuiría a la disponibilidad de
una m ayor cantidad de tiem po para la realización del verdade-
ro trabajo que tiene encom endado el hom bre: su autoperfec-
cionam iento por m edio del desarrollo de la razón. Para ello ha
de tener tiem po para dedicarse al ocio, a un ocio constructivo
que le perm ita estudiar y debatir las ideas con otros seres hu-
m anos para ejercitarse en el uso de la razón.
El tercer pilar que sostiene el edificio del pensam iento de
Godwin es su exacerbado individualism o. Desde el punto de
vista de m uchos especialistas, éste es uno de los puntos m ás
débiles de su argum entación, pues anula la capacidad de m ovi-
lización de sus ideas; sin em bargo, el individualism o alcanza
pleno sentido en el conjunto de su obra. Dado que el perfec-
| 112
cionam iento hum ano es el objetivo a alcanzar, ésta se convierte
en una tarea que sólo puede realizar cada hom bre por sí m is-
m o. Ninguna instancia superior puede decirnos qué es lo que
dem anda la razón, pues todos los hom bres disponen de ella y,
dejados a su propia tarea de reflexión, llegarán a descubrirlo.
Con esto asesta Godwin un golpe a aquellas filosofías que obli-
gan a los individuos a aceptar los dictados de quienes han sido
ilum inados, ya sea por Dios, ya sea por algún gurú de la revo-
lución política. Evitando no caer en anacronism os, pero desta-
cando el avance que supuso el pensam iento godwiniano al res-
pecto, se observa en estas afirm aciones de nuestro autor una
vacuna contra las doctrinas totalitarias de todo pelaje que tan-
to han hecho sufrir a la hum anidad. El individualism o a ul-
tranza preconizado por Godwin no tiene com o contrapartida
un aislam iento del hom bre del entorno en el que vive. Godwin
afirm a que el individuo está inserto en un am biente lleno de
prejuicios que le condicionan, pero será a través del desbroza-
m iento de esos prejuicios com o llegue a conocer la razón. El
hom bre está obligado a desprenderse de los prejuicios sociales
viviendo dentro de ellos, conociéndolos y sabiendo cóm o ac-
túan sobre su derecho a la autonom ía. En últim a instancia, de
lo que se trata es que cada individuo sea consciente de que los
condicionam ientos sociales son im posturas, es decir, falacias
sobre las que se ha construido un sistem a de opresión que tie-
ne en los gobiernos su m áxim a expresión. De los gobiernos se
desprende todo un sistem a de leyes y de sujeciones políticas,
así com o de sanciones de las injusticias sociales. Por eso, desde
la perspectiva de Godwin todo gobierno es m alo, pues en reali-
dad no procede de los dictados de la razón sino de los deseos
de unos grupos sociales por im ponerse a otros m ediante la
fuerza. La expresión política de esa fuerza es el gobierno y la
autoridad que de él se deriva, cuyo designio se halla siem pre
encam inado a acabar con la independencia y autonom ía del ser
hum ano.
| 113
Id e as p o líticas d e Go d w in
Godw in, nuestro autor se m uestra también aquí com o un crítico ade-
lantado de las teorías totalitarias del siglo XX.
| 117
acción. Incluso se le ha llegado a considerar un inm ovilista 7.
Sólo establece Godwin dos vías para el cam bio social: la refor-
m a y la educación. Dado el papel de esta últim a en el conjunto
de su pensam iento, será analizada de form a independiente.
Por lo que respecta a la reform a, habría que señalar que desde
la filosofía godwiniana, y tras lo que hasta aquí se ha ido vien-
do, no deja de tener su coherencia cualquier em pleo de la vio-
lencia para cam biar un régim en político por otro, no deja de
responder m ás que a un uso arbitrario del derecho a la resis-
tencia al poder. Huir de la violencia, dice Godwin, evita caer en
el despotism o que se quiere com batir. Toda revolución es obra
de dem agogos y pretende acelerar un proceso que ha de llevar
su propio ritm o, que es el ritm o de la transform ación de las
m entalidades individuales: «La revolución se engendra por
indignación contra la tiranía, pero ella m ism a está incluso m ás
cargada de tiranía» (Political Justice). De este m odo, no queda
m ás cam ino que la form ación integral de los ciudadanos y el
uso de la palabra, que es concebida por Godwin com o una es-
trategia de acción 8 . La sociedad en su evolución hacia el cono-
cim iento de la razón cam ina por las rutas del convencim iento y
del aprendizaje de los individuos que com ponen la sociedad
política. Se trata de una evolución que progresa continuam en-
te, y aunque a veces su cam ino parezca ralentizarse, los avan-
ces de la razón son im parables, se abren paso por sí m ism os.
No hay estatism o en la sociedad tal y com o la contem pla God-
win, pues ésta es cam biante, en progreso continuado, y ni si-
quiera puede detenerse en un punto concreto pues, com o se
decía al principio de estas páginas, el hom bre se halla en per-
petuo desarrollo. En esta cuestión Godwin difería enorm em en-
7 I. Kram nick, «On Anarchism and the Real World: William God-
Pe n s am ie n to e co n ó m ico
1988), p.56.
12 J . Avery, Progress, poverty and population. Re-reading Con-
sado con otra m ujer. El disgusto que ello ocasionó a Godwin fue la
razón de que durante un tiem po m antuviera tantas reticencias hacia
quien habría de ser su yerno.
17 N. H. BRAISFOLD , Shelley , Godw in y su círculo ( F.C.E ., México
1986), p.168.
| 131
1813, m om ento en que Owen estaba redactando su obra A New
Vision of Society , or Essay s on the Principle of the Form ula-
tion of Hum an Character. En este libro, pese a que los rastros
godwinianos se com binan en el m ism o grado con los de otros
autores, se halla m uy presente la preocupación por la educa-
ción com o m edio para la liberación de los hom bres. Por lo que
se refiere a su huella en el anarquism o, habría que decir lo
m ism o. En el continente europeo, su influencia ha sido m uy
escasa y en todo caso, llegó de la m ano de Kropotkin, quien
divulgó sus principales ideas en el artículo que escribió para la
Enciclopedia Británica titulado «Anarquism o» 18 . Más fuerte
es su presencia, com o por otra parte resulta lógico, en el m o-
vim iento libertario británico y norteam ericano. J osiah Warren
(1798-1874) es, tal vez, su m ás directo heredero. Warren parti-
cipó en la com unidad New Harm ony, que Owen había fundado
en los Estados Unidos, así com o en otros experim entos com u-
nitaristas. Una de sus grandes preocupaciones fue la responsa-
bilidad de cada individuo para transform ar el m undo a partir
de su propio perfeccionam iento m oral, idea que recuerda a
Godwin plenam ente. Otros autores que m anifestaron rasgos,
ya no tan evidentes, de nuestro autor fueron Stephen Andrews
y Lysander Spooner, así com o Benjam in Tucker, el poeta J oel
Barlow o, m ás m odernam ente, Herbert Read 19 .
In tro d u cció n
| 135
juicio sobre lo justo y lo injusto recae en últim a instancia en
cada individuo.
En últim a instancia, porque la form ación del juicio práctico,
com o la de todo juicio —según Godwin—, tiene lugar intersub-
jetivam ente a través de la com unicación. En num erosas opor-
tunidades el autor destaca la calidad hum ana com o aquella que
se constituye a partir de esta interacción. El juicio personal no
es producto de la m editación solitaria ni del cálculo de m edios
y fines. No se m ueve el autor en el m arco de una concepción
instrum ental de la racionalidad, sino que entiende que la for-
m ación del juicio, esté referido al m undo de la Naturaleza, al
m undo de las relaciones interpersonales, o a sí m ism o, se lleva
a cabo a partir de la continua ilustración sobre tales asuntos, y
a partir, fundam entalm ente de la conversación, discusión y
deliberación con sus sem ejantes en condiciones de igualdad y
libertad.
En efecto, el autor ensalza la instrucción a través de la lectu-
ra, en el entendim iento de que a través de ella se da un diálogo
entre el autor y el lector. Al igual que el «cam aleón» 7 que asu-
m e el color de las sustancias sobre las que descansa, el lector se
posiciona en el lugar del otro, concede a sus argum entos, acep-
ta —aunque sea tem poralm ente— sus puntos de vista. El indi-
viduo vuelve su intelecto m ás dúctil, m ás com prensivo del otro
a través de la lectura, se convierte en alguna m edida en «cria-
tura» del autor de la obra leída.
Tam bién el juicio se form a a partir de la discusión «en tiem -
po real» con los sem ejantes. En el prefacio a The Enquirer
(1797), cuatro años m ás tarde de la prim era edición de Political
Justice, Godwin advierte que ha abandonado el m étodo de
investigación de la verdad utilizado en su prim er obra, que
consistía en form ular un principio y deducir a partir de él sus
Pero si bien, el pensam iento hum ano, las ideas m orales, las
intuiciones y las inclinaciones distan m ucho de ser un produc-
| 138
to de una concepción solipsista del hom bre, independiente de
toda influencia externa ni perteneciente a un hom bre aislado;
tam bién es cierto que el autor está lejos de receptar una posi-
ción donde la individualidad sea suprim ida en su interacción
con los otros. El hom bre es, en todo caso y bajo cualquier cir-
cunstancia, un ser irreductible. Y su juicio, en cuanto expre-
sión de sí m ism o, tam bién lo es. Irreductible en el sentido de
que ninguna circunstancia extraordinaria legitim ará una inter-
vención coactiva sobre él, ni sobre sus opiniones, ideas, o pre-
ferencias. Su individualidad no debe ser suprim ida en nom bre
de un bien m ayor. Irreductible tam bién, porque tam poco será
legítim a introm isión alguna en sus acciones, y aquí reside la
radicalidad de la autonom ía individual tal com o él la entiende.
No hay intervención coactiva sobre lo que otros denom inarían
su fuero interno pero tam poco sobre su fuero externo. En efec-
to, sus reflexiones en torno al Martiricidio 12 y al Castigo así lo
confirm an: jam ás será legítim o el sacrificio forzado de un indi-
viduo para el bien del conjunto. La facultad de autodeterm ina-
ción del hom bre en los térm inos en los que lo plantea el propio
Godwin, una facultad insustituible e inalienable, es incom pati-
ble con toda autoridad de la sociedad sobre el individuo. 13
En contraste con la concepción liberal de autonom ía, God-
win no distingue dos órbitas de acción: una privada y una pú-
blica, donde una queda reservada a la conciencia sin que sea
posible la introm isión, y la segunda, donde el individuo debe
Its Influence on General Virtue and Happiness, Printed for GGJ and
J . Robinson, Paternoster– Row, London, England (Of Suicide, Ap-
pendix No. I. p. 87) p. 92. El Apéndice acerca del Suicidio no se en-
cuentra en la versión castellana citada previam ente, sino en la ver-
sión digitalizada de la prim era edición de la obra en idiom a original.
13 Godwin ensayará, sin embargo, un esquem a político provisorio
com patible con una Teoría de los derechos individuales, esto es una
especie de Utilitarism o restringido, en el que el Principio de Utilidad
encuentra un lím ite cuando se topa con derechos, com o el que for-
m ula M.D. Farrell en Utilitarism o, Ética y Política, Buenos Aires,
Argentina, Ed. Abeledo Perrot 1983, pp. 358 -372. Pero el propio au-
tor reconoce que cuando no existen alternativas disponibles en las
que un derecho prevalezca aun perdiendo cierto grado de utilidad,
entonces prevalece el cálculo utilitarista por sobre el derecho (p.
367). En la m ism a línea, Sm art señala cóm o todo utilitarism o res-
tringido, si es utilitarism o, colapsa en un utilitarism o extremo (en el
que prevalece siem pre el principio de utilidad), en definitiva el único
utilitarism o. Véase en J .J .C. Sm art, Extrem e and Restricted Utilita-
rianism , The Philosophical Quarterly, Vol. 6, No. 25. (Oct., 1956), pp.
344-354.
17 Cfr. Häyry Matti, Liberal Utilitarianism and Applied Ethics,
21 Ibíd.
| 145
confiem os en ella com o principio universal. Es harto lam entable
que no seamos capaces de hacer sentir y com prender la justicia
m ás que a fuerza de golpes. Considerem os la violencia sobre el
espíritu de quien la sufre. Com ienza causando una sensación de
dolor y una im presión de repugnancia. Aleja definitivam ente del
espíritu toda posibilidad de com prender los justos m otivos que
en principio justificaron el acto coercitivo, entrañando una confe-
sión tácita de inepcia. Si quien em plea contra m í la violencia,
dispusiera de otras razones para im ponerm e sus fines, sin duda
las haría valer. Pretende castigarm e porque posee una razón m uy
poderosa, pero en realidad lo hace sólo porque es m uy endeble. 22
Co n clu s ió n
| 149
WILLIAM GODWIN Y EL ANARQUISMO
A PROPÓSITO DEL POLITICAL JUSTICE 1
da tiene que ver con los motivos que, en los tiem pos que corren, pro-
vocan las discusiones sobre el tem a de las relaciones entre liberalis-
m o y anarquism o; es decir, los comentarios al Anarchy , State and
Utopia, de Robert Nozick, o al In defense of Anarchism de Robert
Paul Wolff.
7 «Another argum ent in favour of the utility of such a work was
| 154
al principio a causa de la asistencia m utua. No previeron que ha-
ría falta ninguna restricción para reglam entar la conducta de los
m iembros individuales de la sociedad entre sí o en relación con el
todo. La necesidad de restricción nació de los errores y m aldades
de unos pocos» 11.
m ankind. But the doctrines of this, one of the m ost sacred texts in the
anarchist tradition, are by no m eans so generally obvious and strai-
ght-forward. It is useful, therefore, so schem atize the developm ent of
the argument in Political Justice, in the following m anner. Two sta-
ges of destruction are followed by one of visionary reconstruction.
The first negative stages involves an assault on the liberal tradition,
carried out prim arily by invoking Rousseau. Then follows the attack
on law and political authority in the nam e of the liberal values of
private judgem ent and individuality. There is, to be sure, sorne ten-
sion, incom patibility and even contradiction between these two des-
tructive aspects of the argum ent, sorne of which rem ains and cannot
be reasoned away. But m uch of this tension is resolved in the positive
vision of anarchist society». I. KRAMNICK: «Introduction» to En-
quiry Concerning Political Justice. London, Penguin Books, 1976;
pp. 16-17.
14 «So m uch for the active rights of m an, which, if there be any co-
gency in the preceding argum ents, are all of them superseded and
rendered null by the superior claim s of justice». (P.J .; pág. 197).
15 P.H. MARSHALL: W illiam Godw in. London, Yale University
berty. This proposition, if adm ited, m ust be admitted with great lim i-
tation. He has no right to his life when his duty calls him to resigo it».
(P.J .; pág. 197).
| 157
m anifestaciones de la justicia, tan grande es la m agnitud de m i
deber». 18
El hom bre, por lo tanto, sólo puede ser estim ado en la m edi-
da en que es independiente; tiene el deber de consultar ante
individuality; and who can be neither great nor wise but in propor-
tion as he is independent». (P.J .; pág. 556).
| 158
todo su propia razón y extraer sus propias conclusiones. Pue-
de, pues, parecer que, al referirse a la individualidad com o la
«esencia m ism a de la excelencia hum ana» Godwin está afir-
m ando la quintaesencia del liberalism o. Y puede parecer que
es esta coincidencia o acuerdo con el liberalism o el punto de
apoyo m ás firm e para afirm ar la reducción del anarquism o a
un sim ple apéndice de esta ideología. O, por decirlo de otra
form a, este acuerdo sería el que le perm ite a Agnes Heller 21
caracterizar adecuadam ente a los anarquistas com o «liberales
con bom bas», pero —en definitiva— liberales. Así pues, ya que
anarquistas y liberales com parten este valor básico, sus teorías
—parece argum entarse— deben ser consideradas com o fun-
dam entalm ente la m ism a. Sin em bargo, creem os necesario
decir que esta valoración de la individualidad por parte de
Godwin, (y sobre todo por parte del anarquism o posterior a él),
no se puede traducir de form a lineal com o la afirm ación de un
individualism o anti-social.
Es a partir de este punto donde, para m í radica la dificultad
a la hora de afirm ar tal tesis reduccionista; por lo m enos en su
sentido m ás fuerte. Com o señala Alan Ritter 22 , sólo es posible
m antener tal tesis si pasam os por alto la diferencia en el «Sta-
tus» norm ativo asignado por las dos ideologías (la anarquista y
Com o señala M.H. Scrivener 25, filosóficam ente, una ley tiene
el m ism o status que una opinión, ya que la ley, —desm itificada
en Godwin— no constituye m ás que una serie de opiniones
sobre cuál es la conducta social apropiada. Pero la ley hiposta-
sia a la opinión, la transform a en una verdad universal. De esta
form a, la ley es percibida com o una agencia de estancam iento
en conflicto con la creatividad de la m ente, y —por lo tanto—
com o una fuerza perjudicial. Al im poner el estancam iento,
genera una dialéctica de la sin-razón en am bas direcciones, ya
que —com o indica Godwin—«aniquila el entendim iento del
sujeto sobre el que se ejerce y, después, el de quien la ejerce» 26 .
En sus críticas al sistem a, Godwin se basa en Cesare Bone-
sana —m arqués de Beccaria— y en su concepción de la reform a
penal; aunque no acepta su justificación del castigo, por consti-
tuir éste una de las m ás im portantes justificaciones de la ac-
tuación del gobierno. Por otra parte, se ha de señalar aquí que
Godwin se opone tam bién a la clasificación bentham ita del cri-
that there are not so m uch as two atoms of m atter of the sam e form
thrught the whole universe, it endeavours to reduce the actions of
m en, which are com posed of a thousand evanescent elem ents, to one
standard». (…). …«From all these considerations we can scarcely
hesitate to conclude universally that law is an institution of the most
pernicious tendency». (P.J .; págs. 688-689).
25 M.H. SCRIVENER : «Godwin's Philosophy: A revaluation». Jour-
upon whon it is exercised, and then of him who employs it». (P.J .;
pág. 639).
| 161
m en y del castigo. Es m ás, al afirm ar que tanto la delincuencia
com o el castigo son inconm ensurables, está rechazando la
esencia m ism a de la filosofía de Bentham y su prem isa central
de que el crim en y el castigo, com o el dolor y el placer, son
cuantificables. Para el autor del Political Justice, «no existen ni
siquiera dos crím enes parecidos; intentar clasificarlos y orde-
narlos es absurdo» 27. En definitiva, pues, la pretensión del
autor en este punto no es otra que la de buscar la gradual susti-
tución de todas las leyes hechas por el hom bre, por las leyes de
la razón, «único legislador» 28 .
A la hora de centrarnos en su crítica a la autoridad política,
em pezaré por decir que Godwin distingue tres form as de auto-
ridad. En la prim era, la autoridad de la razón, el individuo se
obedece únicam ente a sí m ism o y, por lo tanto, representa la
ausencia de gobierno; o lo que es lo m ism o, representa el auto-
gobierno, (lo que constituye el ideal godwiniano). De las dos
form as de autoridad externa o heterónom a; la prim era, (la
confianza o el respeto a alguna figura estim ada y a sus decisio-
nes) es claram ente preferible a la segunda; en especial, cuando
el individuo tiene buenas razones para creer que la otra perso-
na sabe m ejor que él lo que debe hacerse 29 . Pero nada puede
justificar la tercera form a de autoridad, totalm ente contraria a
la razón: la autoridad política.
dity of punishm ent for exam ple, but the iniquity of punishm ent in
general, is that delinquency and punishm ent are, in all cases, inco-
m ensurable. No standard of delinquency ever has been, or ever can
be, discovered. No two crim es were ever alike; and therefore the re-
ducing them , explitly, to general classes, which the very idea of exam -
ple im plies, is absurd». (P.J .; pág. 649).
28 «Inm utable reason is the true legislator, (…)». (P.J .; pág. 236).
29 Ésta es una idea que podem os encontrar después en Dios y el
35 «The whole is then wound up, with that flagrant insult upon all
37 «... here with grief it m ust be confessed that, however great and
extensive are the evils that are produced by m onarchies and courts,
by the im posture of priests and the iniquity of crim inal laws, all these
are im becile and im potent com pared with the evils that arise out of
the established adm inistration of property». (P.J .; pág. 725).
38 «The subject of property is the key-stone that com plets the fa-
| 170
— Tom alin, Claire. Vida y m uerte de Mary W ollstonecraft.
Barcelona, El Viejo Topo, 20 11.
— Wollstonecraft, Mary. Vindicación de los derechos de la m ujer.
Madrid, Akal, 20 14.
— Wollstonecraft, Mary. La educación de las hijas. Santander, El
Desvelo, 20 10 .
— Wollstonecraft, Mary. Cartas escritas durante una corta
estancia en Suecia, Noruega y Dinam arca. Madrid, Los Libros
de la Catarata, 20 0 3.
— Wollstonecraft, Mary y Shelley, Mary. Mary ; M aria/ Mathilda.
Madrid, Nórdica Libros, 20 11.
| 171