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CUENTOS DE TARIJA

EL PÁJARO DE FUEGO

Existió una vez un hermoso pájaro rojo.


Un día, se posó el pájaro de fuego sobre el agua un instante, y todos los
animales allí presentes miraron obnubilados.
– ¿Cómo es posible que el fuego no se apague con el agua?- pensaron.
Sin embargo, el pájaro de fuego no se sentía ave, sino una hermosa flor.
– ¡Soy una bella flor del aire con un largo tallo que me permite ir a todas partes!
– decía el pájaro de fuego.
Las demás aves, por supuesto, no le veían como una flor, sino como un pájaro.
– ¿Dónde se ha visto una flor que cante?- decía uno de los pájaros.
– ¿Y una flor con pico?- decía otro.
El pájaro de fuego busca su lugar
Pero al pájaro de fuego no le importaba… Decidió alejarse, huyendo de tanto
incrédulo.
– Me posaré sobre un árbol seco para alegrarle con mi color.
Él sí creerá que soy una flor- pensó el pájaro de fuego.
Desde luego, parecía una hermosa flor carmesí.
Después regresó al ceibo y se sentó sobre él, con una patita escondida, para
parecer más aún una flor enorme sobre un fino tallo.
Y el pájaro de fuego se la comió.
– ¿Cómo es posible que esa flor se haya comido a nuestra compañera?
Y el pájaro de fuego se las fue comiendo una a una, hasta que ya consiguió
calmar su apetito.
– Qué raro- pensó una avispa que le vio- ¡Una flor que canta!
– ¡Eso es bien absurdo!- expuso la langosta.
– ¡Y qué color rojo tan hermoso!- dijo la langosta.
– Parece demasiadas cosas- dijo entonces la avispa- Iré junto a mis
compañeras para comprobar qué pasa.
Y cuando estaban a punto de probar su polen, el pájaro levantó el pico, y las
avispas retrocedieron asustadas.
– ¡Es un pájaro disfrazado!
– ¡Tendrá su merecido!
Pero justo en el momento en el que las avispas iban a clavar sus aguijones en
el pájaro, el ceibo se estremeció, como si volviera a la vida, y dijo:
– ¡No!
¡No matéis a esta hermosa flor!
– ¡Es el árbol quien habla!
– Sí, y fue esta flor quien hizo el milagro- dijo el ceibo.
– Pero no es una flor, sino un pájaro disfrazado- protestaron las avispas.
– Es lo de menos… Él me revivió con su mentira piadosa.
Efectivamente, el ceibo se había cubierto de nuevo de flores rojas, tan grandes
como el pájaro que permanecía muy quieto sobre él.
– Está bien- dijeron entonces las avispas- Te perdonamos por haber resucitado
al ceibo con tu hermosa mentira- le dijeron al pájaro rojo.
Y se dedicaron a libar la miel de las nuevas flores del ceibo.

LA LÁMPARA VOLADORA
La luciérnaga volaba sobre un rosal florido, cuando distinguió a una golondrina
clavada en las espinas.
-Te alumbraré aunque sea toda la noche.
Y allí se quedó derramando su luz a raudales.
La golondrina pronto desclavó sus alas y trató de volar al cielo abierto.
La luciérnaga siguió tras ella, ardiendo como una chispa.
-Te agradezco con toda el alma y no olvidaré este favor en mi vida -dijo
entonces la golondrina.
-No tienes por qué hacerlo.
Dime dónde quieres viajar y yo alumbraré tu camino, hasta que brille el sol y ya
no precises de mi humilde fulgor.
-Mis hermanas han volado hacia el Norte y acamparon en el Valle de la Luna.
-Vamos entonces, sin pérdida de tiempo -dijo la luciérnaga y se posó en la
cabeza de la golondrina, como un lunar de oro.
Volaron así y al amanecer llegaron a un hermoso valle cuajado de aromas.
-Aquí están mis hermanas -dijo la golondrina alegremente.
Allí nuestra amiga dio cuenta de cómo había sido salvada por la luciérnaga.
He volado toda la noche, acompañando a una golondrina extraviada que quería
alcanzar a sus hermanas.
-¿Prestas tu luz a quienes no ven en las noches?
-¡Pero qué buena idea!
Y en adelante me servirás para encontrar a las víctimas que me dan su sangre.
-Pues lo harás por la fuerza -dijo el murciélago y la atrapó con los dientes.
Desde entonces el vampiro volaba todas las noches echando llamaradas por la
boca como un verdadero demonio.
Y la luciérnaga se veía obligada a iluminar su cadena de delitos.
Ella misma estaba manchada de sangre y se sentía culpable.
Una noche pensó en usar de la astucia para librarse de él y le dijo:
-Yo sé de un lugar donde todos los animales tienen la sangre dulce como la
miel.
Dime dónde queda ese lugar porque ya estoy cansado de la mala sangre que
aquí chupo de los cerdos y caballos.
-Te llevaré, pero deja de aprisionarme en tu boca, que ya me asfixias, y permite
que me pose en tu frente, como lo hice con la golondrina.
Volaron toda la noche y, cuando comenzaba a clarear, descendieron al Valle
de la Luna.
Se me hace agua la boca, pensando en la sangre que voy a chupar...
-Lo harás a la noche.
Ahora acércate a ese árbol grande, donde duermen las golondrinas.
-¿Para qué?
Y la luciérnaga entonces gritó:
-dijo el murciélago y otra vez la atrapó con los dientes.
Pero las golondrinas habían reconocido a su bienhechora y se lanzaron
furiosas sobre el vampiro.
De allí salió la luciérnaga, como un lucero que salta del cuerpo de la noche.
-No tienes por qué.
Sólo hemos pagado nuestra deuda -contestaron las golondrinas.
El murciélago voló a ocultarse en una cueva.
Y la luciérnaga, libre, cruzó el cielo como si fuera la estrellita más pequeña del
amanece

EL QUIRQUINCHO MÚSICO
Aquel quirquincho viejo, nacido en un arenal de Oruro, acostumbraba pasarse
horas y horas echado junto a una grieta de la peña donde el viento cantaba
eternamente.
¡Cómo se deleitaba cuando oía cantar a las ranas en las noches de lluvia!
– ¡Oh, si yo pudiera cantar así, sería el animal más feliz del altiplano!
–exclamaba el quirquincho, mientras las escuchaba extasiado.
Las ranas no se conmovían por la devota admiración que les tenía el
quirquincho sino que, más bien, se burlaban de él.
–Aunque nos vengas a escuchar todas las noches hasta el fin de tu vida, jamás
aprenderás nuestro canto, porque eres muy tonto.
El pobre quirquincho, que era humilde y resignado, no se ofendía por tales
palabras, dichas en un lenguaje tan musical, como suele ser el de las ranas.
Un día creyó enloquecer de alegría, cuando unos canarios pasaron cantando
en una jaula que conducía un hombre.
Aquellos pajaritos amarillos y luminosos, como caídos del Sol, lo conmovieron
hasta lo más hondo… Sin que el jaulero se diera cuenta, lo siguió,
arrastrándose por la arena, durante leguas y leguas.
Las ranas que habían escuchado, embelesadas, el canto, salieron a orilla de la
laguna y vieron pasar a los divinos prisioneros que revoloteaban en las jaulas.
–Estos cantores son de nuestra familia, pues los canarios son sólo sapos con
alas –dijeron las muy vanidosas y agregaron–: Pero nosotras cantamos mucho
mejor.
Miren al tonto del quirquincho.
El quirquincho siguió corriendo y corriendo tras el hombre de las jaulas, hasta
que las patitas se le iban acabando, de tanto rasparlas en la arena.
–Compadre, tú que todo lo puedes, enséñame a cantar como los canarios –le
dijo llorando.
Cualquier persona que no fuera el hechicero se hubiera reído a carcajadas del
quirquincho, pero Sebastián Mamani puso la cara seria y repuso:
–Yo puedo enseñarte a cantar mejor que los canarios, que las ranas y que los
grillos, pero tienes que pagar la enseñanza… con tu vida.
–Acepto todo, pero enséñame a cantar.
Cantarás desde mañana, pero esta noche perderás la vida.
– ¡Cómo!… ¿Cantaré después de muerto?
Al día siguiente, el quirquincho amaneció cantando, con voz maravillosa, en las
manos del mago.
Cuando éste pasaba, poco más tarde, por el charco de las ranas, se quedaron
mudas de asombro.
¡El quirquincho aprendió a cantar!…
– ¡Canta mejor que nosotras!…
– ¡Y mejor que los pájaros!…
– ¡Y mejor que los grillos!…
– ¡Es el mejor del mundo!…
Y, muertas de envidia, siguieron a saltos tras del quirquincho que, convertido
en charango se desgranaba en sonidos musicales.
Bibliografia
http://leereluniverso.blogspot.com/2010/09/cuento-la-lampara-voladora-de-
oscar.html
https://llevatetodo.com/el-quirquincho-musico/
https://tucuentofavorito.com/el-pajaro-de-fuego-un-cuento-para-reflexionar/

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