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Frozen.

  Chris Buck, Jennifer Lee. EUA, 2013.

La nieve y el hielo son motivos que suelen causar


curiosidad e inquietud a las personas. El hecho de que el agua líquida se congele y de
que la lluvia se vuelva agua nieve, granizo o más aún, hermoso copo de nieve, contiene
elementos llamativos, da una sensación de sorpresa y de encanto que nunca cesará.
Esto es verdad para la mayor parte de los países tropicales que carecen del invierno,
pero también para los países que tienen estaciones, en los cuales el invierno llega
cargado de símbolos y de imágenes, de mitos y de personajes. Por ello ha sido
aprovechado por los creadores de leyendas y de cuentos, algunos de los cuales han
escrito historias invernales llenas de maestría. Es el caso de Hans Christian Andersen
(La niña de los fósforos, El muñeco de nieve, El árbol de navidad, Rompenieves, La
reina de las nieves), cuyas obras han sido aprovechadas por los estudios Disney en
varias ocasiones para desarrollar grandes éxitos en el campo de la animación. Este es
el caso de Frozen, filme que toma ideas y escenas de un par de estas obras, para contar
una historia distinta, aprovechando los enormes recursos técnicos y la proverbial
capacidad creativa de Disney.

En Frozen se nos cuentan las aventuras de una


preciosa princesa Anna, que sale en busca de su hermana Elsa, ya reina, quien se ha
alejado para vivir en majestuosa soledad en un palacio de hielo, situado allende las
montañas del reino de Arendelle. Es que Elsa, que tiene poderes mágicos para crear
nieve y congelar los ambientes, no se resigna a aceptarse a sí misma, avergonzada de
tales poderes y de los efectos negativos que va creando con ellos en su paso por la
vida. Pero Anna es optimista y valiente, y está decidida a traer a su hermana al mundo
normal. Junto con un joven hombre de las nieves y de las montañas, Kristoff, su reno
Sven y un curioso y divertido muñeco de nieve, Olaf, emprende una jornada repleta de
aventuras y peligros para salvarla y para descubrir muchas cosas sobre la vida y sobre
el amor.
Para fortuna de los millones de espectadores
que ya han hecho de esta película un gran éxito de taquilla, la historia se nos cuenta en
medio de preciosas escenas, a base de diálogos entretenidos y muy divertidos, muchos
de ellos cantados muy bellamente. La música y las canciones son bastante pegajosas y
muy a tono con el sentido de la trama y el carácter de los personajes. El ritmo es rápido
y la acción abundante, pero no tanto como para que se atropelle al espectador. Cuatro
grandes temas se van tejiendo, todos ellos cautivantes y valiosos. No es que esto sea
tan importante para los espectadores, que en general disfrutan y se ríen, pero sí es
importante cuando se considera el poder sutil que tiene el cine para crear hechos
culturales y estilos humanos de comportamiento, sobre todo en los niños, que además
de reír inocente y despreocupadamente, van leyendo y captando símbolos y modelos.

Desde un primer punto de vista, Frozen se refiere a valores familiares. Elsa y Anna


son ante todo dos hermanas que se quieren, a pesar de las diferencias y de las
circunstancias. Su amor mutuo es capaz de superar todas las pruebas, sin importar que
Elsa sea incapaz de expresarlo con libertad. Este vínculo de hermandad es
absolutamente poderoso y hace que queden en segundo plano los tradicionales roles
amorosos y románticos.

El trato entre los personajes, sean estos de


carácter humano, animal o fantástico, está dominado por la empatía y por el sentir
mutuo, generando bellos momentos de identificación entre ellos, aún en aquellos
enteramente disímiles. Solo se alejan de estos contactos energéticos e íntimos los
personajes “malvados” y “desconsiderados” de la historia, y esto es evidente en
general para los espectadores que lo captan ante todo por la tonalidad de las voces, el
sentido de las canciones y los gestos y actitudes. Desde lo educativo podríamos decir
que es una película que siembra empatía como actitud comunicacional.

Un tercer aspecto, bastante valioso, es del la búsqueda animada por la amistad y por el
desprendimiento. Los cuatro personajes que la emprenden lo hacen unidos por
sentimientos de solidaridad amistosa y por una especie de llamado interior, sin que
medien recompensas, premios o promesas. Esto es significativo a la hora de establecer
mitos o leyendas modernas, para exaltar los valores de la búsqueda desinteresada y de
la amistad solidaria.

Finalmente, cabe destacar lo que tiene que ver


con los poderes mágicos. Es interesante que se resalte en qué medida es una bendición
relativa el contar con poderes o genialidades extraordinarias o especiales, ya que
pueden dar como resultado el aislamiento, la incomprensión, el desánimo e, incluso, la
generación de comportamientos peligrosos para los demás, que no alcanzan a
comprender las situaciones que se desatan. Elsa personifica todo el rango de poderes
mundanos y mágicos y su impacto sobre las personas que los poseen, cuando estas no
son capaces de integrar la situación, en general por falta de acompañamiento de los
padres, de tal manera que se aceptan a sí mismos y sus consecuencias, para que los
sepan usar con buen criterio personal y comunitario. Si bien pareciera ser un cliché, al
final todo se resuelve con el amor, elemento que desata una energía muy superior a la
de los poderes extraordinarios. Este es un mensaje bello y valioso. Es entonces el
amor, el límite que encasilla los poderes y los hace en verdad valiosos, para que la vida
no se congele y se vuelva fría y lejana.

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