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Jesús, superior

Por Max González Reyes

Existen personajes en la biblia que nos sorprenden por sus características personales y su fidelidad
a Dios. Desde el Antiguo Testamento encontramos al patriarca Abraham, hombre de Dios que le
creyó a que sería padre de una gran nación. Con esa promesa salió del lugar donde se encontraba
en busca de la tierra prometida que “fluye leche y miel”. A la par de eso, confió a la voz de Jehová
que dejaría como heredad una gran nación. Aunque la promesa se cumplió cuando ya era viejo, no
dejó de tener la esperanza de su cumplimiento.

De igual modo, no podemos pasar por alto la vida de José, quien pasó de ser vendido por sus
hermanos a ser el segundo del Faraón, no sin antes estar a punto de morir por una jugarreta de la
esposa de Potifar; estar preso por algún tiempo, para luego salir a interpretar el sueño del Faraón;
convertirse en el hombre de su mayor confianza, y con el paso del tiempo, ser el proveedor para su
familia y de la nación hebrea.

También encontramos a un hombre fiel a Jehová como Moisés, quien fue libertador del pueblo de
hebreo de la esclavitud egipcia. Como se recordará, Dios le encomienda encabezar la retirada del
pueblo de Israel de Egipto, y una vez en el desierto, le entrega las leyes, mandamientos decretos
que debería seguir su pueblo; a su vez, es el encargado de guiar por el desierto a un pueblo
rebelde que, aun viendo las maravillas de Dios como el maná, la nube de protección, etc. no se
conformaba con lo que veía y renegaba de su estadía en el desierto.

De igual modo, en el Antiguo Testamento podemos ver la vida del sucesor de Moisés, Josué a
quien le toca la encomienda de repartir la tierra prometida al patriarca Abraham. Para ello tiene
que organizar todo un ejército para conquistar esa tierra, y una vez hecho esto, repartir a cada
tribu el territorio que le corresponde. Es de todos conocida la cita que dice “Y si mal os parece
servir a jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres
cuando estuvieron al otro lado del rio, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero
yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué: 24:15)

Más adelante encontramos al profeta Samuel, quien es el puente entre el periodo de los jueces y
los reyes. A él le toca investir al primer Rey de Israel, y a su vez, por orden de Dios, desecharlo y
posteriormente hacer el ungimiento del menor de la familia de Isaí, el pastor de ovejas que
después se convertiría en Rey, David.

El Rey David es otro personaje importante dentro de la genealogía bíblica. Es él quien funda el
Estado de Israel, aglutina a las regiones dispersas derivado de los constantes conflictos regionales y
unifica a la nación. De todos es conocida su batalla contra el gigante Goliat, a quien vence no por él
sino porque el “Espíritu de Jehová estaba sobre él”. Sin embargo, es su hijo Salomón quien logra
tener la tranquilidad de disfrutar un Estado-Nación libre de conflictos. De este rey se resalta su
sabiduría dada por Dios para resolver conflictos y a su vez la profundidad de su pensamiento, el
cual podemos leer en los libros Proverbios, Eclesiastés y Cantares.

En el Nuevo Testamento también encontramos hombres fieles a Dios que dieron su vida por
extender el evangelio, y que a la postre se convirtieron en mártires en su afán de llevar la palabra
de Dios a lugares lejanos.
Desde luego, dentro de estos resaltan los doce discípulos, hombres sin ninguna distinción especial
ni preparación académica. Sin embargo, una vez que comprendieron el mensaje de salvación,
emprendieron la misión que el mismo Jesucristo les había encomendado. Prácticamente todos -
con excepción de Judas, el que lo traicionó- murieron defendiendo a Cristo en el que creyeron.

Desde luego, no podemos dejar de lado la aportación a la doctrina bíblica del apóstol Pablo. Un
hombre al que el encuentro con Jesús en el camino a Damasco le cambió la vida de tal manera que
pasó de ser un perseguidor de los cristianos a ser uno de los más férreos defensores del evangelio
de Jesucristo. En buena medida gracias a su ministerio se extendió el evangelio hasta nuestras
tierras y con ello, los occidentales conocimos del plan de salvación de nuestro Señor Jesucristo.

Sin duda alguna todos estos personajes tienen un gran mérito al proclamar, cada uno desde su
trinchera y su tiempo, al Cristo prometido. Nadie que haya leído y conocido de su vida puede negar
su aportación y el mensaje que dejaron. Sin embargo, eso no quiere decir que hayan sido perfectos
en su andar. Todos, en algún momento de su existencia, tuvieron algún error que los hizo tropezar.
Y fue precisamente ese tropiezo lo que los hizo surgir como grandes hombres de Dios. Si se revisa
la biografía de cada uno de ellos podemos encontrar uno o varios errores, así como detalles que
los vuelve vulnerables, es decir, así como hay cosas dignas de admirar, encontramos errores que los
vuelve frágiles. Finalmente, hombres comunes y corrientes tocados por la gracia de Dios.

Es por ello que exaltamos la figura de nuestro Señor Jesucristo. En Él no encontramos una sola
falla, ni un solo error. Dice la biblia que los escribas y fariseos constantemente le hacían preguntas
con la intención de que cayera en contradicciones, emitiera juicios, o simplemente para que cayera
en la desesperación y después tener excusas para condenarlo. Es sorprendente que en todas sus
intenciones fallaron. Es de resaltar que en el momento más complicado de su existencia terrenal
cuando estaba en la cruz, Jesús extendía su misericordia a quienes estaban cerca de Él como
ocurrió con el ladrón.

Es por ello que, en la noche previa a su crucifixión, el gobernante Poncio Pilato se lavó las manos
porque no encontró argumentos para condenarlo. Aun los mismos que intentaban atacarlo se
quedaban sorprendidos de su conocimiento, se admiraban cómo enseñaba, cómo trataba a la
gente y la atención que le ponía a cada uno. La sabiduría de nuestro Señor Jesús era mucho más
allá de una simple palabra porque se corroboraba con sus hechos.

Por todo lo anterior que nuestro objetivo es parecernos a Jesús. Es cierto que los hombres de Dios
nos dejan grandes lecciones. De eso no queda la menor duda. Sin embargo, nuestro Señor
Jesucristo está por encima de todos ellos. Aquellos son dignos de admirar, pero el digno de admirar
e imitar es Jesucristo. Busquemos que nuestro objetivo sea ser como Él. De los hombres de Dios
aprendemos grandes lecciones, de Jesucristo aprendemos todo.

El mismo Señor Jesucristo nos dijo en Mateo 11:29: levad mi yugo sobre vosotros, y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.

Nuestro referente y objetivo principal es Jesús. De los demás personajes aprendemos algo, de
Jesús, todo. Recordemos que es a través de Jesucristo que tenemos el acceso al Padre. A nosotros
nos corresponde reconocerlo como nuestro Dios y superior, como lo menciona Filipenses 2:10-11:
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y
debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

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