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Trump, las redes sociales y el debate público

Bernadette Califano1

La polémica Trump vs. Twitter permite repensar el rol de las plataformas digitales, su
regulación y el lugar que ocupan en la esfera pública.

La cruzada que se inició semanas atrás entre el presidente de los Estados Unidos, Donald
Trump, y la red social Twitter reintrodujo en agenda el debate en torno de varios temas:
el rol y la responsabilidad de los distintos intermediarios digitales, la regulación sobre
estos actores, la moderación de contenidos online y los derechos los usuarios en
internet, en particular para el ejercicio de la libertad de expresión.
Si bien se trata de asuntos complejos que requieren de un análisis detallado, aquí
enfatizamos en ciertas aristas para repensar las prácticas sociales y el debate público en
internet.
Los hechos que derivaron en la orden ejecutiva
Es conocido el uso “intensivo” que hace Donald Trump de las redes sociales digitales, en
particular de Twitter, donde no se caracteriza por ser políticamente correcto en sus
expresiones. La novedad es que por primera vez Twitter decidió marcar un posteo de
Trump como “información dudosa”. Se trataba de un tuit en el que el primer mandatario
aseguraba que, de celebrarse los votos por correo en el contexto de la pandemia por el
COVID-19 de cara a las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, las boletas
serían falsificadas y los comicios, fraudulentos.

1
Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Investigadora del CONICET y del Prog. Industrias Culturales y
Espacio Público (ICEP, UNQ). @bernacali
En esta ocasión, Twitter agregó una alerta debajo del mensaje de Trump, donde instaba
al lector a “acceder a los datos” sobre las boletas por correo. Haciendo click allí, el
usuario es redirigido a la sección “eventos” de la plataforma, donde se explica que los
dichos del presidente no tienen fundamento, y se listan una serie de noticias de medios
de comunicación y tuits “destacados” que contextualizan, amplían y contradicen sus
afirmaciones.
En otras palabras, Twitter no eliminó el mensaje de Trump –como hizo en otras
ocasiones, por ejemplo ante los dichos del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro– pero
agregó información adicional para moderar su contenido. La empresa alegó que esta
tarea se enmarca en su política de integridad cívica, porque el mensaje podía confundir
a los votantes a la hora de participar en el proceso electoral.
El CEO y cofundador de Twitter, Jack Dorsey, agregó que él es, en última instancia, el
responsable por las acciones de la empresa, y que continuarían advirtiendo sobre
información incorrecta o en disputa en materia de elecciones a nivel global.

Al día siguiente, Trump lanzó una orden ejecutiva “para prevenir la censura en línea”,
en la que solicita a una serie de agencias federales especializadas que aclaren “el alcance
de la inmunidad” que protege a las plataformas online, consagrada en la Sección 230 de
la Communications Decency Act (CDA) de los Estados Unidos. Además, pide que revisen
y limiten el gasto en publicidad y marketing que realizan en estas empresas.

Las prácticas sociales y el debate público


En el libro La cultura de la conectividad, la investigadora José Van Dijck afirma que
“resulta una falacia creer que las plataformas no hacen más que facilitar las actividades
en red”. Por el contrario, las plataformas de medios sociales son objetos dinámicos que
se constituyen mutuamente en interacción con las prácticas sociales.
La sección 230 de la CDA fue promulgada en 1996, en el contexto más amplio del
proceso de comercialización y privatización de internet. Desde entonces, ha brindado
una protección amplia para el surgimiento y crecimiento de las plataformas online, al
establecer que ningún proveedor de servicios de comunicaciones interactivas puede ser
tratado como editor o emisor de la información. Pese a que no había sido la intención
del legislador (porque su propósito era, en cierta medida, restringir el discurso online),
esta sección terminó por convertirse en el estandarte para el resguardo de la libertad
de expresión en internet, ya que protege a los intermediarios de eventuales acciones
judiciales por contenidos o expresiones de terceros, con excepciones para delitos y
reclamos en materia de propiedad intelectual.
Casi 25 años después, la internet de entonces se parece poco a la actual. Se han
modificado la infraestructura económica y tecnológica en la que se desarrollan estas
plataformas, junto con las prácticas sociales que las co-constituyen: las de los usuarios,
de los gobiernos, y de las corporaciones que hoy oligopolizan las redes y los flujos de
información digital.
Más allá del debate Trump vs. Twitter, deberíamos preguntarnos por los cambios en
dichas prácticas sociales y, en particular, por el rol que juegan estas plataformas en el
debate público. ¿Son realmente “las plazas públicas del siglo XX”? ¿Cuáles son las
condiciones y restricciones para el acceso a ellas? ¿Cuáles son las posibilidades y las
probabilidades de que determinada voz individual sea escuchada? ¿Quién regula el
funcionamiento de estas plataformas en la Argentina? ¿Por qué su protección legal se
ampara en una norma de los Estados Unidos promulgada cuando no existían ni Twitter,
ni Facebook, ni YouTube? ¿Ante quién apelamos si una plataforma elimina una cuenta,
borra o edita una publicación? ¿Quién decide, en definitiva, los términos y condiciones
para la expresión online en el siglo XXI?
Son más preguntas que respuestas, porque vale la pena deternos a repensarlas.

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